Autor Javier Muñoz-Pellin
“Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lc. 2, 6-7).
En Belén tiene lugar un gran Misterio: no se trata sólo de la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la Persona del Verbo. Esto es la quintaesencia del misterio de la Encarnación. En Belén nace Dios a la vida humana: Dios se hace hombre. No es que asuma una naturaleza humana sino que la es. Esto es lo asombroso.
La realidad humana, este mundo, es contingente, histórico, finito, concreto, etc. Y no parece que sea el ámbito propio más que para la vida de seres concretos, finitos, históricos. No parece que sea el ámbito propio de la vida para Dios.
El Misterio al que asistimos en Belén es la aparición del Hijo de Dios que vive una vida humana. El Niño de Belén es la traducción de la vida del Hijo Eterno del Padre, al idioma de la realidad humana; es como la expresión, con las categorías de este mundo, de la vida eterna del Verbo. Por lo tanto es también su introducción en la Historia
El ambiente en el que Cristo nace es fuertemente contrastante con lo que nos parecería lógico. Uno de los aspectos más llamativos es la pobreza.
Si a cualquiera de nosotros nos hubiera planteado el Padre Eterno cómo debía ser el ambiente en el que naciera el Hijo, muy probablemente hubiéramos señalado como condiciones indispensables, esenciales, exigibles por la condición del Naciente, algo muy distinto del plan de Dios.
Pero ese plan, no puede ser fruto de un descuido, nadie podría pensar que, en realidad, Dios no se ocupó de preparar las cosas para su Hijo, y así el resultado fue todo improvisado y, como consecuencias de esa improvisación, las cosas salieron muy mal.
Tampoco pude ser fruto de un deseo negativo, como si dijéramos que Dios se propone sin más hacerlo pasar mal. Dios no desea nunca el mal, ni el dolor, ni el sufrimiento, sino la felicidad, la alegría, el gozo, la vida. Ciertamente nosotros reconocemos el designio de Dios en algunos hechos que nos causan dolor, pero Dios no puede querer el mal en sí mismo. La pobreza, la privación, en cuanto tal, son negativos, no pueden surgir de Dios.
Todo esto debe ser muy ilustrativo de qué es lo que Dios valora, de cuál es su criterio de elección. Sí, nosotros debemos mirar todo este Misterio del Nacimiento; debemos reconocer que Dios lo debe tener aquí todo muy previsto y todo muy preparado. Además, como siempre, todo se realiza según sus planes pues “Deus providentia sua omnia disposuit suaviter et fortiter” (Dios en su amorosa providencia, dispone las cosas con suavidad y fortaleza). El contraste entre Belén y lo que hubiéramos hecho nosotros nos plantea qué lógica usó Dios.
Efectivamente, hay muchos posibles campos donde poner el corazón o las preferencias y .eso, lo comprobamos muchas veces en los ámbitos humanos.
El Señor nos advierte por San Pablo: “emulamini charismata meliora (aspirad a los mejores bienes). Es una advertencia llena del conocimiento de la condición humana, que puede poner el corazón y gastarse la fortuna en cosas muy diversas. Nosotros podemos invertir nuestros años, nuestro talento, nuestras cualidades en opciones distintas.
El consejo de San Pablo nos advierte de que hay diversas posibilidades, pero hay que acertar.
Esto implica un gusto por lo bueno, porque sería penoso no saber orientarse a la hora de invertir nuestra fortuna, sobre todo cuando nuestra fortuna es precisamente nuestra propia vida, nuestra propia alma. Como la gente que tiene mucho dinero e invierte en Bolsa, debe dejarse ayudar por expertos que saben por dónde va la Bolsa, así también nosotros hemos de tener una sensibilidad para elegir, para invertir bien, para que nuestros esfuerzos conduzcan efectivamente al efecto deseado.
También hemos de estar atentos para no ser “pillados” por los engaños: hay espejuelos que intentan hacerse con nuestro corazón, y sería muy penoso dejarse entrampillar de esa manera. Invertir en una entidad financiera parecía un negocio redondo; con el paso del tiempo ocurre que era un negocio ruinoso. Ahora hay auténticos propagandistas que son expertos conocedores de los resortes, de las emociones, de las tendencias; que piden que demos nuestra vida y prometen con mucha persuasión bienes que, en realidad, no pueden dar la felicidad. En concreto, está el peligro de las ataduras de los bienes temporales; su atractivo debe ser muy fuerte y su peligro debe ser muy grande, a juzgar por todo lo que dice el Señor sobre estos bienes.
Después de estas consideraciones volvemos a mirar la gruta de Belén. Mirar cómo se preparó su casa Dios cuando vino a vivir a la tierra. Son la muestra de cuáles son las riquezas que valora el Omnipotente. No se detuvo en montarse una casa muy bonita -es que eso no le importaba- o muy cómoda o con muchos medios materiales, médicos de comodidad, etc. En cambio, puso todos los cuidados, hasta los detalles más nimios, en preparar a las personas de su casa. Ahí se muestra qué es lo que Dios valora: santidad, finura interior, delicadeza, humildad. Esta es la “riqueza” de Belén.
Nuestra vida en familia debe ser un rincón de la casa de Nazareth. Esa vida ha de ser rica y fecunda, con un puchero “pobre” pero “riquísimo” y generoso. El tesoro de una Navidad en la intimidad con Dios, visitando más el Sagrario. El amor a la Virgen. Las tradiciones familiares guardadas como tesoro de gran valor: el Belén, los villancicos, el beso a los pies del Niño Jesús. Los bienes materiales vendrán por añadidura; no poner el corazón en ellos. Entender que el Señor se preparó la mejor casa del mundo: a Santa María y a San José. La riqueza de Belén no son las cosas, sino la entrega de estas dos personas. ¿Qué puedes tú ofrecer a Jesús en esta Navidad? Tu entrega para cumplir siempre y en todo la Voluntad de Dios. Esto lo entiende bien quien sabe querer, quien ha dicho alguna vez: “contigo, pan y cebolla”.
“Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada” (Lc. 2, 6-7).
En Belén tiene lugar un gran Misterio: no se trata sólo de la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la Persona del Verbo. Esto es la quintaesencia del misterio de la Encarnación. En Belén nace Dios a la vida humana: Dios se hace hombre. No es que asuma una naturaleza humana sino que la es. Esto es lo asombroso.
La realidad humana, este mundo, es contingente, histórico, finito, concreto, etc. Y no parece que sea el ámbito propio más que para la vida de seres concretos, finitos, históricos. No parece que sea el ámbito propio de la vida para Dios.
El Misterio al que asistimos en Belén es la aparición del Hijo de Dios que vive una vida humana. El Niño de Belén es la traducción de la vida del Hijo Eterno del Padre, al idioma de la realidad humana; es como la expresión, con las categorías de este mundo, de la vida eterna del Verbo. Por lo tanto es también su introducción en la Historia
El ambiente en el que Cristo nace es fuertemente contrastante con lo que nos parecería lógico. Uno de los aspectos más llamativos es la pobreza.
Si a cualquiera de nosotros nos hubiera planteado el Padre Eterno cómo debía ser el ambiente en el que naciera el Hijo, muy probablemente hubiéramos señalado como condiciones indispensables, esenciales, exigibles por la condición del Naciente, algo muy distinto del plan de Dios.
Pero ese plan, no puede ser fruto de un descuido, nadie podría pensar que, en realidad, Dios no se ocupó de preparar las cosas para su Hijo, y así el resultado fue todo improvisado y, como consecuencias de esa improvisación, las cosas salieron muy mal.
Tampoco pude ser fruto de un deseo negativo, como si dijéramos que Dios se propone sin más hacerlo pasar mal. Dios no desea nunca el mal, ni el dolor, ni el sufrimiento, sino la felicidad, la alegría, el gozo, la vida. Ciertamente nosotros reconocemos el designio de Dios en algunos hechos que nos causan dolor, pero Dios no puede querer el mal en sí mismo. La pobreza, la privación, en cuanto tal, son negativos, no pueden surgir de Dios.
Todo esto debe ser muy ilustrativo de qué es lo que Dios valora, de cuál es su criterio de elección. Sí, nosotros debemos mirar todo este Misterio del Nacimiento; debemos reconocer que Dios lo debe tener aquí todo muy previsto y todo muy preparado. Además, como siempre, todo se realiza según sus planes pues “Deus providentia sua omnia disposuit suaviter et fortiter” (Dios en su amorosa providencia, dispone las cosas con suavidad y fortaleza). El contraste entre Belén y lo que hubiéramos hecho nosotros nos plantea qué lógica usó Dios.
Efectivamente, hay muchos posibles campos donde poner el corazón o las preferencias y .eso, lo comprobamos muchas veces en los ámbitos humanos.
El Señor nos advierte por San Pablo: “emulamini charismata meliora (aspirad a los mejores bienes). Es una advertencia llena del conocimiento de la condición humana, que puede poner el corazón y gastarse la fortuna en cosas muy diversas. Nosotros podemos invertir nuestros años, nuestro talento, nuestras cualidades en opciones distintas.
El consejo de San Pablo nos advierte de que hay diversas posibilidades, pero hay que acertar.
Esto implica un gusto por lo bueno, porque sería penoso no saber orientarse a la hora de invertir nuestra fortuna, sobre todo cuando nuestra fortuna es precisamente nuestra propia vida, nuestra propia alma. Como la gente que tiene mucho dinero e invierte en Bolsa, debe dejarse ayudar por expertos que saben por dónde va la Bolsa, así también nosotros hemos de tener una sensibilidad para elegir, para invertir bien, para que nuestros esfuerzos conduzcan efectivamente al efecto deseado.
También hemos de estar atentos para no ser “pillados” por los engaños: hay espejuelos que intentan hacerse con nuestro corazón, y sería muy penoso dejarse entrampillar de esa manera. Invertir en una entidad financiera parecía un negocio redondo; con el paso del tiempo ocurre que era un negocio ruinoso. Ahora hay auténticos propagandistas que son expertos conocedores de los resortes, de las emociones, de las tendencias; que piden que demos nuestra vida y prometen con mucha persuasión bienes que, en realidad, no pueden dar la felicidad. En concreto, está el peligro de las ataduras de los bienes temporales; su atractivo debe ser muy fuerte y su peligro debe ser muy grande, a juzgar por todo lo que dice el Señor sobre estos bienes.
Después de estas consideraciones volvemos a mirar la gruta de Belén. Mirar cómo se preparó su casa Dios cuando vino a vivir a la tierra. Son la muestra de cuáles son las riquezas que valora el Omnipotente. No se detuvo en montarse una casa muy bonita -es que eso no le importaba- o muy cómoda o con muchos medios materiales, médicos de comodidad, etc. En cambio, puso todos los cuidados, hasta los detalles más nimios, en preparar a las personas de su casa. Ahí se muestra qué es lo que Dios valora: santidad, finura interior, delicadeza, humildad. Esta es la “riqueza” de Belén.
Nuestra vida en familia debe ser un rincón de la casa de Nazareth. Esa vida ha de ser rica y fecunda, con un puchero “pobre” pero “riquísimo” y generoso. El tesoro de una Navidad en la intimidad con Dios, visitando más el Sagrario. El amor a la Virgen. Las tradiciones familiares guardadas como tesoro de gran valor: el Belén, los villancicos, el beso a los pies del Niño Jesús. Los bienes materiales vendrán por añadidura; no poner el corazón en ellos. Entender que el Señor se preparó la mejor casa del mundo: a Santa María y a San José. La riqueza de Belén no son las cosas, sino la entrega de estas dos personas. ¿Qué puedes tú ofrecer a Jesús en esta Navidad? Tu entrega para cumplir siempre y en todo la Voluntad de Dios. Esto lo entiende bien quien sabe querer, quien ha dicho alguna vez: “contigo, pan y cebolla”.