"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 29 de marzo de 2013

La Crucificción: Inclinando la cabeza, entregó el Espíritu


Señor, ahora puedes morir en paz. Todo está consumado. Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión... 


Tres condenados a muerte. Parecería que han recibido el mismo trato, pero no. A ti, Jesús, te rompieron las espaldas, te las araron a fuerza de latigazos. Los ejecutores se cansaron de golpearte inmisericordemente, hasta verte desmayar sobre la pequeña columna, retorciéndote de dolor.

Luego vino la borrachera de risotadas y burlas, en catarata, al hacer de ti el centro del juego llamado "basileos": eras el rey de sornas, te vistieron con una clámide roja, te buscaron un cetro de caña y te coronaron -¡ingeniosa iniciativa!- con un casquete de espinas, que a base de presionarlo con sus guanteletes de hierro, terminaron por clavártelo completamente en tu cabeza bendita. Y nuevos, abundantes hilillos de sangre descendieron por tu rostro. Eran espinas muy pronunciadas, no muchas. La cohorte desfila burlonamente ante tu persona deshecha. Se arrodillan ante ti, saludándote con un "¡salve, rey de los judíos!", y se despiden con un gesto obsceno, una risotada, tirando de tu barba sanguinolenta o escupiendo sobre tu rostro. Quizá, en el colmo de la humillación, alguno tuvo la desfachatez de orinar encima de ti... para que supieras que no eras nadie para ellos, aunque lo eras todo para la creación entera.

Paso seguido te llevan ante Pilato y éste se queda petrificado, al ver cómo en poco tiempo habías envejecido, y cómo te habían quitado tanto de esa dignidad regia que te envolvía. "Ecce homo", o lo queda de él. Aquí está el hombre, para que terminemos con él. Aquí está el hombre, el auténtico, el genuino, el más bello hijo de Adán. Aquí está Jesús de Nazareth, nuestro redentor, revelándonos el valor infinito de cada persona al soportar este cúmulo de humillaciones. Sólo él "revela el misterio del hombre al hombre mismo".
Tres son los sentenciados. Cada uno debe cargar sobre sus espaldas el travesaño horizontal hasta el montículo de la calavera. Unidos el uno al otro por cuerdas, comparten una misma condena, mismos sufrimientos, pero por razones diametralmente opuestas, y con resultados absolutamente diversos y contradictorios: uno de ellos se robará esa misma tarde la gloria del cielo; mientras que el tercero no dará, al menos externamente, signos de arrepentimiento, sino de odio y de desprecio.

A ese cuerpo ya no lo llevas, lo arrastras, y cuando te vence la debilidad, te recibe secamente el suelo polvoriento. Tu rostro se impacta contra las piedrecillas. La sangre y el sudor se vuelven lodo. Has perdido la conciencia más de una vez. La muerte empieza a rondar. Te levantas para llegar hasta la meta, para cumplir tu misión, para no dejar de amar hasta la última brizna de vida. Pero estás tan débil y tu mirada tan perdida, que uno de los soldados debe echar mano de un transeúnte, un cierto Simón de Cirene, para que te ayude a llevar el travesaño hasta los pies del Calvario.

Es un camino cargado de gritos, burlas, improperios, llanto, reclamos de piedad, insultos, obscenidades.
"¡Padre, llegó la hora!" La hora de las tinieblas, que en la cruz será la hora del amor supremo, y a base de humildad, trocarás el Via-crucis en Via-lucis. Desde ella, desde ese patíbulo de ignominia todo dolor humano quedará injertado en el tuyo, preñado de eternidad y roto desde dentro su sinsentido y toda desesperación.
Observas cómo preparan el travesaño horizontal para hacerlo empalmar posterior-mente con el vertical que ya ha sido sólidamente erigido en la cumbre de aquel montículo.

Te quitan la ropa, tu túnica bañada en sangre, casi seca. Te la arrancan abriéndote nuevamente tantas heridas a punto de cerrar. Duele demasiado, como si te desollaran de espaldas y pecho.
Te hacen recostar, abriendo los brazos sobre el madero. Tus manos benditas, que siempre compartieron todo y que no dejaron de bendecir a tu alrededor, ahora quedan atrapadas por dos inmensos clavos que perforan tus muñecas, una después de la otra, creando un dolor de tal magnitud que te hace convulsionar de pies a cabeza. Es un horrendo calambre que recorre tus brazos, como una descarga que llega a la columna, inmisericorde, y que no te abandonará sino hasta el mismo momento de tu muerte.

Con gran agilidad te levantan, elevan el travesaño hasta hacerlo empotrar en el palo vertical. Lo aseguran y, entonces, realizan la misma maniobra sobre tus pies: los fijarán al madero con otro clavo, un pie sobre el otro. Tus pies, que sólo trajeron verdad y belleza, la buenas nuevas del Reino, la alegría del amor del Padre, ahora están inmóviles, atravesados por ese clavo, para siempre.

No hubo cuerdas de apoyo para tus brazos, no había estribo como asiento ni como apoyo para tus pies. Los tres criminales quedaron literalmente pendientes de sus carnes vivas. El tormento romano fue inventado y desarrollado para infligir a los condenados un dolor atroz que hacía bisagra sobre su aguante físico: en la medida en que se podían apoyar sobre sus heridas vivas para levantar el cuerpo podían respirar; al cansarse, se abandonaban, creando una desesperante sensación de ahogo. La posición del crucificado buscaba la muerte por asfixia. Era, por tanto, doblemente macabro, ingenioso, sádico... ¡y allí colgaba el hijo de Dios!
El diablo se debió sentir profundamente satisfecho. Había logrado dirigir todas las baterías, todas las pasiones humanas contra el Mesías y lo tenía indefenso y moribundo sobre una cruz.

Ahora tu cuerpo se retuerce y gime, anhelando un poco de oxígeno. Sientes estallar los pulmones, y, con enorme esfuerzo, logras algunas bocanadas de aire irguiéndote sobre tus carnes, sobre tus heridas abiertas. Respiras a precio de infinito dolor.

Tres horas pendiendo de la cruz, hasta compartir la angustia de los condenados. No "sientes" la presencia del Padre, como si se te hubiese escondido su rostro: "Eloí, Eloí, lamá sabactaní". Hasta allá bajaste, hasta los límites del abandono y de la desesperación, para desde allá rescatar al hombre, rescatarme a mí de las garras del infierno, de mis más íntimos miedos, de mis más ocultos complejos. Este es el precio de mi salvación, de mi rescate. ¡Demasiado alto para jugar con él! ¡Demasiado amor para continuar jugando con ello!
Y todo esto por mí, en lugar mío, para mí. Para demostrarme -con hechos- cuánto me quieres, cuánto valgo ante tus ojos y cuánto esperas de mí, Señor.
Cuando así me has amado, la única pregunta válida es ésta: ¿Qué puedo hacer por ti? ¿Qué quieres de mí, Señor? ¡Aquí me tienes! Cuenta conmigo para lo que quieras. Te lo mereces. En verdad, algo menos de esto sería absurdo, vil tacañería, desesperante ceguera.
Ojalá que al contemplar tu cuerpo fláccido y desgarrado a jirones, tus manos retorcidas, tus pies amoratados, tu rostro deformado, tu sangre que no cesa de escapar desde todos tus poros y ha encharcado la base de tu cruz, yo no pueda contener el grito que escapó del pecho de S. Pablo: "la vida al presente la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí".

Sí, Señor. Ahora puedes terminar de morir en paz. Todo está consumado.
Sí: todo lo has cumplido. Has cumplido de sobra tu misión... "los amó hasta el extremo".

E inclinando la cabeza, entregó el Espíritu.
Autor: P. Alfonso Pedroza LC

jueves, 28 de marzo de 2013

LA TERNURA DE LA CRUZ


Autor: Pablo Cabellos Llorente

            Puede suceder que nos quedemos en los bellos gestos externos del Papa Francisco y no sepamos penetrar en la hondura de su mensaje. Oriento ahora la atención hacia unas breves palabras pronunciadas en la Misa de inicio del ministerio petrino: "No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura", decía el Romano Pontífice hablando de San José. Alguien apuntó que la ternura es la columna central que sostiene la vida.  Estos días de Semana Santa, bien podemos pensar que ese amor y esa ternura  solicitados por el Papa derivan de la Cruz de Cristo.

         Durante la homilía dirigida a los cardenales en la Eucaristía celebrada con ellos, afirmaba: "Quisiera que todos, después de estos días de gracia, tengamos el valor, precisamente el valor, de caminar en presencia del Señor, con la cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor, derramada en la cruz; y de confesar la única gloria: Cristo crucificado. Y así la Iglesia avanzará". Por eso, aparte de ser una verdad de fe que toda gracia deriva de Cristo crucificado, Francisco lo recordó expresamente.

         La cruz es el gran disparate de un Dios enamorado del ser humano hasta tal extremo que se hace uno de nosotros para morir en la Cruz salvadora del hombre. El calvario condensa toda la ternura de Dios con cada persona. Podría parecer que un ensangrentado, colgado de un madero no es la mejor expresión de un amor tierno, tal vez aparentemente mejor simbolizado en la sonrisa de un niño, por ejemplo. Y, sin embargo, es justamente la mejor expresión del amor misericordioso de Dios. Ese Dios dispuesto siempre al perdón, ese Jesús que va al Jordán para ser bautizado con un bautismo de penitencia que no necesitaba pero, como escribió Benedicto XVI,  entra en aquellas aguas cargando con las culpas de la humanidad para llevarlas hasta la Cruz.

         Hizo tan propias nuestras culpas que san Pablo escribe en la segunda epístola a los corintios que a Él, que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros. Quizá por eso afirmó Tomás de Aquino, siguiendo la etimología de la palabra misericordia, que puso en su propio corazón toda la miseria ajena. ¿Se puede dar mayor muestra de  ternura? Cristo convertido en un retablo de dolores, hecho un ser despreciable a los ojos humanos, quebrantado por el sufrimiento, sin parecer ni hermosura alguna -como escribió el Profeta- por amor al hombre. Necesitamos orar con las escenas de la Pasión y Muerte de Cristo, para no pasarla con la prisa de lo ya conocido. Porque todo eso sucedió "para que nosotros, hechos de un puñado de lodo, viviésemos al fin <in libertatem gloriae filiorum Dei> en la libertad y gloria de los hijos de Dios" (san Josemaría).

        Pero volvamos al Papa Francisco que, en sus pocos días como Obispo de Roma, ha hablado reiteradamente de la misericordia divina. En la parroquia de Santa Ana, decía que también nosotros somos como aquel pueblo que, por una parte, quiere escuchar a Jesús, pero al que, por otra, a veces le gusta cebarse con los demás, condenar a los demás.  "El mensaje de Jesús es éste: misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje principal del Señor: la misericordia. Él mismo lo ha dicho: No he venido por los justos: los justos se justifican solos (...) Yo he venido por los pecadores". Siempre he pensado -seguramente desde que lo aprendí del fundador del Opus Dei- que la misericordia es la manifestación más hermosa del corazón de Cristo y del  alma cristiana. Esa actitud, hondamente  entendida en Cristo, nos debería conducir a perdonar, comprender, disculpar, escuchar a los demás. Y, por supuesto, a hacer propias todas las necesidades de los hombres para servirles.

         Estamos en un tiempo de graves carencias materiales, escasea el raciocinio humano, nos faltan voluntades fuertes  y existe la gran penuria de Dios que padecen muchos. Bien sabemos que al nuevo Papa no le son ajenas todas estas cuestiones pero, para evitar la superficialidad en la comprensión de su discurso y no quedarnos exclusivamente en las privaciones materiales, él mismo decía a los cardenales que "podemos caminar cuanto queramos, podemos edificar muchas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, algo no funciona. Acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. Cuando no se camina, se está parado. ¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo".

         La ternura de la Cruz no puede quedar en la solidaridad mostrada por una ONG, es el cariño de Cristo mismo entregando su vida por amor, un amor desproporcionado para el hombre pero posibilitado por la vida en gracia hasta capacitarnos para amar a los demás con el mismo corazón de Jesús, para dispensar la ternura cristiana capaz de cuidar de los otros, como también afirmaba el Papa. Es la ternura depositada en María, tan bellamente expresada en la imagen de la Piedad con el hijo muerto sobre su regazo.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Con María, Camino del Calvario


Ayúdame, Señora, a comprender el significado de la Pasión de Cristo, desde el fondo del alma. el miércoles empieza la Cuaresma...¿Por dónde empiezo?. 


Es sábado en la mañana. Llueve. Los niños duermen aún, es temprano, tengo un momento para mí. 

Mientras pongo la pava al fuego para tomar unos mates, siento que me miras detrás de tu imagen. Te invito a mi mesa, sencilla, humilde mesa argentina, desayuno de mates con pan y manteca...y tú vienes, como siempre...y te sientas junto a mí, toda una reina, toda una mamá.

- María, amiga mía del alma, hoy necesito conversar contigo sobre este tiempo tan especial, difícil y aleccionador de la vida de tu Hijo como fue, es y será por siempre la Semana Santa... quisiera saber.

- No, amiga, no, "saber" quizás no sea la palabra, debes... debes sentirlo y comprenderlo en tu corazón. Puedes conocer el relato de los hechos de memoria, y, al mismo tiempo, no comprenderlos, y si no los comprendes no te ayudan en la salvación de tu alma, y si no te ayudan en esto, pues, de nada te sirven.

- Ayúdame, Señora, a comprender el significado de la Pasión de Cristo, desde el fondo del alma. ¿Por dónde empiezo?.

- Por tu propia vida

- ¿Mi vida...dices? 

- Mira tu historia- y comenzamos a transitar juntas por los caminos de mi propia existencia (bueno, la verdad es que me hubiese gustado llevar conmigo unos cuantos metros de tela y tijeras, para cortarlos y tapar las escenas de las que me avergüenzo, pero es tarde), ¿Recuerdas cuántas veces entraste triunfante a Jerusalén?

- Sí- y recuerdo las veces en las que la vida me sonreía, en las que tenía muchos amigos, en las que recibí aplausos y todo parecía estar perfecto- sí amiga, muchas veces sentí que la vida cortaba ramas de olivo y los ponía a mis pies.

- Y tú te creías importante por ello-la voz de María se pone muy triste, apenas si puedo yo soportar su mirada, no está enojada, ¡Está triste!-¿Verdad Susana?, ¿Te sentiste importante sólo porque el mundo te sonreía? ¿No pudiste reconocer que era temporal, que con la misma rapidez con que te sonreía, te olvidaría, pues ya habría logrado su objetivo, que era hacer brillar tu orgullo, palidecer tu humildad, entristecer a mi Hijo?

Comienzo a llorar, es demasiado, y recién comenzamos. Nunca pensé tener esta conversación contigo, María, pero tanto te amo que no me importa cuánto me reprendas, te sigo, María, te sigo.

- Bien, Susana querida, vamos ahora a la noche del jueves, a la noche de la cena... ¿Tuviste oportunidad en tu vida de lavar los pies de tus amigos?

- Sí- y mi voz es apenas un susurro

- Pero... ¿No las aprovechaste todas, verdad? ¡Claro! ¿Cómo tú ibas a rebajarte a lavarles los pies? ¿Cómo tú, con todo lo que crees saber, con todo lo que crees ser, ibas a rebajarte? Amiga, cada vez que no lo hiciste, no sólo perdiste una oportunidad de doblegar tu orgullo, de ejercer la humildad, sino que es como si dijeses que Cristo sí podía, pero ¡Tú no! Porque ¡Claro! Mi Hijo es una persona de la Santísima Trinidad y, como todo lo puede, resulta que también todo lo es fácil, pero... ¿Has olvidado que se hizo hombre para ser igual a ti?¿Sabes que igual significa eso: igual?¿Crees que Él no tenía conciencia de quién era?¿No tenía Jesús un millón de veces más derecho que tú a no arrodillarse ante los demás y lavar sus pies?... amiga mía querida, de ahora en adelante, aprovecha cada oportunidad que tengas de lavar los pies, recuerda que Jesús lavó también los de Judas. Recuerda eso cuando tu orgullo y vanidad se alcen a gritos mientras tú tomas jabón y toalla.

- María, querida madre mía, me comprometo aquí y ahora a poner todo de mí para no desaprovechar esas oportunidades, tú... tú sólo pídele a tu Hijo amado que me dé luz suficiente como para reconocerlas.

- La tendrás amiga, todos la tienen, si la piden... todos. Pasemos ahora a la escena de Judas. ¿Cuántas veces has besado hipócritamente a quienes no considerabas tus amigos? ¿Cuántas veces has sonreído, siniestramente, mientas sabías que estabas traicionando? ¿Acaso no retumbaron en tus oídos, al besar con falsía, las palabras de mi Hijo "Judas, con un beso entregas al Hijo del Hombre?"(Lc. 22,48) Amiga mía, no te digo esto porque esté enojada contigo, de ninguna manera, no te digo esto porque te ame poco, no, si te amara poco, pues poco me importaría de ti, y te dejaría a la deriva o, lo que es peor aún, te dejaría a merced de ti misma.

- María querida, es cierto todo lo que dices, pues ves mi alma en toda su dimensión y conoces que, muchas veces, mi conducta ha lastimado el corazón de tu Hijo. ¿Qué decir? ¿Qué argumentar? Nada, pues, con sólo mirar tus ojos entristecidos se desarman todos mis argumentos ¡Pensar que me aferré tanto a ellos y ahora no pueden sostenerme, ahora veo que, en realidad, sus raíces se alimentaban de mi orgullo y vanidad, sus raíces eran débiles!

- ¡Bien, hija bien! Estás comprendiendo... ¿Te das cuenta? Ese es el mensaje, comprenderlo desde tu propia vida.

- María, temo seguir... temo seguir...

- Pues debes hacerlo, es duro, difícil, sobre todo llegar al tiempo de la muerte de Jesús, pero debes aferrarte a su resurrección, es la única manera.

- Sigamos entonces...

- ¿Recuerdas el anuncio de las negaciones de Pedro?, Jesús sabía lo que iba a pasar en el alma de su amigo. Sabía también que debía suceder, para que Pedro aprendiese hasta que punto podía caer y desde donde podía levantarse... ¿Cuántas veces Jesús te anunció que tú también le negarías, quizás no con las palabras, pero sí con tu conducta?

- Demasiadas, Señora, demasiadas.

- Bien, acompañemos ahora al Salvador mientras ora en el Huerto. Está triste y solo. Le pide a sus amigos que lo esperen despierto, es sólo un momento, mas ellos se duermen. ¿Cuántas veces te encontró a ti dormida, amiga? ¿Cuántas veces dejaste para más tarde, para más adelante, el replanteo serio de ciertas actitudes sólo dictadas por tu orgullo y vanidad, y Jesús te encontró en medio de ellas?. Mientras Él estaba orando y necesitaba de ti, tú dormías ¡Más tarde te despertarías, más adelante, ya tendrías tiempo! Nunca sabes cuando Jesús vendrá por ti ¿Por qué dejas el cuidado de tu alma para más adelante? ¿Por qué te duermes en el mullido colchón que te ofrece el mundo?

- Señora, ¡Cuánto tiempo he perdido!...

- Ya vienen por Jesús, ya vienen por Él. Judas lo besa. Un amigo saca su espada y mi Hijo lo detiene. Deben cumplirse las Escrituras. Él podría solicitar al Padre "..doce legiones de ángeles" (Mt. 26,53) pero calla, Él podría eliminarlos a todos sólo con una mirada, pero no lo hace... Jesús obedece la Voluntad del Padre, sabiendo que le pide el mayor de los sacrificios, su propia vida... pues el alma de Jesús era un solo grito: "Padre mío...no se haga mi voluntad, sino la tuya!"( Mt 26,39) ¿Cuántas veces no aceptaste la Voluntad de Dios en tu propia vida y terminaste lastimada? Hija mía del alma, la voluntad de Dios es siempre el mejor y más seguro de los caminos, aunque tú no lo comprendas prontamente.

- Lo sé, y ahora veo con claridad de que he tenido más caminos a mi alcance de los que yo misma tengo conciencia...quisiera, Señora, borrar todos los pecados de mi vida si pudiera. Si pudiera volver a nacer y hacer todo otra vez.

- Puedes hija, puedes. Recuerda las Escrituras. Recuerda la canción que te enseñaron esas religiosas que tanto amas "Hay que nacer del agua y del Espíritu de Dios, hay que nacer del Amor..." Puedes nacer de nuevo. Debes nacer de nuevo. Cristo borra tus pecados con su Preciosísima Sangre, si tú los confiesas en el sacramento de la Reconciliación. ¡Puedes hacerlo amiga! ¿Qué estas esperando?. Sigamos con Jesús y su dolor, las espinas marcan su cabeza, que tantas veces acaricié. El látigo lastima su espalda sobre la que cargará la salvación del mundo. El camino del Calvario comienza. Pero se le siguen agregando espinas, pobre hijo... ¿Sabes cuáles? Las que nacen de los pecados de los que, debiendo recordarle a cada instante, lo olvidan, porque... ¡Y bueno! Porque dicen, a veces, que la religión es una cosa y esta situación otra, o que no podemos meter a Jesús en todo... ¡Cuán equivocados están! Jesús "es" todo, y las circunstancias de la vida son sólo disfraces del pecado para tentar a cada uno donde más débil es.

- Hoy quiero nacer de nuevo. Hoy quiero nacer de nuevo, Señora, por Jesús.

- La cruz ya pesa sobre sus espaldas, carga sobre sí los pecados del mundo ¡Qué pesada le resulta! Cae, bajo el peso de la cruz y un dolor que le ciega... se levanta ¿Cuántas veces, amiga, te tiró abajo el peso de tu cruz y allí te quedaste? Gimiendo, llorando y lamentándote que Dios te había olvidado... por ello, perdiste de tomar su mano, que la extendía desde la Eternidad para sostenerte. ¡Ay, mi buena amiga!.. hubiese bastado con que levantaras los ojos, en lugar de mirar solamente el lugar de tu caída. Era tan simple. Es tan simple.

Sigamos. La cruz deja huellas en la arena, una línea que se mezcla con las huellas de sus pies y la sangre Preciosísima. Simón de Cirene le ayuda. ¿Cuántas veces tuviste la oportunidad de ser Simón de Cirene para tu hermano, para un Cristo cansado y agobiado que se escondía tras el desesperado rostro de tu hermano? Recuerda, amiga, que hay oportunidades que pasan ante ti una sola vez, que el hermano a quien no ayudaste pasó, siguió su camino, ya no tendrás oportunidad de ayudarlo, quizás a otro, pero a ése... a ése ya no. Simón de Cirene, amiga, recuérdalo cada vez que tu hermano te mire en silencio, cada vez que el dolor le nuble el alma. No hace falta que se arrodille ante ti, ni que inicie un expediente para solicitar tu ayuda, ni que espere a que tú "tengas tiempo", ni siquiera que juzgues si "merece o no" tu ayuda. Sólo carga su cruz unos metros, sólo unos metros, verás que, cuando él siga su camino, tu propia cruz será más liviana.

- Simón de Cirene- y recuerdo que demasiadas veces mi hermano me miró con desesperación, pero no llenaba los "requisitos" exigidos por mi orgullo y vanidad para prestarle ayuda. Siento, a esta altura, un gran dolor por mis pecados, un gran dolor.

- Hija querida, mi alma también está llena de dolor al recordar estos momentos.

- Calla, entonces, Señora.

- No, amiga, mi misión es conducirte a mi Hijo. Seguiremos, si mi dolor te da luz entonces tiene sentido. Mira, le han clavado en la cruz. Estoy a su lado... habla... habla... 

- ¿Qué dice Jesús, Señora? ¿Qué dice?

- Él dice... dice... tu nombre... tu nombre y el de todos... los nombra, uno a uno, como si nombrarlos le diera la fuerza que necesita para llegar al final. Luego, luego dice a Juan y a mí: "Mujer, aquí tienes a tu hijo. Aquí tienes a tu madre"( Jn 19,26-27), el resto es sólo un susurro. "Todos, todos, todos".. Él te nombró, amiga, los nombró a todos, eso los hace hermanos... hermanos...

Te miro, tus ojos están llenos de lágrimas. Tienes ojeras, eres ahora la Dolorosa. La Dolorosa... quiero abrazarte, pero...no soy digna. Lo notas. Te me adelantas, me abrazas, lloramos juntas largo rato, yo, por mis pecados, tú... tú por mí, por todos...




NOTA de la autora:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."

Autor: María Susana Ratero.

lunes, 25 de marzo de 2013

Cristo nos ama incluso cuando nos atrevemos a negarlo


Lunes Santo. La caridad es ser capaz de servir hasta que ya no pueda más


El día de hoy vamos a ponernos el cristal de la caridad, y bajo esta óptica contemplaremos la Última Cena. 

¿Qué es la caridad? Si alguien quisiese definir la caridad, podría escribir libros enteros. Si alguien quisiese definir la caridad, podría llenar bibliotecas, o simplemente tomar una fuente con agua y lavar los pies a sus discípulos durante la cena: "[...] cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego hecha agua en un lebrillo y se pone a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido".

La caridad es ser capaz de servir hasta que ya no haya nada más que uno pueda hacer; la caridad es servir hasta la último. "No hay amor más grande que aquél del que da la vida por quien ama". Cristo, constantemente, va a unir su caridad con su muerte. Tanto es así, que la cruz va a ser la mayor expresión de caridad de Cristo.

Nos impresiona cuando vemos a Cristo rebajarse como un esclavo a lavar los pies, quizá no nos impresiona tanto el hecho de que Cristo no solamente lava como esclavo los pies a sus discípulos, sino que muere esclavo en la cruz por sus discípulos. La caridad, la verificación, el amor, la muerte de Cristo están inseparablemente unidos. La caridad de Cristo es una caridad que se ofrece en la separación de aquellos que ama. "Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis y a donde yo voy vosotros no podéis venir".

El amor de Cristo es un amor totalmente desinteresado, no es un amor que se busque a sí mismo. El amor de Cristo no busca la propia felicidad sino la felicidad de aquellos que ama. Cristo incluso va a aceptar la separación de aquellos que ama por amor; pero, al mismo tiempo, como todo auténtico amor, el amor de Cristo va a buscar en todo momento compartir, y por eso Jesucristo les dice a sus discípulos: "Como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros".

Cristo busca encarnar su amor en los que ama. Cristo busca que aquellos que Él ama también amen como Él: "En esto conocerán que sois mis discípulos: en que os tengáis amor unos a otros como yo os he amado". La caridad que no se transmite, la caridad que no se manifiesta, la caridad que no se encarna en aquellos que amamos no puede ser una caridad auténtica.

No hay que olvidar que el Maestro se nos presenta como modelo de caridad, como dirá San Juan, "en la glorificación", es decir, en la muerte, en el don absoluto de sí mismo por amor a los suyos. Éste es el don más grande que un hombre puede dar: el don de sí mismo. ¿Qué otra cosa podemos dar más que nosotros? Aun cuando hubiéramos terminado de dar mucho, todavía quedaríamos nosotros por darnos. ¿Qué más puede ofrecer un soldado a su señor, cuando ya lo ha dado todo? ¿Qué más puede ofrecer Cristo, cuando ya lo ha dado todo? ¿Qué más puedo ofrecer yo, como discípulo, cuando ya lo haya dado todo?

La caridad de Cristo tiene, además, una muy especial característica. En el Evangelio de San Mateo se dice: "aquél que me negare delante de los hombres yo le negaré delante de mi Padre celestial". Justamente en este contexto de caridad se introduce el misterio de la negación de Pedro. Sin embargo, Pedro no contaba con la última de las delicadezas de la caridad de Cristo. Dice el Evangelio: "Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde. Pedro le dice: ¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti. Le responde Jesús: ¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces." 

La caridad ama aun cuando el amado nos niega. Así ama Cristo. Cristo no solamente ama cuando nosotros somos grandes apóstoles que entendemos perfectamente los planes del Señor sobre nosotros -¡qué fácil sería amar así!- Cristo ama incluso cuando nosotros nos atrevemos a negarlo. Y nos ama con un amor redentor, nos ama con un amor transformador, nos ama con un amor purificador, nos ama con un amor que es capaz de sacarnos del pozo donde nosotros podríamos vernos encerrados. 

El amor de Cristo no es un amor que arrasa; es un amor que reconstruye, cuando el alma se deja reconstruir. Es un amor que hace que aquél que lo ha negado pueda amarlo a Él, como Cristo lo ama. ¿Cómo nos ha amado Cristo? Hasta dar su vida por nosotros. ¿Cómo tenemos que amar nosotros a Cristo? Hasta dar nuestra vida por Él.

San Juan va a unir la caridad con la obediencia y con el sacrificio en la obscuridad: "Si alguno ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él".

Cristo une caridad, obediencia y presencia de Dios. La esencia de toda santidad y de toda virtud cristiana está en la caridad. No hay presencia de Dios donde no hay caridad, no hay presencia de Dios donde no hay obediencia; y donde no hay obediencia, no hay caridad ni presencia de Dios; y donde no hay caridad no hay obediencia ni presencia de Dios. 

Tendríamos que darnos cuenta que esta especie de trinidad es el corazón del cristiano. Presencia de Dios es obediencia y es caridad. Quien diga que tiene a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Y quien quiera obedecer, primero tiene que amar. Y quien regatea con el egoísmo, no obedece ni tiene a Dios en su corazón. La caridad se hace obediencia y se hace presencia. Si no es así, la obediencia es vacía y la presencia ausencia. Solamente cuando hay esta presencia, esta caridad y esta obediencia, el hombre posee luminosidad para poder guiar su vida en la autenticidad.

"El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo cuanto os he dicho". La presencia amorosa de Dios en nosotros es la garantía de la luminosidad interior. No puedes guiar tu vida si estás cegado por el egoísmo. No puedes guiar tu vida si en tu interior no existe luminosidad y la disposición de vivir en la obediencia. No puedes guiar tu vida si en tu interior no existe la verdadera presencia de Dios. La caridad, como obediencia que se hace presencia, es la clave que Jesús mismo nos deja. 

Después de hablar del amor, Cristo empieza hablando del Príncipe de este mundo. No hay que olvidar que la auténtica caridad se hace testimonio precisamente ante las persecuciones del Príncipe de este mundo. Y así como la luz expulsa la noche, y la obscuridad se ve alejada por la aurora, la caridad expulsa de nuestra vida al Príncipe de este mundo. 

¿Quién no le tiene miedo al contagio del mundo del demonio y de la carne en su propia vida? ¿Alguien puede sentirse inmune a esto? ¿Alguien puede decir que tiene las manos limpias? Y, sin embargo, ¿cómo podemos resistir al Príncipe de este mundo? Sólo quien vive en la caridad tendrá la capacidad suficiente para desencadenarse una y otra vez del Príncipe de este mundo. Sólo el que tenga caridad como ley auténtica de su vida podrá estar liberándose de las ataduras que el Príncipe de este mundo le ponga a su corazón. Solamente quien no es capaz de vivir la caridad acabará por vivir con el demonio dentro del corazón.

La caridad es el testimonio del cristiano. Ante las asechanzas del demonio, que muchas veces podrá buscar encimarse, apoderarse de la vida del hombre, más aún, que muchas veces hará fracasar las obras buenas del hombre, sólo la caridad continuará siendo la coraza con la cual el hombre vence, con la cual el hombre es capaz -a pesar de los errores, a pesar de los fallos propios o de los demás-, de volver a amar y de entregarse. 

No hay que tenerle miedo al demonio si en nosotros hay caridad, si en nosotros hay amor verdadero. No hay que tenerle miedo al demonio de las tentaciones y de las dificultades, en el seguimiento de Cristo, si en nosotros verdaderamente existe un corazón lleno de amor a Dios.

Aun cuando el corazón pueda estar en la soledad, en el abandono, en la dificultad y en la prueba, tenemos que saber que la caridad de Cristo se convierte en paz en nuestra alma, consuelo de nuestra soledad. "Os dejo la paz; mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegrarías[...]".

Éste es el rostro de la caridad que Cristo nos presenta. Una caridad que se ofrece, una caridad que se comparte, una caridad que se hace testimonio, una caridad que ama incluso en la negación del amor. Y al mismo tiempo, es una caridad que se convierte en presencia por la obediencia, es una caridad que no se contamina a pesar de las asechanzas del demonio o de la soledad en la que nosotros podamos vivir.

Este amor -lo vemos en Cristo-, no es simplemente un bonito sentimiento interior. Este amor tiene obras que efectivamente manifiestan el amor, obras que realmente realizan el amor, obras que demuestran que estamos auténticamente entregados a Cristo. Porque si no prestamos más que a aquellos de quienes esperamos recibir, ¿qué mérito tendremos que no tengan también los pecadores? Si no saludamos más que a los que nos saludan, ¿en qué nos diferenciamos de los gentiles? Y si no amamos más que a los que nos aman, ¿qué hacemos que no hagan también los publicanos?

También a nosotros se nos exige una caridad que se hace celo apostólico, como el mejor servicio hecho a los hombres. ¿Qué más les puedes dar a los hombres sino la presencia de Dios en sus corazones? No existe la caridad sin celo apostólico, no existe la caridad sin esfuerzo por conquistar a los hombres para Cristo. Y la podremos disfrazar de lo que queramos, pero sin celo apostólico que influya verdaderamente en las sociedades en las que vivimos, en los ambientes en los que nos movemos, no hay caridad. Sin un corazón que arda por sus hermanos los hombres, no hay caridad, porque Cristo, por amor a nosotros, busca introducir la presencia de Dios en nosotros. "En el que me ama moraremos". 

¿Realmente mi amor a los hombres es un amor que busca hacer que la presencia de Dios esté dentro de mis hermanos? ¿O es un amor platónico, o es un amor romántico? ¿O es un amor que arde, y porque arde quema, y porque quema transforma, y transforma en celo apostólico?

Cuando revisemos la caridad, veamos el amor de Cristo por nosotros, veamos nuestro amor por Cristo, veamos nuestro corazón, y veamos si verdaderamente hay caridad que es obediencia y es presencia. Pero nunca olvidemos la tercera dimensión de la caridad: el celo apostólico. 

Recordemos que se nos va a exigir. "Tuve hambre y no me diste de comer; tuve sed y no me diste de beber; estuve desnudo y no me vestiste, en la cárcel, enfermo y no me fuiste a ver". Si a ésos, Cristo los manda lejos de sí, lejos del amor, lejos de la vida eterna, ¿qué será de aquellos que le negaron a sus hermanos los hombres, por falta de caridad, la presencia de Dios en su corazón? ¿Qué será de aquellos que, llevados por la pereza o por la soledad, o por el Príncipe de este mundo, o por el orgullo, se permitieron el lujo de no llenar el corazón de sus hermanos los hombres con la presencia del Señor?

Autor: P. Cipriano Sánchez LC.

domingo, 24 de marzo de 2013

¡Bendito el que viene en nombre del Señor!


El Domingo de Ramos abre la puerta a la semana de los días más amargos, más crueles para el Dios que se hizo hombre por amor. 


Domingo de Ramos, la Iglesia Católica y sus fieles, conmemoramos la entrada de Jesús en Jerusalén. Marcos en su Evangelio, nos describe como fue esa entrada: "Llegó Jesús en un borriquillo mientras muchos extendían sus mantos en el camino y otros lo tapizaban con ramos cortados en el campo y gritaban vivas, ¡Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor!.

Parece que todo nos anima a que sea un domingo de fiesta, los ramos, las palmas, los gritos de júbilo...y sin embargo la tradición nos sorprende en la santa misa de este día, relatándonos la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo.

¡Qué cercano estaba el día en que sería entregado a los sumos sacerdotes, a los grandes personajes y autoridades, Anás, Caifás, Pilato, Herodes y luego al mismo pueblo que ahora lo vitorea y más tarde pedirá su crucifixión.

Repasamos toda esta historia (que siempre es la misma, dirán algunos) pero que siempre es diferente según la medite nuestro corazón.

El Domingo de Ramos abre la puerta a la semana de los días más amargos, más crueles para el Dios que se hizo hombre por amor, por amor a rodos los hombres y en ese "todos" estaba yo.

La agonía en el Getsemaní, una oración al Padre con temblores de miedo, sus palabras "una tristeza en el alma hasta la muerte" y bajo el resplandor de la luna llena de Pascua, allá en el Huerto de los Olivos, nuestro Salvador postrado en tierra, se cubre de sudor y se llena de amarga soledad. Necesita la compañía de sus amigos, "velad conmigo" pero ellos se durmieron. 

Y después el beso que traiciona, la flagelación, las espinas, la cruz, los clavos en pies y manos, la lanza que penetra en su costado, la muerte. "Al que no conoció el pecado, Dios lo trató por nosotros, como el propio pecado, para que, por medio de él, nosotros sintamos la fuerza salvadora de Dios" (Cor 5:21).

"El fue triturado por nuestros crímenes, sobre él descargó el castigo que nos sana" (Is 53:5).

Cristo se acerca al Padre en esa hora de redención, los pecados de la humanidad están sobre Cristo misteriosamente. El pecado es el rechazo a Dios. Cristo está entre los hombres de todos los tiempos y ese amor es rechazado, pisado. 

Hay que meditar sobre esto:

Yo soy la causa pero también el destinatario de la redención, soy el fin de la obra redentora de Cristo. 

Entremos pues, con la fe y la alegría del Domingo de Ramos, alabando a Jesús desde nuestros corazones, con la confianza y amor que es nuestro Señor, y preparándonos con la lectura de la Pasión, escuchando la Palabra de Dios (el mismo Dios que nos habla) para acompañar a Cristo en la Pasión, 

Y desde la cruz con nuestra Madre para todos los seres humanos. María que al pie de la cruz nos recibe como hijos que aunque algunas veces perdamos el rumbo, será nuestro faro de luz que nos conducirá amorosamente hasta su Hijo Jesús

Autor: Ma Esther De Ariño.

sábado, 23 de marzo de 2013

Con María, en Domingo de Ramos


Después de cada Domingo de Ramos viene el Jueves Santo, y el gallo también cantará tres veces para ti. 
¿Sabes, María...? El lunes empezamos la Semana Santa, mañana es domingo de Ramos.. Por misericordia de Dios, este año he tomado mayor conciencia de del sentido de estos días en mi propia vida, por un exquisito detalle de amor de mi Señor he aprendido a ver, en mi propio dolor, no una ausencia de Dios, sino una presencia real de su amor, dándome, en cada momento difícil, la oportunidad de transitar con Él mi propio camino de Salvación....por eso quiero acercarme hoy a ti, maestra del alma, para que, como mi madre que eres, me tomes de la mano y me muestres el camino hacia tu Hijo.

- El camino hacia mi Hijo, el único camino que vale la pena transitar... Mi alma quisiera que todos anhelaran ese camino... pero. No importa, no hablaremos de eso ahora, ven vamos a Jerusalén, que la gente ya se está acercando a Jesús y nos costará trabajo abrirnos paso entre la multitud...

Y te sigo... ¿Qué otra cosa puedo hacer? Si seguirte termina siendo siempre luz para el corazón, paz para el alma.

Tal como lo dijiste, la gran multitud que había venido para la fiesta de la Pascua se enteró de que Jesús se dirigía a Jerusalén...llegamos justo cuando Jesús estaba montando un asno para entrar a la ciudad, la gente se apretujaba por acercársele, muchos habían visto la resurrección de Lázaro y daban testimonio... nos acercamos, vimos a las mujeres de Galilea, silenciosas, que le seguían a Él por donde fuera, tú, Madre querida, te acercaste para verlo sin que Él lo notara, tenias ganas de abrazarle, de cuidarle, de atenderle como cuando era pequeño. Le nombraste Jesús, amor de mi alma Fue apenas un susurro en el griterío de la gente, apenas si yo, que estaba pegadita a vos, lo oí con dificultad. Pero el alma de tu Hijo te oyó, giró la cabeza y sus ojos purísimos y mansos se encontraron con los tuyos, fue una mirada larga, llena de palabras que iban de corazón a corazón. Por un instante sé que estuvieron en ese lugar sólo ustedes dos, miles de ángeles inclinaron la cabeza con respeto, fue una mirada de amor profundo, de entrega sin límites a la Voluntad del Padre, una mirada de despedida. 

Luego Él se volvió a las gentes, el tosco animal inició su marcha triunfal, mientras el pueblo extendía sus mantos como improvisada alfombra real... las ramas de olivos, arrancadas por cientos de manos, fueron verdes pañuelos que saludaban al Mesías, claro, que en ese momento nadie pensaba que los verdes pañuelos hoy serían ramas marchitas en pocos días, que se quemarían con el fuego de la indiferencia o el abandono. Al llegar a la pendiente del monte de los Olivos, comenzamos a escuchar de mil gargantas..." ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Paz en el Cielo y Gloria en las Alturas!"

Tú y yo, María, caminábamos entre las gentes, nadie te reconocía, nadie veía en ti a la mujer por cuyo sí hoy tenían ellos a quien aclamar.

- Mucha gente - dijiste con tristeza- mucha gente hoy, como en la multiplicación de los panes o en el sermón de la barca, todos le dejarán solo en pocos días...

- Señora - y sentí vergüenza por mi, ya que muchas veces yo le había saludado desde mi Monte de los Olivos y le había dejado solo después- cuanto nos ama tu Hijo, cuanto.

- Mi corazón puede sentir la angustia del suyo, hija mía, al mirarle, hace un momento, note una mirada triste, aunque no arrepentida de su decisión, angustiada, mas no por Él sino por toda esta gente, solitaria, porque su alma sabía que este bullicio es pasajero, decidida, porque mi Hijo vino para hacer la Voluntad del Padre, valiente, porque sabia que aún faltaba la lucha final y estaba determinado a vencer pues su victoria es nuestra única esperanza. Una mirada en paz, con la tranquilidad profunda de la verdadera libertad que es hacer lo que debe hacerse, aquello para lo que cada ser fue concebido desde el principio de los tiempos.

- Señora ¿Iras a la casa donde se hospedará Él?, es que así le tendrás mas cerca.

- No, yo estaré cerca, Él sabe que estoy, mas debo dejarle en libertad, Él debe cumplir su misión hasta el final... y ambas sabemos la clase de final.

- ¿Qué siente tu corazón ahora, Madre querida? Perdona la torpeza de la pregunta, pero... Es admirable como estas de pié, en silencio, sin gritos, aun en medio del dolor te mantienes serena. ¿De donde sacas fuerza, Señora?

- Pues del mismo por quien sufro, amiga mía. Verás, cuando el ángel me anunció que sería la madre del Mesías, yo sentí que aceptar era como dar un gran salto al vacío, pero sabía que mas vacía quedaría si me negaba. Desde ese momento hasta hoy he pasado por muchísimas circunstancias que me han ido enseñando quien es en realidad este Hijo mío, que es mío pero no me pertenece, aprendí que ser su mamá era sólo ser un puente, que mi "sí" unía su decisión de salvar la humanidad con la humanidad misma, pero nada más, no me asistía el derecho de anteponer mis sentimientos a su misión salvadora, debía aprender el valor de la renuncia, debía aprender que, la única manera de estar junto a Él era estar desde lejos. 

- Señora ¿Qué debe aprender mi alma de este día?

- Debe aprender que es fácil reconocerle y amarle cuando todo marcha bien, que no es gran merito aclamar su nombre cuando todos lo hacen y "queda bien" debes recordar que, después de cada Domingo de Ramos viene el Jueves Santo, y el gallo también cantará tres veces para ti.

- ¿Qué hacer, entonces?

- Seguirlo siempre, aun en medio de tu propio dolor, ver que te espera detrás del sufrimiento, que no te deja sola, que está contigo, sobre todo cuando tu crees que está lejos. Recuerda siempre que Él te amó tanto que padeció todo esto por ti, para que tuvieses vida eterna. 

Seguimos a Jesús hasta que llegó a la ciudad, luego Él fue al Templo, Maria quedó contemplándole desde lejos. Antes de entrar al recinto Jesús la miró desde lo profundo del alma, su mirada era... indescriptible, una extraña mezcla de amor, tristeza, paciencia y soledad. En pocos días todo habría terminado y, al mismo tiempo, todo habría comenzado...

- Hija querida- dijiste mientras me abrazabas con ternura- espero que tu corazón haya aprendido, haya crecido, haya conocido de cuanto es capaz el amor de Dios... aunque, hija mía... la verdadera dimensión de ese amor no puede ser comprendida en este mundo...

- Gracias, Señora mía, por este tiempo que nos dedicas a tus hijos.... gracias....
Y te fuiste... te fuiste y te quedaste al mismo tiempo.... como dice la Escritura, nadie puede separarnos del amor de Cristo... y, por consiguiente, Señora mía, tampoco nadie puede separarnos de tu amor....

Amigo, amiga que lees estas líneas... ten un Domingo de Ramos acompañado de María



NOTA:

Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna.

Autor: María Susana Ratero.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Cristo en la cruz pone todo por nosotros


Miércoles quinta semana de Cuaresma. La cruz de Cristo se convierte en punto de partida para nosotros. 
Dn 3, 14-20.91-92.95
Jn 8, 31-42

Durante toda la Cuaresma la Iglesia nos ha ido preparando para encontrarnos con el misterio de la Pascua, que es el juicio que Dios hace del mundo, el juicio con el cual Dios señala el bien y el mal del mundo. La Pascua no es solamente el final de la pasión; la Pascua es la proclamación de Cristo como juez del universo. Un juez que, por ser juez del universo, pone a sus pies a todos: sus amigos, que pueden ser los que le han servido; y a sus enemigos, que pueden ser los que no le han servido. 

El juicio que Dios hace del hombre dependerá de cómo el hombre se ha comportado con Cristo. Ser conscientes de esto es, al mismo tiempo, dejar entrar en nuestro corazón la pregunta de cuál es la opción fundamental de nuestras vidas.

Escuchábamos en la narración del Libro de Daniel, que los tres jóvenes son salvados del horno del fuego ardiente por el ángel del Señor. Yo creo que lo fundamental de esta narración es la reflexión final: "Bendito sea el Dios de Sadrak, Mesak y Abed Negó, que ha enviado a su ángel para librar a sus siervos que, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y expusieron su vida antes que servir y a adorar a un dios extraño". 

Éste es el punto más importante: el ser capaz de juzgar nuestra vida de tal forma que nuestros actos se vean discriminados según nuestra opción por Dios. O sea, Dios como criterio primero, y no al revés. Que nuestra forma de afrontar la vida, nuestra forma de pensar, de juzgar a las personas, de entender los acontecimientos, no se vean discriminadas por «lo que a mí me parecería» , es decir, por un criterio subjetivo. 

Esta situación debe ser para todos nosotros punto de examen de conciencia, sobre todo de cara a la Pascua del Señor, para ver si efectivamente nuestra vida está decidida por Dios. La cruz se convierte así, para cada uno de nosotros, en el punto de juicio, el punto al cual todos tenemos que llegar para ver si mi vida está o no decidida por Cristo nuestro Señor. 

Cristo en la cruz apuesta todo por nosotros. Cristo en la cruz pone todo por nosotros. Cristo en la cruz se entrega totalmente a nosotros. La cruz de Cristo se convierte en punto de juicio para nosotros: Si Él nos ha dado tanto, ¿nosotros qué damos? Si Él ha sido tanto para nosotros, ¿nosotros qué somos para Él? Si Él ha vivido de esa manera con nosotros y para nosotros, ¿nosotros cómo vivimos para Él?

Jesús, en el Evangelio, pide a los judíos que le escuchaban que examinen quién es su Padre. Ellos le dicen: "Nosotros tenemos por padre a Dios". Pero Jesús les contesta que no es verdad, porque les dice: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado".

Cuando nuestra vida choca con la cruz, cuando nuestra vida choca con los criterios cristianos, tenemos que preguntarnos: ¿Quién es mi padre?; no ¿cuál es mi título?; no ¿cuál es la etiqueta que yo traigo puesta en mi vida? ¿Cuál es el fruto que da en mi vida la opción por Cristo? ¿Qué es lo que realmente brota en mi vida de mi opción por Cristo? Porque ése es verdaderamente el origen de mi existencia.

Jesús dice a los de su época que ellos no son los hijos de Abraham; porque el fruto de Abraham sería una opción definitiva por Dios, hasta el punto de ser capaz de arriesgar el propio interior, el propio juicio para seguir a Dios. Recordemos que Abraham puso, incluso lo ilógico de la orden de Dios de matar a su propio hijo, para obedecer a Dios.

Cristo y su cruz se convierten en un reclamo para cada uno de nosotros: ¿quién eres Tú? El misterio Pascual es para todos nosotros una llamada. No me puedo quedar nada más en los ritos exteriores. ¿Cuál es la obra que me está diciendo a mí si opto por Cristo o no? Mi comportamiento cristiano, mi compromiso cristiano, mi opción definitiva por Jesucristo es donde puedo ver quién es verdaderamente mi Padre, allí es donde sé quién es auténticamente el Señor de mi vida.

Cuando los judíos le responden a Jesús: "Nosotros no somos hijos de prostitución, no tenemos más padre que Dios", están tocando un tema muy típico de toda la Escritura: la relación con Dios. El pueblo de Dios como un pueblo amado, un pueblo fiel, un pueblo esposo de Dios. Por eso dicen: "no somos hijos de prostitución, no somos hijos de adulterio, somos hijos genuinos de Dios". 

Pero Cristo les responde: "Si Dios fuera su Padre me amarían a mí[...]". Si realmente fuesen un pueblo esposo de Dios, me amarían a mí. Si realmente fuesen un pueblo fiel a Dios, un pueblo que nace del amor esponsal a Dios, amarían a Cristo. 

Podría ser que en nuestra alma hubiese algunos campos en los que todavía Cristo nuestro Señor no es el vencedor victorioso, no es el esposo fiel. ¿No podría haber campos en nuestra vida, rasgos en nuestra alma, en los que por egoísmo, por falta de generosidad, por pereza, por frialdad, nuestra alma todavía no corriese al ritmo de Dios, no estuviese alimentándose de la vida de Dios, no estuviese nutriéndose de la opción fundamental, definitiva, única, exclusiva por Dios nuestro Señor? 

La Semana Santa es un período de reflexión muy importante. Un período que nos va a mostrar a un Cristo que se ofrece a nosotros; un Cristo que se hace obediente por nosotros; un Cristo que es la garantía del amor esponsal de Dios por su pueblo. Un Cristo que reclama de cada uno de nosotros el amor fiel, el amor de don total del corazón hecho obras, manifestado en un comportamiento realmente cristiano. El misterio pascual es la raya que define si soy alguien que vive de Dios, o soy alguien que vive de sí mismo.

Jesucristo, en la Eucaristía, viene a redimirnos de esto. Jesucristo quiere darnos la Eucaristía para que de nuevo en esa unión íntima del Creador, del Señor, del Redentor con el alma cristiana, se produzca la opción fuerte, definitiva, amorosa por Dios.

Pidámosle que esta opción llegue a iluminar todos los campos de nuestra vida. Que ilumine nuestro interior, que ilumine nuestra alma, que ilumine también nuestra vida social, nuestra vida familiar, y, sobre todo, que ilumine nuestra libertad para que optemos definitivamente, sin ninguna cadena, por aquello que únicamente nos hace libres: el amor de Dios.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC.

lunes, 18 de marzo de 2013

Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo


Lunes quinta semana de Cuaresma. Cristo nos ha llamado a tenerle en lo profundo de nosotros mismos.

El camino de conversión, que es la Cuaresma, tiene como todo camino, un inicio; y como todo camino, tiene también un final. La Cuaresma se enfrenta en esta semana con su última semana. El Domingo de Ramos, que es cuando celebramos la entrada de Jesús en Jerusalén, estaremos celebrando también el momento en el cual termina la Cuaresma para dar inicio a la Semana Santa. En ese momento podríamos simplemente quedarnos con la idea de haber dicho: una Cuaresma más que pasó por nuestra vida, cuarenta días más. O preguntarnos: ¿Cómo aproveché este camino? ¿Realmente le saqué fruto a toda esta Cuaresma, o la Cuaresma se me fue, como se me van tantas otras cosas? 

La liturgia, en el salmo responsorial, nos habla de un sentimiento que tendría que estar presente en nuestro corazón: "Nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo". Todos sabemos que la Cuaresma es un llamamiento muy serio a la conversión, es una llamada muy exigente a transformar la vida; no la podemos dejar igual después de la Cuaresma. Nosotros podríamos asustarnos al ver el programa de conversión que se nos propone y al darnos cuenta de lo que significa convertir la propia personalidad, convertir los propios sentimientos, convertir la propia inteligencia, convertir la propia voluntad, cambiar totalmente la propia existencia. 

Esta conversión se nos podría hacer un camino tan impracticable, una cumbre tan elevada, que en el corazón puede llegar a aparecer el miedo. Un miedo que nos hace incapaces de poder transformar nuestra vida, un miedo que, incluso, nos puede hacer rebeldes contra las mismas necesidades de transformación, y entonces quedarnos, a la hora de la hora, con el miedo, con la rebeldía y sin la transformación. 

¡Qué serio es esto!, porque puede ser que nuestra vida se nos esté yendo como agua entre los dedos y no terminar de afianzar la transformación que nosotros necesitamos llevar a cabo en nuestra alma, y no terminar de consolidar en nuestra alma la exigencia de una auténtica transformación cristiana. 

¡Cuántas Cuaresmas hemos vivido! ¡Cuántos llamados a la conversión! Cuántas veces hemos escuchado el "arrepiéntete" y, sin embargo, ¿dónde estamos en este camino? Creo que el Evangelio de hoy podría ser para todos nosotros algo muy significativo, porque Jesucristo nos habla de cómo todos tenemos esa presencia, de una forma o de otra, del alejamiento de Dios: el pecado en nuestro corazón.

El episodio de la mujer adúltera es un episodio en el cual Jesucristo se encuentra no tanto con la realidad del pecado, cuanto con la visión que el hombre tiene del propio pecado. Por una parte están los acusadores, los hombres que dicen: "Esta mujer es adúltera y por lo tanto debe ser condenada a muerte por lapidación". Por otra parte está la mujer que, evidentemente, también está en pecado. 

Qué fuerte es el hecho de que Jesús se atreva a cuestionar la legitimidad que tienen todos esos hombres de castigar a esa mujer, cuando ellos mismos están en pecado. Sin embargo, todos ellos iban a convertirse en jueces y en ejecutores de una ley, pensando que actuaban con plena justicia, como si el pecado no estuviese en ellos. Y Jesús desenmascara, con la habilidad y sencillez que a Él le caracteriza, la capacidad que tenemos los hombres en nuestro interior de torcer las cosas para creernos justos cuando no lo somos, cuando ni siquiera hemos rozado la capacidad de conversión que tenemos. De creernos limpios cuando, a lo mejor, ni siquiera hemos tocado un poco el misterio de nuestra auténtica conversión interior.

Este relato del Evangelio del domindo nos habla de un Jesús que nos llama, que nos invita a atrevernos a sumergirnos en la realidad de nuestra conversión: "El que esté sin pecado que tire la primera piedra". No dice que la mujer ha hecho bien, simplemente les pregunta si se han dado cuenta de cuál es la justicia, la santidad que hay en cada una de sus almas: primero dense cuenta de esto y luego pónganse a pensar si pueden tirarle piedras a alguien que está en pecado. "Antes de ver la paja del ojo ajeno, quita la viga que hay en el tuyo".

La conversión supone la valentía de profundizar dentro de la propia alma. La conversión supone la valentía de entrar al propio corazón, como Jesús entra dentro del alma de estos hombres para que se den cuenta que todos tienen pecado, que ninguno de ellos puede llegar a tirar ni siquiera una piedra. Pero, muchas veces, lo que nos acaba pasando cuando rozamos el misterio de la conversión de nuestra alma, cuando tocamos el misterio de que tenemos que transformar comportamientos, afectos, actitudes, criterios, pensamientos, juicios, es que nos da miedo y nos echamos para atrás y preferimos no tenerlo delante de los ojos.

¿Quién se atrevería a bajar hasta lo más profundo del propio corazón si no es acompañado de Dios nuestro Señor? ¿Quién se atrevería a tocar lo tremendo de las propias infidelidades, de los propios egoísmos, de todo lo que uno es en su vida, si no es acompañado por Dios? La pregunta más importante sería: ¿Ya has sido capaz de bajar, acompañado de Dios nuestro Señor, a lo profundo de tu corazón? ¿Ya has sido capaz de tocar el fondo de tu vida para verdaderamente poder convertirte? 

¡Cuántos esfuerzos de conversión hemos hecho a lo largo de nuestra vida! Cuántas veces hemos intentado transformarnos, y no lo hemos logrado, porque nunca hemos bajado hasta el fondo de nuestra alma, porque nunca nos hemos atrevido a tomar a Jesús de la mano y permitirle que nos cure. Como el médico que, para poder curar nuestra enfermedad, tiene que llegar a la raíz de la misma, no puede conformarse simplemente con aplicar una cura superficial.

Ojalá que si en esta Cuaresma no hemos todavía transformado muchas cosas y seguimos teniendo egoísmos, perezas, flojeras, miedos y tantas otras cosas, por lo menos hayamos conseguido la gracia, el don de Dios, de permitirle bajar con nosotros hasta el fondo de nuestro corazón, para que desde ahí, Él empiece a sanarnos, Él empiece a transformarnos, Él empiece a cambiarnos. "Aunque atraviese por cañadas oscuras nada temo, Señor, porque Tú estás conmigo".

¡Cuántas veces lo más oscuro de nuestras vidas es nuestro corazón! No oscuro porque esté muy manchado, sino oscuro porque ha sido poco iluminado; porque preferimos dejar las cosas como están para no tener que cambiar algunas actitudes. Hemos de entrar y tocar con sinceridad el fondo de nuestro corazón para que Cristo nos quite los miedos que nos impiden llegar hasta el fondo, para así poder transformar verdadera y cristianamente toda nuestra vida. 

Que ésta sea la gracia principal que hayamos adquirido en esta Cuaresma en la que el Señor, una vez más, nos ha llamado a la conversión y, sobre todo, nos ha llamado a tenerle en lo profundo de nosotros mismos.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC

domingo, 17 de marzo de 2013

Cada uno de nosotros es un grano de trigo



Quinto domingo de Cuaresma. Los que quieren echarse a perder, se guardan para sí mismos en el egoísmo; y los que se entregan, acaban por dar fruto. 


Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza. 

Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás siempre nos va a costar.

Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás, por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices. Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.

Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad, entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme a los demás? ¿Qué significa darme los demás? 

Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.

Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo, acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo. La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa, para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto. 

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban comiendo los animales o echándose a perder. 

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC.