"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 13 de marzo de 2013

¿Quién es Cristo para mí?


Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo. 
La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor. 

¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.

¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo. 

Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: "el concepto cristiano", "la doctrina cristiana", "el programa cristiano", "la ideología cristiana", como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.

Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona. 

¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.

Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.

Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, "Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo." ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad? 

El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: "El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido". Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente. 

Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.

Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños..., sueños son. 

¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?

Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: "Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios".

La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.

Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.

Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC.

martes, 12 de marzo de 2013

EN TORNO AL CÓNCLAVE: REFERENTE MORAL DEL MUNDO


Autor: Pablo Cabellos Llorente

            Los diversos tipos de conducta influyen más en los pueblos -afirma Yepes- que muchos saberes teóricos, aunque sea cierto que esos comportamientos influyentes tengan mucho que ver con doctrinas o ideologías al uso. Nadie duda, por ejemplo, que una buena novela puede tener un gran impacto por los arquetipos que crea. Lo mismo se puede decir de una película, una obra de teatro, etc. Y también persuaden eficazmente las personas que,  destacan en muy variados campos: desde el deporte al actor de cine, cantante de moda... El modelo aparece como un ídolo o héroe.

         Todo eso no supone olvidar que los espejos más mirados e imitados suelen ser los propios familiares, comenzando por los padres o profesores, en la medida en que sean observados como personas admirables porque atesoran valores -mejor, virtudes- verdaderamente atrayentes.

         Situado en una órbita más parecida a la familiar, pero también con un peculiar liderazgo, está el Romano Pontífice. Lo hemos podido comprobar con los últimos. Nadie duda sobre el valor de referente para el mundo del que ocupa la sede de Pedro. Es muy claro para los católicos que viven de fe, porque esa misma virtud les hace ver en el Papa la cabeza visible de Cristo en la tierra con un Magisterio que, aunque habitualmente sea ordinario, goza de una infalibilidad de conjunto. O por decirlo de otro modo:  indica la dirección para que la fe se haga vida de Cristo.

         La apasionante aventura del cristiano está muy bien condensada por san Pablo. Escribe a los filipenses: mi vivir es Cristo. Eso es la existencia del cristiano. Y si tal afirmación debería poder hacerse de cada bautizado, aunque sea radical la igualdad de todos, no hay duda de que el vice-Cristo en la tierra goza de una fuerza espiritual sobre todos, es pastor, maestro y sacerdote en grado sumo para todo el Pueblo de Dios. Ha de trasparentar a Cristo especialmente.

         Escribió san Josemaría Escrivá que "ninguna vida humana es una vida aislada, sino que se entrelaza con otras vidas. Ninguna persona es un verso suelto, sino que formamos todos parte de un mismo poema divino" Y en otro lugar: "Si dejamos que Cristo reine en nuestras almas, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres". Esas realidades surgen de compartir una misma naturaleza con todo el género humano, pero es el reinado de Cristo en cada uno el seguro más fuerte del servicio a todos. Y cuando no es así, bien puede suceder -como dijo el pasado concilio- que a la génesis del ateísmo hayan podido contribuir los creyentes por no haber manifestado adecuadamente el rostro de Dios.

         En este contexto, los papas vienen siendo un referente moral  del mundo. Lo son por su propio cometido, no por su talento, idiomas que hablan y aún podríamos añadir que ni siquiera por la santidad de su vida. Es notable observar en la historia de la Iglesia la existencia de pontífices con vidas nada modélicas sin que la doctrina se haya resentido lo más mínimo. Pero también es obvio que la santidad arrastra incluso a los  no creyentes. Por tal motivo, sin negar  que las buenas cualidades humanas sean importantes, lo que principalmente necesitamos es un Papa santo porque, además de ser mejor Pastor de su grey, puede ser ese referente mundial tan necesario, quizá hoy más que nunca por la simple razón de su ausencia.

          En su "Ética a Nicómaco", decía Aristóteles que el bien del hombre es una cierta actividad del alma de acuerdo con la virtud, y si las virtudes son varias, de acuerdo con la mejor y más perfecta. Los cristianos sabemos bien -cosa distinta es si lo vivimos así- que la virtud más perfecta es la caridad, don de Dios que consiste en amarle sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos, con un amor que Él mismo pone en cada corazón. A la cabeza de los que así pueden y deben amar está el Romano Pontífice. Con esa Fe que se hace vida por un comportamiento ejemplar, el Papa se convierte en referente moral del mundo. Pero, sin duda alguna, con la ayuda de todo el Cuerpo Místico, cuya cabeza es el mismo Cristo.

         En ese clima de santidad está -contando también con las fuerzas que ya no tenía Benedicto XVI- el humus que puede cambiar la curia romana tanto en estructuras como en personas, en el que se puede  forjar la unidad en la normal disparidad de criterios opinables, se ha de buscar un ecumenismo verdadero, se debe ordenar el pueblo cristiano hacia su fin sanando o cortando las ramas  podridas y revalorizando la oración y la vida sacramental, se vivirá la transparencia imprescindible en lo económico y en todo; sin clericalismos, ha de quedar bien claro que el papel de los laicos en la Iglesia es fundamentalmente desempeñar honradamente sus tareas en el mundo. Fe y Razón continuarán su diálogo... La Iglesia podrá ser Luz del Mundo, como titulaba Peter Seewald el libro-entrevista con Benedicto XVI.

Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios

Martes cuarta semana de Cuaresma. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón.

Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

"Volved a mí de todo corazón". Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante -no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa-, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?

Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema -un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo-, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: "Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros". Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?

¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?

Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.

El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: "¿Por qué me has abandonado?" pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: "¿Por qué me has abandonado?" es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿"Por qué me has abandonado"?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

lunes, 11 de marzo de 2013

DIOS ME BUSCA SIN DESCANSO



Sigues, hoy como hace muchos años, en busca de tu oveja, con una insistencia amorosa y llena de esperanza.

¿Por qué Dios busca mi regreso? ¿Por qué sigue tras mis huellas? ¿Por qué llama de mil maneras a las puertas de mi alma?

Cada ser humano es hijo, aunque a veces lo olvidamos, aunque a veces perseguimos sombras de grandeza o brillos de placeres vanos.

Mientras nos encandila un espejismo, mientras dejamos que el corazón quede aprisionado en amores falsos, Dios sigue cada uno de mis pasos, Dios espera mi arrepentimiento, Dios suspira que le suplique sus cuidados.

¿Qué gana Dios si dejo mi pecado? ¿Cuál es el motivo de su insistencia? ¿Por qué no deja perecer a quien, ingrato, camina lejos de la casa paterna, a quien busca libertades huecas?

El poeta preguntaba, en medio de su asombro: "¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?" Su pregunta es también la mía: ¿por qué no te rindes ante mi pecado, mi egoísmo, mis ingratitudes, mis bajezas? ¿Por qué me buscas sin descanso?

Dios responde con la insistencia de su Hijo, con los reclamos de un Pastor que va tras la oveja rebelde. Como expresaba, en su teatro poético, Tirso de Molina, el deseo de Cristo de recuperar la oveja es tan grande que la acoge también si ha dejado de ser blanca:

(...) mas la gran clemencia

de mi mayoral

dice que, aunque vuelvan,

si antes fueron blancas,

al rebaño negras,

que las dé mis brazos,

y sin extrañeza

requiebros las diga

y palabras tiernas (Tirso de Molina, "El condenado por desconfiado").

Sigues, hoy como hace muchos años, en busca de tu oveja, con una insistencia amorosa y llena de esperanza. Como si tu dicha dependiese de mi regreso, de mis lágrimas, de mi conversión sincera.

No puedo seguir con mi respuesta dura, indiferente, distraída. Llega la hora de darte la alegría de permitirte celebrar la fiesta. Descubriré, entonces, que ese gozo tuyo, inmenso, divino, es también el mío...
Autor: P.Fernando Pascual LC

jueves, 7 de marzo de 2013

RECUPERAR A DIOS, RECUPERAR AL HOMBE


Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Es difícil hacer un elenco de  asuntos trabajados prioritariamente por Benedicto XVI. No sé si lo que voy a decir es lo capital, ni trato de forjar un programa para el futuro Papa. Sería ridículo por mi parte. Pero no me impide afirmar que hay dos temas candentes, de los que a mi parecer depende el futuro de esta sociedad tambaleante, en la que tantos conceptos han perdido sentido, pues hasta las palabras quedan vacías en los juegos florales de lo políticamente correcto -de la cobardía, habría que decir-,  del individualismo feroz, cerrado a los vecinos, al pueblo, a la provincia, a las restantes autonomías... No se habla de bien común tal vez porque no existe para muchos.

         Descubro inmediatamente mis cartas: será imprescindible la labor de recuperar a Dios y al hombre mismo. Dos temas -en realidad, uno- necesariamente influidos. Rescatar a Dios, primero puesto bajo sospecha y después negado, tanto en el mundo católico como en los ambientes laicistas, agnósticos o ateos. Analizando la historia reciente, se constata que ha fracasado la previsión de quienes, desde la época de la Ilustración, anunciaban la desaparición de las religiones. Rescatar primero entre los católicos con una pobre idea del Creador y Redentor del hombre. Esa penuria puede surgir del engendro de un dios bombero que ha de acudir a remediar nuestros problemas tal cual los reclamamos. Ese Dios a la medida de mis urgencias sería un Dios muy exiguo, no sería Dios. Al Creador, que nos ama infinitamente, hay que amarlo, por encima de todo, salvo que nos situemos con soberbia o ignorancia sobre Él.
         Hemos de ofertar a los no creyentes la belleza del Hacedor y su obra, y la humillación grandiosa del Redentor. Es necesario llegar a la fe, pero la razón es un poderoso instrumento que nos sitúa a sus puertas. Naturalmente, esa tarea no se realiza del mismo modo entre intelectuales o con personas menos cultivadas. Pero el núcleo está ahí: Creación, Redención, Cristo, la Iglesia y sus medios para conocer y amar.

         Recobrar al hombre es una tarea en absoluta dependencia de la anterior, porque sin el Creador, la criatura se diluye perdiendo progresivamente sus valores naturales para transformarlos en auténticos desvalores. Pensemos en la honradez, lealtad, sobriedad, laboriosidad,  templanza, humildad, veracidad, solidaridad, audacia, valentía y muchas virtudes más. Para el bautizado, la elevación que suponen la fe, esperanza y caridad. Buena parte de que lo que necesitamos agilizar  para vivir así, se resume en una sóla palabra: Jesucristo. Y retirar estorbos dondequiera que estén.

domingo, 3 de marzo de 2013

TENER CONCIENCIA DE NUESTRA DEBILIDAD



Tercer Domingo Cuaresma. ¿Por qué en el espíritu a veces nos sentimos tan fuertes, cuando realmente somos tan débiles? 


Creo que muchas veces nuestro problema de conversión del corazón, que nos lleva a una falta de identidad, no es otro sino esa especie como de ligereza, de superficialidad con la que, al ver las situaciones que estamos viviendo, pensamos que al fin y al cabo no pasa nada. Sin embargo, puediera ser que, cuando quisiéramos arreglar las cosas, ya no haya posibilidades de hacerlo.

Cuántas veces vivimos con una superficialidad que nos impide entrar en nuestro interior y darnos cuenta de la gravedad de algunos comportamientos, de algunas actitudes que estamos tomando, o darnos cuenta de la seriedad de algunos movimientos interiores que estamos consintiendo; con lo que nosotros estamos aceptando una forma de vida que puede llegar a apartarnos realmente de Dios, que pueden llegar a endurecer nuestro corazón e impedir que el corazón se convierta y llegue a darse a Dios nuestro Señor. 

Cuántas veces este problema sucede en las almas, y cómo, cuando nosotros lo captamos, podríamos decir simplemente: "total es sin importancia, no pasa nada". Sin embargo, es como si el soldado que estuviese vigilando en su puesto de guardia oyese un ruido y dijese: "no es nada." Pero, ¿qué pasaría si detrás de ese ruido estuviese alguien?

Ahora bien, para vigilar, no basta no ser indiferentes. Para vigilar auténticamente, es muy importante que nos demos cuenta tanto de la profundidad como de la debilidad del alma. Tenemos que darnos cuenta de que no tenemos garantizada la vida. ¿Quién de nosotros puede poner una mano en el fuego por la propia seguridad, o por la propia salvación? San Pablo dice: "Quién está de pie, tenga cuidado, no sea que caiga".

Tenemos que ser conscientes de que solamente un alma que se sabe herida, es un alma capaz verdaderamente de vigilar, porque entonces va a tener una especie como de instinto interior que le va a ir llevando a no dejar pasar las cosas sin revisarlas antes. Es como cuando estamos enfermos y no podemos tomar algún tipo de comida, antes de comer algo nos fijamos qué ingredientes tiene esa comida, no vaya a hacer que nos haga daño. ¿Por qué en el espíritu a veces nos sentimos tan fuertes, cuando realmente somos tan débiles?

Sin embargo, esa debilidad no nos debe llevar a una actitud de temor ante la vida, a una angustia interior insoportable. Porque si nos damos cuenta de que lo único que puede sostener nuestra vida, lo único que puede hacernos profundizar realmente en nuestra existencia no es otra cosa sino el amor de Dios, el anhelo de Dios, el deseo de Dios, eso mismo nos llevaría a una auténtica conversión del corazón, a un grandísimo amor a Él.

¿Hay en mi alma ese anhelo de Dios nuestro Señor? ¿Hay en mi alma ese ardiente fuego por amar a Dios, por hacer que Dios realmente sea lo primero en mi vida? Éste es el camino de conversión, es la forma de ver el camino de la salvación. No nos quedemos simplemente en los comportamientos externos. 

La Cuaresma, más que un comportamiento externo, tiene que ser un llegar al fondo de nosotros mismos; la mortificación corporal debe dar frutos espirituales.

Vamos a pedirle a Jesucristo en la Eucaristía, que así como Él se nos da en ese don, nos conceda poseer una gran profundidad en nuestra vida para poder tener conciencia de nuestra debilidad, y, sobre todo, nos conceda un gran anhelo de vivir a su lado, porque si algún día en ese camino de conversión del corazón, por ligereza o por superficialidad, caemos, si tenemos el anhelo de amar a Dios, tenemos la certeza de que tarde o temprano, de una forma u otra, acabaremos amando.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC.

jueves, 28 de febrero de 2013

HASTA SIEMPRE, SANTO PADRE


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         ¿Cómo se despide a un padre que, sin haber fallecido, promete estar siempre cerca de nosotros, pero escondido para el mundo? Es tan fiel a su conciencia que muy posiblemente apenas lo veamos. ¡Qué poco entiende a ese Padre quien lo sospecha  vigilante del heredero! Aunque sin los parámetros de la fe y de un serio conocimiento del Papa, con los esquemas usuales, no se comprende apenas a Benedicto XVI, ni antes ni ahora. ¿Alguien ha pensado en el martirio de la humildad?, ¿en el sacrificio de no ver más a quienes ama intensamente?

         Con  mirada cristiana -o simplemente de hombre honrado- nunca calibraremos la hondura de su aseveración al comparecer tras la fumata blanca: un simple y humilde trabajador en la viña del Señor. Como tal ha vivido su pontificado y de igual modo se aparta. Pero hay que subrayar con Machado que es un hombre bueno en el buen sentido de la palabra, es decir, un simple y humilde trabajador, porque ha servido sencillamente a un nivel altísimo. No podemos pensar en un siervo gris, descolorido, sin valor, sino en un hombre tierno y fuerte, sencillo e inteligente, amable y riguroso, paciente y valeroso. Así son los grandes hombres, así son los limpios de corazón.

         Cervantes señaló: el agradecimiento que sólo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras. Nuestro  reconocimiento a su figura frágil y gigante no puede ser mero recuerdo entrañable, sino el hondo aprovechamiento de su espiritualidad profunda, de su doctrina lúcida, de su gobierno paternal, de su apertura al mundo manifestada, desde los años de perito conciliar, en su empeño por el diálogo Razón-Fe,  Ciencia-Revelación, Iglesia-Mundo. También en su trato con las confesiones cristianas, otros creyentes e increyentes. El conocido coloquio con Habermas  es buena muestra del acercamiento de  distancias procurado con todos. Su honradez estudiando propuestas controvertidas es ejemplar. No desdeñó los opuestos: escuchó y estudió y respondió.

         Como corresponde al sucesor de Pedro, sin cesiones doctrinales, sin temblarle la mano ante problemas muy desagradables que afrontó. Pero no sólo intramuros de la Iglesia, sino cuando ha plantado cara al relativismo o al laicismo, al uso de la religión para utilidad temporal e incluso como alegato para matar: así lo formuló de modo magistral en Ratisbona. Ha planteado a los católicos  con especial ahínco el tema de la unidad el pasado Miércoles de Ceniza y en otras muchas ocasiones. Evocando constantemente que la misión de la Iglesia es esencialmente santificadora -servicio de la Caridad incluido, siempre en relación con la verdad-, ha reafirmado también su papel de ayuda para purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos, como indicó en Westminster Hall.

         Porque no sé cómo se despide a un padre que no ha muerto, ni adivino el dolor de ese padre, ni si estas líneas son certeras. No obstante, quedarían cojas si no recordara su insistencia para invitarnos a releer y vivir el Concilio Vaticano II sin las convulsiones del denominado postconcilio. En la reunión del pasado día 14 con los sacerdotes romanos, en improvisada y paternal tertulia, se refirió largamente a distintos aspectos del concilio, pero realzó  el concepto de comunión -ahí está el cimiento de la unidad- que se ha convertido progresivamente en expresión de la esencia de la Iglesia, comunión en las diversas dimensiones: con el Dios Trinitario -Él mismo es comunión entre Padre, Hijo y Espíritu Santo-, comunión sacramental, comunión concreta en el episcopado y en la vida de la Iglesia.

           Trató de otras herencias del concilio, pero bastaría vivir hondamente esta misteriosa comunión, un concepto íntimo, capital y difícil de expresar. Cimenta la unidad, pero es más. Expresado en modo no técnico e imperfecto, es la realidad de los vasos comunicantes en su más alto grado, una especie de fusión, de entrelazamiento misterioso entre todo el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, un organismo vivo  del que todos somos  parte. Escribió san Pablo: nosotros, que somos muchos, formamos en Cristo un solo cuerpo.
         Repasó ampliamente el Vaticano II, subvertido por lo que calificó de concilio virtual, el del maltrato de la liturgia y los sacramentos, del intento para mudar la moral, etc. Afirmaba que nos corresponde continuar cambiando aquel concilio virtual por el real, para ejecutar, con la fuerza del Espíritu Santo, la verdadera renovación de la Iglesia, la tarea de todos, "para que nadie se vuelva perezoso en la fe". Su última audiencia pública ha sido a corazón abierto, con la emoción contenida, pero aportando su fe y agradecimiento  porque la Barca de Pedro está gobernada por Dios. Hemos visto  su conmovedora paternidad con todos.

         Estas palabras no son un adiós, sino un hasta siempre, Benedicto XVI, con la disposición valiente de ser fieles a un Papa que -como sus predecesores, gracias a Dios-  lo ha dado todo por la Iglesia. Parafraseándole su declaración de renuncia, bien podemos decirle: Queridísimo Santo Padre, te damos las gracias de todo corazón por el peso que has llevado con tu ministerio, y te pedimos perdón por nuestros defectos.

lunes, 25 de febrero de 2013

APRECIADOS LECTORES Y AMIGOS


A primeros de este mes de febrero y en la plataforma Zoomblog.com, cree un blog que llame “DE TODO UN POCO, POR MANUEL MURILLO”, por parte de todos tuvo una captación inesperada y un gran acogida, sobre todo la parte dedicada a “Mi Bonita Extremadura.

Tal vez cometí el error, de no probar plenamente la plataforma, en la confianza de que todas las opciones implementadas en el menú de administración del blog, funcionarían perfectamente.

Tampoco era de extrañar que alguna de las opciones tuviera un pequeño fallo, los que estamos en Informática, sabemos que el mas mínimo detalle puede afectar al funcionamiento correcto de una aplicación, pero también sabemos valorar lo que es no tener la seguridad de estar en posesión de una copia de seguridad, completa y correcta.
No es esto lo peor de Zoomblog, el problema es que trasmitidas las dificultades a Soporte de esa plataforma, lo único que uno recibes, es el acuse de recibo del mensaje enviado y no más. Parece que no existe tal Soporte Técnico.

Ante tal situación, no me ha quedado más remedio que generar un nuevo blog en blogger, donde ya tengo otros albergados y jamás me han dado el más mínimo problema.
 Este nuevo blog de llama “EL RINCÓN DE MANOLO, POR MANUEL MURILLO GARCIA, cuyo enlace es el siguiente:
Ahora estoy en la fase, de pasar las entradas del blog de Zoomblog a este nuevo, pero todo de forma manual, por lo que les ruego un poco de paciencia y en pocos días estará concluido el traslado.

HOY DÍA 25, YA ESTA PASADO EN UN 99%.

Una vez Mas pido disculpas por las molestias ocasionadas.
Muy atentamente.
Manuel Murillo.

EN LA BARCA DE LA IGLESIA



Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El timón se mantiene firme, desde la fe de una Iglesia milenaria y siempre joven.
La historia de la Iglesia es apasionante. Desde su nacimiento, tras la Muerte y Resurrección de Cristo. Desde sus primeros años, con esperanzas y con persecuciones. Desde su larga historia, escrita con páginas de santidad y de amor, con debilidades, pecados y misericordia.

En la nave sopla el viento del Espíritu. La estrella polar, María, indica el camino hacia Cristo. Dios Padre convoca, desde Oriente hasta Occidente, a quienes más ama, a los hijos de los hombres.

En esa nave están Pedro y sus sucesores, los Papas. Cada uno, con su carácter diferente y con su amor a Cristo y a su redil, ha predicado para conservar viva la fe, ha trabajado para sostener la esperanza, ha sufrido y luchado para encender el amor.

La barca sigue su travesía. Las tormentas no dejan de arremeter contra la nave. Algunos sucumben. Otros se levantan tras la caída y vuelven a formar parte del pequeño rebaño.

"No temas", dijo Jesús a Pedro. "No temas", susurra el Maestro a cada generación de bautizados. "No temas", repetían Juan Pablo II y Benedicto XVI. "No temas", escucho dentro de mi alma.

No seguimos en la nave apoyados en seguridades humanas: lo que es frágil no garantiza certezas ni robustece las rodillas vacilantes. La fuerza de la Iglesia católica viene de lo alto y nos permite navegar seguros, hacia la Jerusalén celestial.

Desde la fe, la esperanza y la caridad seguimos nuestro viaje. Permanecemos unidos, confirmados en la sana doctrina, gracias al Papa.

No importa su nombre ni su origen. Se llamará Juan o Pablo o Juan Pablo, se llamará Pío o Benedicto, vendrá de Italia, de Polonia, de Alemania o de algún otro lugar de la amplia geografía católica. Nos basta con saber que Jesús lo eligió y le dice, como al primer Papa: "Apacienta mis ovejas... Sígueme" (cf. Jn 21,15-19).

Sopla el viento del Espíritu. Las velas sienten el empuje. El timón se mantiene firme, desde la fe de una Iglesia milenaria y siempre joven.

En el horizonte, un banquete: el Cordero ha dado su Sangre para que entremos con Él, vencedores, en la gran fiesta de los cielos.

Autor: P.Fernando Pascual LC

miércoles, 20 de febrero de 2013

DIOS PONE SEÑALES EN NUESTRA VIDA



Miércoles primera semana Cuaresma. Descubramos las luces con las que Dios nos va indicando el camino para llegar a Él. 


Jesucristo califica con mucha dureza a la gente de su tiempo y dice que son una generación perversa. Perversa porque tienen una señal y no están dispuestos a aceptar la señal que Dios les da. La señal que Cristo dará, será su Resurrección. Pero Cristo mismo es consciente de que no es suficiente con que Dios dé señales a los hombres; Cristo es consciente de que es necesario que los hombres aceptemos las señales que Dios nos da, que estemos dispuestos a abrir nuestro corazón a las señales; de otra forma, nuestro corazón es un corazón perverso.

¿Qué significa esto? Esto significa que nuestro corazón puede estar caminando de una forma alejada de Dios Nuestro Señor, viviendo de una forma torcida, porque no está aceptando el modo concreto en el cual Dios llega a su vida. Todo este camino que es nuestra existencia, está sembrado por señales de Dios. Está de una forma o de otra, con una constante presencia de un Dios que nos va señalando, indicando, prestando, como una luz que parpadea en todo momento de nuestra vida. Así es Dios en nuestro corazón, con todas las señales que constantemente nos va marcando.

Señales que a veces podrían parecernos extrañas, como el que "la reina del Sur vaya a ver a Salomón". ¿Qué es lo que la reina del Sur había hecho para ir a ver a Salomón? Simplemente había oído hablar de su sabiduría. ¿Qué es lo que Jonás predica a los ciudadanos de Nínive? Simplemente el hecho de que Nínive va a ser destruida. La reina del Sur cambia su vida y es capaz de ir hasta Israel para ver a Salomón y los ninivitas cambian su vida y se convierten. Es decir, no es problema el cómo Dios Nuestro Señor nos manda una señal particular para que cambiemos nuestra vida, el problema está en si nuestro corazón va abriendo los ojos a esas señales, si está dispuesto en todo momento a escuchar lo que Dios le quiere decir.

Y aquí donde Jesucristo nos pone en guardia: cuidado, porque a ustedes no se les van a dar otras señales más que la señal del profeta Jonás, la Resurrección de Cristo. Esta señal, se nos presenta en la vida de una forma que nosotros tenemos que tomarla arriesgando nuestra vida. Cristo cuando se nos presenta en nuestra vida, no nos da mucha seguridad, al contrario, más bien nos pone en más riesgo. Cristo, cuando llega a nuestra existencia, nos hace arriesgarnos más. La reina del Sur podría haber dicho: "¿Cómo voy a ir yo hasta allá para escuchar a un rey que dicen que es muy sabio?" Los habitantes de Nínive podrían haber dicho". ¡Este señor está mal! ¿Por qué va a tener que destruir nuestra ciudad dentro de tres días si no cambiamos nuestra existencia?". Y a la reina del Sur se hubiera quedado sin conocer la sabiduría y los habitantes de Nínive se habrían quedado sin conocer la Misericordia de Dios. No habrán sido capaces de captar la señal con la que Dios, en ese momento, estaba pasando por sus vidas. No habrían sido capaces de captar la luz con la que Dios, en ese momento, quería iluminar su existencia.

Cuando uno mira para atrás de la propia existencia y empieza a ver la cantidad de señales que no ha captado y la cantidad de veces que la luz no brilló en nuestro corazón, podría preguntarse: ¿qué hago ahora si he dejado muchas señales, muchas luces de Dios? ¿No será un paso gigante para mi alma? ¿Tendré posibilidad de dar marcha atrás? ¿La reina del Sur tendría posibilidad de volverse a encontrar con Salomón? ¿Los habitantes de Nínive habrían tenido posibilidad de volver, otra vez a escuchar a Jonás? No lo sabemos. Sabemos una cosa como decíamos en el Salmo "Un corazón contrito. Dios no lo desprecia". Que si en nuestro interior hay el anhelo y el deseo de volver a Dios, Él siempre va a esta listo para darnos de nuevo su luz. Dios siempre va a estar listo para presentarse de nuevo en nuestra vida.

¿Cómo nos envía Dios señales? Dios nos las envía fundamentalmente a través de nuestra conciencia. Una conciencia que tiene que estar buscando constantemente a Dios; una conciencia que no tiene que detenerse jamás a pesar de las barreras de las murallas que hay en la propia alma.

Lo contrario de la perversión es la conversión. Si nuestra alma está constantemente convirtiéndose a Dios, así encuentre un su vida mil defectos, mil problemas, mil reticencias, mil miedos, encontrará al Señor. Es lo mismo que les ocurrió a los habitantes de Nínive. Es la frase final, con la cual el rey de Nínive termina su mandato: "Quizá Dios se arrepienta y nos perdone, aplaque el incendio de su ira y así no moriremos". Aunque halla murallas, dificultades; aunque seamos nosotros mismos los primeros que nos sintamos como obstáculo al regreso de Dios N. S., no olvidemos que Él siempre está en el camino de la conversión. Él siempre está ahí, dispuesto a darnos la mano, a tendernos la posibilidad de regresar a Él.

¿Por qué descorazonarnos, cuando en nuestro camino de conversión encontramos algo que se nos hace tremendamente difícil de superar? ¿Somos más grandes nosotros que la Misericordia de Dios? ¿Es más milagroso el hecho de que una mujer vaya a escuchar a Salomón, o el que una ciudad completa, se convierta ante la voz de una profeta, que la Resurrección del Hijo de Dios?

En esta Cuaresma tenemos que ir viendo hasta qué punto estamos aceptando las señales de Dios N. S. nos da. Viendo cómo Dios me habla, que detrás de ese cómo Dios me habla, a veces gozo, con penas, a veces con un quebranto tremendo de corazón y a veces con una grandísima alegría en el alma. Estas señales de Dios, tienen detrás un sello que es la Resurrección de Cristo y si nosotros las aceptamos, no simplemente vamos a estar aceptando a un Dios que pasa por nuestra vida, sino que vamos a estar aceptando la garantía con la cual, Dios N. S. pasa por nuestra vida.

Hagamos de nuestra existencia, de nuestro camino, de nuestro encuentro con Dios, un constante aceptar el modo en el que Dios me ha hablado, aunque yo no lo entienda. "Aunque este muy lejos Salomón". Abramos nuestros ojos, abramos nuestro corazón, nuestra vida a las señales de Dios y permitamos que el Señor vaya señalando, indicando por dónde nos quiere llevar.

Si algún día no sabemos por dónde nos está llevando, que solamente nos preocupe el no perder de vista las señales de Dios. No importa por dónde nos lleve, eso es problema de Él. Nuestro autentico problema, es no perder de vista las señales de Dios, porque por donde Él nos lleve, tendremos siempre la certeza de que nos está llevando por el camino siempre correcto, por el que nosotros necesitamos ir.

Que ésta sea nuestra oración y el más profundo fruto de esta Cuaresma: ser tan auténticos con nosotros mismos, que seamos capaces de ver la autenticidad con la que Dios nos habla. Que nunca la autenticidad de Dios, choque con la inautenticidad de nuestra vida. Que la autenticidad con la que Él se manifiesta en nuestra existencia, a través de sus señales, encuentre siempre como eco el corazón abierto, dispuesto, auténtico, que recibe todas las señales que el Señor le da.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC