La LUZ brilla para el hombre bueno,
la ALEGRÏA es para la gente honrrada,
Alegrense en el Señor,
hombres buenos, y alaben su Santo nombre.
Sal. 97,11-12.
"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
martes, 14 de junio de 2011
Evangelio
Lectura del Santo Evangelio según san Mateo 5, 43-48
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiaras a tu enemigo. Pero yo os digo: amen a sus enemigos y rueguen por los que les persiguen, para que sean hijos de su Padre Celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si aman a quienes les aman, ¿qué recompensa tendrán? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludan sino a sus hermanos, ¿qué hacen de particular? ¿No hacen lo mismo los gentiles? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto.
Oración introductoria
Jesucristo, yo quiero darte lo mejor de mí. Sabes que lo busco en serio, pero soy débil. Busco la santidad y la anuncio, pero me avergüenzo de ella; quiero cambiar, pero me gusta mi imperfección. Necesito de ti para enorgullecerme y amar la santidad. Jesús, que no me quede en palabras.
Petición
Señor, quítame el miedo a la santidad. Dame tu gracia para comprender que la santidad es la verdadera donación y que no consiste en grandes proyectos, sino en el trato personal con los que me rodean, rezando por los que nos persiguen, amando a los que nos odian, saludando a los que no nos conocen.
Meditación
¿Cómo podemos imitar a Jesús? Él dice: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial» (Mt 5, 44-45). Quien acoge al Señor en su propia vida y lo ama con todo su corazón es capaz de un nuevo comienzo. Logra cumplir la voluntad de Dios: realizar una nueva forma de vida animada por el amor y destinada a la eternidad. (Benedicto XVI, Ángelus del 20 de febrero de 2011).
Reflexión apostólica
Nos falta fe. Si realmente creyéramos que somos hijos de nuestro Padre celestial y que estamos destinados a la vida eterna, todo en nosotros cambiaría. Entonces, comprenderíamos que esta vida con sus sufrimientos y sus pesares, son sólo una preparación para la vida eterna. Esa vida eterna en la que nos sorprenderíamos de lo que hay. Una vida en la que me saludarán incluso los desconocidos, en la que estaremos cerca de la perfección.
Lo mejor de todo es que no hay que esperar tanto; podemos empezar ahora. Sólo hay que acoger al Señor y amarlo con el corazón para traer el cielo a la tierra. Al inicio, costará, pero poco a poco la caridad dará otro sabor al sacrificio, hasta que encontremos que hacer el bien es lo más agradable que existe en el mundo. Y, entonces, disfrutaremos el perdonar, el renunciar a nuestros gustos por los demás, el amor. Entonces, y sólo, entonces, habremos comprendido lo que significa el Cristianismo: ser felices haciendo felices a los demás.
Propósito
Ofreceré la actividad que más me gusta por amor a Dios.
Diálogo con Cristo
Jesús, te pido que aumentes mi fe para que me de cuenta de que la santidad no es hacer lo que no me gusta, sino lo que te gusta a Ti. Dame tu gracia para perdonar de corazón como Tú me has perdonado, Dios mío; para amar no sólo a los que me quieren, sino a los que me han hecho algún daño; para parecerme cada día más a ti.
Se considera como perfección el esfuerzo constante por la perfección. (San Jerónimo, Epist. 254)
¿Cómo me veo a mí mismo?
¿Cómo me veo a mí mismo?
¿Qué percibo de hermoso en mi vida? ¿Qué hay oscuro en el camino del pasado? ¿Cómo miro hacia adelante, hacia el futuro que se construye cada día?
Autor: P. Fernando Pascual LC
Con frecuencia pensamos en nosotros mismos. A veces desde la propia historia. Otras veces desde el presente. En ocasiones lo hacemos con la mirada dirigida hacia el futuro.
Al mirar hacia el pasado, descubrimos momentos de encuentros y aventuras, de normalidad y exaltación, que explican nuestra existencia presente.
Más de uno se sorprenderá al recordar que sus padres se conocieron gracias al asesinato del abuelo. Otros descubrirán que en su genealogía hay un gran explorador y un peligroso asesino. Otros no acabarán de comprender por qué siguen vivos, si los médicos avisaron a la madre de que ese niño no viviría más de 6 meses después de nacer.
Hay quienes, al ver su pasado, sienten cierto orgullo, no siempre bien fundamentado. Llegan a creer que tienen “buena sangre”, cuando quizá sólo tienen en cuenta a algunos familiares y dejan de lado a otros que resultaría mejor olvidar... Otros agachan los ojos con cierta vergüenza, como si les diera miedo reconocer a algunos “personajes” que dejaron una triste huella en la historia de sus seres queridos. Otros se sienten indiferentes: al fin y al cabo, con antepasados buenos o con antepasados malos, lo importante es existir, y eso ya es mucho.
La mirada al pasado no se limita a la propia familia. También vemos las acciones (y las omisiones) de personas que nos educaron, que nos ayudaron, que nos curaron o que provocaron en nosotros una enfermedad dolorosa.
Además, no podemos cerrar los ojos a ese pasado escrito desde la propia libertad: opciones que hemos realizado con mayor acierto, o que nos llevaron a fracasos amargos que no acabamos de encajar.
Respecto del presente, las perspectivas son muy variadas. Uno supone que se encuentra en una situación afortunada, porque realiza el trabajo que siempre había soñado, porque se lleva bien con sus jefes y sus compañeros, porque vive con los seres que ama, porque su conciencia está tranquila.
Otro descubre y toca inquietudes continuas en su corazón. Ni los estudios realizados, ni el trabajo que desempeña, ni su familia, ni sus amigos, le “llenan”. Siente un extraño vacío y una profunda disconformidad con lo que le pasa. Sueña y sueña en que un día podrá salir de situaciones que ve ahora como túneles oscuros sin sentido.
Otros no saben exactamente dónde están ni qué tienen. Dejan que la vida siga su marcha inexorable, se dejan arrastrar por los acontecimientos. Ni lloran por penas amargas ni sienten euforias por lo que realizan. Simplemente siguen adelante, con una serenidad extraña, quizá con apatía, sin grandes sobresaltos y sin grandes ilusiones.
Respecto del futuro, las miradas también son muy diferentes. Van desde la esperanza de quien prevé un paso hermoso y grande en su camino personal hasta quien encuentra ante sí un horizonte confuso, lleno de amenazas, sin nada capaz de ilusionarle.
Cada uno puede preguntarse: ¿cómo me veo a mí mismo? ¿Qué percibo de hermoso en mi vida? ¿Qué hay oscuro en el camino del pasado? ¿Cómo miro hacia adelante, hacia el futuro que se construye cada día?
La mirada sería incompleta si no abriésemos el telón del cielo para reconocer que existe un Dios que es Padre, que piensa en sus hijos, que busca al perdido, que tiende la mano al que sufre, que cura las heridas, que rescata al pecador, que da esperanzas a quien llora su presente, que viste el horizonte con el arco iris que nos recuerda su ternura eterna.
Sólo cuando me ponga ante los ojos divinos conseguiré verme a mí mismo de un modo completo, magnífico, inesperado. Mi pasado quedará entonces en las manos de Dios. Mi presente se mostrará como un valle rodeado de cariño. Mi futuro brillará como un horizonte maravilloso de esperanzas...
lunes, 13 de junio de 2011
La Iglesia es de todos los pueblos... es Católica desde sus inicios...
La Iglesia es de Todos los pueblos...
Es Santa y no por las capacidades de sus miembros (los hombres)... porque si así hubiera sido... se hubiera extiguido para siempre..
La Silla
La hija de un hombre le pidió al sacerdote que fuera a su casa a hacer una oración para su padre que estaba muy enfermo.
Cuando el sacerdote llego a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo ;
"Supongo que me estaba esperando", le dijo.
"No, quien es usted?", dijo el hombre.
"Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando ví la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarlo".
"Ah si, la Silla", dijo el hombre enfermo, le importa cerrar la puerta?" .
El sacerdote sorprendido la cerró.
Cuando el sacerdote llego a la habitación del enfermo, encontró a este hombre en su cama con la cabeza alzada por un par de almohadas. Había una silla al lado de su cama, por lo que el sacerdote pensó que el hombre sabía que vendría a verlo ;
"Supongo que me estaba esperando", le dijo.
"No, quien es usted?", dijo el hombre.
"Soy el sacerdote que su hija llamó para que orase con usted; cuando ví la silla vacía al lado de su cama supuse que usted sabía que yo vendría a visitarlo".
"Ah si, la Silla", dijo el hombre enfermo, le importa cerrar la puerta?" .
El sacerdote sorprendido la cerró.
"Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda mi vida la he pasado sin saber cómo orar. Cuando he estado en la Iglesia he escuchado siempre al
respecto de la oración, que se debe orar y los beneficios que trae, ..., pero siempre esto de las oraciones me entró por un oído y me salió por el
otro, pues no tengo idea de cómo hacerlo. -Entonces hace mucho tiempo abandoné por completo la oración." Esto ha sido así en mí hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo me dijo: José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. así es como te sugiero que lo hagas:
Te sientas en una silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo, luego con fe miras a Jesús sentado delante de tí. No es algo alocado el hacerlo pues El nos dijo: "Yo estaré siempre con vosotros". -
Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora".-
"Es así que lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias desde entonces". Siempre tengo mucho cuidado que no me vaya a ver mi hija.... pues me internaría de inmediato en el manicomio."
El sacerdote sintió una gran emoción al escuchar esto y le dijo a José que era muy bueno lo que había estado haciendo, y que no dejara de hacerlo.
Luego hizo una oración con él, le extendió una bendición y se fue a su parroquia.
Dos días después, la hija de José llamó al sacerdote para decirle que su padre había fallecido.
El sacerdote le preguntó: "Falleció en Paz ? "
"Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama, me dijo lo mucho que me quería y me dio un beso."
"Cuando regresé de hacer compras una hora más tarde ya lo encontré muerto."
"Pero hay algo extraño al respecto de su muerte, pues aparentemente justo antes de morir se acercó a la silla que estaba al lado de su cama y recostó su cabeza en ella, pues así lo encontré. -Qué cree usted que pueda significar esto?"
El sacerdote se secó las lagrimas de emoción y le respondió: "Ojalá que todos nos pudiésemos ir de esa manera..."
Nuestra Iglesia Católica...
" Guiada por el Espíritu Santo, llena de AMOR Y VERDAD..."
Hemos sido transformados por la Santa Tradición y las Sagradas Escrituras por más de dos mil años...
Hemos sido transformados por la Santa Tradición y las Sagradas Escrituras por más de dos mil años...
Bondad y Pureza...
En estos momentos de crisis mundial, decía Juan Pablo II, más que las reformas se necesita santidad, los santos son los que hacen la historia de la Iglesia en el mundo, y toda labor que nos propongamos depende sobre todo de que seamos santos... hay mucho que aprender de los niños... de su bondad y su pureza.
GRACIAS A DIOS
Aunque me tapo los oídos con la almohada y gruño de rabia cuando suena el despertador... gracias a Dios que puedo oír.
Hay muchos que son sordos.
Aunque cierro los ojos cuando, al despertar, el sol se mete en mi habitación... gracias a Dios que puedo ver.
Hay muchos ciegos.
Aunque me pesa levantarme y pararme de la cama... gracias a Dios que tengo fuerzas para hacerlo.
Hay muchos postrados que no pueden.
Aunque me enojo cuando no encuentro mis cosas en su lugar porque los niños hicieron un desorden... gracias a Dios que tengo familia.
Hay muchos solitarios.
Aunque la comida no estuvo buena y el desayuno fue peor... gracias a Dios que tengo alimentos.
Hay muchos con hambre.
Aunque mi trabajo en ocasiones sea monótono rutinario gracias a Dios que tengo ocupación.
Hay muchos desempleados.
Aunque no estoy conforme con la vida, peleo conmigo mismo y tengo muchos motivos para quejarme...
gracias a Dios que estoy vivo.
Recuerda decir: "Gracias".
Hay muchos que son sordos.
Aunque cierro los ojos cuando, al despertar, el sol se mete en mi habitación... gracias a Dios que puedo ver.
Hay muchos ciegos.
Aunque me pesa levantarme y pararme de la cama... gracias a Dios que tengo fuerzas para hacerlo.
Hay muchos postrados que no pueden.
Aunque me enojo cuando no encuentro mis cosas en su lugar porque los niños hicieron un desorden... gracias a Dios que tengo familia.
Hay muchos solitarios.
Aunque la comida no estuvo buena y el desayuno fue peor... gracias a Dios que tengo alimentos.
Hay muchos con hambre.
Aunque mi trabajo en ocasiones sea monótono rutinario gracias a Dios que tengo ocupación.
Hay muchos desempleados.
Aunque no estoy conforme con la vida, peleo conmigo mismo y tengo muchos motivos para quejarme...
gracias a Dios que estoy vivo.
Recuerda decir: "Gracias".
Sacerdotes
Fiesta San José
Aun Cuano no es la epoca conviene recordarlo.
Todos los años celebramos la fiesta de San José, en la que los cristianos contemplamos la gran confianza que ha puesto Dios en sus criaturas: es para asombrarse cómo las dos personas más amadas que Dios tenía en la tierra, María y Jesús, las confía a un hombre frágil, que por su sencillez ni siquiera aparece pronunciando una palabra. Así es la pedagogía divina: las cosas más grandes, valiosas y bellas, se las confía a los seres más débiles, para que se vea, dice San Pablo, que “todo es gracia”.
Y análogamente, al pensar en la figura de San José, el “cuidador” de Cristo, pensamos también en el sacerdote, aquél hombre frágil que se le encomienda que proteja y custodie con cariño, contando con sus limitaciones, los tesoros que Dios ha dejado en la tierra para que nos acerquemos a Él. Esos tesoros son: la Palabra de Dios, a través de la cuál se define a sí mismo; los Sacramentos, la Eucaristía, la Penitencia, la Unción de enfermos... Y, por supuesto, le ha encomendado servir al Pueblo de Dios para conducirlo hasta esa meta que es el Cielo.
Corren tiempos en los cuales está de moda meterse con los sacerdotes. Parece que los medios de comunicación están deseando ver la más mínima fisura en el mundo sacerdotal, para cebarse en ello. Sin embargo, los cristianos de siempre, no se escandalizan farisaicamente ante el misterio de fragilidad de su pastor, de sus sacerdotes, como se guarda silencio ante los errores de una madre, que no es perfecta, pero que la quiero. Y a la vez que los comprenden, agradecen y reconocen esa generosidad de tantos cientos de miles de sacerdotes que anónimamente han ido gastando su vida, generación tras generación, en seguir transmitiendo el Evangelio, llevando al pueblo de Dios hacia el Cielo, anunciando semana tras semana o incluso día tras día las maravillas de Dios con los hombres. Así, en el día de San José, todos los cristianos miramos al corazón de la Diócesis, que es el Seminario, de donde esperamos que salgan sacerdotes entregados, sacerdotes que deseen ser santos, apasionados y enamorados profundamente de Jesucristo.
¡Cuánto necesitamos del sacerdocio!. Seguramente, en nuestro empeño por ser buenos cristianos, hemos escuchado muchas veces una palabra oportuna que nos ha animado a seguir adelante, puesta en labios de un hombre frágil pero que ha querido ser de algún modo Cristo en la tierra, y nos ha beneficiado y nos ha hecho tanto bien.
Hoy es un día para agradecer sin duda ninguna el don del sacerdocio. ¡ Cuánta gente dice que cree en Dios, pero no cree en los curas! Una frase tan famosa, a la vez tan llena y tan vacía de sentido. Porque, por un lado, claro que no creemos en las personas, ya que son falibles y nos pueden fallar; pero sí creemos en el sacramento que tienen que encarnar y hacer real esas personas, los sacerdotes. Aman tan apasionadamente a la Iglesia que han entregado sus vidas y se les ha ido gastando como se va gastando esa lamparilla del sagrario, que no vale en sí misma nada, pero indica donde está el Señor.
Muchos sacerdotes, cuando hablas con ellos, te cuentan de sus luchas, de sus ilusiones, y te das cuenta que en todos ellos, sus sueños son que los demás se llenen de Dios, que los demás estén más cerca de Él, que tengan más paz, que sean más humanos, que sean más divinos.
Por eso, es día de reflexión, de agradecimiento y petición a Dios para que siga dando vida a sus sacerdotes, les renueve la ilusión en su sacerdocio y así, nunca falten en las comunidades cristianas pastores que, con su vida y con su ejemplo, sean faro que ilumine las tinieblas. El sacerdote en su fragilidad sigue siendo un constante recordatorio de la presencia divina en la tierra. Porque Dios no nos quiere apabullar con un despliegue de poder que nos dejara asombrados, sino que la fuerza de Dios se realiza en la debilidad del hombre.
Aun Cuano no es la epoca conviene recordarlo.
Todos los años celebramos la fiesta de San José, en la que los cristianos contemplamos la gran confianza que ha puesto Dios en sus criaturas: es para asombrarse cómo las dos personas más amadas que Dios tenía en la tierra, María y Jesús, las confía a un hombre frágil, que por su sencillez ni siquiera aparece pronunciando una palabra. Así es la pedagogía divina: las cosas más grandes, valiosas y bellas, se las confía a los seres más débiles, para que se vea, dice San Pablo, que “todo es gracia”.
Y análogamente, al pensar en la figura de San José, el “cuidador” de Cristo, pensamos también en el sacerdote, aquél hombre frágil que se le encomienda que proteja y custodie con cariño, contando con sus limitaciones, los tesoros que Dios ha dejado en la tierra para que nos acerquemos a Él. Esos tesoros son: la Palabra de Dios, a través de la cuál se define a sí mismo; los Sacramentos, la Eucaristía, la Penitencia, la Unción de enfermos... Y, por supuesto, le ha encomendado servir al Pueblo de Dios para conducirlo hasta esa meta que es el Cielo.
Corren tiempos en los cuales está de moda meterse con los sacerdotes. Parece que los medios de comunicación están deseando ver la más mínima fisura en el mundo sacerdotal, para cebarse en ello. Sin embargo, los cristianos de siempre, no se escandalizan farisaicamente ante el misterio de fragilidad de su pastor, de sus sacerdotes, como se guarda silencio ante los errores de una madre, que no es perfecta, pero que la quiero. Y a la vez que los comprenden, agradecen y reconocen esa generosidad de tantos cientos de miles de sacerdotes que anónimamente han ido gastando su vida, generación tras generación, en seguir transmitiendo el Evangelio, llevando al pueblo de Dios hacia el Cielo, anunciando semana tras semana o incluso día tras día las maravillas de Dios con los hombres. Así, en el día de San José, todos los cristianos miramos al corazón de la Diócesis, que es el Seminario, de donde esperamos que salgan sacerdotes entregados, sacerdotes que deseen ser santos, apasionados y enamorados profundamente de Jesucristo.
¡Cuánto necesitamos del sacerdocio!. Seguramente, en nuestro empeño por ser buenos cristianos, hemos escuchado muchas veces una palabra oportuna que nos ha animado a seguir adelante, puesta en labios de un hombre frágil pero que ha querido ser de algún modo Cristo en la tierra, y nos ha beneficiado y nos ha hecho tanto bien.
Hoy es un día para agradecer sin duda ninguna el don del sacerdocio. ¡ Cuánta gente dice que cree en Dios, pero no cree en los curas! Una frase tan famosa, a la vez tan llena y tan vacía de sentido. Porque, por un lado, claro que no creemos en las personas, ya que son falibles y nos pueden fallar; pero sí creemos en el sacramento que tienen que encarnar y hacer real esas personas, los sacerdotes. Aman tan apasionadamente a la Iglesia que han entregado sus vidas y se les ha ido gastando como se va gastando esa lamparilla del sagrario, que no vale en sí misma nada, pero indica donde está el Señor.
Muchos sacerdotes, cuando hablas con ellos, te cuentan de sus luchas, de sus ilusiones, y te das cuenta que en todos ellos, sus sueños son que los demás se llenen de Dios, que los demás estén más cerca de Él, que tengan más paz, que sean más humanos, que sean más divinos.
Por eso, es día de reflexión, de agradecimiento y petición a Dios para que siga dando vida a sus sacerdotes, les renueve la ilusión en su sacerdocio y así, nunca falten en las comunidades cristianas pastores que, con su vida y con su ejemplo, sean faro que ilumine las tinieblas. El sacerdote en su fragilidad sigue siendo un constante recordatorio de la presencia divina en la tierra. Porque Dios no nos quiere apabullar con un despliegue de poder que nos dejara asombrados, sino que la fuerza de Dios se realiza en la debilidad del hombre.
domingo, 12 de junio de 2011
Condenas
Recuerdo cómo en el colegio, de pequeños, cuando alguno hacía una trastada en clase, temía levantar la mano si el profesor preguntaba quién había sido, porque todos esperábamos el castigo correspondiente a nuestra infracción. Sólo los muy valientes levantaban la mano, decían “¡he sido yo!”, y aguantaban con estoicismo lo merecido.
Si esa es la mente de los hombres, no es la de Dios. El Evangelio lo corrobora, pues es sorprendida una mujer en fragante adulterio, y reconociéndose pecadora espera el castigo. Pero no el castigo de Dios, porque Dios no castiga. Esto es una cosa que todavía no hemos acabado de comprender: somos nosotros los que castigamos, somos los hombres los que siempre buscamos necesariamente un cabeza de turco, alguien en quien descargar nuestro sentimiento de culpabilidad, pensando que si condenamos a otros y hacemos del otro la personificación del mal, nosotros nos sentiremos más liberados de nuestras culpas o de nuestros sentimientos de culpabilidad. Sin embargo, qué bonito es ver cómo Jesús, que tantas veces había dicho que el Hijo del hombre no ha venido para condenar sino para salvar, hace realidad esta sentencia cuando se encuentra con la mujer adúltera. – “Mujer, ¿quién te condena?”. – “Nadie, Señor”. Y el Señor contesta inmediatamente: -“Pues yo tampoco te condeno”. Él, que no había cometido pecado, que es el único inocente, y tampoco experimentó lo que era hacer daño, al no lo conocerlo para sí mismo, no lo quiso conocer para los demás.
¡Cuántas veces tenemos aún esa idea de un Dios que está con la lupa mirando nuestros pecados, para ver el más mínimo resquicio y provocar así nuestra condenación!. Qué caricatura tan falsa de Dios y qué idea tan equívoca es atribuir a Dios la tarea del Maligno, pues en el libro del Apocalipsis, para describir al demonio se le llama: “El acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche”(Ap. 12,10). Es propio de Dios salvar y es propio del Maligno condenar, destruir y acusar sin piedad. Es propio de Dios sanar las heridas, cambiar los corazones, ensalzar a los humildes que reconocen sus humillaciones.
Si entendiéramos la frase “misericordia quiero y no sacrificios”, veríamos que no tenemos ninguna autoridad moral para condenar a nadie, para juzgar a nadie, para criticar a nadie, para decir nada de nadie. El Señor lo dice en el Evangelio de éste domingo: “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”, que se atreva a empezar, porque, ¿quién está limpio ante Dios?, ¿Quién puede decir que sus pecados son menos importantes que los pecados de los demás?. ¿Quién puede decir al hermano: “Yo soy mejor que tu”?.
Cada uno a nuestro nivel, según las luces y los dones que ha recibido, hemos de tener la honestidad y la honradez de reconocernos frágiles y limitados ante Dios, de no tener miedo a reconocernos pecadores. Porque al revés que en la sociedad civil, cuando uno se declara pecador es cuando está absuelto, y cuando uno no reconoce su culpabilidad, es cuando arrastra la culpa para siempre. Por eso condenamos con tanta facilidad a los demás, porque en definitiva no queremos sentirnos culpables o responsables de nuestras obras malas.
Qué inteligente es el Señor, cuando al despedirse de la mujer, le dice: “Yo no te condeno, vete y no peques más”. Porque perdonar no significa aprobar, ni aplaudir o decir que no ha pasado nada. Significa reconocer el error, y volver a dar la oportunidad a aquél que quiere realmente cambiar.
Pidámosle al Señor que nos conceda esta mente para vivir muy bien el final de la Cuaresma.
Simplemente dos preguntas al final de esta reflexión: ¿Qué escribiría el Señor en la tierra?, y segunda pregunta: ¿Dónde estaba el hombre con el que la mujer pecó?
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