"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 6 de diciembre de 2016

Dios me busca sin descanso



Sigues, hoy como hace muchos años, en busca de tu oveja, con una insistencia amorosa y llena de esperanza.

¿Por qué Dios busca mi regreso? ¿Por qué sigue tras mis huellas? ¿Por qué llama de mil maneras a las puertas de mi alma?

Cada ser humano es hijo, aunque a veces lo olvidamos, aunque a veces perseguimos sombras de grandeza o brillos de placeres vanos.

Mientras nos encandila un espejismo, mientras dejamos que el corazón quede aprisionado en amores falsos, Dios sigue cada uno de mis pasos, Dios espera mi arrepentimiento, Dios suspira que le suplique sus cuidados.

¿Qué gana Dios si dejo mi pecado? ¿Cuál es el motivo de su insistencia? ¿Por qué no deja perecer a quien, ingrato, camina lejos de la casa paterna, a quien busca libertades huecas?

El poeta preguntaba, en medio de su asombro: "¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?" Su pregunta es también la mía: ¿por qué no te rindes ante mi pecado, mi egoísmo, mis ingratitudes, mis bajezas? ¿Por qué me buscas sin descanso?

Dios responde con la insistencia de su Hijo, con los reclamos de un Pastor que va tras la oveja rebelde. Como expresaba, en su teatro poético, Tirso de Molina, el deseo de Cristo de recuperar la oveja es tan grande que la acoge también si ha dejado de ser blanca:

(...) mas la gran clemencia
de mi mayoral
dice que, aunque vuelvan,
si antes fueron blancas,
al rebaño negras,
que las dé mis brazos,
y sin extrañeza
requiebros las diga
y palabras tiernas
(Tirso de Molina, "El condenado por desconfiado").

Sigues, hoy como hace muchos años, en busca de tu oveja, con una insistencia amorosa y llena de esperanza. Como si tu dicha dependiese de mi regreso, de mis lágrimas, de mi conversión sincera.

No puedo seguir con mi respuesta dura, indiferente, distraída. Llega la hora de darte la alegría de permitirte celebrar la fiesta. Descubriré, entonces, que ese gozo tuyo, inmenso, divino, es también el mío...
Por: P.Fernando Pascual LC


domingo, 4 de diciembre de 2016

Nos acercamos a Ti, Señor


Porque Tú antes has venido a nuestro encuentro, porque quieres caminar a nuestro lado.

Son incontables los caminos que nos acercan a Cristo. Muchos están reflejados en el Evangelio, con sus escenas sencillas de encuentros decisivos.

Unos van a Cristo llevados por la curiosidad. Desean saber qué dice y qué hace este personaje venido de un poblado casi desconocido de Galilea.

Otros van a Jesús deslumbrados por su fama, tal vez con el deseo de pedir un milagro. Gritan, suplican, lloran, se ponen a los pies del Maestro. No dejan de insistir hasta que no consigan una curación, un milagro, un cambio profundo en sus vidas.

Otros desean ser saciados, recibir una ayuda material. Como las multitudes después de la multiplicación de los panes. Quieren tener lo suficiente, ser librados de la miseria, quizá incluso alcanzar la independencia política y social de los invasores romanos.

Otros van a Jesús como enemigos. Le tienden mil trampas, le acosan con preguntas, buscan cuál pueda ser su punto débil. Traman incluso escándalos o calumnias para acusarle. Viven envueltos en una ceguera mezquina: se fijan en todo menos en el Misterio de Amor y de Misericordia que Cristo trae con sus palabras y sus obras.

Algunos son puestos al lado del Señor casi por la fuerza, desde los mil dramas de la vida. Como aquella adúltera sorprendida en su pecado. Como aquel ladrón que fue crucificado al lado de un débil y humilde Rey de los judíos.

No faltan quienes llegan junto a Cristo sin saberlo, por esas “coincidencias” que parecen sin sentido y que cambian corazones y existencias. Como la samaritana, que busca un poco de agua y se cruza con el Nazareno. El vuelco de su vida es como el vuelco de tantos hombres y mujeres que, sin haberlo programado, un día vieron al Maestro.

También los niños se acercan a Jesús. Llevados por sus padres, o con esa inocencia que les hace sentirse felices al estar con Alguien grande y bueno. Se dejan bendecir, escuchan absorbidos sus parábolas, mientras el viento juega con la orla del manto de Cristo y algún niño observa atento cómo una golondrina viene y va entre los olivos.

Hoy también, después de 2000 años, nos acercamos a Ti, Señor. Quizá con el corazón sucio, como un publicano que se golpea el pecho en la parte última del templo. Quizá, no lo permitas, como el fariseo que se considera perfecto y digno de los primeros puestos. Quizá como un hombre débil, necesitado de esperanza, de amor, de consuelo.

Nos acercamos a Ti, porque Tú antes has venido a nuestro encuentro. Porque quieres caminar a nuestro lado, repartirnos tu Cuerpo, hablarnos con sencillez de cosas grandes, revelar el mucho Amor que nos tiene el Padre tuyo que es también el Padre nuestro...
Por: P. Fernando Pascual

sábado, 3 de diciembre de 2016

María, la Virgen trabajadora


Las manos de María tenían la belleza que se refleja cuando han trabajado, consolado, se han tendido abiertas a los demás.

Siempre que pienso en el trabajo, me viene a la mente lo que San Pablo escribió al enterarse de que había algunos por ahí que se dedicaban a hacer el vago: “el que no trabaje, que no coma”. Bien dicho.

Desde que nuestros primeros padres tuvieron la desgracia de pecar, toda su parentela hemos tenido que cargar con las consecuencias. Una de ellas fue precisamente aquel: “comerás el pan con el sudor de tu frente”. Todos quedamos sometidos a la ley de trabajo y la fatiga.

Pero resulta que no todos los humanos han nacido con el pecado original. Hay dos excepciones: Jesús y María. Y en justicia, ninguno de los dos tenía que haberse ganado el pan con el sudor de su frente. Sin embargo, ambos prefirieron no reclamar para sí ese privilegio. Decidieron someterse al trabajo y al cansancio que conlleva. Y vaya si trabajaron y se agotaron durante su vida...

Así es, María fue muy trabajadora. Lo atestiguan claramente sus manos. Las manos de María.

Manos de una ama de casa. La primera en levantarse y la última al acostarse. Manos de mujer a la que -como suele decirse- “le faltaban manos” para todos los quehaceres propios (y también ajenos); y a la que se le quedaba corto el día con sus 24 horas por todo lo que metía en él.

Manos repletas de tantas cosas grandes y pequeñas, muy pequeñas, de las que depende la felicidad y el bienestar de un hogar, de un barrio, de un pueblo.

María, seguramente, no tenía demasiado tiempo para andar cuidándose y arreglandose las manos. (Cuánto tiempo dedican hoy algunas mujeres a arreglarse las manos...) Cuánto tiempo gastamos nosotros en preocuparnos nada más que de nosotros mismos. Y cuántas cosas dejamos de hacer por eso. Se nos van de las manos tantas posibilidades por no haber sido capaces de mover ni un dedo...

No me apena afirmar que las manos de María no eran tan bonitas como otras. Pero sí eran mucho más bellas. Las manos de María tenían toda esa belleza que se refleja en las manos que han trabajado, que han consolado, que se han tendido abiertas a los demás sin tregua ni medida.

Las manos de María lucían toda esa belleza más espiritual que transpiran las manos de una esposa y de una madre que trabaja con ellas. Esa belleza que poseen las manos femeninas que han hecho, precisamente por trabajar, el sacrificio de parecer menos bonitas.

Sí, sin duda eran las manos de una verdadera Reina, de una auténtica Señora; que ahora se elevaban hasta acariciar al mismo Dios y, poco después, andaban entre los pucheros, la ropa sucia, o dándole a la escoba y al trapeador... Admirable contraste: de traer entre manos lo más elevado y puro (el Hijo mismo de Dios), a estar arreglando las cosas rotas, sucias y sencillas de los hombres.

Manos hechas al trabajo, al agua fría del lavandero del pueblo, a la limpieza de la casa, a lijar y mover maderas ayudando a José... Pero manos que nunca perdieron por eso su finura encantadora.

Manos, por tanto, laboriosas, aplicadas, usadas... Pero sin dejar de ser bellas, tiernas y delicadas. Que sabían también lavar y peinar y acariciar a un Niño que era Dios, su Hijo.

Manos abiertas y disponibles a las necesidades de todos; de los vecinos, de los enfermos, de los marginados de su sencilla aldea de Nazaret. Manos que tocaron muchas puertas para ofrecer ayuda, y muchas llagas para curarlas y vendarlas. Manos discretas, llenas de bondad generosa y callada. Nunca su derecha no supo lo que hacía su izquierda. Por eso esa labor en favor de los otros valía el doble, pues lo hacía oculto.

Manos por las que pasaban otras realidades además de las materiales. Por las manos de María pasaban diariamente quintales de gracias de Dios para otras almas. Manos que daban gloria a Dios en cada trabajo sencillo y humilde. Manos que siguen trabajando sin descanso y a través de las cuales nos llegan copiosas todas las gracias de Dios para cada uno de nosotros.

Y nuestras manos, las manos de sus hijos, ¿cómo están nuestras manos? ¿Las usamos, las empleamos para la gloria de Dios? ¿”Nos manchamos las manos”? Es decir, ¿trabajamos, nos esforzamos, nos metemos a fondo en todo lo que tenemos que hacer cada día? ¿Nos manchamos las manos en el trabajo? ¿Nos las manchamos en los propios estudios? ¿Nos las manchamos en obras de caridad y misericordia para con los necesitados? O quizá se nos puede aplicar eso de que “tiene las manos tan limpias, que no tiene manos”.

Sí, nuestras manos, que son nuestros talentos, nuestras cualidades, los denarios que Dios nos ha entregado para negociar con ellos, para ponerlos a producir para el bien y provecho de los demás. A lo mejor los tenemos sin estrenar, nuevecitos, enterrados bajo tierra, bien envueltos en un pañuelo. Pero, sin dar gloria a Dios, sin ganar méritos, sin producir fruto para nadie. Ahí están, bien sepultados, a ver si florecen por generación espontánea...

Es una lástima que muchas veces no nos parezcamos más a nuestra Madre María, la Virgen de las manos trabajadoras. Nosotros, tantas veces, en vez de ‘ensuciarnos las manos’, nos las lavamos. Nos ‘lavamos las manos’ ante nuestros deberes y responsabilidades personales como hombres y como cristianos. Le sacamos el bulto. Nos desentendemos. Y tristemente, lavándonos las manos, nos ensuciamos la conciencia.

Abramos los ojos a todo lo que podemos hacer en casa y fuera de ella también. No seamos fáciles en pensar que no hay tiempo para más cosas. No nos engañemos, cuando se tienen muchas cosas que meter en él, el día tiene cien bolsillos. Sólo el que se los busca los encuentra.

El trabajo digno y humano no mata, no. Lo que sí mata es la ociosidad y la pereza. El trabajo es salud y vida que se dona a los demás. Bien lo sabe María, siempre trabajadora y dispuesta a hacer más por los demás con una sonrisa envidiable. Bien lo saben tantos hombres y mujeres que minuto a minuto desgastan con alegría su vida y sus manos en un trabajo fecundo mucho más allá de las fronteras del propio egoísmo.

Qué diverso sería nuestro mundo si cada uno de nosotros fuésemos más como María, la Virgen trabajadora. Ojalá que nunca olvidemos que no podemos matar el tiempo, sin herir la eternidad. La nuestra y también la de otros...
Por: El paraíso de Nazaret | Fuente: El paraíso de Nazaret

viernes, 2 de diciembre de 2016

Empezar a prepararnos para Navidad y la vida eterna...


Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos.

Estamos en tiempo de Adviento Es el tiempo santo de preparación que la Iglesia Católica celebra desde el principio de los cuatro domingos anteriores a la Navidad.

Siempre que vamos a tener un gran acontecimiento en nuestras vidas, nos preparamos. Así se preparaban en los tiempos antiguos para la llegada del MESÍAS.

Así nosotros hemos de prepararnos para esta Nochebuena, para esta Navidad en que celebraremos la llegada del Niño-Dios.

Esto es una conmemoración pero también se nos pide una preparación muy especial para la segunda llegada de Jesucristo como Supremo Juez, también llamada Parusía en la que daremos cuenta del provecho que hayamos sacado de su Nacimiento y de su muerte de Cruz.

El día en que hemos de morir es el acontecimiento más grande e importante para el ser humano. No resulta agradable hablar de ello ni pensar en esto. Tal vez por ser lo único cierto que hay en nuestra vida: la muerte. Es más agradable quedarnos en la fiesta, en la alegría de una hermosa Navidad.

Pero no olvidemos que este episodio ya fue. El otro está por venir. Aún no llega, pero... llegará. Velen, pues, y hagan oración continuamente para que puedan comparecer seguros ante el Hijo del Hombre Juan 21, 25-28,34-36. Estas son las palabras de Jesús a sus discípulos, en aquellos tiempos y nos las está repitiendo continuamente en nuestro presente.

Dejemos de poner nuestro corazón en las cosas pasajeras y pensemos más en los bienes eternos. ¿Quién podrá comparecer seguro ante el Hijo del Hombre? Tan solo el pensamiento de este Juicio nos hace estremecer.

Pero recobremos la esperanza sabiendo que seremos juzgados con gran misericordia y amor si en este tiempo de Adviento nos preparamos rebosante de amor mutuo y hacia los demás como dice San Pablo en su carta a los tesalonicenses, porque tuve sed y me disteis de beber, porque tuve hambre y me disteis de comer...

Pensemos en los demás. Olvidemos en este tiempo de Adviento nuestro "pequeño mundo" y volvamos los ojos a los que nos necesitan, a los que nada tienen, a los que podemos hacer felices dándoles nuestra compañía, nuestro amor y apoyo, una palabra de ternura y aliento, una sonrisa... Siempre está en nuestra mano hacer dichoso a un semejante. Solo así podremos estar seguros ante la presencia y el Juicio de Nuestro Señor Jesucristo que lleno de amor y misericordia unirá a nuestras pobres acciones los méritos de su pasión y muerte.
Por: Ma Esther De Ariño

jueves, 1 de diciembre de 2016

UNA MUERTE PARA LA CONVIVENCIA, EL RESPETO Y LA HUMANIDAD



Autor: Pablo Cabellos Llorente

         La muerte de Rita Barberá habrá sido su eterno descanso, pero no puede ser nuestro descanso actual, nos será negado, si no efectuamos una seria reflexión sobre tamaño acontecimiento. Voy a tomar unas notas de parlamentos expuestos en estos días. Yo no me atrevería a señalar lo expresado por Paco Vázquez, alcalde socialista de la Coruña durante años, afirmando que ha sido un asesinato civil, ni sé siquiera –aunque se remite a hechos- si ha hecho bien Aznar al asegurar que se pierde a una valenciana que trabajó más de treinta años por su tierra y por España, y como es otro hecho, el lamento de que Rita Barberá haya muerto siendo excluida del partido al que dedicó su vida.

         Es deplorable la actitud de Cristina Cifuentes exigiendo que se fuera de todas partes, cuando probablemente la  sobra es ella, por la deriva inducida a su partido en Madrid. Me parece que  sus planes y leyes no son votables por los creyentes madrileños. Baste pensar en las basadas en la Ideología de género para la que hizo aprobar una de las leyes más duras de es te tipo que "genera una profunda inseguridad jurídica y representa una eventual amenaza para las libertades indigna de un Estado de Derecho”.  Organizaciones civiles, sociales y educativas englobadas en la Plataforma por las libertades han enviado un escrito  al Defensor del Pueblo para que se presente un Recurso de Inconstitucionalidad contra otra perla de Cifuentes: la Ley LGTBI  con sus imposiciones a los colegios.

         ¿Es esa la deriva del PP? ¿Cómo se conjuga con el Ministro de Justicia al declarar que siente que en los últimos meses Barberá haya sufrido tanta crítica injustificada y se hayan dicho tantas barbaridades que cada uno tendrá sobre su conciencia? Sólo fue defendida públicamente por María Dolores de Cospedal, un tanto profética al expresar que no pararían hasta matarla de un infarto. ¡Qué distinta la actitud de la familia de Rita! En el Rosario y la Misa que el pueblo valenciano ofreció por su Alcaldesa. Presidió el Cardenal Cañizares con acertadas y medidas palabras. El pueblo, su pueblo, abarrotó la Catedral en sus pasillos y exteriores. Y al final, Totón Barberá –hermana de Rita- dio las gracias y afirmó que el único juicio que importa es el del Altísimo. Los asistentes aplaudieron durante más de tres minutos.

         Personalmente fui invitado por la familia a concelebrar con el Cardenal y tres sacerdotes más en el funeral de la familia al que asistió el Presidente del Gobierno, la Presidenta de las Cortes, Cospedal, Villalobos y quizá alguno más. Los lugares preferentes estaban reservados para la familia. Y ésta exhibió un buen hacer, que marca ese sendero arduo, pero posible, del respeto, la convivencia y la humanidad. Intervinieron un montón de sobrinos, por ejemplo, haciendo las oraciones de los fieles uno a uno: ninguna referencia contra nadie. Al final, una sobrina leyó una carta a su tía en la que sólo esbozó el acoso que sufrió. Y luego se aplaudió a Rita, durante muchos minutos. Se había proclamado el Evangelio de las Bienaventuranzas y el Cardenal hizo una breve alusión a los perseguidos por causa de la justicia.

         Esta muerte no puede caer en saco roto. Entresaco de unas palabras hechas anónimas por las vueltas dadas de unos a otros: Hoy. AL CIERRE, sólo tengo luto y tristeza. Hoy se me murió una amiga. Hoy murió una gran española y una gran valenciana. Hoy murió una gran Alcaldesa de mi pueblo… Rita fue la mejor Alcaldesa de Valencia de largo, mejor que Carlos III para Madrid. Desatascó el inmovilismo paleto en el que estaba sumida la capital del Turia. Y la hizo despegar. Hizo que los valencianos nos sintiéramos orgullosos de nuestra capital… Estuvo en las tradiciones puramente valencianas… Tenía un corazón tan grande que no le cabía en el pecho, y ese corazón no soportó el linchamiento injusto al que le sometió una sociedad desquiciada… una parte de la sociedad intoxicada, que la trató como a una delincuente. Hace tiempo que perdimos la presunción de inocencia.

         En esa misma nota se afirma que se impone una reflexión, a la vez que dice a Rita:  ya  está en la Luz, donde no tiene cabida el rencor ni el odio, que se acuerde de los valencianos. Se impone la meditación moral de qué resta del hombre alejado de Dios; pero también del que cierra sus puertas al alejado. Se impone la reflexión de que es posible la convivencia con todos, sin dedicarnos a reproducir las dos Españas o las que sean. Se impone el respeto por el contendiente político aunque  se tengan ideas antagónicas. La falta de respeto nunca se justifica. Y se impone, pienso que de modo importante, el ser verdaderamente humanos, la humanidad por encima de todo. Propiciar, aunque se haga de modo indirecto un deceso de este calibre, es inmoral tanto  puesto como condición para un pacto como la aceptación del mismo.

         Hay aquí  asuntos que cuento por lo que cuentan, pero que no son míos en cuanto sacerdote. Tal vez en cuanto amigo que ha vivido una parte del drama y ha visto el admirable comportamiento de una familia ejemplar.