"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 4 de agosto de 2013

El amor es una larga paciencia

El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea 


Cuando yo era chico, el hombre y la mujer que deseaban entablar una relación medianamente duradera, tenían a su alcance tres instituciones: el noviazgo, el matrimonio y el concubinato. Eso era todo lo que el mercado amoroso le ofrecía.

Con el paso del tiempo aparecieron otras opciones: el matrimonio a prueba, el vivir en pareja con variadas formas de convivencia, compartiendo la cama además de la heladera y el techo, o solo compartiendo la cama y viviendo cada uno donde le plazca, con etapas agregadas a su relación, como sea compartir juntos vacaciones, viajes o temporadas de la clase que ustedes quieran, o ellos quieran. Hay una gran variedad de situaciones. Los de la vieja usanza no sabemos ya que nombre darle.

Los crecidos a la vieja usanza, ya hemos tenído que aprender a no horrorizamos de nada o de casi nada. Antes pasábamos por el altar y después a ponchazos iniciábamos el trámite para la venida del hijo. Ahora, cada día es más frecuente, la llegada al altar con el hijo elaborado, con el hijo ya en camino. Dicen por ahí que hay que alegrarse de las cosas que terminan bien. Alegrémonos que el altar sigue siendo un inicio de una vida nueva, de una nueva vida sino para dos, si para tres.

Los tiempos del amor vienen barajándose distinto, tengamos esperanza de que sea solamente eso, un barajar distinto los tiempos del amor.

Yo no sé si todo el mundo, los de la vieja o nueva usanza, se dan cuenta que en el día del casamiento junto con los variados regalos, también se recibe un regalo especial: una persona.
Esa persona es el otro y esa persona trae consigo un montón de cosas. Todo lo que lleva el otro es también un regalo para mí.

En esa nueva vida en común deberé aprender a convivir con dos dificultades que todos llevamos a cuestas y por lo tanto lo llevamos también como regalo de boda. Uno es el orgullo y el otro es el egoísmo. Cada uno deberá aprender a convivir con el orgullo y el egoísmo del otro, si quiero llegar lejos en la vida matrimonial. Deberé aprender a convivir.

Y en ese nuevo aprender debo estar atento a toda una nueva manera de convivir:

Cuidar mis pensamientos porque se volverán palabras.
Cuidar mis palabras por que se volverán actos.
Cuidar mis actos porque se volverán costumbres.
Cuidar mis costumbres porque se volverán carácter.
Cuidar mi carácter porque influirá en el destino de dos. Y este destino será modelo de vida para los hijos.

Un ciego le preguntó a San Antonio: ¿Qué puede ser peor que perder la vista? Él le respondió: Que pierdas tu visión de las cosas.

La felicidad es un hábito o el resultado de varios hábitos (Aristóteles)

La clave para ser feliz mora en el interior de cada uno (Jesús)

Para ser feliz hay que dejar de culpar a los demás y buscar la causa en nuestra propia mente, en nuestra manera de ver y vivir las cosas.

La felicidad está en la degustación de los valores espirituales.

La felicidad es un asunto del espíritu y si no te gusta lo que recibes de regreso, ¡revisa muy bien lo que estás dando!

La felicidad no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las que uno tiene. (Josh Billings)

El amor es una larga paciencia. El verdadero amor está hecho de una vida de paciencia. Todo hombre y toda mujer viven mendigando el amor toda su vida y tenemos que tener la paciencia de darlo y de recibirlo.

El amor comienza con un sentimiento y sigue con un sentimiento, pero además es una tarea: una tarea en la cual la paciencia ocupa un lugar predominante. ¿Cómo se ama de verdad? Se ama de verdad cuando se ama sin esperar nada a cambio. Nada reporta tanta felicidad como hacer feliz al otro sin que siquiera se entere. (Fernando Albercoa). Frecuentemente uno escucha a personas que han roto su matrimonio y confiesan que si hubieran tenido la mitad de la paciencia que tienen en su segunda unión, el primer matrimonio no se hubiera roto. 

No se tiene noción del gran daño que se provoca cuando un matrimonio se rompe. Daño mucho mayor cuando hay hijos pequeños. No solamente se daña el yo personal y el de los hijos, sino la comunidad toda sale dañada. Con mi actitud soy como un cáncer que corrompe las actitudes de otros.

En algunos estados de EE.UU. los jueces antes de otorgar el divorcio, llaman a los hijos, si los hay, para saber que dicen y si son de corta edad, solamente otorga la separación pero no el divorcio. Los hijos pueden entender que sus padres no se llevan bien y tengan que estar separados, pero siempre mantienen la esperanza de que un día volverán a convivir como padre y madre. Cuando hay un divorcio y hay nueva unión, con hijos de la nueva pareja, esta esperanza se pierde totalmente, causándoles un daño irreparable. De vivir un dolor con esperanza, pasan a vivir un dolor sin esperanza. Son los hijos de la desesperanza.

Nunca se tiene conciencia de la dimensión del daño que se hace cuando esa pequeña comunidad de a dos se rompe, se astilla y frecuentemente ocurre por una falta de paciencia. Hagamos el esfuerzo y pongamos voluntad para que no nos ocurra esto a nosotros.

Lo que la gente necesita es esperanza: saber que los matrimonios pueden perdurar, no porque los esposos fueron muy inteligentes en su inicio, sino porque pueden ser suficientemente amables y flexibles durante muchos y largos años

Si lo hacemos, nos estaremos no solo ganando el cielo, sino que contribuiremos a la felicidad de otros, empezando por nuestros hijos, si los hay. En definitiva, ¿para qué vive uno? Si no es para ir al paraíso.


Autor: Salvador Casadevall.

Eucaristía: el Misterio de Fe

Porque la Eucaristía requiere y presupone la fe.

Se nos dice que es Cristo quien celebra la Eucaristía, y vemos a un hombre subir las gradas del altar, y oímos una voz humana, y vemos un rostro humano y unas facciones humanas. ¡Qué fe!

Se nos dice que asistimos al Calvario, al Viernes Santo, y vemos unas paredes frías, unos bancos o sillas. ¡Qué fe!

Se nos dice que Dios nos habla en las lecturas, y escuchamos una voz humana, a veces femenina, a veces masculina. ¡Qué fe!

Se nos dice que todos los ángeles asisten absortos y comparten nuestra misa, alrededor del altar, y nosotros sólo vemos unas velas, un mantel y unos monaguillos, y gente de carne y hueso. ¿Dónde se han escondido los ángeles? ¡Qué fe!

Se nos dice que Dios está real y sacramentalmente ahí presente, bajo las especies del pan y vino, y nuestros ojos no ven nada, sólo oímos una voz humana, a veces entrecortada por sollozos o por algún ruido de niños. ¡Qué fe!

Se nos dice que, después de la consagración, ese trozo de pan que vemos es el Cuerpo de Cristo, y nos sabe a pan, y sólo a pan, y vemos pan, sólo pan. Y sin embargo, ¡es verdaderamente el cuerpo de Cristo! ¡Qué fe!

Se nos dice que somos una comunidad de hermanos, y vemos a veces a gente extraña, que ni siquiera conocemos y con la que no siempre estamos en plena comunión. ¡Qué fe!

Se nos dice que la Misa termina en misión, y resulta que yo termino igual, vuelvo a casa a hacer lo mismo de siempre, a la rutina de siempre, a las penas de siempre, a los sufrimientos de siempre.


Sí, la eucaristía es un misterio de fe. Y sólo quien tiene fe, podrá entrar en esa tercera dimensión que se requiere para vivirla y disfrutarla.

¿Cómo preparó Cristo a sus discípulos para la eucaristía, misterio de fe?

Primero en Cafarnaúm les hizo la promesa. Después en Jerusalén, en el Cenáculo, la institución. Allí hizo realidad la gran promesa.

Lo veían día a día entregado a los demás. Se hacía pan tierno para los niños, consuelo para los tristes, consejo para los suyos, médico para los enfermos. Jesús vivía a diario las exigencias de la eucaristía. Donación y banquete que alimenta, sacrificio que se ofrece, presencia que consuela.

La Eucaristía no son ideas bonitas, no son discursos demostrativos. Es un Pan que se ofrece, una Sangre que se derrama y limpia, una Presencia que conforta y consuela. Y esto fue Cristo durante su vida aquí, en la tierra, y hoy, en la eucaristía, en cada Sagrario. Y, mañana, en el cielo.

Llegó el día de la gran promesa que narra San Juan en el capítulo 6 de su evangelio: Yo soy el Pan vivo; quien me come, vivirá. El pan que les daré es mi carne, para la vida del mundo. Sonaba duro: comer su carne, beber su sangre, no estaban acostumbrados a ese lenguaje.

¿Cuál fue la repuesta de los oyentes?

La incredulidad. Muchos le abandonaron, les parecía un escándalo, les parecía una irracionalidad, les parecía un canibalismo. ¡Esto es insoportable! Este rechazo fue ciertamente una profunda desilusión para Jesús.

Miró a sus Apóstoles, esperando encontrar en ellos la fe, la adhesión, el afecto: ¿También vosotros queréis marcharos?. Jesús estaba dispuesto a dejarlos irse si no creían en la eucaristía, que acababa de anunciarles. Es que no es posible seguir a Cristo sin creer en la eucaristía.

Afortunadamente, la confesión de Pedro, en nombre de todos, permitió a los apóstoles continuar en el seguimiento del Maestro. Jesús siempre exigió la fe en la eucaristía. Sólo con la fe y desde la fe, comulgando obtendremos los frutos que Él nos quiere dar. Si no, sólo recibimos un trozo de pan, pero sin ningún fruto.

La Eucaristía requiere un impulso de fe siempre renovado. Hay que dar un gran salto, de lo visible a lo invisible. Esto se da en cada Sacramento. Ese salto es la fe.

Jesús pidió fe a sus primeros seguidores. ¿Acaso queréis iros? Renovemos nuestra fe cada vez que vivamos la eucaristía. Señor, creemos, pero aumenta nuestra credulidad. Creemos, pero queremos crecer en nuestra fe.

Autor: P. Antonio Rivero LC.

Cuando miras a María

Podemos estar absolutamente seguros de que estamos mirando a Dios, al Niño Dios que está con Ella, siempre. 


Imágenes de María en todas sus advocaciones, vestida de acuerdo al lugar y las costumbres del pueblo que rodeó cada una de sus manifestaciones, y con rasgos en su rostro que reflejan también quienes son los corazones que Ella quiere enamorar en cada caso. ¡María se adapta, como una Madre que busca de todas las formas posibles el educar y formar a sus hijos!. 

¡Las imágenes de María!. Mirar a la Madre de Dios en los altares, esplendorosa y llena del amor que se derrama sobre nosotros, es mirar mucho más allá de la pequeña Mujer de Galilea que dos mil años atrás dio un humilde y escondido sí a un celestial visitante. Muchas veces nos ocurre a los enamorados de la Santa Madre de Dios que se nos pregunta u objeta tanto amor por la Virgen, como un posible olvido o error respecto del Dios Verdadero. ¿Y que decimos nosotros?.

Miren a la Virgen: ¿qué ven?. Se pueden observar muchos signos, porque Ella también manifiesta sus mensajes a través de la simbología de los pequeños detalles que rodean sus imágenes. Sin embargo, un dato en particular debe capturar nuestra atención: si observan bien, verán que la Virgen siempre tiene al Niño Jesús consigo. En muchas advocaciones el Niño está en sus brazos, mientras en otras se encuentra en su vientre: la cinta que María tiene sobre su vestido indica que está "encinta", que tiene a su Niño consigo, para traerlo a este mundo,

De tal modo, cuando miramos a María podemos estar absolutamente seguros de que estamos mirando a Dios, al Niño Dios que está con Ella, siempre. Es que la misión de la Virgen es una y clara: ¡traernos a Jesús!. No se puede separar a ésta pequeña Mujer de Galilea de lo que es el motivo de su existencia: traernos al Niño Dios a nuestro mundo primero, y a nuestros corazones ahora, en nuestro tiempo. Y Jesús está muy contento de que sea Su Madre la que nos viene a buscar, a rescatarnos. El se siente feliz de estar en los brazos de Mamá o en su Seno Virginal cuando la envía a socorrernos. 

Jesucristo, el único Salvador, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, ha elegido a la Criatura más perfecta para que sea Su Cuna, Su Tabernáculo, Su Cáliz. Las imágenes de la Virgen, de este modo, reflejan la unión indisoluble entre Dios y Criatura, entre Madre e Hijo, entre naturaleza Divina y humana, entre el Cielo y la tierra. No podemos mirar a la Virgen sin estar mirando a Dios al mismo tiempo, porque Ella es el Envase perfecto en el que Dios eligió venir a nosotros, Ella es la portadora de la Buena Nueva. María, la Esclava de Dios, es la primera en invitarnos a hacernos pequeños, hasta desaparecer, para que Cristo resplandezca a través nuestro. Ella nos enseña a negar nuestro ego, a negarnos a nosotros mismos, porque sólo El es, sólo Cristo es. 

Cuando miras a la Madre, entonces, ves en realidad al Hijo. Porque el Hijo hizo a la Madre, para que la carne de la Madre forme la Carne del Hijo. Y si miras al Hijo, sin dudas también verás a la Madre, porque en Ella se resumen las virtudes que Dios, su Hijo, quiso infundirle a la Criatura más perfecta de la Creación, Su Madre. 

¿Comprendes nuestro amor por la Madre, entonces, como un reflejo de nuestro amor por el Hijo, verdadero motivo de nuestra existencia y Dueño de nuestros corazones?.


Autor: Oscar Schmidt.

sábado, 3 de agosto de 2013

"Aquí estoy Señor para hacer tu voluntad"

Esa voluntad donde para cumplirla y acatarla hay que poner el corazón adolorido en sus manos y poco a poco el dolor se va suavizando.


AQUÍ ESTOY, SEÑOR, PARA HACER TU VOLUNTAD
DEL SALMO 39

Esperé en el Señor con gran confianza. 
Él se inclinó hacia mí y escuchó mis plegarias.
El me puso en la boca un canto, un himno a nuestro Dios. 
Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Hoy la mañana tiene un olor nuevo, está fresca y el cielo es de un azul purísimo. El aire es más tibio, los pájaros pían gozosos durante el verano y mi alma se me queda en suspenso al llegar hasta tí, Señor, para este nuevo encuentro, porque hay algo que me turba...hay un gran contraste en el nuevo despertar de este hermoso día con el velo de tristeza que cubre mi corazón.

Me parecía que los nublados, los días con lluvia y sin sol estaban más acordes con mi pena... y ahora que todo tiene más luz, más alegría, me cuesta más ofrecerte mi corazón adolorido y decirte: - Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad... 

Porque hacer tu voluntad implica hacer y ser como tu quieres y permanecer en Ti pase lo que pase... y así decimos en la oración del Padrenuestro y así se lo dijiste Tu a tu amado Padre en el Huerto de los Olivos, que se haga Tu voluntad y no la mía.

Muchas veces en el silencio de la Capilla quise atravesar la puerta del Sagrario con mis ojos llenos de lágrimas y poder ver tu rostro amoroso y rogarte en una súplica desesperada :-¡Jesús, ten piedad, Señor ten piedad!.

Tú me mirabas y sentías pena por mí... lo se Jesús, porque te dolía mi dolor porque me veías con la esperanza puesta en Ti... ¡en quién sino, Señor!, pero... sabías que las cosas no iban a se así.... y no fueron. 

Fueron como Tu sabías desde siempre, que iban a ser... Tu que nunca te equivocas, nosotros si, Tu que siempre hiciste la voluntad del Padre sabías, que la voluntad del Padre, en sus designios misteriosos, eran... y aquí estoy hoy Señor, de rodillas, para decirte: Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad , esa voluntad tuya que a veces nos cuesta tanto entender y hacer. 

Esa voluntad donde para cumplirla y acatarla hay que poner el corazón adolorido en sus manos y poco a poco el dolor se va suavizando, se va aquietando, va llegando el bálsamo de la paz,... ya en los ojos solo queda el temblor de las lágrimas que han cesado de correr y los labios repiten una y otra vez: Aquí estoy , Señor, para hacer tu voluntad, y se muy bien cual fue tu voluntad y solo quiero pedirte fuerza y ánimo para seguir alabándote, y amándote por siempre. Amén.


Autor: María Esther de Ariño.

viernes, 2 de agosto de 2013

LO ÚLTIMO DE MIS AMIGOS

ELLOS SON, LOS PLAY BOYS


2 DE AGOSTO DE 2013

Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza

Mientras haya una Hostia que brille en la custodia, la esperanza sigue viva, todavía Dios mira a esta tierra. 


Hoy se está perdiendo mucho la esperanza, esa virtud que nos da alegría, optimismo, ánimo, que nos hace tender la vista hacia el cielo, donde se realizarán todas las promesas. La esperanza es la virtud del caminante.

¡La esperanza!

La esperanza causa en nosotros el deseo del cielo y de la posesión de Dios. Pero el deseo comunica al alma el ansia, el impulso, el ardor necesario para aspirar a ese bien deseado y sostiene las energías hasta que alcanzamos lo que deseamos.

Además acrecienta nuestras fuerzas con la consideración del premio que excederá con mucho a nuestros trabajos. Si las gentes trabajan con tanto ardor para conseguir riquezas que mueren y perecen; si los atletas se obligan voluntariamente a practicar ejercicios tan trabajosos de entrenamiento, si hacen desesperados esfuerzos para alcanzar una medalla o corona corruptible, ¿cuánto más no deberíamos trabajar y sufrir nosotros por algo inmortal?

La esperanza nos da el ánimo y la constancia que aseguran el triunfo. Así como no hay cosa que más desaliente que el luchar sin esperanza de conseguir la victoria, tampoco hay cosa que multiplique las fuerzas tanto como la seguridad del triunfo. Esta certeza nos da la esperanza.

Esta esperanza es atacada por dos enemigos:

·  Presunción: consiste en esperar de Dios el cielo y todas las gracias necesarias para llegar a Él sin poner de nuestra parte los medios que nos ha mandado. Se dice "Dios es demasiado bueno para condenarme" y descuidamos el cumplimiento de los Mandamientos. Olvidamos que además de bueno, es serio, justo y santo. Presumimos también de nuestras propias fuerzas, por soberbia, y nos ponemos en medio de los peligros y ocasiones de pecado. Sí, el Señor nos promete la victoria, pero con la condición de que hemos de velar y orar y poner todos los medios de nuestra parte.
·  Desaliento y desesperación: Harto tentados y a veces vencidos en la lucha, o atormentados por los escrúpulos, algunos se desaniman, y piensan que jamás podrán enmendarse y comienzan a desesperar de su salvación. "Yo ya no puedo". 

La esperanza es una de las características de la Iglesia, como pueblo de Dios que camina hacia la Jerusalén celestial. Todo el Antiguo Testamento está centrado en la espera del Mesías. Vivían en continua espera. ¡Cuántas frases podríamos entresacar de la Biblia! "Dichoso el que confía en el Señor, y cuya esperanza es el Señor...Dios mío confío en Ti...No dejes confundida mi esperanza...Tú eres mi esperanza, Tú eres mi refugio, en tu Palabra espero...No quedará frustrada la esperanza del necesitado...Mi alma espera en el Señor, como el centinela la aurora".

También el Nuevo Testamento es un mensaje de esperanza. Cristo mismo es nuestra esperanza. Él es la garantía plena para alcanzar los bienes prometidos. La promesa que Él nos hizo fue ésta "quien me coma vivirá para siempre, tendrá la Vida Eterna".

¿Cómo unir esperanza y Eucaristía?

La eucaristía es un adelanto de esos bienes del cielo, que poseeremos después de esta vida, pues la Eucaristía es el Pan bajado del cielo. No esperó a nuestra ansia, Él bajó. No esperó a nuestro deseo, Él bajó a satisfacerlo ya. Es verdad que en el cielo quedaremos saciados completamente.

La Eucaristía se nos da para fortalecer nuestra esperanza, para despertar nuestro recuerdo, para acompañar nuestra soledad, para socorrer nuestras necesidades y como testimonio de nuestra salvación y de las promesas contenidas en el Nuevo Testamento.

Mientras haya una Iglesia abierta con el Santísimo, hay ilusión, amistad. Mientras haya un sacerdote que celebre misa, la esperanza sigue viva. Mientras haya una Hostia que brille en la custodia, todavía Dios mira a esta tierra. 

Dijimos que los dos grandes errores contra la esperanza son la presunción y la desesperación. A estos dos errores responde también la eucaristía.

¿Qué tiene que decir la eucaristía a la presunción? 

"Sin mi pan, no podrás caminar, sin mi fuerza no podrás hacer el bien, sin mi sostén caerás en los lazos de engaños del enemigo. Tú decías que podías todo. ¿Seguro? ¿Cómo podrías hacer el bien sin Mí, que soy el Bien supremo? Y a Mí se me recibe en la eucaristía. ¿Cómo podrías adquirir las virtudes tú solo, sin Mí, que doy el empuje a la santidad? Quien come mi carne irá raudo y veloz por el camino de la santidad".

¿Y qué tiene que decir la eucaristía a la desesperación? 

"¿Por qué desesperas, si estoy a tu lado como Amigo, Compañero? ¿Por qué desesperas si Yo estaré contigo hasta el fin de los tiempos? ¿Por qué desesperas a causa de tus males y desgracias, si yo te daré la fuerza?".

El cardenal Nguyen van Thuan, obispo que pasó trece años en las cárceles del Vietnam, nueve de ellos en régimen de aislamiento, nos cuenta su experiencia de la eucaristía en la cárcel. De ella sacaba la fuerza de su esperanza. 

Estas son sus palabras: "He pasado nueve años aislado. Durante ese tiempo celebro la misa todos los días hacia las tres de la tarde, la hora en que Jesús estaba agonizando en el cruz. Estoy solo, puedo cantar mi misa como quiera, en latín, francés, vietnamita...Llevo siempre conmigo la bolsita que contiene el Santísimo Sacramento: "Tú en mí, y yo en Ti". Han sido las misas más bellas de mi vida. Por la noche, entre las nueve y las diez, realizo una hora de adoración...a pesar del ruido del altavoz que dura desde las cinco de la mañana hasta las once y media de la noche. Siento una singular paz de espíritu y de corazón, el gozo y la serenidad de la compañía de Jesús, de María y de José". 

Y le eleva esta oración hermosa a Dios: "Amadísimo Jesús, esta noche, en el fondo de mi celda, sin luz, sin ventana, calentísima, pienso con intensa nostalgia en mi vida pastoral. Ocho años de obispo, en esa residencia a sólo dos kilómetros de mi celda de prisión, en la misma calle, en la misma playa...Oigo las olas del Pacífico, las campanas de la catedral. Antes celebraba con patena y cáliz dorados; ahora tu sangre está en la palma de mi mano. Antes recorría el mundo dando conferencias y reuniones; ahora estoy recluido en una celda estrecha, sin ventana. Antes iba a visitarte al Sagrario; ahora te llevo conmigo, día y noche, en mi bolsillo. Antes celebraba la misa ante miles de fieles; ahora, en la oscuridad de la noche, dando la comunión por debajo de los mosquiteros. Antes predicaba ejercicios espirituales a sacerdotes, a religiosos, a laicos...; ahora un sacerdote, también él prisionero, me predica los Ejercicios de san Ignacio a través de las grietas de la madera. Antes daba la bendición solemne con el Santísimo en la catedral; ahora hago la adoración eucarística cada noche a las nueve, en silencio, cantando en voz baja el Tantum Ergo, la Salve Regina, y concluyendo con esta breve oración: "Señor, ahora soy feliz de aceptar todo de tus manos: todas las tristezas, los sufrimientos, las angustias, hasta mi misma muerte. Amén" .

Sí, la Eucaristía es prenda y fuente de esperanza.


Autor: P. Antonio Rivero LC.

jueves, 1 de agosto de 2013

Si no amas a Cristo es que no lo conoces

El amor a Dios es una gracia y esta gracia me interesa para hoy y para mañana, y para todos los días de mi vida.
1. Cristo sabía que predicando la verdad muchos iban a abandonarlo

Cristo es siempre fiel a Dios y al hombre. ¡Qué fácil hubiera sido para Él suavizar su mensaje! En vez de decir "Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,54), pudo haber dicho: "Cada vez que veáis pan y vino, recordaréis que yo deseo que vayáis al Cielo". Pudo haber rebajado su mensaje, al estilo protestante, y lo hubieran aceptado y no lo hubieran abandonado. Pero Cristo tenía la conciencia de que tenía que ser el tipo de Mesías que le pedía ser su Padre. El Catecismo da testimonio de esto en el n.540:

La tentación de Jesús (en el desierto) manifiesta la manera en que tiene que ser Mesías el Hijo de Dios, en oposición a la que le propone Satanás y la que los hombres le quieren atribuir.

Cristo es un verdadero profeta, fiel a la Palabra de Dios y fiel al hombre. ¡Hay tantos falsos profetas en el mundo! Traicionan la Palabra de Dios y también al hombre pues el hombre tiene el derecho de conocer la verdad y especialmente la verdad religiosa.

Podemos decir, sin querer exagerar, que el evangelio que no duele no es evangelio. Un evangelio que permite al hombre deshacerse de su mujer cuando encuentra a una más bonita y más joven, un evangelio que deja a la pareja regular los nacimientos usando los métodos que quieren, un evangelio que deja a los novios tener relaciones prematrimoniales "porque lo hacen con amor", un evangelio que dice que se puede ser buen católico sin ir a la Iglesia... no es el verdadero evangelio.

Cristo predicó la verdad porque era una consecuencia de su amor a Dios y al hombre.

Yo quisiera que meditaran con el Evangelio en la mano la fidelidad de Jesucristo a la misión que el Padre le encomendara y que la tomaran como punto de referencia de la suya e intentaran calcarla. Él, Jesucristo, es fiel porque en su corazón lleva y le consume un grande amor a su Padre, al Reino, a las almas. Su fidelidad es así un resultado que tiene su causa en este amor. Imposible ser fieles si no se ama. 

2. Jesucristo respeta la libertad de cada hombre

Cuando Cristo predicó sobre la Eucaristía muchos discípulos le abandonaron: "Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él".

Dirigiéndose a sus Apóstoles dijo: "Uno de vosotros me entregará" (Jn 6,70). A continuación dice el Evangelista: "Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, porque éste le iba a entregar, uno de los Doce" (Jn 6,71).

Si bien es un gran misterio la traición de Judas, también lo es el hecho de que Cristo le dejó seguir adelante, respetando su libertad. Dios es sumamente respetuoso con el hombre. No quiere forzarnos a amarle: no quiere la sumisión de un esclavo sino la entrega amorosa de un hijo. Nuestra opción por Cristo es definitiva, pero siempre existe la posibilidad, mientras vivimos en este "valle de lágrimas", de traicionarlo. Por eso, debemos pedir todos los días la gracia de la perseverancia final en nuestro amor por Dios.

El amor a Dios es una gracia y esta gracia me interesa, me interesa hoy y para mañana, y me interesa para todos los días de mi vida. Nada quiero ni nada me consuela, nada tengo y nada apetezco, la única ilusión clavada inalterable es mi Cristo y mi Señor, y si yo pierdo esto, lo único que tengo... 

3. La fe es una opción por Cristo

Dijo San Pedro: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68). Aquí la fe aparece en toda su austeridad, en toda su desnudez. Significa optar por Cristo con todos sus consecuencias. En Él hemos visto brillar todas las virtudes: la obediencia, la caridad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia...

Quisiera contagiarles de esta misma pasión (de amor a Cristo), quisiera que la fuerza de su amor a Cristo fuera mucho más fuerte, más arrolladora, más impetuosa que su egoísmo y sensualidad. El amor es una fuerza unitiva; es el poder que abre nuestro corazón para que Dios penetre y se posesione de él. 

4. Debemos fortalecer nuestra opción por Cristo

La fuerza que más divide a los hombres es el odio y la que más los une es el amor. De allí una conclusión lógica: si queremos reforzar nuestra opción por Cristo, debemos amarlo más.

En una reunión de chicos y chicas, preguntaron a un chico: "¿Tú amas a esta chica?" Él respondió: 

"¿A cuál?" Es evidente que no podemos amar lo que no conocemos. Es lo que pasa también en nuestra religión católica: titubeamos en nuestra opción por Cristo porque no lo amamos suficientemente, y no lo amamos porque no lo conocemos todo lo que podríamos.

Cada vez me convenzo más de que si no se le ama (a Cristo), es porque no se le conoce. A cada paso mi corazón se desgarra de dolor y el alma se queda fría al ver la iniquidad y el pecado en que están metidos todos los mortales. También los cristianos, o por lo menos, muchos de ellos. ¡Jesucristo no es conocido! Su doctrina en muchos casos es letra muerta.


miércoles, 31 de julio de 2013

JESÚS ES CALLEJERO

Autor: Pablo Cabellos Llorente

            Escribo recién concluida la JMJ de Río de Janeiro. Antes vi un vídeo de casi cincuenta minutos hecho para esta ocasión, porque lleva el título en portugués aunque se puede escuchar en castellano: Quem é o Papa Francisco. Se encuentra en YouTube. Recoge distintos aspectos de la vida del Obispo de Roma, muchos retazos de homilías. En una de ellas, he encontrado una especie de clave de muchas de las cosas que va haciendo: "Jesús es callejero", dice.

        En esa forma tan sencilla de expresarse está explicando ese aspecto misional, apostólico, de la Iglesia que es parte integrante importantísima de su tarea: "Id por todo el mundo y predicad a todas las gentes", dice el encargo final de Jesús. Se ve que al Papa le preocupa la posibilidad de una Iglesia replegada sobre sí misma y nos quiere en la calle. ¿Quién no recuerda su invitación a salir a las periferias? O su empuje para que nos movamos aun a riesgo de equivocarnos. O el olor a oveja requerido a los pastores. ¿Cómo olvidar su natural parada de el lugar de hospedaje antes del cónclave, con el fin de pagar? Eso se le ocurre al que está en la calle.

        Pero antes de continuar, demos un rápido visionado al callejeo de Cristo. Lo podemos ver en una boda popular donde, a instancias de su Madre, convertirá el agua en vino. En otros momentos, por los caminos polvorientos de su tierra, predica la buena noticia a multitudes o a sus apóstoles; ante el asombro de todos, perdona los pecados al paralítico que curó inmediatamente después; se para fatigado en el pozo de Jacob y no se permite el descanso porque llega la mujer samaritana a la que había de convertir; en el monte, lanza esa especie de discurso programático e incomprensible de las Bienaventuranzas, incomprensible con la lógica humana, como incomprensible será la promesa de la Eucaristía  hecha en la sinagoga de Cafarnaúm,  tan poco inteligible y tan clara -promete su cuerpo y sangre como comida y bebida- que muchos se marchan.

       Cristo callejea apretujado por las gentes, predica en el Mar de Galilea, habla con los gentiles, con los escribas y fariseos, se compadece especialmente de los necesitados en el alma o en el cuerpo: dos veces repite que tiene compasión de la muchedumbre, en una de ellas porque andan como ovejas sin pastor, mientras que en la otra es porque tienen hambre de pan. Jesús callejea por Naín para devolver vivo el hijo único muerto de una pobre viuda. Y cura ciegos, cojos, leprosos. Y cita entre los grandes milagros que los pobres son evangelizados. Callejea camino de la Cruz.

        Jesús quiere en la calle a la inmensa mayoría de los cristianos, incluso a los que se recluyen en un convento, porque su oración es una fuerte inyección para la sociedad. Desde la calle, el Papa habla de inclusión en lugar de exclusión, de cultura del encuentro en vez de su contrario, de ternura que no considera a nadie un desecho: "No se dejen robar la esperanza", decía a quienes tratan de salir de la drogodependencia. El Papa no quiere cristianos buenecitos, pero escondidos por vergüenza o comodidad.

        "Quiero lío en las diócesis, quiero que se salgan fuera... Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos". Lo pedía a un numeroso grupo de argentinos. No se puede decir más claro. Me recuerda gozosamente al fundador del Opus Dei que repitió en multitud de ocasiones esta idea, puesto que llamaba a las gentes a santificar el mundo: "En medio del trabajo, sí; en plena casa, o en mitad de la calle, con todos los problemas que cada día surgen, unos más importantes que otros. Allí, no fuera de allí, pero con el corazón en Dios".

        Ha insistido Francisco: “Poné a Cristo” en tu vida. En estos días, Él te espera: Escúchalo con atención y su presencia entusiasmará tu corazón. “Poné a Cristo”: Él te acoge en el Sacramento del perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No le tengas miedo a pedirle perdón, porque Él en su tanto amor nunca se cansa de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! “Poné a Cristo”.  "Queridos jóvenes, por favor, no balconeen la vida, métanse en ella, Jesús no se quedó en el balcón, se metió, no balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús".


        El final ha sido idéntico: Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes. Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, les acompañe siempre con su ternura: “Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos”. Callejeando con Cristo.

CRISTO FASCINA

Autor: Pablo Cabellos Llorente

            Es habitual, incluso entre creyentes, que pregunten dónde está Dios, al que no pueden ver en el dolor de los niños, en la miseria de los más desheredados, en las catástrofes que asolan de vez en cuando el planeta y sus gentes. ¿Dónde estaba Dios cuando descarriló el tren de Compostela? Y el interrogante no es baladí. Esos sucesos están ahí desde que el mundo es mundo. Hay muchas respuestas y todas incompletas porque el ser y el obrar de Dios no pueden caber en nuestra inteligencia, aunque algo pueda atisbar. Precisamente por eso, la fe es claridad, da luz adonde la razón humana no alcanza. Y proporciona sentido al dolor, a la miseria y a la catástrofe.

        Al aparecer la primera encíclica del Papa Francisco, los sedicentes teólogos de siempre se han marchado a la periferia,  no a la deseada por Francisco, sino a los bordes del tema, huyendo de la esencia. Precisamente el documento afirma que la teología no consiste sólo en el esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como sucede con las ciencias experimentales, porque Dios se reduciría a un objeto. La fe recta ha de abrirse a la luz  originaria de Dios, en lugar de volvernos en acusación contra Él, sin descartar que la razón busque entender siempre más.

        La fe es un don de Dios procedente de oír y ver al Señor. La síntesis entre los dos verbos la "hace posible la persona concreta de Jesús que se puede ver y oír". En Él, dirá san Pablo, habita la plenitud de la divinidad corporalmente. Es Cristo quien nos da razón del llanto de los niños, de las deficiencias de esta tierra, de la indigencia de los pobres, de la soledad de los ancianos... ¿Cómo podemos no entender los sufrimientos de este mundo cuando Dios se ha hecho hombre para asumirlos crucificado? ¿Cómo uno que se dice teólogo no capta la grandeza de un Dios hecho pecado por todos los errores de los hombres que, en demasiadas ocasiones, son causa de tanto dolor? ¿Acaso el pecado no es la mayor oposición a ese Dios infinitamente bueno? Seguro que durante la tragedia de Santiago, Dios estaba en la Cruz ofreciéndose por los muertos y dolientes.

         Nos puede suceder lo que describe Camino: "Ese Cristo, que tú ves, no es Jesús. —Será, en todo caso, la triste imagen que pueden formar tus ojos turbios... —Purifícate. Clarifica tu mirada con la humildad y la penitencia. Luego... no te faltarán las limpias luces del Amor. Y tendrás una visión perfecta. Tu imagen será realmente la suya: ¡El!". La encíclica del Papa Francisco trata de ayudarnos a ver a Jesús, como lo desearon aquellos que lo pidieron al apóstol Felipe.


       Con la mirada limpia, contemplaremos a Jesús hambriento y sediento, a Cristo cansado, al Dios-hombre que se apiada de lisiados, leprosos, ciegos y sordos, al que mirando trasluce amor, al que llora por el amigo muerto o se conmueve por el dolor de la viuda que camina tras el féretro del hijo, al que da comida al famélico. Y también a Jesús que fustiga la hipocresía, alaba la fe del centurión, enseña esa locura de las bienaventuranzas,  vapulea el adulterio, perdona al arrepentido y predica el amor. Un Cristo fascinante, vivo, al que se ve y se oye. No un mero objeto de  estudio.

Dios y los males de cada día

Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades...


Dios es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo creemos los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso un pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno y omnipotente si en el mundo encontramos tantos males?

Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en no pocos corazones.

Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la justicia.

Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que ha destrozado sus vidas y las de sus hijos.

Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos, que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: "Yahveh, escucha mi oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día de mi angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto, respóndeme!" (Sal 102,2-3).

La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya fue formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo, su pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego en la tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt 12,28).

Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la victoria del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo contener a Cristo, porque el Amor es omnipotente.

Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica "Lumen fidei"), el creyente sabe que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona los pecados, y que abre horizontes de esperanza y paz para los corazones.

Autor: P. Fernando Pascual LC.