"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 17 de julio de 2013

EL PAPA BUENO Y EL PAPA GRANDE

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Bueno y Grande son dos adjetivos que podrían situarse junto al nombre de los papas que he conocido. He aprendido a amarlos a todos porque representan a Cristo. Pero cuando el sensus fidei, la nariz católica del Pueblo de Dios lo dice de alguien en particular, no dudo de que tiene un sentido. Es muy natural llamar a Juan XXIII el Papa Bueno y otorgar el título de Grande a Juan Pablo II, unidos porque se ha comunicado conjuntamente la canonización de ambos, otro gesto de Francisco, el Papa Sencillo.

        Podría pensarse en una bondad del Papa Juan derivada de sus grandes encíclicas sociales, o de la convocatoria del Concilio Vaticano II con el que buscaba una notable mejora de la Iglesia, un mayor diálogo con el mundo, una mejor relación entre  la fe y la razón. Pero posiblemente pensamos que no fue por ninguno de esos motivos. Con Machado, podríamos decir que fue un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, tanto que va a ser canonizado, lo que significa que, ayudado por la gracia de Dios, se ha identificado con Cristo ejercitando las virtudes  heroicamente.

         No puedo olvidar aquello que dijo a san Josemaría en la inicial audiencia que le concedió: La primera vez que oí hablar del Opus Dei me dijeron que era una institución imponente que hacía mucho bien. La segunda vez, que era una institución imponentísima que hacía muchísimo bien. Estas palabras entraron por mis oídos, pero... el cariño por el Opus Dei se quedó en mi corazón.

        Juan Pablo II el Grande. También podría pensarse en su largo pontificado, en los cientos de miles de kilómetros recorridos, sus catorce encíclicas, las Jornadas Mundiales de la Juventud y de la Familia, el Catecismo, los sínodos convocados, su fuerza comunicadora, etc. Pero pienso que este papa no se le llama Grande por eso o, en todo caso, es una partecita de su grandeza.

        Juan Pablo II es Grande porque es un campeón de la santidad, que mostró en el atentado sufrido, en la salud y en las duras enfermedades padecidas. Él comprendió muy bien algo dicho por Pablo VI: que el fruto más precioso del concilio último había sido el solemne recuerdo de la llamada a la santidad para todos en todas las tareas honradas. Como sus predecesores, quizá por eso entendió muy bien a san Josemaría, considerado precursor del  concilio, justamente por haber predicado desde el 2 de octubre de 1928, con una especial luz de Dios, esa misma idea sencilla, que no sé si captamos a fondo.


        Lo recogía la estampa que se ha utilizado para pedir  que fuera introducido en el número de los santos: "Él, confiando totalmente en tu infinita misericordia (de Dios) y en la maternal intercesión de María, nos ha mostrado una imagen viva de Jesús Buen Pastor, indicándonos la santidad, alto grado de la vida cristiana ordinaria, como camino para alcanzar la comunión eterna Contigo".

En vacaciones...la vida interior... ¿qué?

No olvidemos, porque estamos de vacaciones, todo el esfuerzo que hicimos para mejorar día con día cuando estábamos en tiempo de trabajo 


Sería interesante preguntarnos si la vida interior puede o debe tener vacaciones.

Primero partiremos de lo que significa o encierra la palabra: vacación.

Vacación es la suspensión del trabajo o del estudio durante algún tiempo y este tiempo de asueto, descanso y recreo que siempre ha sido sumamente necesario para el hombre, lo es mucho más para el hombre de nuestros días. Y al decir el hombre nos referimos también a la mujer y a los pequeños y grandes estudiantes que llevan un tiempo largo y sostenido en sus quehaceres y trabajos.

El periodo de vacaciones es muy saludable para la mente y para el cuerpo pues la rutina y el esfuerzo de la vida diaria pueden llegar a sumirnos en el estrés y por lo tanto al menor rendimiento de nuestras capacidades. Todo esto lo sabemos y está muy bien hasta ahí, pero.. ¿y la vida interior... el espíritu?

Decididamente es otra parte de la que sabemos se compone el hombre y no puede entrar en vacaciones. El enemigo acecha, siempre está alerta... él no tiene vacaciones. 

Darle vacaciones a nuestra vida interior sería empezar a perder terreno en la batalla del bien contra el mal.

Nuestro espíritu se nutre de la oración, de la meditación, de la cercanía de los Sacramentos y de la presencia de Dios.

Estamos de acuerdo que el cambio en nuestro modo de vivir por vacaciones hará un poco distinto lo habitual pero hemos de procurar dar en todo momento un lugar preponderante a esta parte íntima de nuestro ser.

Hemos de acrecentar el deseo de orar, de elevar nuestra alma al Creador al contemplar una puesta de sol, quizá el mar, quizá la montaña. ¿Quién no puede encontrar, si quiere, un momento para darle gracias a Dios por el lindo día de campo, de viaje, de museos, de alegre diversión, de descanso, de encuentro con amigos o familiares distantes y pedirle nos siga bendiciendo y aumentando nuestra fe, en el siguiente día?

¿Quién no puede, si se lo propone, cumplir con el precepto de la Misa los domingos y tratar de buscar la palabra adecuada, la semilla buena, dejada caer como al azar, para que más tarde germine en el alma de quien tuvimos la ocasión de tratar en un viaje, o en una reunión?

Las vacaciones de nuestro espíritu son un mayor acercamiento a Dios. Ahí se robustece, ahí cobra mayor vigor.

No olvidemos, porque estamos de vacaciones, todo el esfuerzo que hicimos para mejorar día con día cuando estábamos en tiempo de trabajo, por el contrario, empeñemos en obtener, donde quiera que estemos, un mejoramiento y superación en nuestra vida interior y el recuerdo de, que por donde pasamos, intentamos dejar una huella de luz para los demás.


Autor: Ma. Esther De Ariño.

martes, 16 de julio de 2013

La Virgen del Carmen ...y el escapulario

El escapulario no salva por sí solo como si fuera algo mágico o de buena suerte, ni es una excusa para evadir las exigencias de la vida cristiana. 
El próximo 16 de Julio (hoy) recordaremos a Nuestra Señora del Carmen. Reflexionemos hoy un poco sobre esta advocación y las grandes promesas de su escapulario.

Los carmelitas tienen, entre otros, el mérito de haber llevado esta advocación mariana a todos los estratos del pueblo cristiano. 

En el siglo XII algunos eremitas se retiraron al Monte Carmelo, con San Simón Stock. 

La Virgen Santísima prometió a este santo un auxilio especial en la hora de la muerte a los miembros de la orden carmelitana y a cuantos participaran de su patrocinio llevando su santo escapulario. 

Los Carmelitas han sido conocidos por su profunda devoción a la Santísima Virgen. Ellos interpretaron la nube de la visión de Elías (1 Reyes 18, 44) como un símbolo de la Virgen María Inmaculada. Ya en el siglo XIII, cinco siglos antes de la proclamación del dogma, el misal Carmelita contenía una Misa para la Inmaculada Concepción.


La estrella del Mar y los Carmelitas.

Los marineros, antes de la edad de la electrónica, dependían de las estrellas para marcar su rumbo en el inmenso océano. De aquí la analogía con La Virgen María quien como, estrella del mar, nos guía por las aguas difíciles de la vida hacia el puerto seguro que es Cristo.

Por la invasión de los sarracenos, los Carmelitas se vieron obligados a abandonar el Monte Carmelo. Una antigua tradición nos dice que antes de partir se les apareció la Virgen mientras cantaban el Salve Regina y ella prometió ser para ellos su Estrella del Mar. Por ese bello nombre conocían también a la Virgen porque el Monte Carmelo se alza como una estrella junto al mar.


Los Carmelitas y la Virgen del Carmen se difunden por Europa.

La Virgen Inmaculada, Estrella del Mar, es la Virgen del Carmen, es decir a la que desde tiempos remotos allí se venera. Ella acompañó a los Carmelitas a medida que la orden se propagó por el mundo. A los Carmelitas se les conoce por su devoción a la Madre de Dios, ya que en ella ven el cumplimiento del ideal de Elías. Incluso se le llamó: "Los hermanos de Nuestra Señora del Monte Carmelo". En su profesión religiosa se consagraban a Dios y a María, y tomaban el hábito en honor ella, como un recordatorio de que sus vidas le pertenecían a ella, y por ella, a Cristo.


¿Qué es el Escapulario carmelita?

Los seres humanos nos comunicamos por símbolos. Así como tenemos banderas, escudos y también uniformes que nos identifican. Las comunidades religiosas llevan su hábito como signo de su consagración a Dios.

Los laicos no pueden llevar hábito, pero los que desean asociarse a los religiosos en su búsqueda de la santidad pueden usar el escapulario. La Virgen dio a los Carmelitas el escapulario como un hábito miniatura que todos los devotos pueden llevar para significar su consagración a ella. Consiste en un cordón que se lleva al cuello con dos piezas pequeñas de tela color café, una sobre el pecho y la otra sobre la espalda. Se usa bajo la ropa. Junto con el rosario y la medalla milagrosa, el escapulario es uno de los mas importantes sacramentales marianos.

Dice San Alfonso Ligorio, doctor de la Iglesia: "Así como los hombres se enorgullecen de que otros usen su uniforme, así Nuestra Señora Madre María está satisfecha cuando sus servidores usan su escapulario como prueba de que se han dedicado a su servicio, y son miembros de la familia de la Madre de Dios."


El escapulario es un sacramental.

Un sacramental es un objeto religioso que la Iglesia haya aprobado como signo que nos ayuda a vivir santamente y a aumentar nuestra devoción. Los sacramentales deben mover nuestros corazones a renunciar a todo pecado, incluso al venial.

El escapulario, al ser un sacramental, no nos comunica gracias como hacen los sacramentos. Las gracias nos vienen por nuestra respuesta de amor a Dios y de verdadera contrición del pecado, lo cual el sacramental debe motivar.


¿Cómo surgió el escapulario?

La palabra escapulario viene del Latín "scapulae" que significa "hombros". Originalmente era un vestido superpuesto que cae de los hombros y lo llevaban los monjes durante su trabajo. Con el tiempo se le dio el sentido de ser la cruz de cada día que, como discípulos de Cristo llevamos sobre nuestros hombros. Para los Carmelitas particularmente, pasó a expresar la dedicación especial a la Virgen Santísima y el deseo de imitar su vida de entrega a Cristo y a los demás.


La Virgen María entrega el escapulario el 16 de julio de 1251.

En el año 1246 nombraron a San Simón Stock general de la Orden Carmelita. Este comprendió que, sin una intervención de la Virgen, a la orden le quedaba poco tiempo. Simón recurrió a María poniendo la orden bajo su amparo, ya que ellos le pertenecían. En su oración la llamó "La flor del Carmelo" y la "Estrella del Mar" y le suplicó la protección para toda la comunidad.

En respuesta a esta ferviente oración, el 16 de julio de 1251 se le aparece la Virgen a San Simón Stock y le da el escapulario para la orden con la siguiente promesa: 

"Este debe ser un signo y privilegio para ti y para todos los Carmelitas: quien muera usando el escapulario no sufrirá el fuego eterno"

Aunque el escapulario fue dado a los Carmelitas, muchos laicos con el tiempo fueron sintiendo el llamado de vivir una vida mas comprometida con la espiritualidad carmelita y así se comenzó la cofradía del escapulario, donde se agregaban muchos laicos por medio de la devoción a la Virgen y al uso del escapulario. La Iglesia ha extendido el privilegio del escapulario a los laicos.


Explicación de la Promesa:

Muchos Papas, santos como San Alfonso Ligorio, San Juan Bosco, San Claudio de la Colombiere, y San Pedro Poveda, tenían una especial devoción a la Virgen del Carmen y llevaban el escapulario. Santos y teólogos católicos han explicado que, según esta promesa, quien tenga la devoción al escapulario y lo use, recibirá de María Santísima a la hora de la muerte, la gracia de la perseverancia en el estado de gracia (sin pecado mortal) o la gracia de la contrición (arrepentimiento). Por parte del devoto, el escapulario es una señal de su compromiso a vivir la vida cristiana siguiendo el ejemplo perfecto de la Virgen Santísima.


El escapulario tiene 3 significados:

·  El amor y la protección maternal de María: El signo es una tela o manto pequeño. Vemos como María cuando nace Jesús lo envuelve en un manto. La Madre siempre trata de cobijar a sus hijos.

Envolver en su manto es una señal muy maternal de protección y cuidado. Señal de que nos envuelve en su amor maternal. Nos hace suyos. Nos cubre de la ignominia de nuestra desnudes espiritual.

Vemos en la Biblia:

-Dios cubrió con un manto a Adán y Eva después de que pecaron. (manto - signo de perdón)

-Jonás le dio su manto a David: símbolo de amistad -Elías dio su manto a Eliseo y lo llenó de su espíritu en su partida.

-S. Pablo: revístanse de Cristo: vestirnos con el manto de sus virtudes.

·  Pertenencia a María: Llevamos una marca que nos distingue como sus hijos escogidos. El escapulario se convierte en el símbolo de nuestra consagración a María.

Consagración: ´pertenecer a María´ es reconocer su misión maternal sobre nosotros y entregarnos a ella para dejarnos guiar, enseñar, moldear por Ella y en su corazón. Así podremos ser usados por Ella para la extensión del Reino de su Hijo.

-En 1950 Papa Pío XII escribió acerca del escapulario: "que el escapulario sea tu signo de consagración al Inmaculado Corazón de María, lo cual estamos particularmente necesitando en estos tiempos tan peligrosos". Quien usa el escapulario debe ser consciente de su consagración a Dios y a la Virgen y ser consecuente en sus pensamientos, palabras y obras. Dice Jesús: "Cargad con mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera". (Mt 11:29). El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar, pero que María nos ayuda a llevar. El escapulario es un signo de nuestra identidad como cristianos, vinculados íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación, lo que exige que seamos pobres, castos y obedientes por amor. 

Al usar el escapulario constantemente estamos haciendo silenciosa petición de asistencia a la Madre, y ella nos enseña e intercede para conseguirnos las gracias para vivir como ella, abiertos de corazón al Señor, escuchando su Palabra, orando, descubriendo a Dios en la vida diaria y cercanos a las necesidades de nuestros hermanos, y nos está recordando que nuestra meta es el cielo y que todo lo de este mundo pasa. En la tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden dice: "No lleguemos a la conclusión de que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos...Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la omnipotencia suplicante de la Madre de la Misericordia." 


·  El suave yugo de Cristo: "Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mi, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana". (Mt 11:29-30)

-El escapulario simboliza ese yugo que Jesús nos invita a cargar pero que María nos ayuda a llevar.

Quién lleva el escapulario debe identificarse como católico sin temor a los rechazos y dificultades que ese yugo le traiga.

Se debe vivir lo que significa

El escapulario es un signo de nuestra identidad como católicos, vinculados de íntimamente a la Virgen María con el propósito de vivir plenamente según nuestro bautismo. Representa nuestra decisión de seguir a Jesús por María en el espíritu de los religiosos pero adaptado a la propia vocación. Esto requiere que seamos pobres (un estilo de vida sencillo sin apegos materiales), castos y obedientes por amor a Dios.

En momentos de tentación, tomamos el escapulario en nuestras manos e invocamos la asistencia de la Madre, resueltos a ser fieles al Señor. 

Ella nos dirige hacia el Sagrado Corazón de su Hijo Divino y el demonio es forzado a retroceder vencido.

Imposición del Escapulario:

El primer escapulario debe ser bendecido por un sacerdote e impuesto por él mientras dice:

"Recibe este escapulario bendito y pide a la Virgen Santísima que por sus méritos, lo lleves sin ninguna mancha de pecado y que te proteja de todo mal y te lleve a la vida eterna"


¿Puede darse el escapulario a quien no es católico?

Sí. El escapulario es signo de la Maternidad Espiritual de María y debemos recordar que ella es madre de todos. Muchos milagros de conversión se han realizado en favor de buenos no-católicos que se han decidido a practicar la devoción al escapulario. 


Conversiones.

Un anciano fue llevado al Hospital de San Simón Stock en la ciudad de Nueva York, inconsciente y moribundo. La enfermera al ver al paciente con el Escapulario Carmelita llamó a un sacerdote. Mientras rezada las oraciones por el moribundo, éste recobró el conocimiento y dijo: "Padre, yo no soy católico". "¿Entonces, ¿por qué está usando el Escapulario Carmelita?", preguntó el sacerdote. "He prometido a mis amigos usarlo", explicó el paciente. "Además rezo un Ave María diariamente." "Usted se está muriendo" replicó el sacerdote. "¿Quiere hacerse católico?" ´Toda mi vida lo he deseado", contestó el moribundo. Fue bautizado, recibió la Unción de los Enfermos antes de fallecer en paz. 


Alerta contra abusos:

El escapulario NO salva por sí solo como si fuera algo mágico o de buena suerte, ni es una excusa para evadir las exigencias de la vida cristiana. Mons. Kilian Lynch, antiguo general de la Orden Carmelita nos dice: "No lleguemos a la conclusión que el escapulario está dotado de alguna clase de poder sobrenatural que nos salvará a pesar a pesar de lo que hagamos o de cuanto pequemos... Una voluntad pecadora y perversa puede derrotar la ´omnipotencia suplicante´ de la madre de la misericordia."

Los Papas y Santos han muchas veces alertado acerca de no abusar de la promesa de nuestra madre como si nos pudiéramos salvar llevando el escapulario sin conversión. El Papa Pío XI nos advierte: "aunque es cierto que la Virgen María ama de manera especial a quienes son devotos de ella, aquellos que desean tenerla como auxilio a la hora de la muerte, deben en vida ganarse dicho privilegio con una vida de rechazo al pecado y viviendo para darle honor."

Vivir en pecado y usar el escapulario como ancla de salvación es cometer pecado de presunción ya que la fe y la fidelidad a los mandamientos es necesaria para todos los que buscan el amor y la protección de Nuestra Señora.

San Claude de la Colombiere advierte: "Tu preguntas: ¿y si yo quisiera morir con mis pecados?, yo te respondo, entonces morirás en pecado, pero no morirás con tu escapulario."


Oración a la Virgen del Carmen

Súplica para tiempos difíciles

"Tengo mil dificultades:
ayúdame.
De los enemigos del alma:
sálvame.
En mis desaciertos:
ilumíname.
En mis dudas y penas:
confórtame.
En mis enfermedades:
fortaléceme.
Cuando me desprecien:
anímame.
En las tentaciones:
defiéndeme.
En horas difíciles:
consuélame.
Con tu corazón maternal:
ámame.
Con tu inmenso poder:
protégeme.
Y en tus brazos al expirar:
recíbeme.
Virgen del Carmen, ruega por nosotros.
Amén."


Autor: Archidiócesis de Madrid.

lunes, 15 de julio de 2013

El tren de la vida

Nuestra vida es como un viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de accidentes en el camino, de sorpresas, con subidas y bajadas. 


Un día, lleno de luz y brillo, leía un libro que comparaba la vida con un viaje en tren. Era una metáfora extremadamente interesante ya que interpretaba correctamente lo que quería expresar. Ella decía algo así como las siguientes humildes palabras: 

Nuestra vida es como un viaje en tren, llena de embarques y desembarques, de pequeños accidentes en el camino, de sorpresas agradables, de alertas falsas y verdaderas, con algunas subidas y bajadas tristes, con subidas y bajadas de alegría. Cuando nacemos y subimos al tren, encontramos dos personas queridas, nuestros padres, que nos harán conocer el "Gran" viaje hasta alguna parte del camino. Lamentablemente, ellos en alguna estación se bajarán para no volver a subir más. Quedaremos huérfanos de su cariño, protección y afecto. Pero a pesar de esto, nuestro viaje continuará. 

Conoceremos a otras interesantes personas, durante la larga travesía. Subirán nuestros hermanos, amigos y amores. Muchos de ellos sólo realizarán un corto paseo, otros estarán siempre a nuestro lado compartiendo alegrías y tristezas. 

En el tren también viajarán personas que andarán de vagón en vagón para ayudar a quien lo necesite. Muchos se bajarán y dejarán recuerdos imborrables. Otros en cambio viajarán ocupando asientos, sin que nadie perciba que están allí sentados. Es curioso ver como algunos pasajeros a los que queremos, prefieren sentarse alejados de nosotros, en otros vagones. Eso nos obliga a realizar el viaje separados de ellos. Pero eso no nos impedirá, con alguna dificultad, acercarnos a ellos. Lo difícil es aceptar que a pesar de estar cerca, no podremos sentarnos juntos, pues muchas veces otras son las personas que los acompañan. 

Este viaje es así, lleno de atropellos, sueños, fantasías, esperas, llegadas y partidas. Sabemos que este tren sólo realiza un viaje: el de ida. Tratemos, entonces de viajar lo mejor posible, intentando tener una buena relación con todos los pasajeros, procurando lo mejor de cada uno de ellos, recordando siempre que, en algún momento del viaje alguien puede perder sus fuerzas y deberemos entender eso. A nosotros también nos ocurrirá lo mismo seguramente. Alguien nos entenderá y ayudará. 

El gran misterio de este viaje es que no sabemos en cual estación nos tocará descender. Pero creo que será hermoso ver continuar el camino de mis hijos. Separarme del amor a la vida será algo doloroso, pero tengo la esperanza de que en algún momento nos volveremos a encontrar en la estación principal y tendré la emoción de verlos llegar con mucha más experiencia de la que tenían al iniciar el viaje. Seré feliz al pensar que en algo pude colaborar para que ellos hayan crecido como buenas personas. 

Ahora, en este momento, el tren disminuye la velocidad para que suban y bajen personas. Mi emoción aumenta a medida que el tren va parando. ¿Quién subirá?, ¿Quién será?. Me gustaría que USTED pensase que, desembarcar del tren, no es sólo una representación del término de una historia que dos personas construyeron. Estoy feliz de ver como ciertas personas, como nosotros, tienen la capacidad de reconstruir para volver a empezar; y eso es señal de lucha y garra. Saber vivir es poder obtener lo mejor de todos los pasajeros. Agradezco a DIOS porque estemos realizando este viaje juntos y a pesar de que nuestros asientos no estén juntos, con seguridad el vagón es el mismo.


Autor: Cortesía Tereza Leticia.

domingo, 14 de julio de 2013

LA LEALTAD COMO ESTILO

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Recientemente, fotografié esta súplica de san Josemaría, escrita de su puño y letra en 1970: Madre mía y Señora mía de Torreciudad, Reina de los ángeles, mostra te esse Matrem, y haznos buenos hijos: hijos fieles. Al recibir la noticia de la aprobación del milagro que posibilita la beatificación de Don Álvaro del Portillo, vinieron a mi mente estas palabras porque siempre he pensado en él como el hijo más fiel del fundador del Opus Dei y, por supuesto, de la Iglesia.
        El mismo día de la citada noticia, desde monseñor Echevarría a varios cardenales, todos resaltaban esa virtud en el Obispo del Portillo. Y no precisamente por ser un lugar común, sino porque destacaba con una claridad meridiana. Con verdad y un cierto sentido del humor, monseñor Escrivá de Balaguer le dedicaba en1949 un ejemplar de Camino con estas palabras: Para mi hijo Álvaro, que, por servir a Dios, ha tenido que torear tantos toros. Esa "lidia" fue  su fiel acompañamiento al fundador en toda clase de circunstancias, entre las que no faltaron las incomprensiones, calumnias, escaseces, el dolor de una guerra, el hambre de una posguerra, la búsqueda de un molde jurídico adecuado al Opus Dei y tantas cosas más.
        Recuerdo que el día de su Santo de 1974, mientras estaba ausente, san Josemaría nos decía más o menos estas palabras: yo querría que le imitaseis en muchas cosas, pero sobre todo en la lealtad. Afirmaba también que había puesto muchas veces sus espaldas para cargar con los "palos" destinados al fundador.
        Tuve la fortuna de llevarlo muchas veces en coche a diversos dicasterios de la curia romana, especialmente al de la Doctrina de la Fe, del que era consultor, o a otros lugares, por ejemplo, al dentista. Siempre que le resultaba posible -era lo habitual- me avisaba el día anterior y me indicaba lo que duraría la gestión, para que me organizase del modo que me conviniera. En bastantes ocasiones, pensé en temas de conversación que le ayudaran a descansar pero, inevitablemente, era siempre él quien me entretenía con una amabilidad encantadora y, por supuesto, no exenta de un trasfondo formativo. Tenía dos temas preferidos: la Iglesia y san Josemaría. Por medio de anécdotas, me ayudaba a crecer en estos amores, que llevaba clavados en el alma.
        Cuando salía de una reunión, me explicaba quienes eran los participantes que se iban despidiendo. Un día, con un cariño y una disculpa indecibles, me contó cómo había quedado el ritual de la Penitencia, donde se indicaba que el penitente leyera algún pasaje de la Sagrada Escritura alusivo al sacramento. Comentó que era una idea muy bonita, que se le había ocurrido a un buen Arzobispo amigo suyo, pero de difícil cumplimiento. Ese Arzobispo, decía disculpándolo, siempre se había dedicado a tareas de oficina y no podía saber lo que eso suponía para el penitente. También me dijo que San Josemaría había tomado una frase breve del Evangelio para poder realizarlo con facilidad. Después no he visto a casi nadie hacer aquello, salvo lo dispuesto por el fundador del Opus Dei.
        Tenía un curriculum formidable: ingeniero de Caminos, doctor en Historia, Doctor en Derecho Canónico, muchos encargos de la Santa Sede como su participación activa en el Concilio Vaticano II. Juan XXIII le nombró consultor de la Sagrada Congregación del Concilio (1959-66). En las etapas previas al Vaticano II, fue presidente de la Comisión para el Laicado. Ya en el curso del Concilio (1962-65) fue secretario de la Comisión sobre la Disciplina del Clero y del Pueblo Cristiano. Terminado este evento eclesial, Pablo VI le nombró consultor de la Comisión postconciliar sobre los Obispos y el Régimen de las Diócesis (1966). Fue también, durante muchos años, consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Sólo recuerdo esto para destacar su sencillez y espíritu de servicio. Por ejemplo, aunque nos acompañara un tercero en el automóvil, él siempre se sentaba al lado del conductor.
        Podría contar mis abundantes pifias llevando el coche siempre disculpadas antes de que se consumasen o diciendo que el error era de otros. Un día me metí en medio de un mercado callejero hasta que un policía me impidió seguir adelante y se desentendió de mi. La marcha atrás me parecía imposible entre los apretados puestos de hortalizas, a mi derecha, estaba cortada la calle y a mi izquierda era dirección prohibida. D. Álvaro me iba diciendo frases tranquilizadoras y cuando opté por la dirección prohibida, continuó en el mismo tono: haces bien en marchar por aquí porque qué culpa tenemos "nosotros".

        Cuando logró la erección del Opus Dei en Prelatura Personal, Juan Pablo II quiso hacerlo obispo enseguida. Se negó a aceptar diciendo que dimitiría si era nombrado porque no quería ni la posibilidad de que un sólo hijo suyo pudiera pensar que había organizado todo aquello para ser obispo. Lo fue bastante más tarde. Un último recuerdo. Volví a Roma en 1976. Al recibirme, dijo cariñosamente: ¡mi viejo chofer!, pero ahora mi hijo, que es mucho más importante. El importante era él, pero no pensaba en sí mismo. Por eso Juan Pablo II fue a orar ante su cadáver.

domingo, 7 de julio de 2013

Madre, no he sabido ser un buen hijo

Por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo, incluso, y sin haberlo agradecido 
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Nos hablaron de María en el sermón de la Iglesia: Bajaste los ojos tristes. ¡Qué Madre tan grande, tan maravillosa; Madre Purísima, Santísima, tan desperdiciada!

No has sabido ser buen hijo; ¡qué lejos de serlo! Has vivido a tu cuenta y riesgo la dureza de la orfandad; pero Ella sigue siendo tan buena madre como siempre: por Ella has logrado grandes cosas, sin merecerlo, sin saberlo, incluso, y sin haberlo agradecido.

Si antes no supiste o no quisiste hacerte digno de María Santísima, ahora, ¿cuál va a ser tu comportamiento con Ella? De ahora en adelante..., siempre dices así cuando terminas unos ejercicios, y ahora también lo dices; pero ser santo requiere agallas más duras que las de quien dice: "Ahora sí". Renovarse, nunca jamás, a pesar de las caídas, las crisis, las sequedades, tan duras, eso es querer la santidad. 

Estás asustado de cómo te doblan, como a junco ribereño, los vientos débiles del norte; necesitas templarte y endurecerte a todos los vientos y tempestades; tienes que pasar la prueba del persistir como si tal cosa: la prueba del hastío, del no siento, del no tengo ganas, la dura prueba de la tentación insistente, que se enrosca en la sicología como pitón. Tres veces rogaste al Señor que se apartara de ti; más de tres y cuatro veces has rogado que el estigma de Satanás te sea retirado, pero el estigma sigue metido en la carne.

A Pablo le dijeron: "Te basta mi gracia, porque en la debilidad se perfecciona la virtud". Y a ti te dicen lo mismo.


Autor: P. Mariano de Blas

sábado, 6 de julio de 2013

Ven a Badajoz, descubre la frontera

Ven a Badajoz, descubre la frontera


Catequesis sobre la familia: El noviazgo (II)

Padre Mario Pezzi Artículos temáticos 

Relaciones prematrimoniales

Hoy más que nunca es oportuno y urgente que los padres expliquen a sus hijos los motivos por los que la Iglesia, verdadera Madre y Maestra, enseña a no tener relaciones prematrimoniales, sino a llevar adelante el noviazgo en el mutuo respeto para el otro, aprendiendo a dominar sus propios instintos y sus propias pasiones, para madurar juntos un auténtico amor que otorgue una base sólida a su matrimonio.
En la Familiaris Consortio se dice al respecto:
La lglesia por su parte no puede admitir tal tipo de unión por motivos ulteriores y originales derivados de la fe. En efecto, por una parte el don del cuerpo en la relación sexual es el símbolo real de la donación de toda la persona; por lo demás, en la situación actual tal donación no puede realizarse con plena verdad sin el concurso del amor de caridad dado por Cristo. Por otra parte, el matrimonio entre dos bautizados es el símbolo real de la unión de Cristo con la Iglesia, una unión no temporal o «ad experimentum», sino fiel eternamente. Por tanto, entre dos bautizados no puede haber más que un matrimonio indisoluble.
Esta situación no puede ser superada de ordinario, si la persona humana no ha sido educada ya desde la infancia, con la ayuda de la gracia de Cristo y no por temor, a dominar la concupiscencia naciente e instaurar con los demás relaciones de amor genuino. Esto no se consigue sin una verdadera educación en el amor auténtico y en el recto uso de la sexualidad (Familiaris Consortio, 80).
Enlace articulo original: http://www.catequesisenfamilia.org/novios/articulos-tematicos/2150-catequesis-sobre-la-familia-el-noviazgo-ii.html

¡No corras a Dios de tu vida!

Cuando Dios no está en nuestras vidas, todo es diferente, nos sentimos vacíos, solos, tristes. ¡Ven con nosotros Señor!

Hay en nuestro mundo una costumbre que se va agudizando cada vez más. Y es la costumbre, incluso diría yo la manía, de ir corriendo a Dios de nuestro mundo. Correrlo de la familia, porque no nos sirve, porque estorba, porque es molesto. Correrlo de la sociedad, correrlo del mundo cultural, correrlo incluso de las iglesias. No queremos saber nada de El.

¿Por qué? Porque nos estorba, nos fastidia, nos molesta. Porque no lo necesitamos ya. Más aún, hay gente que presume de haber logrado este gran triunfo: Ya hemos puesto al hombre en su lugar. No necesitamos de Dios. 

Pero, ¿qué es lo que realmente sucede? El que pierde no es El. El que pierde es el hombre. Y, así, podemos constatar estadísticamente que los lugares donde Dios está ya casi fuera, el hombre se ha vuelto contra sí mismo. Hay, casualmente, más suicidios. Casualmente más egoísmo. Hay, casualmente también, más guerras, más violencia.

¿Por qué en nuestro siglo ha habido tantas guerras, hay tantos desastres, hay tantos suicidios? ¿No será por esa manía de dar un puntapié a Dios y correrlo de nuestro mundo? 

Repito que el que pierde no es El, porque El está tranquilo. El nos ve, El dice: A ver que puede hacer el hombre solo, sin Mí. Y el resultado es trágico. Por eso, hay todavía algunos que le queremos decir a El: No te vayas, por favor, porque entonces nos va a ir muy mal.

¡Pobre hombre! Has corrido a Dios de tu mundo, y te estás muriendo. ¿A quién vas a recurrir ahora?.


Autor: P. Mariano de Blas LC.

viernes, 5 de julio de 2013

Catequesis sobre la familia: El noviazgo (I)


Padre Mario Pezzi Artículos temáticos


El noviazgo a la luz de las Escrituras, de la Tradición y del Magisterio.
El tiempo del noviazgo es un tiempo de gracia particular para descubrir al marido o a la mujer que Dios estableció desde la eternidad. No somos nosotros los que elegimos, según la atracción o la pasión, sino que es Dios el que tiene un diseño sobre aquellos que llama a formar familias cristianas, para dar a luz personas destinadas a la vida eterna.
A la luz de lo que hasta ahora hemos expuesto sobre la «Teología del cuerpo» y el «Sacramento del Matrimonio» se ve cómo tiene una importancia fundamental una adecuada preparación a este sacramento, así como el tiempo de noviazgo.

El Papa Juan Pablo II, refiriéndose a esto en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, que recogía las indicaciones del Sínodo de los obispos, escribía:
En nuestros días es más necesaria que nunca la preparación de los jóvenes al matrimonio y a la vida familiar En algunos países siguen siendo las familias mismas las que, según antiguas usanzas, transmiten a los jóvenes los valores relativos a la vida matrimonial y familiar mediante una progresiva obra de educación o iniciación. Pero los cambios que han sobrevenido en casi todas las sociedades modernas exigen que no solo la familia, sino también la sociedad y la Iglesia se comprometan en el esfuerzo de preparar convenientemente a los jóvenes para las responsabilidades de su futuro. Muchos fenómenos negativos que se lamentan hoy en la vida familiar derivan del hecho de que en las nuevas situaciones, los jóvenes no solo pierden de vista la justa jerarquía de valores, sino que, al no poseer ya criterios seguros de comportamiento, no saben cómo afrontar y resolver las nuevas dificultades. La experiencia enseña en cambio que los jóvenes bien preparados para la vida familiar, en general van mejor que los demás.
Esto vale más aún para el matrimonio cristiano, cuyo influjo se extiende sobre la santidad de tantos hombres y mujeres. Por esto, la Iglesia debe promover programas mejores y más intensos de preparación al matrimonio, para eliminar lo más posible las dificultades en que se debaten tantos matrimonios, y más allí para favorecer positivamente el nacimiento y maduración de matrimonios logrados.
La preparación al matrimonio ha de ser vista y actuada como un proceso gradual y continuo. En efecto, comporta tres momentos principales: una preparación remota, una próxima y otra inmediata (Familiaris Consortio, 66).

El Libro de Tobías: Tobías se casa con Sara
El Papa en las catequesis sobre la Teología del cuerpo, comenta el amor matrimonial cantado en el Cantar de los Cantares y en el Libro de Tobías. En el Libro de Tobías, sapiencial y pedagógico, se subraya cómo el mismo Dios conduce a Tobías al encuentro con Sara conducido por el Ángel, y el Ángel dirá a Tobías las condiciones para poder unirse a Sara que, mientras tanto, se ha convertido en su mujer, sin sucumbir al poder del demonio que había matado a los siete maridos anteriores.
Comentando este texto de la Escritura, que debería servir como guía para todo noviazgo, el Papa dice:
Leemos allí que Sara, hija de Ragüel, había sido anteriormente «dada como esposa a siete hombres» (Tb 6, 14), pero todos habían muerto antes de unirse con ella, esto había sucedido por obra del espíritu maligno, que en el libro de Tobías lleva el nombre de Asmodeo. También el joven Tobías tenía razones para temer una muerte análoga. Cuando pide a Sari por mujer, Ragüel se la entrega, profiriendo unas palabras significativas: «El Señor del Cielo os guíen a buen fin esta noche, hijo mío, y os dé su gracia y su paz» (Tb 7, 11).
Así, el amor de Tobías debía afrontar desde el primer momento la prueba de la vida y de la muerte. Las palabras sobre el amor «fuerte como la muerte» que los esposos del Cantar de los Cantares pronuncian mientras queda embelesado su corazón, asumen aquí el carácter de una prueba real. Si el amor se demuestra fuerte como la muerte, esto sucede sobre todo en el sentido de que Tobías, y junto con él Sara, van sin vacilar hacía esta prueba. Pero en esta prueba de la vida y de la muerte vence la vida, porque durante la primera prueba de la noche de bodas, el amor, sostenido por la oración, se revela más fuerte que la muerte.
Esto se realiza a través de la oración, la cual nació, antes que nada, por las instrucciones dadas por el arcángel Rafael, que había acompañado a Tobías a lo largo de todo su viaje y está escondido detrás del nombre de Azarías.
Azarías-Rafael da al joven Tobías varios consejos sobre cómo librarse de la acción del espíritu maligno, de aquel Asmodeo que había provocado la muerte de los siete hombres a los que Sara había sido dada por mujer anteriormente. Finalmente, él mismo torna la iniciativa en este asunto (cf. Tb 6, 17; 8, 3). Encomienda a Tobías y a Sara sobre todo la oración.
Cuando los padres salieron y cerraron la puerta de la habitación, Tobías se levantó de la cama y llamó a Sara a la oración en común, según las recomendaciones de Rafael-Azarías: «Levántate, hermana, y oremos y pidamos a nuestro Señor que se apiade de nosotros y nos salve» (Tb 8, 4).
Nació así la oración que hemos citado al comienzo. Se puede decir que en esta oración está presente la dimensión de la liturgia propia del sacramento, Todo esto, en efecto, se realiza durante la noche nupcial de los novios.

¡Bendito seas tú, Dios de nuestros padres, y bendito sea tu Nombre por todos los siglos de los siglos! Bendígante los cielos, y tu creación entera, por los siglos todos.
Tú creaste a Adán y para él creaste a Eva, su mujer; para sostén y ayuda y para que de arribos proviniera la taza de los hombres.
No es bueno que el hombre se halle solo; hagámosle una ayuda semejante a él.
Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención.
Ten piedad de mí y de ella y podamos llegar juntos a nuestra ancianidad.
Y dijeron a coro: «Amén, amén».

Son conscientes que el mal que los amenaza por parte del demonio los puede golpear como sufrimiento, como muerte, destrucción de la vida de uno de ellos. Pero, para rechazar aquel mal que amenaza con matar el cuerpo, es necesario impedir al espíritu maligno el acceso a las almas, liberarse interiormente de su influjo.
En este dramático momento de la historia de ambos, Tobías y Sara, cuando en la noche nupcial les era debido, como recién casados, hablar recíprocamente con el «lenguaje del cuerpo», transforman ese lenguaje en una sola voz. Ese unísono es la oración. Esta voz, este hablar al unísono permite a ambos cruzar la situación del límite, el estado de amenaza de mal y de muerte, abriéndose totalmente, en la unidad de dos, al Dios vivo.
La oración de Tobías y de Sara se convierte, en cierto modo, en el más profundo modelo de la liturgia cuya palabra es palabra de fuerza. Es palabra de fuerza sacada de las fuentes de la alianza y de la gracia. Es la fuerza que libera del mal, y que purifica. En esta palabra de la liturgia se cumple el signo sacramental del matrimonio construido en la unión del hombre y de la mujer, en base al lenguaje del cuerpo, releído en la verdad integral del ser humano.
Tobías dice: «Yo no tomo a esta mi hermana con deseo impuro, mas con recta intención» (Tb 8, 7). De tal manera indica el momento de purificación, al cual tiene que ser sometido el lenguaje del cuerpo, cuando el hombre y la mujer se disponen a expresar con ese lenguaje el signo de la alianza sacramental. En este signo, el matrimonio debe servir a construir la comunión recíproca de las personas, reproduciendo el significado esponsal del cuerpo en su verdad interior. Las palabras de Tobías: no con deseo impuro, tienen que ser releídas en el texto integral o la Biblia y de la Tradición.
Tobías y Sara terminan su oración con las palabras siguientes: «Dígnate tener misericordia de mí y de ella y haznos llegar juntos a la vejez» (Tb 8, 7).
Se puede admitir (basándose en el contexto) que ellos tienen ante sus ojos la perspectiva de perseverar en la comunión conyugal hasta el final de sus días, perspectiva que se abre delante de ellos con la prueba de la vida y de la muerte, ya durante la primera noche nupcial. Al mismo tiempo, ven con la mirada de la fe la santidad de esta vocación, en la que —a través de la unidad de los dos, construida sobre la recíproca verdad del lenguaje del cuerpo— deben responder a la llamada de Dios mismo, contenida en el misterio del Principio. Y por eso piden: «Dígnate tener misericordia de mí y de ella».
Si estas indicaciones podrían parecer casi superfluas a los que siguen el Camino Neocatecumenal, parece importante que sobre todo los padres no den nada por descontado en la preparación de sus hijos al matrimonio, sea respecto a una adecuada preparación como también en la etapa del noviazgo. Para los padres no basta que el hijo o la hija empiecen una relación con un chico o chica del Camino, ni que frecuente la comunidad. Su misión consiste sobre todo en una verificación ayudando a sus hijos a vivir el tiempo del «noviazgo» como un tiempo «de gracia» para discernir la voluntad de Dios, si aquel chico o chica es efectivamente aquel o aquella elegida por el Señor para llegar a ser su esposa durante toda la vida y madre de sus hijos.
Este cuidado, como hicimos presente en las catequesis de los años pasados, es tarea «prioritaria» de los padres (todos los demás: catequistas, presbíteros... pueden ofrecer ayudas importantes pero siempre ayudas «subsidiarias»); se hace particularmente necesaria también por lo que concierne al fenómeno cada vez más difundido de matrimonios mixtos, si no de matrimonio con disparidad de culto. Los criterios pastorales que la Iglesia ofrece en estos casos, se pueden aplicar en modo análogo también a los matrimonios de hijos del Camino con chicos o chicas que no están en el Camino, o que se profesan ateos o agnósticos.