"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
jueves, 1 de mayo de 2014
El Valle del Jerte
San José, hombre de trabajo
Fiesta de San José Obrero. Todos los trabajadores están invitados hoy a
mirar el ejemplo de este "hombre justo".
Autor: SSJuan Pablo II
"Lo que hacéis,
hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... Servid a Cristo
Señor" ( Col 3, 23 s.).
¿Cómo no ver en estas palabras de la liturgia de hoy el programa y la
síntesis de toda la existencia de San José, cuyo testimonio de generosa dedicación
al trabajo propone la Iglesia a nuestra reflexión en este primer día de mayo?
San José, "hombre justo", pasó gran parte de su vida trabajando
junto al banco de carpintero, en un humilde pueblo de Palestina. Una
existencia aparentemente igual que la de muchos otros hombres de su tiempo,
comprometidos, como él, en el mismo duro trabajo. Y, sin embargo, una
existencia tan singular y digna de admiración, que llevó a la Iglesia a
proponerla como modelo ejemplar para todos los trabajadores del mundo.
¿Cuál es la razón de esta distinción? No resulta difícil reconocerla. Está en
la orientación a Cristo, que sostuvo toda la fatiga de San José. La presencia
en la casa de Nazaret del Verbo Encarnado, Hijo de Dios e Hijo de su esposa
María, ofrecía a José el cotidiano por qué de volver a inclinarse sobre el
banco de trabajo, a fin de sacar de su fatiga el sustento necesario para la
familia. Realmente "todo lo que hizo", José lo hizo "para el
Señor", y lo hizo "de corazón".
Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este
"hombre justo". La experiencia singular de San José se refleja, de
algún modo, en la vida de cada uno de ellos. Efectivamente, por muy diverso
que sea el trabajo a que se dedican, su actividad tiende siempre a satisfacer
alguna necesidad humana, está orientada a servir al hombre. Por otra parte,
el creyente sabe bien que Cristo ha querido ocultarse en todo ser humano,
afirmando explícitamente que "todo lo que se hace por un hermano,
incluso pequeño, es como si se le hiciese a Él mismo" (cf. Mt 25, 40).
Por lo tanto, en todo trabajo es posible servir a Cristo, cumpliendo la
recomendación de San Pablo e imitando el ejemplo de San José, custodio y
servidor del Hijo de Dios.
Al dirigir hoy, primer día de mayo, un saludo cordialísimo a todos vosotros,
(...), mi pensamiento va con todo afecto especialmente a los trabajadores
presentes y, mediante ellos, a todos los trabajadores del mundo,
exhortándoles a tomar renovada conciencia de la dignidad que les es propia:
con su fatiga sirven a los hermanos: sirven al hombre y, en el hombre, a
Cristo. Que San José les ayude a ver el trabajo en esta perspectiva, para
valorar toda su nobleza y para que nunca les falten motivaciones fuertes a
las que pueden recurrir en los momentos difíciles.
MAYO, MES CONSAGRADO A LA VIRGEN
Hoy comienza el mes que la piedad popular ha consagrado de modo especial al
culto de la Virgen María. Al hablar de San José y de la casa de Nazaret, el
pensamiento se dirige espontáneamente a Aquella que, en esa casa, fue durante
años la esposa afectuosa y madre tiernísima, ejemplo incomparable de serena
fortaleza y de confiado abandono. ¿Cómo no desear que la Virgen Santa entre
también en nuestras casas, obteniendo con la fuerza de su intercesión materna
-como dije en la Exhortación Apostólica "Familiaris consortio"- que
"cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una ´pequeña
Iglesia´, en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de
Cristo" (n. 86)?
Para que esto suceda, es necesario que en las familias florezca de nuevo la
devoción a María, especialmente mediante el rezo del Rosario. El mes de mayo,
que comienza hoy, puede ser la ocasión oportuna para reanudar esta hermosa
práctica que tantos frutos de compromiso generoso y de consuelo espiritual ha
dado a las generaciones cristianas, durante siglos. Que vuelva a las manos de
los cristianos el rosario y se intensifique, con su ayuda, el diálogo entre
la tierra y el cielo, que es garantía de que persevere el diálogo entre los
hombres mismos, hermanados bajo la mirada amorosa de la Madre común.
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miércoles, 30 de abril de 2014
Dios mandó a su Hijo para salvar al mundo
Juan 3, 16-21. Pascua. No acabamos de darnos cuenta de lo que significa
este amor de Dios, inmenso, gratuito, desinteresado, un amor hasta el extremo.
Del santo Evangelio según san Juan 3, 16-21
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
Oración introductoria
Jesús, pongo toda mi libertad en tus manos para que Tú me guíes hacia esa luz que me aleje de las tinieblas. Dedico tiempo al radio, a la música, a la televisión, a los mensajes que me llegan por internet, etc., en vez de buscar con ahínco más y mejor tiempo para mi oración.
Petición
Dios mío, haz que me dé cuenta que lo primero que tengo que buscar en mi día y en mi corazón es tu luz, tu verdad, tu voz de suave y firme Pastor.
Meditación del Papa Francisco
Este es el camino de la historia del hombre: un camino para encontrar a Jesucristo, el Redentor, que da la vida por amor. En efecto, Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. Este árbol de la Cruz nos salva, a todos nosotros, de las consecuencias de ese otro árbol, donde comenzó la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia de querer conocer –nosotros-, todo, según nuestra mentalidad, de acuerdo con nuestros criterios, incluso de acuerdo a la presunción de ser y de llegar a ser los únicos jueces del mundo. Esta es la historia del hombre: desde un árbol a otro.
En la cruz está la historia de Dios, para que podamos decir que Dios tiene una historia. Es un hecho que Dios ha querido asumir nuestra historia y caminar con nosotros: se ha abajado haciéndose hombre, mientras nosotros queremos alzarnos, y tomó la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte en la Cruz, para levantarnos:
¡Dios hace este camino por amor! No hay otra explicación: solo el amor hace estas cosas... (Cf. S.S. Francisco, 14 de septiembre de 2013, homilía en capilla de Santa Marta).
Reflexión
La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad.
En la oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un camino. En pocas líneas, el Evangelio nos presenta los dos grandes misterios de nuestra historia.
Por un lado, "tanto amó Dios al mundo". Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún más, se entregó a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar nuestra existencia.
Y en contraste, "vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz". No acabamos de darnos cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito, desinteresado, un amor hasta el extremo.
El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad que a veces elige el mal, la oscuridad, aún a pesar de desear ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar.
Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en la verdad es vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios "que entregó a su Hijo unigénito", y buscar corresponderle con nuestra entrega.
Propósito
Que mi testimonio de vida, coherente con la Palabra de Dios, ilumine el camino de los demás.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por darme la luz para saber tomar el camino que me lleve a la santidad. Ciertamente ese camino no es el más fácil, ni ante los ojos humanos el más bonito o agradable. Es más, hay un temor interno que no me deja abandonarme totalmente en tu providencia, un espíritu controlador que no logro dominar fácilmente. Pero qué maravilla saber que Tú, a pesar de mis apegos, me sigues amando, perdonando, realmente quiero corresponder a tanto amor.
Autor: P. Ignacio Sarre
Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.»
Oración introductoria
Jesús, pongo toda mi libertad en tus manos para que Tú me guíes hacia esa luz que me aleje de las tinieblas. Dedico tiempo al radio, a la música, a la televisión, a los mensajes que me llegan por internet, etc., en vez de buscar con ahínco más y mejor tiempo para mi oración.
Petición
Dios mío, haz que me dé cuenta que lo primero que tengo que buscar en mi día y en mi corazón es tu luz, tu verdad, tu voz de suave y firme Pastor.
Meditación del Papa Francisco
Este es el camino de la historia del hombre: un camino para encontrar a Jesucristo, el Redentor, que da la vida por amor. En efecto, Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. Este árbol de la Cruz nos salva, a todos nosotros, de las consecuencias de ese otro árbol, donde comenzó la autosuficiencia, el orgullo, la soberbia de querer conocer –nosotros-, todo, según nuestra mentalidad, de acuerdo con nuestros criterios, incluso de acuerdo a la presunción de ser y de llegar a ser los únicos jueces del mundo. Esta es la historia del hombre: desde un árbol a otro.
En la cruz está la historia de Dios, para que podamos decir que Dios tiene una historia. Es un hecho que Dios ha querido asumir nuestra historia y caminar con nosotros: se ha abajado haciéndose hombre, mientras nosotros queremos alzarnos, y tomó la condición de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte en la Cruz, para levantarnos:
¡Dios hace este camino por amor! No hay otra explicación: solo el amor hace estas cosas... (Cf. S.S. Francisco, 14 de septiembre de 2013, homilía en capilla de Santa Marta).
Reflexión
La oscuridad nos inquieta. La luz, en cambio, nos da seguridad.
En la oscuridad no sabemos dónde estamos. En la luz podemos encontrar un camino. En pocas líneas, el Evangelio nos presenta los dos grandes misterios de nuestra historia.
Por un lado, "tanto amó Dios al mundo". Sin que lo mereciéramos, nos entregó lo más amado. Aún más, se entregó a sí mismo para darnos la vida. Cristo vino al mundo para iluminar nuestra existencia.
Y en contraste, "vino la luz al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz". No acabamos de darnos cuenta de lo que significa este amor de Dios, inmenso, gratuito, desinteresado, un amor hasta el extremo.
El infinito amor de Dios se encuentra con el drama de nuestra libertad que a veces elige el mal, la oscuridad, aún a pesar de desear ardientemente estar en la luz. Pero precisamente, Cristo no ha venido para condenar sino para salvarnos. Viene a ser luz en un mundo entenebrecido por el pecado, quiere dar sentido a nuestro caminar.
Obrar en la verdad es la mejor manera de vivir en la luz. Y obrar en la verdad es vivir en el amor. Dejarnos penetrar por el amor de Dios "que entregó a su Hijo unigénito", y buscar corresponderle con nuestra entrega.
Propósito
Que mi testimonio de vida, coherente con la Palabra de Dios, ilumine el camino de los demás.
Diálogo con Cristo
Gracias, Señor, por darme la luz para saber tomar el camino que me lleve a la santidad. Ciertamente ese camino no es el más fácil, ni ante los ojos humanos el más bonito o agradable. Es más, hay un temor interno que no me deja abandonarme totalmente en tu providencia, un espíritu controlador que no logro dominar fácilmente. Pero qué maravilla saber que Tú, a pesar de mis apegos, me sigues amando, perdonando, realmente quiero corresponder a tanto amor.
martes, 29 de abril de 2014
Encontrarse con Cristo Resucitado desde el corazón de María
Los seres humanos tenemos capacidad de sintonizar con los sentimientos de
otra persona, penetrarlos y hasta cierto punto apropiarlos. Podemos ponernos en
el lugar del otro, comprender sus emociones y sentimientos y sentir juntamente
con él.
Es posible conectar con el otro y participar de su experiencia interior. Esto
abre un mundo maravilloso en la vida de oración. Con la ayuda de la gracia, es
un modo de hacer oración contemplativa.
Ciertamente la empatía tiene sus límites, pues la experiencia personal será
siempre personal; las vivencias de cada uno serán siempre propias y únicas.
¿En qué consiste esta "oración por empatía"?
Por ejemplo, en este tiempo litúrgico, consiste en centrar nuestra atención en
la Virgen María y tratar de sintonizar con los sentimientos de María durante la
pasión, muerte y resurrección de Jesús. He empleado esta modalidad de oración
durante el triduo pascual y lo sigo aplicando ahora en la pascua. Me está
ayudando mucho.
Tratar de meterse al corazón de la Madre de Jesús y Madre nuestra mientras en
silencio y soledad acompaña a su Hijo en cada momento de su pasión y en su
resurrección. Algunas preguntas que ayudan: ¿qué sentía María en esos momentos?
¿qué pensaba? ¿qué recuerdos le venían a la memoria? ¿qué le decía a Jesús?
¿qué escuchaba? ¿cuáles eran sus actitudes? ¿cuál era su experiencia interior?
Detenerse en cada paso, sin prisa. Un día se puede tomar una escena, otro día
otra. O permanecer durante varios días en la que más ayude a cada uno. Este
modo de orar supone un fuerte cultivo de la capacidad de escucha.
Se trata de contemplar y sentir profundo
No hacen falta muchos pensamientos, se trata de contemplar y sentir profundo,
identificándose con la oración de María: durante la última cena, durante la
oración en el huerto, cuando fue apresado, cuando estaba en la cárcel, cuando
fue condenado a muerte, cuando subía el Calvario con la cruz a cuestas, cuando
fue crucificado, durante su agonía, cuando expiró, cuando resucitó, cuando
encontró a María en el huerto, cuando se apareció a los suyos...
Gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de María
Desde el Sábado Santo me ha ayudado mucho gozar con Cristo Resucitado desde el
corazón de su Madre.
En la resurrección de Jesús confluyen:
· El amor del Padre que lleno de conmoción vio
morir a su Hijo diciendo: "Todo está cumplido" (Jn 19,30),
"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,45). Con la
Resurrección, el Padre respondió a la súplica de Jesús en el huerto: ¡Abbá,
Padre!; todo es posible para ti; aparta de mi este cáliz (Mc 14,36).
· El poder del Espíritu de amor que hace nuevas
todas las cosas (Ap 21,5)
· La pasión de amor de Cristo por el hombre que
quiere permanecer siempre a su lado: "Yo estaré con vosotros hasta la
consumación de los tiempos." (Mt 28,20)
Y María participa en la Resurrección de Cristo con su dolor y su esperanza
Con la muerte de Jesús parecía fracasar la esperanza de cuantos confiaron en
Él. Aquella fe nunca dejó de faltar completamente, sobre todo en el corazón de
la Virgen María, la Madre de Jesús, la llama quedó encendida con viveza también
en la oscuridad de la noche. (Benedicto XVI, 8 de abril de 2012) y
a través de la experiencia transformante de la Pascua de su Hijo, se convierte
en Madre de la Iglesia, o sea, de cada uno de los creyentes y de toda la
comunidad. (Benedicto XVI, Regina Coeli, 9 de abril 2012)
¡Qué fácil es gozar con Cristo Resucitado desde el corazón de su Madre mientras
le contempla vivo y glorioso!
Oración
Madre:
Mientras el sábado santo se libraba el combate entre la Luz y las tinieblas,
el Espíritu Consolador invadía tu corazón, aliviando tu dolor,
el Padre terminaba su obra maestra: Cristo Resucitado,
y tú en silenciosa espera...
¡Cuánto aprendo de tu silencio sonoro!
Gracias, Madre, por permitirme entrar en el jardín de tu alma y acompañarte en
tu dolor.
No me cabe la menor duda de que fuiste tú la primera a quien buscó Jesús
resucitado.
¿Qué pasó en tu corazón cuando al tercer día brilló el Sol Naciente con toda su
gloria?
¿Cómo celebraron juntos aquél momento? Me imagino lo que sentiste.
Déjame ver con tu mirada el rostro de tu Hijo Resucitado,
alegrarme y regocijarme en Él como tú lo hiciste.
A ti te constituyó en Madre de la Iglesia,
que a mí me conceda resucitar con Él;
que me haga un hombre nuevo,
que piense en las cosas de arriba,
y las busque por encima de todo
Amen
Autor: P Evaristo Sada LC
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lunes, 28 de abril de 2014
El farol rojo
La envidia y la avaricia llevan a seguir el camino equivocado
En la bella ciudad de Marraquech vivía un pobre pastelero que, ante la mala
fortuna en su negocio, decidió partir hacia otras tierras, con la esperanza de
encontrar una vida mejor. Ahmed recogió lo único que tenía, un farolillo de
hojalata con cristales rojos, y emprendió su viaje.
Al cabo de varios días, llegó a un próspero valle, donde fue recibido por el
jeque de aquel lugar, un hombre generoso y hospitalario. En pago por su
hospitalidad, Ahmed le regaló lo único que tenía: su farolillo rojo. El jeque
examinó el farol con asombro, porque en aquella ciudad no conocían el cristal,
y aquello de ver la luz de una vela brillando a través de un cristal rojo le
parecía un espectáculo maravilloso. ¿Cómo podría corresponder adecuadamente a
aquel maravilloso obsequio, si él sólo tenía montones de oro y piedras preciosas?
Al final, ofreció a Ahmed doce camellos cargados de piedras preciosas, y éste,
sorprendido, volvió a Marraquech, donde se construyó un magnífico palacio
rodeado de jardines.
Ahmed tenía un hermano llamado Said, que gozaba de cierta riqueza, pero que
nunca había ayudado a su hermano cuando éste lo había necesitado. Envidioso por
la suerte de Ahmed, fue a verle, y consiguió enterarse del origen de su
sorprendente fortuna. Entonces pensó que si su hermano había conseguido toda
esa riqueza a cambio de un simple farol rojo, ¿Qué no le darían a él, a cambio
de un regalo realmente valioso? Así que vendió todo cuanto tenía, cargó sus
pertenencias en unas mulas, y partió, siguiendo el camino que su hermano le
había indicado.
Pero durante el viaje fue asaltado por una partida de ladrones, que le robaron
todo, viéndose entonces Said tan pobre como en otro tiempo lo había sido Ahmed.
Con todo, decidió seguir, hasta que un día llegó a su destino.
El jeque lo acogió con hospitalidad. En el momento de partir, Said le ofreció
como regalo lo único que le había quedado, un viejo reloj de latón sin ningún
valor. Mas en aquella ciudad tampoco se había oído hablar jamás de relojes, por
lo que el jeque valoró aquel regalo mucho más que cualquier otra riqueza.
Pensando sobre cómo corresponder a aquel maravilloso presente, y pensando que
las joyas no significaban nada, que eran simples bagatelas, llegó a la
conclusión de que sólo había en su palacio un tesoro que fuera digno de aquella
incomparable máquina de medir el tiempo. Con infinito pesar, el jeque regaló a
Said su objeto más preciado: el farol de cristales rojos que siempre llevaba
consigo.
Ni que decir tiene que los ladrones no molestaron a Said en su camino de vuelta
a Marraquech.
Autor: Laureano Benítez
domingo, 27 de abril de 2014
Con María, en la puerta de la Misericordia
La Misericordia de Jesús tiene una fiesta para honrarla especialmente,
pero toda la vida para disfrutarla.
Mañana es la fiesta de la Misericordia. En la silenciosa semipenumbra de la
Parroquia, te contemplo en tu imagen de la Inmaculada Concepción.
- Perdona Madre, que no haya podido escribir nada para la fiesta de la
Misericordia... quizás el año que viene..
- ¿Por qué quieres esperar tanto, hija mía?
Desde la ternura de tu Corazón Inmaculado te acercas al mío, tan lento para
comprender...
- Hija, la Misericordia de Jesús tiene una fiesta para honrarla
especialmente. O sea, tienes un día para festejarla, pero toda la vida para
disfrutarla, si quieres, claro. Acercarte a ella, animar a otros a que lo
hagan, no tiene una fecha fija en el Calendario...
- Perdona Madre... entonces, enséñame a acercarme a la Misericordia, que no
sé bien como se hace eso...
- ¿Qué es, exactamente, lo que no sabes?
- Bueno... perdona la torpeza de mi razonamiento, pero.. si la Misericordia,
digamos, tuviese un lugar físico, como ir a tal o cual lado... bueno, seria
mas fácil. Como si fuera un gran jardín con una puerta. Solo bastaría con
saber donde esta la puerta...
Me miras serenamente y dices...
- Ven, sígueme...
- ¿Adónde, madre?- ¡Que inútil pregunta! Si tu me dices que te siga, ¿Para
qué preguntar dónde? Si siempre me llevas al Corazón de tu Hijo...
- Pues... a la puerta del jardín-susurras bajito para no lastimar el
silencio de la mañana...
Bueno, no voy a negar que mi imaginación dibujó cien jardines majestuosos en
un segundo. Delineaba en mi cabeza un largo trayecto por lugares
desconocidos... Pero nada de eso sucede. El trayecto es corto y el lugar por
demás conocido.
Solo unos pocos pasos, desde tu imagen hasta... el confesionario...
-¿Querías conocer la puerta de la Misericordia?. Pues aquí la tienes.
No atino yo a reaccionar, mucho menos a preguntar, por lo que tu ternura
infinita comienza a explicarme...
- Verás. Este sencillo y pequeño lugar tiene una profundidad que no puedes
comprender totalmente. A esta pequeña puertecita se acerca el alma cargada de
pecados, angustia, tristeza y dolor. Aquí, el corazón se muestra sin
disfraces, tal como es. Aquí, cada hijo mío viene confiado a pedir perdón, un
perdón que necesita, que ansía. Un perdón que le ha sido prometido desde las
entrañas de la Misericordia, a cambio de un sincero arrepentimiento.
- Ay Madre, cuantas veces la pequeña puertecita del confesionario se abrió
para mí. Infinidad de veces mi alma, llena de culpa y vergüenza por tantos
pecados, hallo paz al recibir el perdón que tu Hijo, a través del sacerdote,
me regalaba...
- A través del sacerdote, tú lo has dicho. Por eso, es que no debes
renunciar a la posibilidad de la confesión sólo porque el sacerdote no te
agrada, no le conoces y todos los etcétera imaginables. Mira, para que me
comprendas mejor, nos quedaremos un momento aquí, y apreciarás por ti misma,
los perfumes del jardín de la misericordia.
El silencio de la mañana es interrumpido por un rumor de pasos. El sacerdote
se acerca al confesionario y queda allí, en espera. Algunas personas van
entrando a la Parroquia y los bancos van poblándose lentamente.
- Mira con atención -me sugiere María.
Mi corazón aprecia entonces una lluvia de rosas en espera, rodeando el
confesionario.
- ¿Qué es eso, Madre?-mientras pregunto, mis pulmones se llenan del perfuma
más exquisito que haya conocido jamás.
- Esos pétalos en espera, representan la Misericordia de Jesús aguardando
un alma que venga por ella. Acércate más.
Sin que el sacerdote lo note, me acerco hasta él. El paisaje ha cambiado y el
hombre se halla sentado a la puerta de un vastísimo jardín. Sus manos se
hallan inundadas de pétalos. Mientras reza en silencio, de su aliento sale el
perfume indescriptible de la misericordia. Pero allí se queda, no se extiende
ni un centímetro.
- ¡Madre, corre, dile a esas personas que vengan!. Mira sus almas, Madrecita,
están tristes, agobiadas, doloridas..... Si tan sólo pudieran ver esto,
Madre, correrían agolpándose frente al confesionario, para inundarse del Amor
derramado en perfumes eternos.
Pero ¿qué digo? Si yo misma miles de veces estuve en el lugar de mis
hermanos. Mil veces, como ellos, me quedaba arrodillada en el banco, cargando
tanto peso en el alma que apenas si podía rezar. Mil veces deje los pétalos
en espera, mil veces no bebí de la fuente del Amor..."Ni bien pueda, me
confieso""Cuando halle a tal o cual cura me confesare"
"Hoy no lo siento, cuando lo sienta lo haré" ¡Que desperdicio,
Madrecita, que desperdicio!.
- Presta atención, hija mía, a lo que ahora te mostrare.
Una señora se acerca al confesionario. Se arrodilla lentamente y recibe el saludo
del sacerdote.
En ese momento los pétalos comienzan a rodearla. A medida que confiesa sus
faltas, una lluvia de luz y perfume desciende a su alma. Cuando reza el
Pésame, se oyen los trinos de los pájaros del jardín, en una melodía única
que jamás podría interpretar instrumento alguno. El sacerdote le da su
bendición, unos ángeles se acercan... la señora se levanta y mira hacia el
Sagrario. En ese momento Jesús, sentado en el lugar del sacerdote, sale del
pequeño recinto del confesionario y la abraza. Su alma se halla ahora en
estado de gracia, hermosa, casi con alas, y totalmente perfumada.
- Señora, jamás pensé... ¡Oh Señora!. Quiere decir que todo lo que me has
mostrado en esa buena mujer, ¿También ha sucedido conmigo hace un rato,
cuando me confesé?
- Claro, hija, claro. Pero aun no hemos visto todo el jardín. Te he
mostrado la puerta.Te has acercado a ella, por lo que ahora, te es permitido
entrar.
- ¿Entrar?¿Por cuánto tiempo?
- Por el que tu quieras...
Reconozco que mi capacidad de asombro se agota enseguida contigo, Madre. Pero
tu, que renuevas en mi corazón todas las cosas, me darás mas asombro para
poder seguirte.
Comienza la Misa. Cada palabra del sacerdote llega a mi corazón. Pero no me
faltan las involuntarias distracciones, pues mi corazón, humano e
inconstante, se escapa corriendo tras cuanto pensamiento pasa cerca de él.
Pero tu paciencia, Madre, que supera infinitamente mi pobreza, una y otra
vez, lo trae a mí.
Llega el momento de la Comunión.
- Mira el jardín -me dices.
Veo a la misma señora del confesionario acercarse a comulgar. Un inmenso
jardín la rodeaba y su alma, extasiada de gozo, abrazaba al Maestro, hecho
Pan Eucarístico.
Pero el jardín no es constante. No todas las personas salen envueltas en
pétalos y perfumes.
- ¿Porqué Madrecita, no a todos les es mostrado el jardín?
- Porque no todos lo han buscado, hija. Algunos se han acercado a recibir
a Jesús con el alma demasiado cargada de pequeñas faltas. Otros han ido como
por costumbre. El maestro golpea una y otra vez la puerta del corazón, pero
éste se halla tan ocupado encargándose de sus propios asuntos, que no escucha
el llamado. Y allí queda Jesús, casi una hora, esperando y esperando... Hasta
que decide irse. Sus manos, que estaban llenas de Misericordia, hecha pétalo
y perfume de eternidad, ahora quedan cargadas de las espinas del olvido, que
tanto le lastiman.
Poco a poco intento comprender. El sacerdote me da la Comunión, y la
misericordia de Dios me abraza. La disfruto en silencio, pero me queda una
gran tristeza por mis hermanos.
Si mi corazón disfruta de un abrazo de la Misericordia, es por su bondad, no
por mis méritos. Pero algo me resta por comprender.
- Madre, si ahora estoy en el jardín de la misericordia ¿por qué no
permanezco en él?
- Pues, porque te dejas engañar por el espejismo del pecado y te sales,
seducida por el canto de las sirenas.
- ¿Por qué Jesús no cierra las puertas, para que no pueda yo salir?
- Porque respeta tu libertad. Recuerda que ese es uno de los regalos más
bellos que te ha dado, pero el más difícil de disfrutar. Tu libertad se viste
con extraños disfraces. Digamos que es como una gran ola del mar y tu, una
tabla. Dejas que te arrastre donde quiera, o te trepas a la tabla, como el
deportista, y la dominas...
Me quedo en silencio. Sigo sintiendo en el alma la compañía de Jesús
Sacramentado. Tengo mucho para meditar... Mucho para aprender y sobre todo,
muchísimo más que agradecer...
La misa ha terminado. Camino lentamente hacia la salida del templo. Paso
frente al confesionario... Parece solitario, pero no... no lo está. Tu, Madre
querida, me has enseñado a ver, tras esa sencilla y pequeña puerta, el jardín
de la eterna misericordia. Dame la gracia, Madre, de grabar en mi alma tus
enseñanzas, de reconocer mis pecados y de acercarme, en cada oportunidad, a
las puertas del jardín de la infinita misericordia, o sea, al Sagrado Corazón
de Jesús.
Autor: María Susana Ratero
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sábado, 26 de abril de 2014
Juan Pablo II, el hombre de toda la vida
Celebraremos gozosos su santidad y estará en los altares para ser
proclamado santo entre los santos.
En su momento, el Papa Juan Pablo II, fue denominado por la revista Times,
"EL HOMBRE DEL AÑO"
Entró en la Historia "Como el más grande Papa de nuestros tiempos
modernos" decía Billy Graham y añadía : -"Ha sido una patente
conciencia en todo el mundo cristiano".
Su voz nos sacudió, no solo a los católicos, sino a cualquier persona de
diferente religión, raza o credo. Su carisma era tan fuera de lo común, tan
subyugante, que quién lo llegó a ver o a oír, nunca lo pudo olvidar. Y ese
magnetismo provenía de su fuerza espiritual, que emanaba de toda su persona, de
sus actitudes, de su mirada, de su voz.
Era un ser lleno de Dios y, por lo tanto, transmitió esa energía a pesar de que
su figura se veía a veces un tanto cansada y doliente. Doliente si, porque le salía
afuera lo mucho que sufría su corazón al poder comprobar que sus amados hijos
seguíamos sumidos en el pecado de la ambición, del egoísmo y del odio.
Tristemente cansado, pero no doblegado, alzaba su voz al mundo entero como lo
hizo en la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo en el Cairo,
como lo hizo con su "best seller" Cruzando el umbral de la
Esperanza y tantos escritos más y como en su Rosario con el fondo musical
de Bach y Haendel y como le pudimos escuchar en sus innumerables viajes.
Su voz aún resuena sobre la faz de la Tierra y en lo individual de cada
conciencia de todos nosotros.
Fue el hombre vertical de la Iglesia Católica. Su vida fue firme como la roca
al embate de un mar embravecido que sacudía al mundo con oleajes de lujuria,
odios, muerte y desorientación.
Una bala mortal, un 13 de mayo día de la Virgen de Fátima, entró en su cuerpo y
la mano de una madre, la Madre de Dios, la desvió para que no muriera hasta que
acabara su Camino.
Fue el hombre de sacrificios, oración, de contacto vital con Dios y el Espíritu
de ese Dios hizo nido en su corazón y lo hizo arder como tea encendida y
proclamar la única verdad absoluta para el hombre: "Venimos de Dios y al
Él volvemos".
Siguió los pasos de Cristo y nos fue mostrando el Camino.
Fue un ejemplo viviente para nuestra existencia. Fue nuestro guía. Y no solo
fue "el hombre del año", allá por 1995, sino de todos los años, el de
"toda la vida".
Su muerte nos llenó de pesar.
Hoy celebraremos gozosos su SANTIDAD y estará en los altares para ser
proclamado SANTO entre los santos, pero muy especialmente en nuestros
corazones.
SAN JUAN PABLO II, DESDE LOS BRAZOS DEL PADRE, RUEGA POR NOSOTROS
Autor: María Esther de Ariño
viernes, 25 de abril de 2014
Verdaderamente ha resucitado!
Dejemos que el estupor gozoso de la Resurrección,se irradie en los
pensamientos, las miradas, las actitudes, los gestos y en las palabras.
Autor: SS Benedicto XVI
Palabras previas del Papa Francisco al rezo del Regina Coeli en el Lunes del
Ángel, 21 de Abril 2014
Queridos hermanos y hermanas,
¡Felices Pascuas! Cristòs anèsti! - Alethòs anèsti!, ¡Cristo ha resucitado! -
¡Verdaderamente ha resucitado!
¡Está entre nosotros aquí!
En esta semana podemos seguir intercambiándonos la felicitación pascual, como
si fuera un único día. Es el gran día que hizo el Señor.
El sentimiento dominante que transluce de los relatos evangélicos de la
Resurrección es la alegría llena de estupor; pero un estupor
grande, pero la alegría que viene desde adentro; y en la Liturgia nosotros
revivimos el estado de ánimo de los discípulos por la noticia que las mujeres
habían dado: ¡Jesús ha resucitado! Nosotros lo hemos visto.
Dejemos que esta experiencia, impresa en el Evangelio, se imprima también
en nuestros corazones y se vea en nuestra vida. Dejemos que el estupor
gozoso del Domingo de Pascua se irradie en los pensamientos, en las miradas, en
las actitudes, en los gestos y en las palabras... ojalá seamos así luminosos.
¡Pero esto no es un maquillaje! Viene desde dentro, de un corazón inmerso
en la fuente de esta alegría, como el de María Magdalena, que lloró por
la pérdida de su Señor y no creía a sus ojos viéndolo resucitado.
Quien hace esta experiencia se convierte en testigo de la Resurrección,
porque en cierto sentido ha resucitado él mismo, ha resucitado ella misma.
Entonces es capaz de llevar un "rayo" de la luz del Resucitado en las
diversas situaciones: en las felices, haciéndolas más bellas y preservándolas
del egoísmo; y en las dolorosas, llevando serenidad y esperanza.
En esta semana, nos hará bien tomar el libro del Evangelio y leer aquellos
capítulos que hablan de la resurrección de Jesús; nos hará tanto bien tomar el
libro y buscar los capítulos y leer aquello.
También nos hará bien, esta semana, pensar en la alegría de María, la
Madre de Jesús. Así como su dolor fue tan íntimo, tanto que le traspasó su
alma, del mismo modo su alegría fue íntima y profunda, y de ella los discípulos
podían tomar. Habiendo pasado, a través de la experiencia de la muerte y de la
resurrección de su Hijo, viste, en la fe, como la expresión suprema del amor de
Dios, y el corazón de María se ha convertido en una fuente de paz, de consuelo,
de esperanza y de misericordia.
Todas las prerrogativas de nuestra Madre derivan de aquí, de su participación
en la Pascua de Jesús. Desde la mañana del viernes hasta la mañana del domingo,
Ella no perdió la esperanza: la hemos contemplado como Madre de los
dolores, pero, al mismo tiempo, como Madre llena de esperanza. Ella, la Madre
de todos los discípulos, la Madre de la Iglesia y Madre de esperanza.
A Ella, testigo silencioso de la muerte y de la resurrección de Jesús, le
pedimos que nos introduzca en la alegría pascual. Lo haremos con el
rezo del Regina Coeli, que en el tiempo pascual sustituye la oración del
Ángelus.
jueves, 24 de abril de 2014
Se me nota...Quien resucita es diferente
Que el anuncio pascual llegue a todos los pueblos de la tierra, y que toda
persona de buena voluntad, se sienta protagonista en esta Pascua.
En la Resurrección de Cristo hemos
resucitado todos.
Que el anuncio pascual llegue a todos los pueblos de la tierra, y que toda
persona de buena voluntad, se sienta protagonista en este día en que actuó el
Señor, el día de su Pascua, en el que la Iglesia, con gozosa emoción, proclama
que el Señor ha resucitado realmente.
Este grito que sale del corazón de los discípulos, en el primer día después del
sábado, ha recorrido los siglos, y ahora, en este preciso momento de la
historia, vuelve a animar las esperanzas de la humanidad con la certeza
inmutable de la resurrección de Cristo, Redentor del hombre.
Hoy es el día que este grito me interpela a mí, y que en este preciso momento
me llena de alegría, paz y felicidad. Cristo verdaderamente me ha resucitado.
Se nota fácilmente quiénes siguen a Jesús Resucitado:
Tienen un encanto especial.
Son alegres y acogedores.
No se dan importancia ni buscan aplauso o recompensa de cualquier tipo.
Están siempre dispuestos a aceptar los trabajos más duros o más humildes.
Son sinceros y responsables.
No tienen miedo, o saben vencer el miedo.
No se echan para atrás.
Son colaboradores, participativos, imaginativos.
Siempre son personas de esperanza, positivas.
Y son especialmente amistosas y pacificadoras, cálidas y cercanas, personas de
toda confianza.
Viven o se esfuerzan por vivir las Bienaventuranzas.
No aman la riqueza por encima de todo, son austeras, sin apegos, saben
compartir, incluso de lo que necesitan. Hacen opción por los pobres y se
esfuerzan por ser pobres de espíritu.
No cultivan el orgullo ni se creen superiores.
No envidian ni se comparan.
Son humildes, vacías de sí mismas. Es la pobreza interior, la más difícil. Por
eso son personas sufridas, llenas de paciencia y mansedumbre.
No se sienten ofendidas, porque no viven para sí.
No son indiferentes ante los demás, sino sensibles y compasivas.
Saben llorar con los que lloran, perfectas consoladoras. Otros lloran por los
golpes que reciben, porque la vida les trata mal. ¡Cuántas lágrimas amargas e
inocentes! No se rebelan ni odian ni se desesperan, pero lloran.
No toleran la injusticia, aunque sea al más pequeño. Luchan por un mundo
solidario, en que todos consigan su dignidad y sus derechos. Sueñan con un
mundo nuevo, con la civilización del amor.
No son duras inquisidoras, sino comprensivas y compasivas. Tienen entrañas de
misericordia. Saben perdonar, estar cercanas, volcarse sobre las miserias
humanas. Se conmueven ante cualquier sufrimiento, como Dios.
No aman la impureza o la mentira. Tienen el corazón limpio. Son libres, no les
esclavizan los vicios. Son auténticas, transparentes, verdaderas. Se lavan con
agua de arrepentimiento, reconocen su fallo o su error.
No utilizan la violencia, sólo para sí mismas; pero irradian la paz, y la
crean, la defienden. Para todos, personas amigas del diálogo y promotoras de
reconciliación y del perdón.
No se acobardan a la hora de defender al oprimido; lo defienden siempre, aún a
riesgo de ser criticadas y perseguidas. Son profetas de la libertad y la
justicia, y por eso, tantas veces son mártires.
¿Me reflejo en alguno de estos rasgos?
Autor: P. Dennis Doren L.C.
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