"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 6 de diciembre de 2011

Ya te falta poco para nacer....Oh Señor de la historia

Es el momento de pensar, de "bucear" en nuestro interior para ver si nos hace falta cambiar nuestro modo de ser, cambiar nuestra vida... para poder "regalarle" algo al Hijo de Dios.
¡YA TE FALTA POCO PARA NACER.... OH, SEÑOR DE LA HISTORIA!

En la mitad del ADVIENTO... ¿Cómo estás nuestros caminos?

Todos sabemos que falta poco para que llegue la Navidad....y ahí andamos corriendo, hasta hemos hecho una lista para que no se nos olviden las "cosas" que tenemos que hacer, regalos, alimentos para la cena de Nochebuena o la comida de Navidad.... ¡y los turrones!, ah, eso si no nos pueden faltar y los vinos....otra cosa importante para brindar....

Cada quién, según sus posibilidades, trataremos que esa noche o día, se pueda celebrar lo mejor posible y sobre todo, si es que llega a ser en nuestra casa, quedar con el mejor de los éxitos....

Todo esto está muy bien, pero.... ¿Cómo están nuestros caminos? Los "caminos" de nuestro interior, los "caminos" de nuestro corazón....

Hace muchísimos años, Juan, comenzó a predicar la penitencia, un bautismo para el perdón de los pecados y su arrepentimiento, es tiempo de mortificación por eso vemos que los sacerdotes visten de color morado al celebrar la misa, y todavía muchos miles de años antes, podemos leer al profeta Isaías: "Ha resonado una voz en el desierto: Preparen el camino del Señor, hagan rectos sus senderos. Todo valle será rellenado, toda montaña y colina, rebajada; lo tortuoso se hará derecho, los caminos ásperos serán allanados y todos los hombres verán la salvación de Dios".

Es ahora cuando ha llegado nuestro tiempo... ¿Cómo preparamos esos "caminos"... sin allanar las crestas de nuestra soberbia, de nuestra altanería... sin poner rectos nuestros deseos de ambición cambiándolos por generosidad, sin suavizar esa aspereza pidiendo perdón o dándolo con un gesto de amor....?

Es el momento de pensar, de "bucear" en nuestro interior para ver si nos hace falta cambiar nuestro modo de ser, cambiar nuestra vida... para poder ofrecer "algo", para poder "regalarle" algo al Hijo de Dios que ya no tarda en llegar, que ya no tarda en aparecer en nuestra Historia, siendo El el Señor y Dueño de la misma, y sin embargo
lo vamos a ver naciendo en la más profunda humildad y solo ý únicamente por amor.

Es tiempo de regalar. y de recibir regalos..., todo está bien.

Pero El solo vino a buscar mi corazón para que lo ame.... ¿se lo daré?......
Autor: Ma Esther De Ariño.

El Día Nacional de la Esclerosis Múltiple en España se Celebra El 18 de Diciembre.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La lluvia, el sol, y Dios

Es Dios quien estable cuándo y cómo llega el "buen tiempo" o empiezan las lluvias. Es Dios el que pone un límite a las aguas y el que adornaba las nubes con un arco iris.
Fray Jacinto era otro cuando llegaba una tormenta y llovía a cántaros. Su corazón se expandía como esponja. Daba una y otra vez gracias a Dios al contemplar sin cansarse cómo las gotas rebotaban en tejados y terrazas, cómo bajaban alegre por cañerías y caminos, cómo dejaban empapados campos y ventanas.

Fray Bernardo, en cambio, amaba intensamente los días de Sol. Su corazón se abría con una sonrisa inmensa cuando contemplaba el cambio de colores del cielo por la mañana, mientras se levanta aquella estrella que calienta los campos, que hace cantar a los jilgueros y a los mirlos, que da un color vivo a las flores y los árboles. Desde lo más profundo de su alma agradecía a Dios por cada jornada llena de luz y de alegría.

Era frecuente que fray Jacinto sintiese cierta pena cuando la lluvia tardaba en llegar. Rezaba una y otra vez para que el cielo abriese sus compuertas y las aguas llegasen nuevamente a fecundar la tierra.

También era habitual que fray Bernardo sintiese una cierta congoja y opresión interior cuando un día sí y otro también el cielo parecía de plomo y el Sol permanecía secuestrado entre nubes amenazadoras.

Cuando hablaban entre sí, se hacía patente las perspectivas tan diferentes que tenían fray Jacinto y fray Bernardo. Incluso a veces, medio en broma y no tan en broma, fray Jacinto reprochaba a fray Bernardo el que la lluvia se hiciera esperar, o fray Bernardo encaraba a fray Jacinto por rezar tanto por la lluvia y porque era “muy escuchado” por el Padre de los cielos.

Un buen día, los dos se dieron cuenta de que lluvia o Sol, agua o calor, vientos o bonanza, todo procedía de Dios.

Era Dios quien establecía cuándo y cómo llegaba el “buen tiempo” o empezaban las lluvias. Era Dios el que ponía un límite a las aguas y el que adornaba las nubes con un arco iris presagio de paz y de luminosidad. Era Dios el que permitía días o semanas de prueba, cuando la sequía dejaba campos y bosques en angustias, o cuando las lluvias torrenciales desbordaban ríos y provocaban avalanchas de barro en las colinas.

Así, sencillamente, los dos frailes aprendieron que un gusto personal no puede condicionar el querer divino, y que Dios sabe lo que es mejor en cada momento para sus hijos, aunque no siempre los hombres lo comprendamos ni lo que ocurre encaje con nuestros deseos.

Desde entonces, su oración no era pedir una y otra vez la deseada lluvia (fray Jacinto), o suplicar que las nubes huyeran lejos para dejar al Sol el cielo abierto (fray Bernardo). Empezaron a pedirle al Señor que, si era su Voluntad, bendijese y acompañase a sus creaturas, hombres y jazmines, liebres y alcornoques, con su Bondad infinita y misteriosa. Esa Bondad sabe darnos siempre lo que más nos conviene, aunque no siempre sea lo que deseamos. Si, además, Dios hace que alternan días de lluvia y días de sol, pues los dos contentos y agradecidos...
Autor: P. Fernando Pascual LC
El Día Nacional de la Esclerosis Múltiple en España se Celebra El 18 de Diciembre.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Los Dos Últimos Presidentes de la Junta de Extremadura, ambos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE)

Fotografia de HOY.es



Con el mayor respeto, que como personas ambos me merecen, y sin querer entrar en valoraciones personales, como políticos, han dejado al menos, una imagen calamitosa, al entablar un intercambio de mensajes en el Diario Regional Hoy, en su edición digital, quienes han presidido la Junta de Extremadura , en el periodo socialista durante 28 años.

Destaco los comentarios que al menos a mí me llaman más la atención:

Rodríguez Ibarra le contesta a un comentario de Fernández Vara:

“Mira, quien ha hecho caer el partido en Extremadura es la muñeca chochona, lo falso que es me engañó cuando veraneábamos juntos todo el día haciéndome la pelota, era el hijo que no tuve y parecía un socialista convencido, que no puede ser cuando se ha criado uno siendo militante del PP. Sí no tengo pelos en la lengua y es la hora de hablar y decir las cosas bien clarito.” (En este comentario lo único que he añadido es la “h” del ha hecho, que el Sr Ibarra la había escrito ha hecho sin “h”)


Fernández Vara Contesta a un comentario de Rodríguez Ibarra:


“Mira, ya está bien de darme la vara, tú lo que quieres que nos apartemos los que hemos perdido las elecciones, que hemos sido todos, para entrar otra vez la vieja guardia. Como forense te puedo asegurar que eres un cadáver político. Ya está bien de callarme. Aquí se hará lo que quieran los compañeros en el próximo congreso autonómico del PSOE. Y ningún peso pesado del partido ha ganado las elecciones en sus respectivas áreas, eso es lo que hay. “

Como pueden ver no tienen desperdicios, juzguen ustedes mismo,  para que puedan comprobar la veracidad de estos comentarios, entren en este enlace: http://www.hoy.es/v/20111126/regional/fernandez-vara-replica-ibarra-20111126.html#disqus_thread
Una vez dentro bajen hasta comentarios y a la derecha elijan la opción,  ordenar por: los más antiguos primero, de esta forma les saldrán los comentarios ordenados de forma cronológica, pues ahora lean, lean, luego hagan el juicio que estimen oportuno, para mi vergonzoso.
Manuel Murillo Garcia

El Día Nacional de la Esclerosis Múltiple en España se Celebra El 18 de Diciembre.



La misión de Juan Bautista

Cristo no amenazó a nadie, sino que se convirtió en alguien que simplemente amaba y quería la salvación para todos.
Marcos, el Evangelista que este año nos tomará de la mano para ir conociendo y viviendo el Evangelio, la Buena Nueva de salvación, comienza este día su mensaje, poniéndonos al frente de una manera directa y precisa, a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios como la Buena noticia de liberación. La Buena nueva consiste precisamente en que Jesús de Nazaret, engendrado en el tiempo en un oscuro pueblecito en las inmediaciones de la gran Jerusalén es precisamente el Cristo, el Mesías, el ungido, el que traería consigo la salvación y la paz para todos los hombres: “Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo, como pastor apacentará su rebaño: llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres”.

Pero si eso fuera todo, eso no sería noticia, pues Cristo murió en la cruz, víctima de un juicio injusto y lleno de maldad. Lo bueno viene cuando se asegura que Cristo es el Hijo de Dios y que por lo tanto y por su entrega, por su amor y su sacrificio por todos los hombres, el Padre lo resucita y lo hace sentar a su derecha. Es el Señor de todos los tiempos, de todos los continentes y de toda la historia. El profeta Isaías instaba entonces a preparar el camino al Señor que llega: “Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión, alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: “Aquí está su Dios”.

Éste es entonces el personaje que anunciaba San Juan el Bautista, aquél ante quien se sentía pequeño pues él era sólo un enviado, un precursor, que tenía que anunciar precisamente la llegada del verdadero Enviado, el Mesías, el Salvador. Él consiguió entonces el primer milagro de la Salvación que el Señor traería a la tierra: alejar a los hombres de su vida rutinaria, en medio de una sociedad que no funcionaba como tal, un mundo de pecado y de maldad, en la capital Jerusalén y sus alrededores.

El Papa Benedicto XVI lo decía la semana pasada al describir el panorama de las ciudades postmodernas: “Las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos”.

Pero la verdad es que Dios no abandona a su pueblo, sino que envía precisamente a su Hijo pero no para visitarnos, sino para quedarse con nosotros, haciéndose uno más entre nosotros, formando parte de nuestra vida y de nuestro entorno.

El Bautista hizo el milagro de convertir a los hombres, de bautizarlos con un bautismo de penitencia, de agua, en el Jordán, presagiando el bautismo en fuego, en el Espíritu Santo de Dios. Y pudo hacerlo porque el Bautista encarnaba en su propia vida lo que pedía a gritos a los demás. Les hablaba a los hombres con crudeza, con mucho realismo y cuando no conseguía mover a los hombres, no se detenía en la amenaza de castigos terribles para los morosos ante la salvación. Cristo, aunque se dejó bautizar por el Bautista, teniendo que hacer cola para acercarse a él, cambió la técnica usada por el Bautista para convertir a los hombres a la salvación de Dios. Cristo simplemente amaba y quería la salvación para todos. Y si la salvación ya está aquí, si Cristo ya ha llegado, ¿por qué no salir a su encuentro en cada uno de los que él vino a salvar, a los desprotegidos, los pobres y los que son tratados injustamente?
Autor: P. Alberto Ramírez Mozqueda.

sábado, 3 de diciembre de 2011

¿Por qué fracaso en mi oración si me esfuerzo mucho?

Así que si eres débil, si crees fracasar en tu oración, ¡no te frustres! detrás de ti está un Dios que te ama y desea hablar contigo para que camines con serenidad.
El hombre no puede nada sin la gracia. Depende absolutamente de Dios, a quien debe orar, y de Cristo, su Salvador, en quien debe confiar» (San Agustín, De corruptione et gratia, 4-5) // «Toda mi esperanza estriba únicamente en tu grandísima misericordia. ¡Dame lo que pides y pide lo que quieras!... ¿Pides contienencia? ¡Dame lo que pides y pide lo que quieras» (San Agustín, Confesiones 10, 29).

¿Alguien se acuerda de la película Matrix? Seguramente sí. ¿Qué escena te gustó más? Yo conozco un joven que se sabe todo el diálogo entre Morfeo y Neo, previo a que éste último se tome la pastilla para que regrese "al mundo real". ¡No se le escapa palabra! Yo no soy tan fan, pero sí recuerdo una escena de la primera película que me vino a la mente tras leer los dos textos de San Agustín del inicio de este artículo. Neo va a visitar a una medium que debe contarle cosas importantes sobre él. Mientras espera su llegada, en la sala un grupo de niños se entrenan en el poder de la mente con ejercicios. El niño que se presenta primero logra doblar una cuchara con sólo mirarla. Intrigado, Neo le pregunta cómo lo ha hecho, a lo que el niño le responde: «Hay que concentrarse y creer que la cuchara no existe. Inténtalo tú».

¿Y cómo fue que me vino esta escena? Porque nuestro Santo Obispo nos dice justamente lo contrario a nosotros que queremos orar o simplemente crecer en la vida espiritual. El énfasis de todo no radica en lo que nosotros podamos hacer o dejar de hacer, sino en la gracia de Dios. Aquí no vale la regla de que a mayor esfuerzo mayor fruto. O por lo menos, no matemáticamente hablando. Es Dios quien regala lo que nos conviene; es Él quien nos hace más santos; es gracias a que Él nos ha amado antes que nosotros podemos corresponderle con el nuestro.

Y entonces, ¿somos nosotros meros títeres de lo que a Dios se le antoje? ¿De nada cuenta nuestra libertad? Claro que no. Es el don más grande que Él nos ha dado. ¿Nunca se han puesto a pensar lo increíble que es que nosotros podamos decirle a Dios que no? Y claro, en lo hermoso que significa responderle con un sí. En este sentido, el período que comenzamos ayer con el Adviento nos resalta la figura de María, que le supo decir sí a Dios cuando le preguntó si quería ser su Madre. ¡Ella podría haber respondido que no! Era libre. Pero dijo sí.

(Abro un paréntesis cultural, que no me resisto a incluir. Gracias a este sí de María, un Papa, que ahora no recuerdo el nombre, dictaminó que las mujeres pudieran decir sí en el matrimonio. Antes de esta sentencia, la mujer no tenía voz ni voto en lo que a su futuro se refiere. Pero el Papa dijo que si Dios esperó el sí de María, ¿por qué una mujer no va a dar su sí a su futuro esposo? Para que luego digan que la Iglesia no ha hecho nada por las mujeres. Cierro el paréntesis).

Somos libres. Pero también dependemos de Dios. Su Gracia es como el universo en el que se mueve nuestra libertad, que va escogiendo un sí o un no a su Amor. Sin esa Gracia, el sí nunca podría llegar... y es por eso que le debemos todo lo que somos. San Agustín lo sabía y por eso nos deja esa oración que leíamos al inicio, y que debe ser como el eslogan de todo cristiano: ¡Dame lo que pides y pide lo que quieras!

Así que si eres débil, si crees fracasar en tu oración, ¡no te frustres! Sólo eres un ser humano. Pero justamente porque lo eres, detrás de ti está un Dios que te ama y desea hablar contigo para que camines con serenidad. Y es que nuestra vida no consiste en una concentración profunda de nuestro interior para yo salir adelante. Más bien debemos permitir que sea Dios quien tome las "cucharas" de nuestro egoísmo, de nuestra ceguera y nuestro pecado, no ya para doblarlas nada más, sino para hacerlas desaparecer. Pero debemos dejarle actuar...
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J.
Fuente www.la-oracion

viernes, 2 de diciembre de 2011

Adviento: tiempo en el que se despiertan los corazones ¡Velad!

Es una llamada a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un "más allá"
Palabras de SS Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus en el primer domingo de Adviento, 27 noviembre 2011


¡Queridos hermanos y hermanas!

Iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

"¡Velad!". Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad,por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: "Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades" (Is 64,6).

¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces, en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero "dueño" del mundo no es el hombre, sino Dios.

El Evangelio dice: "Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos" (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un "amo", sino de un Padre y de un Amigo.

Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta: "Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos de arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos" (Is 64,7).
Autor: SS Benedicto XVI.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El Adviento, tiempo de esperanza

Adviento. El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo?
Cada tiempo, en el ciclo litúrgico de la Iglesia, tiene una peculiaridad. Y así como la Pascua habla de la alegría por la victoria de Jesucristo, y la Cuaresma del esfuerzo y de la purificación sacrificada que hay que ir realizando en la propia vida para poder llegar a Cristo, el Adviento se convierte para los cristianos en un tiempo de levantar los ojos de cara a la promesa que Nuestro Señor hace a su Iglesia de estar con nosotros. El Adviento es la preparación de la venida del “Emmanuel”, es el tiempo del cumplimiento de la promesa de Dios.

El Adviento está tocado, de una forma muy particular, por la característica de la esperanza. La esperanza como virtud que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este sentido esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida.

Cuántos desánimos, cuántas fragilidades, cuántas decepciones, cuántas caídas y cuántos momentos de rendirse a la hora del trabajo espiritual, apostólico y familiar no tienen otra fuente más que la falta de esperanza. La falta de esperanza es fruto de una falta de fortaleza que, al mismo tiempo, es el resultado de la carencia de perspectivas de cara al futuro, que es lo acaba por hundir al alma en sí misma y le impide mirar hacia el futuro, mirar hacia Dios.

Ahora bien, la esperanza tiene dos facetas que debemos considerar de cara al Adviento. Hay una primera, que es una faceta de dinamismo. La esperanza empuja, porque es como quien ve la meta y ya no se preocupa de si está cansado o no, de si las piernas le duelen o no, ni de la distancia a la que viene el otro detrás. Sabe hacia dónde se dirige, tiene una meta presente y corre hacia ella.

La esperanza es algo semejante a cuando uno está perdido en el campo, y de pronto ve en la lejanía un punto que reconoce: un árbol, una casa, una parte del camino; entonces, ya no le importa por dónde tiene que ir atravesando, lo único que le interesa es llegar al lugar que reconoce. La esperanza es algo que te sostiene y te permite seguir adelante sin preocuparte de las dificultades que hay en el camino.

La segunda faceta de la esperanza es la purificación, que produce un efecto correctivo y transformador en la persona. La esperanza, al mostrarme el objeto al cual tiendo, me muestra también lo que me falta para lograr alcanzarlo. Por eso la esperanza se convierte no en una especie de resignación o de ganas de hacer algo, sino en un fermento dentro del alma.

Si Cristo es mi esperanza, ¿qué me falta para alcanzarlo? Si la armonía de mi familia es mi esperanza, ¿qué me falta para conseguirla? Si mi hijo necesita que yo le dé este o aquel testimonio, ¿qué me falta para podérselo dar? La esperanza se convierte en aguijón, en resorte dentro del alma para que uno pueda llegar a obtener lo que espera.

Es necesario que en nuestras vidas existan estas dos dimensiones de la esperanza: la dimensión dinámica y la dimensión de la purificación. Si nada más te quedas en el sostenerte, nunca te vas a transformar, nunca vas a llegar. Y si nada más te quedas en el transformarte, al ver lo duro, lo difícil y lo áspero de esta transformación, puedes caer en la desesperanza.

Aprendamos, entonces, a vivir en este tiempo de Adviento con la mirada dirigida hacia Cristo, que es el objeto de nuestra fe. Pidámosle al Señor que nos permita encontrarlo y recibirlo, y que nos otorgue la gracia de sostener nuestro corazón en el arduo trabajo diario de santificación.

Les invito a que con la esperanza como virtud central en este tiempo de Adviento, podamos repetir lo que dice el salmo 26: "El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar?”.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Andrés, el que acercaba a otros a Cristo

Es el instrumento de encuentro de los hombres con Cristo y que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús.
Celebramos el día del apóstol San Andrés, meditaremos hoy acerca de este gran apóstol.

El Apóstol Andrés es un hombre sencillo, tal vez también pescador como su hermano Simón, buscador de la verdad y por ello lo encontramos junto a Juan el Bautista. No importa de dónde viene ni qué preparación tiene. Parece, por lo que conocemos de él en el Evangelio, que entre otras muchas cosas algo que va a hacer es convertirse en un anunciador de Cristo a otros.

"He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,36). Estando Andrés junto a Juan el Bautista escucha de él estas palabras. De repente se siente inquieto por ellas y se va con Juan tras Jesús. Él les pregunta: ¿Qué buscáis?, a lo que ellos le dicen: ¿Dónde vives?. Jesús entonces les dice: "Venid y lo veréis". Ellos fueron con Jesús y se quedaron con Él aquel día. Ha sido Juan el Bautista quien les ha enseñado a Cristo, y antes que nada Andrés ha querido hacer personalmente la experiencia de Cristo. Estando junto a él ha descubierto dos cosas: que Cristo es el Mesías, la esperanza del mundo, el tesoro que Dios ha regalado a la humanidad, y también que Cristo no puede ser un bien personal, pues no puede caber en el corazón de una persona. A partir de ahí, la vida de Andrés se va a convertir en anunciadora de Dios para los demás hasta morir mártir de su fe en Cristo.


"Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41). La primera acción de Andrés, tras haber experimentado a Cristo, es la de ir a anunciar a su hermano Simón Pedro tan fausta noticia. Simón Pedro le cree y Andrés le lleva con el Maestro. Hermosa acción la de compartir el bien encontrado. Andrés no se queda con la satisfacción de haber experimentado a Cristo. Bien sabe que aquel don de Dios, a través de Juan el Bautista que le señaló al Cordero de Dios, hay que regalarlo a otros, como su Maestro Juan el Bautista hizo con él. Queda claro así que en los planes de Dios son unos (tal vez llamados en primer lugar) quienes están puestos para acercar a otros a la luz de la fe y de la verdad. ¡Gran generosidad la de Andrés que le convierte en el primer apóstol, es decir, mensajero, de Cristo, y además para un hermano suyo!

"Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús" (Jn 12,20). Se refieren estas palabras a una escena en la que unos griegos, venidos a la fiesta, se acercaron a los Apóstoles con la petición de ver a Jesús. Andrés es uno de los dos Apóstoles que se convierte en instrumento del encuentro de aquellos hombres con Cristo, encuentro que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús. ¿Puede haber labor más bella en esta vida que acercar a los demás a Dios, se trate de personas cercanas, de seres desconocidos, de amigos de trabajo o compañeros de juego? Sin duda en la eternidad se nos reconocerá mucho mejor que en esta vida todo lo que en este sentido hayamos hecho por los otros. Toda otra labor en esta vida es buena cuando se está colaborando a desarrollar el plan de Dios, pero ninguna alcanza la nobleza, la dignidad y la grandeza de ésta.


El Apóstol Andrés se erige así, desde su humildad y sencillez, en una lección de vida para nosotros, hombres de este siglo, padres de familia preocupados por el futuro de nuestros hijos, profesionales inquietos por el devenir del mundo y de la sociedad, miembros de tantas organizaciones que buscan la mejoría de tantas cosas que no funcionan. A nosotros, hombres cristianos y creyentes, se nos anuncia que debemos ser evangelizadores, portadores de la Buena Nueva del Evangelio, testigos de Cristo entre nuestros semejantes. Vamos a repasar algunos aspectos de lo que significa para nosotros ser testigos del Evangelio y de Cristo.

En primer lugar, tenemos que forjar la conciencia de que, entre nuestras muchas responsabilidades, como padres, hombres de empresa, obreros, miembros de una sociedad que nos necesita, lo más importante y sano es la preocupación que nos debe acompañar en todo momento por el bien espiritual de las personas que nos rodean, especialmente cuando se trata además de personas que dependen de nosotros. Constituye un espectáculo triste el ver a tantos padres de familia preocupados únicamente del bien material de sus hijos, el ver a tantos empresarios que se olvidan del bienestar espiritual de sus equipos de trabajo, el ver a tantos seres humanos ocupados y preocupados solo del futuro material del planeta, el ver a tantos hombres vivir de espaldas a la realidad más trascendente: la salvación de los demás.


El hombre cristiano y creyente debe además vivir este objetivo con inteligencia y decisión, comprometiéndose en el apostolado cristiano, cuyo objetivo es no solamente proporcionar bienes a los hombres, sino sobre todo, acercarlos a Dios. Es necesario para ello convencerse de que hay hambres más terribles y crueles que la física o material, y es la ausencia de Dios en la vida. El verdadero apostolado cristiano no reside en levantar escuelas, en llevar alimentos a los pobres, en organizar colectas de solidaridad para las desgracias del Tercer Mundo, en sentir compasión por los afligidos por las catástrofes, solamente. El verdadero apostolado se realiza en la medida en que toda acción, cualquiera que sea su naturaleza, se transforma en camino para enseñar incluso a quienes están podridos de bienes materiales que Dios es lo único que puede colmar el corazón humano. ¿De qué le vale a un padre de familia asegurar el bien material de sus hijos si no se preocupa del bien espiritual, que es el verdadero?

Hay un tema en la formación espiritual del hombre a tener en cuenta en relación con este objetivo. Hay que saber vencer el respeto humano, una forma de orgullo o de inseguridad como se quiera llamarle, y que muchas veces atenaza al espíritu impidiéndole compartir los bienes espirituales que se poseen. El respeto humano puede conducirnos a fingir la fe o al menos a no dar testimonio de ella, a inhibirnos ante ciertos grupos humanos de los que pensamos que no tienen interés por nuestros valores, a nunca hablar de Cristo con naturalidad y sencillez ante los demás, incluso quienes conviven con nosotros, a evitar dar explicaciones de las cosas que hacemos, cuando estas cosas se refieren a Dios. En fin, el respeto humano nunca es bueno y echa sobre nosotros una grave responsabilidad: la de vivir una fe sin entusiasmo, sin convencimiento, sin ilusión, porque a lo mejor pensamos eso de que Dios, Cristo, la fe, la Iglesia no son para tanto.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

martes, 29 de noviembre de 2011

Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras

Olvidemos en este tiempo de Adviento nuestro pequeño mundo y volvamos los ojos a los que nos necesitan
Estamos en tiempo de Adviento, tiempo santo de preparación para la Navidad.

Siempre que vamos a tener un gran acontecimiento en nuestras vidas, nos preparamos. Así se preparaban en los tiempos antiguos para la llegada del MESÍAS. Así nosotros hemos de prepararnos para esta Nochebuena, para esta Navidad en que celebraremos la llegada del Niño-Dios.

Esto es una conmemoración, pero también se nos pide una preparación muy especial para la segunda llegada de Jesucristo como Supremo Juez, también llamada Parusía en la que daremos cuenta del provecho que hayamos sacado de su Nacimiento y de su muerte de Cruz.

El día en que hemos e morir es el acontecimiento más grande e importante para el ser humano. No resulta agradable hablar de ello ni pensar en esto. Tal vez por ser lo único cierto que hay en nuestra vida: la muerte. Es más agradable quedarnos en la fiesta, en la alegría de una hermosa Navidad. Pero no olvidemos que este episodio ya fue. El otro está por venir. Aún no llega, pero ... llegará. "Velen, pues, y hagan oración continuamente para que puedan comparecer seguros ante el Hijo del Hombre" - estas son las palabras de Jesús a sus discípulos, en aquellos tiempos según San Juan 21, 25-28,34-36 y nos las están repitiendo continuamente en nuestro presente.

Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos. ¿Quién podrá comparecer seguro ante el Hijo del Hombre? Tan solo el pensamiento de este Juicio nos hace estremecer.

Pero recobremos la esperanza sabiendo que seremos juzgados con gran misericordia y amor si en este tiempo de Adviento nos preparamos "rebosante de amor mutuo y hacia los demás" -como dice San Pablo en su carta a los tesalonicenses: 3,12, 2-4 "porque tuve sed y me disteis de beber, porque tuve hambre y me disteis de comer"...

Pensemos en los demás. Olvidemos en este tiempo de Adviento nuestro pequeño mundo y volvamos los ojos a los que nos necesitan, a los que nada tienen, a los que podemos hacer felices dándoles nuestra compañía, nuestro amor y apoyo, una palabra de ternura y aliento, una sonrisa... Siempre está en nuestra mano hacer dichoso a un semejante. Solo así podremos estar seguros ante la presencia y el Juicio de Nuestro Señor Jesucristo que lleno de amor y misericordia unirá a nuestras pobres acciones los méritos de su Pasión y muerte.
Autor: Ma Esther de Ariño.

lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Buscamos tiempo para pensar?

Mil “necesidades” intentarán ocupar nuestros minutos e inquietar el alma hasta impedir que la mirada atisbe lo esencial.
Escuchamos música, vemos películas, leemos libros, consultamos páginas de Internet. La cantidad de informaciones y de estímulos puede aturdir los corazones. Pero luego, ¿buscamos tiempo para pensar?

Un modo de vivir desordenado nos ha llevado a suponer que no tenemos tiempo para la reflexión. En realidad, el tiempo no ha cambiado: la Tierra se mueve hoy como hace mil años (a no ser que los astrónomos tengan que precisar este dato). Lo que ha cambiado es nuestro modo de vivir o, mejor, nuestro modo de malvivir.

Con menos prisas, con menos solicitaciones, con menos angustia por lo accesorio, seremos capaces de abrir espacios para pensar. No de un modo egoístico: un pensamiento encerrado en uno mismo resulta extremadamente pobre e inhumano. Sino de un modo abierto, solidario, disponible a la escucha de los “sabios” en humanidad, en alegría, en justicia, en experiencias buenas, en ideas verdaderas.

Necesitamos rescatar tiempo para abordar temas esenciales: el origen de la vida, el horizonte que se abre tras la muerte, la dignidad de cada hombre o mujer: nacido o no nacido, rico o pobre, con títulos o sin ellos. Necesitamos invertir la mejor parte de las energías interiores en ese asunto que desde que el hombre es hombre ha preocupado a millones de habitantes de nuestro planeta: ¿qué lugar, qué papel desempeña Dios en el sucederse de los hechos y en las expectativas de los corazones?

El día empieza. Lo susurra o lo grita un despertador inflexible, o un pájaro que picotea en la ventana. Mil “necesidades” intentarán ocupar nuestros minutos e inquietar el alma hasta impedir que la mirada atisbe lo esencial, lo importante, lo que nunca acaba.

Si ponemos orden en la agenda interna, si dejamos de ser esclavos de mensajes que nos aturden y oprimen, lograremos abrir espacios para lo que nunca pasa, para lo realmente importante, para lo que más necesitamos: el maravilloso e infinito Amor que viene de un Dios que nos conoce y nos espera en un Reino que dura eternamente.
Autor: P. Fernando Pascual LC.