No temas el descenso, no bajas sola.
Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo.
Hoy he leído acerca de la
Transfiguración.
Muchas veces he pensado, Madre, en el momento de la Transfiguración de tu Hijo.
- Muchas veces te has querido quedar allí arriba, en la montaña
¿verdad?- me susurras al alma y me siento en paz por saber que no tengo
secretos contigo.
- Así es, Madre, muchas veces el alma se siente tan plena y feliz de saberse
tan amada por Tu hijo, por Ti, que quisiera que el tiempo se detuviese allí
¿Porqué es tan difícil, María, seguir a Jesús cuando baja de la montaña?
Alargas tu mano y me conduces al sitio donde Pedro mira, entre extasiado y
atemorizado, la bellísima escena de la Transfiguración y dice: “Rabbí, bueno es
estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías”(Mc 9,5)
- Fíjate hija- murmuras a mi corazón-cuán grande es el gozo de
Pedro ante la Majestad de Cristo. Ni siquiera tiene lienzos para tantas carpas,
pero la fuerza de su corazón le lleva, en esta hora, a querer levantar carpas
aún sin lienzos.
Corazón extasiado. Admiración sin límites. Tiendas sin lienzos.
- ¿Cuántas de estas carpas has proyectado, hija mía?
- Muchas, Madre, demasiadas…
- ¿Lograste levantar alguna? -me preguntas, invitándome a que
yo misma me pregunte.
- Ninguna, Señora, ninguna. Debí bajar de la montaña demasiado rápido. A veces
hasta rodando cuesta abajo y lastimándome con cuanto arbusto espinoso se
cruzaba en mi camino. No supe quedarme arriba, en la montaña… lo siento, Madrecita…
- No te angusties, amiga. Eso es lo que espero de ti. Espero que bajes,
no que permanezcas. Se te es permitido subir para que, cada vez que bajes,
sientas que el ascenso no fue en vano.
- ¿Cada vez, Señora? ¿Como “cada vez”? ¿Es que, acaso, he de subir muchas veces
yo a la montaña a contemplar el esplendor de tu Hijo?
- Pues si, querida, si. Precisamente de eso se trata. Verás, subir la
montaña no es fácil, es camino escarpado, a veces árido y difícil. Aunque por
momentos hallarás oasis perfectos. Es camino largo y delicado, pero lo que te
espera en la cima bien vale el esfuerzo ¿verdad?
- Madre, perdona mi gran torpeza, pero siento que hablas con palabras
conocidas… siento que son…. caminos conocidos, como si… ya los hubiese
caminado.
Y el silencio de la parroquia se inunda de tu delicado perfume y las piedritas
de tu manto brillan iluminando el alma…
- Busca, hija, busca en tu interior la respuesta. Busca hija, que el
que busca encuentra.
- Madre, el camino a la montaña es... ¿El camino de la oración? ¡Oh Madre!
Entonces… entonces siento que mi corazón ha vivido lo que el de Pedro muchas
veces.
- Y también como él quisiste quedarte allí…
- Si, Madre, no sé como se vuelve y, muchas veces, ni siquiera sé que es
volver.
Continúa la Misa y siento que comienzo a subir la montaña.
Me tomas como Jesús a Pedro, y camino contigo en espera del milagro.
Y las palabras de la plegaria de la Misa se tornan en pasos… pasos ascendentes
hacia la cima. Mi alma quiere estar muy atenta a tales pasos, porque cada uno,
cada palabra de la plegaria, prepara el alma para el encuentro.
Las vestiduras blancas de Jesús. La blancura del Pan que se lleva como ofrenda.
Y canto el “Santo”. Por la Bendita Comunión de los Santos, sé que no canto sola,
que hermanos lejanos, en distancia y tiempo, cantan conmigo.
Y el milagro llega.
Y los ojos del alma ven el esplendor de Su Amor entre las manos del sacerdote,
en la Consagración.
- Madre, Jesús brilla para mí, brilla para cada uno de los que aquí estamos, el
brillo es interior y sólo puede verse con los ojos del alma.
Falta el último paso.
El abrazo.
Voy de Tu Mano, Madre. En Tu Corazón le recibo. ¡Oh Bendito Jesús Eucaristía!.
El abrazo es pleno, único. Conoces, Maestro, cada una de las súplicas de mi
corazón.
Me abrazas, Jesús, en el Corazón de tu Madre. Quisiera detener el tiempo,
aunque fuesen sólo unos instantes. Sé que no es posible.
- Hija, es tiempo de bajar… es tiempo…
La Misa ha terminado. Mis pasos me llevan de regreso a la cotidianeidad de mis
días.
Bajar la montaña, Madre. Siento que no bajo sola. Como Jesús bajó con Pedro,
Santiago y Juan, siento que ahora también baja conmigo…. Y además, tengo tu
compañía, Maria…. ¡Madre, bajar así no es tan duro! Las espinas siguen estando,
duelen María, pero tú curas las heridas…
-¿Has notado, hija, que hay en la cumbre flores que sólo crecen allí?
- ¡Oh, sí, Señora, lo he notado! Y son bellísimas en verdad.
Y para sorpresa de mi alma, sacas de Tu Corazón una flor de las de la cumbre.
- Toma, hija, para que aspires su perfume cada vez que sientas que el
encuentro ha quedado lejano en el alma. Que la realidad del valle te supera y
te lastima. Cada vez que sientas que hay demasiadas paredes y ninguna puerta….
La flor de la cumbre. La Comunión espiritual. ¡Oh dulce regalo del Maestro!....
Y mientras acaricio los pétalos de tan dulce flor, doy los últimos pasos sobre
la montaña. Ya todo es valle. He de caminar en él con la misma alegría que
sentí en la cumbre ¿Podré, Madre?
Ente mis manos la flor es respuesta. Flor de cumbre escarpada. Flor para
algunos
- ¿Para quienes, María?
- Para los que la ansíen.
Cumbres escarpadas. Blanquísimo Pan. Carpas sin lienzo. Descenso con Cristo.
Todo junto en el alma va tomando su lugar…
Gracias, Maestra del alma. Cuan experimentadísima alpinista, me esperas en cada
Misa para subir hasta el milagro, para bajar fortalecida, para enseñarme a ser
luz para los que aun no han subido, para los que ni siquiera imaginan que hay
montaña.
Amigo mío, amiga mía que subes con Maria tantas veces la montaña. No temas el
descenso, no bajas sola. Aquel cuya luz es inextinguible, baja contigo… Y si te
apresuras tanto que le dejas lejos, no te angusties, siempre puedes volver. La
oración hará que halles tus pasos en la arena, que encuentres el camino, que
vuelvas a subir….
Por: María Susana Ratero
NOTA de
la autora: "Estos
relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por
el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse
que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le
parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o
expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin
intervención sobrenatural alguna."