"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 28 de enero de 2017

Las tormentas de nuestra vida


Nadie está a salvo de las tormentas que agitan nuestra vida. En esos momentos es cuando nuestra fe hace la diferencia.

Hay en Palestina dos lagos. Uno, el muerto, en permanente calma. No hay en él olas ni tempestades. El otro, el de Genesaret, cobra todos los años varias vidas humanas: la tempestad surge en él tremenda e inesperada, los vientos le sacuden, sus olas llegan a alcanzar varios metros. Pero los pescadores eligen este segundo lago. Porque en el Mar Muerto no se encuentra jamás una barca, ya que en él no hay rastro de vida. En el lago de Genesaret el riesgo es compensando con la abundancia de la pesca.

Jesús también eligió para sus apóstoles el lago del riesgo y de la vida. Porque vida plena y fecunda incluye riesgo, cruz y fracaso. Por eso les anuncia sin rodeos: Lucharán, sufrirán, serán azotados, morirán violentamente. Serán odiados por su nombre y les perseguirán de ciudad en ciudad.

La barca es un antiguo símbolo de la Iglesia. Y esta barca pasó, a lo largo de los siglos, por muchas tormentas que alternaron con tiempos de calma y tranquilidad. Y sabemos que estas tormentas no van a acabarse hasta el final de los tiempos.

Algo semejante puede decirse también de los pueblos, familias, personas, de cada uno de nosotros. La barca de nuestra vida atraviesa muchas tormentas. Es inevitable. Pertenece a la existencia humana. Pensemos, por ej., en las tormentas de la:
  • Vida familiar: problemas materiales, dificultades en el matrimonio, en la educación de los hijos
  • Vida profesional: falta de trabajo, cesantía, injusticias
  • Vida religiosa: crisis y dudas de fe, desilusiones con sacerdotes, alejamiento de la Iglesia y de Dios
  • Vida personal: limitaciones físicas o síquicas, enfermedades, tentaciones, enemistades, golpes del destino como la muerte de un ser querido.
En estas tormentas de la vida, los cristianos debemos distinguirnos de los demás. Sabemos que no estamos solos en nuestra barca de vida. Sabemos que Jesús nos acompaña - aún cuando parezca no preocuparse por nosotros. La fe nos dice que Él vela por nosotros. Porque Él está comprometido, está metido dentro de la misma barca nuestra.

Dios es fiel a su compromiso. Pero Dios puede estar como estuvo en la barca de Pedro, es decir, dormido (Mt 8, 23ss). Pedro trató de luchar solo contra la tempestad. Y cuando estuvo en el colmo de la angustia se acordó que estaba el Señor y lo despertó. A nosotros nos pasa así también: nos olvidamos que Él está, dejamos que se quede dormido. Queremos luchar solos y recién cuando estamos muy desesperados nos acordamos del pasajero que es el más importante.

Dios es un Dios de la vida. Está presente permanentemente en nuestra vida. Y sobre todo está presente cuando más lo necesitamos: en medio de las tormentas. Sólo que en estos momentos es más difícil creer en su presencia, tal como les pasó a los apóstoles en medio del lago.

Porque la fe no es aceptar artículos de fe: es creer en una persona, es creer en Jesucristo, es confiar en Él, es confiarse a Él. La fe es un acto personal, entre persona y persona, entre hombre y Dios. Es un acto de confianza, de entrega, de seguimiento total y sin límites.

Y, por eso, el sentido de las tormentas en nuestra vida es: probar nuestra fe en una situación extrema; acercarnos más a Dios y poner en Él toda nuestra confianza.

En la pedagogía del riesgo de Jesús, la cruz y el sufrimiento son necesarios para el triunfo final.
Queridos hermanos, pidamos al Señor que nos haga crecer en nuestra fe y nos regale una confianza heroica en medio de las tormentas de nuestra vida.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer

viernes, 27 de enero de 2017

El grano de mostaza


Echa simiente, duerme, y la semilla va creciendo sin que él sepa cómo.

Marcos 4, 26-34.
También decía: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». Y les anunciaba la Palabra con muchas parábolas como éstas, según podían entenderle; no les hablaba sin parábolas; pero a sus propios discípulos se lo explicaba todo en privado.

Reflexión
El Evangelio nos presenta dos parábolas de Jesús: la de la semilla que crece, y la del grano de mostaza. Ambas parábolas pueden ser aplicadas a la vida de la Iglesia, como a la vida del alma humana.

La vida de la Iglesia
“El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra”. ¿Quién es este sembrador?” Nada menos que Dios. El Señor ha querido compararse con un agricultor. Es Él quien arroja la semilla. ¿Y cuál es esta semilla? Es Jesucristo, nuestro Señor. Él es el grano de trigo, que vino del cielo y cayó en la tierra. Él mismo lo dijo: “Si el grano de trigo no muere queda infecundo”. Su misterio pascual, misterio de muerte y de resurrección es el misterio de un grano que muere y de un grano que resucita, que brota, y que va creciendo.

¿Y dónde va creciendo? Va creciendo en la Iglesia, fruto de la muerte de Cristo, de su sangre derramada. Si miramos la Iglesia el día en que el Señor ascendió a los cielos, nos espantamos por su pequeñez. Era el primer tallo, débil, tembloroso. La venida del Espíritu santo el día de Pentecostés hizo que ese grupo reducido tuviera el coraje de salir a la luz pública. Y allí comenzaron las conversiones.

Los apóstoles se repartieron por todo el mundo, siguiendo las rutas del Imperio Romano, por tierra y por agua. Brotaron, entonces, las pequeñas comunidades, plantadas también ellas sobre la sangre de los mártires. Y así esa Iglesia, que vimos tan pequeña en el Cenáculo, se fue extendiendo, creciendo, de día y de noche, hasta hacerse inmensa. Como dice la parábola de hoy: La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.

Impresiona como el Señor escogió a un grupito de personas débiles para convertir al Imperio más grande de aquella época. Dice San Pablo que Dios eligió a los necios del mundo para confundir a los fuertes. Los apóstoles eran humildes y pequeños, pescadores y publicanos. Eran la semilla de mostaza que, cuando se la siembra, es la más pequeña, pero después crece y llega a ser la más grande de las legumbres.

La vida del alma humana
Esto que hemos considerado con respecto a la Iglesia universal, podemos también aplicarlo a cada uno de nosotros. El día en que fuimos llevados a la pila bautismal, Dios sembró la fe en nuestra alma. La fe es un don de Dios, viene de Dios, el sembrador de la vida divina. Una fe inicial, pequeña, como el grano de mostaza. Pero, a partir del día, en que adquirimos el uso de la razón, esa fe comenzó a crecer. Porque nuestra fe tiene una historia, con sus altos y sus bajos. Pero si nos mantenemos fieles, nuestra fe tiende a crecer contra viento y marea, hasta hacerse un árbol sólido donde anidan los pájaros.

La fe es, pues, como una semilla en nuestra alma, comparable a un grano de mostaza. También lo es la palabra de Dios, gracias a la cual nuestra fe va creciendo. El mismo Jesús comparó la palabra con una semilla que se anida en el corazón. Esa palabra está allí para edificar e implantar nuevas virtudes, para destruir y arrancar viejos vicios.

Si la ahogamos con nuestras preocupaciones terrenas, con nuestro egoísmo, con nuestras deslealtades, entonces esa semilla queda sofocada y perece. En el libro de los Hechos de los Apóstoles encontramos la hermosa expresión: “la palabra del Señor crecía”. Así debe suceder en el interior de cada uno de nosotros. ¡Dichosos los que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica!

Queridos hermanos, pronto nos acercaremos a recibir el Cuerpo de Jesús, de ese Jesús que se hizo semilla por nosotros, grano de trigo molido en la pasión, alimento de las almas en la Eucaristía. Pidámosle, por eso, que crezca cada día más en nuestro corazón y que nos transforme por dentro, para que así su semilla se vuelva fecunda.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer

jueves, 26 de enero de 2017

Curar las cegueras del alma



Son muchas las cegueras del alma. Desde perezas, cobardías, orgullos y egoísmos y los ojos dejan de ver la luz.

A base de pequeñas traiciones a la conciencia, el corazón puede endurecerse. Poco a poco inicia una ceguera que dificulta ver el bien, la verdad, la justicia. Entonces alma queda encarcelada entre caprichos y pecados que destruyen y que ahogan.
Son muchas las cegueras del alma. Desde perezas y cobardías, desde ambiciones y envidias, desde lujurias y odios, desde orgullos y egoísmos, los ojos dejan de ver la luz y quedan prisioneros de las tinieblas.
Como enseña san Juan, “quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1Jn 2,11). San Pablo ofrece un análisis más detallado del camino que lleva a la oscuridad y al pecado:
“Porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos. (...) Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados” (Rm 1,21‑31).
¿Cómo salir de ese estado de ceguera? ¿Cómo recuperar nuevamente la vista? Si nos dejamos curar por Cristo, si le permitimos tocar nuestros párpados y humedecer nuestras pupilas, volveremos a ver la luz (cf. Jn 9; Ap 3,18).

“Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14b). Con el Maestro podemos salir de las cegueras del alma. Entonces todo quedará iluminado de una manera distinta, y nuestros ojos percibirán, gracias a la misericordia que cura, un horizonte maravilloso de bondad y de belleza. Seremos así capaces de vivir la plenitud de la Ley: amaremos a Dios y a los hermanos (cf. Mt 22,36-39).
Por: P. Fernando Pascual LC

miércoles, 25 de enero de 2017

Dios, como a Pablo, te invita a la conversión



Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado a sí mismo por mí.

Por: SS Benedicto XVI

Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.

La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.

En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.

Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor.

Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12).

Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.

La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint".



Fragmento de las palabras de SS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009

martes, 24 de enero de 2017

Equipos de Catequesis



Hay que comenzar a trabajar y es tiempo de pensar en el Equipo de Catequesis. Tarea nada sencilla, si se hace con responsabilidad...

Siempre es bueno comenzar con un deseo de buen año y de que las cosas que hagamos, en función de la Catequesis, sean para Gloria de Dios y para crecer un poco más en nuestra vida espiritual. No es fácil arrancar... pero estamos seguros de que no es por falta de entusiasmo o carencia de ideas, sino simplemente, por una cuestión natural y hasta aceptable, como sucede antes de iniciar cualquier tarea seria y responsable, en este caso, una tarea que lleva el expreso pedido de Jesús... evangelizar.


Hay que comenzar a trabajar y es tiempo de pensar en el Equipo de Catequesis. Tarea nada sencilla, si se hace con responsabilidad... pero tarea que redundará en buenos resultados si lo formamos bien y con la convicción de que muchas personas estarán pendientes de lo que hacemos.


Habrá que buscar, habrá que movilizar, habrá que motivar en nuestras comunidades para que todos comprendan la importancia de sentirse partícipes del Grupo, porque esto tampoco es para cualquiera. Ser parte del Equipo de Catequesis es Don y Tarea, y como tal, debemos tomarla. Necesita una reflexión de parte de cada uno, requiere responsabilidad y exige un compromiso de vida frente a la misión. Dios quiera que lo puedan hacer en sus comunidades y de esa manera, llevar un testimonio de vida a todos los que está esperando que lleguemos hasta ellos.



..Caminando juntos, será más fácil


Cada uno sabe lo difícil que siempre significa "unirnos" para trabajar en la difusión de la Palabra de Dios. Aunque parezca un contrasentido... pensar juntos, planificar juntos, meditar juntos o caminar juntos hacia un único objetivo, como debe ser, sentirse co-partícipes de la creación y de la difusión de la buena nueva trae consigo un sinnúmero de problemas que se potencian en la medida en que cada uno trata de "imponer" sus ideas, en vez de sentirse parte, "humildemente", de un "equipo de trabajo" que se organiza para articular mejor la tarea en pos del verdadero objetivo.
El trabajo en equipo, para cualquier propósito, siempre es una apuesta a la humildad, al renunciamiento y al dejar el egoísmo de lado en función de unir las potencialidades de cada uno. Si esto no es tarea fácil en ningún grupo de trabajo, mucho menos lo es, cuando se trata de la catequesis o de formar "El Equipo de Catequesis".


Podemos entrar en distintas cuestiones para buscar alguna razón o para encontrar un verdadero impulso, del porqué pasa esto; pero esa no es la propuesta. Desde el ISCA queremos remarcar la importancia del trabajo en equipo por una simple y sencilla deducción: Caminar juntos, siempre es más llevadero y se optimiza la tarea, ya que cada uno aporta desde su lugar, ideas, propuestas, formas de trabajo y hasta el tiempo que puede participar en función de la Catequesis. No todos pueden hacer "todo" ni tampoco todos pueden saber hacer "de todo". Ese no es el pensamiento... la propuesta es que cada uno, dentro del equipo, sea un exponente de la idea central y en base a lo que pueda dar, se distribuyan las tareas para llegar a lo que se pretende, es decir, para que cada grano de arena que uno pone a disposición de los demás sea una donación que, unido al de los otros, conformen el gran objetivo de que como Agentes de Pastoral, podamos ser testimonios de vida y de trabajo para catequizar a nuestros hermanos.


La importancia del "Equipo" se nota en la distribución de trabajos; de acuerdo al tiempo, al carisma y al talento que cada uno tiene para dar. Si cada Agente de Pastoral se entrega sin egoísmos a la tarea de compartir un Equipo de Catequesis, sin pedir nada y entregándose como verdadero cristiano, los resultados serán el fruto que nos hará sentir recompensados por el simple hecho de haber hecho las cosas como corresponden.


No hacen falta los liderazgos improductivos ni "colaboradores" sin compromiso... Conformar un Equipo de Catequesis implica responsabilidad, sensibilidad, humildad y sobre todo, conocer nuestras limitaciones y virtudes, para que las mismas sean puestas de manifiesto en beneficio del grupo.


Seguramente habrá alguien que dirija...de hecho, es necesario que una persona sea responsable del Equipo... a partir de ahí, todos, y de acuerdo a lo dicho anteriormente, pondremos a disposición lo que podamos dar para que la tarea articulada sea de una sola pieza y no un rompecabezas, donde cada uno quiera imponer una forma de ser y que para unirlo a los demás, demande un tiempo de búsqueda, lo que muchas veces, conlleva una pérdida de tiempo y al mismo tiempo, genere cierto malestar dentro del grupo de trabajo.


Insistimos, no es fácil... Armar el Equipo de Catequistas, es el primer paso de la Catequesis, ya que si la base no está construida sobre un cimiento firme, en algún momento se puede resquebrajar, y reconstruir en medio del camino, es muy difícil; tan difícil como intentar solucionar el problema de un avión, en pleno vuelo. Si las cosas comienzan bien, las posibilidades de que terminen bien son muy altas; por eso no decimos que "armar" el equipo de Catequesis sea simple y sencillo, sino que caminando juntos, será más fácil.
Por: Rogelio López | Fuente: ISCA