"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 9 de julio de 2012

CREER, ESPERAR Y AMAR

Esperar sobre todo en que tu tronco viejo produzca brotes nuevos; confiar a pesar de la niebla, del huracán y del hastío.

Debes cultivar las virtudes teologales: muy teologales virtudes pero que, si no las haces tuyas, se quedan en eso, en teologales.

Aprender a creer. Aceptar el reto de Jesús cuando decía: "Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a ese monte: -arrójate al mar-, y os obedecerá".

Esperar, esperar sobre todo en que tu tronco viejo produzca brotes nuevos; esperar, confiar a pesar de la niebla, del huracán y del hastío.

Amar apasionadamente a Cristo y a las almas. ¿La hoguera encendida de tus días mejores se ha convertido en rescoldo casi apagado? El amor es capaz de despertar al genio dormido, de resucitar a los muertos. Amor que has hecho de adúlteras santas y de bandidos mártires, ¿no podrías encenderme a mí también?

Perseverar en el amor. Comenzar a amar es obra de todos; todos han amado algo o a alguien algún día. Continuar amando ya cuesta más; menos lo practican. Pero amar hasta el final, a despecho del cansancio y las dificultades del camino, es obra de santos o de auténticos enamorados. El reto te llama, ¿verdad?
Autor: P. Mariano de B.

domingo, 8 de julio de 2012

¿QUIÉN TE OFENDIÓ?

Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros que las positivas y no te deja ser feliz.
Una de las mayores fuentes de ofensas es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que debe hacer y te dice "no", creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que tú querías que hiciera, y segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste tal y como es. Santiago de los Caballeros.

Hay gente -¡mucha gente!- que pasa por la vida como un cristalito de Venecia: frágil; que se quiebra con la mayor facilidad. Son personas que viven sintiéndose ofendidas por lo que alguien les hizo.

Si estás en ese grupo, te tengo una sorpresa. Los expertos coinciden en afirmar que ¡nadie te ha ofendido! Lo que te hiere, lo que te ofende, es todo aquello que tú esperabas de esas personas, y esas expectativas tú las creas con tus propios pensamientos. Son imaginarias.

Si esperabas que tus padres te dieran más amor, y no te lo dieron, no tienes por qué sentirte mal. Lo que te lastima son tus expectativas de lo que un padre ideal debió hacer contigo y no hizo.

Si esperabas que tu pareja reaccionara de tal y cual forma y no lo hizo, piénsalo bien: tu pareja no te ha hecho nada. Eso está en tu imaginación.

¿Estás enojado con Dios? Son tus ideas de lo que debería hacer Dios, las que te lastiman. Dios jamás ofende ni daña a nadie.

Señalan los estudiosos de este tema que cuando nacemos, somos auténticos. Luego, nuestra verdadera naturaleza es suprimida, y sustituida artificialmente por conceptos que nuestros padres, la sociedad, la televisión, el Internet, nos enseñan.

Y crean una novela falsa de cómo deberían ser las cosas en todos los aspectos de la vida de uno, y cómo deben actuar los demás. Una mala novela que no tiene nada que ver con la realidad.

A lo largo de sus vidas, las personas coleccionan experiencias vividas con los padres, amigos, parejas, etc. y las almacenan en su inventario interior. Las experiencias negativas dejan una huella más profunda en nosotros que las positivas.

¿Resultado? Se repiten los mismos problemas y las mismas experiencias negativas. Y el inventario sigue creciendo, y te estorba. No te deja ser feliz. Y a medida que se avanza en años, se es menos feliz. Es porque el inventario negativo aumenta año con año.

Una de las mayores fuentes de ofensas es la de tratar de imponer el punto de vista de una persona a otra, y guiar su vida. Cuando le dices lo que debe hacer y te dice "no", creas resentimientos por partida doble. Primero, te sientes ofendido porque no hizo lo que tú querías que hiciera, y segundo, la otra persona se ofende porque no la aceptaste tal y como es.

Todas las personas tienen derecho de guiar su vida y aprenderán de sus errores por sí mismos. Bien dice el dicho que nadie aprende en cabeza ajena.

Entonces, me preguntarás, ¿cómo puedo perdonar?

Dicen los expertos:
·  Entiende que nadie te ha ofendido. Son ideas falsas que tienes sobre cómo debe ser esa persona.
·  Deja a las personas ser. Dales tu opinión, pero permite que tomen sus decisiones, que ejerzan el libre albedrío del que Dios nos dotó al crearnos.
·  Nadie te pertenece, ni tus padres, amigos, parejas. Todos formamos parte del engranaje. Ama y deja ser.
·  La perfección no existe. Ni el padre, ni el amigo, ni tu pareja es perfecto (¡ni tú!). Deja de resistirte a que las personas no son como tú quieres que sean. Acepta a las personas como el pez acepta al mar y ámalas como son.
·  A la luz del corto período de vida que tenemos, sólo tenemos tiempo para vivir, disfrutar, ser felices. Nuestra compañera la muerte en cualquier momento, de forma imprevista, nos puede tomar entre sus brazos.


Es superfluo gastar el tiempo en pensar en las ofensas de otros. No puedes darte ese lujo.
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 7 de julio de 2012

EL AMOR DE MARÍA LLENA NUESTRO CORAZÓN

Si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado?
Dios es amor.

María Santísima es también amor.

Podríamos decir que María es el lado misericordioso y tierno del amor de Dios.
"Tú sola, Virgen María, le curas a Dios de todas las heridas que le hacemos los hombres. Por ti sola valió la pena la redención, aunque, afortunadamente, hay otras y otros que se han tomado en serio la redención".

Este amor tuyo que, por un lado, sube hasta Dios y, por lo tanto, tiene toda la gratitud de una creatura, toda la profundidad de una madre, toda la pureza de una virgen; por otro lado, se dirige a nosotros, hacia la tierra, hacia tus hijos.

Cómo me impresionó -y aparte al principio no lo creí- leer aquellas palabras de San Alfonso María de Ligorio: "Si juntáramos el amor de todos los hijos a sus madres, el de todas las madres a sus hijos, el de todas las mujeres a sus maridos, el de los santos y los ángeles a sus protegidos: todo ese amor no igualaría al amor que María tiene a una sola de nuestras almas". Primero, no lo creí porque era demasiado grande para ser cierto. Hoy, lo creo, y posiblemente estas palabras de San Alfonso se quedaron cortas.

Yo me pregunto: si uno de veras cree en este amor que le tiene María Santísima como madre ¿podrá sentirse desgraciado? ¿Podrá sentirse desesperado? ¿Podrá vivir una vida sin alegría, sin fuerza, sin motivación? ¿Podrá alguna vez, en su apostolado, llegar a decir "no puedo, me doy"? ¿Podrá algún día decir : "renuncio al sacerdocio y lo dejo"? Si Cristo, por nosotros, dio su sangre, su vida, ¿qué no dará la Santísima Virgen por salvarnos? Ella ha muerto crucificada, espiritualmente, por nosotros. A Cristo le atravesaron manos y pies por nosotros; a ella una espada le atravesó el alma, por nosotros. Si Él dijo: "He ahí a tus hijos" ¿cómo obedece la Santísima Virgen a Dios? Entonces, cuánto nos tiene que amar. Y si somos los predilectos de su hijo: "vosotros sois mis amigos", somos también los predilectos de Ella.

El amor de María llena nuestro corazón, debe llenarlo. El amor de una esposa no es el único que puede llenar el corazón de un hombre como yo. El amor de María Santísima es muchísimo más fuerte, rico, tierno, confortante, que el de todas las esposas de la tierra. El amor de mi madre celestial llena, totalmente, mi corazón. Una mirada, una sonrisa de María Santísima, me ofrecen más que todo lo que pueden darme todas la mujeres de la tierra juntas.

¿Cuál debe ser mi respuesta a tan grande y tierno amor?

Como Juan Pablo II debemos decir cada uno de nosotros, también, "totus tuus": todo tuyo y para siempre. Aquella expresión que el Papa nos decía: "Luchando como María y muy juntos a María", que le repitan siempre: "totus tuus".

¿Por qué no llevarme a todas partes a la Santísima Virgen? En el pensamiento, en el corazón, y también, en una imagen, en un cuadro: su presencia es benéfica. Yo tengo en mi despacho y en mi cuarto una imagen de la Santísima Virgen. Con mucha frecuencia la miro, con mucha frecuencia le hablo y, también, la escucho. Siento su presencia y su amor a través de esa imagen.
Autor: P Mariano de Blas LC.

viernes, 6 de julio de 2012

DESILUSIONES Y ESPERANZAS

Hay momentos en los que sentimos una pena profunda. Parece que la vida no tiene sentido. Seguimos adelante, sin saber ni hacia dónde ni cómo.

Los fracasos llegan. Tarde o temprano, anunciados o por sorpresa.

Tras su llegada, queda en el corazón una sensación más o menos profunda de tristeza: perdimos un amigo, un trabajo, un afecto, un proyecto.

La vida sigue su ritmo. El cielo no detiene sus pasos. La Tierra gira, mientras los pájaros buscan la comida diaria y el Sol se pasea por el horizonte.

Un corazón siente el peso del fracaso. Sobre todo, cuando descubre su miseria, cuando toca su cobardía, cuando desentraña su egoísmo atroz.

Hay momentos en los que sentimos una pena profunda. Parece que la vida no tiene sentido. Seguimos adelante, entonces, casi por inercia, quizá sin saber ni hacia dónde ni cómo.

Cuando la pena ahoga el alma, necesitamos fuerzas y luces para mirar hacia arriba. Más allá de las desilusiones y los fracasos, existe un Dios en quien podemos anclar la propia vida. Hay Alguien que nos ama, a pesar de todo, simplemente, sin condiciones: un Padre es "más Padre" cuando el hijo está más enfermo y necesitado, cuando ha sido mordido por el veneno de la derrota.

Las desilusiones no pueden extinguir el fuego de una esperanza basada en la certeza de Cristo. Si le hemos dejado entrar en nuestras vidas, si le hemos abierto las puertas del alma, quedan siempre motivos para reemprender la lucha, para avanzar hacia metas buenas, para tender la mano humilde a quien nos pide ayuda, aunque sintamos todavía el peso de la pena por las propias faltas.

Las esperanzas dan sentido a cada vida humana. Pequeñas o grandes, como recordaba el Papa Benedicto XVI en su encíclica Spe salvi, las esperanzas son el fuego interior que guía nuestros pasos y nos lanza a conquistas nuevas. También después del mayor de los fracasos: el pecado.

Dios nos espera con su perdón eterno. Nos devolverá la paz del alma y nos lanzará a seguir, llenos de esperanza, en el camino misterioso de la vida humana.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 5 de julio de 2012

JESÚS SE NOS DA COMO PAN DE VIDA

Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo
Se nos da como Pan de vida. Eso es la Eucaristía: Un Dios que se regala como se regala un pedazo de pan. Cristo nos vio, y nos ve, y tal vez nos seguirá viendo con hambre, mucha hambre y sed. Hambre y sed de felicidad, de vida, de paz y de amor. Hambre, también, de cambiar, de ser fiel, de ser distinto. Entonces Él pensó: "Necesitan un pan espiritual, un pan especial, y, si yo me hago ese pan, calmarán su hambre de todo". Y así, Cristo es la vida, y comemos la vida; Cristo es la verdad, la felicidad, la paz, y, al comerlo a Él, comemos la vida, le verdad, la felicidad y la paz.

Tenemos todo en ese pan de la Eucaristía, pero hay que tomarlo con fe. Yo preguntaría a tantos jóvenes y adultos hambrientos, angustiados, desesperanzados, buscadores de la verdad, del amor y de la felicidad: ¿Dónde van a buscar eso que necesitan? ¿Por qué no le dan a Cristo Eucaristía la oportunidad de que realmente sacie su hambre y su sed? Porqué Él nos dijo: "Venid a mí todos los que andáis fatigados y agobiados por la carga, y yo os aliviaré". ¿Creemos, o no creemos en esas palabras de Dios?

Porque, cuando nos sentimos enfermos, vamos al médico; cuando tenemos hambre, vamos a buscar pan; cuando tenemos sed, vamos a buscar agua, y, cuando por dentro en el alma sentimos hambre y sed, ¿a dónde vamos?, ¿a Jesucristo?, ¿a ese pan de la vida?

¿Qué es el Sagrario para ti?, ¿qué sacas de allí?, ¿sacas paz, energía, valor, amor, celo apostólico? Uno podría decir, si ha comulgado el día de hoy, si de veras he recibido ese Pan de Vida ¡qué felicidad, qué fuerza y qué horno de amor!
Autor: P. Mariano de Blas.

miércoles, 4 de julio de 2012

QUIERO VOLVER A CONFIAR

Adoro mi mundo simple y común. Tener el amor, la caridad, la solidaridad como base. La indignación delante de la falta de ética, moral, respeto, prepotencia e injusticia.

Se quiere construir una sociedad sin Dios, y sin Dios, el hombre no tiene futuro, y las consecuencias ya las estamos sufriendo y experimentando. Dios es el futuro de nuestra vida, a nivel personal y a nivel social. Si quitamos a Dios de la existencia humana, el hombre se queda sin horizonte, efectivamente, pierde el piso. El hombre sin Dios queda amputado en una de sus principales dimensiones, la dimensión religiosa. Esta dimensión religiosa del hombre no se reduce a la esfera privada de la conciencia, sino que por la propia naturaleza humana, tiende a expresarse y a vivirse en sociedad.

Dios no es enemigo del hombre. Dios no estorba para el progreso y para la felicidad del hombre. Dios ha sido y seguirá siendo el principal factor de transformación de la sociedad, de respeto al ser humano, de promoción de sus derechos, de fomento de la convivencia. Fui criado con principios morales comunes cuando era niño: madres, padres, profesores, abuelos, tíos, vecinos eran autoridades dignas de respeto y consideración. Cuanto más próximos o más viejos, más afecto. Inimaginable responder maleducadamente a los más ancianos, ni a maestros o autoridades. Confiábamos en los adultos porque todos eran padres, madres o familiares de todos los chicos de la cuadra, del barrio, de la ciudad. Teníamos miedo apenas de lo oscuro, de los ratones, de películas de terror.

Hoy tengo una tristeza infinita por todo lo que hemos perdido, por todo lo que los niños un día temerán, por el miedo en la mirada de los niños, jóvenes, viejos y adultos. Derechos humanos para criminales, deberes ilimitados para ciudadanos honestos. Pagar las deudas es ser tonto... amnistía para los estafadores; no tomar ventaja es ser necio. ¿Qué pasó con nosotros? Profesores maltratados en las aulas, comerciantes amenazados, e incluso, asesinados por traficantes, rejas en nuestras ventanas y puertas, miedo por no saber cuándo va a llegar una balacera o un secuestro. ¿Qué valores son éstos? Autos que valen más que abrazos, hijos queriendo regalos por pasar de curso, celulares en las mochilas de los recién salidos de los pañales, ¿qué vas a querer a cambio de un abrazo?, más vale una pantalla gigante que una conversación; más vale un caro maquillaje que un helado; más vale parecer que ser. ¿Cuándo fue que todo desapareció o se hizo ridículo?

Quiero sacar las rejas de mi ventana para tocar las flores.

Quiero sentarme en la vereda y tener la puerta abierta en las noches de verano.

Quiero la honestidad como motivo de orgullo.

Quiero la rectitud de carácter, la cara limpia y la mirada a los ojos.

Quiero la vergüenza y la solidaridad.

Quiero la esperanza, la alegría, la confianza, la fe.

Quiero callarle la boca a quien dice "a nivel de", al hablar de una persona. ¿Qué bien trae el "tener", si se pierde el ser"? ¡Y viva, sí, viva el retorno de la verdadera vida, simple como la lluvia, limpia como un cielo de abril, leve como la brisa de la mañana! Y definitivamente, común, como yo.

Adoro mi mundo simple y común. Tener el amor, la caridad, la solidaridad como base. La indignación delante de la falta de ética, de moral, de respeto, de prepotencia e injusticia.

¿Vamos a volver a ser "gente"? Tenemos una misión, única en nuestra sociedad actual: construir un mundo mejor, más justo, donde las personas respeten a las personas. ¿Utopía? No..., ¿sí?, ¿quién sabe?... Hoy es día para hacer el intento, es el día para marcar la diferencia
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 3 de julio de 2012

TOMÁS, PERSEGUIDO POR CRISTO

Vamos a contemplar la figura de Santo Tomás a la luz de ese amor de Dios, hoy que celebramos su fiesta.

El Apóstol llamado Tomás en los Evangelios (Mt 10, 3; Mc 3,18, Lc 6,15) es apodado "Dídimo" que significa "gemelo" (Jn 11,16). Entra casi en el Evangelio de una forma silenciosa. Sus primeras palabras afirman en una ocasión su deseo de morir con Jesús (Jn 11, 16).

Posteriormente se manifiesta con un estilo racionalista ante las palabras de Jesús, asombrándose de cómo se puede conocer un camino, no sabiendo a dónde se va (Jn 14,4). Finalmente conocemos su incredulidad ante el hecho de la Resurrección ( Jn 20, 24-29) y su presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2, 1-14).

Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. La tradición le asigna como actividad misionera Persia y la India. La ciudad hindú de Calamina, donde se supone que murió, no ha sido identificada. Santo Tomás murió mártir Sus restos fueron traslados a Edesa.

Vamos a contemplar la figura de Sto. Tomás a la luz de ese amor de Dios que siempre persigue al hombre para que se salve y llegue al conocimiento de la verdad. Es una de las formas más bellas de ver la misericordia divina.

Dios siempre persigue al hombre cuando éste se sale del camino del amor y de la verdad que él le ofrece. La misericordia no es tanto una actitud pasiva de Dios, siempre dispuesto a perdonar, cuanto una acción de Dios positiva consistente en buscar la oveja perdida una y otra vez. El Evangelio está lleno de imágenes bellísimas de este estilo de Dios. Desde el buen Pastor que abandona el rebaño a buen recaudo para ir a buscar a la oveja perdida, hasta ese Cristo que providencialmente se hace presente siempre allí donde alguien le necesita, la realidad es que Dios persigue al hombre una y otra vez ofreciéndole su Corazón abierto para que vuelva.

La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él.

Desde el momento en que Dios crea a cualquier ser humano, esa persona se convierte en objeto inmediato del amor de Dios. A partir de ahí Dios se hace garante de un compromiso destinado a lograr, respetando la libertad humana, la salvación del hombre. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado, Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará.

Desgraciadamente el hombre con frecuencia toma a broma este amor de Dios. Cree que la misericordia divina consiste en burlarse del amor de Dios que siempre terminará perdonando, incluso sin que medie la petición de perdón. Así muchos seres humanos juegan inconscientemente a lo largo de la vida con la misericordia divina, olvidándose de aquellas palabras de S. Pablo: "Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación". En esta actitud se da un equívoco de fondo. Nada tiene que ver la Misericordia infinita de Dios con la certeza de que el hombre va a estar dispuesto a pedir perdón un día. La Misericordia divina siempre estará asegurada; no así la petición de perdón del hombre. La Misericordia divina necesita la actitud humilde del hombre que reconoce su mentira, su equivocación, su deslealtad al amor de Dios.

A pesar de los pecados cometidos, una y otra vez, nunca hay motivo o razón para dudar de la Misericordia divina. El amor de Dios es más grande que nuestros pecados, por terribles que fueran. Ahí tenemos a Pedro, a Zaqueo, a la mujer adúltera, a tantas personas pecadoras con quienes Cristo se encontró. Nunca encontraron en él el reproche amargo, el rechazo cruel, la crítica amarga. Al revés, todos los pecadores, que reconocieron su pecado, encontraron en Cristo el perdón, el aliento, el ánimo, la esperanza que tanto les ayudó a encontrar el camino de la paz y del bien. No deja de tener un significado muy consolador esa imagen del Crucificado, en la que Cristo, clavado en la Cruz, tiene los brazos abiertos para siempre, convirtiéndose así en la imagen de ese Dios que siempre espera, que siempre acoge, que siempre abraza.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

lunes, 2 de julio de 2012

CAMBIAR DE AIRES

¿Por qué me dejé atrapar por un túnel de negatividad y olvidé que para el cristiano existe un horizonte de esperanza?
El aire está cargado. Roces en casa o en el trabajo, problemas con un amigo, noticias desconcertantes, han llenado mi corazón de miedos, de angustia, de rabia, de desesperación.

Noto que me asfixio. El horizonte parece gris, confuso, incierto. La vida parece sin sentido, absurda, casi trágica.

De repente, un movimiento interior del alma me lleva a levantar los ojos y el corazón a un horizonte distinto, maravilloso, bueno: Dios es Padre, Cristo es Salvador, el Espíritu Santo consuela a los creyentes.

¿Tan fácil es cambiar de aires? ¿Cómo, entonces, pasé días, semanas, quizá meses, asfixiándome? ¿Por qué me dejé atrapar por un túnel de negatividad y olvidé que para el cristiano existe un horizonte de esperanza, de Pascua, de misericordia?

Es misteriosa la existencia humana. Somos capaces de morir de sed a unos pasos de la fuente. Incluso a veces llegamos a la desidia más completa cuando tenemos fuerzas en los brazos y energías escondidas con las que podríamos sembrar de bondad un rinconcito del planeta.

Dios, mientras, espera. No puede obligarnos a tener vivas en los corazones las verdades propias de la fe católica. No puede arrancar la mala hierba que dejamos crecer en nuestras almas. No nos ata a un poste de luz para que no podamos llegar a ese gesto absurdo que se llama pecado.

Dios espera, y llama. Porque somos hijos, porque somos débiles, porque somos frágiles, porque hemos pecado tantas veces. Vino, precisamente, a buscar la oveja perdida, a encontrar la moneda caprichosa, a abrazar al hijo que huele a porqueriza (cf. Lc 15).

Vino porque no puede olvidar que somos obra de sus manos, porque me amó al crear a Adán y Eva, y porque volvió a amarme en la Encarnación del Hijo. Vino, simplemente, para invitarme a un aire nuevo, a un mundo hermoso, a una Jerusalén celeste, a las fiestas, eternas, del Cordero.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 1 de julio de 2012

FELICÍTEME, ME SAQUÉ UN SIETE

Si no eres feliz es porque te has resignado. Si no te sientes realizado es porque te has resignado.

Pasando un día por el patio de juego de un colegio de niñas, vi que una alumna estaba gritando de contenta y diciendo a sus compañeras: ¡Felicítenme, me he sacado un siete!. Pero, yo le dije: "Te doy mi pésame". Sumamente extrañada se volvió para preguntarme: ¿Por qué, si he pasado? "Sí, has pasado, pero si pudiste obtener mejor calificación, y tú te conformas con ese siete, yo prefiero darte el pésame".

En otra ocasión encontré a una niña de segundo de secundaria llorando desconsoladamente y le pregunté la causa: "Es que la maestra me ha puesto nueve y yo me merecía un diez". Aquellas lágrimas me gustaron más que la alegría exagerada de la otra alumna; le sugerí que fuera con la maestra para que revisará el examen y efectivamente le dieron el diez. ¡Me gusta la gente que le tira al diez!

En la asignatura de la vida, no sólo en los estudios, cada una va sacando su propia calificación; hay personas que se conforman con un siete, es decir, con la mediocridad, con lo mínimo en su carrera, en su trabajo, en su profesión, en su familia, en su religión, en todo. No sé si exagero pensando que de 100 personas, el 95 por ciento acaban asentándose en la mediocridad, son los que se lamentan de su mala suerte en su vida, mientras que le 5 por ciento restante despierta por las mañanas pensando en la forma de hacer las cosas, en vez de razonar las causas por las que no pueden ser hechas.
De ese escaso 5 por ciento salen los mejores hombres y mujeres de nuestro mundo, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida de la grandeza, son aquellos que no se resignan a morir en la mediocridad, siguen siempre adelante a pesar de los fracasos, caídas, problemas; son lo que no se dan por vencidos, los que siempre intentan una y otra vez más las cosas. Son los que no dicen: "esto es imposible", sino que lo hacen posible, aquellos que dan un paso más, y si no es suficiente otro y otro. Son quienes no piensan: "Aquí no hay nada que hacer", sino: "Aquí está todo por hacerse." A ellos también les cuesta subir la montaña, se arañan las manos y los pies sangran, pero ellos piensan en la cima, sueñan con llegar a la meta prefijada.

Estos son nuestros modelos de grandeza, los hay para todos los gustos, para todos los tiempos, en cualquier edad. Los vemos muy subidos en su pedestal como al alpinista en la cumbre, pero empezaron su escalada en el valle donde todos vivimos.

Todos empezamos en el mismo lugar la subida; pero a medida que crece la altura empiezan a destacarse. Los otros empiezan a toser, se paran a contemplar el paisaje, les entra el mal de montaña, sienten nostalgia del valle y dan media vuelta a casita. Unos siguen subiendo, son ellos los que son como todos, pero quieren ser diferentes, los que eran igual a nosotros, igual de malos, de tontos, de mediocres; quizá hasta peor que nosotros, pero un día dieron el primer paso que les llevaría hasta las cumbres. Ellos y ellas también supieron de fracasos, de amarguras, de miserias terribles, tuvieron épocas fatales como las nuestras o peores que las nuestras.

De ahí que no importa de dónde se sale, dónde se comienza, sino dónde se termina, a dónde se quiere llegar. No importa lo que hayas hecho o hayas dejado de hacer antes de hoy, lo que importa es lo que estás decidido a hacer de hoy en adelante.

La diferencia entre los grandes hombres y nosotros está en solo eso, ellos quisieron, nosotros no. En la vida de estos hombres y mujeres grandes hubo un día grande en que tomaron su decisión, que era de por vida, y esa entrega rompió de una vez por todas, con las medias tintas, las flojeras, los temores; ellos se plantearon su meta crudamente, valientemente: o todo o todo, o sí o sí. Un amor apasionado les llevó a la aventura, una voluntad de acero les ayudó a la realización de la tarea, y ahí los tenemos en la cumbre: los grandes de todos los tiempos, los grandes de nuestro tiempo.

¿Y tú y yo qué necesitamos para realizar esta aventura? ¿Medios? Hay medios de sobra ¿Tiempo? Tienes todo el necesario; pero hace falta algo, ¡querer!; el día que tú quieras..., pero, ¿querrás algún día?



SI NO ERES FELIZ ES PORQUE TE HAS RESIGNADO. SI NO TE SIENTES REALIZADO ES PORQUE TE HAS RESIGNADO. SI TE SIENTES FRACASADO ES PORQUE TE HAS RESIGNADO A LA MEDIOCRIDAD.
Autor: P Mariano de Blas.

sábado, 30 de junio de 2012

LA CARIDAD ANIMADORA DE MARÍA

María, ten caridad con nosotros y enséñanos a rezar, porque nos conformamos con nuestras devociones y creemos que con eso, basta.

María en PENTECOSTÉS

Hechos 1, 14)


Composición de Lugar: "Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste" (Hechos 1, 14). Ahí estaba María con los apóstoles, en oración íntima, preparándoles para la venida del Espíritu Santo, animándoles, pues Jesús se acababa de ir al cielo, y ellos se sentían solos, desprotegidos y con mucha añoranza del Maestro. ¿Qué les diría María? ¿Cómo les animaría? Cuántos recuerdos se agolpaban en la mente y en el corazón de María y de los apóstoles. Metámonos también nosotros en ese Cenáculo para prepararnos, con María, para la venida del Espíritu Santo. María ya tenía una larga historia personal con el Espíritu, desde la Encarnación. ¿Quién mejor que Ella para enseñarnos cómo prepararnos para Pentecostés?

Petición: Señor, que sea un gran animador entre mis hermanos los hombres, con una caridad que transmita seguridad, consuelo y aliento, a ejemplo de María en el Cenáculo.

Fruto: Ser siempre a mi alrededor un auténtico paráclito (animador y consuelo) para mis hermanos, como lo fue María en Pentecostés con los apóstoles a quienes ayudó a prepararse para recibir al Espíritu Santo.


Puntos:

1. La caridad de María les enseñaba con paciencia de madre y maestra a rezar a los apóstoles durante la espera de Pentecostés: ¡Qué dichosos los apóstoles que pudieron orar junto con la Virgen! Ella dirigiría la oración. Ella daría ejemplo de fervor. Sólo con mirarla a Ella, se disiparía el cansancio, la tibieza, las distracciones de los apóstoles. Esta caridad de María comprendía el tedio de los apóstoles que estaban ya fatigados de tanto esperar. Esta caridad de María excusaba los defectos de estos hombres tan llenos de defectos todavía, pero cuyo amor a Cristo su Hijo era evidente. Esta caridad de María animaba a estos apóstoles que experimentaron la ausencia de Cristo, después de tres años de tanta intimidad con Él. Les enseñaba a rezar. Enseñar a quien no sabe es una obra de misericordia, es un acto de caridad sublime. Enseñar a rezar, porque María sabía que la oración es fuerza, es luz, es consuelo para el camino. Les enseñaba a rezar con humildad, con confianza, con perseverancia y con corazón limpio y desinteresado. Les enseñaba esa oración personal e íntima, amasada de fe y gratitud, de entrega y humildad. Y también les enseñaba la oración comunitaria, hecha como Iglesia, en nombre de la Iglesia.

Ah, María, ten caridad con nosotros y enséñanos también a nosotros a rezar, porque nos conformamos muchas veces con nuestras devociones y creemos que con eso, basta. La oración es mucho más que rezar nuestras devociones privadas. Es abrirme y escuchar a Dios como persona, con toda mi mente, corazón, afecto y voluntad, y donde Dios me transforma poco a poco, y así poder hacer en mi vida su santísima voluntad.


2. La caridad de María les ayudó a abrir la mente, el corazón y la voluntad de los apóstoles para recibir el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El primer "Pentecostés" para María, por así decir, fue el día de la Anunciación, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella e hizo el milagro de la fecundación del Verbo en su seno. La caridad de María les enseñó cómo abrir la mente, el corazón y la voluntad para la venida del Espíritu Santo. Les decía que abrieran la mente, porque el Espíritu Santo es Luz que les iluminaría para que comprendiesen el mensaje de su Hijo Jesús antes de predicarlo. Les decía que abrieran el corazón, porque el Espíritu Santo es Amor que limpia toda impureza y deseos terrenos, y de esta manera harían de su corazón un auténtico oasis donde Cristo podría reponer sus fuerzas e intimar con ellos. Les decía que abrieran su voluntad, para que el Espíritu Santo les llenase de fuerzas para después ser valientes testimonios de Cristo, como realmente lo fueron. Oh, María, dime cómo tengo yo que abrirme a este Don Supremo del Espíritu.


3. La caridad de María fue aliento y estímulo para lanzar a estos apóstoles por el mundo entero predicando el evangelio de su Hijo. Les dijo que ya estaban capacitados para ir y predicar con valentía la buena nueva de su Hijo Jesús. Les dijo que no tenía que importarles lo que dijeran o dejaran de decir los otros, pues el Espíritu Santo pondría las palabras acertadas en su boca. Les alentó para que no se desanimasen ante las dificultades que encontrarían en muchas casas y ciudades. Les consoló el corazón, tan necesitado del cariño maternal. Les aseguró que el Espíritu es viento impetuoso que les llevaría con fuerza por todos los rincones del mundo. Les aseguró que el Espíritu es lengua de fuego que se les meterá en el corazón y les hará hablar sin miedo y sin cobardías, hasta convertirles en celosos apóstoles y mártires. Les aseguró que el Espíritu restaurará la unidad perdida en Babel, donde el orgullo humano fue castigado con la diversidad de lenguas.

El Espíritu es forjador de unidad y comunidad. Ahí está María en esta primera Iglesia, en esta Iglesia primitiva. Está en medio de la Iglesia naciente. Está como la madre de Jesús, amándolo en estos hombres concretos que Él había elegido.

Conoce las debilidades y los miedos de esta primera comunidad eclesial y la ama en su realidad concreta. Les dice que a ellos se les ha encomendado el Reino. La pequeñez de los instrumentos no asusta a María. La presencia de María en este Cenáculo es solidaridad activa y consoladora con la comunidad de su Hijo. Ella es la que con mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu. Ella es la Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para esa Iglesia naciente que es la continuación de la obra de Jesús. Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas. Ignoramos cómo transcurrieron los últimos años de María y también cuándo y dónde aconteció el final de su vida terrena. Pero seguramente fueron años de íntima unión con Cristo y con su obra. Y ese final marcó el inicio de otra forma de existencia, junto al Señor glorificado y junto a nosotros. Ella desde el Cielo sigue derramando su caridad con su mediación e intercesión por nosotros, sus hijos.


Preguntas para reflexionar:
·  ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? ¿Puedo decir que es para mí Luz para mi mente, consuelo para mi corazón y fuerza para mi voluntad?
·  ¿Suelo ser para mis hermanos "paráclito", es decir, consuelo y aliento, como lo fue María para los apóstoles? ¿O por el contrario los demás se apartan de mí porque soy portador de negativismo, disgustos y reclamos?
·  ¿El Espíritu Santo me lanza a llevar el mensaje de Cristo por todas partes: en mi casa, entre mis vecinos, en mi trabajo, con mi grupo de amigos? ¿O soy cobarde y tengo respeto humano para hablar y dar testimonio de Cristo?
·  ¿Cómo es mi relación con María Santísima, madre de Cristo, madre de la Iglesia y madre mía: filial e íntima, esporádica o constante?
Autor: P Antonio Rivero LC.