"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 21 de junio de 2015

El Don de la Paz en la Misa

Carta circular de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
Se pide a los fieles profundizar en el sentido espiritual del saludo de paz y no exagerar el gesto al crear confusión justo antes de la Comunión

Por: Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos | Fuente: Santa Sede /SIC /ewtn/ es.gaudiumpress.org


La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos expidió, en agosto de 2014, una carta circular sobre el rito de la paz en la Eucaristía en la cual anuncia que no se realizarán cambios a las disposiciones actuales pero pide un mayor respeto de las normas para mantener la dignidad de la celebración eucarística. El saludo de la paz es "una característica del rito romano" y por este motivo se mantiene en su forma y su ubicación en la liturgia, al tiempo que se pide a los fieles profundizar en el sentido espiritual del mismo y no exagerar el gesto al crear confusión "justo antes de la Comunión", recordó el anuncio.
Una mejor comprensión del signo
Si bien se mantienen las disposiciones actuales, la carta circular realizó recomendaciones para "expresar mejor el contenido del signo de la paz y para moderar los excesos que generan confusión en la asamblea litúrgica momentos antes de la Comunión".
1. Entender la profundidad del signo y realizar una catequesis en este sentido, para que se promueva el concepto cristiano de la paz, el cual "llega a su significado más profundo con la oración y el contexto mismo de la Eucaristía".
2. El rito es opcional y puede omitirse en ocasiones en las cuales tal intercambio no se produzca de una manera adecuada.
3. La indicación es fomentar el respeto por el modo correcto de llevar a cabo el saludo, evitando el desplazamiento de los fieles o que el sacerdote abandone el altar y evitando el llamado "canto de la paz" que no hace parte de la liturgia y ha sido añadido de forma espontánea en algunos lugares, incluso en sustitución del Agnus Dei (Cordero de Dios) que sí está prescrito.
4. También se aconsejó no cambiar el sentido del saludo en funerales o matrimonios, ya que no ese es el momento de expresar condolencias a la familia o felicitar a los cónyuges.
5. Finalmente, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos recordó que el rito de la paz es una invitación al testimonio de los creyentes en todas las dimensiones de su vida: "Los católicos enfrentan hoy el grave compromiso de construir un mundo más justo y pacífico", afirmó el documento. Esto "implica un entendimiento más profundo del significado cristiano de la paz y su expresión en la celebración litúrgica".

Carta circular
de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
acerca del significado correcto del rito de la paz   


1. «La paz os dejo, mi paz os doy» [1], son las palabras con las que Jesús promete a sus discípulos reunidos en el cenáculo, antes de afrontar la pasión, el don de la paz, para infundirles la gozosa certeza de su presencia permanente. Después de su resurrección, el Señor lleva a cabo su promesa presentándose en medio de ellos, en el lugar donde se encontraban por temor a los judíos, diciendo: «¡Paz a vosotros!» [2]. La paz, fruto de la Redención que Cristo ha traído al mundo con su muerte y resurrección, es el don que el Resucitado sigue ofreciendo hoy a su Iglesia, reunida para la celebración Eucarística, de modo que pueda testimoniarla en la vida de cada día.

2. En la tradición litúrgica romana el signo de la paz, colocado antes de la Comunión, tiene un significado teológico propio. Éste encuentra su punto de referencia en la contemplación eucarística del misterio pascual -diversamente a como hacen otras familias litúrgicas que se inspiran en el pasaje evangélico de Mateo (cf. Mt 5, 23)- presentándose así como el “beso pascual” de Cristo resucitado presente en el altar [3]. Los ritos que preparan a la comunión constituyen un conjunto bien articulado dentro del cual cada elemento tiene su propio significado y contribuye al sentido del conjunto de la secuencia ritual, que conduce a la participación sacramental en el misterio celebrado. El signo de la paz, por tanto, se encuentra entre el Pater noster -al cual se une mediante el embolismo que prepara al gesto de la paz- y la fracción del pan -durante la cual se implora al Cordero de Dios que nos dé su paz-. Con este gesto, que «significa la paz, la comunión y la caridad» [4], la Iglesia «implora la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana, y los fieles se expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental» [5], es decir, la comunión en el Cuerpo de Cristo Señor.

3. En la Exhortación Apostólica post-sinodal Sacramentum caritatis el Papa Benedicto XVI había confiado a esta Congregación la tarea de considerar la problemática referente al signo de la paz [6], con el fin de salvaguardar el valor sagrado de la celebración eucarística y el sentido del misterio en el momento de la Comunión sacramental: «La Eucaristía es por su naturaleza sacramento de paz. Esta dimensión del Misterio eucarístico se expresa en la celebración litúrgica de manera específica con el rito de la paz. Se trata indudablemente de un signo de gran valor (cf. Jn 14,27). En nuestro tiempo, tan lleno de conflictos, este gesto adquiere, también desde el punto de vista de la sensibilidad común, un relieve especial, ya que la Iglesia siente cada vez más como tarea propia pedir a Dios el don de la paz y la unidad para sí misma y para toda la familia humana. [...] Por ello se comprende la intensidad con que se vive frecuentemente el rito de la paz en la celebración litúrgica. A este propósito, sin embargo, durante el Sínodo de los Obispos se ha visto la conveniencia de moderar este gesto, que puede adquirir expresiones exageradas, provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la Comunión. Sería bueno recordar que el alto valor del gesto no queda mermado por la sobriedad necesaria para mantener un clima adecuado a la celebración, limitando por ejemplo el intercambio de la paz a los más cercanos» [7].

4. El Papa Benedicto XVI, además de destacar el verdadero sentido del rito y del signo de la paz, ponía en evidencia su gran valor como aportación de los cristianos, para colmar, mediante su oración y testimonio, las angustias más profundas e inquietantes de la humanidad contemporánea. Por esta razón, renovaba su invitación a cuidar este rito y a llevar a cabo este signo litúrgico con sentido religioso y sobriedad.

5. El Dicasterio, en base a las disposiciones del Papa Benedicto XVI, se dirigió a las Conferencias de los Obispos en mayo de 2008 pidiendo su parecer sobre si mantener el signo de la paz antes de la Comunión, donde se encuentra ahora, o si cambiarlo a otro momento, con el fin de mejorar la comprensión y el desarrollo de tal gesto. Tras una profunda reflexión, se ha visto conveniente conservar en la liturgia romana el rito de la paz en su puesto tradicional y no introducir cambios estructurales en el Misal Romano. Se ofrecen a continuación algunas disposiciones prácticas para expresar mejor el contenido del signo de la paz y para moderar los excesos, que suscitan confusión en la asamblea litúrgica justo antes de la Comunión.

6. El tema tratado es importante. Si los fieles no comprenden y no demuestran vivir, en sus gestos rituales, el significado correcto del rito de la paz, se debilita el concepto cristiano de la paz y se ve afectada negativamente su misma fructuosa participación en la Eucaristía. Por tanto, junto a las precedentes reflexiones, que pueden constituir el núcleo de una oportuna catequesis al respecto, para la cual se ofrecerán algunas líneas orientativas, se somete a la prudente consideración de las Conferencias de los Obispos algunas sugerencias prácticas:

a) Se aclara definitivamente que el rito de la paz alcanza ya su profundo significado con la oración y el ofrecimiento de la paz en el contexto de la Eucaristía. El darse la paz correctamente entre los participantes en la Misa enriquece su significado y confiere expresividad al rito mismo. Por tanto, es totalmente legítimo afirmar que no es necesario invitar “mecánicamente” a darse la paz. Si se prevé que tal intercambio no se llevará adecuadamente por circunstancias concretas, o se retiene pedagógicamente conveniente no realizarlo en determinadas ocasiones, se puede omitir, e incluso, debe ser omitido. Se recuerda que la rúbrica del Misal dice: “Deinde, pro opportunitate, diaconus, vel sacerdos, subiungit: Offerte vobis pacem” [8].

b) En base a las presentes reflexiones, puede ser aconsejable que, con ocasión de la publicación de la tercera edición típica del Misal Romano en el propio País, o cuando se hagan nuevas ediciones del mismo, las Conferencias consideren si es oportuno cambiar el modo de darse la paz establecido en su momento. Por ejemplo, en aquellos lugares en los que optó por gestos familiares y profanos de saludo, tras la experiencia de estos años, se podrían sustituir por otros gestos más apropiados.

c) De todos modos, será necesario que en el momento de darse la paz se eviten algunos abusos tales como:

- La introducción de un “canto para la paz”, inexistente en el Rito romano [9].
- Los desplazamientos de los fieles para intercambiarse la paz.
- El que el sacerdote abandone el altar para dar la paz a algunos fieles.
- Que en algunas circunstancias, como la solemnidad de Pascua o de Navidad, o durante las celebraciones rituales, como el Bautismo, la Primera Comunión, la Confirmación, el Matrimonio, las sagradas Órdenes, las Profesiones religiosas o las Exequias, el darse la paz sea ocasión para felicitar o expresar condolencias entre los presentes [10].

d) Se invita igualmente a todas las Conferencias de los Obispos a preparar catequesis litúrgicas sobre el significado del rito de la paz en la liturgia romana y sobre se correcto desarrollo en la celebración de la Santa Misa. A éste propósito, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos acompaña la presente carta circular con algunas pistas orientativas.

7. La íntima relación entre lex orandi y lex credendi debe obviamente extenderse a la lex vivendi. Conseguir hoy un compromiso serio de los católicos de cara a la construcción de un mundo más justo y pacífico implica una comprensión más profunda del significado cristiano de la paz y de su expresión en la celebración litúrgica. Se invita, pues, con insistencia a dar pasos eficaces en tal materia ya que de ello depende la calidad de nuestra participación eucarística y el que nos veamos incluidos entre los que meren la gracia prometida en las bienaventuranzas a los trabajan y construyen la paz [11].

8. Al finalizar estas consideraciones, se exhorta a los Obispos y, bajo su guía, a los sacerdotes a considerar y profundizar el significado espiritual del rito de la paz, tanto en la celebración de la Santa Misa como en la propia formación litúrgica y espiritual o en la oportuna catequesis a los fieles. Cristo en nuestra paz [12], la paz divina, anunciada por los profetas y por los ángeles, y que Él ha traído al mundo con su misterio pascual. Esta paz del Señor Resucitado es invocada, anunciada y difundida en la celebración, también a trabes de un gesto humano elevado al ámbito sagrado.

El Santo Padre Francisco, el 7 de junio de 2014, ha aprobado y confirmado cuanto se contiene en esta Carta circular, preparado por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, y ha dispuesto su publicación.

En la sede la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 8 de junio de 2014, en la solemnidad de Pentecostés.

ANTONIO Card. CAÑIZARES LLOVERA
Prefecto

ARTHUR ROCHE
Arzobispo Secretario


sábado, 20 de junio de 2015

María, causa de nuestra alegría

Si queremos vivir alegres, en un ambiente de tristeza, ¿por qué no contamos más con María?

Se ha observado muchas veces dentro de nuestro entorno religioso que las almas amantes de la Virgen María gozan y esparcen una alegría especial. Es un hecho comprobado y que nadie puede negar. La Virgen arrastra a multitudes hacia sus santuarios. Ante su imagen se congregan las gentes con flores, con velas, y rezan y cantan con fervor y entusiasmo inigualable. Y sobre ese ambiente flota un aire de paz y de alegría que no se da en otras partes. ¿Por qué será?... Una respuesta nos sale espontánea de los labios, y no nos equivocamos: ¡Pues, porque están con la Madre!...

Si esta es la razón más poderosa. Entonces, si queremos vivir alegres, y ser además apóstoles de la alegría para desterrar de las almas la tristeza, ¿por qué no contamos más con María?...

Partamos de la realidad familiar. Se trata de un hogar bien constituido. La madre ha sido siempre el corazón de ese hogar y los hijos se han visto siempre también amparados por el calor del corazón más bello que existe. ¿Puede haber allí tristeza?...
Aún podemos avanzar un poco más en nuestra pregunta, y plantear la cuestión de otra manera diferente.

Se trata de un hijo que viene con un fracaso espantoso, del orden que sea. No sabe dónde refugiarse. Pero llega a la casa y se encuentra con la madre que le está esperando. ¿Cabrá allí la desesperación? ¿Dejarán de secarse las lágrimas de los ojos? ¿Volverán los labios a sonreír?...

Todas estas cuestiones están de más. Sabemos de sobra que el amor de una madre no falla nunca. Y al no fallar su amor, al lado de ella la tristeza se hace un imposible.
Esto que nos pasa a todos en el seno del hogar cuando contamos con la bendición de una madre, es también la realidad que se vive en la Iglesia. Dios ha querido que en su Iglesia no falte la madre, para que en esa casa y en ese hogar del cristiano, como es la Iglesia, no sea posible la tristeza, pues se contará en ella con el ser querido que es siempre causa de alegría.

Por eso Cristo, moribundo en la Cruz, declaró la maternidad espiritual de María, nos la dio por Madre, y nosotros la aclamamos gozosos: ¡Madre de la Iglesia!.
Por eso el pueblo cristiano, con ese instinto tan certero que tiene --como que está guiado por el Espíritu Santo-- llama a María Causa de nuestra alegría.

Unos jóvenes ingeniosos, humoristas y cristianos fervientes, hicieron suyo un eslogan publicitario, que aplicaron a María y lo cantaban con ardor:
- Y sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día.
Habían cambiado el nombre de una pasta dentífrica por el nombre más hermoso, el de la Virgen. ¡Bien por la imaginación de nuestros simpáticos muchachos!...

Esos jóvenes cantaban de este modo su ideal y pregonaban por doquier, de todos modos y a cuantos quisieran oírles, su amor a la más bella de las mujeres.

Amar a la Virgen es tener el alma llena de juventud, de ilusiones, de alegría. Un amar que lleva a esparcir siempre en derredor ese optimismo que necesita el mundo.

Amar y hacer amar a la Virgen alegra forzosamente la vida. La mujer es el símbolo más significativo del amor, el ser más querido del amor, el difusor más potente del amor.

Y mujer como María no hay, la mujer más bella salida de la mano de Dios.
María, al dar amor, llenará de alegría, de canciones y de flores el mundo; porque, donde existe el amor, no mueren ni menguan nunca la felicidad, la belleza, el cantar...

Alegría y cantar de los que el mundo moderno está tan necesitado.
Alegría la más sana. Cantar el más puro a la más pura de las mujeres.
Con María, las caras aparecen radiantes, con la sonrisa siempre a flor de labios, como un rayo primaveral.
Ser apóstol de María es ser apóstol de la felicidad.

Llevemos María al que sufre soledad, y le haremos sonreír.
Llevemos María al tímido, y lo convertiremos en decidido y emprendedor.
Llevemos María al triste, y el que padece comenzará a disfrutar.
Llevemos María al anciano, y lo veremos volver a los años felices de la juventud.
Llevemos María al pecador, y veremos cómo el culpable vuelve muy pronto a su Dios.
Llevemos María a nuestro propio hogar, y veremos lo que será nuestra familia con dos madres juntas, que no son rivales celosas, sino dos amigas inseparables.
Llevemos María a nuestros amigos, ¡y sabremos lo que es amarnos con una mujer como Ella en medio del grupo!...

Hemos dicho antes que la piedad cristiana, siempre conducida por el Espíritu Santo, llama a la Virgen: Causa de nuestra alegría.
No puede ser de otra manera. Porque María nos trae y nos da siempre a Jesús, el que es el gozo del Padre, el pasmo de los Angeles, la dicha colmada de los Santos.

Como los jóvenes aquellos, junto con la plegaria, tenemos siempre en los labios el nombre de María, y sabemos decirnos:
- Sonría, sonría, con la protección de la Virgen cada día....


Por: Pedro García, misionero claretiano

viernes, 19 de junio de 2015

El Corazón de Cristo, centro de mi vida

Necesitamos un Corazón al que recurrir ante las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana. 


Intervención que pronunció Benedicto XVI el domingo 1 de junio de 2008 al rezar el Ángelus 

...Este mes está tradicionalmente dedicado al Corazón de Cristo, símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la "buena noticia" del amor, resumiendo en sí el misterio de la encarnación y de la Redención.

Y el viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tercera y última de las fiestas que han seguido al Tiempo Pascual, tras la Santísima Trinidad y el Corpus Christi. Esta sucesión hace pensar en un movimiento hacia el centro: un movimiento del espíritu guiado por el mismo Dios.

Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el Misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno. En mi primera encíclica sobre el tema del amor, el punto de partida ha sido precisamente la mirada dirigida al costado traspasado de Cristo, del que habla Juan en su Evangelio (Cf. 19,37; Deus caritas est,12). Y este centro de la fe es también la fuente de la esperanza en la que hemos sido salvados, esperanza que ha sido el tema de mi segunda encíclica.

Toda persona necesita un "centro" para su propia vida, un manantial de verdad y de bondad al que recurrir ante la sucesión de las diferentes situaciones y en el cansancio de la vida cotidiana.

Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo.

Os invito, por tanto, a cada uno de vosotros a renovar en el mes de junio su propia devoción al Corazón de Cristo, valorando también la tradicional oración de ofrecimiento del día y teniendo presentes las intenciones de toda la Iglesia.

Junto al Sagrado Corazón de Jesús, la liturgia nos invita a venerar el Corazón Inmaculado de María. Encomendémonos siempre a ella con gran confianza...
Por: SS Benedicto XVI 

jueves, 18 de junio de 2015

La oración más difícil, la que más nos cuesta...

Dejar nuestras cosas a un lado, dejarlas por un momento y ponernos solo ante tu presencia, Señor.

A veces, Señor, cuando estoy ante ti, recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando consuelo para mis penas y problemas...

¿Qué le falta a mi oración?

Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo, esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.

Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño. Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu Padre, Señor.

Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y te llevas nuestras peticiones al Padre.

Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto que no nos deja dormir...

Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando, Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.

Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras preocupaciones.

Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.


Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 17 de junio de 2015

El Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento


Reflexiones dolor y la muerte

Demos cabida a Dios en nuestra vida para que él nos consuele, nos ayude, nos de paciencia. 


Contemplamos a Cristo siempre en acción, haciendo el bien, de ciudad en ciudad. Un día se dirige a una ciudad llamada Naín, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. De repente en la puerta de la ciudad se cruza con un cortejo fúnebre. Se llevaba a enterrar a un muerto, hijo único de una madre viuda, tal vez muy conocida en la ciudad, porque la acompañaba mucha gente. Jesús, al ver aquella escena, se conmueve y dijo a la madre: "No llores". Luego se dirigió al féretro, lo tocó, y dijo: "Joven, a ti te digo: Levántate". El milagro fue espectacular: el joven se incorporó y se puso a hablar. Y Jesús, dice curiosamente el Evangelio, "Se lo dio a su madre". Aquel milagro provocó un gran temor y admiración y frases como "Dios ha visitado a su pueblo" empezaron a ir de boca en boca. Aquel hecho traspasó los límites del pueblo y se extendió por toda la comarca.

En la vida de la mujer, madre, esposa, soltera, viuda, joven o mayor siempre se termina dando una realidad estremecedora que es la aparición del dolor y del sufrimiento. Es una forma de participación en la cruz de Cristo. El dolor por los hijos en sus múltiples formas, el abandono de un marido, la ansiedad por un futuro no resuelto, el rechazo a la propia realidad, en anhelo de tantas cosas bellas no conseguidas, las expectativas no realizadas, la soledad que machaca a corazones generosos en afectos, la impotencia ante el mal constituyen formas innumerables de sufrimiento. Y ante el sufrimiento y el dolor siempre se experimenta la impotencia y la incapacidad. Nunca se está tan solo como ante el dolor.

El mal, el sufrimiento, el dolor han entrado al mundo por el pecado. Dios no ha querido el mal ni quiere el mal para nadie. Es una triste consecuencia, entre otras muchas, de ese pecado que desbarató el plan original de Dios sobre el hombre y la humanidad. Por ello, no echemos la culpa a Dios del sufrimiento, sino combatamos el mal que hay en el ser humano y que es la raíz de tanto dolor en el mundo. Demos cabida a Dios en nuestra vida para que él nos consuele, nos ayude, nos de paciencia. Saquemos del dolor y del sufrimiento la lección que Cristo nos ha dado en la cruz: el dolor es fuente de salvación y de mérito.

No tratemos de racionalizar el sufrimiento y el dolor. Es ya parte de una realidad que es nuestra condición humana. La razón se estrella contra el dolor. Por ello, hay que buscar otros caminos. En lugar de tratar de explicarlo, démosle sentido; en lugar de querer comprenderlo, hágamoslo meritorio; en lugar de exigirle a Dios respuestas, aceptémoslo con humildad. No llena el corazón el conocer por qué una madre ha perdido un hijo o una esposa ha sido abandonada por su marido o una mujer no encuentra quien la quiera. El dolor no se soluciona conociendo las respuestas. El dolor se asume dándole sentido. Eso es lo que el Señor nos enseña desde la Cruz.

Abramos también el corazón a la pedagogía del dolor y del sufrimiento. El dolor es liberador: enseña el desprendimiento de las cosas, educa en el deseo del cielo, proclama la cercanía de Dios, demuestra el sentido de la vida humana, proclama la caducidad de nuestras ilusiones. Además el dolor es universal: sea el físico o el moral, se hace presente en la vida de todos los seres humanos: niños y jóvenes, adultos o ancianos. Nadie se libra de su presencia. No nos engañemos ante las apariencias, si bien hay sufrimientos más desgarradores y visibles que otros. Y el dolor es salvador: el sufrimiento vivido con amor salva, acerca a Dios, hace comprender que sólo en Dios se pude encontrar consuelo.

Jesús es Perfecto Dios y Hombre Perfecto. Por eso, ante aquella visión de una mujer viuda que acompaña al cementerio a su joven hijo muerto, "tuvo compasión de ella ", como dice el Evangelio. Dios sabe en la Humanidad de Cristo lo que es sufrir. Y, por ello, cualquier sufrimiento, el sufrimiento más grande y pequeño de uno de sus hijos, le duele a Él. Dios no es insensible ante el sufrimiento humano. No es aquél que se carcajea desde las alturas cuando ve a sus hijos retorcerse de dolor y de angustia.

"Sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda". En pocas frases no se puede concentrar tanto dolor y sufrimiento: -muerto, hijo único-, -madre viuda-. Parece que el mal se ha cebado en aquella familia. Una mujer que fue esposa y ahora es viuda, y una mujer que fue madre y ahora se encuentra sola. ¿Qué más podría haber pasado en aquella mujer? ¿Iba a llenar aquel vacío la presencia de aquella multitud que la acompañaba al cementerio? Después, al volver a casa, se encontraría la soledad y esa soledad la carcomería día tras día. No hay consuelo para tanto dolor.

"Al verla, el Señor tuvo compasión de ella"El Corazón de Dios se estremece ante el sufrimiento, ese sufrimiento que él no ha querido y que ha tenido que terminar aceptando, fruto del pecado querido por el hombre. Y esta historia se repite: en cualquier lugar en donde alguien sufre, allí está Dios doliéndose, consolando, animando. No podemos menos que sentirnos vistos por Dios y amados tiernamente cuando nuestro corazón rezuma cualquier tipo de dolor. Por medio de la humanidad de Cristo, el Corazón de Dios se ha metido en el corazón humano. Nada nuestro le es ajeno. Enseguida por el Corazón de Cristo pasó todo el dolor de aquella madre, lo hizo suyo e hizo lo que pudo para evitarlo.

"Joven, a ti te digo: Levántate". Dios siempre consuela y llena el corazón de paz a pesar del sufrimiento y del dolor. No siempre hace este tipo de milagros que es erradicar el hecho que lo produce. ¿Dónde están, sin embargo, los verdaderos milagros? ¿En quién se cura de una enfermedad o en quien la vive con alegría y paciencia? ¿En quien sale de un problema económico o en quien a través de dicho problema entiende mejor el sentido de la vida? ¿En quien nunca es calumniado o en quien sale robustecido en su humildad? ¿En quien nunca llora o en quien ha convertido sus lágrimas en fuente de fecundidad? Es difícil entender a Dios, ya lo hemos dicho muchas veces. Si recibimos los bienes de las manos de Dios, ¿por qué no recibimos también los males?

Tarde o temprano el sufrimiento llamará a nuestra puerta. Para algunos el dolor y el sufrimiento serán acogidos como algo irremediable, ante lo cual sólo quedará la resignación, y ni siquiera cristiana. Para nosotros, el sufrimiento y el dolor tienen que ser presencia de Cristo Crucificado. Si en mi cruz no está Cristo, todo será inútil y tal vez termine en la desesperación. El sufrimiento para el cristiano tiene que ser escuela, fuente de méritos y camino de salvación.

El sufrimiento en nuestra vida se tiene que convertir en una escuela de vida. Si me asomo al sufrimiento con ojos de fe y humildad empezaré a entender que el sufrimiento me enseña muchas cosas: me enseña a vivir desapegado de las cosas materiales, me enseña a valorar más la otra vida, me enseña a cogerme de Dios que es lo único que no falla, me enseña a aceptar una realidad normal y natural de mi existencia terrestre, me enseña a pensar más en el cielo, me enseña lo caduco de todas las cosas. El sufrimiento es una escuela de vida verdadera. Y va en contra de todas esas propuestas de una vida fácil, cómoda, placentera que la sociedad hoy nos propone.

El sufrimiento se convierte para el cristiano en fuente de méritos. Cada sufrimiento vivido con paciencia, con fe, con amor se transforma en un caudal de bienes espirituales para el alma. El ser humano se acerca a Dios y a las promesas divinas a través de los méritos por sus obras. El sufrimiento y el dolor, vividos con Cristo y por Cristo, adquieren casi un valor infinito. Si Dios llama a tu puerta con el dolor, ve en él una oportunidad de grandes méritos, permitida por un Padre que te ama y que te quiere.

El sufrimiento es camino de salvación. La cruz de Cristo es el árbol de nuestra salvación. El dolor con Cristo tiene ante el Padre un valor casi infinito que nos sirve para purificar nuestra vida en esa gran deuda que tenemos con Dios como consecuencia de las penas debidas por nuestros pecados. Pero además desde el dolor podemos cooperar con Cristo a salvar al mundo, ofreciendo siempre nuestros sufrimientos, nuestras penas, nuestras angustias, nuestras tristezas por la salvación de este mundo o por la salvación de alguna persona en particular. Cuando sufrimos con fe y humildad estamos colaborando a mejorar este mundo y esta sociedad.

Ante la Cruz de Cristo, en la que sufre y se entrega el Hijo de Dios, no hay mejor actitud que la contemplación y el silencio. Ante esa realidad se intuyen muchas cosas que uno tal vez no sepa explicar. Para nosotros la Cruz de Cristo es el lenguaje más fuerte del amor de Dios a cada uno de nosotros.

Para Dios nuestro sufrimiento, sobre todo la muerte, debería ser el gesto más hermoso de nuestra entrega a él, a su Voluntad. Dios quiera que nunca el sufrimiento y el dolor nos descorazonen, nos aparten de él, susciten en nosotros rebeldía, nos hundan en la tristeza, nos hagan odiar la vida. Al revés, que el sufrimiento y el dolor sirvan para hacer más luminoso nuestro corazón y para ayudarnos a comprender más a todos aquellos que sufren.


Por: P Juan J. Ferrán 

martes, 16 de junio de 2015

Si no amas a Cristo es que no lo conoces

El amor a Dios es una gracia y esta gracia me interesa para hoy y para mañana, y para todos los días de mi vida. 

Cristo es siempre fiel a Dios y al hombre. ¡Qué fácil hubiera sido para Él suavizar su mensaje! En vez de decir “Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,54), pudo haber dicho: “Cada vez que veáis pan y vino, recordaréis que yo deseo que vayáis al Cielo”. Pudo haber rebajado su mensaje, al estilo protestante, y lo hubieran aceptado y no lo hubieran abandonado. Pero Cristo tenía la conciencia de que tenía que ser el tipo de Mesías que le pedía ser su Padre. El Catecismo da testimonio de esto en el n.540:

La tentación de Jesús (en el desierto) manifiesta la manera en que tiene que ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y la que los hombres le quieren atribuir.

Cristo es un verdadero profeta, fiel a la Palabra de Dios y fiel al hombre. ¡Hay tantos falsos profetas en el mundo! Traicionan la Palabra de Dios y también al hombre pues el hombre tiene el derecho de conocer la verdad y especialmente la verdad religiosa.

Podemos decir, sin querer exagerar, que el evangelio que no duele no es evangelio. Un evangelio que permite al hombre deshacerse de su mujer cuando encuentra a una más bonita y más joven, un evangelio que deja a la pareja regular los nacimientos usando los métodos que quieren, un evangelio que deja a los novios tener relaciones prematrimoniales “porque lo hacen con amor”, un evangelio que dice que se puede ser buen católico sin ir a la Iglesia... no es el verdadero evangelio.

Cristo predicó la verdad porque era una consecuencia de su amor a Dios y al hombre.

Yo quisiera que meditaran con el Evangelio en la mano la fidelidad de Jesucristo a la misión que el Padre le encomendara y que la tomaran como punto de referencia de la suya e intentaran calcarla. Él, Jesucristo, es fiel porque en su corazón lleva y le consume un grande amor a su Padre, al Reino, a las almas. Su fidelidad es así un resultado que tiene su causa en este amor. Imposible ser fieles si no se ama.

Jesucristo respeta la libertad de cada hombre
Cuando Cristo predicó sobre la Eucaristía muchos discípulos le abandonaron: “Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él”.

Dirigiéndose a sus Apóstoles dijo: “Uno de vosotros me entregará" (Jn 6,70). A continuación dice el Evangelista: “Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce” (Jn 6,71).

Si bien es un gran misterio la traición de Judas, también lo es el hecho de que Cristo le dejó seguir adelante, respetando su libertad. Dios es sumamente respetuoso con el hombre. No quiere forzarnos a amarle: no quiere la sumisión de un esclavo sino la entrega amorosa de un hijo. Nuestra opción por Cristo es definitiva, pero siempre existe la posibilidad, mientras vivimos en este “valle de lágrimas”, de traicionarlo. Por eso, debemos pedir todos los días la gracia de la perseverancia final en nuestro amor por Dios.

El amor a Dios es una gracia y esta gracia me interesa, me interesa hoy y para mañana, y me interesa para todos los días de mi vida. Nada quiero ni nada me consuela, nada tengo y nada apetezco, la única ilusión clavada inalterable es mi Cristo y mi Señor, y si yo pierdo esto, lo único que tengo...

3. La fe es una opción por Cristo

Dijo San Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68). Aquí la fe aparece en toda su austeridad, en toda su desnudez. Significa optar por Cristo con todos sus consecuencias. En Él hemos visto brillar todas las virtudes: la obediencia, la caridad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia...

Quisiera contagiarles de esta misma pasión (de amor a Cristo), quisiera que la fuerza de su amor a Cristo fuera mucho más fuerte, más arrolladora, más impetuosa que su egoísmo y sensualidad. El amor es una fuerza unitiva; es el poder que abre nuestro corazón para que Dios penetre y se posesione de él.

4. Debemos fortalecer nuestra opción por Cristo

La fuerza que más divide a los hombres es el odio y la que más los une es el amor. De allí una conclusión lógica: si queremos reforzar nuestra opción por Cristo, debemos amarlo más.

En una reunión de chicos y chicas, preguntaron a un chico: “¿Tú amas a esta chica?” Él respondió:

“¿A cuál?” Es evidente que no podemos amar lo que no conocemos. Es lo que pasa también en nuestra religión católica: titubeamos en nuestra opción por Cristo porque no lo amamos suficientemente, y no lo amamos porque no lo conocemos todo lo que podríamos.

Cada vez me convenzo más de que si no se le ama (a Cristo), es porque no se le conoce. A cada paso mi corazón se desgarra de dolor y el alma se queda fría al ver la iniquidad y el pecado en que están metidos todos los mortales. También los cristianos, o por lo menos, muchos de ellos. ¡Jesucristo no es conocido! Su doctrina en muchos casos es letra muerta.



lunes, 15 de junio de 2015

Callar, eso si que es difícil

Callar es sacrificio, es amor. No figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora. 

¿Cuántas veces tenemos ganas de decir, de criticar, de negar, de oponernos, de resistirnos, de imponer nuestro particular punto de vista? Es como un fuego interior, irresistible, el que nos grita. ¡No puedes dejar las cosas así! ¡Es que te están tomando de tonto! En muchas ocasiones, estos impulsos están motivados por el amor propio, mejor dicho, el egoísmo que nos invita a no quedar jamás sin poner la última palabra o dejar en claro que no estamos de acuerdo.

Callar, eso si que es difícil. Callar cuando creemos comprender lo que ocurre, más difícil todavía. ¿Y en que medida conocemos realmente la motivación de aquellos a quienes queremos criticar, o aconsejar, o corregir? ¿En qué medida podemos juzgar a los demás? Las más de las veces tomamos posiciones que, con los años, juzgamos como equivocadas. ¡Que equivocado estaba entonces!, solemos exclamar. ¡Si hubiera sido capaz de guardar silencio!

Me refiero hoy a esa enorme llave del amor, que es el silencio, la humildad de callar y privarnos de pasar a la primera fila, de tomar el micrófono y decir todo lo que pensamos. El poder simplemente observar a los demás, escucharlos, e intervenir sólo cuando tenemos algo positivo para dar, seguros de no estar simplemente tratando de decir algo, de tener nuestro “papel protagónico” bien cubierto.

Callar es sacrificio, es amor. No hacer, privarnos de figurar, son gestos muy interiores, que sólo Dios ve y valora. ¿Quién más puede ver lo que está pasando en nuestro interior, si a nadie lo contamos? Ese silencio es una gigantesca muestra de fe, es entregar a Dios ese sacrificio, sabiendo que El lo ve y lo valora. Dios toma esas muestras de amor y las pone en su alhajero, a buen recaudo de los ojos de los hombres. ¿Que hombre, acaso, es testigo de esos actos de heroísmo interior? Nadie, sólo Dios los ve.

A veces pensamos que nuestro servicio a Dios incluye lo que los demás piensan de nosotros, el juicio que tienen de nuestros actos. No es así. Dios ve nuestro corazón y busca aquello que es sincero, profundo y puro. Si la gente, con juicios del todo humanos, ve en nosotros algo que no somos en realidad, no debemos preocuparnos por la opinión de Dios. El ve las cosas como realmente son, ya que las más de las veces es la hipocresía lo que impulsa los actos de las personas. El Señor, el Justo de los Justos, puro Amor y Misericordia, ve el mundo de modo muy distinto. El quiere que le demos sacrificios interiores, que vayan purificando nuestra alma de las necesidades de figuración y protagonismo, que llenan nuestro corazón de vanidad y egoísmo.

El verdadero heroísmo es el de aquellos que pueden callar, esperar, y privarse de las necesidades propias, en beneficio de los demás. Es una gran muestra de amor, que florece también en nuestra relación con quienes nos rodean. ¿Acaso nosotros mismos no nos sentimos incómodos con aquellos que opinan sobre todo, y nos critican, aconsejan, corrigen y enseñan sobre todo en todo momento?

Sin embargo, no siempre nos irá bien practicando el silencio y la humildad. Algunas veces podremos ser incomprendidos, o malentendidos. Pero es Dios el que conoce la motivación que anida en nuestro corazón en esos momentos. Y El se hará cargo de nuestras necesidades, como siempre, en el instante oportuno.

Señor, hazme manso, prudente y humilde. Dame la fortaleza para callar, esperar y confiar en Ti. Enséñame a hacer pequeños sacrificios interiores que agraden a Tu Corazón Amante, necesitado de pequeños gestos que te recuerden la humildad y el silencio de Tu Madre, en la pequeña casita de Nazaret. Ella, la más perfecta Criatura surgida del Amor de Tu Padre, guardó silencio desde el día en que el Ángel le anunció Tu venida, hasta aquella tarde en que te vio morir en la Cruz. Tú también guardaste silencio ese día. Ahora, Señor, enséñanos a callar, a esperar, a amar.

Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.or

domingo, 14 de junio de 2015

¿Cuánto cuesta un milagro?

Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado.

Teresa, la niñita de esta historia real, aquel día fue a su habitación, puso en un bolsillo de su jeans las monedas que había estado ahorrando de su merienda, y con paso resuelto se encaminó a la farmacia de la esquina.

Con total aplomo, esperó a que el farmacéutico le prestara atención, pero nada. Finalmente, con una moneda tocó repetidas veces en el mostrador.

-¿Qué es lo que quieres?--le dijo el hombre--¿No ves que estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago, y hace años no lo veo?

-Pues de mi hermano quiero hablarle. Él está muy enfermo y quiero comprar un milagro.

-¿Qué dices?

-Su nombre es Andrés. Algo muy malo le ha estado creciendo en su cabeza. Mi Papi dice que sólo un milagro puede salvarlo Dígame, ¿cuánto cuesta un milagro?

Con voz algo más suave, el farmacéutico le dijo que no tenía milagros a la venta, y que no podía ayudarla.

En eso intervino el hermano recién llegado al pueblo, un hombre muy bien vestido.

-¿Qué clase de milagro necesita tu hermano?

--No sé—replicó Tere medio asustada.--Sólo sé que está muy enfermo y Mami dice que necesita una operación y Papi dice que no pueden pagarla, que se necesita un milagro.

-¿Cuánto tienes?

-Cuarenta y un pesos.

-¡Qué coincidencia! ¡Exactamente lo que cuesta un milagro para hermanitos! Llévame a tu casa.

Aquel hombre era el Dr. Carlton Armstrong, cirujano especializado en neurocirugía, quien cubrió todos los gastos de la operación, salvando así la vida del niño.

La madre no se cansaba de repetir que habían presenciado un milagro real, sin saber cuánto pudo haber costado.

Jesús ha insistido una y otra vez que hay que ser como niños para llegar al Reino de los Cielos. Y lo que Jesús nos dice es que debemos actuar como niños, con la misma ingenuidad, con la misma seguridad, con la misma espontaneidad con que los niños confían plenamente en Dios.

Y a nosotros los grandes, ¡que trabajo nos da ponernos en sus manos!

El Padre Fernando Pascual comenta que tal parece tememos los proyectos de Dios para con nuestras vidas, y preferimos seguir nuestros propios gustos, decidir nuestros pasos, tenerlo todo bajo el control de nuestros deseos.

Y no acabamos de entender en esos momentos de dificultades que Dios tiene un camino distinto para nosotros, quizás difícil, quizás incomprensible, quizás lleno de espinas.

“Señor, ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del camino del que ama, una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor que tu Hijo trajo al mundo.

Quisiera hoy, en estas horas de mí caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; y trabajar para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar hacia la esperanza y descubrir tu Amor eterno.”

Tere sí sabía cuánto costaba un milagro… cuarenta y un pesos, más la fe de una chiquilla.


Por: Juan Rafael Pacheco

sábado, 13 de junio de 2015

Te basta mi gracia

María sigue siendo tan buena madre como siempre: por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo y sin haberlo agradecido 


Nos hablaron de María en el sermón de la Iglesia: Bajaste los ojos tristes. ¡Qué Madre tan grande, tan maravillosa; Madre Purísima, Santísima, tan desperdiciada!

No has sabido ser buen hijo; ¡qué lejos de serlo! Has vivido a tu cuenta y riesgo la dureza de la orfandad; pero Ella sigue siendo tan buena madre como siempre: por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo, incluso, y sin haberlo agradecido.

Si antes no supiste o no quisiste hacerte digno de María Santísima, ahora, ¿cuál va a ser tu comportamiento con Ella? De ahora en adelante..., siempre dices así cuando terminas unos ejercicios, y ahora también lo dices; pero ser santo requiere agallas más duras que las de quien dice: "Ahora sí". Renovarse, nunca jamás, a pesar de las caídas, las crisis, las sequedades, tan duras, eso es querer la santidad.

Estás asustado de cómo te doblan, como a junco ribereño, los vientos débiles del norte; necesitas templarte y endurecerte a todos los vientos y tempestades; tienes que pasar la prueba del persistir como si tal cosa: la prueba del hastío, del no siento, del no tengo ganas, la dura prueba de la tentación insistente, que se enrosca en la sicología como pitón. Tres veces rogaste al Señor que se apartara de ti; más de tres y cuatro veces has rogado que el estigma de Satanás te sea retirado, pero el estigma sigue metido en la carne.

A Pablo le dijeron: "Te basta mi gracia, porque en la debilidad se perfecciona la virtud". Y a ti te dicen lo mismo.
 Por: P Mariano de Blas LC

viernes, 12 de junio de 2015

Ternura del Sagrado Corazón con los hombres

Jesús que mira a todos los hombres como hermanos suyos amándolos con la mayor ternura. 

I. Jesús es nuestro amigo

Del amor a Dios procede necesariamente el amor a los hombres que son hijos suyos. Jesús tiene para nosotros Corazón de amigo; así quiere Él mismo llamarse, y con razón, pues tiene de amigo el afecto, la fidelidad y el incesante desvelo. ¡Oh, palabra dulce! ¡Oh título amable! ¿Qué cosa hay incomparable con este amigo fiel? ni ¿qué es todo el oro y plata su comparación? (Eccl. 6).

Discípulo afortunado que reclinásteis vuestra cabeza sobre el Corazón de Jesús, y fuísteis objeto de su predilección, decidnos si el divino Salvador sabe amar a sus amigos, y si Él mismo es aquel amigo fiel que da la vida y la inmortalidad, sirviendo al mismo tiempo de defensa y baluarte a sus amigos (Ibid). Jesús es en efecto al amigo verdadero que no nos abandona en la desgracia ni aún en la muerte; que mira por nuestros intereses y nos ama con un amor puro y desinteresado. ¡Oh! ¡cuán mal he correspondido yo hasta aquí a su amistad divina! Dios mío, ¡cuán sensible es mi corazón para con las criaturas y cuán duro para Vos! ¡Ah! ¡Si al menos no hubiese yo jamás abandonado a este amigo!... ¡Si no le hubiese hecho traición!... ¡Oh Jesús mío! perdonad mi infidelidad.


II. Es nuestro hermano

El Corazón de Jesús es el Corazón de un hermano. Al título de amigo junta el Salvador otro todavía más tierno; el título de hermano. ¿Qué cosa hay más dulce que el amor fraternal? ¿Que cosa más íntima que los lazos que unen entre sí a los hermanos? "Id a mis hermanos, dijo Jesús a la Magdalena, y decidles de mi parte: suba a mi Padre y vuestro Padre" (Jo.20). Por otra parte este título no es en los labios de Jesús un nombre vano; puesto que en esta cualidad quiere que participemos de sus bienes haciéndonos coherederos de Él. Cohœeredes Christi (Rom. 8).

Pero lo que más hace resaltar la fuerza de este amor, es nuestra indignidad e ingratitud; por cuanto nosotros le hemos tenido en poco, le hemos rechazado, ultrajado y hasta entregado a la muerte, y a pesar de esto Él nos ha amado buscándonos para rescatarnos del infierno, y de infelices desterrados que éramos nos ha hecho hijos de Dios, abriéndonos las puertas del cielo.

Ahora bien: ¿Queréis dar al Salvador una prueba de agradecimiento al favor insigne que os dispensa recibiéndoos por hermanos? Amad a vuestro prójimo, y socorred a Jesucristo en sus pobres, seguros de que mirará como hecho a su persona lo que hicieseis con el más pequeño de los suyos. ¡Qué felices sois pudiendo de este modo pagar a Jesucristo lo mucho que le debéis!


III. Es nuestro Padre

El Corazón de Jesús es para nosotros un Corazón de Padre. Los vínculos que unen al Padre con los hijos son más íntimos aún que los que unen entre sí a los hermanos. Pues bien: Jesucristo ha querido tomar el nombre de Padre de sus escogidos, y amarles con una ternura paternal. "Heme constituido Padre de Israel, reconociendo a Efraín como a mi primogénito. Yo trataré con respeto a Efraín" (Jer. 31). Este Padre amantísimo a derramado su sangre para darnos la vida, y aún ahora nos alimenta con su preciosa carne, de manera que le pertenecemos con más justo título que los hijos pertenecen a su madre natural. "Heme aquí, dice el Salvador, y conmigo los hijos que Dios me ha dado" (Heb. 2) ¿Qué deben a su padre los hijos más queridos? ¿Qué debo yo a Jesucristo? ¿Qué me toca hacer por Él?


IV. Es nuestro esposo

El Corazón de Jesús es para nosotros Corazón de esposo. Sobre la unión de los hermanos entre sí, y la de un padre con sus hijos, hay otra todavía de mayor excelencia y que identifica más: esta unión es la de los esposos. ¿Quién es capaz de comprender, y menos aún de explicar lo que encierra la mística alianza de la criatura con el Creador? ¿Quién habría podido persuadirse jamás que el Hijo de Dios llegara a tal exceso de amor para con el hombre caído, ni de que nuestro corazón, desfigurado por la culpa, lleno de imperfecciones, despreciable en sus afectos y desarreglado en sus deseos, había de celebrar una unión tan estrecha con su Dios? Y sin embargo, es así. "Habéis herido mi Corazón, hermana mía, Esposa mía, dice el alma fiel. Vulnerasti cor meum, soror mea, sponsa" (Can. 4).

Yo me regocijaré con sumo gozo en el Señor, dice el profeta, y el alma mía se llenará de placer en mi Dios; porque me ha cubierto con el manto de la justicia, como a esposo ceñido de corona, y como esposa ataviada con sus joyas (Is. 61). En esta unión que se celebra entre el Corazón de Jesús y el corazón del hombre, la caridad sirve de lazo. Mi amado para mí: yo para Él. Dilectus meus mihi, et ego ili (Cant. 2). Mas ¡oh Dios! ¡quién podrá aspirar a una amistad tan íntima? La justicia, la pureza y la humildad nos disponen a ella. Dios nos las concede por su bondad, y sólo con una constante fidelidad se conserva.

Escucha, alma mía, lo que te dice el Señor: Te desposaré conmigo para siempre mediante la justicia, la misericordia y la fidelidad, y conocerás que Yo soy el Señor (Os. 2).


Por: Pbro. Patricio Romero | Fuente: Archicofradía Guardia de Honor S. C. de Jesús