"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 16 de mayo de 2017

La paz del corazón



Cristiano de hoy
Meditación para alcanzar la felicidad

Un hombre célebre pudo decir que la mayoría de las personas son tan felices como deciden serlo. ¿Es esto verdad?

Se seguiría de esto que únicamente no es feliz aquel que no quiere serlo.

Los demás, todos somos felices en la medida que nos viene bien.

Entonces, si somos felices, ¿por qué lo somos? ¿Lo somos porque tenemos todo lo que queremos? No; sino porque tenemos dentro la paz.

Quien tiene la paz del corazón es feliz. Quien no tiene la paz del alma, aunque posea el mundo entero, no es feliz.

Hay muchas cosas que no nos han llegado nunca a nuestras manos, por más ilusiones que hayamos puesto en ellas. Quienes nunca han visto realizados sus sueños, es natural que no se sientan felices.

Si hemos logrado tener muchas cosas y hemos visto realizados muchos sueños, pero se ha perdido lamentablemente, ¿somos o no somos felices? Todo dependerá de que nuestro corazón esté en paz o no lo esté. Con la paz del alma, no nos hacen falta. Sin esa paz, todas seguirán siendo una tortura.

Un escritor célebre nos narra la historia de aquella pareja. Los dos esposos eran campesinos acomodados, y trabajando cada vez más fuerte y con ingenio consiguieron una fortuna inmensa. Desgraciadamente, un día la perdieron del todo, y, para sobrevivir, tuvieron que entregarse los dos al servicio doméstico.
- ¡A barrer el piso y lavar los platos!... ¡A tener a punto los carruajes y a cuidar el césped!...
Esto era muy fuerte para ellos, pero así es la vida y así la tuvieron que aceptar. Por su nombre intachable, y por el aprecio de que todavía gozaban en sociedad, un día fueron invitados a un banquete. Uno de los invitados, haciéndose eco de la reprimida curiosidad de los demás, se decide a preguntar al esposo:
- Diga, ¿cómo se sienten en esta situación tan penosa?
El interrogado responde:
- Cedo la palabra a mi esposa. Ella responderá mejor por sí misma y por mí.
La esposa entonces, muy serena:
- Voy a decir la verdad. Durante muchos años nadábamos en comodidades y todo el mundo nos envidiaba. Nos hemos matado por alcanzar la felicidad y no la conseguimos mientras éramos ricos, porque todo eran preocupaciones. Pero ahora que no nos ha quedado nada, y debemos buscar nuestro pan en casa de otros, ahora hemos hallado la dicha y la paz.
Los comensales no están conformes con estas palabras, y algunos hasta esbozan una sonrisa. Entonces interviene el marido, muy serio:
- No se rían. Ella les ha dicho la verdad. Antes fuimos unos locos. La paz la tenemos ahora, no antes. Se lo aseguramos para su bien.

Podríamos hacer aquí ahora todos alarde de erudición citando casos y casos de hombres y mujeres célebres que hacen confesiones desgarradoras. El mundo entero los tenía por la gente más dichosa, y fueron sin embargo los seres más infortunados.

Un filósofo impío, de fama en todo el mundo y mientras llevaba una vida muy cómoda, que confiesa:
- Se pasan momentos bien tristes cuando se nada en la duda.
Y su amigo el rey, tan impío como el filósofo, que confesaba al ver a los católicos salir de la Misa dominical:
- ¡Estos sí que son felices! ¡Estos creen!

Son dos confesiones muy sinceras, hechas mal de su grado, pero que hubieron de rendirlas a la verdad.

La paz está en el alma creyente y en el corazón que ama y espera. Y esta fe, este amor y esta esperanza solamente las da Dios.

Comprobamos por la experiencia de cada día que todos los caminos que alejan de Dios son caminos equivocados. Y entonces vale lo del poeta:
- Camino que no es camino - de más está que se emprenda, - porque más nos descarría - cuanto más lejos nos lleva.

Una vez más, que vamos a parar a la afirmación de siempre: la dicha verdadera sólo está en Dios y en Jesucristo, que nos dio su paz:
- Mi paz os dejo, mi paz os doy. Yo no la doy como el mundo. Mi paz es diferente.

La paz del corazón es la única paz que trae la felicidad, y esa paz del corazón es un don de Dios. Al decir Jesús que nos daba su paz, Él tenía presente las luchas que habríamos de sostener.

Sin embargo, todos los que en la Iglesia han tenido que sufrir por seguir fielmente a Jesucristo, todos con unanimidad confiesan que en medio de tanta tribulación disfrutaban de una paz muy honda, y daban testimonio de ella con la alegría que destilaban siempre sus palabras y brillaba continuamente en sus ojos.

¡La paz de Dios! No queremos más guerras, para que sin ellas haya más paz en muchos corazones que viven destrozados. Y queremos más paz en los corazones para que no haya más guerras, pues corazones en paz no aceptan la guerra de las armas.

¡Danos tu paz, Señor Jesús! La que el mundo no sabe dar y que Tú guardas en tu Corazón....

Jn. 14,27. - Lincoln - Hyass y su esposa, acomodado de Tolstoy - Voltaire y Federico II de Prusia - M. Machado.
Por: Pedro García, Misionero Claretiano




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lunes, 15 de mayo de 2017

Templos de Dios



El Espíritu Santo os irá recordando todo lo que os he dicho.

Jesús le respondió: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El que no me ama no guarda mis palabras.Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado. Os he dicho estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho. Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volveré a vosotros. "Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.

Reflexión
1. El hombre pascual, el hombre nuevo, que hemos de llegar a ser es un hombre muy unido y vinculado con Cristo, nuestro Señor resucitado. Tiene una fe auténtica y fuerte en Él, un amor profundo a Él. Y este amor, esta unión con Cristo debe manifestarse en la vida de cada uno. Es lo que nos recuerda el Evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra. Y el que no me ama no guardará mi palabra”.

2. Si buscamos a Jesucristo en nuestra vida, Él se nos hace presente, principalmente, bajo tres formas, solía explicarnos el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt:

? Primero, Él es el Dios de la historia y de la vida: está presente y actuando en la historia de la humanidad, de los pueblos y de cada individuo. Y está presente en todas las cosas y en todos los acontecimientos de la vida concreta.
? Además, Él es el Dios de los altares: está presente en cada tabernáculo, está actuando en los sacramentos.
? Y, por último, Él es el Dios de los corazones humanos: está presente en nuestras almas y en las almas de los cristianos.

3. Esta presencia de Dios en nuestros corazones la promete Jesús en el Evangelio de hoy: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.”

De modo que mi alma es un templo de Dios. Cristo mismo quiere ser el Rey, el Señor de mi corazón. Por eso, tengo que echar afuera cualquier otro dueño, p.ej. el egoísmo, el dinero, el poder, el placer... Porque Cristo quiere tomar en sus manos, definitivamente, el destino de mi vida. Es como si mi vida fuese parte de la suya. Tal como Cristo piensa y siente, tal como vive, sufre y se alegra, así he de vivir yo que soy templo vivo de Él.

Es el camino de asemejarme cada día un poco más a Él, de dejarme transformar en Él. Así podré alcanzar, algún día, la plenitud del hombre divinizado, tal como San Pablo cuando decía: “No soy yo quien vivo, sino es Cristo quien vive en mi” (Gal 2 20) Será la victoria de lo divino sobre mi naturaleza humana.

Los Padres de la Iglesia decían que cada cristiano debe ser otro Cristo, es decir, Cristo continuado. Por nuestra vida debemos manifestar, cómo Él habría vivido en nuestro tiempo. Por nuestra vida debemos prolongar y continuar la vida de Jesús.

Él no vivió más que una sola vida humana, una vida breve de 33 años. Después de su Ascensión, Él ya no tiene otra aparición posible que la nuestra. El único rostro que Él puede mostrar a nuestros contemporáneos, es el nuestro, el de los cristianos auténticos. El mundo actual no se convertirá nunca a Dios, si no encuentra en nosotros, en nuestra vida cristiana, un signo y testimonio de la presencia del Señor.

Algo semejante podemos decir en relación a la Virgen María. Todos nosotros y especialmente cada mujer ha de encarnar y hacer presente a la Sma. Virgen en el mundo de hoy. Como decía el Padre Kentenich: Cada mujer debe ser una pequeña María, debe ser su instrumento y reflejo, para que también nuestro tiempo pueda conocer y encontrarse de nuevo con Ella.

4. La promesa de Cristo en el Evangelio de hoy trae además otra consecuencia importante para mi vida cristiana. Porque Él vive no solo en mi propio corazón, sino también cada cristiano es un templo vivo de Él. De modo que debo ver a Jesús en cada hermano. Debo tratarlo como al señor mismo: con amor, cariño y, sobre todo, con mucho respeto.

El amor encierra en sí, siempre un doble elemento: un donarse y un reservarse, un amarse y un respetarse. Hoy en día el respeto es más necesario aún que el amor. El respeto es el eje del mundo.

A nosotros nos parece que nos rodean sólo hombres, hombres llenos de defectos y limitaciones. Y en verdad es Cristo mismo quien está en cada uno de ellos, aunque no lo reconozcamos.

¿Qué mujer cree que va a encontrar a Dios en su marido? No es posible; lo conoce demasiado bien, sabe lo que vale y la que no vale. ¿Y qué marido reconoce a Dios en su esposa? ¿Y qué padre, en sus hijos? ¿Y qué hijo, en sus padres?

Sin embargo, el juicio final se basará en nuestra conducta para con los hermanos - de modo que Jesús se identificará completamente con ellos. Como indica el Evangelio de San Mateo, Él va a decir a los elegidos:
“En verdad os digo que cuando lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, conmigo lo hicisteis”. Y a los condenados va a decir: “En verdad os digo que cuando no lo hicisteis con uno de estos mis hermanos, tampoco conmigo lo hicisteis” (25,40).

5. La morada más preciosa y perfecta de Dios es la Sma. Virgen María. Ella nos revela el mismo rostro de su Hijo Jesús. Junto con Él es el prototipo del hombre pascual que todos hemos de llegar a ser.

Queridos hermanos, pidámosle por eso a María, que nos eduque para que seamos más y más semejantes a Ella: verdaderos templos de Dios, testigos y portadores de Cristo para nuestro tiempo.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer





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domingo, 14 de mayo de 2017

El Camino y la Verdad y la Vida



Hemos de esforzarnos por adherirnos a la Revelación de Cristo en su integridad, el cual se nos presenta como el Camino y la Verdad y la Vida.

El versículo 6 del capítulo 14 del Evangelio de San Juan, con el que hemos encabezado este artículo, es un buen punto de partida para discernir si el concepto de religiosidad que nos hemos ido forjando, es pleno y conforme a la Revelación de Jesucristo; o si, por el contrario, es sesgado y arbitrario.

Llama la atención que Jesús se nos revelase con una frase tan sintética, no sólo añadiendo a esas tres palabras un artículo determinado, sino también uniéndolas de una forma reiterada por la conjunción copulativa “y”: “Yo soy el Camino y la Verdad y la Vida”. Parece como si se nos quisiera insistir en la importancia de “sumar” esas tres palabras, ante nuestra tendencia a recibirlas parcialmente. Es bueno que nos demos cuenta de que cuando esos tres conceptos -camino, verdad y vida- no se “suman”, la consecuencia puede ser una deformación de la religiosidad. Veámoslo:

1.- Religiosidad “moralista”: Cuando la religiosidad se centra en su función de marcar el “camino”, desligándose de los demás aspectos sustanciales, la consecuencia es el moralismo. En efecto, ocurre con frecuencia que muchas personas, especialmente las alejadas de la fe, tienen un concepto de la religiosidad esencialmente moralista. La esencia de la religiosidad se reduciría a los mandamientos, prohibiciones, normas, tradiciones, consejos... Con frecuencia, esto genera una imagen antipática del cristianismo, ya que la religiosidad es presentada como enemiga de la propia libertad. La imagen de Dios queda reducida a un “dios policía”, dejando en el olvido que “la verdad nos hará libres” (Jn 8,32), y que “Cristo ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia” (Jn 10,10) .

Curiosamente, esa reducción moralista que tantos rechazos suscita, en otras ocasiones es buscada interesadamente. Se trata de la actitud de quienes valoran la religión en la medida en que ésta resulte de "utilidad social"; es decir, en la medida en que sea un escudo protector contra la degradación moral de nuestros días. Son aquellas personas que no dudan en adornar con un baño religioso la educación de sus hijos, con la esperanza de que, mientras estén "ocupados en cosas buenas", se evitarán "males mayores".

No les gustaría que sus hijos cayeran en ciertas lacras de nuestros días: droga, terrorismo, desarraigo familiar, etc. Para eso utilizan la religión como un dique de contención contra esos vicios morales. En el fondo, no les importa tanto la religión en sí misma, cuanto los efectos beneficiosos que de ella puedan obtener.

Mención aparte merece en este capítulo la reducción del cristianismo a una “ética de solidaridad”, muy frecuente en nuestros días. Aspectos esenciales del mensaje revelado quedan en el olvido: la gracia de Cristo, la redención de nuestros pecados, etc.; mientras que la predicación se circunscribe a la solidaridad, opción por los pobres, etc. Es decir, otra forma de reducción al moralismo.

2.- Religiosidad “dogmática”: Cuando la religiosidad se centra en remarcar las verdades doctrinales, desligándose de los demás aspectos, la consecuencia es un dogmatismo doctrinal teórico, bastante estéril por lo demás. Se suele caracterizar por una formación religiosa muy doctrinal, pero poco vital. Se trabajan mucho los conceptos, pero muy poco los afectos y la voluntad.

Parece como si lo único importante fuese mantener unos principios, al margen de su realización práctica. Dentro de este capítulo se introduce una religiosidad muy preocupada por la ortodoxia (corrección en la doctrina) pero poco por la ortopraxis (actuación coherente). Igualmente, también se incluiría en este apartado la advertencia que el teólogo suizo Hans Urs Von Balthasar hizo de la importancia de hacer una «teología arrodillada», contrapuesta a la teología especulativa, tan extendida en ciertos ambientes, que por su lejanía de la espiritualidad acaba por "secar el espíritu".

De hecho, se da la circunstancia de que en la historia de la Iglesia, hasta aproximadamente los siglos XII-XIII, ser teólogo era sinónimo de ser santo. A partir de esa fecha, por el contrario, comienzan a abundar los profesionales de la erudición teológica que, lejos de acompañar sus estudios con una vida santa, polemizan sobre cuestiones más o menos banales, sin elevar el espíritu de quienes les escuchan a las cumbres de la espiritualidad.

3.- Religiosidad “experiencial”: Cuando la religiosidad se reduce a una mera “vivencia”, entendida ésta como una búsqueda de experiencias espirituales gratificantes, desligándose de los demás aspectos sustanciales, entonces la consecuencia es una religiosidad subjetiva y de consumo personal. Es la pretensión falsa de vivir el espíritu de Cristo, desligándose de su “camino” y de la “verdad” de su Persona.

El auge de fenómenos como el esoterismo, la revalorización de la religiosidad oriental, el ocultismo, la adivinación, el sincretismo religioso, etc., está muy ligado a esta religiosidad experiencial. Se busca llenar el deseo de trascendencia que todo hombre lleva en su interior, pero desli gándolo de cualquier compromiso moral en la vida diaria, bien personal o social. El objetivo es saciar la sed espiritual, pero sin adherirse a verdades objetivas ni crearse compromisos morales. En definitiva, una religión “light”, muy en boga en estos momentos.

En resumen, no es casual la insistencia de Jesús en esa conjunción copulativa “y”, con la que nos quiere poner en guardia frente a nuestras tendencias reduccionistas. Hemos de esforzarnos por adherirnos a la Revelación de Cristo en su integridad, el cual se nos presenta como “el Camino y la Verdad y la Vida”. Por ello, el Catecismo de la Iglesia Católica engloba en estos tres pilares fundamentales la presentación de la figura de Jesús y su mensaje: Los mandamientos, porque Cristo es el Camino; el Credo, porque Cristo es la Verdad; y los sacramentos y la oración, porque Él es la Vida.

Por: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente: www.enticonfio.org




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sábado, 13 de mayo de 2017

Jesús y su Padre...¡nuestro Padre!



Jesucristo
Dios es Padre y está siempre presente, camina con nosotros y está muy dentro de nosotros. Él da sentido a nuestra existencia.

Se cuenta que el hijo de un rey de Francia, en edad joven, fue reprendido por su educador con palabras severas. El pequeño era consciente de su dignidad y protestó: “No te atreverías a hablarme así si te dieras cuenta que soy el hijo de tu rey”. Pero el educador no se inmutó: “Y tú no tendrías el valor de protestar si te dieras cuenta de que yo soy hijo de tu Dios y de que lo llamo cada día “Padre Nuestro”.

Jesús nos reveló cómo es el corazón de Dios, él es nuestro Padre. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán (Mt 4,23-25).

Jesús es hijo de un tiempo y de un pueblo y así hereda toda la rica tradición de la fe de Israel quien considera a Dios, sobre todo, como el Señor, el Todopoderoso. Jesús nos presenta una imagen de Dios mucho más cercano, es, sobre todo, Padre y así lo invoca.

Dios es un padre bueno y amoroso para con todos los seres humanos, especialmente para con los ingratos y malos, los desorientados, los abatidos y deprimidos. Él hace salir el sol para todos, el que sabe amar y perdonar, el que corre detrás de la oveja descarriada, espera ansioso la vuelta del hijo que se fue de casa y encuentra gran alegría al encontrar lo que se había perdido. Dios se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
El Dios de Jesús es el Dios que ama y perdona. Que es paciente y quiere la salvación de todos; es el que le interesa la vida de cada uno; el que no oprime, sino que libera; que no condena, sino que salva; que no castiga, sino que perdona; el que ama la vida. Es el Dios de vivos, de la esperanza y del futuro.

¿Cómo es el corazón de Dios? Jesús lo describe en la parábola del Hijo Pródigo. Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna… “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron la fiesta… (Lc 15,11-32).

El protagonista de esta parábola no es el hijo, es el corazón del Padre, con un amor incondicional, incluso, parece demasiado bueno, que respeta la decisión alocada del hijo, que huye en busca de placeres sin saber qué rumbo tomar. Calla y les deja hacer. “Y el Padre les repartió la hacienda” (Lc 15,12). Podemos olvidarnos de Dios, pero él jamás se olvida de nosotros. Dios nunca nos abandona, por mucho que corramos. Él va siguiendo nuestros pasos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero la madre no se olvidará nunca de su hijo; pues aunque ésta se olvidará, Dios no se olvidará (Is 49,15-16). El padre sufría y amaba en silencio.

El padre no abandonó a su hijo, aunque se quedó en casa, su corazón seguía palpitando con él, pues el amor no se puede encerrar en unas paredes y no sabe de distancias. El padre ve al hijo desde lejos y siempre está dispuesto al encuentro. El padre esperaba con amor la vuelta del hijo.

“Dios lo perdona todo, porque lo comprende todo”, dice un viejo adagio, por eso también lo olvida todo. Oseas y los profetas posteriores a él nos hablan de Dios como de un esposo lleno de paciencia y de ternura, siempre dispuesto a acoger y a perdonar la infidelidad y a amar gratuitamente (Os 14,5). En la historia de la salvación se nos ha manifestado el amor, la paciencia, la fidelidad de un Dios que nos ama sin medida. Dios es padre y madre y nos ama con ternura, es como un padre tierno para los fieles (Sal 103,13). Dios perdona y le gusta perdonar. “¿Qué Dios hay como tú, que perdone el pecado y absuelva el resto de tu heredad?” (Mi 7,18-20).

En el Antiguo Testamento aparece, algunas veces, la palabra "Padre" referida a Dios. Y cuando los judíos la usaron, fue siempre en un clima de sumo respeto y majestad, añadiéndole títulos divinos ostentosos. Abbá era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres.

Jesús siente en su vida la presencia amorosa de Dios y su alimento es hacer su voluntad; a Dios le llama Padre, y, según parece, lo hacía usando la palabra aramea "abbá"; 170 veces ponen los evangelios esta expresión en labios de Jesús. A todos invita a creer en este Dios, para el que "todo es posible" (Mc 10,27). El Nuevo Testamento conserva la palabra aramea (abbá) para subrayar el hecho insólito del atrevimiento de Jesús (Rm 8,15; Ga 4,6-7). La invocación "Abbá" tiene, pues, un valor primordial, que ilumina toda la vida de Jesús. Todo en él es consecuencia de esta actitud de fe. Jesús deposita en su Padre toda la confianza posible. Digna es de destacar la escena en la que Jesús "con la alegría del Espíritu Santo", bendice al Padre porque se ha “revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien” (Lc 10,21). Gracias da al Padre en la resurrección de Lázaro, por haberle escuchado (Jn 11,42). Llenos de confianza están los ruegos de la oración sacerdotal, la noche de su prisión. Pide al Padre protección para los que les ha confiado, para que sean todos uno y que el amor del Padre esté con ellos (Jn 17,1-5).

La oración del huerto es narrada por todos los evangelistas (Mt 26,39.42; Lc 22,42; Jn 12,27-29). Marcos se siente obligado a mantener en su escrito la misma palabra aramea usada por Jesús: "¡Abbá! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (14,36). Jesús se atreve a pedirle verse libre del trance de la pasión (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22; 17,25). Afirma su sumisión a la voluntad del Padre, pero dando muestras de que él desearía verse libre del dolor. Momentos antes de su muerte también se dirige al Padre pidiendo el perdón de sus verdugos. Y encomienda su espíritu en manos de su Abbá (Lc 23,46), pero no deja deja de preguntarle las causas de su aparente abandono (Mc 15,34).

Jesús no sólo hablaba del Padre, sino que vivía enteramente como hijo: con confianza plena, obediencia total, agradecimiento y piedad. “Te doy gracias, Padre”, rezaba lleno de emoción y alegría. En la casa de mi Padre, Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Lo que Tú quieras. Si es posible, Padre… Jesús hablaba siempre con emoción del Padre (Jn 20,17):

• De las manos del Padre, fuertes y acogedoras, que crean y sacan del abismo ( Jn 10,29; Lc 23,46)
• De la mirada del Padre, que ve en lo secreto ( Mt 6,4.6)
• De Las palabras del Padre, que son explicaciones de la Palabra ( Jn 8,35; 12,49-50; 14,24…)
• Del trabajo y las obras del Padre, que siempre son de amor ( Jn 5,17. 19-20)
• De la voluntad del Padre, que es su alimento ( Jn 4,34; Mt 6,9; 26,42…)
• Del amor del Padre, que es inmenso y misericordioso (Lc 15,11-32)
• De la gloria del Padre, que es el Espíritu (Jn 17,5).

Dios es amor, Padre y está siempre presente, camina con nosotros y está muy dentro de nosotros. Él da sentido a nuestra existencia.

Esto lo explica muy bien la siguiente anécdota.
Preguntaba una profesora a sus alumnos que cómo sabían que Dios existe, si nunca lo habían visto.

Un niño muy tímido, levantó la mano y dijo:
- Mi madre me dijo que Dios es como el azúcar en mi leche que ella
prepara todas las mañanas. Yo no veo el azúcar que está dentro de la taza en medio de la leche, pero si ella me lo saca, queda sin sabor. Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Pero si él no está, nuestra vida queda sin sabor.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro

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