"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 7 de junio de 2014

Tienes que aliarte con el Espíritu Santo

¿Tú realmente estás trabajando acompañado de esa fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora?


Cuando haces tú opción por la santidad tienes que convencerte que es algo, arduo, no fácil, algo difícil y costoso. Porque hay muchas almas que consideran que con unos ejercicios espirituales, con un retiro, con una buena dirección espiritual, una visita eucarística pueden ya lograr la santidad. ¡No! La santidad es algo difícil y costoso. ¿Por qué? Porque tenemos que luchar siempre por controlar nuestros instintos y nuestras pasiones que nos llevan en muchos casos por un camino lejano del camino de la santidad.


Debemos convencernos íntimamente de que solos no vamos a lograr en verdad y objetivamente y sin parodias llegar a la santidad, y que por lo tanto debemos aliarnos con plena conciencia con el Espíritu Santificador. Aquél que nos envió Jesucristo después de su muerte para enseñarnos, iluminarnos, mantenernos en la verdad, dulce huésped del alma, Maestro, artífice de santidad, sin Él no hay nada en el hombre. Así pues, tú tienes que ser aliado, amigo colaborador del que tiene que ser tu inspirador y tu fuerza. Has hecho tu opción tienes que luchar duro para lograrla y tienes que aliarte con alguien todavía más fuerte que tú y que tus pasiones, para lograr esa santidad. Tienes que aliarte con el Espíritu Santificador, el que Cristo te prometió que te enviaría después de subir a los cielos y que te mandó el día de Pentecostés. Ese Espíritu que late en todo el mundo, en toda la Iglesia, que late en todos los corazones que quieren darle cabida.



Tenlo pues, como aliado, como amigo, como colaborador. Hazlo alguien que cuenta para todo tu quehacer diario. Para todo: estudios, trabajo, juego, apostolado, relaciones humanas, vida interior. ¡Para todo! Sin excluir nada.



Hazte una pregunta: ¿tú realmente estás trabajando acompañado de esa fuerza misteriosa, santificadora y vivificadora que es la alianza y la unión con el Espíritu Santo, que habita en tu corazón por la gracia, que está dentro de ti por la gracia, con la Santísima Trinidad, con el padre y con el Hijo?



Realmente pregúntate: ¿tú trabajas aliado a Él? ¿Lo recuerdas? ¿Cuántas veces lo sientes en tu vida, en tus oraciones, en tus recreos, en el comedor, en todo tu tiempo? ¿Cuántas veces te percatas de que cuentas y estás con el Espíritu Santo santificador trabajando por lograr aquellos actos, que parecen intrascendentes, tu santificación personal?



Trabaja pues y haz todo esto con una gran confianza y estrecha unión con el "socio", con el que vas hacer la obra más importante de tu vida: la obra de tu santificación. No hay socio mejor ni amigo mejor.



Tú ya tiene un "socio" para poder santificarte. Tú tienes que trabajar con tu "socio" para poder santificarte. Tú tienes que trabajar con tu "socio" para preparar el mármol, la piedra, el material donde Él y tú van a esculpir la imagen viviente de nuestro Señor Jesucristo. Así es como tú desde la santidad y desde la amistad con el Espíritu Santo vas a lograr llegar a ser otro Cristo, un testimonio viviente del Evangelio. Así es como va a cumplirse en ti aquello de: que Cristo sea vuestra vida.

viernes, 6 de junio de 2014

¿Después de la Ascensión, qué?

¡No podemos quedarnos mirando al Cielo! Ahora nos toca a nosotros ser la voz de Jesús para alentar y consolar.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que anuncie la Buena Nueva. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, hacerlo. Los Sacerdotes predicando(sobre todo)con la palabra, los laicos predicando(sobre todo) con el ejemplo, los padres de familia predicando con la palabra y el ejemplo.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que compadezca a los pobres y lo enfermos. Ahora nos toca a nosotros.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que multiplique los panes y los pescados para alimentar a las multitudes. Esa es ahora nuestra tarea, multiplicando nuestros esfuerzos para dar de comer sino a las multitudes, por lo menos a los pobres que podamos. 

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que cuide a sus ovejas. Ahora nosotros tenemos que velar por ellas, especialmente por aquellas (el cónyuge, los hijos, los hermanos, los trabajadores) que Dios nos ha encomendado a cada uno. 

Después de la Ascensión a nosotros nos toca ser la voz de Jesús para alentar y consolar. Sus manos para tenderlas a todo el que necesite ayuda. Sus pies para llevarlo a donde no lo conocen. 

Después de la Ascensión:

¡No podemos quedarnos mirando al Cielo!

Autor: Karime Alle

jueves, 5 de junio de 2014

Los sentimientos que acompañaron a la Ascención

Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra.

Vemos en Cristo, la alegría porque vuelve al Padre.

Ya durante su vida terrena nos dejó ver la ternura con que se dirigía a su Padre. En el momento de la cruz, sus primeras palabras se dirigen al su Padre. 

Ahora ese deseo de estar con su Padre se ve realizado, con qué seguridad dice. Me voy al Padre , lo tenía clavado en su corazón, de El venía y a El iba, esta es la aspiración que todo deberíamos tener. Está sentado a la derecha de Él. Yo también un día estaré cercano a mi Padre ¡Cuánto gozo colmará el corazón de Jesús!
Alegría porque cumplió su misión.

Jesús no iba al cielo con las manos vacías. En ellas iba un racimo de obras cumplidas por indicación de su Padre. El todo está cumplido brilla en sus labios. Su corazón no cabe de gozo. Es la alegría de cumplir con la voluntad de Dios. Y si hay alguien que lo ha hecho en la historia de la humanidad es Cristo.

Alegría porque se va del mundo y se queda en el mundo.

Todos queremos permanecer en el tiempo, queremos que los demás nos recuerden: sea por la casa que hicimos, los árboles que plantamos o la obra que iniciamos. Pero nunca podemos satisfacer este deseo, pues la muerte lo rompe abruptamente. Cristo, Dios y hombre, si lo pudo cumplir. Se ha ido al cielo y sin embargo sigue con nosotros. Sí, se ha quedado con nosotros a través de la Eucaristía, de sus sacramentos, del Espíritu Santo.

Sentimientos con que se quedan los discípulos.

Tristeza porque los dejaba Cristo.
Este sentimiento cambió muy rápido en la Iglesia, pues los apóstoles fueron descubriendo cómo Dios estaba con ellos a su lado. Su presencia era tal que los hizo pasar de unos cobardes a intrépidos por el Reino: todos murieron de forma cruenta.

Esto fue un sentimiento fugaz pues el texto nos recuerda que volvieron llenos de gozo. ¿Por qué? Por que han visto lo real que es la Ascensión. No es teoría. Es algo totalmente real. Esto los ha llenado de alegría.

Alegría, ilusión por el cielo.

Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra. La alegría de ellos no era hueca. Este sentimiento se metió hasta la médula del cristianismo. Tanto que los cristianos sufrían todo porque tenían una gran alegría: irían al cielo. Para ello valía la pena sufrir cualquier cosa con tal de ganar el cielo. Aquí, en este sentimiento nacen los mártires de la Iglesia; en este sentimiento nacen los santos; y en este sentimiento debemos nacer nosotros.
Hoy tenemos que levantar los ojos al cielo y soñar con él: tenemos que darnos que vale la pena todo con tal de gozar de la total participación con el Padre

Certeza de que ya no estaban solos.
La tierra para los apóstoles viene a ser como el territorio donde Dios gobierna, por ello se saben dentro del territorio de su Señor. Esto los va a llenar de confianza y de alegría en su entrega, en su lucha.

 Autor: P. Dennis Doren LC

miércoles, 4 de junio de 2014

Dos mujeres excepcionales

¡Gracias María, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel!

La fiesta de La Visitación está llena de encantos, de un idilio, de una ternura inigualables. Dos mujeres encinta que se encuentran, que se saludan, que se llenan de Dios y de alegría. Las dos primas, María e Isabel, convertidas en mamás las dos milagrosamente, se nos llevan también a nosotros todos los cariños. 

Sólo María, después de la Ascensión del Señor en la Iglesia primitiva, pudo ser la fuente de esta información que hoy no sería capaz de presentar el reportero más avispado. Sin grabadoras ni cámaras de televisión, Lucas recogió los datos suministrados anteriormente por María, y en la visitación de María a Isabel nos ofrece una de las escenas más sublimes de toda la Biblia. 

- ¡Isabel! ¡Isabel! ¿Cómo estás, cómo te encuentro?... 

- Pero, María, ¿cómo vienes hasta aquí?... 

María se ha enterado del estado de Isabel por el Angel:

- Tu pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo, y ya está en su sexto mes la que siempre ha sido estéril, porque para Dios no hay nada imposible. 

Más de ciento veinte kilómetros separan Nazaret de Ain Karim. Pero María, audaz, valiente, sin complejos ni miedos ¡qué muchachita ésta, y vaya mujer liberada!, emprende el camino desde Galilea hasta la montaña de Judea. 

Isabel, nada más oír el saludo de su jovencita prima y antes de que ésta le comunique nada, se da cuenta de la maternidad de María, por iluminación del Espíritu Santo: 

- ¿Pero, cómo es esto? ¿Llevas en tu seno a mi Señor, y vienes hasta mí? ¡Si noto que hasta el niño que se encierra en mis entrañas está dando saltos de gozo con solo oír tu voz!

María recibe la primera bienaventuranza del Evangelio: 

- ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá en ti todo lo que te ha dicho el Señor!

¡Hay que ver qué encuentro el de estas dos mujeres madres! La Liturgia de la Iglesia nos lo presenta hoy para que veamos lo que nos espera a nosotros en la próxima Navidad, que ya la tocamos con la mano. 

María nos trae al Hijo de Dios, hecho hombre en su seno bendito. 

Jesús se encuentra con nosotros para llenarnos de su Espíritu Santo, como a Isabel, como a Juan.

El Espíritu Santo nos llena de su alegría y de sus dones, porque donde entra el Espíritu de Dios no hay más que gozo, paz y vida divina y eterna.

Si nos ponemos a analizar este hecho de la visitación de María a Isabel, no sabemos por dónde empezar ni por donde acabar de tantas cosas como podemos decir, ya que se trata de una escena de riquezas inmensas. Igual nos habla de las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, que de la mediación de María. Como nos dice también de la diligencia del apóstol, dispuesto a dar siempre ese Jesús que lleva dentro. 

¿Quién es el Jesús que María lleva en su seno? Dios, ciertamente. Isabel lo reconoce: - ¿Cómo viene a visitarme la madre de mi Señor?... Y El Señor, para un judío, era solamente Dios. 

¿Quién es el Jesús, hijo de María? Es hombre perfecto. Nacido de mujer, dirá San Pablo. Un Jesús hombre que tomará el pecho de la mamá como cualquier bebé. 

Un Jesús que jugará y enredará y será educado como cualquier otro niño. Un Jesús que se desarrollará joven bello y de prendas singulares, como nos dice el Evangelio, e irá creciendo en estatura, en conocimientos y en gracia y atractivos ante los hombres lo mismo que ante Dios. Un Jesús que amará como nosotros; que trabajará y se cansará y padecerá hambre y sed; que gozará y sufrirá como sus hermanos los hombres, y que llegará a morir verdaderamente como cualquiera de nosotros. 

¿Por medio de quién viene a nosotros este Jesús? Es la cosa tan evidente, que no necesita comentarios. Dios ha querido servirse de María, que ha dado su consentimiento consciente, libre y amorosamente al plan de Dios. 

Y María sigue realizando hoy su misión de darnos a Jesús lo mismo que hizo con Isabel y el Bautista o lo veremos pronto con los Magos. 

No va a ninguna parte María sin su Jesús. No se mete María con su amor y devoción en ningún alma sin meter bien dentro de ella al mismo Jesús. Venir a nosotros María o ir nosotros a María y no encontrarse con Jesús resulta un imposible. María, como Madre, es una Medianera natural entre Jesucristo y nosotros. De María aprendemos también una lección importante para nuestra vida cristiana. 

¿Podemos quedarnos para nosotros ese Jesús que llevamos dentro? ¿No tenemos obligación de darlo a los demás?...

Por la fe de Abraham empezó la Historia de la Salvación. Por la fe de María -¡Sí, que se cumpla en mí tu palabra!- se realizó definitivamente el plan de salvación trazado y prometido por Dios. María nos enseña a ser creyentes, a aceptar la Palabra, a decir siempre SÍ a Dios. 

¡María! ¡Gracias por tu fe! ¡Gracias, porque tu generosidad arrancó del seno de Dios a Nuestro Salvador el Señor Jesucristo! ¡Gracias, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! ¡Gracias, porque con tu Jesús vives también en nuestros corazones!...

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

martes, 3 de junio de 2014

ACABAR CON LA CORRUPCIÓN

Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Todas las acepciones del verbo corromper indican maldad. La más suave quizá sea la situada por el DRAE  en primer lugar: alterar y trastrocar la forma de algo. Las restantes son peores: echar a perder, dañar, pudrir, sobornar, pervertir o seducir a alguien, estragar, viciar… Y así hasta oler mal que supongo se puede emplear en sentido real y figurado, aunque quizá sea más pestífero el figurado que el puro  hedor a carne podrida.

         No es infrecuente leer y hablar de corrupción política, económica, policial, de datos y hasta de jueces. Esa podredumbre es objeto de estudios variados, se establecen baremos de países o regiones más corruptos, pero el hecho es que está ahí, atravesando el ancho mundo y no parece que pongamos remedios eficaces, tal vez porque, sobre todo en los centros de poder, existen muchos intereses que impiden su extirpación. Hoy por ti, mañana, por mi. Hoy te encubro y disimulo  gritando, mañana me tapas y tú levantas la voz. Incluso sucede como en El Gatopardo, la conocida novela de Lampedusa, donde se lee que es preciso que todo cambie para que todo siga igual.

         Siempre se ha hablado de la posibilidad de que en un montón manzanas  sólo una putrefacta puede pudrirlas todas. Pero por lo que contemplamos a diario, parece dañado buena parte del montón o, al menos, en puntos esenciales de la vida pública o privada. Aunque confío en que no lleguemos al límite expresado por un taxista mexicano que apuntaba: oiga, aquí roban hasta los particulares. Sea como fuere, el tema de la corrupción es una lacra de ámbito universal, lo que, lejos de ser un consuelo, la torna aún más preocupante.

         La pregunta obvia es qué vamos a hacer para erradicarla sin emprender la gran movida para que todo siga igual. Es preciso ir al origen de lo que estraga esta sociedad nuestra. Y ese origen hay que buscarlo en el hombre mismo: en las desordenadas ambiciones personales, los excesos en la búsqueda de la propia excelencia, en la inmoderación personal para los gastos, la protesta porque deseo tener más aunque no haya de qué, el absentismo laboral injustificado, el jefe que únicamente busca resultados para salvar su pellejo, los negocios del sexo, los parados…; todo eso y más constituye la causa del trastrueque que observamos.

          Precisamos una reflexión seria y generosa para ahondar en la causa de los desvaríos humanos. Séneca afirmaba: ¿qué importa saber lo que es una recta si no se sabe lo que es la rectitud? Ésta interesa mucho porque importa el hombre, porque toda vida humana es una aventura extraordinaria que no podemos malograr por seducirla para que pierda su norte. En la obra “Cruzando el umbral de la esperanza”, Juan Pablo II afirmaba: la persona es un ser para el que la única dimensión adecuada es el amor. Somos justos en lo que respecta a una persona cuando la amamos. En este contexto, es evidente que corruptores y corrompidos no aman ni propician el amor salvo el desquiciado que se profesan a sí mismos.

         Indudablemente, escribo desde una mente cristiana, pero procuro hacerlo de modo que sea útil a una mayoría. El amor gobernado por la recta razón. Amar guarda poca relación con cifrar  la solución de nuestros problemas de corrupción en el apartamiento de los catecismos –modo grosero de referirse a algo inexistente- y un aborto con más capacidad de muertes. ¿Alguien piensa seriamente en amar a la gente de ese modo. ¿Alguien cree que seremos más humanos y juveniles cambiando el Crucificado por el Che Guevara, a quien la gente joven ya no conoce?

         El amor puede sanar muchas heridas en una humanidad rasgada por sobornos y otras perversiones. Amar es darse, es acoger la vida naciente y tener hospitalidad con quien la necesita. Amar es aceptar lo que otro nos da y hacerlo propio, como escribió Yepes Stork. Amar es respetar y reconocer la dignidad de todos, incluidos ancianos y no nacidos. Si educamos para el amor, elegiremos amorosamente, y eso hace distinta la elección. Amar es atender y comprender. También obedecer es amar, y buscar la concordia, actuar desinteresadamente, respetar las promesas, perpetuarse en un tiempo con ansia de eternidad.


         ¿No podríamos poner todos los medios en búsqueda de esa civilización del amor, que es lo más opuesto a la civilización de la podredumbre? Así la vida humana volvería a brillar con todo su esplendor aún con los errores nacidos de nuestras limitaciones. La vida sería esa aventura apasionante cantada por los poetas, celebrada por la música, inmortalizada en la pintura, reflejada en un cine moderno y atrayente, trabajada en los talleres y en las aulas. Una vida pletórica de vida, de personas con norte y brújula, un río de luz con la fuerza creativa del hombre, siempre capaz de lo mejor y de lo peor. Ha de cambiar todo para que nada siga igual,  para  despertarnos, como decía una canción italiana, con los ojos y el corazón de un niño que nunca puede traicionar.  Sólo veo realizable la poesía de la canción con los ojos de Dios.

domingo, 1 de junio de 2014

Los sentimientos que acompañaron a la Ascención


Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra.

Vemos en Cristo, la alegría porque vuelve al Padre. 

Ya durante su vida terrena nos dejó ver la ternura con que se dirigía a su Padre. En el momento de la cruz, sus primeras palabras se dirigen al su Padre.

Ahora ese deseo de estar con su Padre se ve realizado, con qué seguridad dice. Me voy al Padre , lo tenía clavado en su corazón, de El venía y a El iba, esta es la aspiración que todo deberíamos tener. Está sentado a la derecha de Él. Yo también un día estaré cercano a mi Padre ¡Cuánto gozo colmará el corazón de Jesús! 
Alegría porque cumplió su misión. 

Jesús no iba al cielo con las manos vacías. En ellas iba un racimo de obras cumplidas por indicación de su Padre. Eltodo está cumplido brilla en sus labios. Su corazón no cabe de gozo. Es la alegría de cumplir con la voluntad de Dios. Y si hay alguien que lo ha hecho en la historia de la humanidad es Cristo. 

Alegría porque se va del mundo y se queda en el mundo. 

Todos queremos permanecer en el tiempo, queremos que los demás nos recuerden: sea por la casa que hicimos, los árboles que plantamos o la obra que iniciamos. Pero nunca podemos satisfacer este deseo, pues la muerte lo rompe abruptamente. Cristo, Dios y hombre, si lo pudo cumplir. Se ha ido al cielo y sin embargo sigue con nosotros. Sí, se ha quedado con nosotros a través de la Eucaristía, de sus sacramentos, del Espíritu Santo. 

Sentimientos con que se quedan los discípulos. 

Tristeza porque los dejaba Cristo. 
Este sentimiento cambió muy rápido en la Iglesia, pues los apóstoles fueron descubriendo cómo Dios estaba con ellos a su lado. Su presencia era tal que los hizo pasar de unos cobardes a intrépidos por el Reino: todos murieron de forma cruenta. 

Esto fue un sentimiento fugaz pues el texto nos recuerda que volvieron llenos de gozo. ¿Por qué? Por que han visto lo real que es la Ascensión. No es teoría. Es algo totalmente real. Esto los ha llenado de alegría. 

Alegría, ilusión por el cielo. 

Los apóstoles pusieron su corazón en el cielo y siguieron trabajando en la tierra. La alegría de ellos no era hueca. Este sentimiento se metió hasta la médula del cristianismo. Tanto que los cristianos sufrían todo porque tenían una gran alegría: irían al cielo. Para ello valía la pena sufrir cualquier cosa con tal de ganar el cielo. Aquí, en este sentimiento nacen los mártires de la Iglesia; en este sentimiento nacen los santos; y en este sentimiento debemos nacer nosotros.
Hoy tenemos que levantar los ojos al cielo y soñar con él: tenemos que darnos que vale la pena todo con tal de gozar de la total participación con el Padre 

Certeza de que ya no estaban solos. 
La tierra para los apóstoles viene a ser como el territorio donde Dios gobierna, por ello se saben dentro del territorio de su Señor. Esto los va a llenar de confianza y de alegría en su entrega, en su lucha. 

Autor: P. Dennis Doren LC

sábado, 31 de mayo de 2014

Hacia nuestra propia ascensión

Algún día nos encontraremos en el cielo, lo mismo que ahora estamos reunidos en la tierra.

¿Cómo está Cristo con nosotros, en nuestra tierra?

Cristo está presente. Cristo está aquí, en la tierra, con nosotros, y ya no nos abandonará jamás. Está presente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía. Está presente en la comunidad cristiana. Está presente en nuestro corazón que es un templo de Cristo y del Dios Trino

La Ascensión del Señor, nos quiere revelar algo más que su presencia invisible en medio de nosotros. Nos revela cómo se va a acabar nuestro destino, nuestra vida terrenal. Creo que ésta es una pregunta que nos inquieta a todos. Y la fiesta de la Ascensión del Señor nos da la respuesta: nuestro final será una ascensión.

Algún día nos encontraremos en el cielo, lo mismo que ahora estamos reunidos en la tierra. Nuestra presencia en cada misa dominical, no hace más que prefigurar, anunciar y preparar esa gran asamblea final en torno al Señor. Al final de la misa la vida nos dispersará; pero será solo algo transitorio, hasta que llegue la hora de nuestra ascensión final.

Todo es transitorio: alegrías, tristezas, bienes...
Porque todo lo que pasa aquí abajo en esta tierra es transitorio. Cuántas veces nos desanimamos por cualquier contrariedad, cualquier sufrimiento y cruz, diciendo: no es posible que Dios exista y permita estas cosas; no es posible que Dios dirija nuestra vida y que la transforme de esta manera. Sí, es verdad que las cosas no nos resultan siempre fáciles. Pero esperemos, tengamos paciencia, no juzguemos hasta haber visto el final. Porque sabemos ya por experiencia que después de la Pasión y del Calvario viene siempre la Resurrección y la Ascensión.

Por eso, toda tristeza es transitoria. Somos desgraciados, pero solamente por un tiempo breve.

¿Por qué recé y no me escuchó Dios? Porque Dios se reserva el derecho de darme muchas cosas y mucho mejores que las que yo me atreví a pedirle.
¿Por qué sigo enfermo, sin fuerzas? Porque pronto quedaré curado para siempre.
¿Por qué tengo que lamentar la muerte de una persona querida?

¿O por qué la vida me separa de los únicos con quienes me gusta vivir? Porque pronto me encontraré reunido para siempre.

También la alegría, toda alegría de este mundo, es pasajera. Los hijos saben que no pueden tener siempre consigo a sus padres. Los padres saben también que no guardarán para siempre a sus pequeños. Y lo mismo la mujer a su marido, el marido a su mujer, y así todas las personas que se aman. No existe más que un solo lugar definitivo en el que nos juntaremos para siempre, y este sitio no está aquí abajo en esta tierra.

Lo mismo con nuestros bienes: No podemos llevarlos con nosotros: los perderemos todos. Algún día, nuestras manos se abrirán para entregarlos todo. Hoy todavía estamos a tiempo de abrirlas para ofrecerlos libremente. Porque todo lo que no ofrezcamos a Dios, lo vamos a perder.

Llevar el mundo a Dios. En todas las Misas, ofrecemos un poco de pan, un poco de vino - en representación de nosotros mismos, de nuestras vidas, de nuestros trabajos, de nuestros bienes. Y el sacerdote tomará todo esto y luego lo consagrará llevándolo al mundo de Dios.

Así en cada una de nuestras Misas, un poco de nuestro mundo pasa a formar parte del mundo del otro mundo.
En cada una de las Misas, tiene lugar la ascensión de un poco de tierra al cielo.
En cada una de las Misas, los cristianos, estamos invitados a elevarnos, a separarnos un poco de la tierra, a dar un paso hacia el mundo de Dios.

Preguntas para la reflexión

1. ¿He pensado en mi propia ascensión?
2. ¿Qué me costaría dejar hoy: mis bienes...?
3. ¿Vivo como si nunca fuera a dejar este mundo?

Autor: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer


viernes, 30 de mayo de 2014

Con María, recordando la Ascensión


La Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza…


Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua. 

Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero… necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión. 

Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena que me responde al alma. 

El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el mundo debía salvarse. 

- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1). 

Sonríes… 

Tu mirada se pierde ahora en la lejanía. 

Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza… por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más hermosas promesas. 

Recuerdo claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma..." Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo" 

Yo presentía la partida… y Él sabía que necesitaba abrazarlo… como cuando era pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos…: 

- Gracias Madre, gracias… gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar… gracias. 

Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome: 

- Cuídala Juan, cuídala y hónrala… protégela y escúchala. Ella será para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan, pues haciéndolo… me honras. 

- Lo haré, Maestro, lo haré…- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón. 

Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente. 

Los apóstoles se arrodillaron ante Él. 
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de lágrimas, sentí que me miraba… y su mirada me hablaba… 

- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía? 

- Espérame, Madre, enviaré por ti… espérame... 
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir( Hch 1,11) 

Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí. 

- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle. 

Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo: 

- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo. 

Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos… me sentía madre… intensamente madre… y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: ...Hagan todo lo que él les diga( Jn 2,5) 

Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén. 

Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó… 

-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús… compañera y amiga . Una vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús... gracias por defendernos en el peligro… gracias por ser compañera, compañera, compañera... 

Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés. 

Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para contarles las maravillas de Pentecostés… háganle sitio... es la mejor decisión que pueden tomar... no lo duden jamás... 

___________________________ 

(1) San Luis María Grignon de Montfort “Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen” pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999 


NOTA 

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna." 

Autor: María Susana Rater


jueves, 29 de mayo de 2014

El cielo es tuyo ¿Subes o te quedas?

Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna. 



¡El domingo día de la Ascensión del Señor!

¿Qué decir a los hombres sobre ella? ¿Qué te dirás a ti mismo? La Ascensión clava nuestra esperanza de forma inviolada en nuestra propia felicidad eterna. Así como Jesús, tu Hijo, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo eternizado a la patria de los justos, así el mío y el de mis hermanos, el de todos los fieles que se esfuercen, subirá para nunca bajar, para quedarse para siempre allí.

La Ascensión, además, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse al muladar. Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se para, se enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi meta, esa es mi cima. ¿También la tuya?

Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había escrito el nombre de todos en el cielo, también el tuyo y el mío. El cielo es mío, el cielo es tuyo. ¿Subimos o nos quedamos? ¿Eterno muladar o eterna gloria? Voy a prepararos un lugar. ¡Con qué emoción se lo dijiste! Dios preparando un lugar, tu lugar, en el cielo.

Dios creó al hombre, a ti y a mí, para que, al final, viviéramos eternamente felices en la gloria. Si te salvas, Dios consigue su plan, y tú logras tu sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...

¡Con cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos compañeros de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no quiso...

Si Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, como a Gestas, no pudo salvar. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti, cuando le has cerrado la puerta de tu alma. Ojalá que esas lágrimas, sumadas a su sangre, logren llevarte al cielo.

Si tú le pides con idéntica sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino", de seguro escucharás también: "Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida".

Dios es amor. El cielo lo grita. 
Lo ha demostrado mil veces y de mil formas. Te lo ha demostrado a ti; se lo ha demostrado a todos los hombres. Se lo ha probado amándoles sin medida, perdonándoles todo y siempre; regalándoles el cielo, dándoles a su Madre. Si no hemos sabido hacerlo, ya es hora de corresponder al amor. No podemos vivir sin amor. La vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y amarguras. Amar es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que infinitamente nos ha amado.

La ascensión nuestra al cielo será el último peldaño de la escalera; será la etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos pensar en ella, soñar con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo será muy poco para conquistarla. Después del cielo sólo sigue el cielo. Después del Paraíso ya no hay nada que anhelar o esperar. Todos nuestros anhelos más profundos y entrañables, estarán, por fin, definitivamente cumplidos. Entonces, ¿te interesa el cielo?

¿A quién debo una felicidad tan grande? ¿A qué precio me lo ha conseguido. ¿Qué he hecho hasta ahora por el cielo? ¿Qué hago actualmente para asegurarlo? Y, en adelante, ¿qué pienso hacer?

Al final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro". 

Autor: P. Mariano de Blas LC

miércoles, 28 de mayo de 2014

Pascua y bautismo

En este tiempo de Pascua necesitamos renovar la alegría de haber sido bautizados.

Es una tradición de siglos: tener bautizos en la Vigilia Pascual. Niños o adultos reciben, en esa noche maravillosa, el inmenso regalo del sacramento que los convierte en hijos de Dios.

Hay una relación profunda, íntima, entre la Pascua y el bautismo. El pueblo de Israel pasó entre las aguas al salir de Egipto. Alejarse de la esclavitud y del pecado, conseguir la verdadera liberación, es posible desde la acción de Dios y a través de un nuevo nacimiento.

Lo que prefiguraba el pasó del mar Rojo se hizo realidad en el Calvario, al ofrecer Cristo su Cuerpo y su Sangre para la salvación del mundo; y en la Pascua, con la Resurrección del Señor. ¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva (Rm 6,3 4).

Cristo enseñó claramente la necesidad de un nuevo nacimiento en su famoso diálogo con Nicodemo: En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5). Ese agua y ese Espíritu están presentes en el Calvario: uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua (Jn 19,34).

Una vez purificados con las aguas de la salvación y rescatados por la misericordia, los que acaban de ser bautizados reciben una vestidura blanca, porque han sido lavados en la Sangre del Cordero (cf. Ap 7,13-14).

Sólo en el bautismo se consigue romper con el pecado y liberarse del dominio del demonio. Sólo entonces inicia una vida nueva, y se entra a formar parte del Pueblo de Dios, de la Iglesia de Cristo.

En el "Catecismo de la Iglesia Católica" encontramos numerosas alusiones a la importancia del bautismo. Un párrafo especialmente denso recoge estas ideas:

Nuestro Señor vinculó el perdón de los pecados a la fe y al Bautismo: Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará (Mc 16,15 16). El Bautismo es el primero y principal sacramento del perdón de los pecados porque nos une a Cristo muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación (cf. Rm 4,25), a fin de que vivamos también una vida nueva (Rm 6,4) (n. 977).

En el tiempo de Pascua necesitamos renovar la alegría de haber sido bautizados. A partir del día maravilloso del propio bautismo, nuestra vida llegó a ser distinta: empezamos a pensar, sentir y actuar como criaturas nuevas, como hijos unidos al Hijo, como iluminados por el Espíritu, como miembros de una Iglesia de hermanos que comparten la misma fe y el mismo amor.

Autor: P. Fernando Pascual LC