"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 11 de agosto de 2012

TRES PASOS PARA ORAR CON LA SENCILLEZ DE UN NIÑO

TRES PASOS PARA ORAR CON LA SENCILLEZ DE UN NIÑO
Enséñame cómo buscarte...porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes, ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí.
Señor Dios, enséñame dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte... Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor, y yo nunca te he visto. Tú me has modelado y me has remodelado, y me has dado todas las cosas buenas que poseo, y aún no te conozco... Enséñame cómo buscarte... porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes, ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí. Que te busque en mi deseo, que te desee en mi búsqueda. Que te busque amándote y que te ame cuando te encuentre (San Anselmo de Canterbury)

***

En días pasados estuve en un campamento de verano con 64 niños de diez y once años. ¡Toda una experiencia! Intenté, junto con otros varios sacerdotes y monitores laicos, que disfrutasen y, en mi caso algo importante, que se acercasen más a Dios. Personalmente, creo que ambas cosas se dieron...

Uno de esos días, un niño llamado Miguel se me acercó y me dijo que tenía que decirme algo muy importante y que no podía ser más tarde. Estaba nervioso y, por un momento, me imaginé lo peor: un niño se cayó, alguien se hizo daño, etc. Pero la noticia que Miguel me iba a contar era mucho más seria; algo que, según sus propias palabras, «me ha dejado alucinado, padre».

¿Qué pasó? Le doy la palabra a Miguel:

«Esta mañana, padre, después de ducharme, me fui a la capillita que tenemos en el campamento. Ahí coincidí con Álvaro, que está aquí conmigo. No nos pusimos de acuerdo para nada, ¿eh? Lo que fui a pedirle a Jesús, padre, es que hoy me llamaran mis papás por teléfono, pues los echaba de menos. Álvaro ha hecho lo mismo. Pues, ¿sabe qué, padre? ¡Han llamado! Mis padres y sus padres. Jesús escucha realmente y responde. ¡Estoy que no me lo creo!».

No sé a ustedes, pero a mí la experiencia de Miguel y Álvaro me ha emocionado. Por dos motivos: porque una vez más he aprendido de la candidez que siempre emana de los niños, esa sencillez que nos hace ver el mundo bajo otra perspectiva. No por nada Cristo mismo nos invitaba a hacernos como niños para entrar en el reino de los cielos.

Y segundo, porque he podido tocar de una manera muy sensible la cercanía de un Dios que nos ama profundamente, que quiere comunicarse con nosotros, que espera que le hablemos y confiemos en Él.

Y ¿qué hacer para llegar a esta sencillez? El camino nos lo traza San Anselmo en la bellísima oración que les he puesto al inicio de este artículo:

1. Reconocerse débil y necesitado: « enséñame dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte... Tú eres mi Dios, tú eres mi Señor, y yo nunca te he visto».

2. Agradecer los beneficios recibidos por Dios: «Tú me has modelado y me has remodelado, y me has dado todas las cosas buenas que poseo, y aún no te conozco...».

3. Buscar y no cansarse en la oración, aunque cueste: «Enséñame cómo buscarte... porque yo no sé buscarte a no ser que tú me enseñes, ni hallarte si tú mismo no te presentas a mí» o aquella otra, más bella aún: «Que te busque en mi deseo, que te desee en mi búsqueda. Que te busque amándote y que te ame cuando te encuentre».

Sí, el resultado último es el enamoramiento. Porque el amor es esa fuerza que nos hace capaces de cosas grandes. Y grande es la oración. Además, cuando alguien ama, vuelve a repetir los mismos pasos: se sabe débil ante los peligros que pueden apartarle de su amor; agradece siempre lo que la persona amada le da; y busca seguir amándola con locura. Es un círculo virtuoso que nos eleva cada vez que lo empezamos.

Y voy más allá. Estos pasos reflejan, de manera muy nítida, la actitud de cualquier niño. Se sabe débil y por eso acude a los "brazos todopoderosos" de su madre. Agradece lo que recibe con los detalles típicos de un niño: un beso, una flor cortada en un campo, etc. Y, por último, está siempre buscando a sus padres, no puede estar solo, pues intuye que sería su perdición.

Pregunta: ¿qué tan niños somos en nuestra oración? Si aún te falta algo por llegar, aquí están tres pasos sencillos; pasos que han sido vividos ya por otros, como San Anselmo... y como mis queridos maestros de 10 años llamados Miguel y Álvaro.
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

viernes, 10 de agosto de 2012

JESUS HERRERO EN EL HOMENAJE A PUCHY ESCUDERO, TEATRO LOPEZ DE AYALA EN BADAJOZ

Jesús Herrero y de forma magistral interpreta una sentida canción de Alberto Cortes, muy acorde con el acto que se estaba celebrado, “Homenaje al Fallecido Compañero de Los Play Boys, Puchy Escudero” El titulo de la canción “Cuando Un amigo se va”.
Hay que resaltar también, el gran detalle de Jesús Herrero al recordar al también fallecido y muy querido por todos, músicos y no músicos, como fue el inolvidable Joaquín Rojas. Esta mención arranco un gran aplauso de todos los que en ese momento llenaban el teatro López de Ayala.

jueves, 9 de agosto de 2012

Y AHORA, ¿QUÉ HE DE ESPERAR?

Y  AHORA,  ¿QUÉ  HE  DE  ESPERAR?
Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Los gruesos problemas que estamos atravesando,  siembran desesperanza por doquier. Buscamos alguien que nos saque de un marasmo tan envolvente, que cuando parece arreglarse algo, otro asunto se marchita. Sin embargo, antes de continuar, tal vez nos aproveche hacer un poco de examen sobre lo que colmaba nuestra esperanza hasta el momento de la crisis. Para empezar, nos sirve algo que decía un antiguo filósofo al afirmar que la esperanza mira al propio bien, no al que pertenece a otro; pero si amamos a ese otro, ya se puede desear algo para él como para uno mismo.
            Ahí tenemos un primer punto para pensar. Creo recordar que fue Agustín de Hipona quien señalaba respecto a la condición humana: no se pregunta si ama, se pregunta qué ama. Efectivamente, amar, amamos todos, pero ¿cuál es el objeto de nuestros amores? Nos faltan palabras que expresen lo que amaban otros: los pelotazos económicos, el poder por el poder, un orgullo inútil y ridículo, una presunta liberación sexual que -como escribió Julián Marías- está conduciendo a un agotamiento de la propia sexualidad,  trivializada y carente de interés cuando pierde su entronque personal, la máxima ganancia con el mínimo esfuerzo, el menor trabajo con la mayor retribución posible y tal vez blindada, el dinero de papá Estado con el que se puede trampear para vivir sin dar un palo al agua...
            Todas esas actitudes -y otras que se quedan sin teclear- no son precisamente un modelo de amor a nadie y suceden, precisamente, en tiempos que creíamos solidarios. Falta amor a los demás, al pueblo de al lado, a la región vecina o del otro extremo del país. Se pregunta qué ama, y la respuesta puede ser muy triste: se ama a sí mismo. Si miramos a nuestro contexto europeo -y más en concreto, a la zona euro-, cada nación tira de la manta hasta tratar de hacerse con ella. Pero me escapo del examen  personal -de conciencia, laica o religiosa-. Enseguida miro al de al lado: vecino, político, empresario, sindicalista liberado, pueblo siguiente, autonomía de enfrente o la Europa del euro. Y yo, ¿qué?
            Porque al margen de todos ellos, se pregunta qué amas y, por tanto, qué esperas. ¿qué esperábamos cuando se inició la crisis actual? Porque es posible que anhelásemos una serie de asuntos que están exactamente en la raíz de nuestras dificultades. Los citados anteriormente u otros semejantes han vencido a muchos, porque ante la búsqueda de confort, dinero, sexo fácil, poder o lo políticamente correcto -que consiste en mentir-, no hemos sido capaces de entender que esos caminos no llevan a ninguna parte, o sencillamente conducen al abismo. Si esperábamos de ese modo, es lógico que andemos ahora desesperados, por la sencilla razón de que para muchos todo eso ya no es así. Digo para muchos porque no deja de haber un resto que continúa viviendo muy bien. O quizá no tan bien, a causa de que, como permanecen esperando lo mismo, sean un tropel de  gente tan sumamente pobre que sólo tiene dinero.
            Sin olvidar los millones de parados  -quizá  los menos culpables-, como dicen en Italia, hemos llegado al punto. El punto es que necesitamos ser lo suficientemente honrados para reconocer cuál era el objeto de nuestras ilusiones, dónde teníamos puesto el corazón y en qué hemos de rectificar todos,  de modo muy particular los depositarios de dinero y  poder, pero todos.
            Hoy día es inmoral toda ostentación -en realidad, lo es siempre, pero ahora es obscena-, todo gasto inútil, todo el inmenso aparato de partidos, sindicatos, gobierno, oposición, autonomías, el uso de los impuestos  que salen del bolsillo de los ciudadanos -por mucho que le llamen dinero público- y son utilizados en vano.
            Pero es igualmente inmoral no rendir en el trabajo, la destemplanza, gastar lo que no tenemos, la  insolidaridad con el necesitado, viajar sin tino,  culpar de todo a no se sabe quién, declararse absolutamente inocente de nuestra deuda global porque ha sido causada por los que han robado, los que han mentido, los autores de dispendios de cualquier calibre... Y, ahora mismo, no es ético desertar de la desesperanza dejando de lado el optimismo y el espíritu emprendedor sin  ser capaces de extraer lo mejor de nosotros mismos y encontrar la verdadera esperanza, asentada en valores tan cristianos como la magnanimidad y la humildad. En nuestro corazón han de caber todos y, si es posible, Dios primero. Lo contrario se llama mezquindad.

lunes, 6 de agosto de 2012

LA TRANSFIGURACIÓN CAMBIA LA VIDA

Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal...

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...

Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...

Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...

Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...

El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...

Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.

Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.

Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.

Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!...

Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas.

En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.

Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro --del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está aquí!...

Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...

La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin decaer un momento.

Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.

Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.

Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.

Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos...

¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los discípulos?...

Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

domingo, 5 de agosto de 2012

DECÁLOGO PARA UN VERANO CON CRISTO

DECÁLOGO PARA UN VERANO CON CRISTO
Un cristiano, en el verano, no esconde ni guarda su fe como quien deja en el armario el abrigo de invierno

  1. Un cristiano, en el verano, no esconde ni guarda su fe como quien deja en el armario el abrigo de invierno. Somos cristianos siempre y, por lo tanto, nuestra comunión con Cristo ha de ser consciente y constante.

    2. La vida cristiana no se sostiene solamente en el “ser buenos”. Bondadoso, al cien por cien, sólo Dios. Por ello mismo este tiempo es propicio para no olvidar a Dios y ser rostros vivos de su presencia. Las prisas son enemigas de la caridad sin ruido.

    3. Sin oración, un cristiano, es un molino paralizado. Muchos de nuestros fracasos y deserciones se deben a que hemos roto la “línea” telefónica con el Señor. La oración nos hace fuertes, nos clarifica, nos hace reflexionar y llevar a cabo la voluntad del Padre.

    4. La Eucaristía (además de obligación moral) es una necesidad física y espiritual. Si ya con ella nos resulta llevar una vida relativamente cristiana, sin ella nos convertimos en marionetas del mundo. Quedamos a merced del único alimento material que el mundo ofrece o que el escaparate efímero nos presenta.

    5. En el verano vamos buscando el sol. El culto al cuerpo no puede estar por encima de la adoración a Dios. Él sí que es el único Sol de justicia. Es quien broncea de verdad aquellas entrañas que, sin verlas, sabemos que son importantes para ser solidarios con los demás y amantes de Dios: el corazón y el alma.

    6. "Dime lo qué lees y te diré cómo piensas”. ¿Acaso un cristiano no ha de nutrirse con palabras de esperanza? Un buen libro, con criterios cristianos, será garantía de un pensamiento recto, de una conciencia lúcida.

    7. La Creación la ha puesto Dios para nuestro deleite. Nuestra tierra está sometida a una constante alteración y degradación fruto de las ansias de disfrute del hombre. Respetemos el entorno donde descansamos y gocemos de tantas cosas buenas que el Señor pone a nuestro alcance. Cuesta siglos repoblar la tierra, horas el incendiarla.

    8. La belleza, el arte, la música clásica…nos puede llevar al encuentro y al disfrute personal de Dios. Un santuario es una puerta abierta a la fe. María Virgen es una mano que nos empuja hacia el Señor. La grandiosidad de un templo es un aperitivo de la gloria que nos aguarda en el cielo. ¡Disfruta de la huella que el hombre ha dejado a través del arte y como fruto de su fe!

    9. El silencio y la contemplación junto al mar. La escalada de montañas como signo de nuestro esfuerzo por llegar al cielo. Nuestro descanso como antesala de lo que un día desea Dios para cada uno de nosotros…pueden ser reflexiones que nos ayuden a vivir este tiempo estival con sentido cristiano

    10. En el valle o en el mar, en la montaña o en una aldea, adentrados en el bosque o perdidos en un desierto. Frente a una catedral o por las calles de una gran ciudad: no olvidemos que somos cristianos. No olvidemos que, Dios, va con nosotros.
Autor: Javier Leoz | Fuente: Ecclesia.

LOS MÁRTIRES INGLESES

Hay en la Historia de la Iglesia una página brillante por demás: es la que escribieron con su sangre los mártires ingleses. ¿Quiénes fueron esos héroes insignes?...
Hay en la Historia de la Iglesia una página brillante por demás: es la que escribieron con su sangre los Mártires Ingleses. ¿Quiénes fueron esos héroes insignes?...

El protestantismo inglés nació -¡qué cosa más triste!- de un adulterio. El rey Enrique VIII fue un gran defensor de la fe católica cuando surgió la herejía de Lutero. Pero se empeñó en divorciarse de su esposa legítima para casarse con otra, y después con otra y otra..., hasta tener sus célebres seis mujeres. Como el Papa, fiel al Evangelio de Jesucristo, se negó a reconocer la nulidad del matrimonio, el rey se separó de la Iglesia. Ahí empezó todo.

Su hija Isabel, habida de la segunda mujer, consumó la separación de la iglesia de Inglaterra y se declaró cabeza de la misma, prescindiendo en absoluto del Papa. Quien no reconocía la supremacía de la reina sobre el Vicario de Jesucristo se constituía reo de esa majestad y era condenado a muerte en la horca, precedida siempre de cárcel terrible, de procesos inacabables, y de torturas espantosas.

Para preservar su fe, muchos católicos emigraron de Inglaterra, constituyeron colonias especiales, y los jóvenes se formaban en seminarios extranjeros para volver a su tierra disfrazados de comerciantes, de profesionales o de soldados y mantener la fe católica a costa de todo

Los sacerdotes tenían que abandonar la isla en el espacio de cuarenta días, y los jóvenes que se preparaban para el sacerdocio en el extranjero deberían regresar en el período de seis meses y prestar juramento de fidelidad a la reina como cabeza del Estado y de la Iglesia. Si no lo hacían, eran declarados traidores y condenados a muerte.

¿Y los seglares? No podían tener escondidos en su casa a los sacerdotes. Quienes los ocultaban o permitían en sus casas la celebración de la Misa eran entregados a las autoridades y condenados con los mismos sacerdotes.

El sacerdote apóstata Knox se cebó de tal modo contra la celebración de la Misa, que consiguió del Parlamento escocés aprobara esta norma:
- Nadie puede celebrar Misa, ni los fieles la pueden oír ni estar presentes en ella bajo pena de confiscación de todos sus bienes y el castigo corporal a discreción de los magistrados.
Y daba su increíble razón:
- Una Misa me da más miedo que diez mil enemigos armados que desembarcaran en cualquier parte del reino.

¿Cómo respondieron los católicos? Fueron 237 los sacerdotes y religiosos procesados y condenados a muerte, y 79 los seglares que sufrieron el martirio por haber ocultado en sus casas a los sacerdotes y permitido en ellas la celebración de la Eucaristía.

La sabia Inglaterra fue astuta en la persecución. No le interesaban los mártires, sino los apóstatas. El caso era implantar definitivamente el protestantismo y hacerlo sumiso a la Corona, separando de Roma a la iglesia nacional.

Si nos fijamos ahora especialmente en los mártires seglares, nos encontramos con ejemplos hermosísimos. Y su martirio revestía heroísmo muy especial, porque detrás quedaban esposa o esposo e hijos. Sin embargo, se habían comprometido con Jesucristo y su Iglesia, y llevaban las consecuencias hasta el fin.

Ana Line, ya delante de la horca, dice a la muchedumbre, congregada para presenciar el espectáculo:
- Me han condenado por recibir en mi casa a sacerdotes. Ojalá en vez de uno pudiera haber recibido a miles. ¡Y no me arrepiento por lo que he hecho!

Margarita Clitheroe fue también una valiente cuando se encontró frente al cadalso, y arengó a los asistentes:
- Este camino hasta el Cielo es corto, muy corto...

Margarita Ward, descubierta como encubridora de otro sacerdote, fue tentada de mil maneras por los jueces para que se pasara a la iglesia protestante, pero la palabra final que le mereció la horca fue contundente:
- Eso no me lo permite mi conciencia.

Y el Beato Juan Felton, gran amigo de la reina Isabel, pero fiel a su fe católica, fue el valiente que clavó en la puerta del Arzobispado la bula con que el Papa condenaba a la reina apóstata y pretendida cabeza de la Iglesia.
Ya ante la horca, tiene la elegancia de quitarse el anillo de boda y hacérselo llegar a la reina como un regalo personal suyo.

La joven esposa quedaba viuda, y el niño de dos años, cuando llegue a los veinte, sabrá dar también la vida como mártir de Cristo, igual que su papá.

Estos hermanos católicos son el germen del restaurado catolicismo inglés. Hoy, con el providencial ecumenismo, estamos dando los pasos hacia la unión de las dos Iglesias.

Y nos sentimos optimistas, pues sabemos hacia dónde está yendo el Espíritu Santo. Poco a poco, pero llegará el día feliz de la integración de todos en la única Iglesia de Cristo.

Tanta sangre y tan generosa no se puede perder, e Inglaterra volverá a ser la isla de los santos. No lo dudamos: la sangre de estos mártires pesa mucho en la presencia de Dios. ¿Cuándo llegará la hora dichosa de la suspirada unión?...
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

sábado, 4 de agosto de 2012

AMÓ A DIOS COMO SÓLO UNA MADRE PUEDE AMAR.

María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo.
Nacer es tener una madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que se hizo hombre en el seno de una Virgen. Por eso, el título mariano de "Madre de Dios" es una de las verdades más consoladoras y más ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios se ha acunado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos enseña san Agustín.

1. Al ritmo de la vida de Cristo. Entre la vida de Jesús y la de María hay una estupenda sincronía y un paralelismo magnífico de misterio y de donación. Junto a la Encarnación del Verbo está la Inmaculada Concepción; con el nacimiento de Jesús se relaciona inseparablemente la maternidad de María; a los pies de la cruz del Redentor se halla de pie, firme en su dolor, María, la corredentora; la ascensión de Jesús a los cielos tiene su paralelo en la asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial.
Vivir al ritmo de Cristo es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en el siempre de la eternidad.

2. Múltiples relaciones. María mantiene diversas relaciones con la Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la Iglesia, como la proclamó Pablo VI, pues ésta prolonga a Jesucristo místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios. Es espejo radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Cristo, es abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios de devoción mariana. ¿Y nuestras relaciones con María?

La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí, porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta en el misterio de Dios. Una veneración, por ello, que nace de la profundidad de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es toda nuestra persona la que venera a María. Veneramos a María pero no la adoramos, solo se adora a Dios.

3. Madre del Hijo de Dios. María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Cogido de su mano comenzó a dar los primeros pasos por el mundo. Con sus besos María lo ungió de cariño y ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.
Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero .

viernes, 3 de agosto de 2012

LA MUERTE ES EL COMIENZO DE LA VIDA

Si vivo bien, con ayuda de Dios, moriré bien. Según se vive, así se muere.

Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: "He cumplido mi misión". Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su "dies natalis".

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: "¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.", decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!"; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado.

Otro decía: "No sé por qué lloran". Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: "No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena". ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: "Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe". Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta.

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro."

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes.
Autor: P Mariano de Blas.

jueves, 2 de agosto de 2012

EN EL MUNDO.. EL DOLOR DEL HOMBRE

Jesús, te quedaste en la Eucaristía, ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!
Autor: Ma Esther De Ariño.
Hoy hay sombras en la Capilla...quizá sea porque está atardeciendo...

Tu, Jesús, estás como siempre, silencioso en tu eterna espera....pero tienes el oído atento para todo el que llega, para todo el que te quiere decir algo....penas, anhelos, sueños, alegrías y tristezas....Tu corazón abierto está para quién a ti llega....y yo se que te quedaste ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!

En muchas ocasiones este dolor es provocado por el hombre mismo: terrorismo, rencores, odios, venganzas, ambiciones, ansias de poder con el juego sucio y mal intencionado que no se detiene ante nada y llega hasta el crimen... niños que desean vivir y nunca lo harán. Siembra de dolores que parecería no tener límites...

Pero también el hombre sufre por enfermedades incurables y por cataclismos de la naturaleza: terremotos, tifones, lluvias torrenciales que desbordan ríos y rompen presas, fuegos que empiezan por una chispa y se incrementan destruyendo todo lo que alcanza y esto podría ser una lista interminable de dolor y de muerte que constantemente vemos que hay sobre la tierra.

Y el hombre, todos nosotros, Señor, nos preguntamos ¿por qué?

Y esta es una pregunta difícil de contestar...

En silencio te miro Jesús, cierro los ojos y espero...

Pienso en este Planeta donde vivimos... él es como es....tiene nieves que se desploman y forman aludes, tiene lluvias que desbordan ríos, tienen vientos que por circunstancias atmosféricas se convierten en ciclones, tiene movimientos telúricos de acomodación de su corteza terrestre que a veces son sismos catastróficos y mortales, tiene volcanes que están activos y de hecho han llegado a hacer erupción destruyendo a ciudades enteras.

En ese vaivén de acontecimientos vivimos desde que apareció el hombre sobre el planeta Tierra y sabemos que nuestra existencia está sobre la fragilidad de lo que es hoy y mañana no.

Pero para todos los sufrimientos hay una luz en el túnel negro y angustiante del dolor... y tu, mi Señor, me lo estás diciendo: Esa luz está en el misterio de tu Cruz. Tu Cruz permanecerá mientras el mundo gire.

¿Podrías tu Señor, digamos justificarte ante la Historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa "historia" TU CRUZ?

Tu, además de ser Omnipotente, infinitamente Sabio, infinitamente Justo, no eres el Absoluto y Poderoso que está "fuera del mundo" y al que por lo tanto le es indiferente el sufrimiento humano porque eres... AMOR.

Y por "ese " AMOR, te pones, en libre elección, al servicio de las criaturas.

Si en la historia de la humanidad está presente el sufrimiento, entiendo entonces por qué tu omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz.

Mi amado Jesús Sacramentado, El escándalo de tu Cruz - decía el Papa Juan Pablo II en su maravilloso libro "En el umbral de la esperanza"- sigue siendo la clave para la interpretación del GRAN MISTERIO DEL SUFRIMIENTO, que permanece de modo tan integral a la historia del hombre

Ya ha caído la noche. Yo te miro, Tu me miras.... siento la humedad de las lágrimas en los ojos cuando te digo:

Gracias, Señor, por esa Cruz... por tu cruz, que nos redime y que nos da la fuerza para seguir...

¡AUNQUE EL DOLOR NOS ALCANCE!

miércoles, 1 de agosto de 2012

El Corazón de Jesús al Mundo

P. LORENZO SALES
Misionero de la Consolata


El Corazón de
Jesús
al Mundo



De los escritos de
Sor M. Consolata Betrone
Monja Capuchina




PRESENTACIÓN

En la reunión del Día Mundial de la Juventud en Denver, S. S. Juan Pablo II, narra la historia de este siglo que se vuelve al final como sí en la larga trayectoria humana vemos siempre el presente, el encuentro entre el bien y el mal, entre la gracia de Dios y el poder del maligno, mas nunca como en este siglo con esfuerzo, firmeza, claridad y decisión.
Sorprendentemente es también el tiempo en que más frecuente e insistentemente toca la llamada de nuevo a la bondad, ternura y misericordia de Dios; apelación que viene de Madre Esperanza de Collevalenza, de Sor Faustina de Polonia, del Monje Silvano de la Montaña de Athos y encuentra la confirmación en la Encíclica luminosa de 1980 “Dives in misericordia”, una página extraordinaria que ayuda a que nosotros vivamos esta última línea del itinerario hacia el gran jubileo, el año del Padre “rico en la misericordia”.
Se trata de una convicción profunda, una fe arraigada, un “instinto espiritual” que los creyentes encuentran en la Sagrada Escritura como un hilo rojo que invade y une toda la historia de la salvación, comenzando por el Señor que escucha el lamento de Israel esclavizado en Egipto hasta encontrar su punto más alto en las palabras y en la persona de Jesús, que no vino por los justos, sino por los pecadores y en el misterio de la cruz revela la profundidad del amor divino aquel “beso dado por la misericordia a la justicia” (Dives in misericordia, n.9).
Las almas que han experimentado una vocación particular para consolidar el misterio de la misericordia, se vuelven el anuncio a los hermanos y hermanas, para empezar la Virgen María, la Madre del Crucificado y por consiguiente la Madre de la Misericordia, “llamada de manera especial a acercar a los hombres a ese amor que su Hijo viene a revelar” (l.c.).
En esta parte del testimonio de la vida y de los escritos de Sor Consolata Betrone, una criatura simple que entra en el círculo de aquéllos por los cuales Jesús bendice a su Padre: “Yo te bendigo... porque has escondido estas cosas a los sabios y lo has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Una monja Capuchina humilde y oculta a tal punto que, habiendo descubierto en los escritos de Santa Teresa de Lisieux en “el caminito”, no duda llamar que quiere recorrer “el pequeñísimo camino del amor”. Pasa, entonces que estas notas nacieron del diálogo consigo misma sobre el amor de Dios y destinadas a permanecer ocultas, se convierten en luz espiritual para las almas que buscan “un mensaje de amor” de utilidad extraordinaria.
Cuando leí en la historia de la tierra de Saluzzo sobre la presencia en los últimos siglos de tantos Monasterios consagrados totalmente a la oración y la contemplación y también la historia de los frailes Capuchinos que con su trabajo silencioso, generoso y tenaz han ayudado a volver a la comunión de la Iglesia católica a muchos corazones desviados por doctrinas extrañas; no me sorprende ver germinar al inicio del siglo XX esta planta “pequeñísima” término que le era querido y destinada a permanecer y a crecer con el paso del tiempo.
Es “necesario que la Iglesia de nuestro tiempo tome una conciencia más profunda y particular de la necesidad de dar testimonio de la misericordia de Dios” (l.c., n.12). Este libro es un instrumento precioso porque es sencillo y accesible, es una propuesta concreta para un camino de perfección.

DIEGO BONA
Obispo de Saluzzo.


INTRODUCCIÓN

1. El desafío de la mística.

Estas páginas nos transmiten la voz virilmente suave de un alma que vivió con nosotros en medio de las revueltas de la tormenta, recogiendo en su espíritu todo el dolor de la tierra y todo el esplendor del cielo.
A quien forma filas en la afligida caravana, buscando con las ansiedad de sus ojos arrasados en lágrimas, empañados por la desesperación, una solución satisfactoria, esta alma privilegiada –que conoció todas las ansias de su época y experimentó todas las certezas de su fe-, ha dejado una herencia espiritual que logra hacer penetrar un rayo de sol en la lóbrega espesura de la noche.
De esta preciosa herencia, que va a exponerse en las siguientes páginas, debería prendarse el lector, no limitándose a pasar por ella superficialmente, sino procurando usar de madura reflexión para sacar de su lectura el mayor provecho posible: se trata de las palabras de Jesucristo y cuando el Maestro habla, todo el que se siente discípulo suyo y todo hombre, puesto que todos llevamos un rayo reflejo de su divina Luz, que nos hace racionales, debiera acoger con veneración, y poseer con esmerada firmeza cuanto Él enseña.
Acaso fue así en otros siglos de mucha fe. No ocurre hoy lo mismo; el sentido crítico, que hubiera debido llevarnos a madurez de juicio, ha terminado por atacar la vida del espíritu en sus mismas raíces y aún los alejados de la crítica del pensamiento no se han substraído al influjo de este mal del siglo y, sin declararse escépticos, permanecen desconfiados o por lo menos perplejos.
Así me ocurrió a mí, cuando vino a mis manos el grueso paquete que contenía un manuscrito de cerca de ciento treinta páginas en formato mayor, donde se exponía “un mensaje de amor del Corazón de Jesús al mundo”. La carta que en él se incluía me suplicaba con deferente insistencia que lo revisara “in via privata” y viera “si había en ello algo contra la fe y la sana teología, dogmática o ascética”.
Manos a la obra, me dije. Y realizada la labor, me piden ahora un “prologuito”, alegando que “como la obrita, conforme a las promesas de Jesús a Sor Consolata, habrá de difundirse mucho, vendría muy bien un prologuito de V. P. Revma...”.
Si no me desmayé ante semejante demanda fue, sin duda, debido a la intercesión de algún alma encargada de proteger desde el cielo a los que se les piden que revisen los manuscritos o de propinar el puntapié al chiquillo que no se decide a salir de casa. Peor aún si se le dice a uno: “pasa revista a este muchacho y preséntaselo graciosamente a la sociedad”.
Pero se trata del Rvmo. P. Lorenzo Sales, misionero de la Consolata que llamaba a mi puerta y muchos recuerdos se agolparon y bulleron dentro, desde aquel lejano 1939 cuando juntamente con mi hermano y amigo el P. José Girotti, inmolado en  Dacau el 1º de abril de 1945, dábamos clases a los estudiantes del Corso Ferrucci. Vinieron después a mi mente los estudios sobre la espiritualidad del siervo de Dios, Cgo. José Allamano, fundador del Instituto. En fin, mediando tantas amistades, próximas y lejanas, en este viejo mundo europeo y en el nuevo mundo americano, ¿cómo decir que no?
Y a fin de cuentas, ¿de qué se trataba? De una monja capuchina y la tarea me parecía simpática. ¿Cómo no amar a estos hijos de San Francisco, tan menospreciados frente a las conveniencias y formulismos de un mundo secularizado? Acababa de leer “L’ Eminenza grigia” de Aldous Huxley y la figura del P. José capuchino –Francesco Le Clerc Du Tremblay-, confidente y consejero de Richelieu, la tenía aún viva en mi mente, dándome un poco de fastidio, por el trágico equívoco en que se desenvuelve su acción, oscilante entre el profeta y el diplomático. La visión de un alma capuchina vibrante en el flujo místico de los santos carismas me devolvería un poco de paz para huir de todo equívoco.
¿Cómo, pues, no tomar en serio el volumen? Se trata de un mensaje de amor del Corazón de Cristo, el dulce Maestro, y debo juzgar si hay algo en él en contra de la fe y la sana teología. ¡Casi nada! ¿Quién podría asumir semejante trabajo? No es extraño se me diga: “Mira, se trata de una cosa privada, de un asunto confidencial”. Ciertamente. Y; sin embargo, se espera mi juicio y os aseguro que tratar ciertos asuntos no es como beberse un vaso de agua.

2. Actualidad de un mensaje.

“En la secuela de Sta. Teresita” dije, y con estas palabras me tranquilicé. Encausaba mis pasos la característica joven que en “la llama ardiente” de Elías encontró el arrojo del espíritu que se evade de toda estrechez y de todo compromiso, señalando una vida de “renacimiento espiritual” mediante la caridad que es el “incendio” de Cristo y la “llama viva” de Juan de La Cruz. Pensaba también en Teresa Newmann, la campesina alemana que, conquistada por la Santa de Lisieux, no hace sino repetir de otro modo su vida y su mensaje.
Toca ahora el turno de Sor Consolata; piamontesa, había de ser maciza como sus montañas siendo de Saluzzo. Su espíritu debía ser como el Monviso que lanza al azul del cielo su cumbre luminosa y cándida. Nace allí el Po, que fecundiza toda la llanura y recoge todas las aguas, conduciéndolas al mar, y transformándolas en él, mar que se extiende a lo lejos y va a decir tantas cosas a otros mares lejanos.
Me he puesto a leer el Mensaje de Amor, paciente y atentamente y no sé decirte, lector, si era más vehemente el gozo que el temor. Ni siquiera podría explicarte la embriaguez que penetraba hasta los más recónditos senos del espíritu, entrando donde quiera sin pedir permiso. Puedes imaginarte que no era yo quien juzgaba el Mensaje, sino el Mensaje quien me juzgaba a mí.
Cómo haya salido de este juicio podría “cantarlo” si, como Agustín, supiese hacer mis “confesiones” en el sentido preciso de canto eucarístico a la misericordia de Dios, pero esta sola indicación te puede bastar para hacerte reconocer la línea de esta espiritualidad que habla del himno del júbilo del Maestro Divino (Mt 11, 25-30).
25. “Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber tenido ocultos estos misterios a los que se tienen por sabios y por haberlos hecho manifiestos a los pequeños.
26. Sí, oh Padre, (Te alabo) por haberlo así dispuesto.
27. Todo me ha sido dado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera revelarlo.
28. Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, y Yo os confortaré.
29. Tomad sobre vosotros mi yugo, aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis  descanso para vuestras almas.
30. “Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Todo este Mensaje de Amor es una explicación y un desarrollo del motivo fundamental que resuena en el Himno Evangélico, no ya a modo de añadidura, sino como desenvolvimiento inexhausto de la riqueza divina. Por eso el Hijo, queriendo revelar al Padre a las almas humildes que por Él al Padre se acercan, puede obrar a modo de Maestro que se revela a sí mismo, pero te advierto, lector, que esta su revelación –sobre todo cuando es carismática, en cuanto destinada al bien, de la sociedad, que es la Iglesia-, nunca está ordenada a llevar una nueva doctrina de fe, pero sí, destinada siempre a encauzar la conducta de los hombres hacia la Verdad saludable que da a conocer a Jesucristo y a sus Apóstoles en los libros del Nuevo Testamento, bien entendidos, conforme a doctrina de la Iglesia Católica, que conoce el sentido y posee la vida de estos libros.
Sor Consolata figura entre aquellos de quienes Santo Tomás de Aquino dice: “Propfetiae spiritum habentes, non quidem ad novam doctrinam fidei depromendam, sed ad humanorum actuum directionem” (Suma Teológica II-II, q. 174, a 6, ad. 3). Tales palabras del Santo Doctor permiten apreciar todo el valor de este Mensaje Divino en esta hora presente.

3. El imprimátur del amor

Acaso alguien podría permanecer perplejo sobre la realidad de esta manifestación y pensar que Sor Consolata, hablándose a sí misma, se haya imaginado hablar con el Otro y que Éste, a su vez, le dirigía la palabra. Y viene espontáneamente a la memoria lo que nuestro agudo Manzoni dice a Doña Práxedes: “...Toda su preocupación era secundar todos los quereres del cielo, pero muchas veces era víctima de un torpe error que le hacía tomar su cerebro por el cielo”.
Es ésta una sutilísima forma de soberbia que va del truco literario a la ilusión mística, a través de las más impensadas maneras de narcisismo: la prolongada contemplación de uno mismo termina suscitando una especie de embriaguez en la que, como el joven Narciso se ahogó en la fuente donde se reflejaba su imagen, naufraga el espíritu. Narciso ha sido cantado por los poetas como la flor que brota de la muerte; el espíritu humano, ahogado en el amor de sí mismo –reprobable y triste-, produce también sus flores según las diversas manifestaciones literarias, filosóficas y místicas, pero sólo flores de muerte que brotan de la soberbia.
Ahora bien, Sor Consolata es humilde: “pequeñísima”; y la humildad es verdad, es decir luminosamente refulgente en el espíritu y armoniosamente encargada en la vida: por la humildad, que es la sumisión ontológica a Dios, Creador, y Dador de la existencia se llega a la subordinación psicológica, que hace converger todas las facultades hacia Él con reverencia temerosa y ambas establecen en la voluntad la debida sumisión a Él y a sus representantes en la tierra.
Con la humildad el corazón se abre a la gracia y cuando la ola saludable irrumpe en el alma es toda una primavera en flor que canta la alegría de la vida divina. Por eso en aquel cielo luminoso sin nube alguna del amor reprobable de uno mismo, brilla el sol de la eterna verdad: Jesús.

Y Jesús dice en el Evangelio. (Jn 14, 21).

“Quien ha recibido mis mandamientos, y los observa, ése es el que me ama”. “Y el que me ama, será amado de mi Padre y Yo lo amaré, y Yo mismo me manifestaré a él”.

Ya había dicho el autor sagrado en el Libro de la Sabiduría (Sb 1, 1-2)

“Buscadle con corazón sincero, porque los que no le tientan con sus desconfianzas, le hallan, y se manifiesta a aquéllos que en Él confían”.
“Él” es Dios, pero Jesús es la Sabiduría increada, el Verbo Eterno del Padre, que encarnado y hecho hombre, quiere revelar los secretos del Padre al hombre humilde que a Él se acerca con fe.
La promesa de Jesucristo: “Yo mismo me manifestaré a él”, es realidad en la Iglesia Católica, donde sus gracias de luz y su vida de amor abren a las almas nuevos e ilimitados horizontes divinos: Él se manifiesta suscitando el amor a Él y, cuando el alma es poseída por Él, la realidad de la promesa hecha produce sus admirables efectos, de lo que tenemos los más precisos testimonios en las vidas de los Santos.
La oración que, según San Gregorio Niceno, es conversación con Dios y contemplación de las realidades invisibles, no es ya un monólogo, que interesa más o menos al que ora, sino un coloquio espiritual, un verdadero diálogo. Santo Tomás de Aquino nos hace notar la relación íntima de los dos actos diciéndonos: “La conversación del hombre con Dios tiene lugar mediante la contemplación”: en las cimas supremas del espíritu besadas por el divino sol, se realiza, sin peligro de ilusión, la promesa de Jesús.
Todo esto puede verificarse normalmente a impulsos de la linfa vital divina que tiende a producir su efecto en la caridad perfecta, con el ejercicio cada vez más acentuado por los dones del Espíritu Santo: es el apretado conjunto de la “pequeñísima”; son los falanges innumerables de las almas cristianas fervorosas, que, fieles a Cristo, en cualquier coyuntura de la vida, llevan en sí el esplendor del heroísmo cristiano, de la santidad católica.
Pero cuando la sociedad de los creyentes presenta alguna exigencia espiritual propia, entonces se notan los dones carismáticos de las gracias gratis datae que se conceden a algunas almas privilegiadas, no en razón de su santificación que pertenece a la gracia habitual, sino en vista de la necesidad social de la Iglesia en su determinado momento histórico.
La contemplación, entonces, no es el rayo de luz que deja sentir lo que es necesario para la salvación eterna personal, sino la iluminación que permite ver y decir lo que es necesario para la salvación de las almas: es un don carismático que eleva a ciertas almas a la participación del “espíritu de profecía”.
El profeta es portavoz de Dios, un altavoz por el camino por donde pasa cansada y oprimida la caravana humana en viaje hacia la muerte: el alegre mensaje de amor anuncia la vida que no conoce ocaso, de parte de Dios que, bueno por esencia, está lleno de amor a los hombres. Ya lo dijo San Pablo al decadente mundo pagano. (Tit 3, 3-7):
“También nosotros éramos en otro tiempo insensatos, incrédulos, extraviados, esclavos de infinitas pasiones y deleites, llevando una vida de malignidad y de envidia, aborrecibles y aborreciéndonos los unos a los otros. Pero después que Dios Nstro. Señor manifestó su benignidad y amor para con los hombres, nos salvó, no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu santo, que copiosamente derramó sobre nosotros, por Jesucristo nuestro Salvador; para que justificados por su gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que de ella tenemos”.

4. El camino de la confianza.

Este es el festivo Mensaje de amor en la primavera divina de la vida cristiana que hubiera debido resonar siempre en el corazón para inspirarnos armonías siempre nuevas de pensamiento y de acción: “Dios ama a los hombres”.
Pero la historia nos da a conocer los hechos que determinaron un oscurecimiento de los espíritus; muchos son los nombres de estos hechos, pero siempre son los mismos: el error y los vicios. En la historia europea se ha repetido lo que San Pablo deploraba en el mundo antiguo. (Rom 1, 21).

“...Habiendo conocido a Dios no le glorificaron como Dios, ni le dieron las gracias; sino que divagaron en su pensamiento, y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas”.

Y cuando en el corazón hay oscuridad la vida en la que ya no se filtra la luz de lo alto, se desenvuelve por los suelos y triunfan los instintos irracionales del animal: “Extranjeros en lo tocante a las alianzas”,  los hombres no tienen esperanzas y viven sin Dios en el mundo”. (Ef 2, 12).
El valor de este Mensaje de Amor transmitido al mundo por Sor Consolata tiene, atendida la perfección de su normal desarrollo, su propia actualidad, precisamente por este sentido de esperanza que lo hace tan confortable como bálsamo salutífero en las heridas de los corazones dolientes que, partidos de dolor, se debaten en las convulsiones de la desesperación.
Me parece que, bajo este aspecto, semejante Mensaje tiene un valor universal; aunque parece dirigirse a almas selectas y privilegiadas, en realidad la doctrina que encierra se dirige a todos porque, tocando los manantiales mismos de la vida cristiana, en sus virtudes de fe, esperanza, amor, indica el camino más seguro y eficaz de la restauración humana.
Bajo otro aspecto, tiene este Mensaje de Amor, un gran valor al hacer volver a las almas cristianas a la línea clásica de la huida de cuanto degrada y entorpece el espíritu, sin abandonar nada de lo real y eficazmente le perfecciona.
La exposición orgánicamente armoniosa da al Mensaje una suave claridad y un atractivo fascinador que vuelve su lectura edificante, es decir, constructiva. La síntesis espiritual de Sor Consolata es viva y operativa.
Ciertamente, no podemos prevenir el juicio de la Iglesia y, por eso, a ella nos remitimos en cuanto a la valoración definitiva tanto del Mensaje como de cuanto humildemente decimos y modestamente proponemos. Y en este sentido, no nos propasamos a juzgar de su valor.
Como resultado de los estudios hechos de las experiencias de las almas, y de lo que personalmente nos ha sido dado experimentar, la doctrina de la vida de la cual brota este Mensaje, viene a ser fuente inagotable de verdadera perfección y causa inexhausta y fecunda de nuestra restauración.
Y del Mensaje de Sor Consolata puede repetirse lo que la liturgia medieval, inspirándose en la visión de Ezequiel (42, 1-2), canta del mensaje de Santo Domingo:

“Questa é quella piccola sorgente
che cresce in grandíssimo fiume
e fecondatore mirabile al mondo
elargisce bevanda eccellente”.

“Esta es la fuentecilla
que se transforma en grandísimo río,
fecunda admirablemente el mundo
y proporciona excelente bebida.”

Al corazón del hombre sediento de felicidad, Jesucristo dirige también estas palabras vibrantes de amor de su invitación (Jn 7, 37-38).

“Si alguno tiene sed venga a Mí, y beba. Del seno de aquel que crea en Mí manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva”.

Esta versión antiquísima de las divinas palabras confortó a los mártires de la primitiva Iglesia y sigue siendo para nosotros eficaz invitación a acercar nuestro corazón a su Corazón para beber de Él su amor vivificante.

P. CESLAO PERA, O. P.