"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 1 de agosto de 2012

El Corazón de Jesús al Mundo

P. LORENZO SALES
Misionero de la Consolata


El Corazón de
Jesús
al Mundo



De los escritos de
Sor M. Consolata Betrone
Monja Capuchina




PRESENTACIÓN

En la reunión del Día Mundial de la Juventud en Denver, S. S. Juan Pablo II, narra la historia de este siglo que se vuelve al final como sí en la larga trayectoria humana vemos siempre el presente, el encuentro entre el bien y el mal, entre la gracia de Dios y el poder del maligno, mas nunca como en este siglo con esfuerzo, firmeza, claridad y decisión.
Sorprendentemente es también el tiempo en que más frecuente e insistentemente toca la llamada de nuevo a la bondad, ternura y misericordia de Dios; apelación que viene de Madre Esperanza de Collevalenza, de Sor Faustina de Polonia, del Monje Silvano de la Montaña de Athos y encuentra la confirmación en la Encíclica luminosa de 1980 “Dives in misericordia”, una página extraordinaria que ayuda a que nosotros vivamos esta última línea del itinerario hacia el gran jubileo, el año del Padre “rico en la misericordia”.
Se trata de una convicción profunda, una fe arraigada, un “instinto espiritual” que los creyentes encuentran en la Sagrada Escritura como un hilo rojo que invade y une toda la historia de la salvación, comenzando por el Señor que escucha el lamento de Israel esclavizado en Egipto hasta encontrar su punto más alto en las palabras y en la persona de Jesús, que no vino por los justos, sino por los pecadores y en el misterio de la cruz revela la profundidad del amor divino aquel “beso dado por la misericordia a la justicia” (Dives in misericordia, n.9).
Las almas que han experimentado una vocación particular para consolidar el misterio de la misericordia, se vuelven el anuncio a los hermanos y hermanas, para empezar la Virgen María, la Madre del Crucificado y por consiguiente la Madre de la Misericordia, “llamada de manera especial a acercar a los hombres a ese amor que su Hijo viene a revelar” (l.c.).
En esta parte del testimonio de la vida y de los escritos de Sor Consolata Betrone, una criatura simple que entra en el círculo de aquéllos por los cuales Jesús bendice a su Padre: “Yo te bendigo... porque has escondido estas cosas a los sabios y lo has revelado a los pequeños” (Mt 11,25). Una monja Capuchina humilde y oculta a tal punto que, habiendo descubierto en los escritos de Santa Teresa de Lisieux en “el caminito”, no duda llamar que quiere recorrer “el pequeñísimo camino del amor”. Pasa, entonces que estas notas nacieron del diálogo consigo misma sobre el amor de Dios y destinadas a permanecer ocultas, se convierten en luz espiritual para las almas que buscan “un mensaje de amor” de utilidad extraordinaria.
Cuando leí en la historia de la tierra de Saluzzo sobre la presencia en los últimos siglos de tantos Monasterios consagrados totalmente a la oración y la contemplación y también la historia de los frailes Capuchinos que con su trabajo silencioso, generoso y tenaz han ayudado a volver a la comunión de la Iglesia católica a muchos corazones desviados por doctrinas extrañas; no me sorprende ver germinar al inicio del siglo XX esta planta “pequeñísima” término que le era querido y destinada a permanecer y a crecer con el paso del tiempo.
Es “necesario que la Iglesia de nuestro tiempo tome una conciencia más profunda y particular de la necesidad de dar testimonio de la misericordia de Dios” (l.c., n.12). Este libro es un instrumento precioso porque es sencillo y accesible, es una propuesta concreta para un camino de perfección.

DIEGO BONA
Obispo de Saluzzo.


INTRODUCCIÓN

1. El desafío de la mística.

Estas páginas nos transmiten la voz virilmente suave de un alma que vivió con nosotros en medio de las revueltas de la tormenta, recogiendo en su espíritu todo el dolor de la tierra y todo el esplendor del cielo.
A quien forma filas en la afligida caravana, buscando con las ansiedad de sus ojos arrasados en lágrimas, empañados por la desesperación, una solución satisfactoria, esta alma privilegiada –que conoció todas las ansias de su época y experimentó todas las certezas de su fe-, ha dejado una herencia espiritual que logra hacer penetrar un rayo de sol en la lóbrega espesura de la noche.
De esta preciosa herencia, que va a exponerse en las siguientes páginas, debería prendarse el lector, no limitándose a pasar por ella superficialmente, sino procurando usar de madura reflexión para sacar de su lectura el mayor provecho posible: se trata de las palabras de Jesucristo y cuando el Maestro habla, todo el que se siente discípulo suyo y todo hombre, puesto que todos llevamos un rayo reflejo de su divina Luz, que nos hace racionales, debiera acoger con veneración, y poseer con esmerada firmeza cuanto Él enseña.
Acaso fue así en otros siglos de mucha fe. No ocurre hoy lo mismo; el sentido crítico, que hubiera debido llevarnos a madurez de juicio, ha terminado por atacar la vida del espíritu en sus mismas raíces y aún los alejados de la crítica del pensamiento no se han substraído al influjo de este mal del siglo y, sin declararse escépticos, permanecen desconfiados o por lo menos perplejos.
Así me ocurrió a mí, cuando vino a mis manos el grueso paquete que contenía un manuscrito de cerca de ciento treinta páginas en formato mayor, donde se exponía “un mensaje de amor del Corazón de Jesús al mundo”. La carta que en él se incluía me suplicaba con deferente insistencia que lo revisara “in via privata” y viera “si había en ello algo contra la fe y la sana teología, dogmática o ascética”.
Manos a la obra, me dije. Y realizada la labor, me piden ahora un “prologuito”, alegando que “como la obrita, conforme a las promesas de Jesús a Sor Consolata, habrá de difundirse mucho, vendría muy bien un prologuito de V. P. Revma...”.
Si no me desmayé ante semejante demanda fue, sin duda, debido a la intercesión de algún alma encargada de proteger desde el cielo a los que se les piden que revisen los manuscritos o de propinar el puntapié al chiquillo que no se decide a salir de casa. Peor aún si se le dice a uno: “pasa revista a este muchacho y preséntaselo graciosamente a la sociedad”.
Pero se trata del Rvmo. P. Lorenzo Sales, misionero de la Consolata que llamaba a mi puerta y muchos recuerdos se agolparon y bulleron dentro, desde aquel lejano 1939 cuando juntamente con mi hermano y amigo el P. José Girotti, inmolado en  Dacau el 1º de abril de 1945, dábamos clases a los estudiantes del Corso Ferrucci. Vinieron después a mi mente los estudios sobre la espiritualidad del siervo de Dios, Cgo. José Allamano, fundador del Instituto. En fin, mediando tantas amistades, próximas y lejanas, en este viejo mundo europeo y en el nuevo mundo americano, ¿cómo decir que no?
Y a fin de cuentas, ¿de qué se trataba? De una monja capuchina y la tarea me parecía simpática. ¿Cómo no amar a estos hijos de San Francisco, tan menospreciados frente a las conveniencias y formulismos de un mundo secularizado? Acababa de leer “L’ Eminenza grigia” de Aldous Huxley y la figura del P. José capuchino –Francesco Le Clerc Du Tremblay-, confidente y consejero de Richelieu, la tenía aún viva en mi mente, dándome un poco de fastidio, por el trágico equívoco en que se desenvuelve su acción, oscilante entre el profeta y el diplomático. La visión de un alma capuchina vibrante en el flujo místico de los santos carismas me devolvería un poco de paz para huir de todo equívoco.
¿Cómo, pues, no tomar en serio el volumen? Se trata de un mensaje de amor del Corazón de Cristo, el dulce Maestro, y debo juzgar si hay algo en él en contra de la fe y la sana teología. ¡Casi nada! ¿Quién podría asumir semejante trabajo? No es extraño se me diga: “Mira, se trata de una cosa privada, de un asunto confidencial”. Ciertamente. Y; sin embargo, se espera mi juicio y os aseguro que tratar ciertos asuntos no es como beberse un vaso de agua.

2. Actualidad de un mensaje.

“En la secuela de Sta. Teresita” dije, y con estas palabras me tranquilicé. Encausaba mis pasos la característica joven que en “la llama ardiente” de Elías encontró el arrojo del espíritu que se evade de toda estrechez y de todo compromiso, señalando una vida de “renacimiento espiritual” mediante la caridad que es el “incendio” de Cristo y la “llama viva” de Juan de La Cruz. Pensaba también en Teresa Newmann, la campesina alemana que, conquistada por la Santa de Lisieux, no hace sino repetir de otro modo su vida y su mensaje.
Toca ahora el turno de Sor Consolata; piamontesa, había de ser maciza como sus montañas siendo de Saluzzo. Su espíritu debía ser como el Monviso que lanza al azul del cielo su cumbre luminosa y cándida. Nace allí el Po, que fecundiza toda la llanura y recoge todas las aguas, conduciéndolas al mar, y transformándolas en él, mar que se extiende a lo lejos y va a decir tantas cosas a otros mares lejanos.
Me he puesto a leer el Mensaje de Amor, paciente y atentamente y no sé decirte, lector, si era más vehemente el gozo que el temor. Ni siquiera podría explicarte la embriaguez que penetraba hasta los más recónditos senos del espíritu, entrando donde quiera sin pedir permiso. Puedes imaginarte que no era yo quien juzgaba el Mensaje, sino el Mensaje quien me juzgaba a mí.
Cómo haya salido de este juicio podría “cantarlo” si, como Agustín, supiese hacer mis “confesiones” en el sentido preciso de canto eucarístico a la misericordia de Dios, pero esta sola indicación te puede bastar para hacerte reconocer la línea de esta espiritualidad que habla del himno del júbilo del Maestro Divino (Mt 11, 25-30).
25. “Te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber tenido ocultos estos misterios a los que se tienen por sabios y por haberlos hecho manifiestos a los pequeños.
26. Sí, oh Padre, (Te alabo) por haberlo así dispuesto.
27. Todo me ha sido dado por mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a quienes el Hijo quiera revelarlo.
28. Venid a Mí todos los que estáis fatigados y oprimidos, y Yo os confortaré.
29. Tomad sobre vosotros mi yugo, aprended de mí que soy manso y humilde de corazón; y encontraréis  descanso para vuestras almas.
30. “Porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.
Todo este Mensaje de Amor es una explicación y un desarrollo del motivo fundamental que resuena en el Himno Evangélico, no ya a modo de añadidura, sino como desenvolvimiento inexhausto de la riqueza divina. Por eso el Hijo, queriendo revelar al Padre a las almas humildes que por Él al Padre se acercan, puede obrar a modo de Maestro que se revela a sí mismo, pero te advierto, lector, que esta su revelación –sobre todo cuando es carismática, en cuanto destinada al bien, de la sociedad, que es la Iglesia-, nunca está ordenada a llevar una nueva doctrina de fe, pero sí, destinada siempre a encauzar la conducta de los hombres hacia la Verdad saludable que da a conocer a Jesucristo y a sus Apóstoles en los libros del Nuevo Testamento, bien entendidos, conforme a doctrina de la Iglesia Católica, que conoce el sentido y posee la vida de estos libros.
Sor Consolata figura entre aquellos de quienes Santo Tomás de Aquino dice: “Propfetiae spiritum habentes, non quidem ad novam doctrinam fidei depromendam, sed ad humanorum actuum directionem” (Suma Teológica II-II, q. 174, a 6, ad. 3). Tales palabras del Santo Doctor permiten apreciar todo el valor de este Mensaje Divino en esta hora presente.

3. El imprimátur del amor

Acaso alguien podría permanecer perplejo sobre la realidad de esta manifestación y pensar que Sor Consolata, hablándose a sí misma, se haya imaginado hablar con el Otro y que Éste, a su vez, le dirigía la palabra. Y viene espontáneamente a la memoria lo que nuestro agudo Manzoni dice a Doña Práxedes: “...Toda su preocupación era secundar todos los quereres del cielo, pero muchas veces era víctima de un torpe error que le hacía tomar su cerebro por el cielo”.
Es ésta una sutilísima forma de soberbia que va del truco literario a la ilusión mística, a través de las más impensadas maneras de narcisismo: la prolongada contemplación de uno mismo termina suscitando una especie de embriaguez en la que, como el joven Narciso se ahogó en la fuente donde se reflejaba su imagen, naufraga el espíritu. Narciso ha sido cantado por los poetas como la flor que brota de la muerte; el espíritu humano, ahogado en el amor de sí mismo –reprobable y triste-, produce también sus flores según las diversas manifestaciones literarias, filosóficas y místicas, pero sólo flores de muerte que brotan de la soberbia.
Ahora bien, Sor Consolata es humilde: “pequeñísima”; y la humildad es verdad, es decir luminosamente refulgente en el espíritu y armoniosamente encargada en la vida: por la humildad, que es la sumisión ontológica a Dios, Creador, y Dador de la existencia se llega a la subordinación psicológica, que hace converger todas las facultades hacia Él con reverencia temerosa y ambas establecen en la voluntad la debida sumisión a Él y a sus representantes en la tierra.
Con la humildad el corazón se abre a la gracia y cuando la ola saludable irrumpe en el alma es toda una primavera en flor que canta la alegría de la vida divina. Por eso en aquel cielo luminoso sin nube alguna del amor reprobable de uno mismo, brilla el sol de la eterna verdad: Jesús.

Y Jesús dice en el Evangelio. (Jn 14, 21).

“Quien ha recibido mis mandamientos, y los observa, ése es el que me ama”. “Y el que me ama, será amado de mi Padre y Yo lo amaré, y Yo mismo me manifestaré a él”.

Ya había dicho el autor sagrado en el Libro de la Sabiduría (Sb 1, 1-2)

“Buscadle con corazón sincero, porque los que no le tientan con sus desconfianzas, le hallan, y se manifiesta a aquéllos que en Él confían”.
“Él” es Dios, pero Jesús es la Sabiduría increada, el Verbo Eterno del Padre, que encarnado y hecho hombre, quiere revelar los secretos del Padre al hombre humilde que a Él se acerca con fe.
La promesa de Jesucristo: “Yo mismo me manifestaré a él”, es realidad en la Iglesia Católica, donde sus gracias de luz y su vida de amor abren a las almas nuevos e ilimitados horizontes divinos: Él se manifiesta suscitando el amor a Él y, cuando el alma es poseída por Él, la realidad de la promesa hecha produce sus admirables efectos, de lo que tenemos los más precisos testimonios en las vidas de los Santos.
La oración que, según San Gregorio Niceno, es conversación con Dios y contemplación de las realidades invisibles, no es ya un monólogo, que interesa más o menos al que ora, sino un coloquio espiritual, un verdadero diálogo. Santo Tomás de Aquino nos hace notar la relación íntima de los dos actos diciéndonos: “La conversación del hombre con Dios tiene lugar mediante la contemplación”: en las cimas supremas del espíritu besadas por el divino sol, se realiza, sin peligro de ilusión, la promesa de Jesús.
Todo esto puede verificarse normalmente a impulsos de la linfa vital divina que tiende a producir su efecto en la caridad perfecta, con el ejercicio cada vez más acentuado por los dones del Espíritu Santo: es el apretado conjunto de la “pequeñísima”; son los falanges innumerables de las almas cristianas fervorosas, que, fieles a Cristo, en cualquier coyuntura de la vida, llevan en sí el esplendor del heroísmo cristiano, de la santidad católica.
Pero cuando la sociedad de los creyentes presenta alguna exigencia espiritual propia, entonces se notan los dones carismáticos de las gracias gratis datae que se conceden a algunas almas privilegiadas, no en razón de su santificación que pertenece a la gracia habitual, sino en vista de la necesidad social de la Iglesia en su determinado momento histórico.
La contemplación, entonces, no es el rayo de luz que deja sentir lo que es necesario para la salvación eterna personal, sino la iluminación que permite ver y decir lo que es necesario para la salvación de las almas: es un don carismático que eleva a ciertas almas a la participación del “espíritu de profecía”.
El profeta es portavoz de Dios, un altavoz por el camino por donde pasa cansada y oprimida la caravana humana en viaje hacia la muerte: el alegre mensaje de amor anuncia la vida que no conoce ocaso, de parte de Dios que, bueno por esencia, está lleno de amor a los hombres. Ya lo dijo San Pablo al decadente mundo pagano. (Tit 3, 3-7):
“También nosotros éramos en otro tiempo insensatos, incrédulos, extraviados, esclavos de infinitas pasiones y deleites, llevando una vida de malignidad y de envidia, aborrecibles y aborreciéndonos los unos a los otros. Pero después que Dios Nstro. Señor manifestó su benignidad y amor para con los hombres, nos salvó, no a causa de las obras de justicia que hubiésemos hecho, sino por su misericordia, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu santo, que copiosamente derramó sobre nosotros, por Jesucristo nuestro Salvador; para que justificados por su gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que de ella tenemos”.

4. El camino de la confianza.

Este es el festivo Mensaje de amor en la primavera divina de la vida cristiana que hubiera debido resonar siempre en el corazón para inspirarnos armonías siempre nuevas de pensamiento y de acción: “Dios ama a los hombres”.
Pero la historia nos da a conocer los hechos que determinaron un oscurecimiento de los espíritus; muchos son los nombres de estos hechos, pero siempre son los mismos: el error y los vicios. En la historia europea se ha repetido lo que San Pablo deploraba en el mundo antiguo. (Rom 1, 21).

“...Habiendo conocido a Dios no le glorificaron como Dios, ni le dieron las gracias; sino que divagaron en su pensamiento, y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas”.

Y cuando en el corazón hay oscuridad la vida en la que ya no se filtra la luz de lo alto, se desenvuelve por los suelos y triunfan los instintos irracionales del animal: “Extranjeros en lo tocante a las alianzas”,  los hombres no tienen esperanzas y viven sin Dios en el mundo”. (Ef 2, 12).
El valor de este Mensaje de Amor transmitido al mundo por Sor Consolata tiene, atendida la perfección de su normal desarrollo, su propia actualidad, precisamente por este sentido de esperanza que lo hace tan confortable como bálsamo salutífero en las heridas de los corazones dolientes que, partidos de dolor, se debaten en las convulsiones de la desesperación.
Me parece que, bajo este aspecto, semejante Mensaje tiene un valor universal; aunque parece dirigirse a almas selectas y privilegiadas, en realidad la doctrina que encierra se dirige a todos porque, tocando los manantiales mismos de la vida cristiana, en sus virtudes de fe, esperanza, amor, indica el camino más seguro y eficaz de la restauración humana.
Bajo otro aspecto, tiene este Mensaje de Amor, un gran valor al hacer volver a las almas cristianas a la línea clásica de la huida de cuanto degrada y entorpece el espíritu, sin abandonar nada de lo real y eficazmente le perfecciona.
La exposición orgánicamente armoniosa da al Mensaje una suave claridad y un atractivo fascinador que vuelve su lectura edificante, es decir, constructiva. La síntesis espiritual de Sor Consolata es viva y operativa.
Ciertamente, no podemos prevenir el juicio de la Iglesia y, por eso, a ella nos remitimos en cuanto a la valoración definitiva tanto del Mensaje como de cuanto humildemente decimos y modestamente proponemos. Y en este sentido, no nos propasamos a juzgar de su valor.
Como resultado de los estudios hechos de las experiencias de las almas, y de lo que personalmente nos ha sido dado experimentar, la doctrina de la vida de la cual brota este Mensaje, viene a ser fuente inagotable de verdadera perfección y causa inexhausta y fecunda de nuestra restauración.
Y del Mensaje de Sor Consolata puede repetirse lo que la liturgia medieval, inspirándose en la visión de Ezequiel (42, 1-2), canta del mensaje de Santo Domingo:

“Questa é quella piccola sorgente
che cresce in grandíssimo fiume
e fecondatore mirabile al mondo
elargisce bevanda eccellente”.

“Esta es la fuentecilla
que se transforma en grandísimo río,
fecunda admirablemente el mundo
y proporciona excelente bebida.”

Al corazón del hombre sediento de felicidad, Jesucristo dirige también estas palabras vibrantes de amor de su invitación (Jn 7, 37-38).

“Si alguno tiene sed venga a Mí, y beba. Del seno de aquel que crea en Mí manarán, como dice la Escritura, ríos de agua viva”.

Esta versión antiquísima de las divinas palabras confortó a los mártires de la primitiva Iglesia y sigue siendo para nosotros eficaz invitación a acercar nuestro corazón a su Corazón para beber de Él su amor vivificante.

P. CESLAO PERA, O. P.

¿MILAGROS? ¿DÓNDE QUE NO LOS VEO?

El día en que reconozcas a Dios en todas las pequeñas cosas que te ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros.
La vida es un milagro, tú eres un milagro; sin embargo, no contentos y convencidos de ello, estamos pidiendo más y más. Realmente no hay peor ciego que el que no quiera ver, abre los ojos de tu corazón y deja de pedirle a Dios más pruebas. El estupor y la admiración deben de acompañarnos paso a paso, solo así verás la mano de Dios que no deja de soplar sobre ti, en ese soplo de amor está el milagro que es tu vida.

Tres personas iban caminando por la vereda de un bosque: un sabio con fama de hacer milagros, un poderoso terrateniente del lugar y, un poco atrás de ellos y escuchando la conversación, iba un joven estudiante que era alumno del sabio.

Terrateniente: -"Me han dicho en el pueblo que eres una persona muy poderosa, inclusive, que puedes hacer milagros".

Sabio: -"La verdad, soy una persona vieja y cansada, ¿cómo crees que yo podría hacer milagros?"

Terrateniente: -"Pero me han dicho que sanas a los enfermos, haces ver a los ciegos y vuelves cuerdos a los locos, esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso".

Sabio: -"¿Te referías a eso?, tú lo has dicho, esos milagros solo los puede hacer alguien muy poderoso, no un viejo como yo; esos milagros los hace Dios, yo solo pido que se conceda un favor para el enfermo o para el ciego, y todo el que tenga la fe suficiente en Dios puede hacer lo mismo".

Terrateniente: -"Yo quiero tener la misma fe para poder realizar los mismos milagros que tú haces, muéstrame un milagro para poder creer en tu Dios".

Sabio: -"A ver, esta mañana, ¿volvió a salir el sol?"

Terrateniente: -"¡Sí, claro que sí..!"

Sabio: -"Pues ahí tienes un milagro, el milagro de la luz".

Terrateniente: -"¡No!, eso no, lo que yo quiero ver es un verdadero milagro, oculta el sol, saca agua de una piedra, es más, mira, ahí hay un conejo herido junto a la vereda, tócalo y sana sus heridas".

Sabio: -"¿Quieres un verdadero milagro?,¿no es verdad que tu esposa acaba de dar a luz hace algunos días?"

Terrateniente: -"¡Sí!, fue varón y es mi primogénito".

Sabio: -"Pues ahí tienes un segundo milagro, el milagro de la vida".

Terrateniente: -"Sabio, tú no me entiendes, quiero ver un verdadero milagro".

Sabio: -"¿Acaso no estamos en época de cosecha, no hay trigo y sorgo donde solo hace unos meses nada más había tierra?"

Terrateniente: -"Sí, igual que todos los años".

Sabio: -"Pues ahí tienes un tercer milagro".

Terrateniente: -"Creo que no me he explicado lo que quiero"

Sabio: -"Te has explicado bien, solo que yo ya hice lo que podía hacer por ti; si lo que encontraste no es lo que buscabas, lamento desilusionarte, yo he hecho todo lo que podía hacer".

Y dicho esto, el poderoso terrateniente se retiró muy desilusionado por no haber encontrado lo que buscaba, y entonces el sabio y el alumno se quedaron parados en la vereda. Cuando el poderoso terrateniente iba ya tan lejos como para no ver lo que hacían el sabio y el alumno, el sabio se dirigió hacia la orilla de la vereda, tomó el conejo herido, sopló sobre él y entonces sus heridas quedaron curadas.

El joven estaba algo desconcertado.

Joven: - "Maestro, te he visto hacer milagros como este casi todos los días, ¿por qué te negaste a mostrarle uno al terrateniente?, ¿por qué lo haces ahora que él no puede verlo?".

Sabio: -"Lo que él buscaba no era un milagro, sino un espectáculo, mostré 3 verdaderos milagros y no pudo verlos. Para ser rey, primero hay que ser príncipe; para ser maestro, primero hay que ser alumno; así que no puedes pedir grandes milagros si no has aprendido a ver y, sobre todo, a valorar los pequeños milagros que se te muestran día a día. El día en que reconozcas a Dios en todas las pequeñas cosas que te ocurren en tu vida, ese día comprenderás que no necesitas más milagros que los que Él te da todos los días, sin que tú se los hayas pedido".


Cuando estés o te sientas en problemas, pídele a Dios la cordura para pensar claramente; la paciencia necesaria para mantenerte tranquilo y actuar bien; la fortaleza necesaria para afrontar los retos; y la fe suficiente para seguirlo amando sin importar lo que pase. Pídele esos milagros.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 31 de julio de 2012

¿PODEMOS SACAR "COPIAS" DE JESUCRISTO?

Tenemos permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan.

Uno de los fenómenos más comunes entre las personas que se aman es aquel que podríamos llamar mimetismo. O sea, el afán por asemejarse a la persona querida. Se le quiere imitar en todo: en la manera de pensar, de hablar, de expresarse, de actuar. Se tiende a hacer siempre lo mismo que ella.

Este hecho, comprobado tantas veces, tiene una aplicación muy grande en el orden espiritual de la fe.

Desde el momento que nuestra religión se centra en Jesucristo conocido, amado, vivido, todo el afán del cristiano es asemejarse lo más posible a Él. La ilusión más grande es salir una copia perfecta de Nuestro Señor Jesucristo.

De ahí ha nacido la expresión tan cristiana de la Imitación de Cristo, que ha dado incluso el título al libro mejor que ha nacido en el seno de la Iglesia.

Aquellos dos jóvenes artistas eran ciertamente muy ambiciosos, y se hicieron una apuesta: uno debía pintar la Mona Lisa de Vinci y el otro las Meninas de Velázquez, obras cumbres de la pintura universal. Las copias habrían de resultar tan fieles que fuera después imposible distinguirlas de los cuadros originales.

Otro estudiante ya había conseguido eso mismo en literatura: de tal manera imitó a Teresa de Ávila, que los miembros del jurado colegial hubieron de repasar las obras de la gran Doctora, para comprobar que el escrito del discípulo no había sido un plagio.

Esta nota curiosa de los tres muchachos atrevidos, los dos pintores y el literato, se convierte en un signo bello de la principal tarea cristiana.

¿Quién es un cristiano? La respuesta es clara si examinamos el plan de Dios, el cual nos eligió para ser en todo iguales a su Hijo, el Señor Jesucristo. San Pablo es en esto terminante:
- Pues, a los que había previsto, los eligió a ser copias exactas de la imagen que es el tipo, o modelo, su Hijo, Cristo Jesús.

Aquí observamos una diferencia esencial entre el concurso de Dios y los concursos artísticos en la sociedad.

En una exposición de pintura, de fotografía, de escultura..., en un certamen de literatura, de poesía..., en un desfile de modas..., no se admiten imitaciones. Quien es sorprendido en un plagio, no solamente es descalificado, sino acusado y multado por robo a la propiedad intelectual de otro. Las obras deben ser plenamente originales.

Esta es la razón de ser de esos avisos al pie de tantas publicaciones:
- Prohibida la reproducción total o parcial. Cualquier infracción será castigada según la ley.

En el concurso convocado por Dios ocurre todo lo contrario, porque en él no caben las originalidades.

El primer premio del certamen se lo llevará aquel que resulte la copia más fiel de Jesucristo, que es el tipo, la imagen, el modelo propuesto por Dios a toda la Humanidad redimida.

Tanto es así, que cuando Pablo les invita a los primeros cristianos a imitarle en todo lo bueno que hayan visto en su persona pues les dice: imitadme a mí, se encarga muy bien de añadir: como yo imito a Cristo. El prototipo no es Pablo, sino Jesucristo.

En los concursos de Dios, el aviso a los ladrones de copias sería muy diferente. Podría Dios formularlo de esta manera:
- Permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan. Grandes premios a las reproducciones más fieles...

Es el caso de los que llamamos Santos por antonomasia, los reconocidos y proclamados tales por la Iglesia, y venerados en los altares.

Son hombres y mujeres como nosotros, pero que fueron unos imitadores perfectos de Jesucristo.

Se puede recordar, por ejemplo, a un San Vicente de Paúl, el cual, ante cualquier cosa que había de hacer, se detenía unos instantes, y se preguntaba:
- ¿Qué haría Cristo aquí y ahora, en mi lugar?

Como es natural, Vicente resultó una copia perfecta del Señor.

Si somos buenos observadores cuando se nos dirige en la Iglesia la Palabra de Dios, habremos notado que la predicación de la Iglesia, notablemente mejorada en comparación de épocas pasadas, se dirige a esto: a presentarnos al Jesucristo del Evangelio como el único modelo a quien imitar.

¿La vida de familia? Como la de Jesús con su Madre y con José.
¿La oración? Como la de Jesús, constante, confiada, ininterrumpida.
¿El trabajo? Como el de Jesús por los campos y en el taller de Nazaret.
¿El trato con los demás, el amor, la comprensión? Como los de Jesús, de una exquisitez, delicadeza y elegancia como del Hombre más perfecto...

Esta tarea tan interesante y tan hermosa es de todos, y no de unos privilegiados.

El día en que nuestro trabajo, nuestra plegaria, nuestra relación con los demás y todo nuestro quehacer en la vida sean como los de Jesucristo y estén animados por sus mismos sentimientos, quedaríamos mejor clasificados como cristianos que los valientes alumnos de Teresa, de Vinci y de Velázquez como literatos o pintores....

Histórico. El estudiante, Daniel Ruiz Bueno, fue después traductor de clásicos en la BAC. - Rom. 8,29. 1Cor. 11,1.
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

lunes, 30 de julio de 2012

UN CANTO A LA VIDA

UN CANTO A LA VIDA
Autor: Pablo Cabellos Llorente

Es preocupante y triste la coincidencia temporal de cuatro hechos: crisis económica, masiva investigación sobre los muertos del franquismo y anuncio de una nueva ley del aborto y otra de suicidio y eutanasia. Es triste y preocupante la sola posibilidad de pensar que se reabran las heridas de una lucha fratricida y se anuncien leyes para matar colgando una tétrica cortina que oculte nuestras miserias económicas. No deseo lucha alguna que, aunque sea verbal, emponzoñe la vida social española. No, no quiero crispar, ni poner acritud a nuestra convivencia. Escribo al hilo de mi tristeza y aún no sé si conseguiré mi simple propósito de cantar a la vida, ese absoluto intocable.

Recientemente, he observado –en un papel menor que una octavilla- la ecografía de un ser humano de ocho semanas. La mostraba orgulloso su joven padre. Se veía la cabeza, un ojo, el tronco del cuerpo y quizá una mano. Era el milagro de la naturaleza: un niño muy pequeño perfectamente distinto del seno de su madre. Así se percibía en el papel diminuto. Se entiende que si la Iglesia clamó hace más de un siglo por los derechos de la clase obrera oprimida, ahora –en unión con todo amante de la mejor ecología- ha de dar voz a esas vidas nacientes, ha de hacer suyo el clamor de los que no pueden gritar sus deseos de vivir. Esos seres humanos, en vías de salir a la luz, son los desprotegidos de nuestro tiempo, los débiles que sufren la muerte por la opresión de los poderosos de este mundo.

Por el contrario, los artistas han cantado a la vida; los rebeldes de cada momento han expresado con música, poesía o pinceles, su protesta por la marginación u opresión de los más desamparados. ¿No es algo de eso el Guernica de Picasso o el Grito de Munch? ¿No lo es la Pietà de Miguel Ángel? O estos versos de una poetisa portorriqueña: “Como naciste para la claridad te fuiste no nacido. Te perdiste sereno, antes de mí, y cubriste de siglos la agonía de no verte… Tuyo, inmensamente tuyo, como naciste para la claridad te fuiste no nacido, nardo entre dos pupilas que no supieron separar nunca el eco de la sombra”. Una madre llora al hijo perdido involuntariamente. ¿Cómo será el llanto, tantas veces escondido, de quien no supo defender el don oculto en sus entrañas? Porque, deseado o no, el embarazo hace a las madres refugio de una vida nueva, portadoras de un tesoro más grande, inmensamente más grande, que las obras de arte que lo enaltecen o el prodigio técnico de hacerlo visible en un trocito de papel.

Otro poema de alguien que, dolida por las heridas causadas a su madre con su despego, expresa un deseo magnífico: “Manantial de vida cuando en tu vientre yo crecía. Si el tiempo pudiera regresar volvería sin cerrar los ojos. Nadé en tu ser, soy sangre de ti, mi refugio fue tu cuerpo. Que a pesar de vértigo, nauseas y dolores, con alegría, me abriste las puertas a la vida, y la luz hoy veo gracias a ti”. La autora reconoce en su madre aquello que se lee en el Deuteronomio: escoge la vida para que vivas tú y tu descendencia. Es cierto que esa elección conlleva durezas y espinas no pocas veces; pero, aun en situaciones lamentables, la misma vida clama por ella.

Aquella mujer admirable que fue Teresa de Calcuta -aquella que pedía, con gemidos de madre: dádmelos a mi- escribió: “La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es riqueza, consérvala. La vida es amor, gózala. . La vida es un misterio, desvélalo. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela”. Ese niño de ocho semanas es débil e inerme, privado incluso del llanto protector del recién nacido, pero totalmente confiado al esmero de la madre que lo lleva en su seno, una madre que no decidirá eliminarlo, porque sabe muy bien que ella es hoy manantial de una vida muy suya porque es su hijo, pero nada suya porque es otra vida, y no un objeto de libre disposición; porque el mandato de no matar tiene su aspecto más profundo en la exigencia de veneración y amor hacia cada persona y su vida (Juan Pablo II). Esto sí que es una demanda social, impresa indeleblemente en el hombre, pero quizá borrosa cuando se apaga o desvirtúa la señal del amor.

LA INTENCIÓN ES LO QUE IMPORTA

La única verdadera es que tenemos en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!.

Es muy notable como la misma actitud, el mismo gesto, puede en dos personas distintas contener significados opuestos. Una buena acción de alguien a veces nos deja con la extraña sensación de que algo está mal allí. Y la misma situación puesta en cabeza de otra persona parece ser sin dudas un gesto de amor sincero.

Otras veces, una acción que nos parece incorrecta a la luz de nuestro pobre juicio, nos deja con la impresión de que en el fondo puede no estar tan mal. Y puesta en cabeza de otra persona, ¡definitivamente es una mala actitud! ¿Qué es lo que ocurre?.

Ocurre que hay algo que es invisible a nuestros ojos: es la intención verdadera que tiene la persona en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!. Es por este motivo que Jesús nunca dejaba a sus discípulos juzgar a los demás, porque muchas veces el silencio humilde de una persona la colocaba en actitud incómoda frente a los hombres, ante un supuesto mal gesto. Sin embargo, en su corazón, esta persona guardaba una intención recta y sincera para con Dios. Y otras veces, quienes se esforzaban en aparecer justos y nobles frente a los hombres eran quienes abrigaban intenciones más indignas en el corazón.

Las cosas que se hacen deben estar originadas en intenciones virtuosas, intenciones de hacer el bien. Esto es mas importante que las consecuencias mismas de nuestras acciones, ya que Dios ve en lo profundo de nuestros corazones, muy por encima de la opinión de los hombres sobre nuestros actos. Y no hay que preocuparse tanto de cómo luzcamos frente a los demás, ya que no son ellos quienes nos juzgarán cuando llegue el momento de sopesar nuestra vida: será el Justo Juez, Jesús, quien dictamine si hubo intención virtuosa en la forma en que hemos vivido.

Por otra parte, es preferible pensar que los demás tienen una intención virtuosa en sus actos, y no desconfiar al extremo de accionar permanentemente nuestras defensas en anticipación a ser engañados o perjudicados. Si el otro tuvo intención virtuosa, Dios verá con agrado como dos de sus hijos obran en el bien. Y si el otro se aprovechó de mi, pues tendré un perjuicio a nivel humano, pero seré visto con mirada agradable por Dios. Y el juicio Divino recaerá sólo sobre el otro.

Jesús llevó la intención virtuosa al extremo de jamás haber pecado. Y si bien El es Dios, también fue hombre. Y como tal estuvo sometido a la tentación: recordemos los cuarenta días en el desierto, y tantas otras veces en que los hombres lo sometieron a presiones e intentos de engaño. Sin embargo, en treinta y tres años de vida ¡jamás pecó!. Buena parte de las acusaciones que los hombres hicieron para llevarlo a la muerte, fueron acumulándose en la negativa de Cristo a aceptar las reglas de juego del mundo: El simplemente tuvo intención virtuosa en todo lo que hizo, más allá de las reacciones de los hombres. Claro que llevar la intención virtuosa a tal extremo de perfección tuvo sus consecuencias: ¡Nuestro Señor terminó crucificado en el Gólgota!.

Hagamos todo en la vida con una intención virtuosa, con ánimo de hacer el bien. Las cosas nos podrán ir bien o mal, pero sin dudas estaremos en el sendero que Dios marca para nosotros.

¡La mirada de Dios es lo único que cuenta!.
Autor: Oscar Schmidt.

domingo, 29 de julio de 2012

El Opus Dei, prelatura personal




                                                 El Opus Dei, prelatura personal

¿Qué quiere decir que el Opus Dei es una Prelatura personal? Las Prelaturas personales son entidades jurisdiccionales, erigidas por la Santa Sede como un instrumento, dentro de la pastoral jerárquica de la Iglesia Católica, para la realización de peculiares actividades pastorales o misioneras. Como dice el Código de Derecho Canónico, se rigen por estatutos otorgados por la Sede Apostólica y su gobierno se confía a un Prelado como ordinario propio, con potestad de erigir su propio seminario e incardinar alumnos y promoverlos a las sagradas órdenes. También pueden formar parte de las Prelaturas personales laicos que se dediquen a las labores apostólicas de las mismas.

Dos cuestiones que se platean de modo inmediato. La primera es el porqué de la situación de las Prelaturas personales en el libro II, parte I, título IV -exclusivo para ellas-, en lugar de encontrarse al tratar de la constitución jerárquica de la Iglesia (parte II del libro II). Tal vez las razones sean que esa parte II se refiere exclusivamente a las entidades jurisdiccionales delimitadas con el criterio de territorialidad y constituidas, además, para que asuman de manera plena la totalidad de la atención pastoral de sus propios fieles, condiciones que no se dan en las Prelaturas personales, porque éstas no son Iglesias particulares, aunque ellas sean su analogado más próximo Así opina el comentarista de los cánones dedicados a estas prelaturas en la edición del Código de la Universidad de Navarra. Por otro lado, y para evitar confusiones, hay que hacer constar que tampoco se las sitúa entre los distintos tipos de vida asociativa. Tampoco hay que olvidar que existen en la Iglesia tanto estructuras jurisdiccionales de derecho divino como creadas por el derecho eclesiástico.

Además de lo dicho hasta aquí, hay que considerar -en el caso del Opus Dei- tantos sus propios Estatutos, como la Bula Ut sit que erige esta Prelatura y otros documentos de la Santa Sede relativos a la misma. La citada Bula de erección, que tiene fecha de 28.11.1982, pero ejecutada el 19.03.1983 (después de promulgado el Código de Derecho Canónico vigente), afirma que el Opus Dei aparece en la vida de la Iglesia "como una trabazón u organismo apostólico que consta de sacerdotes y de laicos -hombres y mujeres-, y que es a la vez orgánico e indiviso, dotado de una unidad que es, simultáneamente, unidad de espíritu, de fin, de régimen y de formación". La Prelatura del Opus Dei es, pues, una realidad social orgánica e indivisa porque los fieles laicos y los sacerdotes que integran su presbiterio, se articulan -como afirma Pedro Rodríguez- según la relación originaria vigente en la Iglesia entre fieles y ministros sagrados. Por ello, el artículo 1 de sus Estatutos (Derecho Pontificio) proclama que "el Opus Dei es una Prelatura que aúna en su seno a clérigos y laicos", afirmación que completa el artículo 4: "El sacerdocio ministerial de los clérigos y el sacerdocio común de los laicos se articulan íntimamente y se exigen y complementan ad invicem, en orden a conseguir, en unidad de vocación y de régimen, el fin propio de la Prelatura". Todo ello explica la naturaleza jurídica y real del Opus Dei como una estructura jurisdiccional en la Iglesia, además de su dependencia de la Congregación para los Obispos, asunto que no sucede con ningún ente asociativo.

Así queda resuelta también la cuestión de la pertenencia de los fieles laicos a la Prelatura: sencillamente porque lo proclama el Derecho dado por el Papa, en orden a vivir su fin peculiar, consistente en buscar la santidad por el ejercicio de las virtudes cristianas en el propio estado y profesión y trabajar con todas sus fuerzas para que personas de toda condición y estado civil se adhieran a Cristo a través de la propia profesión u oficio ejercida en medio del mundo, a fin de ordenar todas las cosas según Cristo en la sociedad civil (cfr. artículo 2). Lo afirmó con mucha claridad Juan Pablo II -por si no era suficiente lo dicho- con estas palabras: "Antes que nada, deseo subrayar que la pertenencia de los fieles laicos ya la propia Iglesia particular, ya a la Prelatura a la que se han incorporado, hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya el empeño evangelizador de toda Iglesia particular, como previó el Concilio Vaticano II al auspiciar la figura de las Prelaturas personales" (discurso, 17.03.2001). Benedicto XVI, en carta dirigida al actual Prelado con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, escribía: "Cuando fomentas el afán de santidad personal y el celo apostólico de tus sacerdotes y laicos, no sólo ves crecer la grey que te ha sido confiada, sino que proporcionas un eficaz auxilio a la Iglesia en la urgente evangelización de la sociedad actual".

Aludo a esta cuestión porque algunos no han sabido ver a la luz del concilio la expresión empleada por el canon 296 al legislar que los Estatutos de cada Prelatura han de determinar adecuadamente el modo de la cooperación orgánica de los laicos a las labores apostólicas de la Prelatura y los principales deberes y derechos anejos a ella. Es sorprendente que incluso algunos canonistas hayan comprendido la expresión cooperación orgánica como algo que no consiente su pertenencia a la Prelatura. Por acudir solamente a los documentos capitales del Concilio, vale la pena recordar que la Constitución Lumen gentium, hablando de la ordenación mutua de sacerdocio común y ministerial, se refiere al carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal resultante, que es la misma Iglesia. Ese carácter orgánico no es sino la referencia a un organismo vivo en el que todos cooperan en el modo que a cada uno le es propio. Esa es exactamente la cooperación orgánica del canon 296, que ha de interpretarse, por ejemplo, a la luz de lo que dice el propio Código en el canon 208 al referirse a todos los fieles: "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo. Podría citarse también el 369, en donde se habla de los sacerdotes como cooperadores del Obispo, sin que a nadie se le ocurra pensar que no forman parte de la iglesia particular por el uso de ese término. Por no pasarme de citas, me referiré de nuevo a la Lumen gentium que, recordando la doctrina paulina de I a Corintios, expresa que "del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles de Cristo".

He procurado no ser muy técnico al escribir estas líneas. Hay muchos trabajos serios acerca del tema. Para finalizar, baste recordar un párrafo de un Documento de la Congregación para los Obispos de 1981: "El Prelado y su presbiterio desarrollan una `peculiar labor pastoral´ en servicio del laicado (...) de la Prelatura, y toda la Prelatura -presbiterio y laicado conjuntamente- realiza un apostolado específico al servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias locales. Son dos, por tanto, los aspectos fundamentales de la finalidad y de la estructura de la Prelatura, que explican su razón de ser y su natural y específica inserción en el conjunto de la actividad pastoral y misionera de la Iglesia: a) la `peculiar labor pastoral´ que el Prelado con su presbiterio desarrolla para atender y sostener a los fieles laicos incorporados al Opus Dei en el cumplimiento de los específicos compromisos ascéticos, formativos y apostólicos que han asumido y que son particularmente exigentes; b) el apostolado que el presbiterio y el laicado de la Prelatura, inseparablemente unidos, llevan a cabo con el fin de difundir en todos los ambientes de la sociedad una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado y, más concretamente, del valor santificante del trabajo profesional ordinario".

Dos cuestiones que se platean de modo inmediato. La primera es el porqué de la situación de las Prelaturas personales en el libro II, parte I, título IV -exclusivo para ellas-, en lugar de encontrarse al tratar de la constitución jerárquica de la Iglesia (parte II del libro II). Tal vez las razones sean que esa parte II se refiere exclusivamente a las entidades jurisdiccionales delimitadas con el criterio de territorialidad y constituidas, además, para que asuman de manera plena la totalidad de la atención pastoral de sus propios fieles, condiciones que no se dan en las Prelaturas personales, porque éstas no son Iglesias particulares, aunque ellas sean su analogado más próximo Así opina el comentarista de los cánones dedicados a estas prelaturas en la edición del Código de la Universidad de Navarra. Por otro lado, y para evitar confusiones, hay que hacer constar que tampoco se las sitúa entre los distintos tipos de vida asociativa. Tampoco hay que olvidar que existen en la Iglesia tanto estructuras jurisdiccionales de derecho divino como creadas por el derecho eclesiástico.

Además de lo dicho hasta aquí, hay que considerar -en el caso del Opus Dei- tantos sus propios Estatutos, como la Bula Ut sit que erige esta Prelatura y otros documentos de la Santa Sede relativos a la misma. La citada Bula de erección, que tiene fecha de 28.11.1982, pero ejecutada el 19.03.1983 (después de promulgado el Código de Derecho Canónico vigente), afirma que el Opus Dei aparece en la vida de la Iglesia "como una trabazón u organismo apostólico que consta de sacerdotes y de laicos -hombres y mujeres-, y que es a la vez orgánico e indiviso, dotado de una unidad que es, simultáneamente, unidad de espíritu, de fin, de régimen y de formación". La Prelatura del Opus Dei es, pues, una realidad social orgánica e indivisa porque los fieles laicos y los sacerdotes que integran su presbiterio, se articulan -como afirma Pedro Rodríguez- según la relación originaria vigente en la Iglesia entre fieles y ministros sagrados. Por ello, el artículo 1 de sus Estatutos (Derecho Pontificio) proclama que "el Opus Dei es una Prelatura que aúna en su seno a clérigos y laicos", afirmación que completa el artículo 4: "El sacerdocio ministerial de los clérigos y el sacerdocio común de los laicos se articulan íntimamente y se exigen y complementan ad invicem, en orden a conseguir, en unidad de vocación y de régimen, el fin propio de la Prelatura". Todo ello explica la naturaleza jurídica y real del Opus Dei como una estructura jurisdiccional en la Iglesia, además de su dependencia de la Congregación para los Obispos, asunto que no sucede con ningún ente asociativo.

Así queda resuelta también la cuestión de la pertenencia de los fieles laicos a la Prelatura: sencillamente porque lo proclama el Derecho dado por el Papa, en orden a vivir su fin peculiar, consistente en buscar la santidad por el ejercicio de las virtudes cristianas en el propio estado y profesión y trabajar con todas sus fuerzas para que personas de toda condición y estado civil se adhieran a Cristo a través de la propia profesión u oficio ejercida en medio del mundo, a fin de ordenar todas las cosas según Cristo en la sociedad civil (cfr. artículo 2). Lo afirmó con mucha claridad Juan Pablo II -por si no era suficiente lo dicho- con estas palabras: "Antes que nada, deseo subrayar que la pertenencia de los fieles laicos ya la propia Iglesia particular, ya a la Prelatura a la que se han incorporado, hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya el empeño evangelizador de toda Iglesia particular, como previó el Concilio Vaticano II al auspiciar la figura de las Prelaturas personales" (discurso, 17.03.2001). Benedicto XVI, en carta dirigida al actual Prelado con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, escribía: "Cuando fomentas el afán de santidad personal y el celo apostólico de tus sacerdotes y laicos, no sólo ves crecer la grey que te ha sido confiada, sino que proporcionas un eficaz auxilio a la Iglesia en la urgente evangelización de la sociedad actual".

Aludo a esta cuestión porque algunos no han sabido ver a la luz del concilio la expresión empleada por el canon 296 al legislar que los Estatutos de cada Prelatura han de determinar adecuadamente el modo de la cooperación orgánica de los laicos a las labores apostólicas de la Prelatura y los principales deberes y derechos anejos a ella. Es sorprendente que incluso algunos canonistas hayan comprendido la expresión cooperación orgánica como algo que no consiente su pertenencia a la Prelatura. Por acudir solamente a los documentos capitales del Concilio, vale la pena recordar que la Constitución Lumen gentium, hablando de la ordenación mutua de sacerdocio común y ministerial, se refiere al carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal resultante, que es la misma Iglesia. Ese carácter orgánico no es sino la referencia a un organismo vivo en el que todos cooperan en el modo que a cada uno le es propio. Esa es exactamente la cooperación orgánica del canon 296, que ha de interpretarse, por ejemplo, a la luz de lo que dice el propio Código en el canon 208 al referirse a todos los fieles: "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo. Podría citarse también el 369, en donde se habla de los sacerdotes como cooperadores del Obispo, sin que a nadie se le ocurra pensar que no forman parte de la iglesia particular por el uso de ese término. Por no pasarme de citas, me referiré de nuevo a la Lumen gentium que, recordando la doctrina paulina de I a Corintios, expresa que "del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles de Cristo".

He procurado no ser muy técnico al escribir estas líneas. Hay muchos trabajos serios acerca del tema. Para finalizar, baste recordar un párrafo de un Documento de la Congregación para los Obispos de 1981: "El Prelado y su presbiterio desarrollan una `peculiar labor pastoral´ en servicio del laicado (...) de la Prelatura, y toda la Prelatura -presbiterio y laicado conjuntamente- realiza un apostolado específico al servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias locales. Son dos, por tanto, los aspectos fundamentales de la finalidad y de la estructura de la Prelatura, que explican su razón de ser y su natural y específica inserción en el conjunto de la actividad pastoral y misionera de la Iglesia: a) la `peculiar labor pastoral´ que el Prelado con su presbiterio desarrolla para atender y sostener a los fieles laicos incorporados al Opus Dei en el cumplimiento de los específicos compromisos ascéticos, formativos y apostólicos que han asumido y que son particularmente exigentes; b) el apostolado que el presbiterio y el laicado de la Prelatura, inseparablemente unidos, llevan a cabo con el fin de difundir en todos los ambientes de la sociedad una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado y, más concretamente, del valor santificante del trabajo profesional ordinario".

Autor: Pablo Cabellos Llorente

DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR Y DÍA DE LA FAMILIA

Es un día especial, es nuestro día... No podemos hacer del domingo un día perdido.

Parece mentira, pero a pesar de tanto "tiempo libre" no tenemos casi tiempo para nada. Aumentan las necesidades, los planes, los compromisos, y cuando queremos tener un rato para el descanso en familia, resulta que no nos queda tiempo...

Debemos sentarnos, de vez en cuando, para reflexionar sobre lo que sea realmente importante en nuestras vidas. Entonces descubriremos, entre otras cosas, que resulta urgente rescatar el sentido del domingo, de un día dedicado a los demás, a nosotros mismos, a Dios.

Pensemos en lo que es ahora el domingo para muchos. Después de seis días de trabajo, con el agotamiento del tráfico, de las prisas, de los roces con los compañeros y compañeras de la oficina o de la fábrica, el domingo querríamos estar todo el tiempo entre las sábanas, o tumbados en el sofá, o pasear tranquilos por la calle. Pero ni siquiera podemos hacer esto. Unos tienen que hacer deporte, casi obsesionados por la "condición física". Otros salen de la ciudad, y a veces pasan varias horas en la carretera, aprisionados entre millares de coches que avanzan a paso de tortuga. Otros se quedan en casa, y descubren que tienen que arreglar mil pequeños asuntos que terminan por dejarles más cansados y más tensos. Otros, y es una enfermedad que está creciendo poco a poco, se dedican a juegos electrónicos que absorben toda la atención y que no dejan espacio para pensar en cosas mucho más importantes. Otros, en fin, hacen el domingo el trabajo que no pudieron hacer durante la semana: no saben lo que es tomarse un poco de tiempo para descansar...

Sin embargo, casi todos hemos deseado llegar al domingo. Casi todos... porque siempre hay quien es más feliz en el trabajo que en el hogar, pero si esto ocurre es porque algo no funciona del todo bien en la vida familiar... ¿Por qué nos alegra pensar en el domingo? Porque lo vemos como nuestro día "libre", el día en el que nos gustaría hacer eso que más llevamos en el corazón, eso que nos descansa, que nos llena. El domingo, en cierto sentido, revela aspectos muy profundos de nuestra personalidad, cosas buenas y cosas malas, amores y tensiones, gozos y penas profundas. Es un día especial, es nuestro día... No podemos venderlo a las prisas, a la propaganda, al consumismo. No podemos hacer del domingo un día perdido.

Hemos de encontrar tiempo para que el domingo sea, realmente, un día de plenitud, de amor, de familia, de solidaridad. Para lograr que sea así, no estaría mal quitar todo aquello que hemos escogido para ese día y que sólo nos ha dejado más vacíos y más angustiados. Es mejor un domingo con tiempo para la reflexión y para el descanso que un domingo lleno con cientos de compromisos que nos absorben completamente y nos apartan de lo importante...

El domingo debe ser, de modo especial, un momento para la familia. Conocemos o hemos tenido la suerte de vivir en familias que pasan casi todo el domingo unidos y en paz, con un proyecto común. Juntos se va a misa, se prepara la comida, se juega un rato o se va de paseo. Juntos se ve la televisión o se hacen los deberes para la escuela. Juntos se distribuyen las tareas (siempre hay mil cosas que arreglar) y la limpieza de la ropa, de la cocina, de las esquinas llenas de polvo o de arañas... Juntos se va al club, o al cine. Son familias que pueden hacerlo todo juntos porque, de verdad, se quieren a fondo, y saben unos ceder un poco para la felicidad de otros. Y eso es muy fácil si el amor es lo más importante de la casa.

Por último, o mejor, en primer lugar, el domingo es el día del Señor. Una verdad profunda acompaña la vida de todo creyente: venimos de Dios, vamos a Dios. El domingo agradece el don de la existencia, el amor de un Dios que nos creó y que nos permite disfrutar del sol, de la luna, del viento, de las enchiladas y de la sonrisa de los niños. El domingo nos hace pensar en el "mañana" que brillará después de nuestra muerte, y nos recuerda que mediante una cruz el cielo está abierto. El domingo nos susurra, sin gritos, pero con constancia, que Dios nos ama, que somos sus hijos, que es un Padre que nos espera con cariño.

Todo esto se vive de modo especial en la Misa. Pero no sólo en ella. El clima familiar del domingo debería suscitar en todos como una nostalgia de Dios, desde que nos vamos levantando (sin las prisas de siempre pero con gusto y con entusiasmo por el día libre) hasta que llegamos a la noche y miramos el futuro que nos espera. Un futuro que puede ser gris o de colores, pero en el que siempre podremos descubrir una mano providente que nos guía hacia la Patria del cielo.

El domingo es un día muy especial. Nos lo recordó el Papa Juan Pablo II en su carta sobre el "Día del Señor", escrita el año 1998. Nos decía en esa carta: Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro.

Nos urge, por lo tanto, revivir a fondo el domingo, hacer de cada domingo, de verdad, el día del Señor y nuestro día favorito. El día más deseado, el día vivido con más alegría, el día que nos prepara para un cielo que será, nos lo enseña la Iglesia, un domingo eterno y feliz.
Autor: P. Fernando Pascual.

sábado, 28 de julio de 2012

ES MADRE DE JESÚS Y NUESTRA

María Santísima nos ve a cada uno de nosotros como su hijo predilecto. ¡No te olvides de Ella!

María es toda de Jesús por derecho, y toda de nosotros por regalo. Pero es toda nuestra y, por tanto aquí, no pensemos que robamos, porque nos la han dado. No pensemos que somos demasiado pecadores, demasiado indignos, para tenerla como madre, porque, a pesar de que eso es cierto, también es cierto que ella es madre nuestra. No nos puedes ver separados de Jesús, como hijos añadidos, sino injertados en su sangre y en la tuya. Por lo tanto, la seriedad con la que una madre ve a su hijo, como su hijo, queda muy lejos de la seriedad, la profundidad y el amor con que nos ve María Santísima a cada uno de nosotros: somos más hijos de ella que de nuestra propia madre de la tierra

La ingratitud con Dios es terrible porque se ofende al Amor con mayúscula. Se desprecia un amor eterno, un amor divino, un amor maravilloso y totalmente gratuito.

De una manera semejante, olvidar, despreciar, el amor de una madre tan grande, es una ingratitud terrible. Pero, siendo los hijos predilectos de María Santísima, nuestra ingratitud adquiere unas dimensiones mucho más grandes.

"Los pecados que ofenden a Dios lastiman tu corazón porque hieren el corazón de tu hijo y hacen un daño terrible a tus hijos".

"Cómo tengo que decirte esto, Madre: te he llevado pocas flores hasta el día de hoy"
Autor: P Mariano de Blas.

viernes, 27 de julio de 2012

¿VALLE DE LÁGRIMAS?

Un pequeño contratiempo, un malentendido, un dolor, una enfermedad, un problemilla económico... somos propensos a sentirnos mal y a quejarnos.

Ayer, hablando con un amigo, le comenté que a veces uno ya no sabe sobre qué tema escribir y él me dijo: escribe sobre la soledad y el sufrimiento. Ciertamente el tema es muy importante. Si se echa una mirada alrededor o a lo lejos, resulta fácil constatar que es mucha la gente que sufre, por distintos motivos. De ahí que por mucho que intentemos modernizar la Salve no parece que sea posible quitarle lo del "valle de lágrimas". Más aún, si se toma en serio la frase de Ana Frank, podemos padecer de insomnio crónico: "cuando se piensa en el prójimo es como para llorar todo el día".

A nada que nos pase, un pequeño contratiempo, un malentendido, un dolor, una enfermedad, un problemilla económico... somos propensos a sentirnos mal y a quejarnos. Y sin embargo nos acostumbramos a ver y oír casi todos los días noticias de gente que se muere de hambre, que perecen como consecuencia de terremotos, de inundaciones, de guerras, de accidentes... que ven cómo desaparecen bajo los escombros o arrastrados por las aguas sus seres más queridos, que se quedan sin hogar y sin los objetos para ellos más preciosos.

Si intentamos ponernos en el lugar de quienes padecen todas estas desgracias, como si nos ocurrieran a nosotros, tal vez podríamos hacernos una pequeña idea de lo que ese sufrimiento significa. Pero también nos puede servir de consuelo en el sentido de que, al compararnos con ellos, podemos comprobar que con frecuencia nos quejamos de vicio.

De vez en cuando les digo a mis alumnos que su mayor problema es no tener problema ninguno. En efecto, cuando uno tiene de todo sin hacer grandes esfuerzos, está tentado a no valorar las cosas. Tal vez por eso desprecia más la comida el que la tiene en abundancia; no rinde en los estudios el que tiene facilidades para estudiar; o desprecia las prácticas religiosas el que más oportunidades tiene de participar en ellas.

Digamos que la experiencia del sufrimiento tiene una función pedagógica en el sentido de que nos enseña a vivir con menos superficialidad y a tratar a los demás con un poco más de comprensión. Por una parte debe llevarnos a ser mucho más solidarios con los que sufren y por otra a ir descubriendo el verdadero valor y medida de las cosas.

Cuando mi amigo me sugirió este tema, de alguna manera estaba sintiendo la misma preocupación que Buda: cómo eliminar el sufrimiento. Si bien la respuesta del sabio oriental no coincide exactamente con la cristiana, no cabe duda que tiene mucho de aprovechable:

Si tuviéramos más vida interior, más moderación, más espíritu de desprendimiento y renuncia... más confianza en Dios, este valle de lágrimas sería bastante más llevadero.

SI CONFIAMOS EN DIOS, NUESTRO PADRE BUENO, NUESTRO SUFIMIENTO ES MÁS LIGERO, DIOS NOS AMA, NOS ABRAZA, NOS ACOMPAÑA EN EL CAMINO.
Autor: Máximo Álvarez Rodríguez.

jueves, 26 de julio de 2012

Carta a los abuelos de Jesús: Ana y Joaquín

Celebramos hoy a San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús. ¡Gracias por haber sido tan dulces y ejemplares padres de María!
Mis muy queridos Joaquín y Ana:

Mi nombre es... bueno, no importa... les escribo desde un banco de la parroquia en una inexplicable tarde cálida de julio.
Me avisó una amiga que el día 26 es su fiesta y, por ello, quise regalarles esta sencilla carta.
No encuentro palabras para decirles "gracias". Gracias por haber sido tan dulces y ejemplares padres de mi amada María.

Usted, señora Ana, que habrá compartido con ella tantas tardes luego de intensas jornadas, ha sido una sencilla pero sabia maestra. Fueron sus manos (¿Las de quién, sino?) las que se unieron a las de Ella en un mar de harina, para enseñarle a amasar el pan. Fueron sus manos (¿Las de quién, sino?) las que apretaron fuerte las de Ella cuando el dolor, implacable, les invadía el alma.

Fue su ejemplo (¿el de quién, sino?) el que ayudó a María a caminar los senderos de la contemplación simple, sencilla, la que está al alcance de cualquier mujer. Fue este santo ejercicio el que permitió a la Madre, años después, meditar en su corazón los misterios de la Salvación.
Fue usted, buena señora, la que son su ejemplo más que con sus palabras, le enseñó a María que ser mamá es la tarea más hermosa del mundo. Así, Ella, la veía a usted cuidar y ayudar a amigas y parientas cuando los embarazos venían difíciles en los caminos del alma. Y seguro en su casa los pequeñines siempre hallaron una rica sorpresa, increíblemente siempre lista, para sus sorpresivas y revoltosas incursiones.
Ustedes llevaron a la "llena de gracia" por las escalinatas del Templo tantas veces... Así, Ella fue conociendo que hace muchos años, un profeta llamado Isaías anunciaba que "...La Virgen está embarazada y da a luz un hijo..." y la profecía le inundaba el alma...



Usted, mi buen Joaquín, fue un hombre honesto y sencillo. ¿Quién, sino, habría sido digno de traer a este mundo a la "llena de gracia"?. María le habrá contemplado, seguramente, tantos días al partir de la casa para "ganar el pan con el sudor de su frente". Y le habrá esperado de regreso y habrá corrido hacia usted con las mejillas sonrosadas y los ojos llenos de palomas blancas para abrazarle al regreso de la larga jornada. Y usted, la tomó en sus brazos y la alzó al cielo... tan ligera como una gacela, tan pura como una mañana.
"- "Quisiera que el padre de mi hijo se te pareciera” le dijo un día Ella." Y usted casi no veía su rostro pues las lágrimas delataban que la niña le había besado el corazón.
- "Quisiera que mi hijo, un día, estuviese tan feliz de mí como yo lo estoy de ti, querida madre..." y sus palabras le hicieron sentir, Ana, que la vida es hermosa y los sacrificios y angustias de muchos años al criar los hijos, pueden desaparecer en un instante con frases como esa.
No quisiera terminar esta sencilla carta sin imaginar, por un momento, cuanto de ustedes llego al corazón de Jesús a través de María: Usted, mi buena Ana, seguro le alcanzó, desde más allá del tiempo, esa ternura por las pequeñas cosas de cada día, la cual, al llegarle desde el corazón de María, se transformaría luego en parábola, en camino.

Usted, don Joaquín, le dejó al mejor de los nietos la mejor de las herencias: El amor al trabajo. Así, a través de María y envuelto en las palabras y ejemplo del buen José, hallaría en Jesús el mejor de los depositarios.
Abuelos, abuelos, cuantas veces Jesús habrá dicho estas palabras. "Extrañas a los abuelos ¿Verdad, Madre querida?". "A veces, Hijo, a veces... Cuando tu te vas a predicar lejos y yo te extraño, muchas veces siento que hubiera querido tener a mis padres cerca”... Y Jesús habrá mirado a María en silencio, sabiendo que había verdades que Ella comprendería más tarde, con la llegada del Espíritu Santo...
Para terminar les pido un favor. Abracen a todos los abuelos del mundo, en especial a los que se sienten solos. No importa si tienen nietos o no, pues hay una edad del alma en que la palabra "abuelo" se torna en caricia...
Un gran abrazo a los dos...


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NOTA

Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna.
Autor: Susana Ratero.