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Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero
por la experiencia de Cristo.
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La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en
nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener
esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un
esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir
el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el
Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión
a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad
a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién
soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión
a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a
la verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia
de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como:
"el concepto cristiano", "la doctrina cristiana",
"el programa cristiano", "la ideología cristiana", como
si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al
servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y
cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer
hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de
Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me
supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo.
Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si
dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona
con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se
puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente
como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que
nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia
de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa
persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me
exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia
que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites.
Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que
constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había
pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana
con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba
mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi
existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que
preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está
simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante
es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que
debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle
y hacerle presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad.
Dice el Papa, "Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento
espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de
una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más
convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido
y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y
valiente del propio credo." ¡Qué interesante descripción del Santo
Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a
sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección
espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de
la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra
la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: "El santo no es
ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el
tímido". Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que
ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el
santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es
convencido, profundo, abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para
ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser
abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo
real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona
veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El
veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los
medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser
santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos
con los sueños, y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida,
y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a
nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es
una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que
muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo
profundo, abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la
reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos
invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia
de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está
sufriendo la humanidad: "Reconciliarse con Dios es un compromiso que se
impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la
serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás
y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo.
Queremos la paz, reconciliémonos con Dios".
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con
el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera
injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de
Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel.
Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre.
No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del
pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre
contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace
tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer
es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo,
cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y
recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis
comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y
apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que
realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que
buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no
hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio
carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos
aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo
cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En
definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con
Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo
esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy
bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma
cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad
para evangelizar, no es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a
Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo
les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas,
indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo
seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
jueves, 3 de abril de 2014
¿Quién es Cristo para mí?
martes, 1 de abril de 2014
Jesús está conmigo, Dios está conmigo
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Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente
puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.
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Cuando Jesús habla de
los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por
parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace
simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente
teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos
nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y
hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud,
con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.
La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa
así: "Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios
que recibir y que respetar". Sin embargo, Jesús dice: "No; el único
dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un
privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios". Éste
es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro
Señor, según sus planes, según sus designios.
Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio,
sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino
el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va
llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino
un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está
realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver
si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos
muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios
nuestro Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra
inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los
contemporáneos de Jesús, que "se llenan de ira, y levantándose lo sacan
de la ciudad", o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el
Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un
nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que
el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo
digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de
nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no
convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran
docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como
Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no
va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara
religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos
deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace
decir: "Jesús está conmigo, Dios está conmigo."
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O
quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he
fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de
corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo
quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro
interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también
tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales
Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables.
Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me
hubiera gustado a mí que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir,
lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios,
y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a
mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose,
Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin
embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en
su interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es
necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el
Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va
enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para
poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de
la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo
que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido
trascendente.
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino.
Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos
que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se
va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de
quién soy yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios
el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi
existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
domingo, 23 de marzo de 2014
Amó a Dios como sólo una madre puede amar.
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María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el
único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo.
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Nacer es tener una
madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que
se hizo hombre en el seno de una Virgen. Por eso, el título mariano de
"Madre de Dios" es una de las verdades más consoladoras y más
ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios
se ha acunado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es
madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos
enseña san Agustín.
1. Al ritmo de la vida de Cristo. Entre la vida de Jesús y la de María
hay una estupenda sincronía y un paralelismo magnífico de misterio y de
donación. Junto a la Encarnación del Verbo está la Inmaculada Concepción; con
el nacimiento de Jesús se relaciona inseparablemente la maternidad de María;
a los pies de la cruz del Redentor se halla de pie, firme en su dolor, María,
la corredentora; la ascensión de Jesús a los cielos tiene su paralelo en la
asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Vivir al ritmo de Cristo es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en
el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con
Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su
Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en el siempre de la eternidad.
2. Múltiples relaciones. María mantiene diversas relaciones con la
Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la
Iglesia, como la proclamó Pablo VI, pues ésta prolonga a Jesucristo
místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu
y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios. Es espejo
radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Cristo, es
abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la
Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente
enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios
de devoción mariana. ¿Y nuestras relaciones con María?
La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración
que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí,
porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta
en el misterio de Dios. Una veneración, por ello, que nace de la profundidad
de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es
toda nuestra persona la que venera a María. Veneramos a María pero no la
adoramos, solo se adora a Dios.
3. Madre del Hijo de Dios. María es la única mujer a quien Dios puede llamar
madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su
seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus
ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Cogido de su mano comenzó a dar los
primeros pasos por el mundo. Con sus besos María lo ungió de cariño y
ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su
corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.
Autor: P. Antonio
Izquierdo y Florian Rodero
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sábado, 22 de marzo de 2014
Una buena oración de sanación para cuaresma
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Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a
Jesucristo, tal vez te interese esta idea...
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Ayer me dijo una persona: "No se me ocurre ninguna buena idea para
mi sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a
Jesucristo?"
A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque negativo:
cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el enfoque
positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.
Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen de moda
en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone sacrificio.
También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y pensar en el bien
del otro antes que en el propio.
Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida
voluntariamente: "Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo." (Jn
10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue poner
amor y poner el mayor amor posible.
Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo,
tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por aquellas personas
que te han hecho sufrir o te resultan pesadas. "La oración de
intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y
se extiende hasta los enemigos", nos dice el Catecismo de la Iglesia
Católica en el n. 2647.
¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar la herida
en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en intercesión
(cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.
Es también oración de sanación, porque una oración así sana las heridas del
corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el corazón.
"Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un
corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la
intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la
comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su
propio interés sino el de los demás" (Flp 2,4), hasta rogar por los que
le hacen mal". (Catecismo 2635)
Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón que ha
conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas que nos
resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos
sentimientos. No es un: "Te suplico, Señor, que esta persona se muera
cuanto antes, pues no la soporto", sino de verdad poner amor, como
Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos
y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte,
fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa
de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5,7-9).
¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas insoportables,
por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han herido, por quienes nos
ofenden y hacen daño, por los seres queridos que nos hacen sufrir? A un buen
cristiano.
Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir la
civilización del amor. La civilización del amor también se construye orando
por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han hecho sufrir.
Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus espinas. Sólo el amor
nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es precisamente lo que duele lo
que hace al hombre amable entre los seres.
Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien que te
cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en alguien que
se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar también por
aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos los días de
cuaresma sería lo mejor.
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Autor: P. Evaristo Sada LC
viernes, 21 de marzo de 2014
Señor... ¿por qué nos amas tanto?
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Jesús, el saber que estás en el Sagrario, me hace pensar que si nos
amaste hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!.
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Ante ti, Señor, pongo
mis ojos en esa pequeña puerta, que esconde la grandeza de un amor infinito
como infinita es tu bondad, infinita tu paciencia e infinita tu humildad.
¿Por qué, Señor?...¿Por qué nos amas tanto?
No es posible saber de tu espera eterna en todos los Sagrarios de este mundo,
y no sentir la nada que somos, lo poco que merecemos, el fardo que cargamos
tan pesado de nuestros errores y faltas, de lo poco que valemos... pero ya
ves, Jesús, el saber que estás ahí, me obliga a pensar que si valemos mucho,
porque si nos amaste y nos amas hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si
que debemos de valer!.
Y al pensar en esto me dan ganas de llorar por lo mal que te correspondemos,
lo mezquinos y tacaños que somos para todo lo concerniente a tu sagrada
persona....horas y horas ante la televisión, ante la "ventanita" de
Internet, tardes enteras de cine, de café, de espectáculos, a veces con
grandes sacrificios de filas y de dinero para verlos.... todo, todo lo damos,
todo nos parece poco para asistir o lograr aquello que nos interesa y
seduce....
Pero para ti, Señor, apenas y nos detenemos un instante ante tu figura de
Dios hecho hombre muriendo en una cruz con los brazos abiertos para
esperarnos y redimirnos.... ¡Qué poco tiempo para tí, Señor!.
Los días trascurren... mañana, tarde y noche y vuelta a lo mismo... ni un
pequeño rato, a veces ni un minuto para ti y cuando llega el domingo, que es
el Día del Señor, tu Día, si es que nos late entramos al Templo donde tu
estás, siempre esperando.... ¡y que larga es la media hora de la misa!.
Estamos empezando los cuarenta días que nos llevarán a desembocar en la
Semana de los mayores tormentos que se le pueden infligir a un ser humano,
pero aún peor a un Dios que por amor acepta libre y voluntariamente todo eso
y más, hasta la muerte. ¿Nos paramos, en nuestro loco correr, para pensar un
pequeño instante en esto?
¡Cómo desearías que esto ocurriera, Señor!.
Quizá nunca nos confesamos de este desamor, de esta gran indiferencia....
Como un acto de desagravio, a tanta frialdad y olvido, recordamos el Salmo
50:
"Misericordia, Señor, hemos pecado."
Por tu inmensa compasión y misericordia,
Señor, apiádate de mi y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra
ti solo pequé, Señor, haciendo a lo que a tus ojos era malo.
Crea en mi, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus
mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mi tu santo
espíritu.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mi un alma generosa.
Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado"
Se que nos miras con ojos llenos de amor porque eres Padre y te damos un poco
de pena al vernos tan vulnerables... pero ese gran amor nos dará la fuerza
que necesitamos para tratar de ser cada día un poco mejores y pensar también
un poco más en ti.
Es todo lo que nos pides... es todo lo que deseas.
Autor: Ma Esther De
Ariño
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jueves, 20 de marzo de 2014
Un momento de silencio... como San José
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Solemnidad de San José. Es en el silencio donde se escucha la voz de Dios
pues bien dicen que "Dios habla quedito"
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Así como hay dolor y alegría, así como hay inquietud y paz; así el hombre
tiene en su vida dos cauces por donde transcurre su existencia: La palabra y
el silencio.
La palabra, del latín parábola, es la facultad natural de hablar. Solo el
hombre disfruta de la palabra. La palabra expresa las ideas que llevamos en
nuestra mente y es el mejor conducto para decir lo que sentimos. Hablar es
expresar el pensamiento por medio de palabras. Es algo que hacemos momento
tras momento y no nos damos cuenta de que es un constante milagro. Hablar,
decir lo que sentimos, comunicar todos nuestros anhelos y esperanzas o poder
descargar nuestro corazón atribulado, cuando las penas nos alcanzan, a los
que nos escuchan.
Nuestra era es la era de la comunicación y de la información. Pero la palabra
tiene también su parte contraria: El silencio.
Nuestro vivir transcurre entre estos cauces: la palabra y el silencio. O
hablamos o estamos en silencio.
Cuando hablamos "a voces" la fuerza se nos va por la boca...
hablamos y hablamos y muchas veces nos arrepentimos de haber hablado tanto...
Sin embargo el hablar es algo muy hermoso que nos hace sentir vivos, animosos
y nos gusta que nos escuchen.
El silencio es un tesoro de infinito valor. Cuando estamos en silencio somos
más auténticos, somos lo que somos realmente.
El silencio es algo vital en nuestra existencia para encontrarnos con
nosotros mismos. Es poder darle forma y respuesta a las preguntas que van
amalgamando nuestro vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y va a
ser en ese silencio donde vamos a encontrar las respuestas, no en el
bullicio, en el ajetreo, en el nerviosismo, la música ruidosa, en el
"acelere" de la vida inquieta y conflictiva porque es en el
silencio y por el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen
que "Dios habla quedito"
Meditando en estas cosas pienso en José el carpintero de Nazaret. El hombre a
quien se le encomendó la protección y el cuidado de los personajes más
grandes de la Historia Sagrada y no nos dejó el recuerdo de una sola palabra
suya. Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más
brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.
San José, el santo que le dicen: "Abogado de la buena muerte".
Porque... ¿A quién no le gustaría morir entre los brazos de Jesús y de María
como él murió?
José tuvo una entrega total. Una vida consagrada al trabajo, un desvelo, un
cuidado amoroso para estos dos seres que estaban bajo su tutela y supo, como
cualquier hombre bueno y padre de familia, del sudor en la frente y el
cansancio en las largas jornadas en su taller de carpintería y supo del dolor
en el exilio de una tierra extranjera y supo en sus noches calladas y de
vigilia del orar a Dios mirando el suave dormir de Jesús y de María, pidiendo
fuerzas para cuidar y proteger a aquellos amadísimos seres que tan
confiadamente se le entregaban. No tuvo que hablar.
No hay palabras que superen ese silencio de amor y cumplimiento del deber.
Ahí está todo. Ahí está Dios. En las pequeñas cosas de todos los días, en la
humildad del trabajo cotidiano.
El no fue poderoso, él no tuvo un puesto importante en el Sanedrín, él...
supo cumplir su misión y su silencio fue su mayor grandeza.
Las almas grandes no lo van gritando por las plazas y caminos, se quedan en
silencio para poder hablar con Dios y Dios sonríe cuando las mira.
Que podamos tener cada día, aunque sean cinco minutos de silencio, para oír
la voz de Dios.
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Autor: Ma Esther De Ariño
martes, 18 de marzo de 2014
Cristo se manifiesta como el Hijo de Dios
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¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica
felicidad, que es Cristo?
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La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros
por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es;
Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de
Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque
viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es
nuestra vocación.
Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus
vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a
Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos
nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos
viviremos por la eternidad.
Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la
eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a
darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir,
en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana
no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se
acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de
plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser
felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad
está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una
manifestación de la verdadera felicidad.
Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar
el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer
lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena
el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice
Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo,
tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.
Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con
nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede.
Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces
hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.
¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con
la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una
decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos
auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué
bueno es estar aquí!»?
Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la
presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no
son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la
Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es
Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su
pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es
porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos
entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de
nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos
causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos
diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y
nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.
La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no
existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen
ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos
motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias
espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en
kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.
Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este
mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada
día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo-
resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración
viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.
Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración
como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo,
sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es
nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos
a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los
demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar
otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos
en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar
con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él,
identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.
Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de
felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y
para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo
es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
lunes, 17 de marzo de 2014
Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta
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Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de
los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros.
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Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de
perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la
importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se
han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero,
constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que
aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que
irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida
que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es
importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente
importante que también cambiemos nuestro interior.
La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar,
de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy
sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta;
requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda
transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por
la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia.
Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual
nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos
de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o
hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que
nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de
Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a
la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros
mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar
constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los
pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente,
es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por
caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.
Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se
realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de
juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida
cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere
reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay
que seguir y cuál el que hay que evitar!
Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de
cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas
y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener
según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero
esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que
tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos
cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida,
incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra
existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con
la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual
tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu
existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo
en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve
a nosotros.
Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y
con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida
nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser
capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en
esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra
santificación.
"Con la misma medida que midáis, seréis medido". Si no eres capaz
de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de
medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres
capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la
santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida
se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de
los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que
los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos
en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos
de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.
Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos
quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un
tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos
aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a
través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las
circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no
de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios
y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de
Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro
del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente
son nuestros propios criterios.
Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en
el Evangelio: "¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais
llevando a los demás por donde no deben!". También es muy seria la frase
de Cristo: "Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no
serán tus tinieblas?".
La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros
criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir
atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la
posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: "Dad
y se os dará". Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre
dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar,
para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y
ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.
Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma.
No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en
el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es
realmente de Dios.
Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer
para encontrarme más contigo?
La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a
través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda
circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor
nos quiera dar para nuestra santificación personal.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
domingo, 16 de marzo de 2014
Haz la diferencia en esta Cuaresma
Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón,
pueden estar al servicio de nuestro egoísmo.
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Todo hombre, aunque
sea muy religioso, siente que su actuar y su vida no siempre están en paz y
reconciliación con Dios; se da cuenta de que a veces no está religado a Dios,
sino que ha roto su relación con Él. Dejarse reconciliar es volver a aceptar
nuestra condición "religiosa" y establecer con Dios las
relaciones auténticas: no de enemistad o de odio, sino de amor y de amistad;
no de separación o apartamiento, sino de cercanía e intimidad.
Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón, del
recinto interior del hombre, fácilmente son manipulables al servicio de
nuestros objetivos egoístas. Jesucristo quiere ofrecer al hombre un recto uso
de estos actos.
Continuamos con las últimas 8 reflexiones para que hagas de esta Cuaresma, un
momento diferente en tu vida..
1. Siéntete a gusto en tu Iglesia, pide por ella, por el Papa, los
obispos, los sacerdotes. En medio del desierto que estamos viviendo, también
el maligno nos invita a dudar, a abandonar alejándonos de ellos. Ni sus representantes
son tan buenos como quisieran ni, por supuesto, tan mediocres como algunos
nos los pintan.
2. Haz oración, no pienses que es difícil, es cuestión de decidirse.
Si fueras a un médico, te diría que el funcionamiento del corazón es muy
difícil de explicar, pero el paciente, sin saber tanto, siente que en su
interior se mueve con dos movimientos. La oración es el palpitar de Dios con
el hombre y del hombre con Dios.
3. Bríndate generosamente, haz algo, aunque sea pequeño, en favor de
alguna causa; pero sobre todo, cuando lo realices, ofréceselo a Dios; no te
conviertas en un simple miembro de una "ONG". Como cristiano, la
fuente de tú hacer el bien está en Dios y no en el altruismo que no rompe las
barreras horizontales.
4. Busca la paz, trabaja por ella en lugares tan cercanos como el
trabajo, la escuela o la familia. ¿De qué nos sirve añorar la paz en el
mundo, si luego somos incapaces de conseguirla en nuestros pequeños campos de
batalla?
5. Si hace tiempo que no frecuentas el Sacramento de la Confesión, haz
un esfuerzo; nuestra vida necesita un contraste, un consejo, una palabra
oportuna. Alguien que, en nombre de Jesús, vaya al fondo de nosotros, nos
cure y nos perdone. A veces, hasta una copa limpia necesita de una mano que
la deje resplandeciente.
6. Guarda vigilia y ayuna, nunca como hoy están tan de moda diversas
recetas para adelgazar: no comer y hacer mucho ejercicio; pero la Cuaresma
nos dice que para hacer fuerte el espíritu, es necesario -en el nombre de
Jesús- estos signos (guarda, vigila y ayuna) que denotan algo muy importante:
LO HACEMOS PORQUE JESÚS LO VIVIÓ PRIMERO Y FORTALECIÓ PARA TOMAR
DECISIONES TRASCENDENTES. Lo contrario, en el fondo, es debilidad de fe.
7. No te avergüences de ser católico y cristiano. ¿Por qué todo el
mundo dice lo que quiere y nosotros hemos de ser tan prudentemente peligrosos
con nuestro silencio?, ¿por qué tan tolerantes con otras religiones y tan
poco respetuosos con la nuestra?, las raíces de nuestra tierra, recuérdalo,
revívelo y manifiéstalo, son cristianas. ¡De ti depende!
8. Si vives bien y, además, arropado por el dinero, piensa que es una
bendición de Dios. Comparte, algo por lo menos, con los necesitados.
Una organización católica, tu parroquia, etc., serán el mejor cauce y el más
seguro camino, para -no solamente hacer limosna- sino además promover la
justicia y el amor.
Estos días que vivirás de Cuaresma es la invitación a alejarte del ruido de
la vida diaria para sumergirte en la presencia de Dios: Él quiere
transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de
nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal. (cf Hb 4, 12) y fortalece
la voluntad de seguir al Señor.
Autor: P. Dennis
Doren LC
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sábado, 15 de marzo de 2014
CRISTIANO RONALDO Y LOS MERCADOS
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Hace unos días, las tertulias deportivas se animaban con la
sanción a Cristiano Ronaldo. Comprendo que se hable de esos asuntos de muy
amplio interés. Entre temas como el citado y la economía se llenan las páginas
de los diarios, las pantallas de las TV y las ondas de la radio, amén del mundo
digital. De un modo u otro, todo es mercado, se venden hombres, noticias,
hambre, banalidades... El mundo es un gran mercado, lo hemos querido así.
He comenzado por el futbolista de renombre, no para culparlo de nada, sino para
llamar la atención de esta compraventa constante, de la cantidad de recursos utilizados
desorbitadamente para pagar a un futbolista, a un banquero, a un directivo de
multinacional, al traficante de droga o por la
exclusiva a un medio de comunicación. El dinero se mueve al son del
mercado, de la oferta y la demanda. Es lo que nos hemos fabricado. Alguno puede
pensar que me he convertido en un estatista. No, pero es progresivamente claro
que al mercado puro y duro, a eso que se ha dado en llamar capitalismo salvaje,
le falta algo y le sobra bastante. No se tiene por sí mismo.
A mi entender, es obvio que el problema no lo resuelve el
Estado-providencia que suplanta al individuo y a las sociedades menores. Y
también es elemental señalar que no poseo la llamada tercera vía, que vendría a
ser una fusión con pérdida de algunas libertades por un cierto intervencionismo
estatal, y ganancia de otras muchas intervenidas innecesariamente. Ganaría la
dignidad personal, el bien común y la capacidad de participación social. El Papa Francisco ha escrito: Así como el mandamiento de
«no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy
tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa
economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en
situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es
exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa
hambre. Eso es inequidad.
Algo
hay que hacer por parte de la entera sociedad al ver que -como también ha
escrito el Pontífice- no es cierto lo que algunos todavía defienden, las
teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido
por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e
inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por
los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes
detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema
económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando, y los
"ronaldos" -sólo es un paradigma- se hacen con el botín. La causa:
una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano!
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