"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 3 de mayo de 2012

¡Salve, oh cruz, esperanza única!

Fiesta de la Santa Cruz. Jesús, ayúdame a valorar la cruz como el regalo que Tú me ofreces para identificarme contigo.

Jesús, ayúdame a valorar la cruz como el regalo que Tú me ofreces para identificarme contigo. Que no huya de ella. Dame la fortaleza para estar siempre en vela contigo, y no abandonarte nunca.

1. La cruz: acoger sin reservas el plan de Dios

La cruz no es un producto muy cotizado en nuestros días. A inicios del tercer milenio, lo que más se busca y anhela es el bienestar, el placer. Y sin embargo, muchas veces nos encontramos con hombres y mujeres hastiados, incluso heridos, por la vida. Personas que lo han disfrutado todo, lo han experimentado todo, y sin embargo, son seres profundamente infelices.

Nos hemos olvidado del signo del cristiano, que es la cruz. La hemos domesticado. No nos impresiona. Incluso es un adorno para nuestras casas o nuestro cuerpo. Y precisamente ahí, en ese olvido de la cruz, está el inicio de nuestro vacío interior.

Cristo enunció claramente la ley de la fecundidad en la vida: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo... pero si cae en el surco, dará mucho fruto”(Jn, 12, 24). Pero la pura idea de pudrirnos en el surco muchas veces nos causa miedo, desasosiego interior. Somos hijos de nuestro tiempo... pero también somos hijos de Dios y hermanos del Crucificado...

Ahora bien, la cruz y la abnegación en nuestra vida no pueden quedarse en poesía e ideas abstractas. En realidad, seguir a Cristo por el camino de la cruz significa renunciar al propio proyecto, a menudo limitado, para acoger el de Dios. Es decir no a nuestra tendencia a lo más cómodo para acoger la invitación de Cristo a caminar junto a Él con una vida coherente de cristianos. Es renunciar a la “ley del mínimo esfuerzo” para vivir más bien según la “ley de la máxima entrega”. Es aceptar la vocación que Cristo ha querido regalarme y seguirla hasta las últimas consecuencias, aunque a veces sangre el corazón. Es el camino de la verdadera libertad. ¿Vivo de verdad en la libertad de los hijos de Dios? ¿Qué me detiene?

La cruz y la negación de sí mismo es el camino de la conversión indispensable para la existencia cristiana, y por eso no debemos tenerle miedo. En la medida en que configuremos nuestra existencia con la de Cristo, sobre todo por la oración y el ejercicio práctico de las virtudes, podremos decir como San Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí.”

2. La cruz: signo del amor hasta el extremo

Cuando Cristo nos regala la cruz, nos obsequia la oportunidad de amar en plenitud. Pero debemos evitar la trampa de creer que la cruz está presente en nuestra vida sólo en los grandes momentos de dolor, como puede ser la muerte de un ser querido, una enfermedad o un fracaso. La cruz es nuestra inseparable compañera, porque Cristo quiere que experimentemos su amor constantemente, y que cada día le amemos más y mejor. Ésta se manifiesta muchas veces en la fidelidad a nuestro deber cotidiano hecho por amor.

En su última cena, Jesucristo nos dio ejemplo e invitó a amar “hasta el extremo”. Esta manera de amar quiere decir estar dispuestos a afrontar esfuerzos y dificultades por Cristo. Significa que debemos olvidarnos un poco, “desaparecer” un poco nosotros para que Cristo aparezca.

Naturalmente, ser seguidor de Cristo nunca a sido una tarea fácil. Amar como Él nos ha amado significa también no temer insultos ni persecuciones por nuestra vida coherente, por nuestra fidelidad al Evangelio. La historia de la Iglesia está jalonada por los testimonios de hombres y mujeres que han sabido amar así. Muchos de ellos son mártires cuya sangre se ha mezclado con la de Cristo crucificado. Pero también existen otros mártires, que son los que han despreciado su honra, su fama, su triunfo personal antes de traicionar a Cristo.

Finalmente, el amor hasta el extremo que es la cruz nos exige estar dispuestos a amar a nuestros enemigos y rogar por los que nos persigan. Ahí está, precisamente, el núcleo de nuestro mensaje y el detonador de la revolución que ha causado la encarnación, muerte y resurrección de Cristo: la caridad, el perdón, la entrega sin reserva.

¿Acepto yo la cruz en mi vida? ¿La llevo con alegría, como el medio privilegiado para amar como Cristo me ha amado y ha amado a los hombres?

3. La cruz: garantía de nuestra victoria

Una de las clásicas objeciones a la bondad de Dios, e incluso a su existencia, es la presencia del sufrimiento en el mundo. Sin embargo, Cristo ha vencido con su vida y, de modo especial en el misterio pascual, el sinsentido del dolor. Cristo ha redimido el dolor porque Él mismo lo ha asumido en su pasión. En Él nuestra debilidad, que experimentamos sobre todo al sufrir, se convierte en el medio para nuestro triunfo.

Con relativa frecuencia se nos acusa a los cristianos de ser masoquistas al poner tanto interés en la cruz. Sin embargo, cuando penetramos con el corazón en el misterio de la cruz de Cristo, nos damos cuenta de que en realidad el cristiano no busca el sufrimiento por sí mismo, sino el amor. El dolor, por el dolor mismo, no tiene ningún sentido. Pero el amor, si es auténtico, se manifiesta en la entrega. Y la entrega, no de lo que nos sobra, sino de nosotros mismos casi siempre es dolorosa.

Es sólo Cristo, con su ejemplo, que nos muestra la fecundidad del dolor, sobre todo en la renuncia a nosotros mismos. Esta cruz que el Señor nos ofrece cada día de mil maneras se transforma, cuando la acogemos, en el signo del amor y del don total. Llevarla en pos de Cristo, condición indispensable para ser sus discípulos, quiere decir unirse a Él en el ofrecimiento de la prueba máxima de amor.

Cada quien tiene su cruz, personal e intransferible. Y sigue siendo válido lo que se dice que Constantino vio en el puente Milvio: “Con este signo [el de la cruz] vencerás”.

Cuando algo nos cuesta, disfrutamos mucho de sentirnos amados. Volcamos nuestra pena y dolor en una persona cercana, para que nos ayude a cargar nuestra cruz. Cuando el sufrimiento toca a nuestra puerta, es que Cristo quiere que le permitamos descansar un poco, llevando nosotros aunque sea una astilla de su cruz, una espina de su corona. ¿Podemos negarle amor al Amor? ¿Nos damos cuenta de que sólo amando, entregándonos, llevando la cruz de Cristo seremos plenamente humanos y cristianos?



Jesús mío, que quisiste morir en la Cruz para salvarme a mí y a todos los hombres, concédeme aceptar por tu amor la cruz del sufrimiento aquí en la tierra, ayudar a mis hermanos a cargar la suya, de manera que podamos unirnos más íntimamente a Ti, desaparecer nosotros para que Tú aparezcas, y gozar en el cielo los frutos de tu redención. Amén.
Autor: Cefid .

martes, 1 de mayo de 2012

San José, hombre de trabajo

Fiesta de San José Obrero. Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este "hombre justo".

"Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... Servid a Cristo Señor" ( Col 3, 23 s.).

¿Cómo no ver en estas palabras de la liturgia de hoy el programa y la síntesis de toda la existencia de San José, cuyo testimonio de generosa dedicación al trabajo propone la Iglesia a nuestra reflexión en este primer día de mayo? San José, "hombre justo", pasó gran parte de su vida trabajando junto al banco de carpintero, en un humilde pueblo de Palestina. Una existencia aparentemente igual que la de muchos otros hombres de su tiempo, comprometidos, como él, en el mismo duro trabajo. Y, sin embargo, una existencia tan singular y digna de admiración, que llevó a la Iglesia a proponerla como modelo ejemplar para todos los trabajadores del mundo.

¿Cuál es la razón de esta distinción? No resulta difícil reconocerla. Está en la orientación a Cristo, que sostuvo toda la fatiga de San José. La presencia en la casa de Nazaret del Verbo Encarnado, Hijo de Dios e Hijo de su esposa María, ofrecía a José el cotidiano por qué de volver a inclinarse sobre el banco de trabajo, a fin de sacar de su fatiga el sustento necesario para la familia. Realmente "todo lo que hizo", José lo hizo "para el Señor", y lo hizo "de corazón".

Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este "hombre justo". La experiencia singular de San José se refleja, de algún modo, en la vida de cada uno de ellos. Efectivamente, por muy diverso que sea el trabajo a que se dedican, su actividad tiende siempre a satisfacer alguna necesidad humana, está orientada a servir al hombre. Por otra parte, el creyente sabe bien que Cristo ha querido ocultarse en todo ser humano, afirmando explícitamente que "todo lo que se hace por un hermano, incluso pequeño, es como si se le hiciese a Él mismo" (cf. Mt 25, 40). Por lo tanto, en todo trabajo es posible servir a Cristo, cumpliendo la recomendación de San Pablo e imitando el ejemplo de San José, custodio y servidor del Hijo de Dios.

Al dirigir hoy, primer día de mayo, un saludo cordialísimo a todos vosotros, (...), mi pensamiento va con todo afecto especialmente a los trabajadores presentes y, mediante ellos, a todos los trabajadores del mundo, exhortándoles a tomar renovada conciencia de la dignidad que les es propia: con su fatiga sirven a los hermanos: sirven al hombre y, en el hombre, a Cristo. Que San José les ayude a ver el trabajo en esta perspectiva, para valorar toda su nobleza y para que nunca les falten motivaciones fuertes a las que pueden recurrir en los momentos difíciles.


MAYO, MES CONSAGRADO A LA VIRGEN


Hoy comienza el mes que la piedad popular ha consagrado de modo especial al culto de la Virgen María. Al hablar de San José y de la casa de Nazaret, el pensamiento se dirige espontáneamente a Aquella que, en esa casa, fue durante años la esposa afectuosa y madre tiernísima, ejemplo incomparable de serena fortaleza y de confiado abandono. ¿Cómo no desear que la Virgen Santa entre también en nuestras casas, obteniendo con la fuerza de su intercesión materna -como dije en la Exhortación Apostólica "Familiaris consortio"- que "cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una ´pequeña Iglesia´, en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo" (n. 86)?

Para que esto suceda, es necesario que en las familias florezca de nuevo la devoción a María, especialmente mediante el rezo del Rosario. El mes de mayo, que comienza hoy, puede ser la ocasión oportuna para reanudar esta hermosa práctica que tantos frutos de compromiso generoso y de consuelo espiritual ha dado a las generaciones cristianas, durante siglos. Que vuelva a las manos de los cristianos el rosario y se intensifique, con su ayuda, el diálogo entre la tierra y el cielo, que es garantía de que persevere el diálogo entre los hombres mismos, hermanados bajo la mirada amorosa de la Madre común.
Autor: SS Juan Pablo II.

lunes, 30 de abril de 2012

Desde el no hacia el sí

Necesito romper con esas negativas que me aprisionan a lo fácil, a lo cómodo, al egoísmo, que me encadenan al respeto humano y al miedo.
Dije no porque quería evitarme problemas y mantener la tranquilidad que hasta ahora me envolvía.

Dije no porque prefería salir de paseo en vez de ponerme en serio ayudar a quien lo necesitaba.

Dije no porque temía un fracaso, para no quedar nuevamente en ridículo ante esa persona conocida por sus críticas envenenadas.

Dije no porque la pereza fue más fuerte en mi jornada que el cariño que debería ofrecer a un familiar o un amigo.

Dije no incluso a Dios, porque la tentación se me hizo muy fácil y porque pensé que la gracia no me ayudaría.

Pero necesito romper con esas negativas que me aprisionan a lo fácil, a lo cómodo, al egoísmo, al pecado; que me encadenan al respeto humano, al miedo, al recuerdo de tantos fracasos del pasado.

Necesito, sobre todo, abrirme al horizonte del amor, de la fe, de la esperanza. Porque con Cristo hasta un criminal puede empezar a ser santo, un borracho puede superar su dependencia casi enfermiza, un cobarde puede revestirse de valor, un soberbio puede agachar la cabeza como un manso cordero ante el Hijo del Hombre que supo morir mansamente en el Calvario.

Hoy tengo entre mis manos unas horas en las que decido mi destino. Si me abro a Dios, si me dejo guiar por su gracia, si confío, seré capaz de dar un sí, y otro, y otro, para ayudar, para perdonar, para acompañar, para cuidar, para servir, para amar.

Aprenderé, entonces, a vivir como el Señor, que supo siempre dar un sí lleno de Amor al Padre y a los hombres. "Porque el Hijo de Dios, Cristo Jesús (...) no fue sí y no; en él no hubo más que sí" (2Co 1,19).
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 29 de abril de 2012

El atardecer de la vida

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va.
El sol se despedía del Imperio Tré. El vasallo caminaba junto a la anciana del molino amarillo. Iban conversando sobre la vida.
- ¿Qué cosa es lo que más te gusta de la vida, anciana?

La viejecilla del molino amarillo se entretenía en lanzar los ojos hacia el ocaso.
- Los atardeceres -respondió.

El vasallo preguntó, confundido:
- ¿No te gustan más los amaneceres? Mira que no he visto cosa más hermosa que el nacimiento del sol allá, detrás de las verdes colinas de Tré.
Y reafirmándose, exclamó:
- ¿Sabes? Yo prefiero los amaneceres.

La anciana dejó sobre el piso la canastilla de espigas que sus arrugadas manos llevaban. Dirigiéndose hacia el vasallo, con tono de voz dulce y conciliador, dijo:
- Los amaneceres son bellos, sí. Pero las puestas de sol me dicen más. Son momentos en los que me gusta reflexionar y pensar mucho. Son momentos que me dicen cosas de mí misma.
- ¿Cosas? ¿De ti misma...? - inquirió el vasallo. No sabía a qué se refería la viejecilla con aquella frase.

Antes de cerrar la puerta del molino amarillo, la anciana añadió:
- Claro. La vida es como un amanecer para los jóvenes como tú. Para los ancianos, como yo, es un bello atardecer. Lo que al inicio el precioso, al final llega a ser plenamente hermoso. Por eso prefiero los atardeceres... - ¡mira!

La anciana apuntó con su mano hacia el horizonte. El sol se ocultó y un cálido color rosado se extendió por todo el cielo del Imperio Tré. El vasallo guardó silencio. Quedó absorto ante tanta belleza.

La vida es un instante que pasa y no vuelve. Comienza con un fresco amanecer; y como un atardecer sereno se nos va. De nosotros depende que el sol de nuestra vida, cuando se despida del cielo llamado “historia”, coloreé con hermosos colores su despedida. Colores que sean los recuerdos bonitos que guarden de nosotros las personas que vivieron a nuestro lado.

sábado, 28 de abril de 2012

Su nombre: María

¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar!
María, cuyo Nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!...
¡Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre!...

¿Por qué tributamos alabanzas tan especiales al Nombre de María? ¿Por qué el Nombre de María nos dice tanto? ¿Por qué repetimos sin más, sola ella, la palabra ¡MARIA!...
Hemos oído tantas veces el Evangelio de la Anunciación en las Misas de la Virgen, que nos sabemos más que de memoria estas palabras: Y la Virgen se llamaba María.

El nombre de MARIA, junto con el Nombre adorable de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. ¿Será preciso desatarnos ahora en alabanzas al Nombre de María?
Porque podríamos hacerlo con el romanticismo cariñoso de años atrás, cuando tenía éxito seguro el canto con una letra como ésta:
Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma, es más suave que el plácido aroma que en su cáliz encierra la flor...

Y muchos cantos por el estilo, hoy pasados totalmente de moda, y que casi nos excitan un poquito la hilaridad y nos arrancan una sonrisa compasiva con los soñadores de años atrás...

Nosotros, sin dejar los encantos de una piedad mariana así de soñadora y tierna, lo miramos desde otra perspectiva, y nos preguntamos: ¿Qué significa para María su nombre? ¿Qué significa, sobre todo, para nosotros?..

Dejemos a los estudiosos de la Biblia que se entretengan desentrañando las raíces de un nombre tan hermoso. María, como ya se llamó la hermana de Moisés, era un nombre muy común de mujer en Israel cuando los tiempos de Jesús. Y nos dicen los filólogos que puede significar hermosa, señora, princesa, excelsa, encumbrada, y no sé cuántas cosas más, a cada cual más bella y sugerente...

A poco que leamos la Biblia, sabemos que cuando Dios elegía a uno para una misión especial, Dios le escogía el nombre o le cambiaba el que ya tenía. Valga por todos los casos el de Simón. Jesús lo mira de hito en hito, y le dice:

Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia.

María venía al mundo con la misión más alta, como era el ser La Madre de Dios, y, sin embargo, ni escoge ni le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que le pusieron sus padres.

Ni tan siquiera ha triunfado el nombre aunque haya triunfado la realidad con que le llamó el Angel: La Agraciada, La Llena de Gracia, la colmada con todos los dones y gracias de Dios...

¿Pero, qué ha hecho la piedad cristiana? Le ha dado tantos nombres a la Virgen, que ya no sabemos ni con cuál llamarla.

Y la llamamos con el nombre de los misterios de su vida: Inmaculada, Concepción, Natividad, Purificación, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción...

Y la llamamos con el nombe de sus advocaciones: Carmen, Mercedes, Rosario, Socorro, Patrocinio, Auxiliadora, Con-suelo...

Y la llamamos con el nombre de sus santuarios y apariciones: Loreto, Lourdes, Fátima, Pilar, Guadalupe, Montserrat, Luján, Aparecida, Begoña, Nuria...

Y sigamos y sigamos contando, porque la llamamos también con nombres locales nuestros, tan queridos: Marielos, Suyapa, María Paz...Y cada una de nuestras Repúblicas nos dictaría una lista bien interesante.

Todos ellos son el mismo Nombre de María, pero desdoblado, como la luz en el prisma, tal como lo siente y vive nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.

Más importante es, sin embargo, la invocación constante que hacemos del Nombre de María.

Las veces que la llamamos con gritos del corazón.
Las veces que nos dirigimos a Ella, diciéndole sólo ¡MARIA! Que unas veces es un grito de júbilo. O un grito de amor. O un grito de auxilio.

Porque ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas las situaciones de nuestra vida.
¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? Nadie nos lo ha dicho, pero no necesitamos mucha imaginación para suponerlo... ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! ¡Con qué cariño que se debe volcar sobre nosotros!...

Como lo hiciera un día con San Bernardo, el monje que pasa como el mayor devoto de María. Cuando caminaba por los claustros de su monasterio, al pasar delante de una imagen de la Virgen le inclinaba la cabeza y la saludaba: ¡Salve, María!. Y así siempre. Hasta que un día ve cómo la imagen se anima, y responde muy educada al saludo: ¡Salve, Bernardo!...

Valdría la pena seguir, ¿verdad?... Pues, aquí nos vamos a quedar hoy. Dándole a Ella el gusto de recordarle su Nombre: y el nombre de la Virgen era María.
Aquí nos quedamos, saboreando la miel que destila en nuestra boca el dulce Nombre de María. Y afinamos el oído, a ver si oímos su respuesta, y nos contesta también: ¡Salve, Chelita! ¡Salve, Javier! ¡Salve, Manolo! ¡Salve, Lineth!....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

viernes, 27 de abril de 2012

La soledad compañera de la vida

La soledad está en nuestras vidas, pero hay que saber amarla. Nos llevará al encuentro con Dios que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.

La soledad es un sentimiento que nos llena el alma de un silencio frío y oscuro si no la sabemos encauzar. Hay rostros surcados de arrugas, de piel marchita, de labios sin frescura, de ojos empequeñecidos, turbios y apagados que nos hablan por si solos de la soledad. Si sus voces nos llegaran nos dirían de su cansancio, de su miedo, pero sobre todo de su soledad....

Pero no hace falta que seamos ancianos para que en la vida nos acompañe la soledad.

La soledad del sacerdote, aún los más jóvenes, con sus votos de obediencia, pobreza y castidad, pero a veces es más dura la soledad de su propio corazón, que aunque ayudado por la Gracia de Dios no deja de ser humano. Tienen que consolar a los seres que llegan hasta ellos con sus penas, con sus problemas pero su corazón no puede aferrarse a ninguna criatura de la tierra y a veces se sienten solos, muy solos, tan solo acompañados de una gran soledad

La soledad en la adolescencia, duele profundamente por nueva, por incomprensible...Los padres se están divorciando, se quiere a los dos, se necesita a los dos, pero para ellos parece que no existe ese ser que no acaba de comprender y que está muy solo. Ellos tienen sus pleitos, su mal humor. La mamá siempre llorando, el papá alzando la voz... para él nada... tal vez sientan hasta que haya nacido. Si se divorcian será un problema ¿Qué será de él?¡Qué gran soledad, qué amarga soledad!

Las monjas misioneras, los misioneros, lejos de sus seres queridos y en tierras extrañas.

Y la soledad en algunos matrimonios, esa soledad que ahoga, que asfixia...que como dice el poeta: "es más grande la soledad de dos en compañía". El hombre de grandes negocios, empresario importante, magnate en la sociedad que parece que lo tiene todo pero que en el fondo vive una gran soledad.

La soledad de las grandes luminarias siempre rodeadas de personas y siempre solas... Las esposas de los pilotos, de los marinos, de los médicos, saben de una gran soledad y ellos a su vez, en medio del cumplimiento del deber, también están solos. La soledad de las personas que han perdido al compañero o compañera de su vida, ese quedarse como partido en dos porque falta la otra mitad, ese no saber cómo vivir esas horas, ahora tan vacías, tan tristes, tan solas...

Si no convertimos esa soledad en compañía para otros seres quizá, más solos aún que nosotros mismos, si no llenamos ese vacío y esas horas con el fuego de nuestro amor para los que nos rodean y nos necesitan, esa soledad acabará por aniquilarnos, ahogándonos en el pozo de las más profunda depresión.

En realidad todos los seres humanos estamos solos. La soledad está en nuestras vidas pero hay que saber amarla. Si le tenemos miedo, si no la amamos y no aprendemos a vivir con ella, ella nos destruirá. Si le sabemos dar su verdadero sentido, ella nos enriquecerá y será la compañera perfecta para nuestro espíritu. Con ella podremos entrar en nuestra alma, con ella podremos hablar con nuestros más íntimos sentimientos.

Ella nos ayudará, ella, la soledad bien amada y deseada a veces, nos llevará al encuentro de nuestra propia identidad y luego al mejor conocimiento de Dios, que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.
Autor: Ma Esther De Ariño.

jueves, 26 de abril de 2012

LA EXISTENCIA DE DIOS ME AFECTA


            Recientemente, un amigo de facebook afirmaba que Dios sólo existe en la mente de los creyentes, actitud  comprensible por factores muy variados, que ahora no trataré. Voy a ocuparme solamente de dos dificultades enfrentadas a la existencia del Ser Supremo: admitir la realidad de la creación en un mundo cuya ciencia camina, en parte,  por el sendero del evolucionismo absoluto, y aceptar la existencia de un Dios que permite tantos males padecidos por inocentes. Nadie piense que tengo una secreta solución para esos problemas. Sólo un par de pinceladas por si ayudan a pensar.
            Con respecto al asunto de la creación se puede afirmar con Ratzinger ("Creación y pecado") que esta posibilidad es contemplada, incluso desde los resultados científicos, como la "hipótesis" que aclara más y mejor las diversas teorías existentes. La fe es racional en el sentido de no opuesta a la razón. Desde cuatrocientos años antes de Cristo (Aristóteles) sigue siendo válido que el origen del universo no está en la casualidad. La razón de la Creación procede de la Razón de Dios. No hay otra respuesta válida. La verdadera Ilustración es la Razón de Dios que ha entregado el universo a la razón del hombre, no a su explotación.
            Creer -y empleo deliberadamente el término- en una creación de la nada desde la nada y, luego, en una pura evolución y selección natural de las especies -acaecida por azar- es más difícil y menos razonable que creer en un Dios creador. Ex nihilo, nihil (de la nada, nada), decían los clásicos y lo dice el sentido común. En cuanto a la evolución, no hay duda de que la ha habido y la hay, pero toda por pura casualidad, no. La probabilidad matemática de que existiera por azar la más mínima forma de vida es prácticamente cero. ¿Qué decir de los millones de formas de vida y particularmente del ser racional?
           Si la modernidad, ha escrito Alejandro Llano ("En busca de la trascendencia"), implica ante todo racionalidad, no hay nada más acorde con los tiempos nuevos que tensar al máximo la capacidad racional y no aceptar mansamente la orden que imponga la prohibición de pensar. Así como en teoría de juegos hay una sola instrucción necesaria -"se juega"- así en la actitud humana ante las realidades fundamentales hay una única regla que nunca se debe transgredir: "se piensa". Necesitamos reflexionar sin dejar todo el campo a las matemáticas o la ciencia experimental, aportes de valiosos descubrimientos, pero incapaces de explicar el sentido de lo que sucede.
            Muchas veces nos preguntamos por el sufrimiento de los inocentes. Para comenzar, habría que descontar a Dios los muchos dolores ocasionados por la libertad humana, ésa que cuando nos conviene deseamos sin control alguno para preguntarnos de seguido cómo la permite Dios. Por decirlo con palabras de Cornelio Fabro, el hombre es el riesgo de Dios. Restaría el misterio del mal, que Dios no causa nunca, pero que descubrimos como inherente a la condición humana, limitada y débil, capaz de errores y de horrores; y también preparada para un sufrimiento al que no podemos dar explicación total, pero al que sólo Dios puede dar sentido. Esclarecer  todo lo que sucede no le es dado al hombre, pero tampoco hemos de permanecer en el raquitismo del relativista, negador de la verdad que nos trasciende y de darle algún alcance.
            Por decirlo de otro modo: no es Dios quien ha de rendir cuentas emplazado por la sospecha; debe hacerlo el hombre, para hallar también en el Creador el sentido del dolor, porque únicamente Él puede darnos una plenitud que ni siquiera podemos vislumbrar ahora. No es Dios una especie de chico para todo, ni un seguro de vida considerado bajo una visión utilitarista. Un Dios arréglalo-todo no es el Dios que nos ha creado inteligentes y libres, que nos llama a un esplendor desconocido, que es infinitamente todo, pero que está en medio de nosotros. La mente del hombre es fruto de Dios y no al contrario. Si la mente del hombre necesitase crear a Dios, no podría hacerlo, pero si Dios no nos hubiera dotado de razón, no podríamos dudar de Él.
            Quizá una clave de nuestra actitud ante Dios -la idea también es de Llano- es la autonomía del hombre, banderín de enganche de la modernidad. Y bien podríamos decir con el brillante filósofo que la fuente vital de mi autonomía, de mi libertad radical, es inseparablemente el manantial que fecunda la búsqueda de una trascendencia siempre perseguida y nunca totalmente alcanzada. En último término, no hay contraposición, sino armonía entre inmanencia y trascendencia, autonomía y vinculación, soltura y entrañamiento. En lugar de concebir mi vida como una dialéctica de contrarios, me empeño en entenderla como un dinamismo de conciliación.
            Como no son mías, puedo afirmar que ahí quedan algunas ideas para recuperar a Dios en la sociedad, dar sentido a nuestras vidas y recobrar ley natural y naturaleza. Todo muy necesario para el cambio radical que la actual sociedad necesita y que buscamos vanamente en las primas de riesgo, las leyes o el mercado.
Autor: Pablo Cabellos Llorente

PROGRESISMO ABIERTO

            A primera vista, las dos palabras del título parecen tautológicas porque, a priori,  entendemos que todo progresismo es abierto. Indudablemente progreso es algo que avanza. Pero le pueden surgir al paso dos enemigos: su mal empleo o un etiquetado de  lo regresivo como adelanto.
            En febrero, mi amigo Pedro Ortiz entrevistaba para LP a mi también amigo Jesús Ballesteros, catedrático de Filosofía del Derecho de la UV. En el diálogo -que versaba sobre la crisis actual-, el profesor mostraba dos sucesos aparentemente distantes -el mayo francés y la ingeniería financiera- como partes causales importantes de nuestra crisis. ¿Qué tienen en común esos dos hechos tan distintos? Adelantemos que la creación de un ambiente en el que no se practica algo tan elemental como el "trata a los demás como quisieras que te traten a ti", justamente  su amoralidad.
            El Mayo francés de 1968, comenta Ballesteros, tuvo una lectura inicial muy positiva como la petición de mayor democracia y participación política y económica. Algo que tal vez sigue pendiente. Mas aquella rebelión hizo triunfar el goce, el todo está permitido, el principio del placer sobre el principio de realidad. Todo eso parece agravarse en estos últimos años por la fuerza de un pensamiento de fácil imposición porque, en la teoría y en la práctica, mueve a la ley del mínimo esfuerzo para el máximo deleite, al menos tal cual algunos entienden esa complacencia. "haz el amor y no la guerra", meta que parece bella, pero ese amor fenece siendo basura. Allí está el humus en el que crece el relativismo, un hedonismo calificado de extravagante (los hippies), el socavamiento de la ética del trabajo, la mirada hacia los demás como objetos...
            El otro evento reseñado en la entrevista parece de signo contrario porque se trata de la flotación del dólar, asunto procedente de la era Nixon, en el que sitúa de modo práctico la especulación pura y dura que padecemos. Afirma que  el inversor prestaba su dinero con vistas a la creación de riqueza, pero ahora lo importante es hacerse rico sin crear riqueza.
            Más recientemente, he asistido a una brillante conferencia del también profesor de Filosofía -en este caso del CEU- Higinio Marín. Estaba organizada por el IESE y casi todos los asistentes eran empresarios. Si entendí bien, su tesis básica sostuvo que se han creado la ciencia política y la económica, con el postulado de su autonomía respecto a cualquier ética. Ambas han venido fraguándose hace muchos años. Situaba el inicio de ese modo de asumir la ciencia política en "El Príncipe" de Maquiavelo, y poco después llegaba la economía sin ética. Todavía Maquiavelo no es puro pragmatismo porque habla de la importancia de la virtud, pero después de aceptar la política como algo basado en lo que, según él, son la naturaleza y las pasiones humanas: maldad, volubilidad, ingratitud, ambición y envidia.
            Como puede observarse, los extremos se tocan: el marxismo latente en el mayo de Francia -y una cierta forma de anarquismo: aquel "prohibido prohibir", que suena bien- y el liberalismo, o capitalismo extremo que, al estilo de Rousseau,   creyó al hombre tan bueno, que lo hizo peor. El cristianismo cree en el hombre -pero caído y redimido-; marxismo y liberalismo total creyeron sólo en el sistema. Y ambos han fracasado. Por otro lado, los dos hechos históricos citados tienen en común el telón de fondo de la política, una actitud y una ciencia que, sin ninguna referencia más alta, se transforma en un explosivo de potencia increíble. ¿Por qué nos quejamos de políticos y financieros si, de un modo u otro, les estamos pidiendo que mientan por haber caído en la trampa de no admitir ninguna verdad ética por encima de los hombres, las ciencias y los sistemas? ¿Cómo podemos llamar ladrón a quien ha seguido las reglas del sistema? ¿Cómo podemos lamentarnos mientras juagamos a lo políticamente correcto como si fuera, al menos por un tiempo, la "verdad" en la que navegamos?
            Los herederos del Mayo francés forman asimismo el cortejo de creadores de esta encrucijada por los frutos citados, que también constituyen  una explicación de lo que nos pasa. ¿No formamos todos parte de una generación que ha cambiado conciencia por subjetividad y Dios por mayorías parlamentarias? La subjetividad y las mayorías están ahí y son necesarias, pero dan lo que dan. ¿No somos cada uno un pequeño dios que capitidisminuye al verdadero, lo crea a medida de  sus ocurrencias o modas, lo niega o lo ignora, sin valorar el daño causado al hombre? Si no buscamos la incongruencia, requeriríamos un lugar en el que anclarnos, un asomo de perennidad donde asirse.
            Tampoco la persona humana singular se explica por sí misma. De hecho, esas ciencias cerradas a algo superior como un postulado ineludible, no son sino resultado de un hombre autónomo, un ser que se cree independiente. Seguramente el secreto está en amar, en excederse, como decía el profesor Marín.  Ese amor es apertura, una salida del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí, como trató amplia y magistralmente Benedicto XVI en "Deus caritas est".
Autor: Pablo Cabellos Llorente.

RESURRECCIÓN

             Resurrección es palabra grandiosa y sencilla, amable y sobrecogedora porque podemos emplearla como la expresión del muerto que vuelve a la vida, pero también sirve para manifestar la recuperación de un enfermo, para enunciar la conversión de un pecador,  el regreso al hogar de quien lo abandonó,  el renacimiento de un determinado arte, la recuperación de un paisaje deteriorado o la restauración de un idioma perdido.
            Ahora es bien fácil hacer presente la necesidad de resucitar económicamente porque, según un montón de datos, estamos como muertos en ese terreno. Y si pensamos en las causas de esa crisis, veremos con facilidad que es cada país, cada región, cada persona en definitiva quienes necesitamos resucitar. Es necesario que el hombre mendaz y avaricioso -cada uno mire a sí mismo-, provocador de la angustia que padecemos, resucite, cambie de tal modo que se quede como nuevo. Lo curioso es que, sea personal o colectivamente, con frecuencia consideramos que la reanimación ha de hacerla otro y, desde luego, sin que yo sufra. Mal camino.
            Puede parecer irreverente que, cuando conmemoramos la Resurrección de Cristo, un cura comience un artículo de esta manera. Creo que no, porque Jesús resucitado es el alivio que necesitamos, más aún: el cimiento sobre el que volver a edificar unas vidas casi muertas. San León Magno decía en un sermón sobre la Pasión que no se encuentra vestigio alguno de bondad en el corazón del que la avaricia ha hecho su morada. Y es muy difícil abandonar la codicia sin un motivo fuerte. Ese motivo puede ser para muchos el Resucitado que da sentido a la vida, a toda la vida, previo examen de conciencia y consiguiente arrepentimiento, pues sin ellos nos convertimos en esos personajes famosos que jamás tienen nada que rectificar. Mal camino.
            Me atrevería a decir que la valentía de clavar los ojos en el Cristo muerto y glorioso es la senda más segura para salir de esta situación, que es un problema del hombre mismo. Quien no se arrepiente de verdad, no ama de veras, y las crisis cuya causa es el egoísmo sólo las resuelve el amor, la donación, la generosidad, justo lo contrario de lo que nos ha conducido al estado que lamentamos. San Agustín dijo algo que sirve para creyentes y no creyentes, y también para referirlo a cualquier asunto: al comentar las palabras de un conocido salmo -"Oh, Dios, crea en mí un corazón puro"-, añade que para que sea creado este corazón puro, hay que quebrantar antes el impuro.
            Sólo así se resucita verdaderamente, cuando se muere a lo que va mal. Si siempre  el muerto es el vecino, no habrá resurrección, por no mirar lo más intrínseco de mí:  el propio corazón, que siendo lo más íntimo y familiar, también puede ser el peor enemigo. Dijo Cristo que del corazón proceden los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los robos, los falsos testimonios y las blasfemias. Supongo que no trató de ser exhaustivo, sino que se sirvió de esos errores comunes para indicar la importancia de una interioridad sana. Para un cristiano, ese corazón sincero e inquieto tiene su modelo e impulso en Jesús de Nazaret.

AUTOR: Pablo Cabellos Llorente.

Eucaristía ¡Misterio de luz, Misterio de vida!

Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús: quédate con nosotros!

"Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Reunidos ante la Eucaristía, experimentamos con particular intensidad en este momento la verdad de la promesa de Cristo: ¡Él está con nosotros!

(...)

¡Misterio de luz!

De luz tiene necesidad el corazón del hombre, oprimido por el pecado, a veces desorientado y cansado, probado por sufrimientos de todo tipo. El mundo tiene necesidad de luz, en la búsqueda difícil de una paz que parece lejana al comienzo de un milenio perturbado y humillado por la violencia, el terrorismo y la guerra.

¡La Eucaristía es luz! En la Palabra de Dios constantemente proclamada, en el pan y en el vino convertidos en Cuerpo y Sangre de Cristo, es precisamente Él, el Señor Resucitado, quien abre la mente y el corazón y se deja reconocer, como sucedió a los dos discípulos de Emaús "al partir el pan" (cf Lc 24,25). En este gesto convivial revivimos el sacrificio de la Cruz, experimentamos el amor infinito de Dios y sentimos la llamada a difundir la luz de Cristo entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

¡Misterio de vida!

¿Qué aspiración puede ser más grande que la vida? Y sin embargo sobre este anhelo humano universal se ciernen sombras amenazadoras: la sombra de una cultura que niega el respeto de la vida en cada una de sus fases; la sombra de una indiferencia que condena a tantas personas a un destino de hambre y subdesarrollo; la sombra de una búsqueda científica que a veces está al servicio del egoísmo del más fuerte.

Queridos hermanos y hermanas: debemos sentirnos interpelados por las necesidades de tantos hermanos. No podemos cerrar el corazón a sus peticiones de ayuda. Y tampoco podemos olvidar que "no sólo de pan vive el hombre" (cf Mt 4,4). Necesitamos el "pan vivo bajado del cielo" ( Jn 6,51). Este pan es Jesús. Alimentarnos de él significa recibir la vida misma de Dios (cf. Jn 10,10), abriéndonos a la lógica del amor y del compartir.

(...)

Como los dos discípulos del Evangelio, te imploramos, Señor Jesús: quédate con nosotros!

Tú, divino Caminante, experto de nuestras calzadas y conocedor de nuestro corazón, no nos dejes prisioneros de las sombras de la noche.

Ampáranos en el cansancio, perdona nuestros pecados, orienta nuestros pasos por la vía del bien.

Bendice a los niños, a los jóvenes, a los ancianos, a las familias y particularmente a los enfermos. Bendice a los sacerdotes y a las personas consagradas. Bendice a toda la humanidad.

En la Eucaristía te has hecho "remedio de inmortalidad": danos el gusto de una vida plena, que nos ayude a caminar sobre esta tierra como peregrinos seguros y alegres, mirando siempre hacia la meta de la vida sin fin.

Quédate con nosotros, Señor! Quédate con nosotros! Amén.


Fragmentos de la homilía con ocasión del comienzo del Año de la Eucaristía el 17 de octubre de 2004.
Autor: SS Juan Pablo II.