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Es mayo, Señor, y la Iglesia que tu fundaste le ha dedicado este mes a
María. Señor, Jesús, gracias porque tu Madre es mi Madre.
Es mayo, Señor, y la Iglesia que tu fundaste le ha dedicado este mes a María.
Vengo ante ti, la Capilla está vacía y en este silencio y soledad encuentro
el momento propicio para hablar un rato contigo... podemos hablar de muchas
cosas.... y traigo en el alma tantas penas, tantas preocupaciones, tantos
desvelos, todos encerrados en mi "pequeño mundo", pero no. Hoy no
te voy a hablar de mi, tu me conoces, tu lo sabes todo, Señor..
Hoy voy a hablar contigo de Ella, de tu Madre, de mi Madre, porque tu me la
diste, me la entregaste desde la Cruz donde ya estabas a punto de morir.
Los brazos de María son los primeros que te arroparon allá, en una noche fría
pero la más bella y buena de todas las noches y así empezaste a conocer lo
que es el amor y el calor de una madre. Después atravesaste montañas y
pueblos, siempre arropado en los brazos de una mujer, tu madre, que con el
corazón de latir asustado, huía a otras tierras para proteger tu vida.
Tiempo después la vuelta y la vida tranquila, sencilla y humilde en la aldea
de Nazaret... ¿Te acuerdas, Jesús del pozo donde la acompañabas a buscar el
agua? ¿Te acuerdas de sus risas, de la mirada de sus ojos dulces y hermosos,
desbordada de amor e infinita ternura?...¡Qué bonitos días, cuánta paz,
cuánto amor!.
Tu crecías.... te estabas convirtiendo en un jovencito y Ella siempre a tu
lado. Fuieste con tu "padre" y Ella a Jerusalém, entraste en el
Templo y por aquel "misterioso mandato" te quedaste a participar en
las discusiones de los grandes pensadores... y te dolía el corazón porque
sabías del dolor de "esos dos seres" tan amados al vivir la zozobra
de tu ausencia.... pero es que ya estabas empezando a cumplir tu misión...
Después volviste con "ellos" y ¡qué años tan inolvidables y
hermosos! ¡Qué unión, qué felicidad, qué hogar tan pleno de armonía y de
amor!. Cuántas veces la mirarías en el quehacer de las labores en la humilde
casa, a la hora de estar reunidos en la comida, en la oración, desbordándose
tu amor de hijo en aquella dulce y tierna mujer, sencilla pero con dignidad
de reina, alegre y dispuesta... ¡cuánto te quería, cuánto la amabas... ¿Te
acuerdas Jesús? Y un día la viste llorar... José, "tu padre" había
muerto, Ella lo amaba mucho y lloraba...y tus brazos la rodearon y Ella
apoyando su cabeza en tu pecho encontró, a pesar de su dolor, la paz.
El tiempo pasó y llegó el día...Día en que habías de "saber decir
adiós" y tenías un nudo en la garganta pero la viste a Ella con el
brillo de las lágrimas en los ojos, pero serena, otra vez "el fiat"
en su corazón, esclava a la voluntad de Dios, pero con la dignidad de reina y
señora despedirte con el más fuerte y amoroso de los abrazos, de unos brazos
que tal vez no te volverían a envolver y apretar contra su corazón hasta que
te entregaran en ellos después de bajarte de la cruz...¡qué despedida, Jesús,
qué despedida!. Así los dos nos enseñasteis a "saber decir adiós."
Seguro que alguna vez regresaste para verla y estar con Ella pero... tu
Misión había comenzado y ya no "eras suyo".
Después tu subiste al Calvario y Ella lo subió contigo para estar al pie de
la cruz. ¡Jesús, si habías tenido todos los más crueles sufrimientos que un
hombre puede tener, creo que ninguno pudo atormentar tu corazón como el
volverla a ver en aquellos momentos! y nos la diste por Madre para que sus
brazos, ya sin ti, pudieran abrazar a toda la Humanidad y en ella, a mí!.
¡Gracias, Jesús!.
¡Aleluya, Aleluya!. Otra vez Tu y Ella abrazados. ¡Madre querida, aquí estoy,
he resucitado! ¿Te acuerdas, Jesús?. ¡No hubo una mañana más hermosa para Ti
y para Ella!.
Y después el tiempo pasó...y un día, un día muy especial, Ella subió al cielo
para estar contigo, con San José, con los Santos y los ángeles en la infinita
y gloriosa presencia de Dios.
Estamos en el mes de mayo, Jesús, y hemos hecho un pequeño recuerdo de esa
gran mujer, ejemplo de todas las madres del mundo: Estrella de la mañana,
Reina de los ángeles, Virgen fiel, Virgen misericordiosa, Puerta del Cielo,
Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Reina de la Paz....
Señor, Jesús, gracias porque tu Madre es mi Madre.
Santa María, ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
También en este mes festejamos el Día de la Madre. Las que partieron y nos
siguen amando desde el Cielo y las que todavía están con nosotros sabemos que
no hay un amor como ese amor, que es el que más se asemeja al de nuestro
Padre Dios, pues lo da todo sin pedir nada a cambio, tal vez, si, una sola
cosa, al igual que el Señor..... ¡que las amemos!.
Autor: Ma
Esther De Ariño
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
jueves, 22 de mayo de 2014
Hoy voy a hablar contigo de Ella, de tu Madre, de mi Madre
miércoles, 21 de mayo de 2014
Urgencias de evangelización
Vale la pena
volver la mirada hacia Jesucristo y preguntarle: ¿qué quieres que hagamos?
Muchos bautizados viven
confundidos y llenos de dudas. Muchos bautizados no conocen realmente su fe.
Muchos bautizados no acuden a misa cada domingo, ni se confiesan cuando han
perdido la gracia. Muchos bautizados no saben qué diferencia hay entre pecado
mortal y pecado venial, ni distinguen claramente entre el bien y el mal en
temas de importancia
Hablar de nueva evangelización sin tener presente lo anterior es como hablar
del tiempo sin mirar las señales del cielo y sin tener en cuenta los partes
meteorológicos (cuando son buenos, claro). Porque es muy fácil idear proyectos
evangelizadores llenos de ideas nuevas, pero no es tan fácil
"aterrizar" y tocar los problemas concretos de millones de
bautizados.
El mundo vive una urgencia de evangelización. Después de 2000 años, el
Evangelio de Cristo está lejos de muchos corazones. En otros, hubo un tiempo en
el que brilló el mensaje del Maestro para luego eclipsarse bajo el espejismo de
ideas falsas o de avaricias destructoras, como vemos explicado en la parábola
del sembrador (cf. Mc 4,5-20).
Por eso, vale la pena volver la mirada hacia Jesucristo y preguntarle: ¿qué
quieres que hagamos? ¿Cómo llevar tu Amor a tantos hombres y mujeres de nuestro
tiempo? ¿Qué puedo hacer ahora, entre familiares y amigos, conocidos y
contactos?
Si me abro a la belleza de la fe, si sintonizo con el anhelo del Maestro de
incendiar el mundo, me convertiré en un vivo y entusiasta evangelizador, en un
enviado que grita, sobre todo con la vida, la gran noticia: Cristo ha muerto y
ha resucitado para nuestra salvación, está vivo en medio de la Iglesia
católica, y quiere ser amado por todos los hombres y mujeres por quienes
ofreció su Sangre en el Calvario.
Autor: P. Fernando Pascual LC
martes, 20 de mayo de 2014
María provoca la primera "señal"
Además de la
gran confianza que María mostró en su Hijo, ella fue el medio que Dios usó para
dar comienzo a la manifestación de Jesús.
Ojalá puedas leer en el
Evangelio Jn 2, 1-12, cuando María le pide a su Hijo que les falta el vino en
una boda donde fueron invitado en Caná.
A mí me llama poderosamente la atención ese detalle de María de acercarse a
visitar a su prima santa Isabel tras tener conocimiento de su estado de
gestación, también su fina observación en las bodas de Caná, en una situación
de tanto embarazo para aquellos jóvenes esposos. Todo ello habla de un corazón
amable, sencillo, bondadoso, atento, comprensivo, servicial en nuestra madre
del cielo".
Una contemplación superficial del episodio de la boda de Caná nos dice que lo
más milagroso fue el hecho de que Jesús mostró su dominio absoluto sobre la
materia, convirtiendo agua en vino. Sin embargo, el Evangelista nos da a entender
que no fue así al decir "Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzó a
sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos"
(Jn 2, 11).
Según el Evangelista la finalidad intrínseca de este milagro fue el convencer a
sus discípulos que Él era lo que decía que era: el Hijo de Dios. Así manifestó
su "gloria" que era su divinidad, pues María le obligó a "hacer
llegar su hora" de mostrar su gloria o divinidad.
Independientemente de la gran confianza que María mostró en su Hijo, como hemos
comentado antes, está el hecho de que ella fue el medio que Dios usó para dar
comienzo a la manifestación de Jesús de Nazaret como su Hijo. Aquí María
aparece como aquella que hace conocer a Cristo. Uno podría pensar que tal vez
su misión fuese solamente traer al Hijo al mundo y después dejarlo manifestarse
como le pareciera mejor. Dios en su providencia quería hacer las cosas de otra
manera: quería dar a conocer a su Hijo al mundo por medio de su Madre. Nosotros
podemos no estar de acuerdo con esta metodología, pero no se puede negar que Él
quiso adoptarla para manifestar a su Hijo.
Parece ser que el Padre sigue usando esta metodología para dar a conocer a su
Hijo. Son elocuentes las múltiples apariciones de la Virgen en estos dos
últimos siglos. Pensemos en Lourdes, Fátima...
Autor: P. Fintan Kelly
lunes, 19 de mayo de 2014
¿Estás triste? ¿Quizás preocupado?
¿Qué
sucedería si por un solo día aceptáramos que Dios maneje nuestros problemas, y
Dios se hace cargo de ellos?
Las preocupaciones son el pan nuestro de cada día. Muchas vienen de situaciones
muy reales que enfrentamos en el diario vivir. Otras, sin embargo, surgen de la
nada, por así decirlo.
¿Qué sucedería si por un solo día aceptáramos que Dios maneje nuestros problemas,
y Dios se hace cargo de esa gerencia?
Llevemos este experimento a la práctica. Supongamos que recibimos el siguiente
correo de parte de Dios:
"Hoy, yo, Dios, estaré manejando todos tus problemas. Si enfrentas una
situación que no puedes manejar, no intentes resolverla. Colócala en la bandeja
"Algo que sólo Dios puede hacer." Me encargaré del asunto en mi
tiempo, no en el tuyo. Una vez lo hagas, no te aferres más al problema, o
pretendas retirarlo, pues tan sólo retrasarás la solución. Si crees que puedes
solucionarlo, consúltalo conmigo. Asegúrate que tomarás la decisión adecuada.
Yo no duermo nunca. No hay razón que pierdas tu sueño a causa de las
preocupaciones. Descansa en mí. Para contactarme, estoy a la distancia de una
oración, de un diálogo, que eso es la oración. ¡Basta con que lo conversemos!
Piensa bien lo siguiente: sé feliz con lo que tienes.
Si te desesperas y peleas cuando estás metido en un gran tapón, recuerda que
hay gente para quien tan sólo manejar es un privilegio.
¿Tuviste un mal día en el trabajo? Piensa en todos esos que están años sin
poder conseguir uno.
¿Tienes el corazón roto por una relación sentimental deteriorada? Son muchos
los que no saben qué es amar y que jamás han sido amados.
¿Luchas la que parece ser una batalla perdida con el hijo que te causa
problemas? ¡Cuánto desearían tener ese reto los padres y madres que no han
logrado tener un hijo!
¿A tu edad te faltan fuerzas para enfrentar una terrible pérdida, y te
preguntas cuál es el propósito de esta prueba? Se agradecido. Existieron muchos
que no vivieron hasta tu edad para averiguarlo.
¿Te encuentras en un momento en que eres objeto de la amargura, ignorancia,
pequeñez o envidia de la gente? Las cosas podrían ser peores. ¡Tú podrías ser
uno de ellos!
¿El amigo ese te ha dado la espalda cuando más lo necesitas? ¡Cristo, el amigo
que nunca falla, está a tu lado, ahí mismito, pidiendo tan sólo que le abras tu
corazón!
¿Por qué te confundes y te agitas y te deprimes ante los problemas? Déjame al
cuidado de todas tus cosas. Todo te irá mejor. Lo que más daño te hace es tu
propio razonar y tus propias ideas y el querer resolver tus cosas a tu manera.
Confía en mí. Ahora bien, no seas como el paciente que pide al médico que lo
cure y luego le indica el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos, no
tengas miedo. Yo te amo.
Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue
confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora:
yo confío en ti."
Hasta ahí el correo de Dios. Prepara tu respuesta y envíasela lo más pronto
posible. Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor
que antes. Espero ese no sea tu caso.
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco
viernes, 16 de mayo de 2014
Siguiendo los pasos del Primer Pastor
Señor, veniste para mostrarnos
el Camino. Fuiste el Maestro y fuiste el Pastor, dejando todos los cabos bien
atados
Frente a ti Señor, ante el Misterio del Sacramento Eucarístico me llega al
pensamiento la enorme gracia que es, primero, creer en ti, después saber que
eres un Dios-Redentor.... pero también toda la inmensa responsabilidad de
testimonio de vida que esto implica.
Si siento que el creer en ti y en la Iglesia Católica me reviste de unas
gracias muy especiales como hijo de Dios, portador de valores eternos y
heredero del cielo... ¿Cómo ha de ser mi vida?
Y tu respuesta es: Siendo fiel al Papa, hoy a nuestro Pastor el Papa Francisco
y a la Iglesia porque como bien decía el Padre José Luís Descalzo: "El
encargo a Pedro es algo más que un encargo puramente personal".
Pedro no fue inmortal. Tus palabras nos lo recuerdan. La consigna, pues, que Tu
le diste tenían que tener un significado especial, más largo que la vida
personal de Pedro. Si Tu hablas de un rebaño permanente que va a prolongarse
por los siglos, es claro que también nos hablas de un pastoreo permanente, que
durará después de la muerte de este pastor concreto.
Jesús, estabas realmente introduciendo en la historia religiosa de la Humanidad
una institución llamada a durar tanto como la fe en ti. Más claro aún: estabas
instituyendo una dinastía de pastores. No una dinastía carnal y transmisible
por la sangre, pero si una dinastía del espíritu.
Pedro será el primer pastor de esa serie en la que nunca le faltarán sucesores.
El pastoreo durará tanto como la roca, es decir, tanto como la humanidad...
Tu, Señor, veniste para mostrarnos el Camino.
Fuiste el Maestro y fuiste el Pastor, dejando todos los cabos bien atados,
todas tus enseñanzas diáfanas, claras. Nos enseñaste a orar, nos hablaste de
las Bienaventuranzas, nos hablaste de los Mandamientos, del código del amor,
que tomásemos la cruz para seguirte, nos aseguraste que cuando dos o más
orásemos al Padre, El estaría allí, entre nosotros, que fuésemos generosos,
pero no ostentosos en nuestras dádivas, sino que lo que la mano derecha haga no
lo sepa la izquierda, que seguir tus pasos cuesta renuncias y valentía, pero
que al final podremos contemplar tu rostro y nos llamarás "benditos de mi
Padre".
Sabiendo todo esto ¿viviré como ignorándolo, haciéndome la loca, la indiferente
y quizá pensando que ya que tu misericordia es infinita también tendré la
infinita disculpa... para mi desamor, para mi ingratitud? ...¡Cuidado!.
Ya nos mostraste el Camino y apartarnos de él pudiera ser, que ni el
arrepentimiento del "buen ladrón" nos alcance al final de la jornada
a tocar a nuestra puerta, atrapada en el laberinto de las pasiones y del
despreocupado vivir.
Ahora frente a ti y en el silencio de ese amor oculto parece que te oigo decir:
No pierdas más tiempo. Es hora del cambio, es hora de tomar la religión
católica muy en serio y cumplir con los deberes de todo buen cristiano, de
haceros apóstoles y llevar mi Mensaje a todos los que estén a vuestro lado con
la palabra y con el ejemplo.
Aquí estoy, esperando que seaís valientes y que lleveis en el alma el legítimo
orgullo de ser católicos, portadores de la Verdad.
Tendreis que seguir a los pastores, tras los pasos del Primer Pastor.... para
que un día... ¡haya un solo rebaño! cuyas ovejas no se aparten del Camino
enseñado.
Autor: Ma Esther De Ariño
jueves, 15 de mayo de 2014
Jesús y la pecadora arrepentida
¿Me amas? ¿Sí?... Pues, tengo bastante. De lo demás, no te preocupes...
Un Papa y un Doctor de la Iglesia como San Gregorio Magno decía que le daban
ganas de llorar cada vez que leía en el Evangelio la historia de la prostituta
del lago. Una pobrecita que había caído muy hondo, pero que era una estupenda
mujer y ha sabido ganarse los corazones a puñados... Es Lucas quien nos cuenta
en su Evangelio la escena conmovedora.
Jesús predica por todos los pueblos que rodean el lago de Genesaret. Entre los
que le escuchan, se mete una mujer pecadora, y pecadora en aquel entonces era
la que se había tirado a la calle... Todos la conocen, y los fariseos la
deprecian. Por eso va a ser hoy grande el escándalo cuando la vean hacer lo que
ella trama en sus adentros. Oye a Jesús. Se enternece. Adivina en el Maestro de
Nazaret a alguien que es más que un profeta. La fe y el amor la están empujando
misteriosamente.
Y al fin, se decide a hacer lo que le inspira un secreto amor al que ya
considera su Salvador:
- ¡Yo tengo que hablar con Jesús! ¡Éste es el Enviado de Dios que esperamos, y
Él puede hacerme acabar con esta mi vida tan miserable! ¡A ver dónde y cómo me
puedo llegar hasta Jesús!...
Y ve que el importante fariseo Simón se acerca a Jesús, le invita a comer en su
casa, y que Jesús acepta de buen grado.
- ¡Esta es la mía! A casa de Simón que voy, aunque me maten esos santurrones de
los fariseos.
Y a mitad del convite se presenta en la puerta del festín. Lleva escondido en
un pañuelo de lino un frasco de perfume costoso en el que ha echado los ahorros
de su vida. La inmundicia del pecado se va a convertir en aroma de cielo.
Observa dónde está recostado Jesús, se acerca por detrás, no dice una palabra,
rompe a llorar, quiebra el pomo de alabastro, lo derrama sobre los pies de
Jesús, se suelta su larga cabellera y empieza a enjugar los pies divinos del
Maestro. Los pensamientos de todos vuelan demasiado lejos y son temerarios y
malos de verdad. Empezando por los del dueño, como nos refiere el Evangelio:
- Si este Jesús fuera el profeta que dicen, sabría bien quién es la mujer que
le está tocando: ¡una pecadora! Lo he invitado para conocerlo de cerca, y qué
bien que me ha salido la prueba. ¡Este Jesús no es ningún profeta!...
Pero ahora Jesús le va a demostrar que es un profeta de verdad.
- Oye, Simón, tengo que proponerte una cuestión.
- ¡Dí, Maestro, dí!
- Mira, un acreedor tenía dos deudores. El uno le debía como cincuenta dólares
y el otro quinientos. Como ni uno ni otro tenían con qué pagarle, les perdonó
la deuda a los dos. ¿Quién crees tú que le querrá más y le estará más
agradecido?
- ¡Toma! Pues el de los quinientos. Eso es claro.
- ¡Muy bien pensado!
Pero aquí le esperaba Jesús para sacarle todo a relucir.
- ¿Ves esta mujer? Al llegar a tu casa no me has lavado los pies, polvorientos
del camino, y ella me los ha lavado con lágrimas y enjugado con sus cabellos.
Cuando yo he entrado aquí, no me has saludado con el beso de paz, mientras que
ésta, desde que ha entrado, no ha dejado de besar mis pies. Tú no me has ungido
la cabeza como a huésped invitado, mientras que ella ha derramado todo el
perfume sobre mis pies.
Jesús le va sacando al anfitrión todas las faltas de educación que ha cometido
--todos esos detalles que no faltan con cualquier invitado distinguido-- y
ahora le añade esas palabras que han arrancado después tanto amor y tanta
generosidad de muchos corazones:
- Por eso te digo: se le perdonan todos sus muchos pecados porque me ha amado
mucho.
Y volviéndose a la mujer, que no ha dicho una palabra, pero que le ha abierto y
dado todo su hermoso corazón:
- Mujer, tu fe te ha salvado, ¡vete en paz!...
Un perdón incondicional, preparado por la fe, producido por el amor, y
confirmado por Dios con una paz inmensa.
Esto es lo que resalta de manera tan deslumbrante en este pasaje de la
pecadora, uno de los más bellos y enternecedores de todo el Evangelio: el valor
inmenso del amor.
La pobre prostituta trae muchas culpas encima, pero trae mucho más amor que
pecados. Y las infidelidades no significan nada en el corazón que ama. Lo malo
es que no haya amor, pues entonces no hay nada que hacer, ya que el corazón
frío no se rinde nunca.
Por otra parte, esas culpas se echan en el Corazón de Cristo, lo cual es
arrojar una gota de agua en una ardiente hoguera.
Hay pasajes del Evangelio que es mejor escucharlos y no comentarlos, si no
queremos echarlos a perder. Y éste es uno de ellos, y como pocos. Sólo su
recuerdo es la mejor lección. Al fin y al cabo, ésta es la única penitencia que
pone Jesús a los pecadores que se acercan a Él, preguntarles como a Pedro
después de sus estrepitosas negaciones:
- ¿Me amas? ¿Sí?... Pues, tengo bastante. De lo demás, no te preocupes...
Éste es Jesús. Éste es nuestro Jesús. ¿A qué podemos tener miedo?...
Autor: Pedro García, Misionero
Claretiano
miércoles, 14 de mayo de 2014
YO ACUSO
Autor: Pablo
Cabellos Llorente
A
finales siglo XIX, El capitán del ejército francés Alfred Dreyfus, de origen
judío y alsaciano, fue acusado de haber entregado documentos secretos a los
alemanes. Enjuiciado por un tribunal militar, fue condenado a prisión perpetua,
degrado y desterrado a la Isla del Diablo, cercana a la costa de la Guyana
francesa, por un delito de alta traición. En ese momento, tanto la opinión pública como la clase
política francesa adoptaron una posición abiertamente contra Dreyfus,
cuya inocencia se demostró años más tarde.
Después
del injusto proceso y condena, Emilio Zola escribió la conocidísima carta al
Presidente de la República que concluye con una serie de denuncias a los
intervinientes en el juicio, comenzando cada una de ellas con la frase “Yo acuso”, con la que ha pasado
a la historia ese razonado y magnífico mensaje con trazas de gran fuerza.
Ha
venido a mi mente la carta de Zola pensando en los problemas que suceden a
nuestro alrededor. No pretendo inculpar a nadie de nada, porque todos somos
culpables, en una u otra medida, de lo que escribo después. Además, los juicios
morales han de ser emitidos con mucha cautela, sobre todo al tratarse de
personas. Por eso no señalaré a ninguna. Escribo de hechos, ideas, conductas
más o menos generalizadas y perturbadoras, por si sirven para averiguar soluciones positivas.
Consideremos
primero la confusión de poderes propiciada por nuestras propias leyes,
engendradoras de la politización de la
Justicia, el factor más extraviado a causa del desarreglo originado por el modo
de constituir tanto el Consejo General del Poder Judicial como el Tribunal
Constitucional. Es difícil atisbar la verdadera Justicia en algunas
resoluciones dictadas según la composición de la mayoría conservadora o
progresista. Puede originar resoluciones
ajenas a la ética.
Otro
asunto a resolver es el filtrado de documentos policiales o judiciales y su
posterior publicación en los medios, aún estando bajo secreto del sumario o
incluso antes de que el “presunto” sea ni siquiera presunto, pero lo obtenido
ilegalmente puede “condenarlo” ante la opinión pública anticipándose a toda
acusación. Aparte de situar el derecho a la información por encima del que
gozamos sobre la imagen o la fama –lo que sería bien discutible-, ¿alguien ha
intentado averiguar la fuente de la filtración que puede causar tanto daño? ¿O
qué obtiene a cambio esa persona? Mientras, el “presunto” permanece en estado
de indefensión. Además, suele cargarse al acusado con la prueba, en vez de
probar el acusador.
Existe
susto para defender el matrimonio, la familia o la vida, porque parece más
correcto dejar que cada uno haga de su capa un sayo. Algunos aseguran defender
a la mujer otorgándole el triste poder de matar al “nasciturus” y dejándole a
cambio una vida acaso desgarradamente sola. Es como tratar de proteger la
propiedad privada autorizando el robo,
pero peor. El desgaste de la familia y el matrimonio natural y estable es tan
patente que ni se admite su defensa. No
pensamos en el deterioro social producido, por ejemplo, en la facilidad para
romper vínculos, con pérdida del sentido de la fidelidad y la lealtad; con una
aminorada capacidad para el ejercicio de la libertad con lo que la engrandece:
la adopción de compromisos serios, la elección de opciones valientes. La libertad
crece cuando sirve para buscar la verdad y el bien y vivirlos.
Se
pide una escuela pública laica y de calidad. Nada que objetar salvo si significa
–como sucede a menudo- negar la existencia de toda otra posibilidad. Para
algunos, el laicismo se ha convertido en una religión excluyente, en un fundamentalismo que, aplicado a la escuela,
niega a los padres de familia la facultad de elegir la educación que deseen
para sus hijos, sin mayores o menores derechos para ningún tipo de escuela. Pagan sus gabelas los partidarios de
cualquier modelo escolar, por lo que tienen derecho a que el Estado sufrague
toda forma de enseñanza obligatoria. ¿Somos conscientes de que hay centros educativos
en los que se problematiza gravemente a niños y niñas de diez años animándoles
a pensar en qué género desean encuadrarse?
Existen
católicos encogidos, consentidores del “dogma” obligatorio de una práctica de
la fe reducida a la intimidad. Pero el
cristianismo es vida, ha de manifestarse en la conducta. Aceptan el tipo de
laicismo citado antes –en lugar del espíritu laical-, y se han convencido
de que la fe ha de guardarse en el
reducto de la conciencia. Que lean al Papa Francisco animando a salir a la
calle, a llegar a todas las periferias: de la miseria económica, de la exclusión social, de la marginación y, las
más primordiales: la miseria moral y la espiritual, la ausencia de Dios, que convierte la vida es un sinsentido.
De
estos y otros asuntos hay muchos que piensan que alguien hará algo, que alguno
debería actuar, mientras que cada uno hacemos como que no vemos las
injusticias, las exclusiones, el hambre, la degradación social buscada y generada
por los interesados en la ausencia de
Dios. Pienso que todos hemos de hacer algo, porque quien no es parte de la
solución se convierte en parte del problema.
Quisiste abrir el reino a los pequeños
Homilía del Papa Juan Pablo II durante la Beatificación de los Pastores
Jacinta y Francisco en Fátima
Autor: SS Juan Pablo II
Fragmentos de la
homilía del Papa Juan Pablo II durante la Beatificación de los Pastores
Jacinta y Francisco en Fátima, 13 de mayo, 2000
«Yo te bendigo, o Padre, (...) porque escondiste estas verdades a los
sabios e inteligentes, y las revelaste a los pequeños (Mt 11, 25).
Con estas palabras, amados hermanos y hermanas, Jesús alaba los designios del
Padre celeste; sabe que nadie puede estar con él, si no es atraído por el
Padre (cf. Jn 6, 44), por eso, alaba por ese designio y lo abraza
filialmente: Sí, Padre y te bendigo porque así fue de tu agrado (Mt
11, 26). Quisiste abrir el reino a los pequeños.
Por designio divino, vino del cielo a esta tierra, en búsqueda de los
pequeños privilegiados del Padre , una mujer vestida de Sol (Ap 12,
1). Les habla con voz y corazón de madre: los invita a ofrecerse como víctimas
de reparación, ofreciéndose Ella para conducirlos, seguros, hasta Dios. Fue
entonces que sus manos maternas salió una luz que os penetró íntimamente,
sintiéndose inmersos en Dios como cuando una persona -explican ellos- se
contempla en un espejo.
Más tarde, Francisco, uno de los tres privilegiados, exclamaba: Nosotros
estábamos ardiendo en aquella luz y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se
puede decir. Esto sí que nosotros no podemos decir. Dios: una luz
que arde, pero que no quema. La misma sensación tuvo Moisés, cuando
vio a Dios en la zarza ardiente; allí escuchó a Dios hablar, preocupado con
la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio suyo: Yo
estaré contigo (cf. Ex 3, 2-12). A cuantos la acogen, esta presencia se
vuelve morada y consecuentemente, «zarza ardiente» del Altísimo.
A Francisco, lo que más impresionaba y absorbía era Dios en aquella
luz inmensa que penetrara lo más íntimo de los tres. Sin embargo, sólo a él
Dios se daría a conocer «tan triste», como él decía. Cierta noche, su papá
los escuchó sollozar y le preguntó porqué lloraba; el hijo le respondió
«Pensaba en Jesús que está tan triste por causa de los pecados que se cometen
contra él ». Vive motivado por el único deseo -tan expresivo del modo de
pensar de los niños- de «consolar y dar alegría a Jesús».
En su vida, se da una transformación radical; una transformación ciertamente
no común en niños de su edad. Se entrega a una vida espiritual intensa, que
se traduce en oración asidua y fervorosa, llegando a una verdadera forma de
unión mística con el Señor. Eso mismo lo lleva a una progresiva purificación
del espíritu mediante la renuncia y a los propios gustos y hasta a los juegos
inocentes de niños.
Soportó los grandes sufrimientos de la enfermedad que lo llevó a la muerte,
sin nunca lamentarse. Todo le parecía poco para consolar a Jesús; murió con
una sonrisa en los labios. Grande era, en el pequeño Francisco, el deseo de
reparar las ofensas de los pecadores, esforzándose por ser bueno y ofreciendo
y oración. Y Jacinta su hermana, casi dos años más joven que él, vivía
animada por los mismos sentimientos.
[...]
El mensaje de Fátima es un llamado a la conversión. [...] La meta
última del hombre es el Cielo, su verdadera casa donde el Padre Celeste, en
su amor misericordioso, por todos espera.
Dios no quiere que nadie se pierda, por eso hace dos mil años mandó a la
tierra a su hijo «buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10). Y Él
nos ha salvado con su muerte en la cruz; ¡que nadie torne vana esa Cruz!
Jesús murió y resucitó para ser «el primogénito de muchos hermanos» (Rom 8,
29).
En su solicitud materna, La Santísima Virgen vino aquí, a Fátima, pedir a
pedir a los hombres «no ofender más a Dios nuestro Señor, que ya está muy
ofendido». Es el dolor de la Madre que la hace hablar; está en juego la
suerte de sus hijos. Por eso, decía a los pastorcillos: «Rezad, rezad mucho y
haced sacrificio por los pecadores, que muchas lamas van al infierno por no
haber quién se sacrifique y pida por ellos».
La pequeña Jacinta sintió y vivió como propia esa aflicción de Nuestra
Señora, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores. Un día - ya
ella y Francisco habían contraído la enfermedad que os obligaba a estar en
cama - la Virgen María vino a visitarlos a su casa, como cuenta la pequeña:
«Nuestra Señora vino a vernos y dijo que viene a llevar a Francisco muy
pronto al Cielo. Y a mí me preguntó si todavía quería más pecadores. Y le
dije que sí». Y, al acercarse el momento de la partida de Francisco, Jacinta
le recomienda: «Dale muchos saludos míos a Nuestro Señor y a Nuestra Señora,
diles que sufro tanto como ellos quieran para convertir a los pecadores».
Jacinta quedará tan impresionada con la visión del infierno durante la
aparición del 13 de julio, que ninguna mortificación y penitencia era de más
para salvar a los pecadores.
Bien podía ella exclamar con San Pablo : «Me alegro de sufrir por vosotros y
completo en mi misma lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en beneficio
de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). [...]
Aquí en Fátima, donde fueron vaticinados estos tiempos de tribulación
pidiendo Nuestra Señora oración y penitencia para abreviarlos, quiero hoy dar
gracias al Cielo por la fuerza del testimonio que se ha manifestado en todas
aquellas vidas y deseo una vez más celebrar la bondad del Señor para conmigo,
cuando, duramente herido aquel 13 de Mayo de 1981, fui salvado de la muerte.
Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios u
oraciones ofrecidas por el Santo Padre, que ella había visto en gran
sufrimiento.
«Yo te bendigo, oh Padre, porque revelaste esas verdades a los pequeños.
La alabanza de Jesús toma hoy la forma solemne de la beatificación de los
pastorcillos Francisco y Jacinta. La Iglesia quiere, con este rito, poner
sobre el candelabro estas dos velas que Dios encendió para iluminar a la
humanidad en sus horas sombrías e inquietas. Brille ellas sobre el camino de
esta multitud inmensa de peregrinos .
Mi última palabra es para los niños: Queridos niños y niñas, veo muchos de
vosotros vestidos como Francisco y Jacinta. ¡Os cae muy bien! Pero, luego
mañana, dejaréis esas ropas y... se acabarán los pastorcillos. ¡No deberían
acabar ¿No es cierto?! Es que Nuestra Señora necesita mucho de todos
vosotros, para consolar a Jesús, triste con las tonteras que se hacen;
necesita de vuestras oraciones y sacrificios por los pecadores.
Pedid a vuestros padres y educadores que os inscriban en la «escuela» de
Nuestra Señora, para que Ella os enseñe a ser como los pastorcillos, que buscaban
ser todo lo que Nuestra Señora les pedía. Os digo que «se avanza más en
poco tiempo de sumisión y dependencia de María, que durante años enteros de
iniciativas personales apoyadas en sí mismos (S. Luis de Montfort,
Tratado de la Verdadera Devoción a la SS.ma Virgen, nº 155). Fue así que los
pastorcillos se volvieron santos de prisa. Una mujer que acogiera a Jacinta
en Lisboa, al escuchar tan buenos y acertados consejos que la pequeña le
daba, le preguntó quién los enseñaba. «Fue Nuestra Señora» - respondió.
Entregándose con total generosidad a la dirección de tan bondadosa Maestra,
Jacinta y Francisco subieron en poco tiempo a las cumbres de la perfección.
«Yo te bendigo, oh Padre, porque escondiste estas verdades a los sabios e
inteligentes, y la revelaste a los pequeños».
Yo Te bendigo, oh Padre, por todos tus pequeños, comenzando por la Virgen
María, tu humilde Sierva, hasta los pastorcillos Francisco e Jacinta.
¡Que el mensaje de sus vidas permanezca siempre viva para iluminar el camino
de la humanidad!
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martes, 13 de mayo de 2014
Ofrecer un consejo
Es hermoso ofrecer consejos, sobre todo si son buenos. Es más hermoso
todavía hacerlo de modo correcto.
Un consejo llega a
nuestros oídos. "Calma, calma..." Por el tono de voz, podemos
distinguir si se trata de un reproche amargado o de una invitación desde el
cariño.
También nosotros a veces damos consejos y exhortaciones a otros desde
diferentes estados de ánimo. En ocasiones, lo hacemos con el alma inquieta o
incluso con rabia. Más que ofrecer una palabra buena para ayudar, tomamos una
actitud negativa hacia el otro.
Otras veces el momento y el tono de voz desvelan en nuestro corazón una actitud
cercana, buena, comprensiva hacia quien ofrecemos nuestro consejo, con un deseo
humilde y sincero de dar una mano.
Es hermoso ofrecer consejos, sobre todo si son buenos. Es más hermoso todavía
hacerlo de modo correcto. El arte de la corrección fraterna no es fácil, pues
requiere de mucha paciencia, tacto, empatía. Por eso necesitamos estar atentos
a la hora de encontrar el modo que permita ayudar amablemente a un familiar o
conocido.
¿Cómo ofrecer un consejo de modo oportuno y cordial? Primero, desde la
paciencia. Una palabra dicha con prisas, casi para deshacernos del otro, seguramente
estará herida. Más vale esperar un momento adecuado que lanzar un dardo que
pueda herir a mi hermano.
Segundo, desde la propia experiencia. Cuando alguien nos ha dicho algo bueno
con un tono de enfado e impaciencia, sentimos cierta pena. Al revés, la ternura
de un familiar o amigo que nos aconseja con respeto suaviza nuestro corazón y
nos hace disponibles a la acogida. Desde esa introspección podemos aprender
cómo aconsejar a quienes viven a nuestro lado.
Ofrecer un consejo es todo un arte. Podemos mejorar mucho si encontramos
rostros amables que nos orientan hacia el buen camino. Podemos apoyar a otros
con una palabra serena y dicha en el momento adecuado.
"Calma, calma..." Sí, acepto tu consejo, porque me lo ofreces con ese
afecto que tanto necesita cada corazón humano; porque con tus palabras reflejas
un poco la bondad de Dios, que es tierno y amable con cada uno de sus hijos.
Autor: P. Fernando Pascual LC
lunes, 12 de mayo de 2014
La Luz de Pascua
Antes de la victoria pascual de Cristo, el hombre vivía condenado a la
oscuridad del pecado y de la muerte, dos enemigos imbatibles que nos eclipsaban
la luz de Dios.
Es un hecho incuestionable que la felicitación navideña está mucho más
extendida que la felicitación de la Pascua de Resurrección. Todo el mundo se
felicita las Navidades, aunque muchos no sean capaces de dar razón de lo que
esas palabras expresan. Por el contrario, son muy pocos los que felicitan la
Pascua, aunque, posiblemente, lo hagan con mayor consciencia.
Y en referencia a la celebración popular de la Semana Santa, también cabe
constatar la desproporción existente entre la representación de los misterios
de la Pasión y los de la Resurrección. Los pasos del Cristo sufriente, superan
con creces a los que representan a Cristo glorioso. En definitiva, todavía nos
falta mucho camino hasta llegar a descubrir la centralidad de la fe en la
Resurrección, representada en la luz del Cirio encendido, en la Vigilia
Pascual.
La Historia de la Salvación es una historia de luz. Dios es la Luz, mientras
que la impotencia y el sufrimiento humano se describen en la Biblia bajo la
imagen de la tiniebla, hasta el punto de que el camino hacia nuestra plena
felicidad se simboliza en el paso de la noche al día, de la oscuridad a la luz:
"Trocaré delante de ellos la tiniebla en luz" (Is 42,16). Pues bien,
¡son cuatro las noches que, por la misericordia de Dios Padre, han iluminado
nuestra existencia! Las describimos brevemente:
La Noche de la Creación: "En el principio creó Dios los cielos y la
tierra. La tierra era caos y oscuridad por encima del abismo, y un viento de
Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: «Que exista la luz», y la luz
existió" (Gn 1,1-3).
La primera luz que el mundo ha recibido -y cada uno de nosotros en particular-
ha sido la de nuestra existencia. ¿Por qué "el ser" y no "la
nada"? Lo lógico hubiese sido la "oscuridad" de la nada. El
texto bíblico afirma: "Vio Dios que la luz era buena y la separó de las
tinieblas" (Gn 1, 4). En esas breves palabras se nos recuerda la inmensa
misericordia que Dios ha derramado sobre nosotros, al crearnos: ¡¡Somos!!
¡¡Existimos!! ¡Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios! La verdad, la
belleza y la bondad de la creación son un reflejo de la suma Verdad, Belleza y
Bondad divinas. Nuestra existencia no es consecuencia del azar o de un ciego
destino, sino que es fruto de la libre decisión de un Dios, Padre, que crea
solamente por amor. ¡Nuestra existencia es un destello de la infinita luz de
Dios!
La Nochebuena: Pero... el pecado hizo que el hombre rompiese su amistad con
Dios. El Cielo se convierte para nosotros en algo inalcanzable y arcano. El
hombre intenta conocer a Dios y relacionarse con Él, sin conseguirlo, ya que la
religiosidad natural es incapaz de acceder a la intimidad de Dios.
La búsqueda de Dios, por parte del hombre, es ardua y estéril: una durísima
noche. Pero, "el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. A los
que vivían en tierra de sombras, una luz les brilló" (Is 9, 2). La
Revelación de Dios, que culmina con la Encarnación de Dios entre nosotros, se
hace luz en la noche de nuestra búsqueda impotente.
El hecho de que la Nochebuena se celebre en el solsticio de invierno, es decir,
en la noche más larga del año, encierra un simbolismo muy pedagógico: la
llegada de Cristo da un vuelco a la historia, de forma que la luz comienza a
ganarle terreno a la oscuridad de la noche.
La Noche Pascual: La noche de la Pascua fue para el pueblo judío el momento
cumbre de su liberación. Aquella salida de Egipto, así como el paso del Mar
Rojo camino de la Tierra Prometida, no eran sino imagen de la plena liberación
que Cristo nos obtuvo por su muerte redentora.
Antes de la victoria pascual de Cristo, el hombre vivía condenado a la
oscuridad del pecado y de la muerte, dos enemigos imbatibles que nos eclipsaban
la luz de Dios. El plan divino de redención del mundo asumió nuestra noche,
para transformarla en luz. Cristo "se hizo pecado" (2 Cor 5, 21), y
padeció bajo el poder de la muerte, para vencer al enemigo en su propio
terreno. La Resurrección de Cristo transformó la noche en día; la gracia vence
al pecado y la vida derrota a la muerte. Así lo rezamos en el Pregón de la
Vigilia Pascual:"Ésta es la noche en que la columna de fuego esclareció
las tinieblas del pecado... Ésta es la noche de la que estaba escrito: «Será la
noche clara como el día, la noche iluminada por mi gozo»".
La Noche de la Purificación: Pero todavía faltaba algo para culminar la
Historia de la Salvación. Nos referimos a la necesidad de que cada uno de
nosotros haga suyo -se apropie de él- ese tesoro de gracia. No basta con el
anuncio de que la luz de Cristo vence a la tiniebla, sino que es necesario que
ese acontecimiento tenga lugar en cada uno de nosotros, es decir, que lo
personalicemos en nuestro interior.
San Juan de la Cruz describió ese proceso de purificación ascética y mística
como la "noche oscura del sentido" y la "noche oscura del
espíritu". Es un proceso doloroso y gozoso al mismo tiempo, en el que el
paso por la oscuridad es necesario para que se haga luz en el alma. Tras la
muerte, el misterio del Purgatorio completa nuestra purificación, cuando no la
hemos practicado suficientemente en nuestra etapa de peregrinos. Sólo de esta
forma, veremos cumplida nuestra vocación a ser Hijos de la Luz: "Porque en
otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor" (Ef 5, 8).
La reflexión que hoy hacemos sobre estas cuatro noches, nos llena de esperanza
ante las situaciones de oscuridad o soledad, que podamos atravesar a lo largo
de nuestra vida. ¡Cristo ha resucitado! y, en consecuencia, tenemos sobradas
razones para la confianza y la alegría. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
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