"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 13 de agosto de 2017

QUERIDOS ESPOSOS CRISTIANOS, PADRES Y MADRES DE FAMILIA:




El matrimonio cristiano.
Que Dios —que se ha revelado "Uno en Tres personas"— nos ayude a lo largo de esta meditación. ¡El tema es maravilloso, pero la realidad es difícil! Si el matrimonio cristiano es comparable a una montaña muy alta que sitúa a los esposos en las inmediatas cercanías de Dios, hay que reconocer que la ascensión a dicha montaña exige mucho tiempo y mucha fatiga. Pero, ¿podría ser ésta una razón para suprimirla o rebajar su altura? ¿Acaso no es un hecho que la persona humana se realiza con plenitud y domina el universo gracias a ascensiones morales y espirituales, mucho más que por logros técnicos e incluso espaciales, por admirables que sean?
Haremos juntos una peregrinación a las fuentes del matrimonio, y trataremos luego de evaluar su dinamismo al servicio de los esposos, de los hijos, de la sociedad y de la Iglesia.
Todo el mundo conoce la célebre narración de la creación con que comienza la Biblia. En ella se dice que Dios hizo al hombre a su imagen creándolo hombre y mujer. He aquí lo que sorprende enseguida, antes que nada. Para asemejarse a Dios, la humanidad debe ser una pareja de dos personas que se mueven la una hacia la otra, dos personas a quienes un amor perfecto va a reunir en la unidad. Este movimiento y este amor les hacen asemejarse a Dios que es el amor mismo, la unidad absoluta de Tres Personas. Jamás se ha cantado el esplendor del amor humano con mayor belleza que en las primeras páginas de la Biblia. "El hombre exclamó: esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi. carne. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gén 2, 23-24). Y parafraseando al Papa San León, no puedo menos de deciros: "Esposos cristianos: reconoced vuestra eminente dignidad".
Esta peregrinación a las fuentes nos revela asimismo que la pareja inicial es monógama en el plan de Dios. Y esto nos sorprende ciertamente, darlo que la civilización —en los tiempos en que toman cuerpo las narraciones bíblicas— está lejos generalmente de tal modelo cultural. Esta monogamia, que no es de origen occidental sino semítico, resulta expresión de la relación interpersonal, es decir, de aquella en que cada una de las partes es reconocida por la otra como de igual valor y en la totalidad de su persona. Esta concepción monógama y personalista de la pareja humana es una revelación absolutamente original que lleva el sello de Dios y merece que se ahonde en ella cada vez más.
Pero esta historia que comenzó tan bien en el alba luminosa del género humano, experimentó el drama de la ruptura entre esta pareja enteramente nueva y el Creador. Es el pecado original. Y sin embargo, esta ruptura será la ocasión de una nueva manifestación del amor de Dios. Comparado frecuentemente con un Esposo infinitamente fiel, por ejemplo, en los textos de los Salmistas y los Profetas, Dios renueva sin cesar su alianza con esta humanidad caprichosa y pecadora. Estas alianzas repetidas culminarán en la Alianza definitiva que Dios selló en su propio Hijo, que se sacrificó libremente por la Iglesia y por el mundo. San Pablo no vacila en presentar esta Alianza de Cristo con la Iglesia como símbolo y modelo de toda alianza entre el hombre y la mujer (cf. Ef 5, 25) unidos en matrimonio de manera indisoluble.
Tales son los títulos de nobleza del matrimonio cristiano. Son manantial de luz y fuerza para la realización cotidiana de la vocación conyugal y familiar en beneficio de los mismos esposos, de sus hijos, de la sociedad en que viven y de la Iglesia de Cristo
Por tanto, conformándose con Cristo que se entregó por amor a su Iglesia. es como los esposos llegan día a día al amor de que nos habla el Evangelio: "Amaos unos a otros como Yo os he amado", y más precisamente a la perfección de la unión indisoluble en todos los planos. Los esposos cristianos han prometido comunicarse cuanto son y cuanto tienen. ¡Es el contrato más audaz que pueda existir, y asimismo el más maravilloso!
La unión de sus cuerpos querida por Dios mismo cual expresión de la comunión todavía más profunda de sus espíritus y corazones, realizarla con tanto respeto cuanto ternura, renueva el dinamismo y la juventud de su compromiso solemne, de su primer. "sí".
La unión de sus caracteres: pues amar a un ser es amarlo tal cual es, es amarlo hasta el punto de cultivar en sí el antídoto de sus debilidades o defectos, por ejemplo, la calma y la paciencia si al otro le faltan de modo notorio.
¡La unión de corazones! Los matices que diferencian el amor del hombre del de la mujer son innumerables. Cada una de las partes no puede exigir ser amado como él ama. Es importante renunciar —una y otra— a los reproches secretos que separan los corazones, y liberarse de esta pena en el momento más propicio. Hay una puesta en común que es muy unificadora, la de las alegrías y, mas aún, la de los sufrimientos del corazón. Pero es sobre todo en el amor común a los hijos donde se fortifica la unión de los corazones.
¡La unión de las inteligencias y de las voluntades! Los esposos son asimismo dos fuerzas diversificadas y, a la vez, ensamblarlas en el servicio recíproco y en el servicio de su hogar, de su ambiente social y en el servicio a Dios. El acuerdo esencial debe manifestarse en la determinación y prosecución de objetivos comunes. La parte más enérgica debe respaldar la voluntad de la otra, suplida a veces, y hacer de palanca con habilidad, corno educando.
En fin, ¡la unión de almas, almas unidas ellas mismas a Dios! Cada uno de los esposos debe reservarse momentos de soledad con Dios, de "corazón a corazón", donde el otro cónyuge no sea la preocupación primera. Esta vida personal del alma con Dios, que es indispensable, está lejos de excluir la puesta en común de toda la vida conyugal y familiar. Por el contrario, estimula a los cónyuges cristianos a buscar juntos a Dios. a descubrir juntos su voluntad y a cumplirla concretamente con las luces y energías que han sacado de Dios mismo.
Tal óptica y realización de la alianza entre el hombre y la mujer sobrepasa en gran medida el deseo espontáneo que los ha unido. El matrimonio es verdaderamente para ellos camino de promoción y santificación. ¡Es fuente de vida!
El matrimonio cristiano está llamado a ser también fermento de progreso moral para la sociedad. El realismo nos hace reconocer las amenazas que acechan a la familia en cuanto institución natural y cristiana. en África como en otras partes, debido a ciertas costumbres y también a mutaciones culturales que se están generalizando. ¿No se os ocurre comparar a la familia moderna con una piragua que navega por el. río y se abre camino entre aguas agitadas y obstáculos? Al igual que yo, sabéis cómo son derrocadas por la opinión pública las nociones de fidelidad e indisolubilidad. Sabéis asimismo que la fragilidad y resquebrajamiento de los hogares originan un cortejo de miserias, si bien la solidaridad de la familia africana procura remediarlos en lo referente a hacerse cargo de los niños. Los hogares cristianos, sólidamente preparados y debidamente acompañados. tienen que trabajar sin desalientos en la restauración de la familia, que es la primera célula de la sociedad y debe permanecer una escuela de virtudes sociales. El Estado no debe temer tales hogares, sino protegerlos.
"La familia cristiana, cuyo origen está en el matrimonio, que es imagen y participación de la alianza de amor entre Cristo y la Iglesia, manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la Iglesia, sea por el amor, la fecundidad generosa, la unión y fidelidad de los esposos, o la cooperación amorosa de todos sus miembros". ¡Qué dignidad y qué responsabilidad!
Sí, ¡este sacramento es grande! Tengan confianza los esposos, pues su fe les asegura que con este sacramento reciben la fuerza de Dios. Una gracia que les acompañará toda la vida. Y jamás dejen de acudir a la fuente copiosa que hay en ellos.
Os prometo llevar siempre en el corazón y en mi oración esta gran intención. Y Dios, que se ha revelado familia en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os bendiga, y su bendición esté siempre con vosotros.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE LA MISA PARA LAS FAMILIAS
Kinshasa, sábado 3 de mayo de 1980




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