"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 8 de junio de 2013

El Corazón generoso y tierno de María

¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo. 
Santa María no tuvo más corazón ni más vida que la de Jesús. Una vida y un corazón humanos pero de Jesús. ¿Podemos, acaso, tu y yo amar y entregarnos de igual manera? El corazón humano de María pudo hacerlo. Tú y yo tenemos su propio corazón como un escalón a la Puerta Santa que es Jesús. Con el ejemplo de la Santa Madre de Dios, no solo sabemos que podemos amar a Cristo, debemos amarle así porque la tenemos a Ella misma como intercesora.

Corazón generoso y tierno corazón como por naturaleza es el de toda mujer que es madre, el de María nos inspira profundamente. Y podríamos admirar a la Virgen por amar al Niño Dios, de igual manera que admiramos a cualquier madre que sostiene a su pequeño en los brazos. Pero el corazón de María ya era de Dios aún antes de la Anunciación. Había decidido reservar su corazón a Dios sin necesitar algún prodigio. En la Anunciación se consuma la previa entrega que ya se había realizado. ¿Cómo nos extraña entonces que haya podido pronunciar esas palabras que la han subido a la cúspide de la Fe "Hágase en mí según tu palabra"? Pensándolo con mayor hondura el corazón de María, sí es corazón humano, no solo era capaz de eso, sino de mucho más.

El corazón amoroso y entregado es, en su generosidad, un corazón fiel: Un corazón humano al pie de la cruz. Si con facilidad podíamos imaginar la ternura de la escena en el pesebre, con gran dificultad podemos apenas hacer un esbozo en la imaginación de la Santísima Virgen recibiendo de José de Arimatea el cuerpo ensangrentado de su hijo. ¿Cómo imaginar el dolor de una Madre que limpia, con mano trémula, la sangre de su hijo? Remueve en lo más profundo aún a nuestro propio y durísimo corazón el pensar en la mirada de María ante el rostro desfigurado y atrozmente golpeado de Jesucristo. Y su corazón dolido estaba ahí, fiel, al pie de la cruz. ¿Dónde está nuestra corazón? ¿Al pie de la cruz como el de la Santísima Virgen o escondido y alejado como el de los discípulos que abandonaron al Señor?

El corazón de María nos muestra todas las encontradas emociones que un corazón es capaz de sentir. Es el corazón de la Virgen uno tan grande y tan generoso, que es además nuestro propio refugio. Su corazón es, además de ejemplo y con dignidad sobresaliente para ser admirado, el consuelo para la aflicción. ¿Cuánto no comprenderás nuestros humanos dolores ella que enfrentó el dolor más profundo que se pueda experimentar?

Pero el corazón humano de nuestra Madre en Cristo no solo es un ejemplo de ternura amorosa o de abyecto dolor. María en su corazón es la Madre del buen consejo, y quien mejor nos puede enseñar a vivir el amor al prójimo. Poderoso corazón el de María, que puede convertir nuestro egoísmo y amor propio en caridad y amor a Dios. El corazón entregado de María debería enseñarlos a pedirle confiados a Dios: "Padre, mi corazón puede poco ¡Haz que te ame mas!".


Es a la Madre de Dios a quien hemos de acudir para pedirle que nos enseñe a amar más, a entregar más, a ser más justos, a rogarle que con su corazón dulcísimo nos proteja, nos enseñe, nos guíe.

El corazón humano de María. Humano. Como el tuyo y como el mío.


Autor: Oscar Colorado Nates.

viernes, 7 de junio de 2013

BLOGS CATOLICOS

ESTE BLOG TIENE EL HONOR DE COMUNICARLES EL HABER SIDO ADMITIDO EN LE DIRECTORIOS DE “BLOGS CATÓLICOS, HOY ES POR LO TANTO UN DÍA GRANDE PARA EL MISMO.




BAJO EL CRUCIFIJO QUE EXISTE EN LA PARTE SUPERIOR DERECHA DE ESTE BLOG, VERÁN EL ANAGRAMA DE BLOGS CATÓLICOS, PINCHANDO EN EL, LES LLEVARA A CITADO DIRECTORIO.

De corazón de piedra a corazón de carne

Dejaré que Jesús me extirpe ese corazón duro, de piedra, para darme un corazón de carne, revestido de misericordia, bondad, humildad, mansedumbre y paciencia. 


Golpes de la vida, traiciones, engaños, o simplemente el paso del tiempo, endurecen corazones, apagan entusiasmos, destruyen alegrías.

A veces por culpa de otros, muchas otras veces por nuestra propia culpa, hemos dejado que el corazón empiece a secarse. Entonces nos hacemos insensibles a las penas del amigo, a las necesidades de familiares, a los problemas de quienes viven cerca o lejos, a los sufrimientos de Jesús en el Calvario.

Caemos en esa dureza que nos lleva a juzgar, a condenar, a mirar con desprecio. Desconfiamos de los demás. Incluso al mirar al cielo, parece que tenemos para Dios más reproches que alabanzas.

Es entonces cuando necesitamos acercarnos al Corazón de Cristo. Un Corazón lleno de amor al Padre y a los hombres. Un Corazón que vino no por los justos, sino por los pecadores. Un Corazón que siente pena profunda al ver a tantos hombres y mujeres perdidos, abandonados, solos, como ovejas que deambulan sin pastor (cf. Mt 9,36).

Ese Corazón me enseñará a ver el mundo con ojos distintos. Quitará de mis ojos escamas de avaricia, y pondrá el brillo de la mirada luminosa de un niño que confía plenamente en su Padre. Quitará de mis arterias rencores que envenenan, y pondrá una sangre limpia y dispuesta a servir a los hermanos. Quitará de mi inteligencia cálculos retorcidos y egoístas, y me dará fuerzas para pensar en grande, con una mente como la del mismo Cristo.

Ese Corazón me invitará a ser manso y humilde (cf. Mt 11,29). Manso ante quienes, tal vez con intenciones buenas (sólo Dios sabe lo que hay dentro de cada uno) me hacen daño, me insultan, me desprecian. Manso ante quienes son vengativos y llenos de odios hacia los demás o hacia mí. Manso ante quienes provocan con violencia y pueden ser vencidos con el bálsamo del perdón y de la acogida benévola.

También me ayudará a ser humilde. Humilde para no desanimarme ante esas faltas que no llego a expulsar de mi alma. Humilde para no envidiar a quien va "delante" y parece vivir rodeados de triunfos, y para no despreciar a quien tal vez ha caído en un pecado que parece más grande que los míos. Humilde para reconocer que todos los dones vienen de Dios, que por mí mismo no puedo dar un solo paso en el camino de la gracia. Humilde para acudir, las veces que haga falta, al sacramento de la confesión, con lágrimas sinceras y con la confianza del hijo que busca a quien vino no para juzgar, sino para salvar (cf. Jn 12,47).

Entonces será posible el milagro: dejaré que Jesús extirpe de mis entrañas ese corazón duro, de piedra, para darme un corazón de carne (cf. Ez 11,19; 36,26); un corazón revestido "de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia" (Col 3,12). Un corazón nuevo, que confía como un niño en el amor constante del Padre, que se deja levantar como oveja rescatada por el Hijo, que se inflama de gratitud y de esperanza en el Espíritu.


Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 6 de junio de 2013

¿Te sentarías en la silla de atrás?

Por Lizeth Castro


Una de las últimas sillas de la Iglesia es ocupada por el Papa.  Así se ve en la foto.  Él está celebrando una Misa muy peculiar:  los invitados son los jardineros y el personal de limpieza del Vaticano. 

En un momento de la celebración el Papa le pide a todos que oren en silencio, cada uno, por lo que desea su corazón.  Al instante, él se levanta de su sillón que está al frente y se va a una de las últimas sillas a hacer su propia oración. Pareciera que este jefe ha preferido que todos se enfoquen en ver de frente la verdadera razón de su existencia, ese Cristo crucificado que está ahí presente y no en que lo vean a él, su jefe, quien es en fin un hombre que ha fallado y fallará, y al que todos llamamos hoy el Papa Francisco.

Aquella famosa diferencia entre jefe y líder es absoluta en esta foto.  El jefe siempre saca pecho poniéndose al frente para que todos lo vean y le obedezcan, pero el líder sabe cuándo irse a sentar atrás, no estorba, acompaña, facilita el camino para que los demás logren sus propósitos; el líder es capaz de invisibilizarse en el momento oportuno, para que sus compañeros crezcan y se enfoquen en lo verdaderamente importante.  El líder no teme perder su puesto, porque sabe que muy por encima de “su puesto” se trata de ayudarle a los demás a que encuentren su camino.

El admirable Francisco está de espaldas en la foto.  El sabe que muchos lo quieren ver de frente, pero en este instante tan íntimo él prefiere quedar de espaldas a los fotógrafos y darle la cara a ese Dios de todos, Amor para el jardinero y Amor para el Papa, ese Dios que no diferencia el abrazo ni da más por uno o por otro, ambos son pecadores y ambos lo necesitan.

¿Cuántos jefes tendrán la capacidad de irse a sentar a esa silla atrás?

 ¿Cuándo las madres y padres tendremos que “celebrar” esa ceremonia llamada vida con nuestros hijos, y en un momento oportuno irnos a sentar atrás para que ellos queden de frente a su misión?  ¿Cuántos le podremos dar la espalda a los aplausos, la bulla de los “clicks”, los elogios para darle la cara, en un momento íntimo a esa oración profunda que le hace nuestro corazón desnudo de orgullo a un Dios que desea con fervor escucharnos?


El Papa se me queda grabado en esta foto, y yo espero que hoy esta inyección me sirva para ubicarme el resto de mi vida.

La devoción al Sagrado Corazón ¿conecta con los jóvenes?

Cuando los jóvenes escuchan hablar de Jesucristo con ardor, con sinceridad y sencillez, quedan cautivados. Jesucristo es la persona más atractiva que existe. La persona y el mensaje de Jesucristo ejercen una poderosa fascinación sobre los jóvenes, pero es necesario hablarles de Él, ponerlos en contacto personal y vital con Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Recordemos los encuentros del Papa Juan Pablo II con los jóvenes.


La devoción al Sagrado Corazón de Jesús centra la atención en el amor de Jesucristo a la humanidad. Y ese es el amor que los jóvenes necesitan: un amor genuino, el de un amigo que da la vida por sus amigos, con un amor sin límites, audaz como ninguno; el amor de un amigo fiel a toda prueba. El amor de Cristo es un Amor que te sigue amando igual aún cuando le olvidas o traicionas, un Amor que te abraza en las buenas y en las malas, a quien tienes y tendrás siempre a tu lado.

En mi adolescencia y juventud tuve la gracia de contar con la amistad y guía de un gran líder espiritual: el P. James McIlhargey, L.C. También viví mi juventud en tiempos de Juan Pablo II; de quien aprendimos cómo suscitar y reavivar la fe en los jóvenes. Haciendo memoria de mi experiencia personal con ellos y analizando el fenómeno de tantos grupos juveniles, menciono algunos medios para promover hoy la devoción al Sagrado Corazón de Jesús entre los jóvenes:

- Compartir con ellos la propia experiencia de la amistad y el amor de Cristo: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Hacerlo con naturalidad, honestidad, frescura y pasión.

- Darles testimonio de la alegría de conocer a Cristo, de ser amigo suyo y seguirle; irradiar y contagiar la paz de vivir en gracia de Dios. Ofrecerles así "un encuentro vivo de ojos abiertos y corazón palpitante con Cristo resucitado" (Juan Pablo II, Santo Domingo, 26 de enero de 1979)

- Hablarles de la persona de Cristo, que se encarnó y murió por nosotros para mostrarnos la grandeza de su amor misericordioso y salvarnos.

 San Juan nos dio a conocer a Cristo sobre todo desde la perspectiva del amor: "Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3, 16). Que la predicación y los eventos giren sobre todo en torno a la persona de Cristo. Preparar el camino, poner las condiciones para la conversión y la efusión del Espíritu Santo.
- Presentar el ideal del cristianismo sin glosa, sin dulcificar su exigencia; una Iglesia donde lo más importante es conocer, amar e imitar a Jesucristo. Que conozcan un cristianismo que se caracteriza por la caridad evangélica y el ardor por encender el mundo con el fuego del amor de Dios. "La caridad de Cristo nos urge" (2 Cor 5,14)
  
- Ayudarles a entender y vivir la misa; que las misas sean bellas, celebradas con fervor. Si siempre "se ha de propiciar el encuentro con Jesucristo" (D.A. 278 a), en la misa debe hacerse de manera muy especial. Que tengan la oportunidad de encontrarse con frecuencia con Cristo Eucaristía, en la adoración eucarística y la comunión frecuente. Que el contacto directo con Cristo Eucaristía sea el camino principal para ayudar a los jóvenes a entablar un diálogo personal con Él.

- Que cada vez que acuden a la confesión descubran y aviven la experiencia del amor misericordioso de Dios Padre.


- Ayudarles a formar grupos de amigos que disfruten juntos, oren juntos, hagan el bien juntos, en un clima de caridad fraterna; propiciar comunidades de vida donde experimenten la belleza de ser Iglesia al estilo de los primeros cristianos.

Todo esto supone que los sacerdotes y misioneros cultivemos una relación personal y genuina con Cristo, que nuestra vida de oración sea fervorosa y profunda de manera que podamos desbordar lo que antes hemos vivido: la experiencia del amor de Cristo.
Está comprobado: si ayudamos a los jóvenes a disponer sus corazones para acoger el amor de Cristo y promovemos la devoción al Sagrado Corazón de Jesús entendida como un encuentro vital con Cristo, un conocimiento experiencial de Él y la imitación de sus virtudes, el Espíritu Santo se encargará de actuar a fondo en ellos y transformarlos en hombres nuevos.
En síntesis: lo que los jóvenes y todos necesitamos es un cristianismo que sea sobre todo experiencia y encuentro existencial con Cristo.
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El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera: Autor: P. Evaristo Sada, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

Ama a tu prójimo como a ti mismo


Marcos 12, 28-34. Tiempo Ordinario. Aunque cueste trabajo amar al que está más cercano a nosotros. 


Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34 

En aquel tiempo, uno de los letrados se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos? Jesús le contestó: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos. Le dijo el escriba: Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que El es único y que no hay otro fuera de El, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios. Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: No estás lejos del Reino de Dios. Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Oración introductoria

Señor, quiero amarte por sobre todas las cosas, pero Tú sabes cómo me cuesta dejar mi propia manera de pensar y de actuar. Por ello te pido ilumines mi oración para que, creyendo y confiando en Ti, aproveche tu gracia para realmente vivir una caridad universal y delicada.

Petición

Señor, ayúdame a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas.

Meditación del Papa Benedicto XVI

Antes que un mandato -el amor no es un mandato- es un don, una realidad que Dios nos hace conocer y experimentar, de forma que, como una semilla, pueda germinar también dentro de nosotros y desarrollarse en nuestra vida. Si el amor de Dios ha echado raíces profundas en una persona, ésta es capaz de amar también a quien no lo merece, como precisamente hace Dios respecto a nosotros. El padre y la madre no aman a sus hijos sólo cuando lo merecen: les aman siempre, aunque naturalmente les señalan cuándo se equivocan. De Dios aprendemos a querer siempre y sólo el bien y jamás el mal. Aprendemos a mirar al otro no sólo con nuestros ojos, sino con la mirada de Dios, que es la mirada de Jesucristo. Una mirada que parte del corazón y no se queda en la superficie; va más allá de las apariencias y logra percibir las esperanzas más profundas del otro: esperanzas de ser escuchado, de una atención gratuita; en una palabra: de amor. Pero se da también el recorrido inverso: que abriéndome al otro tal como es, saliéndole al encuentro, haciéndome disponible, me abro también a conocer a Dios, a sentir que Él existe y es bueno. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables y se encuentran en relación recíproca. Jesús no inventó ni el uno ni el otro, sino que reveló que, en el fondo, son un único mandamiento, y lo hizo no sólo con la palabra, sino sobre todo con su testimonio: la persona misma de Jesús y todo su misterio encarnan la unidad del amor a Dios y al prójimo, como los dos brazos de la Cruz, vertical y horizontal. (Benedicto XVI, 4 de noviembre de 2012).

Reflexión

¿Quién es mi prójimo? No nos compliquemos investigando quién es nuestro prójimo. ¿Será aquél que nos encontramos en la calle, el pobre, el sucio...? Sí, él es nuestro prójimo. Pero también recordemos que prójimo es sinónimo de próximo. Algunas veces nos cuesta trabajo amar verdaderamente a nuestro prójimo que está más cercano a nosotros, en el trabajo, en la escuela. Aquella persona con la que tengo contacto personal cotidiana y que a veces humanamente me es difícil convivir, que es una cosa muy normal, pero en esos momentos es donde verdaderamente entra el verdadero amor a nuestro prójimo. 

"No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti". ¿Cuántas veces hemos escuchado esta frase? Muchas ocasiones, ¿verdad?, ¿No nos parece que se queda un poco corta? Es un poco pasiva, indiferente. Le falta algo. ¡Es un poco seca! 

Cambiémosla a alguna frase más activa, más dinámica, que nos mueva a realizar algo y que nos ayude a quedarnos en el "no hagas a los demás". Sería mejor decir: "haz a los demás lo que quieras que te hicieran a ti". Interpretándola de forma correcta, no esperando en realidad que por nuestros actos tenemos que recibir el mismo pago. O esta otra que dice hacer el bien sin mirar a quien. Pero aquí en lugar del "sin mirar a quién" veamos a Cristo representado en mi prójimo 

¿A quién no le gusta recibir una sonrisa, un buenos días, un comentario positivo? La sonrisa es un buen detalle práctico de amor al prójimo. Sonreír plácidamente, ser amable cordial y abierto con todos. Es un lenguaje universal; lo mismo lo entiende un polaco que un chino; muchas veces ayuda a quitar aquel polvillo rutinario del trabajo, que se ha ido acumulando a lo largo de las jornadas. ¿Que más prueba de amor al prójimo podemos dar? Esta es una forma sencilla y práctica. Así construiremos un clima de benevolencia en nuestro alrededor. ¡Hagamos la prueba!

El escriba hace una anotación, que estos mandamientos valen más que todos los holocaustos y sacrificios hechos a Dios para el perdón de sus pecados y para pedir gracias especiales. Que mi vida no tenga ya otra motivación, ni otro sentido, ni otra meta que el amarte en los demás..

Diálogo con Cristo

Jesús, la más grande realidad de mi vida consiste, no en que yo te quiera, sino en que Tú me has amado primero. Ayúdame a vivir en el amor, a vivir para el amor y a vivir de amor, y así, poder entrar en ese estupor que comentó el Papa Francisco: «¿Qué es este estupor? Es algo que hace que estemos un poco fuera de nosotros por la alegría: esto es grande, muy grande. No es un mero entusiasmo, también los hinchas en el estadio se entusiasman cuando gana su equipo, ¿no? No, no es solamente entusiasmo, es algo más profundo: es el estupor que viene del encuentro con Jesús» (4/3/2013). Que mi vida no tenga ya otra motivación, ni otro sentido, ni otra meta que el amarte en los demás.

Propósito

Luchar por erradicar toda falta de caridad, en mi familia y/o en mis relaciones sociales, e invitar a otros a hacer lo mismo, con gentileza y prudencia.


Autor: Roberto Méndez.

miércoles, 5 de junio de 2013

¿Se va Dios de vacaciones?

Hace falta que el descanso se llene de un contenido nuevo, con ese contenido que se expresa en el símbolo de ‘María’. ‘María’ significa el encuentro con Cristo, el encuentro con Dios. Significa abrir la vista interior del alma a su presencia en el mundo, abrir el oído interior a la Palabra de la Verdad (Juan Pablo II)

Llegan las vacaciones, o a lo mejor ya han llegado y se han marchado, o ni han llegado ni llegarán a corto plazo, por lo que es posible que este post no sirva para mucho. En cualquier caso, quizás sea bueno hablar de esta época en la que, a veces, podemos tener la tentación de mandar también a Dios de vacaciones.
Las vacaciones son un tiempo para descansar, desconectar de los problemas, y relajarnos, entonces apagamos el móvil, o ponemos un cartel, como si fuéramos el Whatsapp, que dice “no estoy disponible”, pero ¿tampoco estoy disponible para Dios?
Suele ocurrir que, uno está en la playa tranquilamente, tumbado al sol, o bañándose, o tomando un refresco en la terraza de un bar y, ¡sorpresa!, nos acordamos de que es domingo y llega la hora de ir a Misa. ¿Qué sucede entonces? Si es un sitio conocido y sabemos dónde está la iglesia y el horario, es más difícil “escaparse”. En estas ocasiones, uno suele pensar: “uf, qué pereza, con lo bien que se está aquí, voy más tarde”; o “¿cómo digo a mis amigos que me voy a misa? ¿qué van a pensar?”; o, “quedan cinco minutos ya no llego”…
También puede ocurrir que me he ido de vacaciones a un sitio desconocido, a una isla en el océano Pacífico; a un safari en África; a China; a Turquía; o cualquier otro lugar donde encontrar una misa es más difícil que buscar a Wally. Hemos preparado el viaje con mucho tiempo: billetes, pasaportes, cámara de fotos, la Tablet o Ipad, el móvil…, todo listo, pero no he pensado si dónde voy podré ir o no a misa, porque entonces me tendría que plantear que, si no puedo ir a misa, a lo mejor no debo ir a ese sitio de vacaciones.
Las vacaciones son importantes y necesarias. A mí me encanta este texto del evangelio en el que Jesús, cuando llegan los discípulos de su misión, posiblemente cansados, les dice: Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco (Marcos 6, 31). Hay detrás de estas palabras una teología de las vacaciones, porque esos días de descanso son también un tiempo para Dios.
El tiempo de vacaciones es para muchos una magnífica ocasión para encuentros culturales, para largos momentos de oración y contemplación en contacto con la naturaleza o en monasterios y centros religiosos. Al disponer de más tiempo libre, nos podemos dedicar con mayor facilidad a hablar con Dios, a meditar en la sagrada Escritura y a leer algún libro útil y formativo[1].
Es un momento para disfrutar de Dios más intensamente, para estar con Él y además estar en familia. No debería haber prisas. Podemos estar juntos; leer el Evangelio; rezar con tranquilidad; dar
gracias por este tiempo y por todo lo que Dios nos da. Es el momento en que, en medio de la naturaleza, descubrimos, una vez más, que somos criaturas, que Dios ha querido darnos esta tierra para que crezcamos en santidad.
El verano no es un tiempo para no hacer nada, sino un momento en el que también participamos del descanso de Dios que, al finalizar la creación, vio todo lo que había hecho, y dirigió a la obra de sus manos una mirada llena de gozosa complacencia, como diría Juan Pablo II:
… una mirada ‘contemplativa’, que ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo realizado; una mirada sobre todas las cosas, pero de modo particular sobre el hombre, vértice de la creación. Es una mirada en la que de alguna manera se puede intuir la dinámica ‘esponsal’  de la relación que Dios quiere establecer con la criatura hecha a su imagen, llamándola a comprometerse en un pacto de amor.

martes, 4 de junio de 2013

INJUSTICIA DE LOS JUSTOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
          No voy contra nadie porque todos cabemos en el título de este artículo. Si nos atenemos a la famosa definición de Ulpiano, justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho. ¿Quién no ha mentido alguna vez a quien tiene derecho a la verdad? ¿Alguien no ha murmurado nunca del que posee el derecho a la buena fama? Tomo  estos ejemplos por ser las injusticias  más fáciles de cometer.  El mismo jurista romano resumía en tres los preceptos del "ius": vivir honestamente, no causar daño a otro y dar a cada uno su derecho.

        Es cierto que la noción de Derecho ha ido cambiando con el tiempo. Por eso acudo a un clásico con quien es difícil discrepar, porque en esos preceptos pueden caber todos los Derechos del Hombre. Con este preludio, voy al cuerpo del artículo que quiere referirse a la conculcación de la justicia por parte de quienes más cabría esperarla: legisladores, jueces, juristas, médicos, sacerdotes, educadores, gobernantes... No seré exhaustivo, pero seguramente todos esperamos más justicia de quienes ejercen esas profesiones vitales en la sociedad, aunque sea exigible a todos.

        Los legisladores ejercitan la injusticia -siempre desde mi punto de vista- cuando promulgan leyes malas, ya se refieran a temas económicos, a los que solemos ser más sensibles, ya sean  auténticas conculcaciones de lo natural. Los jueces no quedan exentos de la injusticia, a pesar de ser profesionales directos para impartirla, cuando se dejan presionar, corromper, politizar, etc. Los juristas -me refiero ahora a los estudiosos del Derecho-, en una gran medida, se han apartado progresivamente de los Derechos  Humanos, para trabajar exclusivamente sobre el Derecho positivo. Es cierto que por ahí les lleva la vida, pero se echan de menos algunas voces protectoras de la persona.

        Hay médicos que invitan al aborto o a la eutanasia como medios "infalibles" y únicos de arreglar determinadas situaciones, o recetan -aunque ahora es menos posible- la medicina del laboratorio que paga. Y sí, también existen sacerdotes injustos, y no trato ahora de la pederastia, sino de nuestra falta de santidad,  de identificación con Cristo, que nos convierte en malos funcionarios. Educadores ideologizados que sólo enseñan a pensar en dirección única, la del pensamiento dominante, tapón de la libertad. ¿Qué puedo decir de los gobernantes y de la oposición? Bastaría pensar en la corrupción nueva de cada día o en un gobierno u oposición viviendo a golpe de encuesta en lugar de buscar el bien común. Faltarían financieros, Entes vigilantes, empresarios...


        No puedo acabar así. Por fortuna, hay una mayoría de personas sustancialmente justas, aunque todos fallemos en temas "menores". Esa mayoría ha de luchar por una sociedad en la que el Derecho impere de verdad. Y con él -vuelvo a Ulpiano-, la vida honesta, el empeño por no inferir daño a nadie y la constante voluntad de dar a cada uno su derecho.

La Iglesia como familia de Dios

Primera de una serie de catequesis sobre el misterio de la 
Iglesia. Papa Francisco. 29 de mayo de 2013

La Iglesia como familia de Dios


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El miércoles pasado señalé el profundo vínculo entre el Espíritu Santo y la Iglesia. Hoy quisiera empezar una serie de catequesis sobre el misterio de la Iglesia, un misterio que todos vivimos y del que formamos parte. Me gustaría hacerlo con expresiones presentes en los textos del Concilio Ecuménico Vaticano II.



Hoy empiezo por la primera: la Iglesia como familia de Dios.



En estos meses, más de una vez he hecho referencia a la parábola del hijo pródigo, o mejor dicho del padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32). El hijo más joven sale de la casa de su padre, dilapida todo y decide volver porque se da cuenta de que cometió un error, pero ya no se considera digno de ser hijo y piensa poder ser recibido de nuevo como un siervo. El padre, en cambio, corre a su encuentro, lo abraza, le devuelve su dignidad de hijo y lo celebra. Esta parábola, como otras en el Evangelio, muestra bien el diseño de Dios para la humanidad.




¿Cuál es este proyecto de Dios?



Es hacer de todos nosotros una única familia de sus hijos, en los que cada uno se sienta cerca y se sienta amado por Él, como en la parábola del Evangelio, sienta el calor de ser la familia de Dios. En este gran proyecto encuentra su origen la Iglesia, que no es una organización fundada por un acuerdo de algunas personas, sino -como nos ha recordado tantas veces el Papa Benedicto XVI- es obra de Dios, nace precisamente de este plan de amor que se desarrolla progresivamente en la historia. La Iglesia nace de la voluntad de Dios de llamar a todos los hombres a la comunión con Él, a su amistad, es más a participar como sus hijos en su misma vida divina. La misma palabra "Iglesia", del griego ekklesia, significa "convocación": Dios nos convoca, nos invita a salir del individualismo, de la tendencia a encerrarse en sí mismos y nos llama a ser parte de su familia. Y esta llamada tiene su origen en la creación misma. Dios nos creó para que vivamos en una relación de profunda amistad con él, e incluso cuando el pecado rompe esta relación con Él, con los demás y con la creación, Dios no nos abandona. Toda la historia de la salvación es la historia de Dios que busca al hombre, le ofrece su amor, lo acoge. Llamó a Abraham para ser el padre de una multitud; eligió al pueblo de Israel para forjar una alianza que abrazara a todas las naciones; y envió, en la plenitud de los tiempos, a su Hijo para que su designio de amor y de salvación se realizara en una nueva y eterna alianza con la humanidad entera. Cuando leemos los Evangelios, vemos que Jesús reúne a su alrededor una pequeña comunidad que acoge su palabra, lo sigue, comparte su camino, se convierte en su familia, y con esta comunidad Él se prepara y edifica su Iglesia.




¿De dónde nace entonces la Iglesia?



Nace del gesto supremo de amor en la Cruz, del costado traspasado de Jesús, del que fluye sangre y agua, símbolos de los sacramentos de la Eucaristía y del Bautismo. En la familia de Dios, en la Iglesia, la savia vital es el amor de Dios que se realiza en amarle a Él y a los demás, a todos, sin distinción ni mesura. La Iglesia es una familia en la que se ama y se es amado.




¿Cuándo se manifiesta la Iglesia?



Lo hemos celebrado hace dos domingos; se manifiesta cuando el don del Espíritu Santo, llena el corazón de los Apóstoles y les empuja a salir y a empezar el camino para anunciar el Evangelio, difundir el amor de Dios. Incluso hoy alguien dice: "Cristo sí, Iglesia no". Aquellos que dicen: “Yo creo en Dios pero no en los sacerdotes”, ¡eh! Se dice así: "Cristo sí, Iglesia no". Pero es precisamente la Iglesia la que nos lleva a Cristo y nos dirige a Dios: la Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Por supuesto, también tiene aspectos humanos; en los que forman parte de ella, Pastores y fieles, hay defectos, imperfecciones, pecados: hasta el Papa los tiene, ¡eh! y ¡tiene tantos! Pero lo hermoso es que cuando nos damos cuenta de que somos pecadores... lo hermoso es esto: cuando nos damos cuenta de que somos pecadores, nos encontramos con la misericordia de Dios: Dios siempre perdona. No olvidemos esto: ¡Dios siempre perdona! Y Él nos recibe en su amor de perdón y de misericordia. Algunas personas dicen: "Es hermoso, esto: que el pecado es una ofensa a Dios, pero también una oportunidad; la humillación para darse cuenta de que hay otra cosa más hermosa, que es la misericordia de Dios". Pensemos en ello.




Preguntémonos hoy: ¿cuánto amo a la Iglesia?



¿Rezo por ella? ¿Me siento parte de la familia de la Iglesia? ¿Qué hago para que sea una comunidad donde todos se sientan bienvenidos y comprendidos, para que se sienta la misericordia y el amor de Dios que renueva su vida? La fe es un don y un acto que nos afecta personalmente, pero Dios nos llama a vivir, juntos, nuestra fe, como una familia, como Iglesia. 



Pidamos al Señor de una manera especial en este Año de la fe, que nuestras comunidades, toda la Iglesia, sean cada vez más verdaderas familias que viven y traen el calor de Dios. Gracias.

¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?

Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. 
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lc 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza

La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada. 

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos "doctores" que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure. 

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura

Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto. 

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar... pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti". 

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él. 

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor. 

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto. 

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina. 

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor. 

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.


Autor: P. Guillermo Serra, LC.