"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 4 de septiembre de 2014

Meditación ante el Santísimo Sacramento

Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes?

No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá a vosotros. ¿Cómo es que miras la brizna en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo?. ¿O cómo vas a decir a tu hermano: Deja que te saque esa brizna del ojo, teniendo la viga en el tuyo?. Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano. (Mateo 7, 1-5) 

Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo. Con qué claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!... 

¿Y qué hago yo de la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... voy de chisme en chisme sin detenerme a pensar que lo que traigo y llevo entre mis manos, mejor dicho en mi lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan por mi camino, por mi vida. Y no solo eso, me erijo en juez de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un poco dentro de mí. 

Señor, en este momento tengo la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, Jesús, ¡qué pena tengo de ver esa viga que no está precisamente en mi ojo, sino en mi corazón...! ¿Por qué en este momento me siento tan pequeña, tan sin valor, con todas esas "cosas" que generalmente critico de los demás y que veo en mí son mayores y más graves? 

Jesús Sacramentado ¿por qué tu Corazón nunca me ha juzgado tan severamente como yo acostumbro a juzgar a mis semejantes? 
Solo hay una respuesta: ¡porque me amas! 

Ahora mismo me estás mirando desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así me estás mirando a mí esta mañana, en esta Capilla me estás hablando de corazón a corazón: "Ámame a mi y ama a los que te rodean, no juzgues a los que cruzan por tu camino, por tu vida... ámalos como me amas a mi, porque todos, sean como sean, son mis hijos, son mis criaturas y por ellos y por ti estuve un día muriendo en una Cruz... Te quiero a ti, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!" 

Señor, ¡ayúdame! 

Arranca de mi corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que me roe el alma y que no me deja perdonar... No perdones mis ofensas, mis desvíos, mi frialdad, mi alejamiento como yo perdono a los que me ofenden - así decimos en la oración que tu nos enseñaste, el Padrenuestro - a los que me dañan, a los que me lastiman, porque mi perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñame Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL! 

Hoy llegué a esta Capilla siendo la de siempre, con mi pereza, con mis rencillas muy mías y mis necedades, mi orgullo, mi intransigencia para los demás, sin paz, con mis labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra mi... 

Pero Tu me has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y he sabido y he sentido que me amas como nadie me puede amar y mi alma ha recobrado la paz. 

Ya no soy la misma persona y de rodillas me voy a atrever a prometerte que quiero ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vaya, en mi hogar, en mi trabajo, en la calle, donde esté, llevar esa Luz que he visto en tus ojos, en los míos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu.... 

¡Ayúdame, Señor, para que así sea! 


Autor: Ma Esther De Ariño 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Hágase Tu Voluntad en la tierra, como en el cielo


¿Hemos realmente entendido el profundo sentido de esta oración hecha por Jesús, a Su Padre?
¿Cuántas veces hemos rezado "hágase Tu Voluntad, así en la tierra, como en el Cielo?". ¿Y hemos realmente entendido el profundo sentido de esta oración hecha por Jesús, Dios hecho Hombre, a Su Padre?.
 
Quizás hemos escuchado alguna vez que el crecimiento espiritual verdadero pasa por borrar nuestro ego, llegar a la muerte de nuestro yo, vencer a nuestra propia voluntad, reemplazándola por nuestra total entrega a la Voluntad de Dios. Ser instrumentos de Dios en la tierra implica vencer a nuestro propio interés, haciendo que nuestros pensamientos y nuestras acciones estén totalmente inspiradas por la Voluntad Divina, por el deseo de obrar en beneficio del interés de Dios, ya no el nuestro. Sin dudas que esto implica dejar atrás todos los apegos que tenemos al mundo, ya que por allí pasa toda la manifestación de nuestro interés personal. 

Cuando uno llega a entender que sólo Dios cuenta, entiende que ni siquiera los afectos más profundos por nuestros seres queridos, pueden ser interpuestos a la realización de la Voluntad de Dios. ¿Por qué?. Porque solo Dios Es, solo Dios cuenta. Todo lo demás debe ser puesto a Su entera disposición, a Su Voluntad, uniendo nuestro querer al querer de Dios, haciendo que nuestro interés personal sea reemplazado por el interés de Dios. 

¿Cuántas veces al día nos miramos a nosotros mismos desde los ojos de Dios?. ¿Entendemos que somos hijos, de entera Realeza, del mismo Dios?. Si actuamos haciendo honor a nuestro origen Real, somos verdaderos instrumentos de nuestro Creador, somos una manifestación de Él en la tierra. 

Por eso, cuando recemos "hágase Tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo", entendamos que estamos invitando a nuestro propio interés a desvanecerse, para poder nadar a pleno en el Divino Querer del mismo Dios, para compartir con Él Su Realeza, para ser parte de Su Reino, al unirnos plenamente a Su Voluntad, así en la tierra como en el Cielo. 

Autor: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

martes, 2 de septiembre de 2014

Dios te quiere santo

¿Y tú? Él te conoce por tu nombre y apellidos. Él quiere siempre lo mejor para ti y sigue soñando maravillas en tu vida.
Dios, tu Padre, que te ha creado, quiere lo mejor para ti Y, por eso, quiere que seas santo. La voluntad de Dios es tu santificación (1 Tes 4,3). Dios te eligió desde antes de la formación del mundo para que seas santo e inmaculado ante Él por el amor (Ef 1,4). Por eso, en la Biblia, que es una carta de amor de Dios, se insiste mucho: “Sed santos, porque yo vuestro Dios soy santo” (Lev 19,2; 20,26). Y Jesús nos dice: “Sed santos como vuestro Padre celestial es santo” (Mt 5,48). Así que tú y yo, y todos "los santificados en Cristo Jesús, estamos llamados a ser santos" (l Co 1,2). 


El mismo Catecismo de la Iglesia Cató1ica nos habla en este sentido: "Todos los fieles son llamados a la plenitud de la vida cristiana" (Cat 2028). "Todos los cristianos, de cualquier estado o condición están llamados cada uno por su propio camino, a la perfección de la santidad" (Cat 825). 



En el concilio Vaticano II, en la Constitución "Lumen gentium", todo el capítulo V está dedicado a la vocación universal a la santidad. Y dice en concreto: “Quedan invitados, y aun obligados, todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado” (Lumen gentium n° 42). 



Así que está claro que puedes ser santo. Dios lo quiere ¿y tú? No digas que no tienes las cualidades necesarias. No digas que Dios no te ha llamado. No has venido al mundo por casualidad. No eres un cualquiera para Dios, no eres uno más entre los millones de hombres que han existido, existen o existirán. Él te ama con un amor personal. Él te conoce por tu nombre y apellidos. Él quiere siempre lo mejor para ti y sigue soñando maravillas en tu vida. ¿Lo vas a defraudar en sus planes divinos? ¿Crees que no vales nada? ¿Crees que todos los demás valen más que tú? Tú tienes que cumplir tu misión y ser santo, cumpliendo tu misión con las cualidades que Dios te ha dado. No envidies a nadie. No sueñes con otras misiones, no te sientas triste por no tener lo que tú quisieras “humanamente hablando”. Dios te ama así como eres. No te compares con los demás para devaluarte o para creerte superior. Levántate de tus cenizas y de tus pecados. Levanta la cabeza y mira hacia el cielo. Allí te espera tu Padre Dios y cuenta contigo para salvar al mundo. 



Sé humilde y servicial con todos. Sé amable, procura hacer felices a cuantos te rodean. Sé instrumento del amor de Dios para los demás. Que el amor sea la norma suprema de tu vida y que, por amor, des tu vida entera a1 servicio de los demás. Y tu Padre Dios se sentirá orgulloso de ti y te sonreirá en tu corazón y sentirás su paz y felicidad dentro de ti. No temas. Jesús te espera en la Eucaristía para ayudarte y nunca te abandonará. María es tu Madre y vela por ti. Los santos son tus hermanos. Y un ángel bueno te acompaña. 




DESEO DE SANTIDAD 



El primer paso para ser santo es querer ser santo. Si no quieres serlo, porque crees que es imposible para ti o simplemente no quieres, porque crees que hay que sufrir demasiado y prefieres tu vida tranquila y sin complicaciones... Entonces, estás perdido y nunca llegarás a la santidad. 



Santa Teresa de Jesús nos habla de que hay que tener una "determinada determinación", una decisión seria de querer ser santos. Evidentemente, las personas que tienen una voluntad muy débil y que se quedan en bonitos deseos, pero no ponen de su parte y no se esfuerzan, nunca podrán llegar a ser santos, mientras no adquieran esa fuerza de voluntad que es necesaria para hacer grandes cosas. 



Recuerdo que un día estaba paseando con otro sacerdote y se nos acercó un buen hombre que le dijo a mi compañero: “Padre, Ud. es un santo”. Y él le dijo: “No soy santo, pero quiero ser santo". Una buena respuesta, reconocer que somos pecadores y nos falta mucho, pero decir claramente y sin vergüenza: “Quiero ser santo”. Personalmente, cuando me dicen algo así, les digo: “Solamente soy un aspirante a la santidad”, ¿y tú? 



Si quieres ser santo de verdad, debes comenzar por ser un buen cristiano. Eso significa que nunca debes mentir, ni robar, ni decir malas palabras ni ser irresponsable. Eso supone una decisión firme de evitar todo lo que ofenda a Dios y a los demás y querer ser siempre sincero, honesto, honrado, responsable... 



Una vez que estás bien encaminado y deseas amar a Dios sobre todas las cosas, no debes angustiarte por no ver avances importantes, pues la santidad es un regalo de Dios que debes pedir también humildemente todos los días. ¿Lo pides de verdad y con sinceridad? Pero no pidas un determinado tipo de santidad, sea con dones místicos o sin ellos, con buena salud para trabajar o con enfermedad, con puestos importantes o sin ellos. Déjale a Dios que escoja el tipo de santidad que quiere para ti. Él te conoce y te ama, déjate llevar sin condiciones, e invoca a tu santo patrono. ¡Qué importante es tener un nombre cristiano y tener un santo protector a quien invocar con devoción! 

Autor: P. Angel Peña O.A.R.

lunes, 1 de septiembre de 2014

¿Soy culpable de mí mismo?

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza.
Cada decisión deja una huella: en mi vida, en la de los seres cercanos, en otros corazones que no conozco pero que, de modos misteriosos, quedan bajo la influencia de mis actos. 

Con el pasar del tiempo, las decisiones configuran un mosaico. Como enseñaba san Gregorio de Nisa, en cierto sentido somos padres de nosotros mismos a través de nuestros actos. 

¿Qué imagen he trazado en mi alma? ¿Hacia dónde está dirigida mi mirada? ¿Qué busco, qué sueño, qué temo, qué lloro, qué me causa alegría? ¿Hacia dónde oriento el cincel cada vez que plasmo la estatua de mi vida? 

Si los defectos dominan mi corazón, siento pena. Surge entonces la pregunta: ¿soy culpable de mí mismo? ¿Son mis decisiones las que me llevaron a esta situación de apatía, de tibieza, de orgullo, de envidia, de rencores? 

En ocasiones busco la culpa fuera de mí. Incluso tal vez tenga algo de razón: hay personas que me han herido profundamente, que un día llegaron a provocar esa angustia o ese odio que me carcome a todas horas. Pero en otras ocasiones tengo que reconocerlo: la culpa es completamente mía. 

Necesito abrir los ojos ante mi situación actual y verla con realismo y con esperanza. Sobre todo, necesito aprender a leer mi vida desde un corazón que me conoce como nadie: el corazón de Dios. 

A Él puedo preguntarle si soy culpable de mí mismo, si me he dañado tontamente, si he permitido que me ahoguen asuntos insustanciales, si me he encerrado en un pesimismo dañino. 

Luego, desde el diagnóstico del Médico divino, podré abrirme a su gracia para curar mi voluntad, para orientar mis pensamientos a un mundo nuevo y bello, para dar pasos concretos que me permitan perdonar y pedir perdón. 

Será posible, entonces, que esa libertad con la que tantas veces he hecho daño, a otros y a mí mismo, empiece a ser usada para construir una vida nueva, desde la luz del Espíritu Santo y con la meta que embellece todo: amar a Dios y a los hermanos. 

Autor: P. Fernando Pascual LC

domingo, 31 de agosto de 2014

DOS VIEJOS AMIGOS, DOS OBISPOS BUENOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Hace un cierto tiempo que se habla de cambios episcopales para dos sedes  importantes: Valencia y Madrid. La verdad es que no he hecho mucho caso a tales especulaciones, porque siempre pienso en estos casos que ya sucederá lo que tenga que suceder. Y ahora ya ha ocurrido: nuestro buen Arzobispo Carlos Osoro nos deja para ir a Madrid. En principio, para los valencianos, es una noticia triste. Se va de Valencia un gran obispo, un hombre sencillo, pastor bueno, al que no hay que insistir para que vaya a tal o cual lugar.

         La pena queda sobradamente calmada con la noticia de que un valenciano amigo, un cardenal viene a Valencia como nuevo arzobispo. Casi cien años sin un obispo valenciano en Valencia. Por hay otros lugares sembrados de obispos valencianos. Don Antonio Cañizares, como diría Machado, es un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, porque es sencillo, cordial, amable, pero sabe muy bien lo que lleva entre manos. Yo ni me planteo el porqué del cambio porque ambos son buenos para los dos sitios y tal vez porque la Santa Sede trata de evitar en lo posible enviar un obispo al lugar en que ha sido sacerdote. Y no hemos de olvidar que el cardenal Cañizares estuvo años en Madrid antes de ser obispo, con cargos importantes en la Diócesis capitalina y en la Conferencia Episcopal Española. Ahora devuelve el cardenalato a nuestra diócesis.

         Pero se me está yendo la tecla sin que escriba algo que responda al título de estas líneas. Y es que, cuando se va teniendo cierta edad, se tienen más amigos por todas partes. Es una ventaja. Como por diversos motivos pastorales he debido tratar con muchos obispos, hace mucho tiempo que conozco a ambos. Y se lo agradezco a la Providencia, porque es bueno conocer personas buenas. Aunque la vedad es que un sacerdote ha de conocer a gente de todo tipo, siempre con el ánimo de ayudar a mejorar. Nuestros dos arzobispos no han sido conocidos por mí para ayudarles a mejorar. En todo caso,  ellos  me ayudaron a mí.

         Conocía menos a don Carlos, porque enlacé  con él en esos muchos actos de ordenaciones episcopales y tomas de posesión a los que he  asistido. Pero como es un hombre sencillo, es muy fácil trabar conversación con él. Creo recordar que la última antes de venir a Valencia, fue en la toma de posesión del anterior obispo de Alicante que, como es sabido, hace su entrada en Orihuela montado en una mula blanca. Habíamos comido en el Colegio de Santo Domingo, bellísimo edificio oriolano. Salimos a esperar al nuevo obispo. Mientras aguardábamos, y después siguiendo la comitiva, estuve charlando con don Carlos, entre otras cosas del cariño que tenía al entonces mi colega a quien correspondía la diócesis de  Oviedo. Señaló tantas cosas buenas de él, que detuvo la conversación para decir: a lo mejor te extrañas de esto, pero lo digo porque yo quiero mucho a Ángel.

         Cuando vino a Valencia, me llamó una secretaria para decir que el Arzobispo quería verme. Pregunté si no sería un error puesto que ya no era vicario del Opus Dei. Me respondió que no, que ya había recibido al vicario, pero que deseaba verme a mi. Acudí con mucho gusto. No sé si fue un detalle por nuestro anterior conocimiento, por mi amistad con don Agustín –el arzobispo anterior, que fallecería poco después siendo cardenal-, pero quiso preguntarme algo que no sería discreto narrar. Más adelante fui a verle para pedirle que presentara mi libro “Encontrarse con Cristo”. Me respondió afirmativamente antes de que expusiera  el tema. No exagero. Fue así porque así es don Carlos: un sí siempre para todos. Y me lo presentó.

         Más antigua es mi relación con el cardenal Cañizares. Nos conocíamos ya, pero consolidó nuestra amistad algo fortuito. Yo había acudido a una reunión de sacerdotes en el seminario de Madrid. Había sacado mi coche, llovía y vi a Antonio Cañizares en la puerta. Le ofrecí llevarlo. Se resistía por no querer molestar, pensando que iba lejos, a la sede de la Conferencia Episcopal. Antonio, le dije, si yo vivo al lado. Y subió al coche. Tal vez por agradecimiento a tan poca cosa, comenzó un mayor trato, muy fácil porque es, como don Carlos, sencillo y de trato fácil. También don Carlos es bueno en el buen sentido de la palabra.


         Como se acaba el espacio, recuerdo que, siendo Arzobispo de Granada, tuvo un grave accidente de circulación su sobrino suyo, que vivía con él, pero estando unos días  en Utiel, sufrió el serio percance. Fui a visitarlo varias veces al Hospital General de nuestra ciudad. El sobrino estaba en la UVI y el tío velaba constantemente a la puerta. Le llevé una estampa con reliquia de Monseñor Escrivá de Balaguer, aún no beatificado. El sobrino salió adelante y para que no “pelearan” por la estampa, pedí a Granada que le dieran otra. Son asuntos demasiado personales, pero los cuento porque tal vez ayudan a ver el talante de dos hombres buenos.

¡Ah! Si yo cambiara

Ha llegado el momento del cambio; no de tu sociedad, tu familia, tu escuela o tu trabajo, sino de ti.
Todos queremos un mundo mejor; siempre estamos a la expectativa, nos alegran las buenas noticias y estamos ávidos de ellas. Las malas noticias nos producen malestar y miramos a nuestro alrededor a la caza despiadada de los culpables; todos vamos detrás de un mundo más humano, más justo, más tolerante y comprensivo; qué diferente sería todo. Por eso ha llegado el momento del cambio; no del cambio de tu sociedad, de tu familia, de tu escuela o universidad, ni de tu trabajo, sino de ti. 

Tú eres el único que puede cambiar, para luego cambiar tu entorno. Con Cristo Resucitado todo ha cambiado y renacen en nuestro corazón las ganas de vivir, nuestra vida así se ve con alegría, armonía y sencillez. Aprovecha esta experiencia, te llenará de satisfacción, pero recuerda, el cambio real comienza desde ti. No pares nunca… 


Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los otros... los comprendería. 

Si yo encontrara lo positivo en todos... con qué alegría me comunicaría con ellos. 

Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás... los haría felices. 

Si yo aceptara a todos como son... sufriría menos. 

Si yo deseara siempre el bienestar de los demás... sería feliz. 

Si yo criticara menos y amara más... cuántos amigos ganaría. 

Si yo comprendiera plenamente mis errores y defectos y tratara de cambiarlos... cuánto mejoraría mi hogar y mi ambiente. 

Si yo cambiara el tener más por el ser más... sería mejor persona. 

Si yo cambiara de ser Yo, a ser Nosotros... comenzaría la civilización del Amor. 

Si yo cambiara los ídolos: poder, dinero, sexo, ambición, egoísmo y vanidad definitivamente por: Libertad, Bondad, Verdad, Justicia, Compasión, Belleza y Amor... comenzaría a vivir la verdadera felicidad. 

Si yo cambiara el querer dominar a los demás por el autodominio... aprendería a amar en libertad. 

Si yo dejara de mirar lo que hacen los demás... tendría más tiempo para hacer más cosas. 

Si yo cambiara el fijarme cuánto dan los otros para ver cuánto más puedo dar yo... erradicaría de mí la avaricia y haría este mundo más justo y equitativo. 

Si yo cambiara el creer que sé todo... me daría la posibilidad de aprender más. 

Si yo cambiara el identificarme con mis posesiones: títulos, dinero, status, posición familiar... me daría cuenta que lo más importante de mí es que yo soy un ser que ama. 

Si yo cambiara todos mis miedos por amor... sería definitivamente libre. 

Si yo cambiara el competir con los otros por el competir conmigo mismo... sería cada vez mejor. 

Si yo dejara de envidiar lo ajeno... usaría todas mis energías para lograr lo mío. 

Si yo cambiara el querer colgarme de lo que hacen otros por el desarrollar mi propia creatividad... haría cosas maravillosas. 


Si yo cambiara el esperar cosas de los demás... no esperaría nada y recibiría como regalo todo lo que me dan. 

Si yo amara el mundo... lo cambiaría. 

Si yo cambiara... ¡cambiaría el mundo! 

No dejes que la inercia en tu vida y tus buenas intenciones no realizadas paralicen tu corazón. Comienza a cambiar desde dentro. Así verás cómo tus percepciones y modos de enfrentar la vida no han sido lo suficientemente plenos; comprende que la decisión que tomaste, influenciada por tus amigos, no era lo más conveniente. Comienza hoy el cambio y verás qué serás feliz. 

Autor: P. Dennis Doren LC

sábado, 30 de agosto de 2014

Respetable Señora....

Estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo. Y esto me hace temblar de regocijo, amor y respeto
Querida y respetable señora, queridísima madre: 

Sé que estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo. Y esto me hace temblar de regocijo, de amor y de respeto. Cuántas mujeres en el mundo, queriendo parecerse a ti, llevan con orgullo santo el dulce nombre de María. Cuantas iglesias dedicadas a tu nombre. 

Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres, tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se revela y se da como ternura, amor y misericordia. 

Estoy escribiendo una carta a la Madre de Dios: Esa es tu grandeza incomparable. 
Eres la gota de rocío que engendra a la nube de la que Tú procedes. Me mereces un respeto total, al considerar que la sangre que tu hijo derramará en el Calvario será la sangre de una mártir, será tu propia sangre; porque Dios, tu hijo, lleva en sus venas tu sangre, María. 

Pero el respeto que me mereces como Madre de Dios se transforma en ímpetu de amor, al saber que eres mi madre desde Belén, desde el Calvario, y para siempre, y por eso después de Dios me quieres como nadie. Yo sé que todos los amores juntos de la tierra no igualan al que Tú tienes por mí. Si esto es verdad, no puedo resistir la alegría tremenda que siento dentro de mi corazón. 

Pero ese amor es algo muy especial, porque soy otro Jesús en el mundo, alter Christus. 
Tú lo supiste esto antes que ningún teólogo, desde el principio de la redención. 
No puedo creer que me mires con mucho respeto. Para ti un sacerdote es algo sagrado. 

Agradezco a tu Hijo, al Niño aquél, maravilla del mundo, que todavía contemplo reclinado en tus brazos, su sonrisa, su caricia y su abrazo que quedaron impresos a fuego en mi corazón para siempre. 

Oh bendito Niño que nos vino a salvar. 
Oh bendita Madre que nos lo trajiste. 

Contigo nos han venido todas las gracias, 
por voluntad de ese Niño. 

Todo lo bueno y hermoso que me ha hecho, 
me hace y me hará feliz, tendrá que ver contigo. 

Por eso te llamamos con uno de los nombres más entrañables: Causa de nuestra alegría. 

He sabido que tu Hijo dijo un día: "Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" Sí. Escritos en el cielo por tu mano, Madre amorosísima. Cuando dijiste sí a Dios, escribiste nuestros nombres en la lista de los redimidos. Y esta alegría nos acompaña siempre, porque Tú también como Jesús estás y estarás con nosotros todos los días de nuestra vida. 

¡Qué hermosa es la vida contigo, junto a ti, escuchándote, contemplando tus ojos dulcísimos y tu sonrisa infinita. También como a Dios, yo te quiero con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. 

Sigo escribiendo mi carta a la que es puerta del cielo. ¡Cómo he soñado desde aquel día, 
en que experimenté el cielo en aquella cueva, en vivir eternamente en ese paraíso! Junto a Dios y junto a ti, porque eso es el cielo. La puerta de la felicidad eterna, sin fin, tiene una llave que se llama María. Cuanto anhelo ese momento en que tu mano purísima me abra esa puerta del cielo eterno y feliz. 

Oh Madre amantísima, eres digna de todo mi amor, por lo buena que eres, por lo santa, santísima que eres, la Inmaculada, la llena de gracia, por ser mi Madre, por lo que te debo: una deuda infinita, porque, después de Dios, nadie me quiere tanto, por tu encantadora sencillez. 

Yo sé, Madre mía, que, después de ver a Dios, el éxtasis más sublime del cielo será mirarte a los ojos y escuchar que me dices: Hijo mío, Y sorprenderme a mí mismo diciendo: Madre bendita, te quiero por toda la eternidad. 

Oh Virgen clementísima, Madre del hijo pródigo. -Yo soy el hijo pródigo de la parábola de tu hijo- que aprendiste de Jesús el inefable oficio de curar heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Perdóname todo y para siempre, oh Madre. 

Bellísima reina, Madre del amor hermoso, toda hermosa eres, María. Eres la delicia de Dios, eres la flor más bella que ha producido la tierra. Tu nombre es dulzura, es miel de colmena. Dios te hizo en molde de diamantes y rubíes Y después de crearte, rompió el molde. Le saliste hermosísima, adornada de todas las virtudes, con sonrisa celestial... Y cuando Él moría en la cruz, nos la regaló. Por eso, Tú eres toda de Jesús por derecho. y toda de nosotros por regalo.

Todo tuyo y para siempre. 

Autor: P. Mariano de Blas


viernes, 29 de agosto de 2014

A todos los componentes de este grupo: AMIGOS DE PEDRO CASQUERO”

El verano a punto de acabar, las vacaciones se agotan y a la vuelta de unos días nuevamente el Curso Escolar. 

Parece que la casa se normaliza, incluso en aquellas en los que no hay ya ningún miembro,  en esa bonita edad escolar.

Es cuando uno comienza a realizar proyectos para este nuevo curso y a acoplar nuestro tiempo libre a esas aficiones más apreciadas.

Pues en esa planificación me gustaría, ya que Facebook consumirá, un tiempo a tener en cuenta, dedicaran dos días en semana simplemente a entrar en este Grupo, a leer lo nuevo que otros miembros han puesto, desde su última entrada.

Comentar aquello que de una forma u otra les llame más la atención y lo que es Mas Importante, a aportar sus comentarios sobre la vida de esta gran Persona, que fue nuestro amigo Pedro, entiendo que al principio costaría algo más de trabajo, pero desgraciadamente o afortunadamente las heridas van cicatrizando, sin que para nada suponga el mas mínimo olvido, y hoy se le hará menos cuesta arriba poner algo suyo.

 ¿Quién no tiene una fotografía de algún evento que tuvo la inmensa suerte de compartir con él? 

¿Quién no recuerda una anécdota  en tantos y tantos años en el Hospital o en la Gerencia de Área, no hay más que recordar las cervecitas, para celebrar el cumpleaños o Santo, de algún compañero o compañera, algo con lo que el siempre disfrutaba, o en la época de la declaraciones de la Renta cuando llegábamos a su mesa a decirle: “chacho Pedro, revisa esto que me sale a pagar más de lo que yo esperaba, ¡¡ Y siempre te arañaba algo!! 

Miles y miles de cosas de esta, que sería muy bonito que se recordaran. Imagínense por un momento, que estamos todos de tertulia, en una cafetería, recordando temas de estos, verían como habría que poner un moderador, pues todo el mundo querría contar una cosa, otra y otra, pues aquí igual, pero sin moderador, pueden contar cada uno las que quieran y sin esperar que el otro termine, colocar fotografías etc. etc. 

En una palabra participar algo más que el primer año, que todo se ha hecho fenomenal pero ha faltado ese pelín de participación, que sin duda alguna lo vamos a realizar desde ya y que es lo que le da vida al Grupo.

Gracias a todos, y esta carta la iré publicando de vez en cuando e indicando si el índice de participación comienza a subir.
Gracias a todos y un gran abrazo.

Los Administradores del Grupo:
Conchi Casquero.
Manuel Martin y
Manuel Murillo.

29/08/2014

En medio de la tormenta, la sensatez

¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?
Cómo no recordar las palabras tan sabias de Santa Teresa: 
Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta

Aunque no alcanzamos a comprender todas las cosas, y nuestro corazón se llena de dolor, dejamos que su infinita Providencia y Misericordia nos guíen. 

Es sensato agradecer el bien de las personas que nos han acompañado en la vida y que nos han llevado a Dios. San Pablo, en un momento de inspiración, aconsejó a los Corintios: 

Y si no, hermanos, tengan en cuenta quienes han sido llamados, pues no hay entre ustedes muchos sabios según los criterios del mundo, ni muchos poderosos, ni muchos nobles. Al contrario, Dios ha elegido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios; ha elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes; ha elegido lo vil, lo despreciable, lo que no es nada a los ojos del mundo para aniquilar a quienes creen que son algo. De este modo, nadie puede presumir ante Dios... (1 Cor 1,26-ss). 

¿Cómo salir a flote en medio de esta tormenta que nos aflige?, ¿cómo librarnos del remolino que nos quiere engullir, en sus falaces críticas, cavilaciones,conjeturas a medias? Todos opinan, todos dicen, todos ahora se convierten en expertos moralistas y jueces implacables. Es la hora de la sensatez, decir poco y hacer mucho por el bien de la humanidad y que cada uno nos preocupemos en ser coherentes con lo que somos y profesamos ser, maravillosa lección para aprender, no sea que el día de mañana, cuando nos toque a nosotros presentarnos frente el Sumo Juez, no quedemos bien parados. Hoy les invito a todos mis lectores a elevar a Dios nuestra oración pidiendo la sensatez. Creo que traerá paz y sosiego a nuestra alma: 

SEÑOR, Ayúdame a decir la verdad, delante de los fuertes y a no decir mentiras para ganarme el aplauso de los débiles. 
Si me das fortuna, no me quites la felicidad; 
Si me das fuerza, no me quites la razón; 
Si me das éxito, no me quites la humildad; 
Si me das humildad, no me quites la dignidad. 
Ayúdame siempre a ver el otro lado de la medalla. 
No me dejes inculpar de traición a los demás, por no pensar como yo. 
Enséñame a querer a la gente como a mí mismo, y a juzgarme como a los demás. 
No me dejes caer en el orgullo si triunfo, ni en la desesperación si fracaso. 
Más bien, recuérdame que el fracaso es la experiencia que precede al triunfo. 
Enséñame a seguir amando a pesar del sufrimiento. 
Enséñame a confiar a pesar de las decepciones. 
Enséñame que perdonar es lo más importante del fuerte, y que la venganza es la señal primitiva del débil. 
Si me quitas la fortuna, déjame la esperanza. 
Si me quitas el éxito, déjame la fuerza para triunfar del fracaso. 
Si yo faltara a la gente, dame valor para disculparme. 
Si la gente faltara conmigo, dame valor para perdonar. 
Señor, si yo me olvido de Ti, Tú no te olvides de mí. Amén. 

Autor: P. Dennis Doren L.C

jueves, 28 de agosto de 2014

¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios?

Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender.
Ocurre que de pronto piensas que Dios te ha olvidado. Te asedian tantos problemas y no los puedes comprender. Quedas envuelto en un torbellino del que parece no existir una salida. 

Recientemente pasé por algo parecido, y sentí una gran confusión. Procuraba estar tranquilo y confiar en Jesús. 

Solía visitarlo en el Sagrario para quejarme... ¿Hasta cuando?... 

Y oraba con el Salmo 6: 

Señor, no me reprendas en tu ira, ni me castigues si estás enojado. 
Ten compasión de mí que estoy sin fuerzas; sáname pues no puedo sostenerme. 
Aquí estoy sumamente perturbado, tú, Señor, ¿hasta cuando?... 
Vuélvete a mí, Señor, salva mi vida, y líbrame por tu gran compasión. 

Sentía entonces como si una voz interior me dijera: 
-Lee a Job. 

-¿Job?- me dije extrañado. 

Y fue lo que empecé a hacer, y lo que te recomiendo cuando no entiendas lo que te ocurre, y cuando sientas que no puedes más. 

Mientras escribo, tengo frente a mí una Biblia. Está abierta en el libro de Job. Ahora se ha vuelto un amigo entrañable. Me ayudó a comprender las enseñanzas de Nuestro Señor. ¿Quiénes somos para quejarnos ante Dios? ¿Acaso pensamos ofrecer nuestros sufrimientos por la salvación de las almas? No somos dignos de nada. Todo es gracia de Dios. Job lo supo bien: 

Reconozco que lo puedes todo, y que eres capaz de realizar todos tus proyectos. Hablé sin inteligencia de cosas que no conocía, de cosas extraordinarias, superiores a mí. Yo sólo te conocía de oídas; pero ahora te han visto mis ojos. Por eso retiro mis palabras y hago penitencia sobre el polvo y la ceniza. 
(Job 42,2-6) 

Comprendes de pronto lo pequeño e insignificante que eres ante la inmensidad y magnificencia de Dios. 

Parece como si Dios mismo te llevara al límite, para probar tu fe, fortalecerla y hacerte comprender que sin él nada podemos. 

Porque así como el oro se purifica en el fuego, así también los que agradan a Dios pasan por el crisol de la humillación. (Siracides 2,5) 

A Él le agradan los hombres humildes, sencillos, rectos de corazón. Y nos enseña a ser como desea que seamos. 

Autor: Claudio de Castro