"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 18 de junio de 2016

La Simplicidad del alma



Las almas simples son aquellas que buscan lo esencial, lo fundamental; las que no se quedan en lo superfluo, ni se van por las ramas. La simplicidad es reducir todas las cosas a lo único necesario.
El modelo que poseen las almas simples es Dios. El es la Simplicidad de manera absoluta; Dios es el Ser Simple por excelencia. "Dios es simple -observa S. Ireneo- y no compuesto; en todas sus partes y en su totalidad es idéntico a sí mismo, pues es totalmente entendimiento, totalmente espíritu, ... totalmente luz y totalmente fuente de toda bondad" (Ad. Haer., 2, 12).
Pero la simplicidad, en la mentalidad mundana, es confundida y mal interpretada con otra cosa. Para algunos la simplicidad es de los que están "calladitos" o los que no se "hacen mala sangre" por lo que hay que combatir (sea el error o el vicio). Esta manera de simplicidad es como un disfraz para tapar la cobardía y el "no te metás". La pseudo-simplicidad es propia de los vegetantes, de los que se hacen cómplices con los valores del mundo y, a la vez, están de espaldas a Dios.
En cambio, la verdadera simplicidad, indica coherencia, exigencia y compromiso fiel con los Verdaderos Valores Católicos. El simple es el que está definido en las cosas de Dios, y es aquél que llama a las cosas por su nombre: lo malo es malo y lo bueno es bueno. Es -además- una sola pieza delante del Señor.
Lo saludable, por lo tanto, en la vida espiritual, es no con-fundir lo falso y lo aparente con lo verdadero y real. Debemos pedir -como hace, por ejemplo, Sto. Tomás en una de sus oraciones- cosas importantes a Dios.
"Dígnate infundir sobre las tinieblas de mi inteligencia un rayo de tu claridad, para remover de mí la doble tiniebla en que he nacido: el pecado y la ignorancia... Instrúyeme (Dios) en el ingreso, dirígeme en el progreso, complétame al terminar" (De la Oración para antes del estudio).
I. La doblez
El simple es el que no tiene doblez. Y al decir que los simples son los que no actúan con doblez, es al menos un elemento indicador de lo que deben ser.
La doblez no es sólo lo distinto a la simplicidad, sino también su contrario. Cuando una persona caen la doblez cae en el camino ancho de la perdición, se esclaviza a un corazón dividido. La doblez conduce a actuar en lo externo de una manera y en lo interno de otra. Las S. Escrituras describían a estas almas, las cuales viven alejadas de Dios por su incoherencia. Nuestro Señor va a decir de los fariseos y escribas que son almas con doblez:
"Muy bien profetizó Isaías de vosotros, según está escrito: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí, pues me dan un culto vano, enseñando doctrinas que son preceptos humanos'" (S. Mc. 7, 6-7).
La base de la doblez es la mentira, así como la verdad lo es de las almas simples. Los que actúan con doblez "se deleitan con la mentira; bendicen con su boca y en su corazón maldicen" (Ps. 61, 5).
Esta actitud de bendecir con los labios y de despreciar en el corazón lleva a la división interior, a la falsedad, a la hipocresía. las almas con doblez quieren quedar bien con Dios y con el diablo, en definitiva, más bien con el diablo. S. Vicente Ferrer nos describe con claridad y profundidad esta situación:
"Cuando alguien tiene la mirada puesta en el mundo, en los honores, etc, ... y se aparta de Dios, tiene doblez. Ocurre a estos lo que el gallo, que con un ojo mira al cielo y con el otro al grano" (Sermón, Fiesta de S. Pedro, n. 12).
En la doblez lo principal es el mundo de las apariencias y los castillos de arena. No hay verdadera conversión en esta almas, al contrario todo es un simulacro, un teatro, un tapar lo que puede afear y un exaltar con soberbia los propios méritos. Como en la doblez el centro no es Dios, ni su Gloria, hay una esclavitud a lo fugaz, a lo transitorio; hay -también- un apego desmedido a la propia honra y caprichos. La doblez lleva a discutir y contrariar el yo profundo, el yo querido por Dios.
"Un alma que transige con su yo, que se preocupa de su sensibilidad, que se entretiene en pensamientos inútiles, que se deja dominar por sus deseos, es un alma que dispersa sus fuerzas y no está orientada totalmente hacia Dios. Su lira no vibra al unísono y el divino Maestro, al pulsarla, no puede arrancar de ella armonías divinas. Tiene aún demasiadas tendencias humanas. Es una disonancia. El alma que aún se reserva algo para sí en su reino interior, que no tiene sus potencias recogidas en Dios, no puede ser una perfecta Alabanza de gloria. No está capacitada para cantar permanentemente el Canticum Magnum de que habla San Juan, porque la unidad no reina en ella. En vez de proseguir con sencillez su himno de alabanza a través de todas las cosas, tiene que reunir constantemente las cuerdas de su instrumento dispersas por todas partes. ¡Qué necesaria es esta bella unidad interior para el alma que quiere vivir en la tierra la vida de los Bienaventurados, es decir, de los seres simples, de los espíritus! Me parece que el divino Maestro se refería a ella cuando hablaba a María Magdalena del unum necessarium (Lc. 10, 41)". (Beata Sor Isabel de la Trinidad, Últimos Ejercicios, día segundo).
La desarmonía y la incoherencia son el reflejo de las almas divididas interiormente. También se encuentra en la doblez las consecuencias, a nivel de la propia personalidad, de decir una cosa y hacer otra, de aparentar lo que no es. Si buscáramos en el orden de las experiencias humanas -acerca de la doblez- podríamos encontrar en la antigüedad una postura que es la sofística, es decir, los sofistas. Esta corriente de pensamiento se encuentra en el siglo V antes de Cristo. Platón, califica a los sofistas -por sus vanidades- como "cazadores interesados de gentes ricas, vendedores caros de ciencia no real, sino aparente" (Menón 91, c. 92 b.). Aristóteles los califica de "traficantes en sabiduría aparente, pero no real (Soph. I 165 a 21). Aunque se conoce poco de los Sofistas, sin embargo se conocen algunas características: un cierto relativismo (nada es estable, nada es fijo), un cierto subjetivismo (no existe verdad objetiva) y un cierto escepticismo (no podemos conocer nada con certeza). La clave va a estar en lo que va a decir su principal representante, Protágoras, que va a ser el punto básico de sus pensamientos:
"El hombre -dice Protágoras- es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto son y de las que no son en cuanto que no son" (Diels, 80 BI. Sexto Empírico, Adv. Math. VII, 60; Teeteto 151 e 152 a).
Si el hombre es "la medida de todas las cosas" se coloca en lugar de Dios, se cae en la homolatría, un culto al hombre. Esta expresión no sólo es la base del ateísmo, que caracteriza nuestra época, sino también es lo más alejado del hombre creyente. Así por ejemplo Platón que va a decir lo contrario a los Sofistas:
"Dios es la medida de todas las cosas" (Leyes 716 c). El es el "principio, el medio y el fin de todas las cosas, que las envuelve a todas en la bondad de su naturaleza" (Leyes 716 a). "Porque nunca será abandonado de los dioses el que se afana por hacerse justo y asemejarse a los dioses" (República 613 a).
Aristóteles, comentando la expresión de Protágoras, "el hombre medida de las cosas", va a decir lo siguiente: "Protágoras decía que el hombre es la medida de todas las cosas, lo que no significa sino que lo que parece a cada uno, tal es para él con certeza... De lo cual se deriva que la misma cosa es y no es al mismo tiempo, y que es mala y buena al mismo tiempo, y así, de esta manera, reúne en sí todos los opuestos, porque con frecuencia una cosa parece bella a unos y fea a otros, y debe valer como medida lo que le parece a cada uno" (Metafísica XI, 6, 1062 b 13).
Pero esta postura de sujetarse a lo que cada uno piensa, en el relativismo, y en la medida humana tiene sus consecuencias. Hay una obra atribuida a los sofistas, que es inédita: Los discursos dobles. Es una obra mediocre, en donde el bien y el mal, lo justo y lo injusto tiene un valor relativo. Por esto si todo es relativo, nada es absoluto, ni permanente, el hablar de una manera o de otra de acuerdo a la conveniencia personal es el efecto de estos principios nefastos.
Los que caen en la doblez, podríamos decir, tienen el discurso doble. Se da aquello de la Biblia que "de la abundancia del corazón habla la boca" (Mt. 12, 34): si en el corazón hay doblez en las palabras también.
Y en la Biblia encontramos otro ejemplo nefasto de doblez, que son los fariseos. El término "fariseo" (en hebreo moderno farush, en griego pharisaios), corresponde en líneas generales a "separado". Separado ¿de quién?, de las cosas impuras. Eran, de alguna manera, rigoristas religiosos. Se gloriaban de ser los intérpretes auténticos de la Ley, pero agregando y añadiendo tradiciones a las que daban a veces mayor importancia que a la misma Ley. Pero aún con el rigorismo religioso, el fariseísmo va a ser la corrupción de lo religioso y la deformación de la religión. Lo peligroso de ellos fue denunciado y rechazado por Nuestro Señor. El los describe con pinceladas claras y precisas. El culto de los fariseos es exterior y vano: "Todas sus obras las hacen para ser vistos de los hombres. Ensanchan sus filacterias y alargan los flecos; gustan de los primeros asientos en los banquetes..." (S. Mt. 23, 5-8). Caen en la hipocresía: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros ni permitís entrar a los que querrían entrar" (S. Mt. 23, 13). Son ciegos (S. Mt. 23, 16), inicuos (S. Mt. 23, 28), etc.
Los fariseos se quedan en el brillo exterior, en la vanagloria de sí mismos, son por lo tanto la encarnación de la soberbia. Todo esto hace que caigan en la doblez que también la describe claramente Nuestro Señor:
"Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que os parecéis a sepulcros blanqueados, hermosos por fuera, mas por dentro llenos de huesos muertos y de toda suerte de inmundicia" (S. Mt. 23, 27).
El fariseísmo es una tentación y un peligro constante para todo aquél que busca a adorar a Dios verdaderamente. Un peligro del que nadie está exento de caer. El fariseísmo es la corrupción de lo religioso en su raíz, mata la inclinación del hombre hacia Dios.
El fariseísmo es una enfermedad mortal de la religión. "El fariseísmo -observa con agudeza el P. Castellani- es la sífilis de la religión y el peor mal que existe en el mundo" (1). El motivo de esta afirmación tan fuerte es por lo siguiente: "El fariseísmo es el abuso y la corrupción de lo religioso, y si lo religioso es el remedio de las corrupciones, ¿con qué remedio se remediará la corrupción del remedio?. De suyo no tiene remedio la corrupción del remedio" (2). La corrupción se va a dar por la Soberbia, la exaltación de sí mismo. La soberbia, invento de los demonios, es la base de la actitud farisaica, por ello degrada y aleja tanto de Dios.
Lo grave de la actitud del fariseo es que se vale de la religión para instrumentalizarla en provecho propio , para envanecerse y para usarla en sus propios caprichos y mezquinos intereses. "El fariseísmo, -vuelve a observar el P. Castellani- es el gusano de la religión; y parece ser un gusano ineludible, pues no hay en este mundo fruta que no tenga gusano, ni institución sin su corrupción específica. Todo lo que es mortal muere; y antes de morir, decae" (3). Y también el "fariseísmo, siendo la corrupción específica de la religión, ha existido y existirá siempre" (4). Y finalmente: "El fariseísmo es la enfermedad de la religión verdadera: del cristianismo, o mejor dicho del judaísmo; y del cristianismo, cuando este acebuche injerto retrocede un poco al salvaje olivo primitivo..." (5).
Y el proceso por el cual se llega a esta degradación espiritual es lento y progresivo. Nuestro Señor al decirnos que el que es "fiel en lo poco, también lo es en lo mucho; y el que en lo poco es infiel, también es infiel en lo mucho" (S. Lc. 16, 10), nos indica que la caída empieza en lo poco y culmina estrepitosamente en lo mucho. Toda descomposición es gradual. El fariseísmo no escapa a esta ley y, además, cuando se llega a la postura farisaica es el resultado final de una serie de concesiones en el mal. El P. Castellani ha señalado siete pasos en este proceso de putrefacción espiritual (6):
Primero: La religión se vuelve exterior y ostentatoria.
Segundo: La religión se vuelve rutina y oficio.
Tercero: Se vuelve negocio.
Cuarto: Se vuelve medio de poder o influencia (endurecimiento pasivo).
Quinto: Aversión a los que son auténticamente religiosos.
Sexto: Persecución a los que son auténticamente religiosos (activamente dura y cruel).
Séptimo: Concluye en el sacrilegio y en el suicidio.
Este proceso que va de lo interno a lo externo, refleja primero una caída de lo superior. Cuando se cae se cae de lo alto, como el demonio que cayó de las alturas (cfr. Is. 14, 12-14) y nuestros primeros padres del estado de justicia original. El efecto de la caída es el derramarse en las cosas, en lo exterior, en la vanidad. Quien no soporta estar en su interior, en la unión íntima con Dios se vuelca desmedidamente en las criaturas; no se trata de la verdadera exteriorización, que debe ser un reflejo de la profunda interioridad y del ejercicio de la caridad, en sentido efectivo, por amor a Dios; sino de la exteriorización carente de vida interior. Es una exteriorización sin alma, sin contemplación, en definitiva sin Dios. Luego de esto se pasa a decir y no hacer, a vivir en palabrerías, y hacer discursos de exaltación de sí mismo. Se da aquello de "que quien no vive como piensa termina pensando como vive". Y así se vuelve a recapitular la caída adámica, que va desde la soberbia hasta quedar fuera del Paraíso. El alejamiento de Dios constituye y produce un alejamiento de sí; la aversión al Creador en la conversión desordenada a las criaturas y un desprecio por todo lo que implica relación con Dios.
El fariseo en la corrupción de su postura religiosa, en el fondo no se somete a Dios, no adora a Dios en su alma, sino -al contrario- se busca a sí mismo en todo. El fariseo es lo más alejado que hay de las almas simples, que reducen todo a lo único necesario. Por último podríamos caracterizar, con algunos elementos, la actitud del fariseo: Primero: La soberbia, Segundo: la hipocresía y Tercero: La crueldad.
Primero: La Soberbia
La soberbia es un vicio capital, que mata la raíz de la vida espiritual. la soberbia -observa S. Gregorio Magno- es "señal evidentísima de los réprobos, y, por el contrario, la humildad lo es de los elegidos" (Moral lib. XXIV, c. 18).
La soberbia es el camino contrario a Dios, porque intenta quitarle a Dios su gloria, que sólo a El pertenece. El soberbio se coloca en lugar de Dios, se hace centro de todo. Por esto, "Dios resiste a los soberbios, y a los humildes da su gracia" (I Pedro 5, 5).
El fariseo al buscar envanecerse por lo que hace, autoglorificarse, cae en la soberbia, de ahí el rechazo de Cristo. Cuando Nuestro Señor coloca un ejemplo de soberbia lo hace con la figura del fariseo.
Así, por ejemplo, el publicano y el fariseo que entran al templo para rezar (cfr. Lc. 18, 11-14). El fariseo lo hace "de pie", no mirándose como imperfecto, como pecador y despreciando a los demás: "Oh, Dios, te doy gracias de que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos.. Ayuno dos veces en la semana"; en cambio el publicano, alma humilde, se quedaba lejos, mirándose como indigno de estar en la Presencia de Dios, no se atrevía levantar los ojos y hería su pecho diciendo: "¡Oh Dios, se propicio a mí, pecador!". Las consecuencias, los frutos recogidos por uno y por otro lo dice Nuestro Señor: "Os digo que éste -el publicano- bajó justificado a su casa y no aquél -el fariseo-" (ibíd.).
Y otro ejemplo es cuando se convierte S. Mateo, que era publicano, un pecador público. Sin embargo los fariseos en vez de alegrarse se enfadan por el hecho, diciendo: "¿Por qué vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?" (S. Mt. 9, 11). Nuestro Señor que los oyó les dice: "No tienen los sanos necesidad de médico, sino los enfermos. Id y aprended qué significa ‘Misericordia quiero y no sacrificios'. Porque no he venido yo a llamar a los justos, sino a los pecadores" (ibíd., v.12). Los fariseos se consideraban "justos", por lo tanto se cerraban al Señor que viene a Salvar a los pecadores, encarnándose por ese motivo.
Lo fundamental, por lo tanto, no es simplemente obrar, sino hacerlo con humildad y profundo amor a Dios. La soberbia mata las obras buenas, las pudre en su raíz, de ahí que hay que tener la actitud del Salmista David, para no caer en lo farisaico:"
"Porque no es sacrificio lo que tú quieres; si te ofreciera un holocausto, no lo aceptarías. Mi sacrificio, ¡oh Dios!, es un espíritu contrito. Un corazón contrito y humillado, ¡oh Dios!, no lo desprecias" (Sal. 50, 18-19).
S. Juan de la Cruz, en uno de sus consejos plantea lo mismo:
"Más agrada a Dios una obra por pequeña que sea, hecha en escondido, no teniendo la voluntad de que se sepa, que mil hechas con gana de que las sepan los hombres" (Dichos de luz y amor nº. 20).
Segundo: La Hipocresía
De la Soberbia el fariseo pasa a la hipocresía, que es cuando la persona finge y representa lo que no es o no siente. S. Isidoro decía en sus Etimologías que "hypócrita" es una palabra griega que se traduce al latín por simulador, el cual siendo malo en su interior, se muestra bueno por fuera. ‘Hypo' se interpreta como ‘falso' y ‘crisis' por ‘juicio' "(ML 82, 375). Por eso Sto. Tomás consideraba al fariseísmo como opuesto a la verdad: "a la verdad se opone que alguien manifieste - por algún signo- algo contrario de lo que hay en él. Por eso la simulación es propiamente cierta mentira manifestada en signos exteriores" (II-II, q.111, a.1).
El Fariseo busca engañar a los demás por lo que no es, por lo no vive. La mentira es su arma predilecta, necesita de ella para justificarse y para atraer a los demás. Los dos elementos que encierra la hipocresía, se encuentran en el fariseo: "la falta de santidad y la simulación de la misma" (Sto. Tomás II-II, q.111, a.4).
La "hipocresía -dice el mismo Sto. Tomás- es cierta simulación por la cual aparenta tener una personalidad que no tiene, y consiguientemente se opone directamente a la verdad" (II-II, q.111, a.3). Esta oposición es un pecado satánico, pues el "pecado del demonio contra Dios... consiste en una aversión a la verdad que es Dios" (In Ioannem, VIII, 44, n. 1244).
El fariseo, que va desde el comienzo muriendo a la verdadera religión, por su soberbia va tomando algo de ella -lo externo-para hacerse ver:
"El fariseo va muriendo lentamente a la verdadera religión, pero conservando tenues resabios de ella. Se produce una especie de desdoblamiento de la personalidad religiosa: una reliquia de verdadera religiosidad y un fariseísmo cada vez más voraz. Es una verdadera esquizofrenia religiosa. Finalmente la esquizofrenia se torna hipocresía. El desdobla- miento de la personalidad termina quebrándose y se hace consciente la realidad farisaica. Entonces se construye una personalidad falsa, fingida, santurrona y misticoide" (7).
Nuestro Señor también va a descubrir al fariseo en su hipocresía:
"¡Ay de vosotros escribas y fariseos, hipócritas! que recorréis mar y tierra para hacer un solo prosélito, y luego de hecho, le hacéis hijo de la gehenna dos veces más que vosotros" (S. Mt. 23, 15)... "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiéramos vivido nosotros en tiempo de nuestros padres, no hubiéramos sido cómplices suyos en la sangre de los profetas! Ya con esto os dais por hijos de los que mataron a los profetas" (ibíd., v. 29-30).
Frente a esto, la única manera de matar lo farisaico, es la verdad con humildad: la veracidad. La Veracidad es propio de las almas simples y santas. La veracidad es una virtud que "inclina a decir siempre la verdad y a manifestarse al exterior tal como somos interiormente" (cfr. II-II, q. 109, a.1 y 3, ad.3). Decir la verdad y vivir conforme a ella es agradable a Dios. Y, a la vez, nos asemeja a Cristo, quien vino a manifestar la Verdad (Jn. 18, 37), aunque El es la Verdad de manera absoluta. También es fundamental la veracidad con los demás. S. Pablo dice que es preciso crecer en caridad "abrazados a la verdad" (Ef. 4, 15) y que "despojándose de toda mentira hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros" (Ef. 4, 25). El cristianismo es "hijo de la luz" (Jn. 8, 44), hijo de la verdad. La mentira, en cambio, es el camino de lo satánico.
Y, como partes integrales de la veracidad se encuentran por un lado la fidelidad (que inclina a la voluntad a cumplir exactamente lo prometido), y, por otro lado, la simplicidad (que rectifica la intención apartándonos de la doblez, que nos impulsaría a manifestarnos exteriormente en contra de nuestras verdaderas intenciones) (cfr. S. Th. II-II, 109, 2, ad.4 ; II-II, 111, 3, ad.2).
Pero el hablar de sí mismo con verdad se debe hacer con un cierto discernimiento: "Hablar de uno -observa Sto. Tomás- conforme a la verdad es una cosa buena, pero con una bondad genérica que no basta para hacer el acto virtuoso. Para esto se precisan otras muchas condiciones, en cuyo defecto el acto será más bien un vicio. Tal es el ejemplo, el alabarse a sí mismo sin motivo, aunque no se falte a la verdad. Y también el publicar sus defectos como vanagloriándose de ellos, sin que tal publicidad reporte algún beneficio" (II-II, 109, 1, ad.2).
Decir la verdad para hacerse ver y no por la gloria de Dios y el bien de las almas, es vicio más que virtud.
Tercero: La Crueldad
La crueldad, que es deleitarse en hacer sufrir a los demás, es otra característica de los fariseos. Ellos, no soportando a Dios ni a la verdadera religión, van a despreciar todo lo que le indique a Dios y van a perseguir a los verdaderos creyentes.
La crueldad va a ser por un lado consecuencia de la envidia que van a tener por los que obran bien, y también un efecto del vicio que va contra el amor al prójimo: el odio. El odio farisaico no es por rechazar lo malo (que es virtuoso y bueno, siempre y cuando se desprecie no a la persona misma del prójimo, sino lo que hay de malo en ella). El odio de los fariseos es el de enemistad, que le desea al prójimo algún mal.
La crueldad del fariseo es la del que se considera "justo" y que encubre su acto adornándolo con el escudo del derecho y con la aparente "rectitud moral". Es la crueldad de la pseudo-justicia. Cuando pidieron crucificar al Señor lo hacen con "aparente justicia", pero que en el fondo es tapar y justificar su crueldad contra el Hijo de Dios. Les va a decir Nuestro Señor acerca de su crueldad:
"por esto os envío yo profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis y los crucificaréis, a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad" (S. Mt., 23, 34).
El fariseo, la primera crueldad la va a tener con la propia alma, al dejarla alejada de la verdadera perfección, de la santidad exigida por Dios. Quien peca se hace verdugo de sí mismo. La segunda consiste en despreciar a los verdaderos adoradores: va a perseguirlos, difamarlos y atacarlos en todos los frentes.
"El falso creyente -observa el P. Castellani- persigue de muerte a los veros creyentes, con saña ciega, con fanatismo implacable... y no se calma ni siquiera ante la cruz ni después de la cruz... ‘Este impostor dijo que al tercer día iría a resucitar'; de modo que, oh Excelso Procurador de Judea... Guardias al sepulcro" (8).
"El fariseísmo es esencialmente homicida, aunque tenga las manos enteramente limpias de sangre y sea incapaz de resistir por la fuerza a una viril pateadura. ‘Vuestro padre es el diablo -les dijo Cristo- el cual fue homicida desde el principio'. Es homicida porque es enemigo de la vida y helador de la caridad y todo lo que es cálido: de su corazón y de su boca salen una especie de rayos de hielo. Y éste es el grado supremo del fariseísmo, los sacrificios humanos; no a Dios, que no los quiere, sino a un Diablo disfrazado y llamado con distintos nombres: ‘Disciplina Eclesiástica' en este caso" (9).
La crueldad se va a superar con la verdadera caridad que lleva a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo y a sí mismo por amor a Dios.
P. Fr. Armando Díaz O.P.

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