"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 20 de marzo de 2014

Un momento de silencio... como San José

Solemnidad de San José. Es en el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen que "Dios habla quedito" 


Así como hay dolor y alegría, así como hay inquietud y paz; así el hombre tiene en su vida dos cauces por donde transcurre su existencia: La palabra y el silencio.

La palabra, del latín parábola, es la facultad natural de hablar. Solo el hombre disfruta de la palabra. La palabra expresa las ideas que llevamos en nuestra mente y es el mejor conducto para decir lo que sentimos. Hablar es expresar el pensamiento por medio de palabras. Es algo que hacemos momento tras momento y no nos damos cuenta de que es un constante milagro. Hablar, decir lo que sentimos, comunicar todos nuestros anhelos y esperanzas o poder descargar nuestro corazón atribulado, cuando las penas nos alcanzan, a los que nos escuchan.

Nuestra era es la era de la comunicación y de la información. Pero la palabra tiene también su parte contraria: El silencio. 

Nuestro vivir transcurre entre estos cauces: la palabra y el silencio. O hablamos o estamos en silencio. 

Cuando hablamos "a voces" la fuerza se nos va por la boca... hablamos y hablamos y muchas veces nos arrepentimos de haber hablado tanto... Sin embargo el hablar es algo muy hermoso que nos hace sentir vivos, animosos y nos gusta que nos escuchen. 

El silencio es un tesoro de infinito valor. Cuando estamos en silencio somos más auténticos, somos lo que somos realmente. 

El silencio es algo vital en nuestra existencia para encontrarnos con nosotros mismos. Es poder darle forma y respuesta a las preguntas que van amalgamando nuestro vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y va a ser en ese silencio donde vamos a encontrar las respuestas, no en el bullicio, en el ajetreo, en el nerviosismo, la música ruidosa, en el "acelere" de la vida inquieta y conflictiva porque es en el silencio y por el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen que "Dios habla quedito" 

Meditando en estas cosas pienso en José el carpintero de Nazaret. El hombre a quien se le encomendó la protección y el cuidado de los personajes más grandes de la Historia Sagrada y no nos dejó el recuerdo de una sola palabra suya. Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor. 

San José, el santo que le dicen: "Abogado de la buena muerte". Porque... ¿A quién no le gustaría morir entre los brazos de Jesús y de María como él murió?

José tuvo una entrega total. Una vida consagrada al trabajo, un desvelo, un cuidado amoroso para estos dos seres que estaban bajo su tutela y supo, como cualquier hombre bueno y padre de familia, del sudor en la frente y el cansancio en las largas jornadas en su taller de carpintería y supo del dolor en el exilio de una tierra extranjera y supo en sus noches calladas y de vigilia del orar a Dios mirando el suave dormir de Jesús y de María, pidiendo fuerzas para cuidar y proteger a aquellos amadísimos seres que tan confiadamente se le entregaban. No tuvo que hablar. 

No hay palabras que superen ese silencio de amor y cumplimiento del deber. Ahí está todo. Ahí está Dios. En las pequeñas cosas de todos los días, en la humildad del trabajo cotidiano. 

El no fue poderoso, él no tuvo un puesto importante en el Sanedrín, él... supo cumplir su misión y su silencio fue su mayor grandeza.

Las almas grandes no lo van gritando por las plazas y caminos, se quedan en silencio para poder hablar con Dios y Dios sonríe cuando las mira. 

Que podamos tener cada día, aunque sean cinco minutos de silencio, para oír la voz de Dios.


Autor: Ma Esther De Ariño

martes, 18 de marzo de 2014

Cristo se manifiesta como el Hijo de Dios

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo? 


La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.

Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.

Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba. 
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad. 

Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad. 

Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida. 

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?

Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.

La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.

Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.

Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.

Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC

lunes, 17 de marzo de 2014

Si me hiciste daño, no lo tomo en cuenta

Lunes segunda semana Cuaresma. Podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios y juicios de Dios, sino de los nuestros. 


Cada vez que en la Cuaresma se nos presenta el grito de súplica, de perdón por parte del pueblo de Israel, al mismo tiempo está hablándonos de la importancia que tiene la conversión interior. La Escritura habla de que se han cometido iniquidades, de que se han hecho cosas malas, pero, constantemente, la Escritura nos habla de cómo nuestro corazón tiene que aprender a volverse a Dios nuestro Señor, de cómo nuestro corazón tiene que irse convirtiendo, y de cómo no puede haber ninguna dimensión de nuestra vida que quede alejada del encuentro convertido con Dios nuestro Señor. Así es importante que convirtamos y cambiemos nuestras obras, es profundamente importante que también cambiemos nuestro interior.

La Escritura nos habla de la capacidad de ser misericordiosos, de no juzgar, de no condenar y de perdonar. Esto que para nosotros podría ser algo muy sencillo, porque es que si me hiciste un daño, yo no te lo tomo en cuenta; requiere del alma una actitud muy diferente, una actitud de una muy profunda transformación. Una transformación que necesariamente tiene que empezar por la purificación, por la conversión de nuestra inteligencia. 

Cuántas veces es el modo en el cual interpretamos la vida, el modo en el cual nosotros «leemos» la vida lo que nos hace pecar, lo que nos hace apartarnos de Dios. Cuántas veces es nuestro comportamiento: lo que nosotros decimos o hacemos. Cuántas veces es simplemente nuestra voluntad: las cosas que nosotros queremos. ¡Cuántas veces nuestros pecados y nuestro alejamiento de Dios viene porque, en el fondo de nuestra alma, no existe un auténtico amor a la verdad! Un amor a la verdad que sea capaz de pasar por encima de nosotros mismos, que sea capaz de cuestionar, de purificar y de transformar constantemente nuestros criterios, los juicios que tenemos hechos, los pensamientos que hemos forjado de las personas. Cuántas veces, tristemente, es la falta de un auténtico amor a la verdad lo que nos hace caminar por caminos de egoísmo, por caminos que nos van escondiendo de Dios.

Y cuántas veces, la búsqueda de Dios para cada una de nuestras almas se realiza a través de iluminar nuestra inteligencia, nuestra capacidad de juzgar, para así poder cambiar la vida. ¡Qué difícil es cambiar una vida cuando los ojos están cerrados, cuando la luz de la inteligencia no quiere reconocer dónde está el bien y dónde está el mal, cuál es el camino que hay que seguir y cuál el que hay que evitar!

Uno de los trabajos que el alma tiene que atreverse a hacer es el de cuestionar si sus criterios y sus juicios sobre las personas, sobre las cosas y sobre las situaciones, son los criterios y los juicios que tengo que tener según lo que el Evangelio me marca, según lo que Dios me está pidiendo. Pero esto es muy difícil, porque cada vez que lo hacemos, cada vez que tenemos que tocar la conversión y la purificación de nuestra inteligencia, nos damos cuenta de que estamos tocando el modo en el cual nosotros vemos la vida, incluso a veces, el modo en el cual nosotros hemos estructurado nuestra existencia. Y Dios llega y te dice que aun eso tienes que cambiarlo. Que con la medida con la que tú midas, se te va a medir a ti; que el modo en el cual tú juzgas la vida y la estructuras, el modo en el cual tú entiendas tu existencia, en ese mismo modo vas a ser juzgado y entendido; porque el modo en el cual nosotros vemos la vida, es el mismo modo en el cual la vida nos ve a nosotros.

Esto es algo muy serio, porque si nosotros vamos por la vida con unos ojos y con una inteligencia que no son los ojos ni la inteligencia de Dios, la vida nos va a regresar una forma de actuar que no es la de Dios. No vamos a ser capaces de ver exactamente cómo Dios nuestro Señor está queriendo actuar en esta persona, en esta cosa o en esta circunstancia para nuestra santificación. 

"Con la misma medida que midáis, seréis medido". Si no eres capaz de medir con una inteligencia abierta lo que Dios pide, si no eres capaz de medir con una inteligencia luminosa las situaciones que te rodean, si no eres capaz de exigirte ver siempre la verdad y lo que Dios quiere para la santificación de tu alma en todas las cosas que están junto a ti, ésa medida se le está aplicando, en ese mismo momento, a tu alma.
Qué importante es que aprendamos a purificar nuestra inteligencia, a dudar de los juicios que hacemos de las personas y de las cosas, o por lo menos, a que los confrontemos constantemente con Dios nuestro Señor, para ver si estamos en un error o para ver qué es lo que Dios nuestro Señor quiere que saquemos de esa situación concreta en la cual Él nos está poniendo.

Pero cuántas veces lo que hacemos con Dios, no es ver qué es lo que Él nos quiere decir, sino simplemente lo que yo le quiero decir. Y éste es un tremendo riesgo que nos lleva muy lejos de la auténtica conversión, que nos aparta muy seriamente de la transformación de nuestra vida, porque es a través del modo en el cual vemos nuestra existencia y vemos las circunstancias que nos rodean, donde podemos estar llenando nuestra vida, no de los criterios de Dios, no de los juicios de Dios, sino de nuestros criterios y de nuestros juicios. Además, tristemente, los pintamos como si fuesen de Dios nuestro Señor, y entonces sí que estamos perdidos, porque tenemos dentro del alma una serie de criterios que juzgamos ser de Dios, pero que realmente son nuestros propios criterios. 

Aquí sí que se nos podría aplicar la frase tan tremenda de nuestro Señor en el Evangelio: "¡Ay de vosotros, guías ciegos, que no veis, y vais llevando a los demás por donde no deben!". También es muy seria la frase de Cristo: "Si lo que tiene que ser luz en ti, es oscuridad, ¿cuáles no serán tus tinieblas?".

La conversión de nuestra inteligencia, la transformación de nuestros criterios y de nuestros juicios es un camino que también tenemos que ir atreviéndonos a hacer en la Cuaresma. ¿Y cuál es el camino, cuál es la posibilidad para esta transformación? El mismo Cristo nos lo dice: "Dad y se os dará". Mantengan siempre abierta su mente, mantengan siempre dispuesto todo su interior a darse, para que realmente Dios les pueda dar, para que Dios nuestro Señor pueda llegar a ustedes, pueda llegar a su alma y ahí ir transformando todo lo que tiene que cambiar.

Es un camino, es un trabajo, es un esfuerzo que también nos pide la Cuaresma. No lo descuidemos, al contrario, hagamos de cada día de la Cuaresma un día en el que nos cuestionemos si todo lo que tenemos en nuestro interior es realmente de Dios. 

Preguntémosle a Cristo: ¿Cómo puedo hacer para verte más? ¿Cómo puedo hacer para encontrarme más contigo?

La fe es el camino. Ojalá sepamos aplicar nuestra fe a toda nuestra vida a través de la purificación de nuestra inteligencia, para que en toda circunstancia, en toda persona, podamos encontrar lo que Dios nuestro Señor nos quiera dar para nuestra santificación personal.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC

domingo, 16 de marzo de 2014

Haz la diferencia en esta Cuaresma

Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón, pueden estar al servicio de nuestro egoísmo. 

Todo hombre, aunque sea muy religioso, siente que su actuar y su vida no siempre están en paz y reconciliación con Dios; se da cuenta de que a veces no está religado a Dios, sino que ha roto su relación con Él. Dejarse reconciliar es volver a aceptar nuestra condición "religiosa" y establecer con Dios las relaciones auténticas: no de enemistad o de odio, sino de amor y de amistad; no de separación o apartamiento, sino de cercanía e intimidad. 


Las prácticas religiosas son necesarias, pero si no surgen del corazón, del recinto interior del hombre, fácilmente son manipulables al servicio de nuestros objetivos egoístas. Jesucristo quiere ofrecer al hombre un recto uso de estos actos. 



Continuamos con las últimas 8 reflexiones para que hagas de esta Cuaresma, un momento diferente en tu vida..



1. Siéntete a gusto en tu Iglesia, pide por ella, por el Papa, los obispos, los sacerdotes. En medio del desierto que estamos viviendo, también el maligno nos invita a dudar, a abandonar alejándonos de ellos. Ni sus representantes son tan buenos como quisieran ni, por supuesto, tan mediocres como algunos nos los pintan.



2. Haz oración, no pienses que es difícil, es cuestión de decidirse. Si fueras a un médico, te diría que el funcionamiento del corazón es muy difícil de explicar, pero el paciente, sin saber tanto, siente que en su interior se mueve con dos movimientos. La oración es el palpitar de Dios con el hombre y del hombre con Dios.



3. Bríndate generosamente, haz algo, aunque sea pequeño, en favor de alguna causa; pero sobre todo, cuando lo realices, ofréceselo a Dios; no te conviertas en un simple miembro de una "ONG". Como cristiano, la fuente de tú hacer el bien está en Dios y no en el altruismo que no rompe las barreras horizontales.



4. Busca la paz, trabaja por ella en lugares tan cercanos como el trabajo, la escuela o la familia. ¿De qué nos sirve añorar la paz en el mundo, si luego somos incapaces de conseguirla en nuestros pequeños campos de batalla?



5. Si hace tiempo que no frecuentas el Sacramento de la Confesión, haz un esfuerzo; nuestra vida necesita un contraste, un consejo, una palabra oportuna. Alguien que, en nombre de Jesús, vaya al fondo de nosotros, nos cure y nos perdone. A veces, hasta una copa limpia necesita de una mano que la deje resplandeciente.



6. Guarda vigilia y ayuna, nunca como hoy están tan de moda diversas recetas para adelgazar: no comer y hacer mucho ejercicio; pero la Cuaresma nos dice que para hacer fuerte el espíritu, es necesario -en el nombre de Jesús- estos signos (guarda, vigila y ayuna) que denotan algo muy importante: LO HACEMOS PORQUE JESÚS LO VIVIÓ PRIMERO Y FORTALECIÓ PARA TOMAR DECISIONES TRASCENDENTES. Lo contrario, en el fondo, es debilidad de fe.



7. No te avergüences de ser católico y cristiano. ¿Por qué todo el mundo dice lo que quiere y nosotros hemos de ser tan prudentemente peligrosos con nuestro silencio?, ¿por qué tan tolerantes con otras religiones y tan poco respetuosos con la nuestra?, las raíces de nuestra tierra, recuérdalo, revívelo y manifiéstalo, son cristianas. ¡De ti depende!



8. Si vives bien y, además, arropado por el dinero, piensa que es una bendición de Dios. Comparte, algo por lo menos, con los necesitados. Una organización católica, tu parroquia, etc., serán el mejor cauce y el más seguro camino, para -no solamente hacer limosna- sino además promover la justicia y el amor.



Estos días que vivirás de Cuaresma es la invitación a alejarte del ruido de la vida diaria para sumergirte en la presencia de Dios: Él quiere transmitirnos, cada día, una palabra que penetra en las profundidades de nuestro espíritu, donde discierne el bien y el mal. (cf Hb 4, 12) y fortalece la voluntad de seguir al Señor.

Autor: P. Dennis Doren LC




sábado, 15 de marzo de 2014

CRISTIANO RONALDO Y LOS MERCADOS


Autor: Pablo Cabellos Llorente

        Hace unos días, las tertulias deportivas se animaban con la sanción a Cristiano Ronaldo. Comprendo que se hable de esos asuntos de muy amplio interés. Entre temas como el citado y la economía se llenan las páginas de los diarios, las pantallas de las TV y las ondas de la radio, amén del mundo digital. De un modo u otro, todo es mercado, se venden hombres, noticias, hambre, banalidades... El mundo es un gran mercado, lo hemos querido así.

        He comenzado por el futbolista de  renombre, no para culparlo de nada, sino para llamar la atención de esta compraventa constante, de la cantidad de recursos utilizados desorbitadamente para pagar a un futbolista, a un banquero, a un directivo de multinacional, al traficante de droga o por la  exclusiva a un medio de comunicación. El dinero se mueve al son del mercado, de la oferta y la demanda. Es lo que nos hemos fabricado. Alguno puede pensar que me he convertido en un estatista. No, pero es progresivamente claro que al mercado puro y duro, a eso que se ha dado en llamar capitalismo salvaje, le falta algo y le sobra bastante. No se tiene por sí mismo.

        A mi entender, es obvio que el problema no lo resuelve el Estado-providencia que suplanta al individuo y a las sociedades menores. Y también es elemental señalar que no poseo la llamada tercera vía, que vendría a ser una fusión con pérdida de algunas libertades por un cierto intervencionismo estatal, y ganancia de otras muchas intervenidas innecesariamente. Ganaría la dignidad personal, el bien común y la capacidad de participación social. El Papa Francisco ha escrito: Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad.


        Algo hay que hacer por parte de la entera sociedad al ver que -como también ha escrito el Pontífice- no es cierto lo que algunos todavía defienden, las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante. Mientras tanto, los excluidos siguen esperando, y los "ronaldos" -sólo es un paradigma- se hacen con el botín. La causa: una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! 

viernes, 14 de marzo de 2014

DON ÁLVARO, CIEN AÑOS DESPUÉS


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Benedicto XVI decretó las virtudes heroicas de don Álvaro del Portillo. Después, el Papa Francisco aprobó un milagro atribuido a su intercesión, dando paso para beatificarlo. Así lo comunicaba el Prelado del Opus Dei: Con gran agradecimiento a Dios, os comunico que ayer tarde, poco después de regresar de la India, recibí la confirmación de que el Santo Padre Francisco ha concedido, acogiendo la petición que le dirigí —con motivo del elevadísimo número de personas que deseaban acudir a la beatificación del queridísimo venerable don Álvaro—, que esa ceremonia tenga lugar en Madrid, el 27 de septiembre de 2014 (...). Tras explicar por qué en Madrid, añade que, según la praxis vigente desde el 20 de septiembre de 2005 —Benedicto XVI estableció que el Papa sólo presidiera la ceremonia de las canonizaciones—, la beatificación será celebrada por el Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, el Cardenal Angelo Amato. Ahora, el 11 de marzo se cumple su centenario.

        Hasta aquí la noticia que despierta en mi alma recuerdos inolvidables y sentimientos inocultables. Lo conocí como hermano mayor, alguien en quien mirarse si deseaba ser fiel a lo que Dios había hecho ver al fundador del Opus Dei. Porque con una enorme sencillez y sin alharaca alguna, don Álvaro fue siempre el prototipo del hombre fiel a su vocación. Cuando se alzaban los edificios que albergan la curia prelaticia del Opus Dei a fuerza de una abnegación creciente, su fundador hizo cincelar, sobre el dintel de la puerta del que sería despacho de don Álvaro, esta inscripción latina tomada del Libro de los Proverbios: "vir fidelis multum laudabitur" -el varón fiel será muy alabado.

        No hay duda de que, aunque esa oficina sería utilizada en el futuro por otras personas, san Josemaría pensaba en su primer ocupante y quizá también en una oferta  para imitación de los siguientes. Precisamente, porque don Álvaro era el paradigma heroico de esa virtud. En tono menos solemne  lo reflejó el fundador al dedicarle un ejemplar de Camino con estas palabras: "Para mi hijo Álvaro, que, por servir a Dios, ha tenido que torear tantos toros". Un día de su cumpleaños o santo -no recuerdo bien-, mientras estaba ausente, nos decía san Josemaría: yo querría que le imitaseis en muchas cosas, pero sobre todo en la lealtad. También pude escucharle que, en tantas ocasiones, don Álvaro había puesto sus espaldas para recibir palos destinados a él. Y reiteradamente pusieron las espaldas los dos juntos para recoger golpes que los evitaran al resto.

        Le llamó saxum -roca- en algunos momentos, sencillamente porque lo era: un apoyo firme para el fundador y para todos. No en vano, por decir un ejemplo, Don Giussani -fundador de Comunión y Liberación- dijo en una ocasión que los de Opus Dei son un "panzer" porque tienen un Prelado humilde. Yo no me creo ningún "panzer", pero es bien cierto que él era humilde, porque sin humildad habría sido imposible su fidelidad. Un hombre humilde y sencillo que hacía amable la verdad y le era fiel.

        Tuve ocasión de experimentarlo en muchos momentos: su compenetración con  san Josemaría era tan grande, que le daba la respuesta requerida sin finalizar la pregunta. Tuve la oportunidad de llevarle bastantes veces en el coche, siempre sentado al lado del conductor, siempre preparado para relatar algo entretenido, formativo o ambas piezas unidas. Pero su argumento preferido era hablar del Padre. Yo estaba en Roma mientras el fundador realizó una larga correría catequística por la Península Ibérica. A la vuelta, describía con entusiasmo, con el deslumbramiento de un neófito, sucesos y anécdotas de aquellos meses, pero principalmente ideas vertidas por san Josemaría, que él habría escuchado centenares o miles de veces.

       Ser humilde cuando se es muy inteligente, se tienen varios doctorados, se ha publicado libros punteros, se ha tenido cargos importantes en el Concilio Vaticano II y en la Santa Sede, etc., sólo sucede si se es humilde. Parece una tautología, pero no lo es cuando se pretende remarcar la verdad de una virtud. Sobre todo, cuando ser humilde no es ser apocado, ni hacer dejación de deberes en el gobierno, ejercitando la valentía, por ejemplo, de publicar un libro -"Fieles y laicos en la Iglesia"-, que contiene quizá el más poderoso alegato que se haya escrito en favor de los derechos de los fieles, un modo de exigirlos profundo, audaz y amable, sin herir a nadie.

        Finalizo con otras palabras de Monseñor Echevarría, dirigidas a los fieles del Opus Dei, pero valederas para todo el que desee aprovecharlas: Don Álvaro infundía paz en los corazones: es algo que comentan muchas personas que le han tratado o que le han conocido a través de los vídeos de tertulias y viajes pastorales. Hija mía, hijo mío: ahora le suplicamos que nos consiga de Dios un profundo gaudium cum pace en el corazón, también para quienes en algún momento han estado en contacto con la labor del Opus Dei. Y roguemos además al próximo Beato por la paz en el mundo, surcado por tanta guerra y conflicto.


miércoles, 26 de febrero de 2014

Tras una desilusión, vuelta al trabajo

En el horizonte no se ven nuevas oportunidades. Uno, entonces, puede sentirse hundido, sin ganas de trabajar. 


Pusimos nuestra mirada en un hecho futuro y el corazón se llenó de esperanza. Tras ese próximo cambio en el trabajo, después de la cita con el dentista, con las lluvias que están a la puerta, cuando nos visite aquel pariente tan generoso...

El hecho en el que pusimos tanta esperanza llegó, y no logramos esa mejora que anhelábamos. Tantas ilusiones, tantos sueños, tantos deseos de mejora: todo quedó esfumado en unos minutos.

En el horizonte no se ven nuevas oportunidades. Uno, entonces, puede sentirse hundido, sin ganas de trabajar. ¿Para qué esforzarse? En lo íntimo del alma suena una vocecita humilde y discreta: "pues precisamente si aquello en lo que pusiste tanta esperanza no resultó, es ahora el momento de ponerse a trabajar".

Sí: poner esperanzas en cambios políticos, en lo imprevisible del clima, en la volubilidad de un conocido, nos lleva a desilusiones. Pero no tiene que convertirse nunca en un motivo para cruzarse de brazos y darlo todo por perdido.

Otras veces, hay que reconocerlo, aquello tan esperado parecía la última playa de salvación. Bueno, tampoco la última... Sabemos que tras un tratamiento que no funcionó, la enfermedad avanzará hasta el momento de la muerte, y antes de la misma podemos ponernos en paz con Dios, con los familiares, con los amigos. Y, si somos sensatos, buscaremos esa paz desde ahora, sin esperar la llegada de una situación terminal.

En la vida hay muchas desilusiones y muchos reinicios, pero sólo un hecho resulta definitivo: el que queda plasmado tras la muerte. Más allá de ella, nos espera un juicio, que depende de nuestras opciones. Castigo, si el egoísmo y el desamor fueron nuestras últimas palabras. Premio y cielo eterno con Dios y con los santos, si acogimos la misericordia y nos lanzamos a recorrer el camino del amor.

Un hecho tan esperado se ha desvanecido como niebla ante el sol. Tengo unas manos, un corazón, un tiempo, unos amigos y familiares buenos, y un Dios que cuida a cada uno de sus hijos. Sólo me queda reemprender el trabajo con la mirada puesta en quien me cuida y me ama como Padre bueno y lleno de misericordia.


Autor: P. Fernando Pascual LC

martes, 25 de febrero de 2014

Tú eres Pedro...

Jesús lo elige primer papa de la Iglesia. Y le explica su misión por medio de dos símbolos: la piedra y las llaves.

Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos (Mateo 16, 13-19).


Introducción

Celebramos hoy, con la Iglesia universal, la fiesta de la Cátedra de San Pedro. La palabra cátedra es de origen griego y significa sede. Es el sitio ocupado por un maestro autorizado para la enseñanza.

Así, cuando se habla de una decisión "ex cátedra" del Papa, se trata de una decisión en la que el Sumo Pontífice habla como maestro universal de la Iglesia.

San Pedro, en el Evangelio de hoy, recibe una gran tarea: Jesús lo elige primer papa de la Iglesia. Y le explica su misión por medio de dos símbolos: la piedra y las llaves.


1. La piedra

Pedro es LA PIEDRA, sobre la cual se edificará la Iglesia, la comunidad del pueblo de Dios. La Iglesia es como una construcción, que se edifica a partir de los cimientos. Y el cimiento, una vez colocado, debe quedar ahí para que el edificio no se venga abajo.

Pedro y sus sucesores, los Papas, son el fundamento visible de la construcción. Porque el fundamento invisible es el mismo Señor Jesucristo. Y ese doble cimiento es la garantía de la victoriosidad de la Iglesia a través de los siglos.


2. Las llaves

La otra imagen con la cual Jesús le explica a Pedro su tarea, es la de LAS LLAVES. Simboliza la autoridad sobre la casa, la potestad de disponer, de dejar entrar y de echar de la casa.

Así Pedro es nombrado mayordomo en el Reino de Dios. Sus decisiones realizadas en la tierra, quedan ratificadas en el cielo. Pedro, y con él sus sucesores, son intermediarios indispensables para el acceso normal al Reino de los Cielos. Cristo es la cabeza de la Iglesia, pero los Papas son sus vicarios, sus representantes visibles en la tierra.

La primera lectura de hoy, I Pedro 5,1-4, nos habla de otro aspecto de la tarea de San Pedro: él es el pastor del rebaño de Dios. Y allí se nos insinúa un tercer símbolo:


3. El cayado

Se trata del CAYADO DEL PASTOR. El bastón que es guía y sostén del pastor durante sus interminables recorridos. Como bastón de mando o báculo del Papa es signo de poder y autoridad. Cristo, al volver al Padre, no pensó dejar al frente de los suyos un "líder" o un "director", sino un pastor, tal como él lo había sido. Por eso pasó a Pedro su cayado pastoral, para que lo lleve hasta su muerte y lo legue, a su vez, a sus sucesores. Y es así como nació el papado.

Y no se le encargó a Pedro esta tarea en premio a su santidad, ni porque fuera mejor que los demás apóstoles. El papel de Pedro se debe únicamente a la voluntad amorosa de Cristo. Y lo mismo sus sucesores que continúan esa misión de pastoreo encomendada por Jesús. Ésta es la razón por la que las ovejas de hoy nos sentimos ligadas al Pedro actual.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Autor: Padre Nicolás Schwizer

lunes, 24 de febrero de 2014

Las perlas que le damos a Dios

Sembrando Esperanza II. Vivimos en un mundo de apariencias, en donde no importa lo que sea, lo importante es que brille.

No todo lo que brilla es oro. Vivimos en un mundo de apariencias, en donde no importa lo que sea, lo importante es que brille; sea cantante, actor, cosa, marca de ropa o de tenis. Por fuera muy "nice", pero por dentro quién sabe. No importa que no sea Nike, lo importante es que diga nike, así hacemos la finta que llevamos unos tenis de marca, de renombre mundial. En el fondo sabemos que es una marca "patito", pero no importa, aquí lo que vale es que todos crean que es de marca, incluso, hasta yo me la creo.

Todos conocemos a la urraca, ella tiene la manía de agarrar todo lo que brilla y llevárselo a su nido. En poco tiempo tiene muchas cosas que brillan pero sin ningún valor, así nos puede pasar a nosotros. Basta ver nuestras habitaciones y nos daremos cuenta que nos parecemos a esta ave, vamos guardando cosas sin necesidad y sin valor, tenemos muchas cosas que sobran, tenemos que cuidarnos, pues no todo lo que brilla es oro...

Qué peligro es el vivir de apariencias, aparentar que somos perlas de verdad y que las poseemos y, en el fondo, no ser y no tener mas que una perla falsa.

Tu peso y tu valor son tus convicciones, principios y metas. Dios nos ha prometido la VIDA ETERNA, la meta última de nuestra vida, esa es la verdadera vida, la que vale...

Daniela era una linda niña de cinco años, de ojos relucientes. Un día, mientras visitaba una tienda con su mamá, Daniela vio un collar de perlas de plástico que costaba 100 pesos. "¡Cuánto deseo poseerlo!" -dijo Daniela-. Preguntó a su mamá si se lo compraría, su mamá le dijo: "Hagamos un trato, yo te compraré el collar y cuando lleguemos a casa haremos una lista de tareas que podrás realizar para pagar el collar, y no te olvides que para tu cumpleaños es muy posible que tu abuelita te regale unos 50 pesos, ¿está bien?" Daniela estuvo de acuerdo y su mamá compró el collar de perlas.

Daniela trabajó con tesón todos los días para cumplir con sus tareas, y tal como su mamá le mencionara, su abuelita le regaló un dólar para su cumpleaños. En poco tiempo, Daniela canceló su deuda.

Daniela amaba sus perlas, las llevaba puestas a todas partes. El único momento que no las usaba era cuando se bañaba, su mamá le había dicho que las perlas con el agua ¡le pintarían el cuello de verde!

Daniela tenía un padre que la quería muchísimo. Cuando Daniela iba a su cama, él se levantaba de su sillón para leerle su cuento preferido. Una noche, cuando terminó el cuento, le dijo: "Daniela, ¿tú me quieres?", "¡Oh si papá, tú sabes que te quiero!" -respondió Daniela-. "Entonces, regálame tus perlas". "¡Oh papá, no mis perlas!" -dijo Daniela- "pero te doy a Rosita, mi muñeca favorita, ¿la recuerdas? tú me la regalaste el año pasado para mi cumpleaños y te doy su ajuar también, ¿está bien papá? ". "Oh no hijita, no importa" -dijo su padre-.

Una semana después, nuevamente su papá le preguntó al terminar el cuento: "Daniela, ¿tú me quieres?", "¡Oh si papá, tú sabes que te quiero!", "regálame tus perlas" -dijo su padre-. "¡Oh, papá, no mis perlas!, pero te doy a Lazos, mi caballo de juguete, ¿lo recuerdas? es mi favorito, su pelo es tan suave y tú puedes jugar con él y hacerle trencitas.

"Tú puedes tenerlo si quieres papá". "Oh no hijita", le dijo su papá dándole un beso en la mejilla, "Dios te bendiga, felices sueños".

Algunos días después, cuando el papá de Daniela entró a su dormitorio para leerle un cuento, Daniela estaba sentada en su cama y le temblaban los labios, "toma papá" -dijo-, y estiró su mano. La abrió, y en su interior estaba su querido collar, el cual entregó a su padre. Con una mano él tomo las perlas de plástico y, con la otra, extrajo de su bolsillo una cajita de terciopelo azul. Dentro de la cajita había unas hermosas perlas genuinas. Él las había tenido todo este tiempo esperando que Daniela renunciara a la baratija para poder darle la pieza de valor.

Aprovecha para hacer un pequeño inventario no solo de las cosas falsas que tienes en el cuarto sino, sobre todo, de tus actitudes y comportamientos que muchas veces son artificiales y que Dios espera que los dejes, para que Él te pueda dar lo que es verdaderamente valioso.

Vivimos en un mundo con mucha superficialidad que nos ofrece gato por liebre; no seamos ingenuos, vayamos a las perlas auténticas, a los tesoros que sí valen, estos están dentro de tu corazón y es Dios quien te los da, ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo si pierde su alma?... El cielo es la gran perla...

Autor: P. Dennis Doren LC

viernes, 21 de febrero de 2014

Eucaristía, amor de Cristo hasta el extremo

Cristo se ha quedado solo para ti en la Eucaristía, como si tú solo lo visitaras, allí esta a todas horas, solo para ti.

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo. Los suyos entonces eran los que le veían: Juan y Pedro y los demás compañeros. Hoy los suyos somos tú y yo, todos nosotros; por lo tanto: "Habiendo amado a los suyos, es decir, a los que hoy están en el mundo, los ama hasta el extremo.

Esto es la Eucaristía: el amor de Cristo hasta el extremo para ti, para mí, durante toda la vida. Porque la Eucaristía es poner a tu disposición toda la omnipotencia, bondad, amor y misericordia de Dios, todos los días y todas las horas de tu vida. En cada sagrario del mundo Cristo está para ti todos los días de tu vida. Según sus mismas palabras: "Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Al decir con vosotros, es decir contigo, conmigo.

El sol no te alumbra o calienta menos a ti cuando alumbra o calienta a muchos. Si tú solo disfrutas del sol, o hay millones de gentes bajo sus rayos, el sol te calienta lo mismo... te calienta con toda su fuerza.

Así, Cristo se ha quedado solo para ti en la Eucaristía, como si tú solo lo visitaras, tú solo comulgaras, tú solo asistieras a la misa. Allí esta, pues, Cristo, medicina de tus males; pero pide como el leproso: "Señor, si quieres, puedes curarme". Pide como Bartimeo: "Hijo de David, ten compasión de mí". Pide como el ladrón: " Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino". Allí esta a todas horas, solo para ti, el único bien verdadero, el único bien perdurable, el único amigo sincero, el único amigo fiel; el único que nos tiende la mano y nos ayuda y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la la vejez, en la tumba y en la eternidad. Cada uno tiene sus problemas, fallos, miedos, soberbia... tráelos aquí; verás cómo se solucionan. Cristo tiene soluciones.

¿Quieres, necesitas consuelo, fortaleza, santidad, alguna gracia en especial? Sólo pídela con fe, y no tengas miedo de pedir milagros, porque todo es posible para el que cree.

Jesús ha querido quedarse en el Sagrario para darnos una ayuda permanente.

Autor: P. Mariano de Blas LC