"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 30 de diciembre de 2013

Fe cristiana y matrimonio

Para hablar de la visión cristiana del matrimonio, paradójicamente conviene comenzar insistiendo en el valor humano del mismo. Porque a veces hacemos falsas contraposiciones y llegamos a la conclusión de que el matrimonio, o tiene una dimensión religiosa o no es digno de llevar ese nombre.

Pues bien, hay que comenzar afirmando que una pareja que asume con todas sus consecuencias el com­promiso de entregarse mutuamente y vivir un pro­yecto de vida en común está haciendo un acto pro­fundamente digno de su condición humana: él y ella están, sencillamente, realizándose como personas hu­manas.

Toda visión cristiana del matrimonio hay que construirla a partir de esa convicción previa: porque dicha visión no es una negación del valor humano del matrimonio, sino una potenciación del mismo.

Tan grande es el valor humano del matrimonio y del amor entre los cónyuges que la revelación cris­tiana ha tomado ese hecho para hacernos comprender lo que es Dios y cómo se relaciona Dios con los suyos.

En efecto, ya en el Antiguo Testamento, y especialmente en los libros de los Profetas, se toma el amor y la fidelidad conyugal como expresión de lo que es el amor que Dios tiene por su pueblo y su fidelidad a la alianza que había establecido con éste. Y, al contrario, las mayores acusaciones contra el pueblo de Israel se centran en la falta de fidelidad de éste, que en ocasiones ha vuelto la espalda a Dios y se ha comportado como una prostituta, vendiéndose al mejor postor. (Pueden verse textos como Is 1, 21‑23; 54,4‑8; Jer 2,1‑2; Ez 16; Os 2,4­22).

Igualmente, en el Nuevo Testamento, Pablo recurre al amor conyugal para explicar las relaciones de Jesús con la Iglesia, es decir, con la comunidad de los que le han seguido haciendo suyo el Evangelio y esforzándose por ser testigos de este mensaje en medio del mundo (Ef 5,31‑33).

Es decir, que, cuando los autores sagrados quieren explicar nada menos que las relaciones de Dios con los suyos, no encuentran una realidad más válida que la del matrimonio.

Es cierto que la Biblia no habla mucho del matrimonio. Pero hay un texto muy importante, que los Evangelios ponen en boca de Jesús, pero que recoge toda la tradición que nace en el mismo relato de la creación de la pareja humana:

«Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos un solo ser; de modo que ya no son dos, sino un solo ser. Luego, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mc 10,7‑9; Mt 19,5‑6; en ellos se encuentra el eco de Gn 2,24).

En estas palabras subraya Jesús, ante todo, que el matrimonio, como toda realidad humana, ha salido de las manos de Dios. Eso el creyente lo sabe, aunque en la práctica muchos lo vivan (incluso entre los que creen) sin hacerse eco de ello. Pero estas palabras destacan además aspectos importantes del matrimonio: a) la profundidad y seriedad de la unión, hasta formar «un solo ser»; b) la autonomía de la pareja respecto de todo lo que le rodea, y concretamente de sus respectivas familias.


Una familia feliz porque ahí estaba Dios.

Una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz. 


Ayer se celebro la fiesta de la Sagrada Familia. Una familia formada por José, María y el Niño Jesús. Era una familia muy pobre, tenía lo elemental para vivir. Sin embargo, ha sido la familia más feliz.

Feliz porque ahí estaba Dios. Una familia feliz porque ahí se rezaba todos los días. Feliz porque ahí se trabajaba con paz y con amor. Allí se amaba la vida, allí se amaban entre ellos con un grandísimo corazón.

¡Cuánto necesitamos nosotros que esa Sagrada Familia nos ayude a recuperar muchos valores familiares que se ha llevado el viento! 

¡Oh Familia de Nazareth, qué pocos elementos te bastaron para ser una familia feliz y hermosa! ¡Cómo necesitamos que vuelvas a injertar en nuestros hogares, en nuestros corazones, esa maravillosa gama de virtudes que tiene la familia! 

Todos los que quieran saber cuál es la familia más maravillosa deben visitar Nazareth, y preguntar a José a Jesús y a María cómo se puede ser feliz en familia.

Autor: P. Mariano de Blas LC


domingo, 29 de diciembre de 2013

PSICOLOGÍA DE LA PAREJA


La base sobre la que se construye la relación de pareja es la del enamoramiento. Esta dinámica afectiva particular es la que diferencia la relación de pareja de cualquier otro tipo de relación humana: relación de amistad, pateno‑filial, profesional, etc.

Sin esta base primera, la relación de pareja no tendría posibilidad de mantenerse en una dinámica de amor. El matrimonio quedaría reducido a otras funciones sociales, como podrían ser las de tipo económico (en otros tiempos fue en gran parte así, pues el matrimonio no era resultado del enamoramiento de los sujetos implicados, sino de la decisión de las familias, conforme a determinados intereses de clase).

El enamoramiento. En esa situación afectiva tan intensa y particular que es el enamoramiento interviene toda una serie de tendencias latentes, de imágenes idealizadas profundas que dormitan desde antiguo en cada sujeto. Son modelos inconscientes que se han ido construyendo desde la infancia y la adolescencia: ellos determinan el modelo de hombre o mujer que se desea. Cuando aparece alguien que parece coincidir con ese modelo (muchas veces no se sabe conscientemente por qué), se produce el «flechazo». Toda la dinámica afectiva tiende entonces a la presencia, a la cercanía y proximidad total, que encuentra su expresión más intensa en el encuentro de los cuerpos.

En la situación de enamoramiento se vive una afectividad tan intensa que inevitablemente produce una situación ilusoria. El amor es ciego, dice la sabiduría popular. Efectivamente, en la situación de enamoramiento se tiende a idealizar a la persona amada, de manera que no se ve en ella casi ningún tipo de limitación ni fallo. Esa idealización está producida por ese mundo de modelos inconscientes del que hablábamos arriba y que responde a las necesidades y deseos particulares de cada uno. El enamorado ve a la persona amada a través de ese cristal interno.
El enamoramiento, como hemos dicho, constituye la base de la vida de pareja. Pero, siendo indispensable, no es, sin embargo, suficiente. Es un punto de partida que tendrá que experimentar una maduración y transformación.

En primer lugar, cada uno debe ir integrando la realidad del otro, que nunca se acomoda totalmente a las fantasías, deseos y modelos inconscientes que movieron el primer enamoramiento. Ese margen de frustración puede crear una agresividad (antes totalmente negada) que ponga en peligro la relación amorosa. La persona amada gratifica y frustra, pues no existe nadie que pueda ser plena gratificación. Asumir esa realidad será un paso importante en la maduración de la pareja.

La pareja no está nunca totalmente hecha. Hay que construirla permanentemente en un compromiso mutuo en el que será indispensable un respeto fundamental a la realidad del otro, con sus diferencias y peculiaridades; una comunicación permanente para ir afrontando las dificultades inevitables que surgen; y, por último, una actitud de ternura para superar los conflictos que la vida en común trae siempre consigo.


A partir de la reflexión personal y de pareja os invito a recordar vuestro enamoramiento y cómo ha ido evolucionando y madurando.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Juan apóstol, amigo de Cristo

Juan se caracterizó por su gran amor a Cristo. Y es lo que yo necesito, amar a Dios, sentirlo cercano, necesario. 

Juan era hijo de Zebedeo, pescador de Betsaida y de Salomé, una de las mujeres que estuvieron al servicio de Jesús. Era hermano de Santiago, a quienes se les designaba con el título de "hijos del trueno". Fue discípulo de Juan el Bautista de donde pasó a ser seguidor de Cristo, convirtiéndose en uno de sus apóstoles preferidos, el "discípulo amado".
Parece ser que Juan vivió después de todo esto en Antioquía y en Efeso. Además de escribir el Evangelio, Juan escribió el Apocalipsis y tres cartas. Finalmente recordamos que fue el acompañante de María .

Entre todos los aspectos que podríamos señalar en S. Juan, vamos a quedarnos en esta meditación con esa realidad que le caracteriza tanto: su amor a Cristo.

En la vida de todo hombre están en disputa siempre una serie de valores que compiten entre sí por su primacía. Muchas veces en la esfera de la mente y de la razón se hace evidente para un cristiano que Dios es lo primero. Pero posteriormente en la esfera de lo existencial, de lo vital, del día a día, Dios se oscurece en la conciencia para dar paso a otras realidades que copan plenamente la energía, la atención, el pensamiento, la preocupación, hasta el punto de que se convierten así en las verdaderas razones de nuestro existir.

Es ésta una lucha constante y normal en nuestro interior. La realidad de Dios se ve frecuentemente vapuleada por otras realidades que la desplazan. Se termina teniendo tiempo para casi todo, pero no para Dios. Hay frases muy usadas y muy conocidas como "no tengo tiempo para el espíritu", "me es imposible ir a misa", "no encuentro tiempo para confesarme", "ya quisiera tener un minuto para poder leer el Evangelio o algún libro formativo". En el fondo de todo ello está la derrota del espíritu frente a la fuerza y empuje de lo material, de lo inmanente, de lo pasajero. A veces queremos reaccionar frente a esta situación, pero enseguida el tráfago de la vida y las ocupaciones nos apartan de nuestros propósitos.

Como consecuencia de todo ello, sentimos que el espíritu empieza a perder entusiasmo por Dios y nos encontramos cada vez más con un vacío que nos angustia y llena de culpabilidad. Es como si mascáramos el fracaso de una vida que, a medida que avanza, se siente más vacía. Y es que no podemos apagar la sed del espíritu, es que no podemos negar al corazón lo que el corazón necesita de veras, porque tras el olvido de Dios llega a continuación el poner en un lugar también secundario la familia, la esposa, los hijos, la honradez, la verdad. El fracaso del espíritu siempre arrastra tras sí a todo el hombre.

Todo ello hace comprender por qué Dios quiere ser Dios en nuestra vida o por qué el hombre no puede concebir una vida sin Dios. La medida de nuestra dicha, de nuestro gozo, de nuestra paz no puede ser otro que Dios. "Nos hiciste, Señor, para ti". Son palabras que han tenido, tienen y seguirán teniendo una fuerza y una verdad incontestables. Por más que los hombres se empeñen en llenar el vacío de Dios con otras realidades, nunca lo lograrán. Ahí está el porqué Dios es el Señor de nuestras vidas. Sería un suicidio querer plantear una vida y un futuro lejos de Él.

Pero no basta que Dios sea Dios en nuestra vida. Desde su realidad de Dios, Dios debe ser vivido como Padre, Amigo, Compañero, Confidente. Un Dios en quien se crea, pero que no afecte cordialmente a mi vida, con quien yo no tenga una relación personal e íntima, que yo no sienta a mi lado, nunca terminaría convirtiéndose en mi vida en lo primero. Puedo creer en Dios, puedo respetar a Dios, puedo temer a Dios, pero esto necesariamente no es amor. Y realmente lo que necesito es amar a Dios, es decir, sentirlo como persona, sentirlo cercano, sentirlo necesario.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

viernes, 27 de diciembre de 2013

GLOBALIZACIÓN DE LA INDIFERENCIA


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Los vaticanistas han otorgado gran importancia a la primera Exhortación Apostólica del Papa Francisco. Cada uno ha resaltado aquello que presumiblemente interesaría más a sus lectores. De John Allen a Massimo Introvigne, pasando por Luigi Accattoli o Rafael Gómez Pérez han hecho sustanciosos comentarios a determinados aspectos: escrito programático, relaciones entre unos y otros católicos, descentralización de la Iglesia,  unión entre misión y justicia, la primordial necesidad de amar a Cristo, o el diagnóstico sobre la situación actual de las culturas. Quizá el fondo coincidente en todos es la necesidad de  la renovación de la transmisión y vida de las enseñanzas del Evangelio, por decirlo con frase de Gómez Pérez.

         No voy a buscar aquí el núcleo del documento, sino algo que me ha impactado y da título a estas líneas. Ahora, cuando tenemos muy presente la muerte de Mandela, quizá se pueden recordar unas palabras de otro luchador por la igualdad racial, Martin Luther King: no me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena. O esta frase de Chejov: la indiferencia equivale a una parálisis del alma, a una muerte prematura. Y es bien claro que el Obispo de Roma se duele en los dos sentidos: por la indiferencia de los "buenos" y por esa paralización del alma que supone la actitud del insensible. No es el eje de la exhortación, pero expresa muy bien algo que Francisco lleva el corazón y en la cabeza.

        Vale la pena leer este texto: "Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera". Antes ha escrito que ya no se trata de explotación del hombre sino de "desechos", "sobrantes". No es la primera vez que Francisco utiliza estas expresiones, pero el contexto de un documento oficial les presta mayor relieve.


        En un escrito tremendamente positivo, en el que se cita el vocablo alegría decenas de veces, llaman aún más la atención esos mandobles a la indiferencia ante la soledad, el dolor o la miseria ajenos. La clave se encuentra probablemente en expresiones como ésta:  "cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien". Y la solución, en el encuentro sincero con Cristo.

Todavía es tiempo de acercarse al portal...

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. 
Autor: P. Sergio A. Córdova LC

Ya, felizmente, festejamos ayer esta fecha venturosa de Navidad. Todavía es tiempo de acercarse al portal, a visitar al Niño.

Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.

¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.

Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia -curiosamente-, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.

Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.

Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.

De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: -"Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre".

Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!

Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.

Dios nace en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.

Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie -como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo- tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.

Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar -o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos- la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.

Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.

Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?


jueves, 26 de diciembre de 2013

Que siempre sea...Navidad

Navidad tiene que ser en nuestro corazón todos los días del año. ¡Qué raquítica y pobre será, si nuestra Navidad es tan solo por este día!

Oía yo con gusto y un poco de emoción, hace unos días, la letra de un villancico:

Tanto invento, tanto invento, ya no saben que inventar.
Jesús, diles Tu que inventen, una máquina de amar...

Así decía la canción: una máquina de amar... y me quedé pensando, "tal vez esa máquina, Jesús, ya la inventaste Tú hace muchos años, desde siempre, porque esa máquina es el corazón del hombre."

Lo que pasa es que esa "máquina" no está produciendo amor, sino egoísmo, orgullo, vanidad, ambición, rencor ,indiferencia y tantas y tantas cosas totalmente diferentes al amor.
Tenemos que volver a recuperar el verdadero sentido para el cual fue creado el corazón del hombre.
Y Tu, Jesús, vuelves a pasar por la Tierra y la voz de los ángeles se pierde en la noche de los tiempos diciendo:
¡Gloria a Dios en las alturas y en la Tierra , paz a los hombres de buena voluntad!
Jesús , hoy en los más apartados rincones de la Tierra, en todos los lugares de este bello planeta azul, hay hombres y mujeres y niños que piensan en ti y te adoran con el brillo de una lágrima en los ojos pidiendo esa PAZ que los ángeles anunciaron en día como este, hace ya muchos años.

Pero algo falla...algo nos está fallando y tal vez sea porque esta Paz solo la pedimos hoy.
Porque solo hoy celebramos la Navidad.
Solo hoy.
Solo hoy nos abrazamos.
Solo hoy tratamos de olvidar un poco los rencores.
Solo hoy nos toleramos.
Solo hoy nos sonreímos.
Solo hoy hablamos de amor y de paz.
Solo hoy es Navidad...
Mañana...

Navidad tiene que ser en nuestro corazón todos los días del año.

¡Qué raquítica y pobre será, si nuestra Navidad es tan solo por este día!

¡Qué pequeño nuestro agradecimiento a esa total donación de un Dios que llega a nosotros haciéndose Niño, haciéndose hombre!.

¡ Qué pena, Señor, tener una máquina en vez de un corazón!.

Qué pena que mañana... volvamos a lo mismo, al desacuerdo, a la intolerancia, a no poder perdonar, a no tener la humildad para pedir perdón, en una palabra, a no amar.

Todos los días tiene que haber la alegría de la Navidad en nuestro corazón.

Cuando Tu, Jesús, entras en él por medio del Milagro de la Eucaristía, estás naciendo en nuestra vida... ¡es Navidad!.

¡Una Navidad perpetua y constante! y así, ya está en marcha esa Máquina de Amar....
Autor: María Esther de Ariño.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Nacimiento de Cristo es mi nacimiento

El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial.

El chiquitín ha venido en medio de la noche callada. En un silencio total. En una soledad absoluta. Sólo su joven Madre y el bueno de José, a la luz de una lámpara de aceite, contemplan la carita celestial del recién nacido. En medio de tanta pobreza y humildad, están gozando como no ha disfrutado hasta ahora nadie en el mundo. -

¡Mi niño!, grita María mientras le estampa enajenada su primer beso... -¡Qué lindo, qué bello!, exclama extasiado José. Entre tanto --vamos a hablar así--, Dios no se aguanta más. Tiene prisa por anunciar a todos el nacimiento de su Hijo hecho hombre, y manda a sus ángeles que lo pregonen bien. Se avanza un ángel y desvela a los pastores, mientras les grita con alborozo:
- ¡Os anuncio una gran alegría! ¡Os ha nacido en Belén un salvador!
Se rasgan entonces los cielos, aparece todo un ejército de la milicia celestial, que van cantando por el firmamento estrellado:
- ¡Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres amados de Dios!...

A este Jesús, le felicitamos de corazón: -¡Cumpleaños feliz! ¡Por muchos años! ¡Por años y por siglos eternos!...

Hasta aquí, todos de acuerdo, ¿no es así?
Pero, ¿es verdad que nos podemos felicitar también nosotros, y que nos felicitamos de hecho nuestro propio cumpleaños?... Dos antiguos Doctores de la Iglesia, y de los más grandes, como son Ambrosio y León Magno, lo expresaron de la manera más elocuente y precisa.

San Ambrosio exclama en su Liturgia de Navidad:
-¡Hoy celebramos el nacimiento de nuestra salvación! ¡Hoy hemos nacido todos los salvados!... Tiende su mirada más allá de la Iglesia, y felicita al mundo entero: -Hoy en Cristo, oh Dios, haces renacer a todo el mundo.

Y el Papa San León Magno, con su elegancia de siempre, dice también:
- ¿Sólo el nacimiento del Redentor? ¡También nuestro propio nacimiento! El nacimiento de Cristo es el nacimiento de todo el pueblo cristiano. Cada uno de los cristianos nace en este nacimiento de hoy.

Tiene razón la Iglesia al cantar en uno de los prefacios de Navidad: -De una humanidad vieja nace un pueblo nuevo y joven...
Porque el Hijo de Dios, al hacerse hombre, nos hace a todos los hombres hijos de Dios. El nacimiento de Jesucristo en Belén, es nuestro propio nacimiento a la vida celestial. Es nuestro cumpleaños también. ¡La enhorabuena a todos!...

Una felicitación de la que no es excluido nadie, desde el momento que todos somos llamados a la salvación. Ese mismo Papa de la antigüedad y Doctor de la Iglesia, San León Magno, felicita a todos con un párrafo que es célebre:
- ¡Felicitaciones, carísimos, porque ha nacido el Salvador! No cabe la tristeza cuando nace la vida. Si eres santo, ¡alégrate!, porque tienes encima tu premio. Si eres pecador, ¡alégrate!, porque se te ofrece el perdón. Si eres un pagano todavía, ¡alégrate!, porque eres llamado a la vida de Dios.

Una familia cristiana de Viena, a mitades del siglo dieciocho, celebró la Navidad de una manera singular. Aquel matrimonio tan bello recibía cada hijo como el mayor regalo de Dios. Apenas la esposa sentía los primeros síntomas, el esposo sacaba del armario los cirios de los niños anteriores y quedaban prendidos durante todo el rato que se prolongaba la función augusta del alumbramiento. Los cirios correspondían a los ángeles custodios de los hijos, que velaban este momento solemne. Cuando había llegado el bebé, se apagaban los cirios y se guardaban hasta que viniese otro vástago al hogar. En esta Navidad se prendieron nueve cirios. El primero se había hecho bastante corto, pues había alumbrado la estancia muchas veces anteriormente. El más alto, el prendido ahora por primera vez, correspondía a Clemente, el niño que venía entre las alegrías navideñas, bautizado a las pocas horas, y conocido hoy en la Iglesia como San Clemente María Hofbauer...

Este niño, que iba a ser un gran santo, es el símbolo de una realidad que se repite tantas veces en las familias cristianas. Con nuestra venida al mundo en el seno de la Iglesia, al recibir el Bautismo, repetimos todos el hecho de Belén. Cristo nace en un nuevo cristiano. Jesús y nosotros celebramos nuestro cumpleaños en el mismo día...

¡Felicidades a todos! ¡Felicidades!
Y que repitamos este cumpleaños, el de Jesús y nuestro, por muchas Navidades más....
Autor: Pedro García, misionero Claretiano.

lunes, 23 de diciembre de 2013

ENTENDER LA NAVIDAD

Autor: Pablo Cabellos Llorente
        La Navidad se hace notar con adornos y luces, música en los centros comerciales y hogares engalanados con el Nacimiento y el Árbol. Pero también sucede esto que ha escrito recientemente el Papa: "El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien". Y quizá ocultamos lo que nos dice Francisco con algún detalle solidario para acallar el exceso de consumo navideño, mientras existe una multitud sin pan ni techo.
        También firma el Papa que la solidaridad se ha deteriorado: en muchos casos, se ha trocado en tapabocas de la conciencia  viviéndose de modo puntual, y no como una actitud permanente del alma. Pues justamente la Navidad viene a recordarnos esto, porque nos muestra el comienzo del andar terreno de Jesús, caracterizado por la pobreza, el desprendimiento, la sobriedad, la sencillez. Debemos celebrar la fiesta, pero adecuada a la alegría del Evangelio,  no surgida precisamente de lujos ni excesos, sino derivada de escuchar la voz de Dios y  de los demás, en especial, la de los pobres con penurias diversas: hogar, comida, salud, educación o  lejanía de Dios,  la peor de las privaciones.
        La Navidad nos afecta en lo más hondo de nosotros mismos. Ha cambiado nuestra existencia porque "El Verbo de  Dios se ha hecho hijo del hombre -escribe san Ireneo-, para que el hombre, unido al Verbo, recibiera la adopción y llegara a ser hijo de Dios". Tal evento inunda la pintura y la escultura, el cine y el teatro, la música y las costumbres populares. Es bien razonable, porque comienza el andar terreno de Jesús que dará un toque divino a cualquier tarea humana, porque todas  han sido asumidas por el Dios  hecho uno de nosotros. Pensaba escribir que asume las ocupaciones honestas del hombre, pero sobra el calificativo porque cualquier tarea deshonrosa no es humana, sino destructora del hombre.
         San Josemaría que, con luces de Dios, penetró intensamente en el misterio de la Encarnación del Verbo, predicaba: "He procurado siempre al hablar delante del Belén, mirar a Cristo Señor nuestro de esta manera, envuelto en pañales, sobre la paja de un pesebre. Y cuando todavía es Niño y no dice nada, verlo como Doctor, como Maestro. Necesito considerarle de ese modo: porque debo aprender de Él. Y para aprender de Él, hay que tratar de conocer su vida: leer el Santo Evangelio, meditar aquellas escenas que el Nuevo Testamento nos relata, con el fin de penetrar el sentido divino del andar terreno de Jesús", un camino que discurre desde sus inicios por una indigencia brutal, motivo por el que incluirá, entre los sucesos extraordinarios de su vida, éste: se anuncia el evangelio a los pobres.
        Dijo Benedicto XVI que nadie decide ser cristiano por una teoría o doctrina, sino por el encuentro con una Persona: Jesucristo. Y ser cristiano ha de traducirse en una manera de vivir que empape la entera existencia, precisamente porque el encuentro con el Rabí de Nazaret conduce a un talante vital nuevo, el de otro Cristo. Tanto el Jesús de los treinta años oculto como el Jesucristo callejero de la vida pública. La primera etapa de su vida silenciosa, es un grito a la valía de la existencia ordinaria de los hombres. La etapa pública de caminante incansable, de misericordia desbordante, de predicación sublime nos mueve a llevarlo a todas partes a través de nuestra vida corriente de trabajo y familia o en cualquier otra circunstancia. Las dos se sintetizan en la conducta nuestra: podemos descubrir ese algo divino que en los detalles se encierra -la expresión pertenece también al fundador del Opus Dei-, santificar todas las faenas nuestras, mientras salimos a las periferias -conocido enunciado de Francisco- buscando a los hambrientos de pan y de Dios, a los pobres y abatidos del mundo.

        San Pablo escribió a los de Filipo estas frases llenas de divino sentido: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo".  Así caminó  hasta el final, siendo aquel siervo doliente profetizado que avanzará hasta la cruz con el bagaje de los pecados humanos. Ese Niño nace para morir. El resto de los hombres morimos porque nacemos, pero él se llega a este mundo buscando la muerte redentora. Cuando cantamos en Navidad, lo hacemos al Rey del mundo que nace en un pesebre para morir en una cruz. Son días para orar, leer despacio el Evangelio, buscarle en la Confesión y en la Eucaristía. Ayudados por María y José, es hora de mirar a ese Niño y cambiar.