"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Hágase Tu Voluntad en la tierra, como en el cielo

¿Cuántas veces al día nos miramos a nosotros mismos desde los ojos de Dios?.

¿Cuántas veces hemos rezado “hágase Tu Voluntad, así en la tierra, como en el Cielo”?. ¿Y hemos realmente entendido el profundo sentido de esta oración hecha por Jesús, Dios hecho Hombre, a Su Padre?.

Quizás hemos escuchado alguna vez que el crecimiento espiritual verdadero pasa por borrar nuestro ego, llegar a la muerte de nuestro yo, vencer a nuestra propia voluntad, reemplazándola por nuestra total entrega a la Voluntad de Dios. Ser instrumentos de Dios en la tierra implica vencer a nuestro propio interés, haciendo que nuestros pensamientos y nuestras acciones estén totalmente inspiradas por la Voluntad Divina, por el deseo de obrar en beneficio del interés de Dios, ya no el nuestro. Sin dudas que esto implica dejar atrás todos los apegos que tenemos al mundo, ya que por allí pasa toda la manifestación de nuestro interés personal.

Cuando uno llega a entender que sólo Dios cuenta, entiende que ni siquiera los afectos más profundos por nuestros seres queridos, pueden ser interpuestos a la realización de la Voluntad de Dios. ¿Por qué?. Porque solo Dios Es, solo Dios cuenta. Todo lo demás debe ser puesto a Su entera disposición, a Su Voluntad, uniendo nuestro querer al querer de Dios, haciendo que nuestro interés personal sea reemplazado por el interés de Dios.

¿Cuántas veces al día nos miramos a nosotros mismos desde los ojos de Dios?. ¿Entendemos que somos hijos, de entera Realeza, del mismo Dios?. Si actuamos haciendo honor a nuestro origen Real, somos verdaderos instrumentos de nuestro Creador, somos una manifestación de Él en la tierra.

Por eso, cuando recemos “hágase Tu Voluntad, así en la tierra como en el Cielo” entendamos que estamos invitando a nuestro propio interés a desvanecerse, para poder nadar a pleno en el Divino Querer del mismo Dios, para compartir con Él Su Realeza, para ser parte de Su Reino, al unirnos plenamente a Su Voluntad, así en la tierra como en el Cielo.
Autor: Oscar Schmidt.

martes, 13 de septiembre de 2011

Jesús no sabe matemáticas

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más!
Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana.

Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.



Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47).

Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...

Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores!
Autor: Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan

lunes, 12 de septiembre de 2011

De verdad, ¿no tengo tiempo?

Si abrimos el corazón, sí hay tiempo, mucho tiempo, para ayudar, para acompañar, para servir, para amar.

Un niño invita a su padre o a su madre a jugar un rato. ¿Respuesta? “No tengo tiempo”. Luego el padre o la madre dedican más de dos horas al chat.

Un joven llama por teléfono a su amigo. Quiere desahogarse, ser escuchado. Después de 5 minutos, del otro lado escucha: “Mira, ahora estoy muy ocupado y no tengo tiempo para seguir. Si quieres, otro día hablamos”. Luego, el amigo “muy ocupado”, se sienta en un sofá para matar la tarde con un videojuego.

La esposa le pide al esposo salir de compras. Él le dice que no tiene tiempo. Luego, le llaman sus amigos para ir a jugar golf. Y va.

Las situaciones son muchas. Los motivos para decir “no tengo tiempo” cambian de persona a persona. Unos, realmente válidos, indican que tenemos urgencias inderogables: si hay un familiar enfermo tenemos que ir al hospital y por eso decimos “no tengo tiempo” a quien nos pida algo en este momento. Otros, menos válidos (a veces fútiles) simplemente nacen de nuestras preferencias, gustos, planes personales.

Si preferimos un rato de televisión en vez de escuchar a un anciano que quiere ser atendido, no digamos “no tengo tiempo”. Seamos sinceros, y digamos, al otro y a nosotros mismos, que preferimos descansar en vez de ese gesto hermoso pero a veces difícil de ofrecer oídos, corazón y tiempo a quien nos lo pide.

Sólo cuando seamos sinceros y determinemos con claridad dónde se nos escapa el tiempo, qué gustos nos atan a banalidades o a cosas serias pero no imprescindibles, cómo perdemos momentos preciosos de la propia vida en asuntos que satisfacen provisionalmente pero luego nos dejan descontentos y vacíos, podremos tener el valor de reorientar nuestras preferencias.

Si, además, abrimos el corazón a las luces de Dios, si dejamos purificar el alma de avaricias y perezas que nos atan al mundo y a la carne, descubriremos que sí hay tiempo, mucho tiempo, para ayudar, para acompañar, para servir, para amar, sobre todo a quienes viven a nuestro lado.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 11 de septiembre de 2011

TORRES GEMELAS DECIMO ANIVERSARIO.

Este blog quiere rendir el más sentido homenaje a las víctimas del fatídico atentado, contra las torres gemelas.

Encomendemos a Víctimas y Familiares

Perdonar no es olvidar, es recordar en paz

Y es que el rencor mata, corroe, esclaviza, asfixia. No hay nada mejor en el mundo que perdonar.
Quizás hayan observado que, con inusitada frecuencia, a la hora de escribir estos artículos, el Señor me pide hacerlo sobre el tema del perdón y la reconciliación. Y yo feliz.
Y es que el rencor mata, corroe, esclaviza, asfixia. No hay nada mejor en el mundo que perdonar. Lo repito, nada hay mejor que perdonar. Y si no, hagan la prueba. No se lleven que yo lo dije, no. Hagan la prueba.
¡Haz la prueba! Decídete y perdona al que te ofendió o te causó algún daño. Si crees que el otro piensa que fuiste tú quien tuvo la culpa, pues igual, simple y llanamente pídele perdón, y asunto arreglado. Total, lo importante es lograr la paz, la convivencia, el poder saludar y sonreír y conversar con quien hasta hace poco le volteabas la cara, o le gruñías, o le deseabas el mal, o lo ignorabas, y arriba de eso afirmabas que no, que tú no habías dejado de quererlo, pero que no querías tener nada que ver con esa persona.

El problema es ese. Que lo que dice el Señor es muy distinto. "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Difícilmente tu propia persona te sea indiferente.
A los que tengan algún tipo de rencilla, les ruego encarecidamente dediquen unos minutos y presten atención a lo que les voy a contar. Léanlo también los que como yo estamos en paz con el mundo, para la gloria de Dios, que les será útil para llevar este mensaje a los peleones.
Jesús relata la historia de aquel rey que perdona una gran deuda a uno de sus servidores, y al salir del palacio, éste se encuentra a un compañero que le debía unos centavos, y lo hace meter preso hasta que le pague. Al enterarse el rey, le recriminó su injusticia enviándolo a la cárcel. Concluye Jesús diciendo que “lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos”.
Entonces, te pregunto: De todas esas barbaridades que has cometido en tu vida, ¿recuerdas tan sólo una que Dios no te haya perdonado? ¿No? Y entonces, ¿quién eres tú para negarle tu perdón a alguien que mucho o poco te haya molestado, ofendido, irritado, perjudicado o llámese como sea lo que te haya hecho esa otra persona, y mucho peor si es un hermano?
No, mi querido amigo, no vale la pena vivir así. No hay tranquilidad. A mi me pasaba igual. Recuerdo una situación por la que viví, y a sabiendas de que a esa persona me la encontraba los domingos en misa, tenía la respuesta lista por si acaso se atrevía a saludarme: “¡Vade retro Satanás! ¡Retírate Satanás!” ¡Y eso se lo pensaba decir en plena iglesia!
Hoy, sin embargo, vivo tranquilo. A esa persona--¡y a tantas otras!--no tan sólo la perdoné, sino que le pedí perdón, porque estando ya en los caminos del Señor, me cuestioné seriamente si no habría sido yo quien la había ofendido. ¡Que bien se siente uno! Quise visitarla, y darle un abrazo, pero no quiso. Que pena. Siempre está presente en mis oraciones.
El perdón no borra lo sucedido. Lo hecho, hecho queda, y a menos que caigamos en Alzheimer, difícil es olvidar nuestra historia de vida. Pero qué distinto es recordar esos incidentes en paz. Ahí radica la gran diferencia. Perdonar no es olvidar, es recordar en paz.
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Desafíos de una economía en quiebra


Desafíos de una economía en quiebra
Criterios católicos para la vida económica, aplicables a la situación actual de muchos países. Reflexión en el Día del Trabajo USA. 5 sept. 2011 


Cada año los americanos celebramos el Día del Trabajo como fiesta nacional para honrar a trabajadores. Este año, sin embargo, es menos una época para la celebración y más una época para la reflexión y la acción dentro del impacto económico actual y las dificultades que experimentan los trabajadores y sus familias. Para los católicos es también una oportunidad para recordar la enseñanza tradicional de la Iglesia sobre la dignidad del trabajo y los derechos de los trabajadores. Este Día del Trabajo, la situación económica es severa y los costes humanos son reales: millones de nuestras hermanas y hermanos están sin trabajo, criando a los niños en la pobreza y temerosos por su seguridad económica. No son sólo los problemas económicos, sino también las tragedias humanas, los desafíos morales y las pruebas a nuestra fe. 

Al acercarnos al Día del Trabajo 2011, sobre el nueve por ciento de los americanos están buscando trabajo y no pueden encontrarlo. Otros temen que podrían perderlo. La tasa de desempleo es más alta entre los trabajadores afroamericanos y los hispanos. Los salarios no son suficientes para cubrir los gastos de muchos trabajadores. Es incontable el número de familias que han perdido sus hogares, y otras deben más de su casa que lo que ésta vale. Los trabajadores sindicalizados son parte de un movimiento obrero más pequeño y sufren nuevas tentativas para restringir los derechos de la negociación colectiva. El hambre y la falta de vivienda son parte de la vida de demasiados niños. La mayoría de los americanos temen que nuestra nación y economía se dirijan en la dirección equivocada. Muchos están confusos y consternados por la polarización de cómo nuestra nación podría trabajar conjuntamente para ocuparse del desempleo y los salarios decrecientes, la deuda y los déficits, el estancamiento económico y las crisis fiscales globales. Los trabajadores están legítimamente ansiosos y temerosos sobre el futuro. Estas realidades están en el corazón de las preocupaciones y de las oraciones de la Iglesia en este Día del Trabajo. Como insistió el Concilio Vaticano II, la ´pena y angustia´ de la gente de nuestro tiempo, “sobre todo de los pobres y de todos los afligidos... son también la pena y la angustia de los seguidores de Cristo” (Gaudium y Spes, No. 1). 

Todos estos desafíos tienen dimensiones económicas y financieras, pero también tienen costos humanos y morales inevitables. Este Día del Trabajo necesitamos mirar más allá de los indicadores económicos, los giros de la bolsa y los conflictos políticos y enfocarnos en las cargas, a menudo invisibles, de los trabajadores ordinarios y de sus familias, muchos de ellos están heridos, desalentados y se han venido abajo por esta economía. 

Hace ciento veinte años, en los tiempos de la Revolución Industrial, los trabajadores también enfrentaron grandes dificultades. El Papa León XIII identificó la situación de los trabajadores como el desafío moral dominante de ese tiempo y publicó su innovadora encíclica Rerum Novarum. Esta carta ha sido, por más de un siglo, la piedra angular para la enseñanza social católica y la inspiración para la declaración de este año del Día del Trabajo. Esta oportuna encíclica resaltó la dignidad inherente del trabajador en medio de los cambios económicos masivos. La carta de gran alcance del Papa León rechazó el capitalismo desenfrenado que podría despojar a los trabajadores de su dignidad humana dada por Dios y el socialismo peligroso que podría potenciar al estado sobre todo lo demás de manera destructiva sobre la iniciativa humana. Esta encíclica se recuerda mayormente como la llamada profética de Papa León a la Iglesia a apoyar a las asociaciones de trabajadores para la protección de los trabajadores y la promoción del bien común. 


Costos humanos de una economía en quiebra

Cuando miramos la situación de la gente desempleada y de muchos trabajadores ordinarios, vemos no sólo individuos en crisis económica, sino también los esfuerzos de las familias y las comunidades afectadas. Vemos a una sociedad que no puede utilizar los talentos y las energías de todos los que pueden y deben trabajar. Vemos una nación que no pueda asegurar a la gente que trabaja duro diariamente, que sus salarios y prestaciones podrán mantener a una familia con dignidad. Vemos un lugar de trabajo en donde muchos tienen escasa participación, dominio, o sentido de estar contribuyendo a una empresa común o al bien común. Una economía que no puede proporcionar empleo, salarios decentes y prestaciones y un sentido de participación y de derecho para sus trabajadores está en quiebra en sus formas mas fundamentales. Las muestras de esta economía en quiebra están a nuestro alrededor:

• Cerca de 14 millones de trabajadores están desempleados. Vemos las historias y las fotografías de centenares de personas, incluso miles, haciendo fila para tener la oportunidad, simplemente, de solicitar trabajo. Hay actualmente más de cuatro trabajadores desempleados para cada puesto de trabajo. Muchos han abandonado la búsqueda de un empleo. 

• Está aumentando número de niños (más de 15 millones) y de familias que viven en pobreza. Esto no significa que les falta el último videojuego, significa que carecen de los recursos fundamentales que les proporcionen alimento, abrigo, ropa y otras necesidades. 

• Los trabajadores jóvenes calificados se gradúan con deudas substanciales y pocas o ninguna perspectiva de trabajo. Millones más, sin estudios universitarios ni capacitación especializada, son empujados al margen de la vida económica. Casi la mitad de los parados han estado desempleados por más de seis meses, y muchos han perdido la esperanza de encontrar un nuevo empleo. 

• Nuestra nación enfrenta déficits insostenibles y una deuda cada vez mayor que recaerá sobre nuestros niños en las décadas por venir. 

• La desigualdad en riqueza e ingresos está creciendo entre los relativamente pocos que prosperan y los muchos que padecen carencias. 

• El crecimiento económico es tan lento que nuestra nación no se está recuperando de la crisis económica y tanto los propietarios como los trabajadores tienen dificultad para encontrar oportunidades y soluciones a futuro. 

• Las tensiones económicas están ocasionando adicionalmente división y polarización de nuestra nación y nuestro ámbito público con ataques contra los sindicatos, los inmigrantes y los grupos vulnerables. 

• La debilidad y la agitación económicas aumentan el miedo, la incertidumbre y la inseguridad de los jubilados, las familias y los negocios. 

• La economía global está causando daño a la gente más pobre de los lugares más pobres en la tierra aumentando el hambre, la escasez y la desesperación.

• El estancamiento económico está restringiendo la creatividad, la iniciativa y la inversión de aquellos que podrían hacer las cosas mejores, pero se retienen por las demandas de ganancias a corto plazo, la incertidumbre y otras barreras.

Estas carencias y desafíos no son sólo económicos, sino también éticos. No son sólo institucionales, sino también personales. La economía es una interacción increíblemente compleja de mercados, de intereses, de instituciones y de estructuras formadas por gente que toma decisiones innumerables basadas en una gran variedad de obligaciones, de expectativas, de motivos y de opciones. Las instituciones financieras que se suponían responsables no lo fueron. Algunas buscaron ganancias a corto plazo y no tomaron en cuenta las consecuencias de largo plazo. Algunos particulares también tomaron decisiones irresponsables, permitiendo que sus deseos por las cosas, la avaricia y la envidia invalidaran el buen juicio y su capacidad financiera. Consecuentemente, la gente perdió sus trabajos, sus hogares, sus ahorros y planes de jubilación y tanto más. Más significativa fue la pérdida de la credibilidad y la confianza. Todavía estamos pagando los terribles costos económicos y morales de estas faltas. La falta de honradez, la irresponsabilidad y la corrupción deben rendirse ante la integridad, la responsabilidad y lo que el papa Benedicto llama " gratuidad", una clase particular de generosidad se centró en el bien de los otros y el bien de todos. Como dijo en Caritas in Veritate, "Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave.” (No. 35) 


La enseñanza de la Iglesia sobre el trabajo y los trabajadores 

Nuestra fe nos da una manera particular de mirar esta economía en quiebra. De los profetas del Antiguo Testamento al ejemplo de la Iglesia temprana guardado en el Nuevo Testamento, aprendemos que Dios cuida para del pobre y vulnerable, y mide la fe de la comunidad por el trato a los marginados. Jesús, en su tiempo en la tierra, nos enseñó acerca de la dignidad del trabajo y que seríamos juzgados por nuestra respuesta hacia “los más pequeños" (Mt 25). Los cristianos necesitamos estudiar cuidadosamente lo que Jesús nos enseñó sobre el uso del dinero y la riqueza, el espíritu de compromiso y desprendimiento, la búsqueda de justicia y cuidados para los necesitados, y el llamado a buscar y servir al reino de Dios. De acuerdo con estos valores de la Sagrada Escritura, nuestra Iglesia se ha centrado en el trabajo, los trabajadores y la justicia económica en una serie de los encíclicas papales que empezaron con la Rerum Novarum. 

Esta larga tradición pone al trabajo en el centro de la vida económica y social. En la enseñanza católica, el trabajo tiene una dignidad inherente porque el trabajo nos ayuda no sólo a cubrir nuestras necesidades y proveer a nuestras familias, sino también para participar en la creación de Dios y contribuir al bien común. La gente necesita el trabajo no sólo para pagar las cuentas, poner alimentos en la mesa y conservar sus hogares, sino también para expresar su dignidad humana y enriquecer y consolidar la comunidad (Gaudium et Spes, No. 34). El trabajo del ser humano representa "la colaboración del hombre y de la mujer con Dios para el perfeccionamiento de la creación visible” (Catecismo de la iglesia católica, No. 378). 

Durante el siglo pasado, la Iglesia ha advertido en varias ocasiones sobre los peligros morales, espirituales y económicos de la expansión del desempleo. Según el catecismo, “La privación de empleo a causa de la huelga es casi siempre para su víctima un atentado contra su dignidad y una amenaza para el equilibrio de la vida. Además del daño personal padecido, de esa privación se derivan riesgos numerosos para su hogar “ (No. 2436). Uno de los aspectos más preocupantes en el debate público actual, es lo poco que se centran en el desempleo masivo y en que hacer para conseguir pueda trabajar de nuevo. En la Gaudium et Spes, el Concilio Vaticano II declaró “es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente” (No. 67). Como el papa Benedicto advierte, “El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual” (Caritas in Veritate, No. 25). Una sociedad que no puede utilizar el trabajo y la creatividad de muchos de sus miembros está fallando económica y éticamente. 


Los trabajadores y sus sindicatos: afirmación y desafío

Comenzando con la Rerum Novarum, la Iglesia ha apoyado constantemente los esfuerzos de los trabajadores para unirse en sindicatos para defender sus derechas y para proteger su dignidad. El Papa León XIII enseñó que el derecho de los trabajadores de elegir formar un sindicato se basa en un derecho natural y que es obligación del gobierno proteger este derecho en lugar de socavarlo (Rerum Novarum, No. 51). Esta enseñanza ha sido afirmada constantemente por sus sucesores. El papa Juan Pablo II, en su importante encíclica Laborem Exercens, observó que “La defensa de los intereses existenciales de los trabajadores en todos los sectores, en que entran en juego sus derechos, constituye el cometido de los sindicatos. La experiencia histórica enseña que las organizaciones de este tipo son un elemento indispensable de la vida social, especialmente en las sociedades modernas industrializadas”(No. 20). Recientemente, en Caritas en Veritate, papa Benedicto XVI dijo, "la invitación de la doctrina social de la Iglesia, empezando por la Rerum novarum, a dar vida a asociaciones de trabajadores para defender sus propios derechos ha de ser respetada, hoy más que ayer..." (No. 25). 

Ha habido algunos esfuerzos, como parte de conflictos más amplios sobre presupuestos del estado, para quitar o para restringir los derechos de los trabajadores en la negociación colectiva así también para limitar el papel de los sindicatos en el lugar de trabajo. Los obispos en Wisconsin, Ohio y también de otras partes han delineado fidedigna y cuidadosamente la enseñanza católica sobre los derechos del trabajador, aconsejando que los tiempos difíciles no deben llevarnos a ignorar los derechos legítimos de los trabajadores. Sin avalar cada táctica de los sindicatos o cada resultado de la negociación colectiva, la Iglesia afirma los derechos de los trabajadores empleados públicos y privados a elegir, reunirse, formar y pertenecer a sindicatos, para negociar colectivamente, y para tener una voz eficaz en el lugar de trabajo. 

La relación de la Iglesia con el movimiento laboral es de apoyo y desafío. Nuestra Iglesia continúa enseñando que los sindicatos siguen siendo un instrumento eficaz para proteger la dignidad del trabajo y los derechos de los trabajadores. En su mejor, los sindicatos son importantes no sólo por la protección y las ventajas económicas que pueden proporcionar a sus miembros, sino especialmente como portavoces y por la participación pueden ofrecer a los trabajadores. Son importantes no sólo por el alcance que ofrecen a sus miembros, sino también por las contribuciones que hacen a la sociedad entera.

Esto no significa que cada resultado de la negociación es responsable o que todas las acciones los sindicatos particulares--o empleadores en esa materia-amerite ayuda. Los sindicatos, como otras instituciones humanas, se pueden emplear mal o pueden abusar de su papel. La Iglesia ha exhortado a los líderes del movimiento laboral a evitar las tentaciones del partidismo excesivo y la búsqueda solamente de intereses reducidos. Los trabajadores y sus sindicatos, así como los patrones y sus negocios, todos tienen responsabilidad de buscar el bien común, no sólo sus propios intereses económicos, políticos, o institucionales. La enseñanza de que los trabajadores tienen el derecho de elegir libremente formar y pertenecer a los sindicatos y a otras asociaciones sin interferencia ni intimidación, es intensa y constante. Al mismo tiempo, algunos sindicatos en diferentes lugares han tomado posiciones públicas que la iglesia no puede apoyar, que no pueden apoyar muchos sindicalistas y que tienen poco que ver con los derechos del trabajo o de los trabajadores. Los líderes de la Iglesia y del movimiento laboral no pueden evitar estas diferencias, pero deben tratarlas sobre las bases de un diálogo respetuoso y sincero. Esto no debe guardarnos trabajar personalmente y juntos en potenciar las prioridades comunes de proteger los derechos de los trabajadores, la justicia económica y social, superar la pobreza, y crear oportunidades económicas para todos. 


Permanecer al lado del pobre y el vulnerable

Como se puede observar este Día del Trabajo, nuestra nación hace frente a un debate polémico y necesario sobre cómo reducir la deuda y los déficits insostenibles, crecer y consolidar la economía, crear trabajos y reducir la pobreza. En esta continua discusión sobre cómo distribuir los escasos recursos y compartir los sacrificios y las cargas, nuestra fe ofrece un criterio moral claro: dar prioridad a la gente pobre y vulnerable. 

Esta es la razón por la cual los obispos católicos de los Estados Unidos se han unido con otras iglesias cristianas en una iniciativa sin precedente para formar un " Círculo de Protección" que defienda, mejore y consolide los programas esenciales que protegen las vidas y la dignidad de la gente pobre y vulnerable. Las declaración es un llamado a evaluar "cómo afectan los posibles aumentos de presupuesto a aquellos que Jesús llamó ´mis hermanos más pequeños´ (Mt 25:45 )".

Una tarea fundamental es crear trabajos y estimular el crecimiento económico. Un trabajo decente con un sueldo decente es el mejor camino para salir de la pobreza, y recuperar el crecimiento es una poderosa manera de reducir los déficit. 

En nuestras cartas al Congreso, los obispos escribimos como pastores y maestros, no como expertos ni afiliados a algún partido. Reconocemos la obligación de poner en orden nuestra casa financiera y sugerimos que: 

Un criterio justo para futuros presupuestos no puede basarse en recortes desproporcionados en servicios esenciales para los pobres. Requiere que todos compartamos los sacrificios, incluyendo un aumento adecuado de los ingresos, la eliminación de gastos militares innecesarios y afrontar, en lo posible, los costos a largo plazo de seguro medico y programas de retiro. 

Pensamos que la medida moral de este debate presupuestario no es qué partido gana o qué intereses poderosos vencen, sino cómo les afecta a los desempleados, los hambrientos, los sin techo y los pobres. Sus voces no suelen escucharse en estos debates, pero ellos tienen el reclamo moral más convincente en nuestras conciencias y en nuestros recursos comunes. 


Criterio católico para la vida económica En la reconstrucción de confianza en la vida económica, respondiendo al sufrimiento del desempleado y a los miedos de tantas personas en nuestra nación, nuestra fe católica ofrece un conjunto claro de guías morales trazadas dentro de un "Criterio Católico para la Vida Económica”. Este útil criterio insiste, "La economía existe para la persona, no la persona para la economía" y haciéndose eco de las palabras de Juan Pablo II, la tradición católica invita a formar “una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación” que “no se opone al mercado, sino que exige que éste sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad”. (Centesimus Annus, No. 35). 
Un camino por andar: la búsqueda de la acción conjunta

A veces los apuros económicos ponen en evidencia lo peor de nosotros. La incertidumbre y el miedo nos obligan a luchar por nuestros propios intereses y aprovecharnos para obtener ventajas. Hay demasiados dedos señalando y acusando a otros y a las tentativas de sacar provecho en el terreno político y económico. Hemos visto intentos de limitar o suprimir elementos de la negociación colectiva y de restringir el papel de los trabajadores y sus sindicatos. 

Algunos demonizan al mercado o al gobierno como la fuente de todos nuestros problemas económicos. Los inmigrantes han sido culpados injustamente por algunos de los problemas económicos actuales. Demasiado a menudo, se presta atención a las voces más fuertes y se produce un círculo vicioso predecible de culpa y evasión, pero hay pocas acciones eficaces dirigidas a resolver los problemas fundamentales.

Existe otra manera de responder a la difícil situación en que nos encontramos. Podemos comprender y actuar como parte de una sola economía, una sola nación y una sola familia humana. Podemos reconocer nuestra responsabilidad por las acciones -grandes o pequeñas- con las que hemos contribuido a esta crisis. Podemos asumir la responsabilidad de trabajar unidos para superar el estancamiento económico y todo lo que viene con él. Podemos respetar claramente la legitimidad y las funciones de los demás en la vida económica: comercial y laboral, del sector privado y público, de instituciones con y sin fines de lucro, religiosas y académicas, de la comunidad y del gobierno. Podemos evitar cuestionar las intenciones de los demás. Podemos defender nuestros principios y prioridades con convicción, integridad, cortesía y respeto por los demás. Podemos buscar puntos en común y aspirar al bien común. Podemos animar a todas las instituciones en nuestra sociedad a que trabajen juntas para reducir el desempleo, promover el crecimiento económico, superar la pobreza, aumentar la prosperidad, llegar a un acuerdo y hacer los sacrificios necesarios para comenzar a curar nuestra quebrada economía. 

La seriedad y el peligro de la situación económica actual exigen un compromiso de todos los sectores para unirse, idear y reconstruir una economía más fuerte que garantice la dignidad de todos, especialmente ofreciendo oportunidades laborales. Ninguna entidad puede salvar la economía por sí sola, y todas las instituciones deben ir más allá de sus intereses particulares. Para poder tomar medidas coordinadas y de conjunto, se deben abrir o fortalecer líneas de diálogo entre los gobernantes, empresarios, sindicatos, inversores, entidades financieras, instituciones educativas y sanitarias, filántropos, comunidades religiosas, desempleados y quienes viven en la pobreza, de modo que se pueda establecer una base común para buscar el bien común en la vida económica. Como han dicho muchas veces los obispos católicos: “El proceder católico es reconocer el rol esencial y las responsabilidades complementarias de las familias, las comunidades, el mercado y el gobierno para trabajar juntos en la superación de la pobreza y el fomento de la dignidad humana” (Un lugar en la mesa, 18). 


Conclusión: Una palabra de esperanza y compromiso

Para los cristianos no es suficiente reconocer las dificultades actuales. Somos un pueblo con esperanza, comprometido a rezar, a ayudar a los que enfrentan dificultades y a colaborar con otros para construir una economía mejor. Nuestra fe nos da fuerza, dirección y confianza para estas tareas. Como nos anima el Papa Benedicto: 

En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza misma, don de Dios a sus hijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva (Caritas in veritate, 50).

Debemos recordar que en el centro de todo lo que hacemos como creyentes debe estar el amor, ya que el amor es lo que honra la dignidad del trabajo como participación en la creación de Dios, y el amor es lo que valora la dignidad del trabajador, no solo por la labor que realiza, sino sobre todo por la persona que es. Este llamado de amor es también una obra de fe y una expresión de esperanza. 

En este Día del Trabajo de 2011, estamos inmersos en una crisis económica continua y se nos llama a renovar nuestro compromiso con la tarea que Dios nos dio de defender la vida y la dignidad de la persona, enaltecer el trabajo y defender a los trabajadores con esperanza y convicción. Éste es un momento para la oración, la reflexión y la acción. En las palabras de nuestro Santo Padre el Papa Benedicto XVI:

La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. (Caritas in Veritate, 21).


Autor: Mons. Stephen E. Blaire
Obispo de Stockton
Presidente del Comité de Justicia Nacional y Desarrollo Humano
Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos

LA FAMILIA, LUGAR ORIGINARIO DE LA EDUCACIÓN

LA FAMILIA, LUGAR ORIGINARIO DE LA EDUCACIÓN
CARLOS CAFFARRA




A veces procedemos con justicia y a veces no lo hacemos, pero si nos preguntan: “¿Y cómo te gustaría ser tratado, algunas veces con justicia y otras injustamente o siempre con justicia?”, estoy seguro de que la respuesta es “Siempre en forma justa”. Nadie desea ser tratado injustamente, ni siquiera a veces.
Decimos la verdad y no engañamos al prójimo, pero a veces puede ocurrir que mintamos y lo engañemos. No obstante, si alguien nos preguntara “¿Y tú deseas ser engañado a veces?”, estoy seguro de que nadie respondería seriamente que le gusta ser engañado o lo desea. Podría proseguirse con estos ejemplos. Estos son suficientes para llegar a hacer un extraordinario descubrimiento sobre nosotros mismos. Cada uno de nosotros sabe distinguir entre “actuar con justicia y actuar con injusticia”, entre “estar en la verdad y ser engañados”. Además de eso, cada uno de nosotros desea la justicia, la verdad. El ser humano posee la admirable capacidad de distinguir entre justicia e injusticia o verdad y error y desear una de las dos cosas, prefiriéndola a la otra.
En todo caso, el descubrimiento no se detiene en este punto: aun cuando deseemos la justicia, podemos querer tratar a otro con injusticia; aun cuando deseemos la verdad, podemos decidir engañar a otro. Así, puede producirse una “grieta” en nuestro interior entre lo que conocemos y deseamos y aquello que de hecho llevamos a cabo.
Esta “grieta” no es producto del azar, sino producto de cada uno de nosotros, es obra nuestra. El conocimiento-deseo (la justicia, la verdad...) piden a nuestra persona realizarse concretamente. Recurren a “algo” que está en nosotros. Este algo tiene un nombre y se llama libertad. Ésta se nos presenta, por consiguiente, como la capacidad de satisfacer o no el “deseo” que reside dentro de nuestra persona.
A partir de estos sencillos ejemplos tomados de nuestra experiencia cotidiana, descubrimos quiénes somos: somos un gran “deseo” (de justicia, de verdad, de amor...) cuya realización es encomendada a nuestra “libertad”. Podemos decir lo mismo de la siguiente manera: somos peregrinos hacia la beatitud movidos por nuestra libertad.
Con todo, siento que alguien se preguntará qué relación tiene todo esto con la educación. Así es: veremos en seguida que el ser humano necesita, pide ser educado, precisamente porque es “peregrino-mendigo de la beatitud”, en un peregrinaje que debe ser llevado a cabo por su libertad.
Podemos comprender esto partiendo de una de las páginas más “sugerentes” de todo el Evangelio: el encuentro de María e Isabel (cfr. Lc 1, 39-45)
Entre los millones de seres humanos que poblaban la tierra, había llegado uno que era Único, esperado por milenios: el Hijo de Dios que vino a habitar entre nosotros. Nadie había sentido su presencia: sólo su madre. Las dos mujeres se encuentran. ¿Y qué ocurre? Ese ser humano que estaba en el vientre de Isabel “exultó” porque en ese momento sintió la presencia de Dios mismo en el mundo: junto a él.
También Juan, ese niño que entró al mundo seis meses antes, había iniciado su “peregrinación hacia la beatitud”, como todo ser humano. ¿Qué le sucedió? Experimentó una Presencia que introdujo en su corazón un “sobresalto de alegría”. Y Juan nunca olvidó ese “sobresalto de alegría”. Convertido en adulto, morirá a causa de la justicia y la santidad del amor conyugal.
Intentemos ahora agrupar los elementos fundamentales de esta extraordinaria situación.
Una persona está entrando en el mundo, y hemos visto de qué “equipaje” está dotada. Y más bien quién es: un peregrino-mendigo de beatitud, confiado a su libertad. En este mundo, descubre una Presencia, la Presencia de Alguien. El descubrimiento genera en él un sobresalto de alegría: la certeza de no ser defraudado en su deseo, de que su peregrinaje no es hacia la nada. Ha podido descubrir esta Presencia porque una mujer se la ha hecho “sentir próxima”. Ahora bien, éstos son los elementos fundamentales de la “comunicación educativa”.
Un persona humana que entrando al mundo inicia su peregrinaje hacia la beatitud, pide ser “ayudada” y encuentra a otras personas.
Éstas lo hacen sentir o no lo hacen sentir una Presencia. Y en esta “comunicación”, la nueva persona consigue o bien no consigue la plena libertad de caminar.
El “punto esencial” de este acontecimiento, que es la educación, consiste en comprender debidamente qué significan las palabras “personas que lo hacen sentir/no sentir una Presencia”. Éste es, en realidad, el “corazón” de la relación educativa. Intentaré una vez más explicarme con algún ejemplo.
Todos saben que uno de los momentos más difíciles de toda nuestra vida han sido los primeros días de la misma. La dificultad consistía en encontrarse dentro de una realidad totalmente distinta a aquella en la cual vivíamos en el cuerpo materno. En una palabra: la dificultad del contacto con la realidad.
Detengámonos un momento para reflexionar en lo que significa “contacto con la realidad”, partiendo siempre de experiencias muy comunes.
Si accidentalmente pongo mi mano sobre una plancha caliente, siento un terrible dolor y de inmediato retiro la mano. He tenido un contacto con la realidad, un contacto puramente físico. El hecho está conducido, más bien dominado por el principio del placer/dolor. ¿Es el único contacto posible con la realidad?
Consideremos otro ejemplo. Nos encontramos con muchas personas. A algunas de ellas ni siquiera las conocemos y a otras las conocemos; pero en un momento dado, una de estas personas nos parece “distinta a todas las demás” y entre mil conocidos, “única e insustituible”. ¿Qué ha ocurrido? Hemos visto en esa persona “algo” que no habíamos visto en ninguna otra y nos ha hecho exclamar “¡Qué maravilla que existas!” y en definitiva “¡Qué lindo es vivir! Es la experiencia de una Presencia dentro de la realidad concreta, que nos ha hecho “sobresaltarnos de alegría”. ¿Qué significa entonces “la persona necesita-pide ser educada”? Significa: necesita-pide entrar en contacto con la realidad para sentir en la misma una Presencia que la haga “sobresaltarse de alegría”, que le dé la certeza de que vale la pena vivir, precisamente debido a esta Presencia. Educar significa introducir a la persona en la realidad de tal manera que se sienta como acogida por un Destino bueno.
De lo dicho se desprende que la educación puede ocurrir únicamente en el interior de una relación entre personas, en el interior de una “comunicación indirecta” que circula de “persona a persona”.
Existe una comunicación directa entre las personas. Cuando un profesor quiere enseñar a dividir, entrega al niño algunas reglas. Si es un buen profesor, si el niño presta atención y es algo inteligente, comprende esas reglas y ha aprendido a dividir. Ha habido una comunicación (de un saber, en este caso) y ha sido directa, en el sentido de que se han aprendido ciertos conocimientos mediante ciertos razonamientos simples. Veamos otro ejemplo.
Un joven se da cuenta muy pronto de que en su corazón tiene un profundo deseo de justicia y en el mundo muchas personas actúan injustamente, por lo cual tarde o temprano puede encontrarse en una situación en la cual debe elegir entre soportar una injusticia o cometerla para no ser víctima de ella. Y se pregunta si es mejor soportar una injusticia o cometerla, si es preferible ser engañados o engañar.
¿Cómo se puede convencer a ese joven muchacho de que es mejor soportar una injusticia que cometerla, es decir, que ser justos y estar en la verdad es, entre lo que existe, lo más precioso, bello y digno de buscarse y desearse?
Opera únicamente la confianza otorgada a la persona que lo educa y por consiguiente le entrega la propuesta según la cual en la vida es mejor dar que recibir. Es una comunicación indirecta.
Es éste el motivo por el cual el primer lugar de origen de la educación de la persona es la familia. De hecho, la misma está constituida por la relación interpersonal padres-hijos. Es una relación en la cual el hijo es acogido por sí mismo, puesto que en la familia la nueva persona es acogida en su valor puro y simple. Y así, recíprocamente, la nueva persona toma contacto con la realidad no como algo hostil, sino como acogida.
“La madre se encuentra en el principio del mundo del niño, mundo en el cual éste vive una relación simbiótica en que ni siquiera tiene conciencia de la diferencia entre él y el mundo.
“Durante toda la vida, el niño vivirá el ser de acuerdo con la temperatura emotiva originaria con la cual vivió su relación con la madre.
“El ser, el otro, el mundo se reconocerá como residencia acogedora, cargada positivamente, originaria y fundamentalmente benévola. Si no se ha otorgado esta experiencia, hay un obstáculo para la persona humana en la percepción de la verdad fundamental metafísica según la cual el ser es bien” (H.U. von Balthasar).
Nada ni nadie jamás podrán sustituir esta relación “de persona a persona” en la educación.
Nos encontramos hoy, sin embargo, en una situación que yo llamaría de “desierto educativo”.
Hemos dicho que cada uno de nosotros es “un gran deseo (de justicia, de verdad, de amor...) cuya realización se encomienda a nuestra libertad”. Tiene sentido hablar de educación precisamente porque este deseo es el hombre.
¿Y si se apaga el deseo en el corazón del hombre? ¿Qué sucede? ¿Qué ocurre con la libertad? Apagar el deseo en el hombre es algo que sucede cuando se introduce en el corazón del hombre la sospecha de que aquello que se desea no existe: que su deseo no tiene sentido porque carece de contenido. Eso ocurre cuando se afirma, cuando se enseña que no existe una verdadera distinción entre justicia e injusticia (y se actúa como si no existiera), porque puramente existen la utilidad y el interés. Eso ocurre cuando se afirma que no existe la verdad, sino únicamente opiniones. Eso ocurre cuando se afirma que no es posible amarse verdaderamente y la relación entre las personas sólo puede configurarse como coexistencia regulada por egoísmos en oposición. En este punto, el hombre se sumerge en el más puro relativismo.
¿Y qué ocurre entonces en su corazón? Se extingue o al menos se entorpece el deseo. ¿De qué es peregrino el hombre? Peregrino de la nada. Educar resulta imposible.
Las consecuencias en la libertad pueden explicarse con un ejemplo muy sencillo. Imaginemos que al coser olvidamos hacer el nudo en el hilo. ¿Qué sucede? Seguimos cosiendo... sin jamás coser.
Así, una libertad desarraigada de los verdaderos deseos del hombre, de sus “naturales inclinaciones” (Santo Tomás), es una libertad que ya no sabe hacia adónde moverse, hacia adónde ir, es decir, ya no sabe por qué elige lo que elige. Por lo tanto, todo y lo contrario merecen ser elegidos y al mismo tiempo nada merece ser elegido. La libertad se reduce a mera espontaneidad.
A esto he llamado “desierto educativo”. El desierto es el lugar donde ya no hay agua y donde ya no hay caminos.
La ayuda que debe el pastor a los padres

A la luz de la anterior reflexión, es fácil comprender ahora qué debe dar un pastor de la Iglesia a los padres como ayuda en su tarea educativa: es una ayuda que se sitúa en dos niveles.
Primero: apoyar su autoridad educativa. No hay educación donde no existe autoridad educativa. ¿Qué entiendo por autoridad educativa? Educar significa introducir a una persona en la realidad. Introducir a una persona en la realidad significa ofrecerle una hipótesis para interpretar la realidad misma (el mapa geográfico que le permite moverse en la “región del ser”). Nadie ofrece lo que no tiene. Por consiguiente, no se puede educar sin estar en posesión profunda y vivida de una interpretación de la realidad, considerada la única verdadera también sobre la base de la propia experiencia. Autoridad educativa significa posesión segura y vivida de una propuesta de interpretación de lo real, que se ofrece-propone para la verificación existencial de quien es educado.
Para los padres cristianos, la única verdadera “hipótesis” interpretativa es la fe cristiana: la educación cristiana es la forma más elevada del testimonio cristiano, porque en la misma (educación) la fe se convierte en un don hecho al otro para que dicho testimonio sea generado.
La cooperación principal y fundamental que los pastores de la Iglesia deben ofrecer a los padres es la enseñanza de la verdad de la fe como clave para la interpretación de la totalidad de la vida humana.
Esta cooperación es hoy día aún más necesaria debido al “desierto educativo” sobre el cual hablaba anteriormente: los educadores inseguros parten habiendo fracasado.
Segundo: apoyar su libertad educativa. De acuerdo con la visión cristiana, la libertad es la capacidad de hacer lo que deseo haciendo lo que debo. Libertad educativa significa capacidad de educar, educando en la fe. Entendida de esta manera, la capacidad es acechada tanto desde el interior como desde el exterior de la persona del educador.Desde el interior: existe también en los padres la tentación permanente de rendirse ante las dificultades educativas, de carácter intrínseco en el acto educativo mismo. El pastor debe proporcionar a los padres la ayuda espiritual requerida para que sepan hacer obrar el don recibido en el sacramento del matrimonio.Desde el exterior: la libertad educativa a menudo es desconocida o negada por la sociedad. El pastor debe defender también públicamente este derecho fundamental de la familia. “Te amonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos” (II Tim 1,6): así escribía Pablo a su discípulo Timoteo. Esto es substancialmente aquello que los padres tienen derecho a recibir de los pastores: ser ayudados permanentemente a reavivar en sí mismos ese don de Dios que hay en ellos, el don de la capacidad de generar en sentido pleno una persona humana.

¿Cuáles son mis actitudes frente a María?



Si quiero muchísimo a la Santísima Virgen, tengo que querer muchísimo a Jesús. 


¿Qué actitudes debo de tomar de frente a la Santísima Virgen?

En primer lugar, gloriarme en Ella como me glorío en Cristo. Decía San Pablo que Cristo en la cruz es el culmen de todo: “Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo”.

También podemos decir de modo semejante ¿cuál es tu gloria más grande, oh, Niña Eterna? Tu imagen más maravillosa con tu hijo muerto en tus brazos aquel Viernes Santo, Santísimo. Yo también digo: "Líbreme Dios de gloriarme si no es en María Santísima, con su hijo muerto en los brazos, aquel Viernes Santo”.

Si quiero muchísimo a la Santísima Virgen, tengo que querer muchísimo a Jesús, a quien llevó en sus brazos de niño, al que tuvo muerto sobre sus rodillas, al que Ella ama más que a sí misma. Por eso, no hay peligro en amar mucho a la Santísima Virgen y que esto pueda ir en perjuicio del amor a Jesucristo. Todo lo contrario: Ella es un camino hacia Cristo, ella lo sabe, ella lo quiere, para ella es su máxima gloria: llevarnos a Cristo. Y, por eso, uno que se empeña en amar a María, acabará amando a Jesús, por necesidad.

Segundo, ser un niño. Si yo tuviera alma de niño me llevaría mil veces mejor con Cristo, con mi madre y con los hombres, y, aún, conmigo mismo. Cuanto más sencillo sea con la Santísima Virgen más nos vamos a entender. A veces le he preguntado, le he pedido que me dé un conocimiento y un amor muy grande hacia Jesús. La respuesta que me dio fue tan sencilla, que tardé mucho tiempo en saber que venía de Ella. Yo me esperaba una respuesta grandiosa, solemne. La respuesta fue ésta: "Sé como un niño y ten una fe viva y operante". Es decir, si te dicen que Él es Dios, créelo; si te dicen que murió crucificado por ti, créelo; si te dicen que está en la Eucaristía por amor a ti, acéptalo y créelo como un niño, con fe viva y operante.

Si la Santísima Virgen me dice que sea un niño con Jesús, ¿qué tengo que ser con Ella? Un niño eterno. En el orden espiritual soy como un niño, no soy más que eso. Por tanto, comportarme con María como un niño impotente, inexperto, pero confiado.

Tercero, amar y confiar. “ ¡Oh, Madre, somos otros niños Jesús que corren a tu encuentro, que quieren amarte como Él y ser amados por ti! ¡Oh, María, yo te quiero decir, hoy y siempre: tú eres mi victoria, tú eres mi paz, mi seguridad! “ Y esto lo debe de decir cada sacerdote, cada cristiano, si de veras quiere a María como madre.

Resucitar es sentir la alegría del triunfo de Cristo en mi corazón. “Jesucristo, Tú eres mi victoria.” Pero, también sentir el triunfo de María Santísima en su Asunción. “ ¡Madre bendita, tú también eres mi victoria! Y así como me alegro del triunfo de Cristo resucitado, me alegro del triunfo tuyo, Madre mía, en tu Asunción al cielo. Es también mi triunfo, porque es el triunfo de mi madre. Cuando un hijo tuyo te toma en serio, todas las cosas se vuelven posibles.” Esas cosas que uno piensa a veces: ¿podré? ¿Me curaré, algún día, de esa enfermedad? ¿Podré superar esa tentación alguna vez? ¿Podré lograr esas metas apostólicas? 

Esas cosas que uno considera imposibles, o muy difíciles, se hacen posibles cuando se toma en serio, en serio, a María Santísima. Por ejemplo, vencer todas las tentaciones, conquistar las metas difíciles y, sobre todo, llegar al cielo. 

Quiero arriesgarme del todo con la mujer más maravillosa del mundo, la madre más tierna, la reina más poderosa: María. Es una gran diferencia tener una madre como tú, una gran diferencia. A veces se nos ve a los cristianos tristes, desorientados, desanimados, como niños huérfanos. ¿Dónde está tu madre? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Cuando estoy enojado, desanimado o impaciente, al mirar tu rostro, al contemplar tus ojos, al mirar tu sonrisa, se me va el enojo, el desaliento y la impaciencia, Madre. 

Y cuanto más incapaz me sienta por falta de cualidades, de tiempo y experiencia, más me debo lanzar. Eso es fe y confianza y amor. Lo otro es la vanidad de siempre, el mirarme a mí, y a mi barca y a mis redes, y no a Cristo Omnipotente y a María, omnipotencia suplicante. La diferencia de Pedro. Primero dijo: "Toda la noche he tirado mis redes y no he sacado ni un pez". Lo segundo: "En tu nombre echaré las redes". Las redes llenas de peces: ésa es la diferencia. Y no crean que Jesús se enoja porque uno tira las redes, también, en nombre de María Santísima. Jesús sonreirá de gusto, de emoción, al ver que no sólo confiamos en Él y tiramos las redes en su nombre, sino que también confiamos en María, su madre y la nuestra, y en su nombre, en el nombre de Ella, echamos también nuestras redes. En nombre de María también se llenarán nuestras redes de peces. No te quiero perder, madre mía. El día que te pierda, estaré perdido. Ese día sí estaré perdido.

Y cuando se juntan muchos contratiempos -que eso nos suele suceder en nuestra vida- podemos recordarnos a nosotros mismos, o recordar a otros, quién es la causa de nuestra alegría. Si realmente creemos en esto que decimos diariamente en las letanías del rosario, debería siempre asomarse a nuestro rostro una sonrisa eterna, una paz permanente, una fortaleza continua, aún en medio del dolor y del sufrimiento. ¡Oh, María, tú eres mi salvación! ¡Contigo sí me atrevo! ¡Contigo sí puedo! ¡Contigo voy al fin del mundo! Esto lo tenemos que decir, lo tenemos que gritar, a todos aquellos enemigos que nos desafían: llámese mundo, llámese demonio, llámese la carne; que nos desafían a que no llegaremos a santos, y no llegaremos a realizar grandes cosas en el apostolado. Hay que profundizar la confianza en Ella hasta sentir en las venas, en el cuerpo, en el alma toda, una seguridad y un valor absolutos. Yo sé que una Mujer me llevará al cielo, me obtendrá la gracia de la santidad, el valor de los mártires, el celo de los apóstoles.

Como San Pablo, yo también, y tú, podemos decir: "todo lo puedo en Cristo, que me conforta". Pero también podemos y debemos decir: "todo lo puedo en María, que me fortalece". Si tengo a María Santísima, si tengo a Cristo, y creo que me aman muchísimo y lo pueden todo, no debo temer, andar asustado, inquieto, derrumbado: jamás.

Se ha hablado de que el sacerdote ha perdido su identidad. Su identidad es ser otro Cristo en la tierra. ¿Ustedes creen que a María Santísima se le puede olvidar el rostro de su Hijo? ¿Ustedes creen que María Santísima ha perdido, o desconoce, la identidad del sacerdote, cuando ve en él la imagen, el rostro, de su propio hijo? ¿Quién nos ha dicho que el sacerdote ha perdido su identidad? Si la lleva impresa en su alma a fuego.

¿Se puede o no se puede con María? ¿Se puede o no se puede en la Iglesia resolver los grandes problemas, las grandes reformas? ¿Se puede o no se puede con María? Se pudo al inicio, porque Ella puso a rezar a la Iglesia. Ella obtuvo la venida del Espíritu Santo que transformó a aquellos hombres de cobardes en valientes, de tímidos en leones, de hombres incapaces -humanamente hablando- en apóstoles que lograron realmente la conversión de aquel mundo pagano. Hoy, la Iglesia también puede si toma en serio a María Santísima. Ella es, por providencia de Dios, la que volverá a pisar, a aplastar, la cabeza de Satanás que se ha metido dentro de la misma Iglesia.

Por eso, si hoy queremos triunfar, individualmente como cristianos, como sacerdotes, y conjuntamente como Iglesia, tenemos que tomar muy en serio en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestro apostolado, a quien aplastó la cabeza de la serpiente: a María Santísima.
Autor: P Mariano de Blas.

viernes, 9 de septiembre de 2011

MARIA SIEMPRE MARIA

Siguiendo los pasos del Primer Pastor

Siguiendo los pasos del Primer PastorPedro será el primer pastor de esa serie en la que nunca le faltarán sucesores. Los pastores durarán tanto como la roca, es decir, tanto como la humanidad...

Frente a ti Señor, me llega al pensamiento de la enorme gracia que es, primero creer en ti, después saber que eres un Dios-Redentor... pero también toda la inmensa responsabilidad de testimonio de vida que esto implica.

Si siento que el creer en ti y en la Iglesia católica me reviste de unas gracias especialísimas como hijo de Dios, portador de valores eternos y heredero del cielo... ¿cómo ha de ser mi vida?

Y la respuesta es: Siendo fiel al Papa y a la Iglesia porque como bien decía el Padre José Luis Martín Descalzo:- "El encargo a Pedro es algo más que un encargo puramente personal. Pedro no es inmortal. Las palabras de Jesús van a recordarlo. La consigna, pues, que Cristo le da tienen que tener un significado especial, más largo que la vida personal de Pedro. Si Cristo habla de un rebaño permanente que va a prolongarse por los siglos, es claro que también habla de un pastoreo permanente, que durará después de la muerte de este pastor concreto.

Jesús, estás realmente introduciendo en la historia religiosa de la humanidad una institución llamada a durar tanto como la fe en ti. Más claro aún: estabas instituyendo una dinastía de pastores. No una dinastía carnal y transmisible por la sangre, pero si una dinastía del espíritu.

Pedro será el primer pastor de esa serie en la que nunca le faltarán sucesores. Los pastores durarán tanto como la roca, es decir, tanto como la humanidad...

Tu, Señor, viniste para mostrarnos el Camino. Fuiste el Maestro y fuiste el Pastor...dejando todos los cabos bien atados, todas tus enseñanzas diáfanas, claras. Nos enseñaste a orar, nos hablaste de las Bienaventuranzas, nos hablaste de los Mandamientos, del código del amor, que tomásemos la cruz para seguirte, nos aseguraste que cuando dos o más orásemos al Padre, El estaría allí, entre nosotros, que fuésemos generosos, pero no ostentosos en nuestras dádivas, sino que lo que la mano derecha haga no lo sepa la izquierda, que seguir tus pasos cuesta renuncias y valentía, pero que al final podremos contemplar tu rostro y nos llamarás "benditos de mi Padre".

Sabiendo todo esto ¿viviré como ignorándolo, haciéndome la loca, la indiferente? Y quizá pensando que ya que tu misericordia es infinita, también tendré la infinita disculpa para mi desamor, para mi ingratitud. ¡Cuidado!.
Ya nos mostraste el camino y apartarnos de él pudiera ser, que ni el arrepentimiento del "buen ladrón" nos alcance al final de la jornada a tocar a nuestra puerta, atrapada en el laberinto de las pasiones y del despreocupado vivir.

Ahora frente a ti y en el silencio de ese amor oculto parece que te oigo decir:

"No pierdas más tiempo. Es hora del cambio, es hora de tomar la religión católica muy en serio y cumplir con los deberes de todo buen cristiano, de haceros apóstoles y llevar mi Mensaje a todos los que estén a vuestro lado con la palabra y con el ejemplo.”

“Aquí estoy, esperando que seáis valientes y que llevéis en el alma el legítimo orgullo de ser católicos, portadores de la Verdad “

“Tendréis que seguir siendo pastores, tras los pasos del Primer Pastor.... para que un día... haya un solo rebaño, cuyas ovejas no se aparten del Camino enseñado”Autor: Ma Esther De Ariño.