"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 4 de agosto de 2014

La ausente del siglo XXI: La Voluntad

Esa vieja pincelada humana que, junto con la racionalidad, la libertad, la capacidad de amar y de hacer cultura, nos diferencia de los animales.
El siglo pasado estuvo lleno de vicisitudes y guerras. La voluntad y la reflexión constituyeron columnas vertebrales en las generaciones que las superaron y sobrevivieron. En la actualidad muchas de las desgracias que sufre la humanidad se tratan de solucionar con otras armas que no parecen dar un resultado favorecedor al hombre.


La problemática social actual: adicciones, embarazos no deseados, madres solteras, divorcio, abandono, abuso físico, emocional, psicológico, sexual, deserción escolar, bullying, violencia, persisten en una generación que no encuentra el modo de librarse de ellas con los instrumentos que ofrece la cultura de hoy: interés individualista, mínimo esfuerzo, cero compromiso, salida fácil y cero renuncia al yo.

Una cultura que premia el camino fácil etiquetándolo de astucia, que identifica el seguir los instintos con la libertad, que acusa el uso del razonamiento de represión, que proclama el reinado de los sentimientos a flor de piel y tacha a la reflexión de cobardía, advirtiendo de cualquier compromiso como esclavizante y presentando la renuncia como fracaso. Cultura que ha engendrado una generación de la espontaneidad, donde cualquier reflexión en la toma de decisiones es lastre para la felicidad.

Estos elementos que la cultura "moderna" ofrece al hombre para enfrentar estos problemas se basan en un libertinaje y autonomía ilimitados, que pueden sonar muy atractivos, pero que en la práctica no le dan la capacidad de superar las dificultades personales que la vida le arroja.


Y esta generación, ¿Podrá encontrar la solución en los prodigios de sus manos, como la tecnología?
¿O necesita mirar atrás y aprender de aquellas generaciones de sobrevivientes de hace décadas? ¿Que tenían esas personas del siglo pasado que admiramos por sus logros y avances?


La respuesta puede estar más ceca de lo que nos imaginamos y más lejos de lo que necesitamos. 

En muchas de estas complicadas problemáticas sociales modernas se percibe un fondo de dejadez. Es como si hubiéramos dejado de caminar por años y ahora quisiéramos correr del león que nos ataca. No podremos escapar porque los músculos que necesitamos para alejarse del peligro no responden. Estos músculos atrofiados podrían ser la voluntad y la reflexión. 

Sí, LA VOLUNTAD
. Esa vieja pincelada humana que, junto con la racionalidad, la libertad, la capacidad de amar y de hacer cultura, nos diferencia de los animales.

"La voluntad (del latín voluntas) es la potestad de dirigir el accionar propio. Se trata de una propiedad de la personalidad que apela a una especie de fuerza para desarrollar una acción de acuerdo a un resultado esperado. La voluntad implica generalmente la esperanza de una recompensa futura, ya que la persona se esfuerza para reaccionar ante una tendencia actual en pos de un beneficio ulterior. La voluntad ha motivado todo tipo de debates filosóficos ya que está vinculada a lo que se desea realizar y al entendimiento de las razones por las cuales un sujeto escoge hacer eso. Por lo tanto, la voluntad tiene relación con el libre albedrío."(1)

Es una fuerza que nos puede llevar a muchos lados, pero que siempre nos impulsa a tratar de alcanzar aquello que consideramos un bien, o un beneficio para nosotros. De ahí que la voluntad debe estar regida y dirigida por la razón y la reflexión para que nos lleve hacia un bien verdadero.

La voluntad puede ser un elemento decisivo ante los embates del mundo moderno que nos empuja a tomar decisiones precipitadas y basadas en el sentimiento del momento, o que nos arrincona a buscar salidas escabrosas cuando estamos sumergidos en problemas que nos sobrepasan. 

Por eso es importante desarrollarla junto con la reflexión, en cualquier etapa de la vida, pero con más razón desde los primeros años de vida, cuando somos niños y jóvenes.

Todos necesitamos voluntad:


• Voluntad para resistir lo que propone cultura materialista e individualista.
• 
• Voluntad para tomar decisiones de vida que nos protegen de una problemática futura. 
• 
• Voluntad que nos lleva a someter los instintos y los sentimientos a la razón. 
• 
• Voluntad para no ceder a la presión social de la cultura utilitarista y sexualizada imperante.

La voluntad puede constituir la mejor "vacuna" para prevenir las problemáticas sociales que nos aquejan hoy, e inclusive para prevenir los dolores "emocionales" que sufren muchos de los corazones

Autor: Por Ana Elena Barroso | Fuente: http://mujer-catolica.blogspot.it

domingo, 3 de agosto de 2014

¡Madre, danos tu mirada!

Llevemos al corazón de Dios a través de María, toda nuestra vida, cada día!
Fragmento de la homilía del Papa Francisco en la Santa Misa en el Santuario de Nuestra Señora de Bonaria. 22 septiembre 2013 


En (Cfr. Hc 1, 12-14) nos muestra a María en oración en el Cenáculo, junto a los Apóstoles, en espera de la efusión del Espíritu Santo (Cfr. Hc 1, 12-14). María reza, reza junto a la Comunidad de los Discípulos y nos enseña a tener plena confianza en Dios, en su misericordia. ¡La potencia de la Oración! No nos cansemos de llamar a la puerta de Dios. ¡Llevemos al corazón de Dios a través de María, toda nuestra vida, cada día! 

Jesús nos confía a la custodia materna de su Madre, en cambio, en el Evangelio, acogemos sobre todo la última mirada de Jesús hacia su Madre. Desde la cruz, Jesús mira a su Madre y a ella le confía el Apóstol Juan, diciendo: "Éste es tu Hijo". En Juan estamos todos, también nosotros, y la mirada de Amor de Jesús nos confía a la custodia materna de su Madre. María habrá recordado otra mirada de Amor, cuando era una jovencita: la mirada de Dios Padre, que había mirado su humildad, su pequeñez. María nos enseña que Dios no nos abandona, puede hacer grandes cosas también con nuestra debilidad. ¡Tengamos confianza en Él! Llamemos a la puerta de su corazón. 

Encontremos la mirada de María, porque allí está el reflejo de la mirada del Padre que la hace Madre de Dios, y la mirada del Hijo desde la cruz, que la hace Madre nuestra. Y con aquella mirada hoy María nos mira. 

Tenemos necesidad de su mirada de ternura, de su mirada materna que nos conoce mejor que cualquier otro, de su mirada llena de compasión y de cuidado. María, hoy queremos decirte: ¡Madre, danos tu mirada! Tu mirada nos lleva a Dios, tu mirada es un don del Padre bueno, que nos espera en cada encrucijada de nuestro camino. Es un don de Jesucristo en la cruz, que carga sobre sí nuestros sufrimientos, nuestras fatigas, nuestros pecados. Y para encontrar este Padre, lleno de amor, hoy le decimos: ¡Madre, danos tu mirada! Lo decimos todos juntos: ¡Madre, danos tu mirada! 

En el camino, muchas veces difícil, no estamos solos, somos tantos, somos un pueblo, y la mirada de la Virgen, nos ayuda a mirarnos entre nosotros de modo fraterno. ¡Mirémonos de un modo más fraterno! María nos enseña a tener esa mirada que busca acoger, acompañar, proteger. ¡Aprendamos a mirarnos, los unos a los otros, bajo la mirada materna de María! Hay personas que instintivamente no tenemos en cuenta, y que sin embargo tienen más necesidad: los más abandonados, los enfermos, aquellos que no tienen de qué vivir, aquellos que no conocen a Jesús, los jóvenes que están en dificultad, que no tienen trabajo. No tengamos miedo de salir y mirar a nuestros hermanos y hermanas con la mirada de la Virgen. Ella nos invita a ser verdaderos hermanos. Y no permitamos que alguna cosa o alguno se interponga entre nosotros y la mirada de la Virgen. 

¡Madre, danos tu mirada! ¡Que ninguno nos esconda tu mirada! Nuestro corazón de hijos sepa defenderla de tantas palabras que prometen ilusiones; de aquellos que tienen una mirada ávida de vida fácil, de promesas que no se pueden cumplir. Que no nos roben la mirada de María, que está llena de ternura. Que nos da fuerza, que nos hace solidarios entre nosotros. Digamos todos: ¡Madre, danos tu mirada! 

Autor: SS Francisco 

sábado, 2 de agosto de 2014

Dios amigo del hombre

Nos llegan momentos difíciles que solo la compañía y la compresión de un buen amigo nos conforta, nos arropa y nos da la fuerza para seguir.
Con el recuerdo de lo que dice el poeta:

Cuando al rozar las espinas del dolor y desencanto,/ el corazón duele tanto que brota sangre al latir... / y mueren las ilusiones por no tener un abrigo,/ ¡ qué dulce es un pecho amigo que entienda nuestro sufrir!”

Sabemos que siempre estaremos necesitados de esto porque la vida a veces nos hace llorar y sentirnos tristes y abrumados porque alguien nos lastimó o ciertas circunstancias nos obligaron a pasar por trances dolorosos la pérdida de un ser querido, la ausencia de un ser amado, la soledad , un mal momento económico, las enfermedades, un desamor, un sueño roto... en fin, nos llegan momentos tan difíciles que solo la compañía y la compresión de un buen amigo o amiga nos conforta, nos arropa y nos da la fuerza para seguir...

Cuando podemos tener ese “regalo de amistad “medicinal” tan sincero y cálido debemos sentirnos privilegiados y lo somos pues nada en este mundo se puede comparar con la dicha de tener “ese amigo” que sabe de nuestro dolor , lo comparte y nos da valor para poder mirar a la vida de frente... ¡ ese amigo o amigos son invaluables !

Pero el AMIGO, así con mayúsculas, es Jesús, el Hijo de Dios, el que se hizo hombre para poder conocer mejor nuestro corazón y darnos el apoyo y el amor que necesitamos siempre, pero más, en algunos momentos de nuestra vida.

Jesús sabía que íbamos a sufrir y por eso se quedó en el Sagrario y por eso y en ese pedacito de pan está su Cuerpo, su Sangre y su Divinidad.

¡Amigo del hombre! Pero más amigo, y sabe querer especialmente, a los que sufren, amigo de los enfermos, amigo de los jóvenes que batallan con arrojo para conservarse puros y limpios en este “mar” de sugestiones nocivas y tentaciones de pecado, amigo de los niños, de los que mueren de hambre, de los que están sin libertad a pesar de ser inocentes, de los que no tienen trabajo de los ancianos que viven en olvido y desamor...

El es el AMIGO que nuca se cansa de esperar, que es fiel, que siempre escucha y que sabe perdonar y hasta disculpa cuando nos alejamos y nos olvidamos de El.... Y El seguirá esperando con el mismo cariño, con la misma ternura para abrazarnos y secar nuestras lágrimas al volver a Él, porque nada hay que se le pueda comparar ya que dando su vida en la cruz, sus brazos están abiertos para recibirnos y sabemos que no hay amor más grande que el que da su vida por un amigo. Es por eso que ÉL, es EL AMIGO MEJOR Y MÁS AMIGO QUE PODEMOS TENER.

Termino ofreciéndoles estas palabras del P. Ignacio Larrañaga:

 Llegaste a mi humilde y discretamente, para ofrecerme tu amistad. Me elevaste a tu nivel, bajándote tu al mío, y deseando un trato familiar, pleno de abandono. Quieres que tu amistad sea fecunda y productiva, para mi mismo y para los demás. Dios amigo del hombre. Creador amigo de la creatura. Santo amigo del pecador. Eres el amigo ideal, que nunca falla en su fidelidad y nunca se rehúsa a sí mismo. Al ofrecimiento de tan magnífica amistad, quisiera corresponder como Tú lo esperas y mereces procediendo siempre como tu amigo. Amén”.
Autor: Ma Esther De Ariño.

viernes, 1 de agosto de 2014

¿Qué decía Jesús de sí mismo?

Jesús quiere ser conocido por su mensaje, como mensajero del Reino. Así estará para siempre dentro de nuestro corazón.

¿Qué decía Jesús de sí mismo? ¿Qué conciencia tenía de su personalidad? ¿Cómo se definió con sus palabras y con su modo de vivir y de obrar? En rigor sólo él podía dar la explicación clara y definitiva a la gran pregunta de quién era Jesús.

El mensajero del Reino

Jesús no parece tener gran interés en explicarnos quién es. Su predicación no se centra en la revelación acerca de su propia persona, sino en el anuncio de la buena nueva de la proximidad del reino de Dios. En ningún momento tuvo -como otros taumaturgos- la angustia de explicarse a si mismo y de demostrar quién era. Si algo dice y si algo demuestra, será sobre la marcha, con la más soberana naturalidad, como si en realidad no necesitase demostrar nada. 

¿Por qué no se preocupó Jesús de darnos por anticipado respuesta a las preguntas que nosotros juzgamos hoy importantes? ¿Por qué no nos dejó unos profundos razonamientos sobre la Trinidad, la encarnación, la infalibilidad pontificia, la colegialidad de los obispos o muchas otras importantes cuestiones teológicas? Las cosas nos hubieran resultado así mucho más fáciles, o al menos así lo creemos nosotros.

Pero a Jesús no parece preocuparle el facilitar las cosas, casi se diría que, por el contrario, ama el dejarlas claras a medias. Quizá porque la adhesión que él pide no es la misma que damos al matemático que demuestra que dos y dos son cuatro; quizá porque pide un amor y una fe que cuentan con unas bases racionales, pero en ningún modo son la simple consecuencia de un simple silogismo. Jesús enfrenta a los hombres con su persona y se siente tan seguro de si mismo que parece molestarle el hecho de tener que ofrecer, además, signos probatorios. Y esto desde el primer momento en que llama a los primeros apóstoles. Este no centrar su predicación en su persona y el no esforzarse especialmente en mostrar su poder son ya dos datos absolutamente nuevos en el mundo de los grandes líderes de la humanidad. 

Sin embargo, al exponer su mensaje, Jesús hablará inevitablemente de si mismo, especialmente cuando tanta relación pone entre la entrada en el Reino y la adhesión a él. Pero, aun cuando hable de sí mismo, lo hará no como una autodefinición personalista, sino como algo que forma parte -y la sustancial- de su mensaje del reino de Dios que llega, que ya ha llegado.

Jesús quiere ser conocido por su mensaje, como mensajero del Reino. Así estará para siempre dentro de nuestro corazón.

Autor: José Luis Martín Descalzo

jueves, 31 de julio de 2014

FOLKLORE EXTREMEÑO - popurrí




Una luz en la noche


La Esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido.
Hoy es jueves, Señor, y vengo con el alma en sombras, sombras que se llegan a convertir en oscuridad si nos falta la virtud de la Esperanza.... 

Cuando eso sucede hay noches en las que parece que el tiempo se ha detenido y jamás veremos el amanecer... en ellas oímos el palpitar de nuestro corazón y cada latido nos duele.... 

Noches de negrura espiritual en las que todo parece agrandarse, nuestra pena, nuestra angustia y nuestro malestar. Nos pesa la vida y en el silencio de esa noches nos parece que no hay pena como nuestra pena. 

Pero...si hay un poco de esperanza en nuestro corazón, estamos salvados. 

Sabemos de casos que esa gran "desesperanza" ha llegado a tal límite, a tal profundidad que no se ha encontrado otra solución que el buscar la "puerta falsa". Es el escape, el terminar con algo que pesa demasiado y el sentirse sumergido en las tinieblas de una noche "sin mañana"... sin esperanza. ¡Eso fue lo que les faltó a esas vidas: LA ESPERANZA. 

La Esperanza es un mañana mejor, la Esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido. 

Sin Esperanza no se puede vivir. 

Cuando hay Esperanza a pesar de la desilusión y del dolor, siempre habrá otro camino que no sea el de la desesperación y el total aniquilamiento del verdadero yo. 

Es cierto que hay situaciones en la vida que son como la más oscura de las noches, noches en que las horas parecen no pasar... pero cuando hay fe, cuando sabemos que tenemos un Dios que sabe de nuestro sufrimiento, cuando nos sabemos amados por El, a pesar de que nuestro sentimiento de soledad sea inmenso, si nos dejamos arropar y abandonar en sus brazos y en los de nuestra Madre María Santísima, la Esperanza, de saber que Dios nos ama, llegará con su luz que sabe consolar. 

Quien se siente amado no puede caer en la desesperación y Dios nos ama. 

La ESPERANZA, es una virtud que tenemos que cultivar como la flor más delicada y valiosa. Tres son las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad, cuyo objeto directo es Dios Sin ellas es muy difícil caminar por la vida y no podemos olvidar que la Esperanza siempre será la luz en nuestras noches cuando las penas y las dificultades las hagan muy oscuras. 

Autor: Ma Esther de Ariño

miércoles, 30 de julio de 2014

HUELLAS DE ANTAÑO


El consejo de Cristo a Marta

Cristo le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas.

¿Cuál es el sentido de la vida humana? 

Es ésta una pregunta que todos nos hacemos cuando vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos que muere una persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el sufrimiento de tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando vemos la desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser querido. Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer, vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada. El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.

Marta representa para nosotros una forma de vivir. Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer que se desvivía por atenderle y procurarle bienestar. El hecho de repetir dos veces su nombre es señal de cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor. Pero Jesús quiere prevenirla contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más, el irse tragando los días sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero no preocuparse de lo más importante.

Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado prioridad al hacer o al tener sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante, a la inmanencia sobre la trascendencia. Marta somos cada uno de nosotros cuando en el día al día decimos: "no tengo tiempo para rezar, no tengo tiempo para formarme, no tengo tiempo para pensar, no tengo tiempo para Dios". Basta asomarse a la calle y a las casas para ver cuánto se hace, cómo se corre, cómo se vive. Pareciera que estamos construyendo la ciudad terrena o que hubiera que terminar cada día algo que mañana hay que volver a empezar.

El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin y al cabo, está lleno de afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la vida de otra forma, a respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las cosas del espíritu. Ahí va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas. 

Sin duda, Marta aprendió aquella lección y, sin dejar de ser la mujer activa y dinámica que era, en adelante su corazón se aficionó más a lo verdaderamente importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido que la vida tiene un sentido, que el fin del hombre está por encima de las cosas cotidianas.

Autor: P. Juan J. Ferrán, L.C.

martes, 29 de julio de 2014

¿CÓMO PUEDO ENCONTRAR A DIOS?

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos.

Cuenta la historia de un hombre muy rico y orgulloso que quería encontrar a Dios. Un día se acercó a un ermitaño que vivía en las afueras del pueblo, hombre sabio y prudente, quien lo llevó a lo alto de la montaña.

Allí lo dejó durante dos días, sin permitirle beber agua. Luego fueron donde nacía el río del pueblo, y le dijo:

En este momento, para sobrevivir necesitas agua. ¿Cómo lo harías?

El hombre se arrodilló, y bajando su cabeza bebió del cañito de agua que brotaba del suelo.

Díjole el sabio:

Eso es lo que harás para encontrar a Dios. Deja a un lado tu orgullo y reconoce tu necesidad de Dios, la fuente de agua viva, arrodillándote hasta tocar el suelo. Es la única forma de beber el agua que te salvaría de morir de sed. Asimismo, para salvar tu alma, debes reconocer que sin Dios no tienes salvación.

Dice el Señor que el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. (Jn 4, 14). Y más adelante añade: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. (Jn 7, 37b). Y más aún: El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. (Ap 22, 17c).

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Y ahora otro cuentito, el del profesor que fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph, quien encontró a Dios sirviendo a sus semejantes.

Recogiendo las maletas, Ralph ayudó a una anciana con su equipaje, cargó dos niños para que vieran a Santa Claus, y orientó a una persona, mientras sonreía alegremente.

¿Dónde aprendió a comportarse así? -preguntó el profesor.

En la guerra, contestó Ralph. En Vietnam su misión había sido limpiar campos minados, viendo como varios amigos encontraban una muerte prematura.

Me acostumbré a vivir paso a paso. Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último, y por eso tenía que sacar el mayor provecho del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo. Cada paso era toda una vida.

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos. Ninguna sorpresa, ninguna emoción. Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo que es, una gran y emocionante aventura.

Y en ese trajinar, Ralph observó que al final no importará quién haya acumulado más riquezas, ni quién haya llegado más lejos, sino que lo único que importará es quien haya amado más.
Ralph se dio cuenta que más ama quien más ha servido, porque aprecia su vida y la vida de los demás, y como dice el Señor, al referirse a los pobres, los ancianos, los niños, los necesitados y desvalidos: En verdad os digo, que cuanto hagan a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40).

El rico y orgulloso se arrodilló y encontró a Dios. Ralph lo encontró sirviendo al prójimo.

¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?


Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

lunes, 28 de julio de 2014

Refugios, los consuelos que buscamos

Hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada corazón humano.

Ante las dificultades, mientras llega el cansancio de la vida, cuando aumentan los dolores del cuerpo o del alma, buscamos refugios de paz, de alegría, tal vez de olvido. 

Los refugios pueden ser variados. Hay quienes simplemente buscan su refugio en el sueño, como una especie de bálsamo para olvidar las penas y las angustias de cada día. Otros se refugian en un cuarto de su casa, o entre libros, o en el bar donde encontrar amigos y ambientes diferentes. Otros anhelan ese refugio en el trabajo, o en el coche, o en la televisión, o en la computadora, o en la música. Algunos, por desgracia, se crean un mundo artificial de sensaciones con la droga o con el alcohol, para consolar (falsamente) penas y dolores del alma. 

Muchos de los refugios son simplemente un engaño, como un espejismo que enciende ilusiones pasajeras en el corazón, para luego dejarnos indefensos y cansados frente a los problemas que ahí siguen, con su peso de amenazas y con su martilleo obsesivo. 

Existen, sin embargo, otro tipo de refugios que pueden ser sanos, que restablecen las fuerzas del alma para reemprender la lucha. Un rato de deporte, un diálogo con un amigo sincero, un libro bueno, devuelven serenidad al alma, abren horizontes de esperanza, nos preparan para volver con más bríos al combate de cada día. Pero en muchas ocasiones esos refugios también son insuficientes. 

Por eso hace falta reconocer que sólo existe un refugio realmente bueno para cada corazón humano. Es el que se alcanza desde el encuentro sincero con Dios. Porque Dios da sentido a la vida, nos ha creado, nos tiende la mano como Salvador, nos espera cada día y tras la hora definitiva de la muerte. 

A Dios nos acercamos en esos momentos de oración sincera, cuando le abrimos el alma, cuando le pedimos ayuda, cuando nos ponemos llenos de confianza entre sus manos. A Dios lo tocamos cuando podemos recibir los sacramentos, especialmente el gran regalo de la misericordia (la confesión) y el inmenso abrazo que es posible en cada Eucaristía. A Dios lo escuchamos con el espíritu abierto cuando leemos su Palabra, cuando creamos en nuestro interior espacios de silencio que nos permiten escuchar sus susurros cotidianos. 

Es Dios el verdadero refugio que anhelamos. Porque sólo Dios conoce plenamente lo que hay en cada corazón humano. Porque sólo Él puede ofrecer consuelos verdaderos y palabras de ternura que curan y que lanzan a vivir desde una fe intensa, una esperanza alegre y un amor hecho servicio a quienes recorren a nuestro lado el mismo camino del existir terreno. 

Autor: P. Fernando Pascual LC