La Navidad: es un trozo de cielo que se enciende en mi hogar
La melodía parece apresurarnos hacia Belén, a la vez
que nos invita a contemplar con dulzura al Niño Dios que duerme en el remanso
del regazo de la Virgen María.
Cuatro años han pasado desde mi estancia en aquella
vieja Salamanca, España. Y recuerdo que el periodo más hermoso era la Navidad.
Qué deleite para mis oídos cuando escuché por primera vez aquel “En Belén”
poético que enternece el corazón. La melodía parece apresurarnos hacia Belén, a
la vez que nos invita a contemplar con dulzura al Niño Dios que duerme en el
remanso del regazo de la Virgen María.
Hoy- pensándolo bien- hay una frase de aquella canción
que resume espléndidamente la Navidad: “es un trozo de cielo que se enciende
en mi hogar”. Trocito de cielo que abraza la tierra en la carne tierna del
Hijo de Dios. Sin embargo, la Navidad es trozo de tantas cosas más que captamos
sólo contemplando al Niño Dios.
1. Un trozo de cielo: Belén es el escenario escogido para el aterrizaje del Cielo en la tierra.
Dios llega a la tierra. No viene con pasaporte de turista. No es uno más que
pasa por este mundo y se marcha, desentendiéndose. Dios viene con pasaporte de
hombre, con identificación de Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Viene
para ser uno de nosotros. Dios entre hombres. Nunca el Cielo estuvo tan metido
en el regazo de la tierra.
San Gregorio Magno dice que la hermosura de la Navidad
está en el maravilloso hecho de que Dios va asumiendo las estrecheces de ese
viaje a la tierra. Se trata de un camino que se va estrechando cada vez más a
medida en que el Cielo se va adentrando en las entrañas de la tierra. Del trono
del cielo a la estrechez de las entrañas de María. De las entrañas de María a
la estrechez de un pesebre. De un pobre pesebre hasta la estrechez del patíbulo
de la cruz. De la cruz a la estrechez de un sepulcro. De un sepulcro a la
estrechez de la fe de sus discípulos. Y así Dios fue asumiendo tantas
estrecheces que se dejan entrever a lo largo de su paso por este mundo.
Si el Cielo encuentra hospedaje en la tierra eso
implica también que el sacrificio sea la nota dominante de tanto amor por los
hombres. En esta Navidad pedimos que el Cielo invada nuestros hogares, nuestras
familias, nuestros corazones. Pero recordando que para que el Cielo reine entre
nosotros es necesario saber aceptar con amor las estrecheces, los retos y las
dificultades que la vida nos brinda. Lo vivió Jesús. Queremos vivirlo también
nosotros, convirtiéndonos en trocitos de cielo.
2. Un trozo de pan: Hacia Belén
van los que tienen hambre de Dios. No es casualidad que Belén signifique “casa
del pan”. Ese pan que es Jesús. Pan cocido en el vientre virginal de María,
horno caliente de gracia y de fe. Pan envuelto en pobres pañales, no para no
enfriarse dentro de una cueva húmeda, sino para no perder su calor divino
delante de la humana frialdad. Pan fresco escondido detrás de los maderos y los
serruchos de una carpintería paterna. Pan repartido entre pecadores, enfermos,
ciegos, cojos, pobres. Pan que se vuelve migajas para saciar el hambre de quien
ni siquiera puede acercarse para probar un trozo de su amor. Pan de Vida que
culminará despedazado, pisoteado, aplastado y rechazado en la crueldad de una
cruz. Que Jesús es Pan ya lo intuía san Jerónimo con este hermoso fragmento: “¡Feliz
el que tiene Belén en su corazón, en el cual Cristo nace cada día! ¿Qué
significa entonces “Belén”? Casa del pan. También nosotros somos una casa del
pan, de aquel pan que ha bajado del cielo” (San Jerónimo, Comentario al
Salmo 95).
¡Oh Belén, casa del Pan! Hoy llegamos a tus afueras
para saciar nuestro corazón con el verdadero Pan bajado del Cielo. Que Jesús
nos enseñe a volvernos pan para nuestros hermanos. Seguramente hoy hay alguien
muy cerca de nosotros con una tremenda hambre de Dios. Una lágrima para ser enjugada.
Una mano para ser apretada. Una mirada para ser comprendida. Unos brazos
abiertos mendigando un abrazo. Un cuerpo enclenque y sucio solicitando nuestra
ayuda. Una cabeza baja sin fuerzas y sin sueños pidiendo nuestra atención y
nuestro aliento. Como Jesús podemos ser pan para saciar el hambre de tanta
gente que tiene hambre de Dios. Como Él y en Él podemos convertirnos en esta
Navidad en trocitos de pan.
3. Un trozo de acogida: Las posadas están alborotadas de gente. Nadie quiere compromisos con María
y José. Dios, cuando llega, “estorba”. No hay lugar porque ya hay tanta gente,
tantas cosas, tantos intereses que no son Dios, que ya no cabe en ninguna fonda
el divino alumbramiento. Bien poetizó Ramón Cué, S.J. en uno de sus versos: “Todo
hubiera empezado de otro modo; las estrellas columpiándose por tus aleros, los
ángeles cantando en tus balcones, los reyes perfumando tu patio con incienso, y
en tu fonda el divino alumbramiento. Pero: - “No queda sitio, ni una cama; lo
tengo todo lleno”. Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”.
Pasados tantos siglos la indiferencia ante el paso de
Dios por nuestras puertas aún está vigente. Cambian los tiempos y las
costumbres, pero la esencia de la acogida no cambia. Jesús pide acogida hoy en
el pobre y el enfermo, en el prófugo y el emigrante. En el sin techo y en el
desilusionado. Tantas formas ingeniosas de poder acoger a Jesús y los hombres
todavía prefieren el sillón de Herodes. Prefieren la comodidad de sus
seguridades.
Uno de los Reyes Magos lleva oro al Niño Jesús. Oro
porque es Rey. También en esta Navidad queremos dar a Jesús el oro de nuestra
acogida, reconociendo su reinado en nuestras almas y en nuestra vida.
Acoger es comprometerse con Dios en el rostro del
hermano, pero ¿quién quiere correr el riesgo del compromiso? “No queda
sitio, está todo lleno”. Quien sabe acoger es porque a su vez ha sido
acogido. La acogida nace cuando se respira el aire de comunidad y fraternidad.
Quien vive solo, egoísta, como el rey Herodes, no tiene la capacidad de adorar
y tampoco de acoger.
En esta Navidad pedimos al Niño de Belén que conceda a
todos los hombres un trozo de acogida para crear un mundo más sensible a la
soledad de tanta gente.
4. Un trozo de adoración: Desde las afueras de Belén podemos escuchar el bullicio de la gente que
está ansiosa con el censo promulgado por Augusto. Aquí en esta cueva reina, en
cambio, el silencio. Silencio que incita el alma a la adoración.
San Ignacio de Antioquia, como en una visión, escribe
las actitudes de María y de José ante el Niño Dios. José, el protagonista del
silencio orante, allí está a un lado, callado y piadoso. El que no se esperaba
todavía el regalo de un hijo, acabó por ser padre putativo de Dios bajado del
cielo. ¿Entenderlo en las categorías humanas? No. Sólo queda adorar el Misterio
que alumbra su mirada paterna. María besa los pies del pequeñuelo porque es su
Señor. Acaricia y besa su rostrito porque es su hijo. Y reza en su interior,
preguntándose cómo será posible que haya llevado en su seno el Sol brillante de
justicia, cómo es que no se haya abrasado de tanto amor y tanta dulzura. Casi
ciega ante tanta luz, María tiene los ojos bañados en lágrimas.
De repente se asoman a la cueva unos hombres
andrajosos: pastores. No traen nada material para dar a Dios. Sólo traen su
presencia humilde. Quieren adorar. Ante este escenario, doblamos nuestras
rodillas porque si el Cielo ha visitado la tierra y el Pan ha entrado en el
vientre sufriente de este mundo, es porque este Niñito es Dios.
Sólo por hoy queremos llorar de conmoción. Sólo por
hoy dejaremos a un lado los afanes y las preocupaciones diarias. Sólo por hoy
permitiremos que la eternidad envuelva nuestro tiempo efímero y ajetreado. Sólo
por hoy permitiremos que la Vida Eterna inunda con su gracia la lenta muerte de
nuestra existencia sobre esta tierra. Los hombres no alcanzan la felicidad
porque no saben adorar.
En ese clima de adoración se huele el incienso traído
por uno de los Reyes Magos. ¿Qué es este incienso sino el indicativo de que
Cristo es Dios y se merece nuestra adoración? Mientras tanto, allá está Herodes
en el sillón de su palacio. Egoísta y mezquino. No sabe adorar. ¡Pobre hombre!
A los “Herodes” de nuestro tiempo pedimos la gracia de la conversión del
corazón en esta Navidad. “Herodes” que no creen, “Herodes” que
desprecian a Jesús. A tantos “Herodes” que caminan por nuestras calles
pedimos ante el pesebre de Jesús la gracia de algún día hacer un poco de
adoración.
5. Humanidad: El que viene es
Dios y es Hombre. Si fuera difícil captar esta gran verdad de fe, basta fijar
nuestra atención en uno de los regalos que le deja al Niño Dios uno de los
Reyes Magos. Reyes porque traen algo de gran valor de sus tierras. Sabios,
-porque guiados por una estrella-, sólo podía ser gente que sabía de
astrología. Por tanto, son sabios que traen objetos preciosos, especialmente
por el candor del significado de cada objeto.
Uno de ellos trae mirra. Ese aroma amargo que nos dice
que el Niño acostado en el pesebre es hombre y como todo hombre pasará por el
amargo sufrimiento del dolor y de la muerte. Dios quiere comprender nuestra
humanidad no como un espectador indiferente. En Cristo Dios ha abrazado todo el
dolor y el llanto de todos los hombres de todas las épocas y culturas.
Ese olorcito de mirra es la concreción de aquello que
escribió Terencio muy acertadamente: “Soy hombre y nada de lo humano me es
indiferente”. Cristo no vino indiferente, vino con un plan: morir y
resucitar por nosotros. Es curioso notar que en algunos mosaicos bizantinos,
cuando se representa el Nacimiento, el Niño Dios no está acostado en un pesebre
lleno de pajas suaves, sino esta acostado en un pequeño ataúd. Nace para morir-
ya lo decían algunos escritores paganos de los primeros siglos- cuando todos
los hombres cuando nacen, naturalmente nacen para vivir.
Ante esta realidad, nada tan divino como el Nacimiento
en la carne del Hijo de Dios. Eso sí que es humano, porque abraza nuestra
realidad. La carne tierna de Jesús es el dulce recipiente de todo el dolor,
penas y alegrías de la humanidad. Por ello, la Navidad es también un trozo de
humanidad. Pedimos al Señor que ante la mirada inocente y pura del Niño Dios
los hombres aprendamos a ser más humanos, más sensibles ante el dolor, el
sufrimiento y también los gozos de los demás. ¡Qué la Navidad traiga al mundo
un trozo de humanidad!
6. Un trozo de amor: En esta Navidad nace el Amor. Ese Dios humanado viene para enseñarnos el
amor verdadero, el ágape.
Todos los hombres desean amar y ser amados porque es
así que su existencia se vuelve don y toma un profundo sentido. Es por ello que
el cielo viene cuando existe amor entre los hombres, pues bien atinado escribió
Fiodor Dostoievski en su obra Los hermanos Karamazov: “el infierno es
el sufrimiento de no poder amar”. Cuando no hay amor, no hay cielo y
empieza el infierno. Por ello, en Cristo que es Amor el hombre también se
entiende a si mismo. Ya lo decía san Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor
hominis: “el hombre no puede vivir sin el amor; el hombre sin amor
permanece para sí mismo un ser incomprensible”.
En medio de tanto odio, tanta discordia que existe en
nuestras familias, comunidades, en definitiva, dentro de nuestro corazón, hoy
Dios que es Amor mendiga un trozo de amor humano. Lo mendiga en el prójimo que
vive a nuestro lado diariamente y lo mendiga en la soledad de nuestras
iglesias, de los muchos sagrarios vacíos de nuestras ciudades y pueblos.
Desde la cuna de Belén el Amor va perfilando en el
horizonte humano la belleza salvadora de la cruz que es amor. Un palo vertical
hacia el cielo, hacia Dios: amor hacia Dios. Un palo horizontal hacia los dos
polos de la tierra: amor hacia el prójimo.
Pidamos al Señor que todos aquellos que aún no han
encontrado el sentido de sus vidas y mendigan amores efímeros de esta tierra,
descubran en el Amor de la cuna de Belén el don de amar en el don de la
renuncia y la entrega, en definitiva, desde la dimensión salvífica de la cruz
de Cristo. Sólo en Cristo, el Amor verdadero, el hombre se comprende a si
mismo. En esta Navidad queremos ser en Cristo trocitos de su amor por todo el
mundo.
Conclusión: La Navidad es
ese trozo de tantas cosas que nosotros anhelamos desde lo más íntimo de nuestro
corazón. Que el Niño Dios en su pequeñez ilumine nuestras tinieblas para poder
así calentar el alma y seguir caminando por el camino de la vida cristiana.
¡Feliz Navidad a todos y un próspero Año Nuevo repleto
de bendiciones!
Por: Celso Júlio da Silva LC
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