"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 4 de enero de 2014

Los Magos de Oriente, modelos del verdadero sabio


Descubrieron un nuevo rostro de Dios, una nueva realeza: la del amor. 


Las palabras del Papa durante el rezo del Ángelus, el miércoles 6 de enero de 2010 con los peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro en la Solemnidad de la Epifanía del Señor.

Celebraremos la gran fiesta de la Epifanía, el misterio de la Manifestación del Señor a todas las gentes, representadas por los Magos, venidos de Oriente para adorar al Rey de los Judíos (cfr Mt 2,1-2). El evangelista Mateo, que relata el acontecimiento, subraya que éstos llegaron a Jerusalén siguiendo una estrella, avistada en su surgimiento e interpretada como signo del nacimiento del Rey anunciado por los profetas, o sea, el Mesías. Llegados sin embargo a Jerusalén, los Magos necesitaron las indicaciones de los sacerdotes y de los escribas para conocer exactamente el lugar a donde dirigirse, es decir, Belén, la ciudad de David (cfr Mt 2,5-6; Mi 5,1). La estrella y las Sagradas Escrituras fueron las dos luces que guiaron el camino de los Magos, los cuales aparecen como modelos de los auténticos buscadores de la verdad.

Éstos eran unos sabios, que escrutaban los astros y conocían la historia de los pueblos. Eran hombres de ciencia en un sentido amplio, que observaban el cosmos considerándolo casi un gran libro lleno de signos y de mensajes divinos para el hombre. Su saber, por tanto, lejos de considerarse autosuficiente, estaba abierto a ulteriores revelaciones y llamadas divinas. De hecho, no se avergüenzan de pedir instrucciones a los jefes religiosos de los judíos. Habrían podido decir: hagámoslo solos, no necesitamos a nadie, evitando, según nuestra mentalidad actual, toda "contaminación" entre la ciencia y la Palabra de Dios. En cambio los Magos escuchan las profecías y las acogen; y, apenas se vuelven a poner en camino hacia Belén, ven nuevamente la estrella, casi como confirmación de una perfecta armonía entre la búsqueda humana y la Verdad divina, una armonía que llenó de alegría sus corazones de auténticos sabios (cfr Mt 2,10). El culmen de su itinerario de búsqueda fue cuando se encontraron ante "el niño con María su madre" (Mt 2,11). Dice el Evangelio que "postrándose le adoraron". Habrían podido quedarse desilusionados, es más, escandalizados. En cambio, como verdaderos sabios, se abrieron al misterio que se manifiesta de modo sorprendente; y con sus dones simbólicos demostraron que reconocían en Jesús al Rey y al Hijo de Dios. Precisamente en ese gesto se cumplen los oráculos mesiánicos que anuncian el homenaje de las naciones al Dios de Israel.

Un último detalle confirma, en los Magos, la unidad entre inteligencia y fe: es el hecho de que "advertidos en sueños de que no volvieran a Herodes, volvieron a su tierra por otro camino" (Mt 2,12). Habría sido natural volver a Jerusalén, al palacio de Herodes y al Templo, para proclamar su descubrimiento. En cambio, los Magos, que han elegido como soberano al Niño, lo custodian escondiéndolo, según el estilo de María, o mejor de Dios mismo, y tal como habían aparecido, desaparecieron en el silencio, apagados, pero también cambiados tras el encuentro con la Verdad. Habían descubierto un nuevo rostro de Dios, una nueva realeza: la del amor. Que nos ayude la Virgen María, modelo de verdadera sabiduría, a ser auténticos buscadores de la verdad de Dios, capaces de vivir siempre la profunda sintonía que hay entre la razón y la fe, entre la ciencia y la revelación.


Autor: SS Benedicto XVI

viernes, 3 de enero de 2014

Temperamento, carácter y personalidad

«Temperamento», «carácter» y «personalidad» son conceptos que utilizamos con frecuencia y que no siempre es claro qué se quiere entender con ellos. La psicología actual los entiende del modo siguiente.

Temperamento: está formado por aquellos aspectos de la personalidad que hemos recibido de nuestros progenitores a través de la herencia y que afectan, sobre todo, a las formas primarias que tenemos de reaccionar ante el ambiente (ser primario o secundario, tranquilo o agitado, emotivo o frío, etc.). El temperamento es siempre algo innato; es decir, no se aprende, sino que se viene al mundo con él y, generalmente, permanece sin muchos cambios a lo largo de toda la vida.

Carácter: es la parte adquirida de la personalidad; es decir, todo lo que procede de nuestra relación con el mundo y con las personas desde el momento en que nacemos. El carácter es como el sello personal que distingue la conducta de un sujeto. Nuestros gustos, ideas, simpatías o antipatías, por ejemplo, se deben más bien a la influencia del carácter. En su formación juega sobre todo el ambiente familiar de la infancia. Más tarde, pero con menos importancia, influyen también el colegio, el ambiente cultural, socio‑económico, etc.

Se puede afirmar, por tanto, que con el temperamento se nace, y que el carácter se hace. Siempre es difícil, por no decir imposible, determinar con precisión qué aspectos de nuestra conducta tienen una relación directa con el temperamento y cuáles con el carácter,‑ ya que es muy difícil distinguir lo que recibimos por la herencia de nuestros padres y lo que se debe al ambiente y a la educación que empezamos a recibir el mismo día de nuestro nacimiento. En el ser humano parece que es mucho más importante lo que se debe al carácter que lo que se debe al temperamento. Es decir, que el medio ambiente cuenta mucho más que la herencia a la hora de explicar el comportamiento.

La personalidad es un concepto más complejo y no fácil de definir. ¿En qué nos apoyamos para decir que un sujeto tiene mucha o poca personalidad? Si hiciéramos un sondeo sobre esta pregunta, nos encontraríamos con opiniones muy diversas. Unos señalarían factores físicos, otros rasgos psicológicos, otros hablarían de valores o cualidades, para otros sería una cuestión de originalidad...

Científicamente, la personalidad se entiende como la estructura global del sujeto, que le hace único y diferente de los demás. Es lo propio y distintivo de cada individuo. Ello supone un modo habitual de responder a las diversas situaciones, que viene determinado tanto por el temperamento como por el carácter que se ha ido configurando. En la

formación de la personalidad influyen, por tanto, los elementos biológicos heredados, el ambiente en el que cada uno se desarrolla, particularmente el de la familia, y también la propia voluntad de cada uno, que va libremente dirigiendo sus pasos y contribuyendo, por tanto, a ir configurando un tipo u otro de personalidad.

No existe un acuerdo unánime a la hora de señalar los rasgos de lo que podríamos llamar una personalidad madura. Sin embargo, existe una serie de elementos sin los cuales difícilmente se podría hablar de «madurez humana».

Así, por ejemplo, la capacidad para adaptarse a la realidad con capacidad de gozo y disfrute de todo lo que ella pueda brindar, con capacidad para asumir las inevitables frustraciones que de ella proceden y con capacidad para emprender una lucha contra las frustraciones evitables (injusticias, violencia, etc.).

En las relaciones interpersonales, la persona madura muestra su habilidad para el encuentro en la comunicación profunda, en el respeto a la libertad y diferencia del otro y en la actitud de donación.

En la relación con uno mismo es necesario aprender a aceptar las propias limitaciones, al mismo tiempo que se lucha por conseguir un mejor desarrollo personal.

En resumen, una persona madura es la que adquiere una buena capacidad para amar y ser amado y para desempeñar un proyecto creativo en el mundo. Amor profundo y trabajo creativo son los dos ejes básicos de la maduración de la personalidad.

Los elementos de temperamento y carácter no son fácilmente modificables. Pero tan falso sería afirmar que son inmodificables («yo soy así y no puedo hacer nada por cambiar») como pensar en una modificación radical de lo que somos («desde hoy seré otra persona»). Muchas cosas pueden permanecer siempre, pero podríamos manejarlas de modo distinto (manejar nuestras limitaciones para evitar el que nosotros seamos manejados por ellas). Para eso es fundamental adquirir previamente un buen conocimiento de nosotros mismos. Conocer nuestro temperamento y carácter ayuda a manejarlos mejor.

La vida de pareja, por el nivel profundo de afectividad en que suele establecerse, contribuye de modo importante a afianzar los problemas y conflictos personales o a progresar en la solución de los mismos contribuyendo a la maduración personal. Todo depende de la madurez previa de ambos y de la capacidad que exista para la comunicación personal profunda.


...PARA EL DIÁLOGO

·  ¿Qué piensas que determina más a la persona, su temperamento o su carácter? ¿Lo que se hereda de los padres o lo que la educación hace?

·   Describe el temperamento, carácter o personalidad de tu pareja.

·  De lo que ves que a tu pareja no le gusta o le incomoda ¿qué estás dispuesto a cambiar? ¿Cuál es la mejor ayuda que puedes tener para hacerlo?


·  ¿Cómo influye la relación de pareja en la maduración personal de cada uno de vosotros?

jueves, 2 de enero de 2014

COMPRENSIÓN Y ACEPTACIÓN MUTUAS EN EL MATRIMONIO

1. Aceptación

La íntima comunidad de vida y amor a que aspira toda pareja desde su noviazgo, y con el matrimonio como horizonte, se irá alcanzando progresivamente, a lo largo de su existencia, con el empeño y el es­fuerzo que ambos aporten. Convivir es difícil. La adaptación y búsqueda de la complementariedad de dos seres diferentes, únicos e irrepetibles, requiere hacer vida, día a día, todo cuanto conlleva el amor.

Jamás podrá marchar bien un matrimonio si en la base de su escala de valores no está la aceptación del otro tal como es, con su propio carácter, sus cuali­dades y defectos, sus capacidades y limitaciones, su unidad original...: SU PERSONA.

2. Ponerse en el lugar del otro. La comprensión

El amor espolea a «conocer» a la persona amada y aceptada, para con ella dejar de ser un «tú» y un «yo» y aspirar a un «nosotros» en plenitud.
Para conocer al otro más allá de lo sensible, de lo externo (aspecto físico, cualidades, comportamientos...), es preciso alcanzar su nivel profundo (motivaciones, actitudes, sentimientos, etc., a los que responde eso que se manifiesta externamente), y requiere, como en todo lo relacionado con la pareja, una doble actitud en cada protagonista: abrirse al otro desde la confianza y amor que le inspira, para mostrarse tal como se es (sin máscaras, con autenticidad), y ponerse en su lugar para captar su verdad, sus valores, su singularidad... En la vivencia intensa de esta dinámica está el fundamento de la comprensión mutua: te acepto + me abro a ti + me pongo en tu lugar = te comprendo.

3. Potenciar la personalidad del otro

El «nosotros» no es la mera suma del «yo» y el «tú», sino la expresión más acabada de la relación humana, que tiene su comienzo en el encuentro amoroso y va adquiriendo «cuerpo» a lo largo de toda una vida en común.

El «nosotros» lo constituyen dos personas, varón y mujer, que no lo son de una vez, porque la persona es una realidad dinámica, un proceso que experimenta alteraciones en su trayectoria: avanzar, retroceder, sufrir crisis, relanzarse... o permanecer más o menos estable a lo largo de las diferentes etapas de la vida.

Y es fundamental que ese proceso de maduración personal, que afecta al de maduración como pareja, sea compartido plenamente: «Más valen dos que uno solo, porque logran mejor fruto de su esfuerzo. Si uno cae, el otro lo levanta; pero ¡ay del solo, que, si cae, no tiene quien lo levante!» (Ecle 4,9‑10).

Cada uno es corresponsable de la evolución personal del otro y, desde el amor que los une, está llamado a ayudarle a potenciar su personalidad, a desarrollar todos sus «talentos».



4. La corrección fraterna
Aceptarse, comprenderse y ayudarse a evolucionar exige una constante superación de los defectos y limitaciones que todos tenemos.
Madurar, avanzar hacia el logro de la plenitud como persona, conlleva, por un lado, descubrir el bagaje de valores y cualidades positivas que se poseen, para potenciarlos; y, por otro, localizar todo aquello que llevamos dentro de nosotros como lastre negativo que nos impide avanzar y del que precisamos liberarnos.
Desde esa corresponsabilidad antes referida, ambos están llamados a detectar en el otro aquello que éste no «ve» y que requiere ser modificado.

5. Valores de referencia

Todo lo dicho se inscribe en una compleja dialéctica sustentada por una serie de valores que la pareja ha de tener siempre presentes:

Respeto, que ayuda al otro, no sólo a sentirse amado, sino a sentir que merece ser amado.

Escucha atenta, valorando sinceramente lo que el otro expresa, intentando entender incluso más allá de sus palabras.

Delicadeza y ternura, que permiten abordar toda situación, por compleja que sea.

Disponibilidad para cambiar modos de ser, hábitos, criterios, etc., desde la búsqueda en común de la Verdad.

Capacidad de perdonar, que es la dimensión más sincera, gratificante y generosa del amor adulto.

Generosidad, tomando la iniciativa sin reservas, sin esperar a que sea el otro quien dé el primer paso.

Voluntad, estando dispuestos a recomenzar siempre, en continua reconciliación con el otro, por grandes que sean las dificultades.


Todo ello, en un clima de confianza que significa “con‑fe"­ en uno mismo, en el otro y en la relación entre ambos.

miércoles, 1 de enero de 2014

El primer día del año...para María, Madre de Dios

Pongamos hoy nuestra vida en manos de María Santísima. Ella pondrá el año que termina en manos del Padre Misericordioso, y la en el que comienza en manos del Hijo Providente. 

Hoy celebramos una fiesta que hace referencia al título más sorprendente que puede tener una criatura humana: Madre Dios... Lo cual significa que el Salvador del mundo no sólo nació "en" ella, sino "de" ella. El Hijo formado de sus entrañas es el mismísimo Hijo Dios, nacido en la carne.

El Evangelio nos narra los acontecimientos de la Navidad, remarcando la imposición del nombre, dado por el ángel antes de la Concepción: JESÚS (que significa YHWH [nombre sagrado e inefable de Dios en el A.T.] salva); nombre puesto por orden divina... misterioso, cargado de significado salvífico [con todo y por todo lo que significa el "nombre" para los semitas] (ver a este respecto lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica al explicar el II mandamiento...).

La invocación de ese nombre trae la salvación (semejante lo que ocurre en la 1a.lectura con el nombre de YHWH, pronunciado una sola vez al año). Nosotros tenemos el nombre del Señor sobre nosotros: somos cristianos... ¡No lo digamos con tanta ligereza!

Así, se abre el año con esa fórmula que pide la bendición y el favor de Dios. Él nunca se la ha negado la humanidad; pero con Cristo esta Bendición es irrevocable.

Comienza el año civil; y se lo celebra de diversos modos:
·  En estas fiestas, se suele hacer mucho ruido (bailes, fuegos artificiales, pirotecnia,...) mucho ruido ¿Y "pocas nueces"...?
·  Para muchos, las fiestas están cargadas de melancolía (paso de los años; "los que ya se han ido"; nostalgias; recuerdos...). Muchos desean "que las fiestas pasen pronto"...
·  Para los pobres (que no son pocos), el dolor de no poder participar de las alegrías festivas... o de hacerlo con muchas limitaciones.

Pensemos cómo vivimos interiormente las fiestas. Sin interioridad, todo lo otro es vacío, pura exterioridad e hipocresía: festejamos... nada.
¿Cuál es el motivo para alegramos por las fiestas? El Amor de Dios, experimentado en estos días como una fuerza que quiere renovarnos incesantemente. Navidad es el comienzo de una nueva creación (Dios a hecho con el hombre una Alianza Eterna: Cristo).

Todo comienzo de algo (también el del año civil) debe remitirnos a este comienzo: al de la Alianza Nueva y Eterna... (la que no pasará jamás, y por ende radicalmente diversa de lo que no permanece, lo que es pasajero, transitorio (tiempo; apariencias; exterioridades)... Éste es el fundamento de nuestra Paz, cuya Jornada mundial cada año celebramos precisamente hoy.

Volvamos a mirar las cosas que nos rodean, pero con esta perspectiva: pensemos en las cosas que se fueron con el año y los años que pasaron... y pongámoslas en manos Dios. Pero sepamos que todo lo que hayamos hecho con amor, y por amor tiene un valor que permanece, y está "eternizado" en la presencia del Señor.

Todo lo hecho por amor, aunque pequeño, aunque los demás no lo noten, ha sido tomado en cuenta por Dios, y lo encontraremos renovado en Él.
También las personas que se han ido... Y así, nuestros lazos de amor, lejos de perderse, serán renovados y glorificados en la Resurrección.

"Nada se pierde, todo se transforma..." también en el orden espiritual.

Frente al año viejo, y al nuevo, tengamos una mirada de Fe: evaluemos desde el amor que hemos puesto y hemos de poner para hacer las cosas.
El tiempo pasa, pero el amor permanece; y allí debemos encontrar el motivo de nuestra alegría: en el amor vivido y en el "por vivir".

"En el atardecer de la vida e juzgará el Amor", nos recuerda San Juan de la Cruz.

Un nuevo año ha "atardecido"...
Un año más de vida... y un año menos para llegar al cielo.
Un año con sus alegrías... y sus amarguras.
En vista a los acontecimientos de la vida de cada uno de ustedes, quiero hoy recordarles nuevamente que con todos sus engaños, trampas y sueños rotos, éste sigue siendo mundo hermoso, que vale la pena vivir como camino al cielo.

En este valle de lágrimas, la alegría que da el Espíritu Santo es más fuerte que cualquier pena... Esa alegría profunda, serena, misteriosa, radiante... (quien la conoce, entiende lo que estoy diciendo... y a quien no la conoce, le repito con el salmo 33: "prueben y vean qué bueno es el Señor...").

Pongamos hoy nuevamente nuestra vida en manos de María Santísima. Ella pondrá el año que termina en manos del Padre Misericordioso, y la en el que comienza en manos del Hijo Providente... ella que es Soberana de los Ángeles, pero mucho más aún es nuestra: sangre y dolor de nuestra raza humana.
Amén.
Autor: P Juan Pablo Esquivel


martes, 31 de diciembre de 2013

FELIZ 2014


Se termina el año 2013

Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.


El día de hoy podríamos considerar tres cosas:
a) El tiempo pasa.
b) La muerte se acerca.
c) La eternidad nos espera.

El tiempo pasa volando. Han pasado ya las penas y las alegrías. De ellas sólo quedan el mérito de haber sufrido con espíritu sobrenatural, y de haber agradecido a Dios las satisfacciones. El pasado deja huella en la biografía que Dios tiene de mí.

La muerte se acerca. Cada día que pasa estoy más cerca de ella. Es necio no querer pensar esto. Muchos de los que murieron el año pasado se creían que iban a seguir vivos en éste, pero se equivocaron. Puede que este año sea el último de nuestra vida. No es probable, pero sí posible. Debo tenerlo en cuenta. En ese momento trascendental, ¿qué querré haber hecho? ¿Qué NO querré haber hecho? Conviene hacer ahora lo que entonces me alegraré de haber hecho, y no lo que me pesará haber hecho.

La eternidad nos espera. Nos preocupamos mucho de lo terrenal que va durar muy poco. Nos preocupamos de la salud, del dinero, del éxito, de nuestra imagen, etc. Todo esto es transitorio. Lo único que va a perdurar es lo espiritual. El cuerpo se lo van a comer los gusanos. Lo único que va a quedar de nosotros es el alma espiritual e inmortal.

Con la muerte no termina la vida del hombre: se transforma, como dice el Prefacio de Difuntos. Palabras de Santo Tomás Moro sobre la morada en el cambio de destino.

Los que niegan la vida eterna es porque no les conviene. Pero negarla no es destruirla. La verdad es lo que Dios nos ha revelado.


Hoy es el momento de hacer balance. No sólo económico, sino también espiritual y moral.

Hagamos examen del año que termina.

Sin duda que habrá páginas maravillosas, que besaremos con alegría.

Pero también puede haber páginas negras que desearíamos arrancar. Pero eso ya no es posible. Lo escrito, escrito está.

Hoy abrimos un libro nuevo que tiene todas las páginas en blanco. ¿Qué vamos a escribir en él?

Que al finalizar este año que hoy comienza, podamos besar con alegría cada una de sus páginas.

Que no haya páginas negras que deseemos arrancar.

Puede que en ese libro haya cosas desagradables que no dependen de nosotros.

Lo importante es que todo lo que dependa de nosotros sea bueno.

Pidamos a Dios que dirija nuestra mano para que a fin de año podamos besar con alegría todo lo que hemos escrito.

También es el momento de examinar todas las ocasiones perdidas de hacer el bien.

Ocasiones irrecuperables. Pueden venir otras; pero las perdidas, no se recuperarán.

Finalmente, demos gracias a Dios de todo lo bueno recibido en el año que termina.

De la paciencia que Dios a tenido con nosotros.

Y de su gran misericordia.
Autor: P. Jorge Loring SJ

lunes, 30 de diciembre de 2013

Fe cristiana y matrimonio

Para hablar de la visión cristiana del matrimonio, paradójicamente conviene comenzar insistiendo en el valor humano del mismo. Porque a veces hacemos falsas contraposiciones y llegamos a la conclusión de que el matrimonio, o tiene una dimensión religiosa o no es digno de llevar ese nombre.

Pues bien, hay que comenzar afirmando que una pareja que asume con todas sus consecuencias el com­promiso de entregarse mutuamente y vivir un pro­yecto de vida en común está haciendo un acto pro­fundamente digno de su condición humana: él y ella están, sencillamente, realizándose como personas hu­manas.

Toda visión cristiana del matrimonio hay que construirla a partir de esa convicción previa: porque dicha visión no es una negación del valor humano del matrimonio, sino una potenciación del mismo.

Tan grande es el valor humano del matrimonio y del amor entre los cónyuges que la revelación cris­tiana ha tomado ese hecho para hacernos comprender lo que es Dios y cómo se relaciona Dios con los suyos.

En efecto, ya en el Antiguo Testamento, y especialmente en los libros de los Profetas, se toma el amor y la fidelidad conyugal como expresión de lo que es el amor que Dios tiene por su pueblo y su fidelidad a la alianza que había establecido con éste. Y, al contrario, las mayores acusaciones contra el pueblo de Israel se centran en la falta de fidelidad de éste, que en ocasiones ha vuelto la espalda a Dios y se ha comportado como una prostituta, vendiéndose al mejor postor. (Pueden verse textos como Is 1, 21‑23; 54,4‑8; Jer 2,1‑2; Ez 16; Os 2,4­22).

Igualmente, en el Nuevo Testamento, Pablo recurre al amor conyugal para explicar las relaciones de Jesús con la Iglesia, es decir, con la comunidad de los que le han seguido haciendo suyo el Evangelio y esforzándose por ser testigos de este mensaje en medio del mundo (Ef 5,31‑33).

Es decir, que, cuando los autores sagrados quieren explicar nada menos que las relaciones de Dios con los suyos, no encuentran una realidad más válida que la del matrimonio.

Es cierto que la Biblia no habla mucho del matrimonio. Pero hay un texto muy importante, que los Evangelios ponen en boca de Jesús, pero que recoge toda la tradición que nace en el mismo relato de la creación de la pareja humana:

«Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mc 10,7‑9; Mt 19,5‑6; en ellos se encuentra el eco de Gn 2,24).

En estas palabras subraya Jesús, ante todo, que el matrimonio, como toda realidad humana, ha salido de las manos de Dios. Eso el creyente lo sabe, aunque en la práctica muchos lo vivan (incluso entre los que creen) sin hacerse eco de ello. Pero estas palabras destacan además aspectos importantes del matrimonio: a) la profundidad y seriedad de la unión, hasta formar «un solo ser»; b) la autonomía de la pareja respecto de todo lo que le rodea, y concretamente de sus respectivas familias.


Una familia feliz porque ahí estaba Dios.

Una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz. 


Ayer se celebro la fiesta de la Sagrada Familia. Una familia formada por José, María y el Niño Jesús. Era una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Feliz porque ahí estaba Dios. Una familia feliz porque ahí se rezaba todos los días. Feliz porque ahí se trabajaba con paz y con amor. Allí se amaba la vida, allí se amaban entre ellos con un grandísimo corazón.

¡Cuánto necesitamos nosotros que esa Sagrada Familia nos ayude a recuperar muchos valores familiares que se ha llevado el viento! 

¡Oh Familia de Nazareth, qué pocos elementos te bastaron para ser una familia feliz y hermosa! ¡Cómo necesitamos que vuelvas a injertar en nuestros hogares, en nuestros corazones, esa maravillosa gama de virtudes que tiene la familia! 

Todos los que quieran saber cuál es la familia más maravillosa deben visitar Nazareth, y preguntar a José a Jesús y a María cómo se puede ser feliz en familia.

Autor: P. Mariano de Blas LC


domingo, 29 de diciembre de 2013

PSICOLOGÍA DE LA PAREJA


La base sobre la que se construye la relación de pareja es la del enamoramiento. Esta dinámica afectiva particular es la que diferencia la relación de pareja de cualquier otro tipo de relación humana: relación de amistad, pateno‑filial, profesional, etc.

Sin esta base primera, la relación de pareja no tendría posibilidad de mantenerse en una dinámica de amor. El matrimonio quedaría reducido a otras funciones sociales, como podrían ser las de tipo económico (en otros tiempos fue en gran parte así, pues el matrimonio no era resultado del enamoramiento de los sujetos implicados, sino de la decisión de las familias, conforme a determinados intereses de clase).

El enamoramiento. En esa situación afectiva tan intensa y particular que es el enamoramiento interviene toda una serie de tendencias latentes, de imágenes idealizadas profundas que dormitan desde antiguo en cada sujeto. Son modelos inconscientes que se han ido construyendo desde la infancia y la adolescencia: ellos determinan el modelo de hombre o mujer que se desea. Cuando aparece alguien que parece coincidir con ese modelo (muchas veces no se sabe conscientemente por qué), se produce el «flechazo». Toda la dinámica afectiva tiende entonces a la presencia, a la cercanía y proximidad total, que encuentra su expresión más intensa en el encuentro de los cuerpos.

En la situación de enamoramiento se vive una afectividad tan intensa que inevitablemente produce una situación ilusoria. El amor es ciego, dice la sabiduría popular. Efectivamente, en la situación de enamoramiento se tiende a idealizar a la persona amada, de manera que no se ve en ella casi ningún tipo de limitación ni fallo. Esa idealización está producida por ese mundo de modelos inconscientes del que hablábamos arriba y que responde a las necesidades y deseos particulares de cada uno. El enamorado ve a la persona amada a través de ese cristal interno.
El enamoramiento, como hemos dicho, constituye la base de la vida de pareja. Pero, siendo indispensable, no es, sin embargo, suficiente. Es un punto de partida que tendrá que experimentar una maduración y transformación.

En primer lugar, cada uno debe ir integrando la realidad del otro, que nunca se acomoda totalmente a las fantasías, deseos y modelos inconscientes que movieron el primer enamoramiento. Ese margen de frustración puede crear una agresividad (antes totalmente negada) que ponga en peligro la relación amorosa. La persona amada gratifica y frustra, pues no existe nadie que pueda ser plena gratificación. Asumir esa realidad será un paso importante en la maduración de la pareja.

La pareja no está nunca totalmente hecha. Hay que construirla permanentemente en un compromiso mutuo en el que será indispensable un respeto fundamental a la realidad del otro, con sus diferencias y peculiaridades; una comunicación permanente para ir afrontando las dificultades inevitables que surgen; y, por último, una actitud de ternura para superar los conflictos que la vida en común trae siempre consigo.


A partir de la reflexión personal y de pareja os invito a recordar vuestro enamoramiento y cómo ha ido evolucionando y madurando.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Juan apóstol, amigo de Cristo

Juan se caracterizó por su gran amor a Cristo. Y es lo que yo necesito, amar a Dios, sentirlo cercano, necesario. 

Juan era hijo de Zebedeo, pescador de Betsaida y de Salomé, una de las mujeres que estuvieron al servicio de Jesús. Era hermano de Santiago, a quienes se les designaba con el título de "hijos del trueno". Fue discípulo de Juan el Bautista de donde pasó a ser seguidor de Cristo, convirtiéndose en uno de sus apóstoles preferidos, el "discípulo amado".
Parece ser que Juan vivió después de todo esto en Antioquía y en Efeso. Además de escribir el Evangelio, Juan escribió el Apocalipsis y tres cartas. Finalmente recordamos que fue el acompañante de María .

Entre todos los aspectos que podríamos señalar en S. Juan, vamos a quedarnos en esta meditación con esa realidad que le caracteriza tanto: su amor a Cristo.

En la vida de todo hombre están en disputa siempre una serie de valores que compiten entre sí por su primacía. Muchas veces en la esfera de la mente y de la razón se hace evidente para un cristiano que Dios es lo primero. Pero posteriormente en la esfera de lo existencial, de lo vital, del día a día, Dios se oscurece en la conciencia para dar paso a otras realidades que copan plenamente la energía, la atención, el pensamiento, la preocupación, hasta el punto de que se convierten así en las verdaderas razones de nuestro existir.

Es ésta una lucha constante y normal en nuestro interior. La realidad de Dios se ve frecuentemente vapuleada por otras realidades que la desplazan. Se termina teniendo tiempo para casi todo, pero no para Dios. Hay frases muy usadas y muy conocidas como "no tengo tiempo para el espíritu", "me es imposible ir a misa", "no encuentro tiempo para confesarme", "ya quisiera tener un minuto para poder leer el Evangelio o algún libro formativo". En el fondo de todo ello está la derrota del espíritu frente a la fuerza y empuje de lo material, de lo inmanente, de lo pasajero. A veces queremos reaccionar frente a esta situación, pero enseguida el tráfago de la vida y las ocupaciones nos apartan de nuestros propósitos.

Como consecuencia de todo ello, sentimos que el espíritu empieza a perder entusiasmo por Dios y nos encontramos cada vez más con un vacío que nos angustia y llena de culpabilidad. Es como si mascáramos el fracaso de una vida que, a medida que avanza, se siente más vacía. Y es que no podemos apagar la sed del espíritu, es que no podemos negar al corazón lo que el corazón necesita de veras, porque tras el olvido de Dios llega a continuación el poner en un lugar también secundario la familia, la esposa, los hijos, la honradez, la verdad. El fracaso del espíritu siempre arrastra tras sí a todo el hombre.

Todo ello hace comprender por qué Dios quiere ser Dios en nuestra vida o por qué el hombre no puede concebir una vida sin Dios. La medida de nuestra dicha, de nuestro gozo, de nuestra paz no puede ser otro que Dios. "Nos hiciste, Señor, para ti". Son palabras que han tenido, tienen y seguirán teniendo una fuerza y una verdad incontestables. Por más que los hombres se empeñen en llenar el vacío de Dios con otras realidades, nunca lo lograrán. Ahí está el porqué Dios es el Señor de nuestras vidas. Sería un suicidio querer plantear una vida y un futuro lejos de Él.

Pero no basta que Dios sea Dios en nuestra vida. Desde su realidad de Dios, Dios debe ser vivido como Padre, Amigo, Compañero, Confidente. Un Dios en quien se crea, pero que no afecte cordialmente a mi vida, con quien yo no tenga una relación personal e íntima, que yo no sienta a mi lado, nunca terminaría convirtiéndose en mi vida en lo primero. Puedo creer en Dios, puedo respetar a Dios, puedo temer a Dios, pero esto necesariamente no es amor. Y realmente lo que necesito es amar a Dios, es decir, sentirlo como persona, sentirlo cercano, sentirlo necesario.
Autor: P. Juan J. Ferrán.