El impresionante hecho de la Resurrección de
Jesucristo es mucho más que un acontecimiento milagroso
Y si Cristo no resucitó, de nada les
sirve su fe: ustedes siguen en sus pecados. Y, para decirlo sin rodeos, los que
se durmieron en Cristo están totalmente perdidos. 1 Corintios 15:17 y 18
El
impresionante hecho de la Resurrección de Jesucristo es mucho más que un
acontecimiento milagroso. Sus implicaciones son incontables y reales para la
vida de todos los que hemos creído en su nombre y en la grandeza de su
divinidad. Haber sido levantado de la tumba por el poder del Padre significa
que ahora nosotros, los creyentes, seguidores de Jesús, tenemos un fundamento
sólido e inamovible para nuestra fe.
Si nuestra esperanza en Cristo se
termina con la vida presente, somos los más infelices de todos los hombres.
Pero no, Cristo resucitó de entre los muertos, siendo Él primero y primicia de
los que se durmieron. Un hombre [Adán] trajo la muerte, y un hombre [Jesús]
también trae la resurrección de los muertos. (1 Corintios 15:19-21)
Lo que hemos
aprendido de nuestra Iglesia es la base sobre la que, como cristianos,
edificamos nuestra vida, instituimos nuestra familia y trazamos nuestro
destino. Asimismo, podemos esperar, a partir de la gracia que se ha derramado
sobre nosotros con el sacrificio de Cristo en la cruz, el ser rescatados de
situaciones difíciles en las que no es suficiente nuestra capacidad humana.
Podemos ser
liberados de la desesperación, cuando vivimos momentos en los que las
circunstancias nos han rebasado y no tenemos más el control: el esposo o la
esposa se ha marchado de casa; hemos perdido el empleo y tenemos deudas que
pagar; un miembro de la familia está gravemente enfermo; un hecho climatológico
ha destruido nuestra casa, u otras terribles situaciones.
Asimismo, Dios
puede consolarnos de la tristeza, cuando hemos tenido una pérdida importante, o
cuando los problemas de la pareja o la familia van a extremos que
emocionalmente nos lastiman. Cuando David fue sanado y rescatado de la muerte,
escribió: “Tú has cambiado mi duelo en una danza, me quitaste el luto y me
ceñiste de alegría.” (Salmos 30:12). Porque toda tragedia, toda situación
dolorosa pasará, y si confiamos y nos aferramos a Dios, Él nos consolará de
toda tristeza.
Otra situación
de la que nuestro Señor puede levantarnos es el fracaso. Si nos sentimos
derrotados por haber cometido un error grave o por haber hecho una decisión
equivocada y las consecuencias están sobre nosotros, el sentimiento es
desolador. Pedro negó a Jesús, no una sino tres veces. Sin embargo, Jesús lo
perdonó cuando vio su arrepentimiento profundo, lo hizo un hombre nuevo, firme
y lleno del poder de Dios. Así también podemos recuperarnos y ser restaurados,
cualquiera que sea la situación.
El rey David
cometió adulterio y asesinato, arrastrado por una baja pasión, y esto lo colocó
bajo una culpa terrible que lo apartó de Dios. Pero cuando confesó su pecado,
recibió alivio y perdón. Hasta que no lo confesaba, se consumían mis huesos,
gimiendo todo el día. Tu mano día y noche pesaba sobre mí, mi corazón se
transformó en rastrojo en pleno calor del verano. Te confesé mi pecado, no te
escondí mi culpa. Yo dije: “Ante el Señor confesaré mi falta”. Y tú, tú
perdonaste mi pecado, condonaste mi deuda. (Salmos 32:3-5) La culpa puede
ser unan opresión insoportable, pero Jesús con su muerte y resurrección ganó
para nosotros el perdón, no importa cuán grande haya sido nuestro pecado. Pero
si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará nuestros
pecados y nos limpiará de toda maldad. (1 Juan 1:9)
Al morir en la
cruz, Jesús cargó sobre sí toda enfermedad. Él soportó el castigo que nos trae
la paz y por sus llagas hemos sido sanados (Isaías 53:5b). Como hijos suyos, podemos reclamar esta promesa y hacer nuestra la sanidad
a la que tenemos acceso. Sus heridas, su sangre derramada, su agonía, su muerte
y resurrección fueron el precio que Él pagó para que nosotros hoy podamos gozar
de sanidad.
Gracias a Dios
que nos mostró su poder y su plan para nosotros cuando resucitó a su Hijo
Jesucristo y lo sentó a su diestra en los lugares celestes. Ahora podemos venir
a Él para recibir perdón, liberación, sanidad, consuelo, restauración y, cuando
muramos… vida eterna.
Por: Maleni Gride | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico