Autor: Pablo Cabellos
Comprendo a los discrepantes de la visita papal porque ni todo el mundo es católico ni todos los católicos andamos en la misma onda. Me cuesta más comprender a éstos de onda diversa, porque suele consistir en negar la necesaria coexistencia y complementariedad de tres asuntos sin los que perece la vida cristiana: tradición —no en el sentido de antiguo o anquilosado, sino de recibido de Dios— escritura y magisterio. Comprendo más a los que no tienen fe porque sin ella no se puede aceptar casi nada de lo sucedido de la JMJ y el papa. Y cada uno juzga desde sus coordenadas mentales.
He recordado la escena evangélica del encuentro nocturno, a escondidas, de Nicodemo con Jesús. Éste le habla un lenguaje diferente, incluso provocador. Se refiere a una vida nueva, un nuevo nacimiento. Nicodemo se asombra: ¿Cómo puede uno volver al seno de su madre y nacer de nuevo? Más adelante, Jesús dice: Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Hay que decir que, por los resultados —Nicodemo solicitará de Pilatos el cuerpo muerto de Jesús— la relación acabó bien.
Pero muchos se hallan en las iniciales palabras duras de roer. Porque sin fe en la tradición y la escritura leídas en la Iglesia, nada se entiende, hasta puede parecer lo más normal que Dios no exista, lo más razonable, pero pienso que a Dios se puede llegar por la razón, pero no puede ser comprehendido por ella. Sólo la fe tiene acceso. Creo que lo racional es que la idea total de Dios no puede caber en inteligencia alguna. Si cabe, no es Dios. Si pretendemos juzgar su existencia porque no cabe, tal vez es pretencioso.
Creyentes y no creyentes han acudido al argumento del gasto, de quién lo paga y de lo que habría hecho hoy día Jesús de Nazaret. Haré unas preguntas: ¿son locos de atar ese millón o dos que desean estar con un padre y que no producen actos de vandalismo? ¿No será una necesidad? Y si lo es, puede pagarlo quien quiera, pero incluso debería pagarlo el Estado. O ¿es menos necesario que un deporte masas, un concierto de rock, un sindicato que sufragamos todos, un partido político que costeamos todos o una monumental fuente que abonamos todos? Tampoco sirve el argumento: sí, pero no con mi dinero, porque, oiga, con el mío pagan muchas cosas que no me gustan y puedo decir que no me gustan, puedo expresarlo, pero sé que es legal. Podrán tomarnos por locos pero para una masa grande de población es más importante el servicio prestado por la religión, que los ejemplos citados, que tampoco tienen por qué ser incompatibles.
¿Se escandalizaría Cristo? Pienso que no: se utilizan medios actuales para difundir su mensaje. El papa es una persona de 84 años que, por seguridad, ha de ser visto por sus hijos en una especie de jaula, que no vive para sí mismo, mientras se prodiga en jornadas extenuantes. Y su mensaje ha sido uno: Cristo. Otros asuntos son el mismo: Cristo.
He recordado la escena evangélica del encuentro nocturno, a escondidas, de Nicodemo con Jesús. Éste le habla un lenguaje diferente, incluso provocador. Se refiere a una vida nueva, un nuevo nacimiento. Nicodemo se asombra: ¿Cómo puede uno volver al seno de su madre y nacer de nuevo? Más adelante, Jesús dice: Si os he hablado de cosas terrenas y no creéis, ¿cómo ibais a creer si os hablara de cosas celestiales? Hay que decir que, por los resultados —Nicodemo solicitará de Pilatos el cuerpo muerto de Jesús— la relación acabó bien.
Pero muchos se hallan en las iniciales palabras duras de roer. Porque sin fe en la tradición y la escritura leídas en la Iglesia, nada se entiende, hasta puede parecer lo más normal que Dios no exista, lo más razonable, pero pienso que a Dios se puede llegar por la razón, pero no puede ser comprehendido por ella. Sólo la fe tiene acceso. Creo que lo racional es que la idea total de Dios no puede caber en inteligencia alguna. Si cabe, no es Dios. Si pretendemos juzgar su existencia porque no cabe, tal vez es pretencioso.
Creyentes y no creyentes han acudido al argumento del gasto, de quién lo paga y de lo que habría hecho hoy día Jesús de Nazaret. Haré unas preguntas: ¿son locos de atar ese millón o dos que desean estar con un padre y que no producen actos de vandalismo? ¿No será una necesidad? Y si lo es, puede pagarlo quien quiera, pero incluso debería pagarlo el Estado. O ¿es menos necesario que un deporte masas, un concierto de rock, un sindicato que sufragamos todos, un partido político que costeamos todos o una monumental fuente que abonamos todos? Tampoco sirve el argumento: sí, pero no con mi dinero, porque, oiga, con el mío pagan muchas cosas que no me gustan y puedo decir que no me gustan, puedo expresarlo, pero sé que es legal. Podrán tomarnos por locos pero para una masa grande de población es más importante el servicio prestado por la religión, que los ejemplos citados, que tampoco tienen por qué ser incompatibles.
¿Se escandalizaría Cristo? Pienso que no: se utilizan medios actuales para difundir su mensaje. El papa es una persona de 84 años que, por seguridad, ha de ser visto por sus hijos en una especie de jaula, que no vive para sí mismo, mientras se prodiga en jornadas extenuantes. Y su mensaje ha sido uno: Cristo. Otros asuntos son el mismo: Cristo.
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