"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 18 de septiembre de 2015

No se pueden contar todas las piedras


Reflexiones dolor y la muerte


La cruz cristiana encierra una fuerza redentora, la gloria de Dios anticipada. 


En el Japón hay de piedras cercano a un templo en la ciudad de Kyoto. Según la tradición, allí hay quince piedras de distintos tamaños, que simbolizan los problemas básicos de la humanidad. Cada visitante elige cuales son. Lo curioso es que las piedras están ordenadas de tal modo que no se pueden ver todas al mismo tiempo.

"Es imposible ver todas las piedras al mismo tiempo", es imposible abarcar todas las dificultades que surgen a lo largo de la vida. Todos los problemas básicos de la humanidad los podemos englobar bajo la palabra cruz.

La cruz no ha sido un invento del cristianismo; es un hecho de nuestra condición humana. Por el simple hecho de ser vivientes, nos acompaña a cualquier edad, en los trabajos, en la convivencia. Otras, son producto del pecado: droga, dinero, juego, placer, envidia, poder, fama...

La cruz en sí misma no tiene ningún valor, inclusive es negativa y destructora. Ella nos habla del poder del mal. Este es fuerte y aparece persistente en forma de violencia, injusticia, materialismo y miseria. Muchos sufren todo este tipo de cruces y quisieran acabar con el mal para transformar la historia y lo único que pueden percibir es una total impotencia ante los tentáculos del mal organizado.

Además de las cruces que nos vienen por nuestra condición humana y por el pecado, hay otras que son consecuencia del ser cristiano. La cruz cristiana es el precio que hay que pagar por la conversión de renuncia a vivir "según la carne" (Mt 18,8).La fidelidad al reino de Dios conlleva la cruz de Cristo.

La Iglesia y el cristiano deben caminar por el mismo camino que Cristo, es decir, por el camino del servicio y del amor. "Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino...; así también la Iglesia, aunque necesita de medios humanos para cumplir su misión, no fue instituída para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y abnegación, también con su ejemplo" (LG 8).

La cruz cristiana encierra una fuerza redentora. Para Juan de la Cruz no es sencillamente sufrimiento, sino gloria de Dios anticipada. En ella triunfa Jesús y desde entonces se ha convertido en signo de salvación. Todo aquel que la mira con ojos de fe y ve en ella a Jesús, podrán tener la misma actitud de los apóstoles en las horas de prueba:"Ellos se fueron contentos de la presencia del Consejo, porque habían sido dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús"(Hch5, 41).

La cruz que debemos cargar es la que brota del amor. Tenemos que ser, pues, cirineos para poder aliviar los sufrimientos y cargas de los otros.


Por: Padre Eusebio Gómez Navarro OCD | Fuente: eusebiogomeznavarro.org 

jueves, 17 de septiembre de 2015

¡Qué bueno que hoy no pasé de largo !

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.

Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen. 

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡ Qué bueno que HOY no pasé de largo !


Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Jesús, un hombre como nosotros.

Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Yo no sé si encontraremos unas palabras sobre Jesucristo tan grandiosas, y tan sencillas a un tiempo, como las que trae el Catecismo de la Iglesia Católica tomándolas del Concilio, cuando nos dice:

El Hijo de Dios trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, menos en el pecado.

Todo esto lo sabemos desde siempre y lo confesamos continuamente en el Credo, cuando decimos que el Hijo de Dios se hizo hombre. Es la verdad fundamental de nuestra fe.

Pero, ¿nos hemos puesto a pensar en lo que significa que Dios se haya hecho hombre? Pues significa esto precisamente: que el Hijo de Dios, una de las Tres Personas de la Santísima Trinidad, al hacerse hombre, y quedando Dios verdadero, ahora va a ser uno igual que nosotros.

Nos va a conocer como conocemos nosotros.
Nos va a querer como queremos nosotros.
Nos va a amar como amamos nosotros.
Va a trabajar con manos encallecidas como trabajamos nosotros.

Dios va a hacer todo lo nuestro con manos nuestras, va a entender con cerebro nuestro, va a amar con corazón nuestro...

Si este Dios no se gana nuestra voluntad, nuestro cariño, nuestro amor, nuestra adhesión, y si lo dejamos de lado no haciéndole caso ninguno, entonces Dios ha fracaso del todo con nosotros; pero también nosotros habremos fracasado del todo en la vida, y nos perderíamos sin excusa alguna. Porque Dios no ha podido hacer por nosotros más de lo que ha hecho.

Un científico alemán protestante, aunque lo llamaríamos mejor un descreído, profesor en la universidad, lanza en una reunión de gente sabia esta atrevida pregunta:
-¿Que Dios existe? No lo creo, porque, de existir, se cuidaría un poco más de los hombres.

Un caballero católico acepta el desafío y le contesta:
-Falso, señor profesor. Es usted quien no se ocupa de Dios, ya que Dios se ha preocupado bien de usted. Porque, para salvar a los hombres, el mismo Dios se ha hecho hombre.
El profesor reconoce su atrevimiento y empieza a pensar. No mucho después abrazaba el catolicismo.

Tener con nosotros a Dios hecho hombre, es la condescendencia suma a que Dios ha podido llegar. El Hombre Jesús nos descubre a Dios tal como es Dios con nosotros, porque es Dios quien actúa en Jesús para decirnos cómo Dios nos ama, cómo quiere que seamos, cómo quiere que actuemos en la vida, cómo vamos a ser después para siempre.

Dios ha hecho todas las cosas y en ellas ha dejado la huella de su propio ser, sobre todo de su amor. Por eso la creación entera es una revelación manifiesta de Dios. Dentro de la creación, el hombre es la criatura más excelsa, pues ha sido hecho como varón y como mujer a imagen y semejanza de Dios. Pero en Jesús, Dios ha manifestado toda su gloria en la máxima expresión. El Dios hecho Hombre ha revelado al hombre todo lo que Dios es, lo que ama, lo que promete y lo que va a ser para el hombre glorificado.
Si examinamos esas cuatro palabras clave del párrafo del Concilio y del Catecismo, descubrimos en ellas todo el abismo de la bondad de Dios.

¿Que Dios, en Jesús, trabaja con manos de hombre?... Entonces nosotros amamos nuestra fatiga, nuestro esfuerzo, nuestro deber diario. Si Dios ha hecho lo que hago yo, ¿por qué no voy a hacer yo lo que ha hecho Dios?...

¿Que Dios, en Jesús, piensa con inteligencia de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo mis pensamientos pueden ser un cielo límpio, bello, que refleje toda la hermosura del alma preciosa de Jesús?

¿Que Dios, en Jesús, quiso y se determinó con voluntad de hombre?... Entonces, ¿cómo debo yo abrazarme con todo el querer de Dios, si Dios mismo me enseña a hacerlo como Él?
¿Que Dios, en Jesús, amó y ama con corazón de hombre?... Entonces, ¿no veo cómo el amor mío es un amor como el del mismo Dios?...

El hecho de la Encarnación del Hijo de Dios no ha podido ser invento nuestro. No hay hombre que pueda imaginarse algo semejante. Lo sabemos por revelación de Dios, y no es extraño que esta verdad cristiana tan fundamental haya sido objeto, desde la antigüedad hasta hoy, de discusiones acaloradas. Antiguamente se decían algunos herejes:
- ¿Dios unido a la materia? ¡Imposible!...
Hoy se han dicho algunos:
- ¿El hombre necesita a Dios? ¡No nos hace falta!...

Pero la verdad cristiana se mantiene firme: Dios, en Jesús, se hace hombre; y el hombre, en Jesús, llega a ser Dios.

Dios no ha podido descender más abajo, y el hombre no ha podido subir más arriba.

Todo ha sido obra del amor de Dios para ganarse el amor del hombre y darle la salvación. ¿Cabe ahora en el hombre negar a Dios el amor y no aceptar la salvación que Dios le ofrece?... Algunos, harán lo que quieran. Otros, nos apegamos a ese Dios, que, en Jesús, lo es todo para nosotros...
 Por: Pedro García, Misionero Claretiano



martes, 15 de septiembre de 2015

María junto a la cruz

La Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz vale, es absolutamente necesaria para ser feliz. 

La voluntad de Dios significó dolor, renuncia, humillación, obediencia, silencio, ocultamiento, insultos, desprecio, hasta el momento culminante de la cruz, cuando se consumó también para Ella su pasión junto a su Hijo amado. María no tuvo nunca voluntad propia, pues su vida, su ilusión, su gozo, su paz fue siempre lo que Dios le fue descubriendo como fruto de aquel sí generoso de la anunciación.

María junto a la cruz muestra más claramente el papel que juega María en la misión de su Hijo. Vimos antes que María, en su piedad, nunca fue una persona que se aislaba de su pueblo: al orar ella lo hacía como una hija de Israel. Ahora es miembro del nuevo "Israel" que es la Iglesia o nuevo pueblo de Dios fundado por su Hijo.

¿Cuál va a ser la función de María en este nuevo pueblo de Dios? Tenemos la gran ventaja de tener a nuestras espaldas más de 2000 años de reflexión teológica sobre esto. La Tradición de la Iglesia responde espontáneamente que es ser "Madre". La Iglesia tiene una Madre, pero ¿por qué era necesario que la Iglesia tuviera una Madre?

Con la ausencia visible de Jesús a través de su muerte, los discípulos iban a quedarse huérfanos. Para suplir esa orfandad forzada por la muerte de Jesús, Él mismo los encomendó a su Madre. Lo que cada uno tiene que hacer con María es "recibirla en su casa" al estilo de San Juan Evangelista.

Este recibir a María "en su casa" es sólo una imagen para indicar una realidad más profunda: hay que tener a María como Madre, como intercesora, como ejemplo... Esto es todo lo que viene a nuestra mente al pensar en la analogía de "Madre".

No podemos pasar por alto el hecho mismo de que María estaba junto a su cruz, acompañando a su Hijo. Aquí nos muestra una faceta que ya conocemos bastante bien de su personalidad: su gran fortaleza de espíritu. El hombre delante del sufrimiento se dobla fácilmente. No aguanta ver el sufrimiento, especialmente de sus seres queridos. Es común que la mujer se afecte ante escenas sangrientas y ciertamente es bien comprensible, tomando en cuenta la gran finura de alma de la mujer.

La imagen que nos da el Evangelio de María junto a la cruz ciertamente no es de una mujer histérica, maldiciendo a los verdugos y torturadores de su Hijo. Tiene dominio de sí misma, tratando de comprender el por qué su Hijo se dejaba tratar así. Es como si la madre de un soldado contemplara a su hijo dejándose torturar por personas muy inferiores a él en fuerza física, sin hacer nada por defenderse. María sabía que Él podía liberarse como supo que podía cambiar el agua en vino en Caná.

La fortaleza de María puede decir mucho al hombre moderno tan acostumbrado a lo fácil y lo muelle. El hombre trata de erradicar la cruz de su vida. No sólo desaparece de las paredes de las casas y de las escuelas, sino especialmente de los corazones de los hombres. Parece ser que para muchos es un símbolo de poco progreso, reminiscencias de la edad media, de tiempos superados... Sin embargo, la Virgen junto a la cruz nos da otro mensaje: la cruz todavía vale, es absolutamente necesaria para ser feliz.


Por: P. Fintan Kelly

lunes, 14 de septiembre de 2015

Escuchaba con los ojos

Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. 

Había oído la expresión hablar con los ojos, pero nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una misa, en directo, en la catedral de san Agustín.

El P. Rene Robert hablaba a los sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a cada uno acomodándose a nuestro lenguaje.

El Señor se complace en aquellos que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is 55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se escucha a la vida.

Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. "Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas, y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho", dice Melloni.

Dios habla, se revela, pero hace falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la escucha.

El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: "Escucha, Israel" (Dt 6,4). "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios" (Jr 7,23). "Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo" (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.

Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha requiere confianza en los interlocutores.

Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado (St 5,4). Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios escucha sus palabras (Jn 8,47) y las pone en práctica (Mt 7,26). Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn 18,37).

Dios me habla hoy, a mí, en este mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad.

Quien quiera tener vida deberá alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo "hoy" y grabarlo en el corazón.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro 

domingo, 13 de septiembre de 2015

"Test" para saber si me salvo


Reflexiones para el cristiano de hoy


Hay una manera, una especie de test para saberlo, y es hacerse estas cuatro preguntas 


Lo único necesario, según Dios, es nuestra salvación eterna. Pero uno se puede preguntar, se debe preguntar: ¿Ese último día, el día en que se van a repartir los puestos del cielo, de la felicidad eterna o de la infelicidad eterna, ¿dónde estaré yo? ¿Estaré a la derecha? ¿Estaré a la izquierda?

Hay una manera, una especie de test para saberlo, y es hacerse estas cuatro preguntas. Una vez que se responden, puede uno, de manera relativamente segura, adivinar si ese día estará a la derecha o estará a la izquierda.

La primera pregunta es: ¿Qué me dice mi pasado? Por pasado se puede entender toda la vida desde el uso de razón: aproximadamente desde los siete u ocho años hasta el día de ayer. ¿Qué me dice esa vida? ¿Me deja tranquilo, no me preocupa? ¿Puedo seguir igual, o debería cambiar radicalmente, para lograr un día llegar a la puerta del cielo?. Esa sería la primera pregunta: ¿Qué me dice mi pasado? Para los más jóvenes este pasado es breve, para otros es el período quizá más largo; por lo tanto ese pasado tiene mucho que decirme.

La segunda pregunta es: ¿Qué me dice mi presente? Por presente podemos tomar en cuenta lo que llevamos de este año. ¿Qué me dice ese presente? ¿Puedo decir que es el mejor año; puedo decir que está siendo ya un año muy malo, el peor incluso? ¿Puedo continuar igual y no habrá problemas, o realmente debo de dar un cambio radical?.

Tercera pregunta: ¿Qué me dice mi futuro? Ciertamente el futuro no se puede adivinar fácilmente; sin embargo, hay una manera de auscultarlo, una manera de adivinarlo y es el preguntarme si, a medida que pasa el tiempo, voy mejorando o voy empeorando; porque la línea tiende a seguir en la misma dirección. Si voy mejorando, lo normal es que continúe mejorando. Si voy cada vez peor, lo normal es que la línea siga bajando, que siga empeorando. Por eso uno puede adivinar el futuro de su propia vida, viendo cómo va esa línea. Va hacia arriba, va hacia abajo: así tenderá a seguir.

La cuarta pregunta puede ser ésta: ¿Qué me dice mi ambiente? Por ambiente tomo todo el entorno social en que me muevo, comenzando por mi familia, mi esposo, esposa, mis hijos, mis otros parientes, lecturas que tengo, lugares de diversión, lugares de esparcimiento, viajes, trabajo profesional, amistades y todo lo que me rodea. ¿Qué me dice ese ambiente?, o dicho de otra manera, si sigo con ese ambiente, yendo a esos lugares, leyendo lo que leo, viendo lo que veo, teniendo los amigos que tengo, ¿qué va a ser de mí? Muchas veces sucede aquello de :"dime con quién andas, y te diré quién eres”. Muchas veces ocurre que un buen ambiente mejora a las personas, pero también se da el caso de que personas muy buenas y muy sanas se van corrompiendo, cada vez más, con un ambiente adverso.

¿Qué me dice mi pasado, mi presente, mi futuro? ¿Qué me dice mi ambiente? Cada uno puede responder a esas cuatro preguntas, y adivinar, de una manera más o menos convincente, dónde se encontrará ese día: a la derecha o a la izquierda.

Recordemos, para concluir, que Dios no dice: “Hay una cosa muy importante”, sino: “hay una sola cosa necesaria, que es nuestra salvación”. El que logra arreglar este punto, ha logrado arreglar todo; pero el que arregla todo menos esto, su propia salvación, podría recordar aquella frase del mismo Maestro, ¿"De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma ¨?.


¿Qué te dice tu pasado, tu presente, tu futuro, tu ambiente? Tú lo sabes. Sabes ahora que lo más probable es que te salves... o que no te salves.


Por: P. Mariano de Blas LC

sábado, 12 de septiembre de 2015

Con María, bajando la montaña

No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo. 


Hoy he leído acerca de la Transfiguración.

Muchas veces he pensado, Madre, en el momento de la Transfiguración de tu Hijo.

Muchas veces te has querido quedar allí arriba, en la montaña ¿verdad?- me susurras al alma y me siento en paz por saber que no tengo secretos contigo.

- Así es, Madre, muchas veces el alma se siente tan plena y feliz de saberse tan amada por Tu hijo, por Ti, que quisiera que el tiempo se detuviese allí ¿Porqué es tan difícil, María, seguir a Jesús cuando baja de la montaña?

Alargas tu mano y me conduces al sitio donde Pedro mira, entre extasiado y atemorizado, la bellísima escena de la Transfiguración y dice: “Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”(Mc 9,5)

Fíjate hija- murmuras a mi corazón-cuán grande es el gozo de Pedro ante la Majestad de Cristo. Ni siquiera tiene lienzos para tantas carpas, pero la fuerza de su corazón le lleva, en esta hora, a querer levantar carpas aún sin lienzos.

Corazón extasiado. Admiración sin límites. Tiendas sin lienzos.

- ¿Cuántas de estas carpas has proyectado, hija mía?

- Muchas, Madre, demasiadas…

¿Lograste levantar alguna? -me preguntas, invitándome a que yo misma me pregunte.

- Ninguna, Señora, ninguna. Debí bajar de la montaña demasiado rápido. A veces hasta rodando cuesta abajo y lastimándome con cuanto arbusto espinoso se cruzaba en mi camino. No supe quedarme arriba, en la montaña… lo siento, Madrecita…

No te angusties, amiga. Eso es lo que espero de ti. Espero que bajes, no que permanezcas. Se te es permitido subir para que, cada vez que bajes, sientas que el ascenso no fue en vano.

- ¿Cada vez, Señora? ¿Como “cada vez”? ¿Es que, acaso, he de subir muchas veces yo a la montaña a contemplar el esplendor de tu Hijo?

Pues si, querida, si. Precisamente de eso se trata. Verás, subir la montaña no es fácil, es camino escarpado, a veces árido y difícil. Aunque por momentos hallarás oasis perfectos. Es camino largo y delicado, pero lo que te espera en la cima bien vale el esfuerzo ¿verdad?

- Madre, perdona mi gran torpeza, pero siento que hablas con palabras conocidas… siento que son…. caminos conocidos, como si… ya los hubiese caminado.

Y el silencio de la parroquia se inunda de tu delicado perfume y las piedritas de tu manto brillan iluminando el alma…

Busca, hija, busca en tu interior la respuesta. Busca hija, que el que busca encuentra.

- Madre, el camino a la montaña es... ¿El camino de la oración? ¡Oh Madre! Entonces… entonces siento que mi corazón ha vivido lo que el de Pedro muchas veces.

Y también como él quisiste quedarte allí…

- Si, Madre, no sé como se vuelve y, muchas veces, ni siquiera sé que es volver.

Continúa la Misa y siento que comienzo a subir la montaña.

Me tomas como Jesús a Pedro, y camino contigo en espera del milagro.

Y las palabras de la plegaria de la Misa se tornan en pasos… pasos ascendentes hacia la cima. Mi alma quiere estar muy atenta a tales pasos, porque cada uno, cada palabra de la plegaria, prepara el alma para el encuentro.

Las vestiduras blancas de Jesús. La blancura del Pan que se lleva como ofrenda. Y canto el “Santo”. Por la Bendita Comunión de los Santos, sé que no canto sola, que hermanos lejanos, en distancia y tiempo, cantan conmigo.

Y el milagro llega.

Y los ojos del alma ven el esplendor de Su Amor entre las manos del sacerdote, en la Consagración.

- Madre, Jesús brilla para mí, brilla para cada uno de los que aquí estamos, el brillo es interior y sólo puede verse con los ojos del alma.

Falta el último paso.

El abrazo.

Voy de Tu Mano, Madre. En Tu Corazón le recibo. ¡Oh Bendito Jesús Eucaristía!. El abrazo es pleno, único. Conoces, Maestro, cada una de las súplicas de mi corazón.

Me abrazas, Jesús, en el Corazón de tu Madre. Quisiera detener el tiempo, aunque fuesen sólo unos instantes. Sé que no es posible.

Hija, es tiempo de bajar… es tiempo…

La Misa ha terminado. Mis pasos me llevan de regreso a la cotidianeidad de mis días.

Bajar la montaña, Madre. Siento que no bajo sola. Como Jesús bajó con Pedro, Santiago y Juan, siento que ahora también baja conmigo…. Y además, tengo tu compañía, Maria…. ¡Madre, bajar así no es tan duro! Las espinas siguen estando, duelen María, pero tú curas las heridas…

-¿Has notado, hija, que hay en la cumbre flores que sólo crecen allí?

- ¡Oh, sí, Señora, lo he notado! Y son bellísimas en verdad.

Y para sorpresa de mi alma, sacas de Tu Corazón una flor de las de la cumbre.

Toma, hija, para que aspires su perfume cada vez que sientas que el encuentro ha quedado lejano en el alma. Que la realidad del valle te supera y te lastima. Cada vez que sientas que hay demasiadas paredes y ninguna puerta….

La flor de la cumbre. La Comunión espiritual. ¡Oh dulce regalo del Maestro!....

Y mientras acaricio los pétalos de tan dulce flor, doy los últimos pasos sobre la montaña. Ya todo es valle. He de caminar en él con la misma alegría que sentí en la cumbre ¿Podré, Madre?

Ente mis manos la flor es respuesta. Flor de cumbre escarpada. Flor para algunos

- ¿Para quienes, María?

- Para los que la ansíen.

Cumbres escarpadas. Blanquísimo Pan. Carpas sin lienzo. Descenso con Cristo. Todo junto en el alma va tomando su lugar…

Gracias, Maestra del alma. Cuan experimentadísima alpinista, me esperas en cada Misa para subir hasta el milagro, para bajar fortalecida, para enseñarme a ser luz para los que aun no han subido, para los que ni siquiera imaginan que hay montaña.



Amigo mío, amiga mía que subes con Maria tantas veces la montaña. No temas el descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo… Y si te apresuras tanto que le dejas lejos, no te angusties, siempre puedes volver. La oración hará que halles tus pasos en la arena, que encuentres el camino, que vuelvas a subir….
Por: María Susana Ratero


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."

viernes, 11 de septiembre de 2015

Tú, ven a Mi porque te veo agobiado y afligido

¿Cómo es que Tú, colgado de la Cruz, aún te preocupas de mí y de mis sufrimientos?

Hoy quiero hacerles un pedido personal, uno que tiene la trascendencia de darle valor a la vida que vivimos, de tal modo que al final encontremos sentido a todo el sufrimiento por el que hemos pasado.
Todos nosotros vivimos enormes alegrías a lo largo de nuestra existencia, y es en esos momentos en que debiéramos mirar al Cielo y proclamar con los brazos bien abiertos “Gracias mi Señor”. Lamentablemente, las más de las veces estamos tan ocupados “disfrutando el momento” que ni nos acordamos de quien es el Autor de nuestra existencia.
Pero, todos nosotros también pasamos por instantes de dolor, angustia, sufrimiento. Épocas en que nos sentimos inseguros sobre nuestro futuro o del de los que mas amamos, por razones de enfermedad, trabajo o persecuciones. También a veces sufrimos la traición de gente cercana, o el desencuentro, o la incomprensión. ¿Qué hacemos en esos momentos?
Hacemos muchas cosas, como quejarnos, desesperarnos, añorar los momentos en que no teníamos ese problema, caer en un estado de depresión constante. De a poco nos vamos alejando del Amor de Dios, y hasta pensamos que El por algún motivo se ha enojado con nosotros. ¿O quizás esté ocupado haciendo otras cosas? La confusión avanza, erosiona nuestra alma como una tormenta de arena que carcome y arranca de a pedacitos nuestra seguridad de ser amados por Dios.
Estos momentos de sufrimiento nos turban de tal modo que nos hacen olvidar que Jesús murió por nosotros, rebajándose a las vejaciones más inimaginables, permitiéndolo todo porque de ese modo nos daba la Salvación. Yo sé que es difícil hacerlo, pero es en esos instantes en que debemos elevar la mirada y ver los Ojos tristes de nuestro Maestro, colgado del Madero Santo, que nos dice:
“Tú, ven a Mi porque te veo agobiado y afligido”
¿Cómo es que Tú, colgado de la Cruz, aún te preocupas de mí y de mis sufrimientos? ¡Este gesto Tuyo me da una medida plena de Tu Amor por mi alma pobre y despojada de todo mérito! Así, en Tu Mirada, Señor, veo reflejado mi anhelo de estar en Tus Brazos. De bajarte de ese Madero, y subirme yo allí, para que puedas descansar aunque más no sea un poco. Hace falta mucho valor para hacerlo, lo sé, pero no soy yo el que va a realizar esa proeza de amor, sino que eres Tú el que me iluminará y sacará de este pozo oscuro en el que me encuentro hundido en este momento.
Es en estos diálogos de amor donde comprendemos que el sufrimiento nos lleva a la salvación, porque es allí donde nos configuramos a Cristo, a ese Hombre que se elevó sobre el mundo, clavado y traspasado por una lanza.
Sabemos bien lo difícil que es pasar por esta vida y entrar directamente al Reino, porque sólo por la Misericordia de Dios algunas santas personas pueden hacerlo. Para los demás, nos queda la esperanza de al menos ir al lugar de la purificación, para limpiar las manchas que quedarán en nuestra alma durante esta vida, de tal modo de poder llegar a contemplar el Rostro de Dios un día.
El Purgatorio no es un lugar grato, pese a que quienes allí van ya están salvados, lo que no puede compararse a ningún bien terrenal. Pero, también sabemos que el sufrimiento en vida, cuando es entregado en ofrenda a Dios, nos purifica y reduce las penas del Purgatorio. Por eso es que el dolor aquí es mucho menos intenso que el que sufriríamos allá, una vez pasada la puerta que separa esta vida de la eternidad.
Mi pedido hoy es que des valor al dolor, que comprendas que los sufrimientos de cualquier naturaleza se transforman en purificación de tu alma, si es que así lo comprendes y lo ofreces en oblación a nuestro Señor. Si simplemente nos quejamos y lamentamos del dolor, habrá sido dolor en vano, nada más que dolor del mundo. Jesús nos dijo “vengan a Mi los que están agobiados y  afligidos”. Su Palabra nos enseña que el dolor y las preocupaciones son una forma de llegar al Sagrado Corazón que el Padre nos ha preparado.
Por eso cuando sufras, alza tus ojos al cielo y di: “Venga a nosotros Tu Reino”

Por: P. Eduardo Rodríguez | Fuente: reinadelcielo.org 


jueves, 10 de septiembre de 2015

Presencia viva....plenitud de vida

Estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con una y mil cositas que no tienen valor.

Cuando estoy en tu presencia, Señor, ahí, desde el Sagrario donde me miras y me escuchas... me da gusto recordar pasajes de tu vida y pienso que a ti te gusta... ¿Recordamos?

Ya resucitado te apareces a tus amigos, a los que tanto quisiste, a los que se durmieron cuando les pediste que velasen mientras sudabas sangre y estabas lleno de tristeza...

En la primicia de tu resurrección te apareciste a la mujer pecadora, porque ya arrepentida, te amaba en entrega total,... a tus seguidores en el camino de Emaús que iban decepcionados tras la muerte del Maestro, porque eran pesimistas y en su corazón solo tenían tristeza y desánimo..., al amigo que no creyó lo que le contaron sus compañeros ... y tuvo que meter sus dedos en tus llagas y la mano en tu herida palpitante para creer, e hizo que tu, Jesús, le dijeras: - "Tomás, porque has visto has creído. Dichosos los que creen sin ver"

Y en ese momento nos llamaste dichosos y bienaventurados a todos los que en el tiempo y la distancia creemos en Ti por la fuerza y la gracia de la fe.

Te volviste a aparecer una y otro vez después de tu resurrección...no como un fantasma, no como fue la resurrección de Lázaro, que a pesar del milagro de volver a la vida, quedó sujeto a volver a morir. No como algo irreal e intocable, no, te presentaste con una realidad tangible y transfigurado al mismo tiempo. Tu ya no pertenecías a la Tierra pero vivías en ella.

Eras presencia viva, plenitud de vida.

Y como queriendo demostrar que no eras una aparición, un fantasma o figuración de las mentes de tus discípulos, te sientas con ellos, conversas con sencillez y les pides de comer....

Hubo en tu tercer encuentro, un cuadro bellísimo.

Estaban pescando. No sacaban nada. Todo la noche fatigosa y sin ningún logro.

Al amanecer, la figura de un hombre joven, en la playa, les hace señas. Se acercan, El les dice: - "Muchachos, teneís algo que comer? " ( Jn 21,5). Estaban malhumorados y te contestaron, que no. Y les dijiste: - "Echad la red a la derecha y hallareís". Así lo habían estado haciendo toda la noche pero obedecieron en silencio, quizá recordando otra ocasión parecida... ¡y las redes se llenaron!

Volvieron a mirar a la orilla buscando al desconocido y te vieron encendiendo la hoguera. Todos los corazones latían fuerte por el mismo pensamiento y Juan fue el que habló :- "Es El, el Señor!

Pedro no pudo contener su carácter vehemente y se arrojó al agua con la túnica arrollada al cuello y cuando llegó a la orilla se la puso y corrió hacia Ti.

Luego se les unieron los demás , felices y seguros. Allí estabas Tu, el resucitado pero asando un pez, como antes, como un viejo y querido amigo, como el Maestro de siempre, sencillo, tierno, bondadoso, con tu mismo estilo de mansedumbre y con la misma forma, tan especial, de partir y repartir el pan.

Y Tu, Jesús, te acercas a nosotros así, en mil formas diferentes.

Te vemos en el que nos pide pan, en el que nos pide ayuda. Tenemos que estar alertas para conocerte, que no estemos distraídos con "una y mil cositas que no tienen valor".... y no tengamos que experimentar la tristeza de que LLEGASTE Y PASASTE DE LARGO.

Que tuviste ganas no solo de comer con nosotros sino de ser nuestro alimento.... y tocaste a nuestra puerta y.... ¡no te reconocimos!.

Tú que eres, Señor, presencia viva, plenitud de vida. ¡Ayúdanos, Señor!


Por: Ma Esther De Ariño 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

El amor de Cristo no tiene límites

El amor está en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance.

Jesús nos amó hasta el final, dio la vida por nosotros.“Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” (Jn 13,2).

Una de las características del amor de Cristo es que no tiene límites. Él se rompió amando, con sus palabras, con sus manos, con sus gestos, con sus actitudes. En aquella tarde, Jesús amó a los suyos como nadie los había amado hasta entonces, los amó, hasta el límite, hasta el fin, hasta el extremo, hasta dar la vida. Jesús demostró este amor al otro en el servicio y en el estar atento en las cosas pequeñas. “Se levantó de la mesa, se quitó los vestidos y, tomando una toalla se la ciñó luego echó agua en la jofaina, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a enjugárselos con la toalla que tenía ceñida” (Jn 13.5). Echar agua, lavar, secar los pies, era un oficio de esclavos. Y Jesús se convierte en esclavo, en servidor; se empobrece, se rebaja poniéndose a sus pies. Este servicio humilde y callado lo hizo Jesús con sus discípulos; quien no se deje lavar los pies por él, no tendrá parte en su reino.

Jesús fue un hombre especial, extraordinario en generosidad, bueno de verdad, que pasó haciendo el bien sobre la tierra y curando a los oprimidos por el mal, porque Dios estaba con él (Hch 10,38). Por eso Pablo aconsejaba a los cristianos como norma de vida: "Mantengamos fijos los ojos en Jesús" (Hb 12,2), para tener sus mismos sentimientos, para obrar como él. Fue enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4,18-19). Él vino para los casos difíciles, para "salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10).

Jesús fue un hombre bueno, con una bondad de calado profundo, de inversión de valores, de búsqueda de lo esencial. Lo radical de su bondad estaba en el hecho de su estar "a la escucha" de las necesidades de los otros. Él dio su vida por todos, su entrega fue total, él no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por todos (Mc 10,45). Nunca condenó a nadie, trató de salvar a todos, de dar vida y de ser vida y fuente de agua viva. Toda la vida de Jesús fue una donación al Padre y se entregó como precio de nuestra liberación. El “amarás a Dios con todo tu corazón y toda tu alma”, encuentra su nueva plenitud en la palabra y en vida de Jesús. Dios, para él, es el único bueno (Mc 10,18), el Padre amoroso (Mt 5, 45) que busca la oveja perdida (Lc 15,4-7), porque es un Dios que busca y acoge lo que se había perdido (Lc 15,2).

En sus enseñanzas repetía que lo más importante era buscar a Dios, su Reino, que no se preocuparan de lo demás. Mil veces invitaba a sus oyentes a no tener miedo, a no dudar, a creer de verdad (Jn 8,46). A todos les dio ejemplo de amor y el amor fue su único mandato. El amor se concretiza en las cosas pequeñas. Soñamos con lo imposible y no hacemos lo que está a nuestro alcance. “Atender a cosas aún menudas, y no hacer caso de unas muy grandes”, porque “quedamos contentas con haber deseado las cosas imposibles y no echamos mano de las sencillas” (7M 4,14).

San Jerónimo escribió un comentario a las cartas de Juan, donde dice que cuando a Juan le preguntaban sus discípulos cristianos, constantemente respondía: “Hijos míos, amaos los unos a los otros”. Cansados los discípulos de esa machacona insistencia, le preguntaron que por qué repetía tanto lo de “amaos”. Su respuesta fue bien sencilla: “porque éste es el mandamiento del Señor, y si lo cumplimos es suficiente”.

Efectivamente, quien comprende y experimenta lo que es el amor, no puede por menos de gritar como Francisco de Asís: Dios es amor, amor, amor. Dios es amor: quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (Jn 4,16) El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Por eso insistía Juan: “Amigos míos, amémonos unos a otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1Jn. 4, 7). Esto mismo había encomendado Jesús a sus discípulos y les pide que se ayuden, se apoyen, se consuelen. Por eso Jesús insistirá: “Os doy un mandamiento nuevo, que os améis unos a otros; igual que yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán que sois discípulos míos, en que os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35).

Juan era un experto en la ciencia del amor, había comido junto a Jesús y había sentido el latir del corazón del Amado. En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros, en que ha mandado a su Hijo unigénito al mundo para que nosotros vivamos por él (1Jn 4,9). Para Juan el amor es la piedra angular del reino de Cristo (Jn 3,16) y exhorta siempre a los hermanos al amor recíproco (2Jn 5,6). El amor de Dios se ha revelado en un acontecimiento histórico: el hecho de Jesucristo, que inaugura el tiempo de la misericordia divina. Este acontecimiento histórico, revelación única y suficiente de Dios manifiesta también que Dios no sólo ha amado y ama, sino que “es amor” (1Jn 4,8).

Juan aprendió muy bien la lección del amor, como lo más importante y como lo único que merecía enseñarse e insistir. La primera carta de Juan es una joya. De ella entresaco algunos pensamientos.
- El que ama a su hermano, ése es hijo de Dios (3,10).
- Quien ama a su hermano ha pasado de la muerte a la vida (3,14).
- Amar de verdad es dar su vida por el hermano (4,10).
- El que ama comparte sus bienes con el hermano necesitado (4,17).
- Amarnos es cumplir lo que Jesús nos mandó (3,23).
- El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (4,7).
- Nuestro deber de amar se funda en que Él nos amó (4,11)
- Si amamos al hermano, Dios permanece en nosotros (4,12).
- Amemos, ya que Él nos amó primero (4,19).
- Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (4, 20).
- Si alguien ama a Dios, ame también a su hermano (4, 21).


Por: P. Eusebio Gómez Navarro