"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 28 de enero de 2016

San Francisco de Sales: un buen pastor de almas



Mucho mejor es estar crucificado con Jesucristo, que orar a Cristo crucificado.

Impresionado por un relato
San Francisco de Sales, obispo de Ginebra, encarnó la figura del Buen Pastor. Con toda su alma se entregó a sus tareas pastorales: visitas parroquiales, predicación, catequesis de niños, largas horas de confesonario, sínodos diocesanos, reforma de monasterios, documentos pastorales, ordenaciones, confirmaciones…
Un día, siendo ya obispo de Ginebra, escuchó la historia de un pastor que había extraviado una de sus vacas al resbalar el animal por un glaciar. Aquel humilde hombre no dudó ni un instante en ir a buscarla, a pesar del peligro real que correría su vida si lo intentaba. El pastor se internó como pudo por aquella gélida superficie de hielo. No consiguió coronar con éxito su empresa: la vaca y el pastor perecieron en aquella soledad silenciosa y blanca. San Francisco de Sales quedó impresionado del relato. Más tarde escribió: Oh, Dios mío. ¿Es posible que el ardor de aquel pastor fuera tan grande por buscar su vaca, que ni siquiera el hielo lo pudiera enfriar? Entonces, ¿por qué yo sería tan cobarde buscando a mis ovejas? Hechos como éstos enternecieron mi corazón  de hielo que no pudo sino fundirse.
Una fuerte tentación
Francisco nació el 21 de agosto de 1567 en el seno de una familia noble y cristiana. Su infancia transcurrió en el castillo de Sales en Thorens (Saboya) en una época en la que la herejía calvinista hacía estragos por toda aquella región. El propio Calvino quiso atraer a Francisco de Boisy, padre del futuro santo, a la religión protestante, pero éste rechazó la oferta diciendo: ¿Cómo voy a creer en una religión que tiene doce años menos que yo?
En 1574 comenzó sus estudios, y cuatro años más tarde recibió la tonsura clerical. En el año 1582 se trasladó a París para estudiar en el colegio de Clermont de los jesuitas. Estando allí, sufrió una terrible tentación de desesperación. El demonio le decía: ¡Todo es inútil, estás predestinado al infierno! ¡Vendrás allí conmigo! Y el joven estudiante la superó con un acto heroico de abandono en las manos de Dios, rezando: ¡Dios mío! Si no he de poder amaros en la otra vida, que aproveche ésta, aquí abajo, para amaros y serviros. Aquella prueba en cierto modo marcó toda su vida.
La Misión de Chablais
A la edad de 26 años fue ordenado sacerdote el 18 de diciembre de 1593 por monseñor Claudio de Granier, obispo de Ginebra. Desde el primer momento se entregó a las tareas pastorales de la predicación y del confesonario. En cierta ocasión, un caballero que se confesaba con Francisco de Sales, decía sus faltas y pecados sin el menor sentido de penitencia, como quien recita algo que no le afecta personalmente. El joven sacerdote, mientras escucha la acusación de su penitente, se estremece y comienza a llorar. El caballero, sorprendido, le pregunta por qué llora. Lloro por vuestros pecados, para que Dios os conceda conocer el estado de vuestra conciencia y os arrepintáis de vuestros pecados. El penitente dio las gracias al confesor y, arrepentido ya de veras, lloró amargamente.

Al año siguiente de su ordenación emprendió, con su primo Luis de Sales, la misión de Chablais. Esta región había sido devuelta a Saboya, y sus habitantes ‑en gran mayoría, con la excepción de muy pocos‑ se habían convertido al calvinismo. Las dificultades que encontraron para su tarea fueron enormes. Al principio Francisco se valió de pequeños escritos impresos distribuidos a domicilio; más tarde recurrió a la predicación y a la controversia con los herejes. En unos años Chablais volvía a la Iglesia romana, y Francisco de Sales pudo escribir al papa Clemente VIII: Cuando llegué aquí apenas si se podían contar cien católicos en todas las parroquias reunidas. Hoy, apenas se pueden contar cien herejes.
Obispo
En 1598 su obispo le envió a Roma para tratar asuntos de la diócesis planteados por la paz de Vervins. La impresión que causó en la Ciudad Eterna debió ser buena porque poco después fue nombrado obispo coadjutor de Ginebra. El mismo Papa quiso examinar personalmente a Francisco de Sales antes de ser consagrado obispo, aun sabiendo que el candidato al episcopado, por ser de Saboya, estaba exento por privilegio de ser examinado para ser obispo. Clemente VIII le otorgó una semana de preparación. Durante este tiempo rezó el futuro obispo a la Virgen con estas palabras: Si no he de ser un buen obispo, ruego que obtengas de tu divino Hijo que permanezca mudo en el examen.
El 22 de marzo de 1598 Clemente VIII estaba rodeado de cardenales y de notables teólogos. Francisco escogió como tema del examen de teología la salvación y un decreto del Concilio de Trento. Le hicieron 35 preguntas y todas fueron sabiamente contestadas. El Papa, admirado de la doctrina y de la humilde actitud del candidato, se acercó a éste y le abrazó, diciéndole las palabras del libro de los Proverbios: Hijo mío, bebe el agua de tu cisterna y distribuye su caudal por las plazas.
Tres años más tarde, el 6 de abril de 1601, cuando Francisco de Sales se dispone a subir al púlpito para predicar la cuaresma en la ciudad de Annecy, le comunican la noticia de la muerte de su padre, el señor de Boisy. Había preparado para aquel sermón hablar de la muerte de Lázaro y de la esperanza de la resurrección para quienes, durante la vida, habían sido amigos de Jesús. Después de un instante de recogimiento, comenzó su predicación con serenidad. Al finalizar, dijo a los fieles: Señores, el señor de Boisy, vuestro amigo y mi padre, ha muerto. Ya que le honrabais  con vuestra amistad, os suplico que recéis por su eterno descanso. Y dicho esto, rompió a llorar. Excusad mi debilidad, no soy más que un hombre, añadió.
Viaje a la capital de Francia
En 1602 viaja a París, poniéndose en relación con un grupo de personas que preparaban la renovación religiosa de Francia. En la ciudad del Sena predica, convierte y hace amistades, entre ellas la de Enrique IV. Su fama de buen predicador se fue extendiendo. Algunos fieles, más que escuchar la palabra de Dios, acudían a escuchar la palabra del predicador. Algunos de los oyentes comentaban, después de oír el sermón: ¡Qué bien le viene esto a fulanito! Enterado Francisco del comentario, decía: Cuando sois invitados a un banquete, cada uno come para sí; aquí, por el contrario, os pasáis de educados, porque no escogéis nada para vosotros, sino que todo lo repartís a los demás.
Durante el viaje de regreso a Annecy ocurre la muerte de monseñor Granier, teniendo que hacerse cargo de la diócesis al llegar a Annecy, ciudad que sirve de capital de la diócesis ante la imposibilidad de residir en la ciudad de su sede episcopal, Ginebra, baluarte del calvinismo. El 8 de diciembre de 1602 es consagrado obispo.
Fundador de la Orden de la Visitación de Santa María
Siendo obispo de Ginebra se esmeró por poner en práctica las directrices del Concilio de Trento. A pesar de sus muchos deberes pastorales  acepta predicar fuera de su diócesis. En una ocasión fue requerido a Pont‑Saint‑Espirit. Cuando llegó, todos querían ver a san Francisco de Sales. Un gentilhombre calvinista se acercó a un lugareño para preguntar quien era aquel que había despertado tanto interés. Les respondieron que se trataba del obispo de Ginebra. ¡Ah!, si todos los obispos fueran como él, nuestra religión duraría poco porque todos se harían católicos, exclamó el  calvinista. En 1604 predicó la cuaresma en Dijón, lo que hizo posible su encuentro providencial con santa Juan Francisca Fremiot de Chantal. Ésta, de noble linaje, era una ferviente católica. A la edad de veinte contrajo matrimonio con Cristóbal II, Barón de Chantal, y fue madre de seis hijos. Al quedarse viuda, se consagró al Señor, dedicándose totalmente a la educación de sus hijos, a prácticas devotas y a obras de caridad. Fundó con el obispo de Ginebra la Orden de la Visitación de Santa María.
Además de su ministerio sacerdotal y de las tareas de gobierno de su diócesis, otros quehaceres llenan más y más su tiempo como es la dirección de almas en particular, de palabra y por carta; y la publicación de libros espirituales. Sus dos obras principales son la Introducción a la vida devota y el Tratado del amor de Dios. También tiene otros escritos, entre los que destaca uno de tipo apologético, titulado Defensa de la Cruz de Nuestro Señor. El santo obispo acaba su obra con estas palabras: No Jesucristo sin Cruz, sino Jesucristo con su Cruz y en la Cruz… por eso termino este resumen de la doctrina cristiana… protestando con el glorioso predicador de la Cruz, San Pablo… “No busco otra gloria que la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo”. Amén.
Además de todas estas actividades, dedicó muchas horas a las tareas fundacionales de la Orden de la Visitación de Santa María, formando y dirigiendo a sus hijas espirituales. En una ocasión, para recalcar en sus monjas la necesidad del desprendimiento de los bienes terrenos, les dijo: Ha pasado por aquí un cisterciense que me ha dicho que había en Italia religiosas que tenían apego a sus rosarios, que muchas preferían salir del convento a prescindir de ellos. Por lo cual yo he pensado que estaría bien que, de vez en cuando, cambiáramos nuestros objetos. Otro día, una religiosa gravemente enferma se quejaba a su santo Fundador, porque los dolores le impedían rezar y hasta meditar. Mucho mejor es estar crucificado con Jesucristo, que orar a Cristo crucificado, le dijo san Francisco de Sales.
Muerte santa
En los años 1616 y 1617 predicó en Grenoble adviento y cuaresma. En 1618 volvió a París en misión diplomática, que él aprovechó para predicar y hacer nuevos amigos, entre ellos san Vicente de Paúl, y renovar las antiguas amistades. En 1622, ya muy enfermo, acompañó al Duque de Saboya a Aviñón, y a la vuelta se detuvo en Lyon para visitar el convento de sus monjas. Y en esa ciudad murió. Estando en su lecho de muerte, antes de morir, pidió a su vicario general que recitara el Credo, al que él añadió: Si hubiera cien o mil religiones en el mundo, sólo consideraría verdadera la santa Iglesia católica, apostólica y romana en la cual quiero morir.
Al año siguiente de su tránsito al Cielo, su cuerpo fue llevado a Annecy. El santo obispo y fundador fue beatificado el 28 de diciembre de 1661, y canonizado el 19 de abril de 1665. El 16 de noviembre de 1877 fue declarado por el beato Pío IX doctor de la Iglesia. Y ya en el siglo XX, Pío XI le declaró patrono de los periodistas y escritores católicos.
Su pensamiento
De los escritos de san Francisco de Sales están sacadas estas frases e ideas:

  • ·         Si yo supiera que en mi corazón quedara todavía una brizna de amor al mundo, querría que mi pecho se abriera en dos para dejar escapar ese falso amor.
  • ·         El dinero es como una escalera: si la lleváis sobre los hombros, os aplasta; si la ponéis a vuestros pies, os eleva.
  • ·         No sólo es un error, sino también una herejía, el querer desterrar la vida devota de la compañía de los soldados, de la tienda de los oficiales, de las cortes  de los príncipes y de la familia de los casados
  • ·         La amistad que puede terminar, no fue nunca verdadera amistad.
  • ·         Se cazan más moscas con una gota de miel que con un cántaro de vinagre.
  • ·         No lo dudes, la verdadera virtud no prospera en una vida descansada, como tampoco se nutren los peces delicados en las aguas insalubres de los pantanos.
  • ·         Los marineros no miran al cielo sino para buscar la tierra; por el contrario, los cristianos… no miran a las cosas de la tierra nada más que para buscar a Cristo que      está en los cielos.
  • ·         A la obediencia hay que amarla antes que temer la desobediencia.
  • ·         Si una persona me sacare por odio el ojo izquierdo, creo que la seguiría mirando amablemente con el derecho. Si me sacara también éste, todavía me quedaría el corazón para amarla.
  • ·         Es necesario sufrir con paciencia no sólo el estar enfermo, sino el estarlo de la enfermedad que Dios quiere, en el lugar que quiere, entre las personas que quiere y con las incomodidades que quiere, y lo mismo digo de las demás tribulaciones.
  • ·         Somos como águilas cuando miramos las imperfecciones ajenas, y como topos en tratándose de las nuestras.

miércoles, 27 de enero de 2016

Tu Palabra me da vida Señor, ¡en ella esperaré!



Porque la Palabra de Dios es siempre eficaz y ablanda cualquier corazón, aunque sea más duro que las piedras.

Hay una escena, en el libro de Ezequiel, que es de las más espectaculares de toda la Biblia y que podríamos llamar: La danza de la muerte. ¿Qué significado tiene una visión tan grandiosa?

Todo se va a cifrar en la escucha de la Palabra de Dios y en la fidelidad a la misma. Pero Dios le dice esto al profeta y a todo Israel no con un discurso, sino con esta página inolvidable.

El pueblo de Judá, vencido por los caldeos, había sido transportado cautivo a Babilonia. Ya no existía como nación. Humanamente hablando, se habían perdido todas las esperanzas de sobrevivir a aquella catástrofe. Y así se lo hizo ver Dios a Ezequiel, desterrado también, pero que animaba a sus compatriotas a no desesperar. Dios estaba sobre tanta desgracia...

Dios le representó el pueblo judío a Ezequiel como un campo inmenso, en aquellas llanuras de Caldea, lleno de huesos resecos, esparcidos por doquier. Huesos y huesos a montones. Y Dios le pregunta, como si Él mismo fuera escéptico:
- Ezequiel, ¿tú crees que estos huesos pueden llegar a tener vida?
- ¡Oh Señor, eso lo sabes tú!
- A ver, ¡háblales! Profetízales en mi nombre.
Ezequiel obedece. Les habla. Y los huesos empiezan a removerse, a buscarse un hueso a otro, hasta encontrar las junturas convenientes. Al cabo de poco, todos los huesos formaban un ingente montón de esqueletos. Y de nuevo la palabra de Dios:
- Ezequiel, ¿tú crees que estos esqueletos pueden llegar a vivir? ¡Háblales de nuevo!...
El profeta lo hace. Y ve cómo los huesos empiezan a cubrirse de tendones, de carne, de músculos, de piel... Pero solamente eran cadáveres. Cuerpos muertos del todo. Aunque sigue insistiendo Dios:
- Ezequiel, ¿crees tú que pueden revivir estos cadáveres? ¿que el espíritu regrese a ellos?... Si te parece que esto es lo más difícil, inténtalo, ¡háblales de nuevo!

Lo hace el profeta, y ve cómo aquellos cadáveres se levantan, se ponen de pie, igual que un ejército de hombres robustos y de mujeres hermosas, rebosantes todos de vida en plena juventud.

¿Qué le significaba Dios a Ezequiel con una visión tan grandiosa? Solamente esto:
que Israel, al escuchar la Palabra de Dios, al obedecerle, se vería restaurado; que se acabaría el destierro; que volvería a ser la nación escogida; que disfrutaría de las promesas hechas desde Abraham hasta David y Salomón; que dejaría de ser un pueblo muerto, para volver a ser el Pueblo de Dios, lleno de vida.

Muy bien. Pero, para nosotros, ¿qué puede significar hoy una escena como ésta?

La Iglesia, nuevo y definitivo Israel de Dios, vive de la Palabra de Dios, de los Sacramentos, de la oración, de todo lo que Dios le ha preparado, como un banquete espléndido, para que coma, para que se alimente, para que se robustezca.

De este modo, bien alimentada, nunca llegará a ser un pueblo muerto, sino que será siempre el Pueblo de Dios lleno de vida, de robustez, de salud a toda prueba.

Ahora, sin embargo, no miramos ni los Sacramentos, ni la oración, ni cualquier otro medio de vida cristiana. Nos fijamos solamente en la Palabra de Dios, como alimento de nuestra de vida divina y como resucitadora de los que han muerto a la Gracia.

¿Por qué el Pueblo de Israel había sucumbido a sus enemigos y murió como nación? Por su infidelidad a la Palabra que Dios le transmitía siempre por sus profetas. Ni leía los rollos de la Ley, ni hacía caso a los enviados de Dios.

Al haber muerto, ¿cómo recobró la vida de antes? Escuchando fielmente la Palabra y haciendo caso a la Ley que le exponían los profetas.

Una vez más --y serán otras más las que le sigan--que nos encontramos con un tema tan entrañado como el de la Palabra de Dios, contenida tanto en la Sagrada Biblia como en la predicación viva de la Iglesia. La Palabra, tan importante en el culto y tan importante en la vida personal y privada de cada uno de los cristianos. Con la escucha de la Palabra nos mantenemos en la fidelidad a Dios. Con tal que esa escucha sea viva, eficaz, y que sepa traducirse a las acciones de la vida diaria. Los judíos que fueron al destierro castigados sabían muy bien la Biblia y oían a los profetas. Pero la Palabra --como dirá después Jesús en su Evangelio-- caía en el camino duro o entre piedras y espinas y no producía fruto alguno, sino que más bien se convertía en acusadora de los oyentes.

La Iglesia, como tal, nunca fallará. Pero pueden fallar muchos hijos de la Iglesia. Los que se alejan, y mueren a la vida de Dios que recibieron en el Bautismo, recobran la vida cuando atienden a la Palabra, leída con avidez en la Biblia o escuchada dócilmente en la Iglesia.

Porque la Palabra de Dios es siempre eficaz y ablanda cualquier corazón, aunque sea más duro que las piedras..

La Palabra, es seguridad de salvación.

Convertirse en apóstol de la Palabra, es llevar la paz y la salvación de Dios al hermano.

Nosotros amamos la Biblia, y escuchamos también la palabra de la Iglesia como Palabra del mismo Dios. Por eso cantamos con fe:
- Tu Palabra me da vida, confío en ti, Señor. Tu Palabra es eterna: ¡en ella esperaré!....
Por: Pedro García, Misionero

martes, 26 de enero de 2016

El riesgo de la desesperanza



 
La desesperanza supone siempre un desgarro interior, un error peligroso para la vida moral del hombre

Según cuenta la conocida leyenda de la mitología griega, los dioses, celosos de la belleza de Pandora, una princesa de la antigua Grecia, le regalaron una misteriosa caja, advirtiéndole que jamás la abriera. Pero un día, la curiosidad y la tentación pudieron más que ella, y abrió la tapa para ver su contenido, liberando así en el mundo todas las grandes aflicciones que hoy existen. Pudo cerrarla justo a tiempo de evitar que se escapara también la esperanza, que es el único valor que hace soportables las numerosas penalidades de la vida.

Y no parece que faltara razón a los hombres de la antigua Grecia cuando valoraban en tanto la esperanza. Porque la esperanza no es una simple ilusión ingenua de que, al final, y no se sabe bien por qué, todo irá bien. Se trata más bien de tener fe en que uno puede, con la ayuda que sea precisa, superar las dificultades.

Como ha señalado Josef Pieper, la pérdida de la esperanza suele tener su raíz en la falta de grandeza de ánimo y en la falta de humildad. La grandeza de ánimo hace a los hombres decidirse por la posibilidad mejor entre las posibles, e impulsa resueltamente a todas las demás virtudes. La humildad coloca a la esperanza ante sus propias posibilidades, previniendo de la realización falsa y ayudando a la realización auténtica. La esperanza lleva de modo natural a la magnanimidad, y la humildad protege todo ese proceso, para que no se pervierta por presunción ni por desesperanza. La desesperanza es como una senilidad del espíritu, y la presunción es lo contrario, como una especie de infantilismo espiritual.

No me estoy refiriendo a la desesperanza como estado de ánimo en que se cae, sino como un acto voluntario por el que el hombre desdeña algo a lo que podría aspirar. Porque quien tiene esperanza, lo mismo que quien tiene dudas, puede adherirse o no a la esperanza o a la duda que de modo natural se les presenta, y eso es lo que hace que las personas podamos construir nuestro carácter de acuerdo con lo que nos parece que debemos ser, y no nos limitemos a abandonarnos a nuestras reacciones espontáneas.

La desesperanza supone siempre un desgarro interior, pues va dirigida contra los anhelos propios de nuestra naturaleza. Y es además un error peligroso para la vida moral del hombre, ya que todas sus realizaciones están ligadas a la esperanza, y, cuando falta, nos dejamos caer en muchos otros extravíos.

El principio y la raíz de la desesperanza suele estar en la pereza. A la desesperanza no se llega de modo repentino, sino por un paulatina dejadez, que a su vez conduce a una tristeza que paraliza, que descorazona, y que refuerza de nuevo la dejadez, en un círculo vicioso muy bien trabado. Quizá por eso se ha dicho tanto que la pereza es la madre de todos los vicios. Y quizá también por eso, para superar esa pereza no basta con la laboriosidad y la diligencia, sino que también hay que fomentar la grandeza de ánimo y el optimismo.

Rendirse a la pereza y la desesperanza es siempre una renuncia malhumorada y triste, que engendra primero indiferencia, y después, tristeza y evasión de la realidad. Pero la pereza y la desesperanza no pierden su terrible fuerza por mirar para otro lado. Se vencen únicamente con la vigilante resistencia de una mirada penetrante y atenta.

El hombre perezoso prefiere sustraerse de la obligación de la grandeza. Es como una humildad pervertida, que no quiere aceptar su verdadera condición y sus talentos, porque implican una exigencia. Es como un enfermo que no quisiera curarse para que no le exijan lo que se exige a una persona sana. Por eso la sabiduría griega daba tanta importancia a cultivar desde muy jóvenes la esperanza.
Por: Alfonso Aguiló | Fuente: Conoze.com

¡Gracias, Jesús, por tu amistad!



Muchas veces nos sentimos siervos inútiles, y a pesar de ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos.

Muchas veces no sentimos simplemente siervos inútiles, y es verdad (Cf. Lucas 17, 10). Y, a pesar de ello, el Señor nos llama amigos, nos hace sus amigos, nos da su amistad.

El Señor define la amistad de dos maneras:
 
  • No hay secretos entre amigos: Cristo nos dice todo lo que escucha al Padre; nos da su plena confianza y, con la confianza, también el conocimiento. Nos revela su rostro, su corazón. Nos muestra su ternura por nosotros, su amor apasionado que va hasta la locura de la cruz. Nos da su confianza, nos da el poder de hablar con su yo: «este es mi cuerpo…», «yo te absuelvo…». Nos confía su cuerpo, la Iglesia. Confía a nuestras débiles mentes, a nuestras débiles manos su verdad, el misterio del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el misterio del Dios que «tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único» (Juan 3, 16). Nos ha hecho sus amigos y, nosotros, ¿cómo respondemos?
     
  • El segundo elemento con el que Jesús define la amistad es la comunión de las voluntades. «Idem velle – idem nolle», era también para los romanos la definición de la amistad. «Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15, 14). La amistad con Cristo coincide con lo que expresa la tercera petición del Padrenuestro: «Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». En la hora de Getsemaní, Jesús transformó nuestra voluntad humana rebelde en voluntad conformada y unida con la voluntad divina. Sufrió todo el drama de nuestra autonomía y, al llevar nuestra voluntad en las manos de Dios, nos da la verdadera libertad: «pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mateo 26, 39). En esta comunión de las voluntades tiene lugar nuestra redención: ser amigos de Jesús, convertirse en amigos de Dios. Cuanto más amamos a Jesús, más le conocemos, más crece nuestra auténtica libertad, la alegría de ser redimidos.

    ¡Gracias, Jesús, por tu amistad!


    Fragmento de la Homilía del cardenal Joseph Ratzinger en la misa por la elección del nuevo pontifice
Por: Cardenal Joseph Ratzinger

domingo, 24 de enero de 2016

La herencia... ¡del bien!



Después de que nos hayamos ido, ... solo importará y tendrá valor la herencia de la semilla del bien que dejamos en alguien y que estará germinando

Es frecuente que nos pongamos a pensar, si algo tenemos, en cómo serán repartidos esos bienes cuando dejemos este mundo.

Bien sabemos que nada nos vamos a llevar, aunque haya personas que lo deben de poner en duda por el empeño y la obsesión en acumular fortunas, objetos, joyas, propiedades, etcétera, pero... aunque no sea mayor cosa lo que poseemos siempre hay una inquietud sobre el destino de lo que hoy y ahora es nuestro.

Naturalmente que, como cosa normal, será el cónyuge o los hijos los que recibirán ese beneficio.

Y pensando en estas cosas es que hacemos testamento.

Hay personas que les da miedo hacerlo, pues les parece que es como rozar un poco la mano fría de la muerte, como un mal presagio, como soltar las ataduras de esos bienes y sentir que ya no son tan nuestros, ... en fin, conceptos totalmente equivocados, pues el tomar la decisión de hacer testamento es, bien podría decirse, una obligación para que a nuestra partida no dejemos enredos y disgustos.

Pero he aquí que pensando en esto se me viene a la mente...si habremos pensado también un poco en qué herencia y testamento espiritual les vamos a dejar a nuestros hijos, nietos, esposo o esposa y demás familiares y amigos que nos rodean.

¿Qué recuerdo les quedará?...¿Qué imagen les dejaremos, de manera indeleble de nuestra persona, de nuestro proceder ante la vida, de nuestra actuación ante los acontecimientos que nos tocó vivir en nuestro corto o largo camino junto a ellos?...

Me decía un persona muy querida, agobiada por el vacío y la ausencia que representaba haber perdido al compañero de su vida, en su reciente viudez: - "Me estoy muriendo por dentro pero he de darle a mis hijos y nietos el testimonio de mi fortaleza, el ejemplo de que se acatar la voluntad de Dios, con una sonrisa y con mucho ánimo"....¿No es esto estar haciendo testamento y de estar dejando una herencia más rica que todos los millones del mundo?

El amor a Dios, la honestidad, la rectitud, la conservación de las tradiciones, el ser responsable, transparente en la verdad, la educación, la fidelidad para los seres y las creencias, la fe, el saber perdonar y pedir perdón, la fortaleza en los momentos de prueba, en una palabra: el amor.

Y cuando la vida es difícil y cuando hay carencias, cuando hay penas, cuando hay enfermedad... ¿no es una gran herencia utilizar nuestra vida para poner algo de esa vida al servicio de quién lo necesita?

Qué huella tan diferente podemos dejar, al irnos, si hemos sido generosos, no solo en lo material sino en darnos, un desgastarse poco a poco para que los demás tengan mejor calidad de vida o por el contrario nos llegue la hora...sin habernos estrenado.

Como bien dice J.L. Martín Descalzo: - "Hay personas que se cuidan, se ahorran, se "conservan", van a llegar a la otra vida como un abrigo guardado en el ropero".

Y con esto de la herencia y el testamento pensamos que al correr del tiempo, mucho tiempo después de que nos hayamos ido, ... solo importará y tendrá valor la herencia de la semilla del bien que dejamos en alguien y que estará germinando, quizá sin que él o nosotros lo sepamos, pero que será la verdadera herencia y legado que dará constancia de HABER PASADO POR ESTE MUNDO
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Por: Ma. Esther De Ariño