A dónde podría ir... lejos de tu Espíritu ?
A dónde huiría... lejos de tu presencia ?
Sal. 139,7
"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
viernes, 3 de junio de 2011
E n C r i s t o ...
Hay mucho,
Cristo en Cristo...
Hay mucha sustancia de Amor...
reses, cebadas, manjares suculentos...
Todo está listo...
una mesa exquisita, que contiene en sí... TODO DELEITE apetecible para éste
corazón mío HAMBRIENTO y hastiado de tanta piltrafa...
Verdaderamente hay mucho, mucho ... y bueno.
Dios les bendiga...
Cristo en Cristo...
Hay mucha sustancia de Amor...
reses, cebadas, manjares suculentos...
Todo está listo...
una mesa exquisita, que contiene en sí... TODO DELEITE apetecible para éste
corazón mío HAMBRIENTO y hastiado de tanta piltrafa...
Verdaderamente hay mucho, mucho ... y bueno.
Dios les bendiga...
Tentación
Hay que reconocer que hoy en día, algunas palabras que se han utilizado siempre en la Iglesia para definir realidades ya están pasadas de moda e incluso dan risa: la palabra pecado, la palabra soberbia y en el caso de hoy la palabra tentación. El Evangelio nos habla de la tentación como posibilidad en la vida de Jesús y de tentación como posibilidad en nuestra vida.
Ya nos gustaría ser perfectos, ya nos gustaría que todo lo hiciéramos siempre bien, pero no es así. Todos sabemos que dentro de nosotros hay un mecanismo, un resorte misterioso por el cual yo puedo elegir el mal, puedo elegir el daño, puedo elegir el destruir a los demás e incluso destruirme a mí mismo. Cuando yo escucho ese principio interior de destrucción, tengo dos posibilidades: reconocerlo o disfrazarlo. Y esa es la misión del tentador. Disfrazar la destrucción de belleza, disfrazar la verdad de mentira, entonces es cuando yo cometo esa falta llamada pecado.
Hoy todos debemos preguntarnos cuales son nuestras tentaciones. Tentación en el sentido más profundo de la palabra. Cuantas veces disfrazamos lo malo de bueno, porque no hemos sido capaces de vivir unos principios y acabamos cediendo a ellos justificándolos. Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. Así hoy vivimos en un mundo en el cual se puede justificar todo. Aparentemente todo está bien mientras que no moleste a los demás, mientras que no haga daño. Hay un acuerdo universal de que cada uno haga lo que quiera, de que cada uno ponga su propia ética. Ante esto, Cristo nos enseña que el hombre no puede encontrar en sí mismo el principio que da la moralidad a las cosas. Yo no soy autónomo. He de tener la suficiente humildad intelectual para reconocer que hay Alguien fuera de mí que es quien me dio la vida y me dio el ser, que es Dios y me dicta qué es lo que es bueno y lo que no lo es. Por eso Jesús ante la tentación recurre ala Sagrada Escritura : Está escrito,...
A veces, siendo cristianos practicantes, cedemos a la tentación de hacer un cristianismo a nuestra medida, olvidándonos de las leyes de Dios y de las leyes dela Iglesia. Incluso hay personas que dicen: “yo no estoy de acuerdo con el Magisterio, o yo no estoy de acuerdo con el Papa en esto.”
Nos atrevemos a hacer nuestra propia religión según nuestras propias necesidades y tenemos que ser lo suficientemente humildes como para saber que yo puedo equivocarme y que incluso me puedo equivocar justificando mis equivocaciones y que siempre tendré el servicio de un Dios que, a través dela Sagrada Escritura y a través de la Iglesia , que es Madre, enseña dónde está la verdad.
Vivimos en un mundo en el que sobran justificaciones de acciones que sabemos que están objetivamente mal hechas. Por eso, que el tentador no nos engañe más, que estemos siempre alertas para tener cuidado. En el tiempo de Cuaresma que los cristianos empezamos con ilusión y con fuerza, debemos estar más atentos y más sensibles a los engaños, ya vengan de dentro o de fuera. Que tengamos la suficiente humildad para reconocer que siempre Dios es Dios y nosotros no somos dioses, y por tanto no somos los autores del bien y del mal, sino que nos es dado reconocer el bien y nos es dado también con nuestra libertad conquistarlo.
Ya nos gustaría ser perfectos, ya nos gustaría que todo lo hiciéramos siempre bien, pero no es así. Todos sabemos que dentro de nosotros hay un mecanismo, un resorte misterioso por el cual yo puedo elegir el mal, puedo elegir el daño, puedo elegir el destruir a los demás e incluso destruirme a mí mismo. Cuando yo escucho ese principio interior de destrucción, tengo dos posibilidades: reconocerlo o disfrazarlo. Y esa es la misión del tentador. Disfrazar la destrucción de belleza, disfrazar la verdad de mentira, entonces es cuando yo cometo esa falta llamada pecado.
Hoy todos debemos preguntarnos cuales son nuestras tentaciones. Tentación en el sentido más profundo de la palabra. Cuantas veces disfrazamos lo malo de bueno, porque no hemos sido capaces de vivir unos principios y acabamos cediendo a ellos justificándolos. Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando como vive. Así hoy vivimos en un mundo en el cual se puede justificar todo. Aparentemente todo está bien mientras que no moleste a los demás, mientras que no haga daño. Hay un acuerdo universal de que cada uno haga lo que quiera, de que cada uno ponga su propia ética. Ante esto, Cristo nos enseña que el hombre no puede encontrar en sí mismo el principio que da la moralidad a las cosas. Yo no soy autónomo. He de tener la suficiente humildad intelectual para reconocer que hay Alguien fuera de mí que es quien me dio la vida y me dio el ser, que es Dios y me dicta qué es lo que es bueno y lo que no lo es. Por eso Jesús ante la tentación recurre a
A veces, siendo cristianos practicantes, cedemos a la tentación de hacer un cristianismo a nuestra medida, olvidándonos de las leyes de Dios y de las leyes de
Nos atrevemos a hacer nuestra propia religión según nuestras propias necesidades y tenemos que ser lo suficientemente humildes como para saber que yo puedo equivocarme y que incluso me puedo equivocar justificando mis equivocaciones y que siempre tendré el servicio de un Dios que, a través de
Vivimos en un mundo en el que sobran justificaciones de acciones que sabemos que están objetivamente mal hechas. Por eso, que el tentador no nos engañe más, que estemos siempre alertas para tener cuidado. En el tiempo de Cuaresma que los cristianos empezamos con ilusión y con fuerza, debemos estar más atentos y más sensibles a los engaños, ya vengan de dentro o de fuera. Que tengamos la suficiente humildad para reconocer que siempre Dios es Dios y nosotros no somos dioses, y por tanto no somos los autores del bien y del mal, sino que nos es dado reconocer el bien y nos es dado también con nuestra libertad conquistarlo.
jueves, 2 de junio de 2011
UN MANDAMIENTO MUY BONITO
El Cuarto Mandamiento de la Ley de Dios dice: Honrarás a tu Padre ya tu Madre, ya que ellos participan del poder creador de Dios.
Se transformará en Alegría... Leer Jn 16,16-20.
La alegría que la liturgia suscita en el corazón de los cristianos no está reservada solo a nosotros: es un anuncio profético destinado a toda la humanidad y de modo particular a los más pobres, en este caso a los más pobres en alegría. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas que, (…) viven el drama de la guerra: ¿qué alegría pueden vivir? Pensemos en los numerosos enfermos y en las personas solas que, además de experimentar sufrimientos físicos, sufren también en el espíritu, porque a menudo se sienten abandonados: ¿cómo compartir con ellos la alegría sin faltarles al respeto en su sufrimiento? Pero pensemos también en quienes han perdido el sentido de la verdadera alegría, especialmente si son jóvenes, y la buscan en vano donde es imposible encontrarla: en la carrera exasperada hacia la autoafirmación y el éxito, en las falsas diversiones, en el consumismo, en los momentos de embriaguez, en los paraísos artificiales de la droga y de cualquier otra forma de alienación.
Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior. (Benedicto XVI, ángelus, 17 de diciembre de 2006) Cuando la belleza y la verdad de Cristo conquistan nuestros corazones, experimentamos la alegría de ser sus discípulos. (Benedicto XVI, Lunes 18 de mayo de 2009)
Como en tiempos del profeta Sofonías, la palabra del Señor se dirige de modo privilegiado precisamente a quienes soportan pruebas, a los "heridos de la vida y huérfanos de alegría". La invitación a la alegría no es un mensaje alienante, ni un estéril paliativo, sino más bien una profecía de salvación, una llamada a un rescate que parte de la renovación interior. (Benedicto XVI, ángelus, 17 de diciembre de 2006) Cuando la belleza y la verdad de Cristo conquistan nuestros corazones, experimentamos la alegría de ser sus discípulos. (Benedicto XVI, Lunes 18 de mayo de 2009)
Incomparable...
Cierren sus ojos...
inclinen su rostro...
y escúchenla...
Dios les bendiga...
Habla y escucha a tus hijos
Si el tiempo es oro, ¿A quién dar mejor ese oro que a tus hijos?, No escatimes tiempo para ellos, tal vez cuando quieras dedicárselo ya sea demasiado tarde. Habla, juega y sobre todos enséñales a orar, hazlo con ellos, háblale de Dios… en una palabra “SER PADRES”.
Asómbrate
El otro día me regalaron un libro con un título que en principio podría parecer irreverente, un libro de José María Rueda: "¿Cómo eres Dios?, ¡Dios, cómo eres!". Pero ese titulo expresa muy bien el asombro del descubrimiento del modo de ser de Dios. Asombro aparece en el apóstol Pedro, después de haber visto cómo el Señor le manda echar la red y la saca llena hasta arriba, se tira a sus pies exclamando: "Apártate de mí, que soy un pecador" y todos se quedaban asombrados.
Estamos tan "acostumbrados" a Dios... Desde pequeños hemos visto cuadros, crucifijos, un arte magnífico, una cultura religiosa, que ha formado parte tanto de nuestra historia como de nuestra identidad. Esto es bueno y es positivo, pero hemos perdido tal vez la capacidad de asombrarnos ante la experiencia de Dios. El evangelio, lo que nos plantea a muchos creyentes es un reto, el reto de recuperar nuestra capacidad de asombro. Esa frase que hoy en día dice tanta gente: "qué alucine". Qué alucinante ha sido, ver una película buena, que alucinante ha sido la primera vez que le he dicho a una persona que la quería, que alucinante y que maravillosa ha sido la experiencia de la primera vez que he visto el rostro de mi hijo, o cuando el medico me ha anunciado la sanación de una persona muy querida, porque el ser humano sigue teniendo una capacidad muy grande para asombrarse, para asombrarse de la belleza, para asombrarse de la ternura, para asombrarse de tantas cosas que no somos conscientes que están dentro de nosotros y que sin embargo forman parte de nuestro tesoro personal.
Deberíamos preguntarnos si Dios es capaz de asombrarnos, o si por el contrario se nos ha metido ya en nuestra práctica religiosa, en nuestro modo de vivir el evangelio tal rutina, tal acostumbramiento que todo nos parece igual. Siempre son los mismos sermones, siempre son las mismas cosas las que nos dicen los curas, siempre cabe esperar lo mismo de las personas creyentes. Sin embargo para el creyente que ha tenido un encuentro con Cristo y que ha sabido hacer una lectura profunda de la intervención de Dios en su vida, no debería de dejar cada día de abrir la boca y decir: Dios mío, ¡cómo eres!, ¡cómo te portas conmigo!, ¿porqué tienes tanto interés en mí?, porque si no, es muy posible que terminemos como tantas veces se nos ha reprochado desde ámbitos no creyentes, con una fe aburrida,
Podríamos recuperar nuestra capacidad de asombro ante Dios, si fuéramos capaces de recuperar nuestra posibilidad de ser orantes, de sacar un rato cada día para charlar con Él, para escucharle, para contarle, para dejarnos llenar, para cargar las pilas espirituales.
Señor, que yo siempre me asombre ante tus cosas, que no te trate como a uno más, sino que sea siempre alguien especial, que yo tenga ojos para ver y para comprender que todo lo que haces siempre, y especialmente aquello que es menos llamativo y menos conocido es algo espectacular. Espectacular. Lo menos importante es a veces lo más bello si está tu mano encima de ello.
Estamos tan "acostumbrados" a Dios... Desde pequeños hemos visto cuadros, crucifijos, un arte magnífico, una cultura religiosa, que ha formado parte tanto de nuestra historia como de nuestra identidad. Esto es bueno y es positivo, pero hemos perdido tal vez la capacidad de asombrarnos ante la experiencia de Dios. El evangelio, lo que nos plantea a muchos creyentes es un reto, el reto de recuperar nuestra capacidad de asombro. Esa frase que hoy en día dice tanta gente: "qué alucine". Qué alucinante ha sido, ver una película buena, que alucinante ha sido la primera vez que le he dicho a una persona que la quería, que alucinante y que maravillosa ha sido la experiencia de la primera vez que he visto el rostro de mi hijo, o cuando el medico me ha anunciado la sanación de una persona muy querida, porque el ser humano sigue teniendo una capacidad muy grande para asombrarse, para asombrarse de la belleza, para asombrarse de la ternura, para asombrarse de tantas cosas que no somos conscientes que están dentro de nosotros y que sin embargo forman parte de nuestro tesoro personal.
Deberíamos preguntarnos si Dios es capaz de asombrarnos, o si por el contrario se nos ha metido ya en nuestra práctica religiosa, en nuestro modo de vivir el evangelio tal rutina, tal acostumbramiento que todo nos parece igual. Siempre son los mismos sermones, siempre son las mismas cosas las que nos dicen los curas, siempre cabe esperar lo mismo de las personas creyentes. Sin embargo para el creyente que ha tenido un encuentro con Cristo y que ha sabido hacer una lectura profunda de la intervención de Dios en su vida, no debería de dejar cada día de abrir la boca y decir: Dios mío, ¡cómo eres!, ¡cómo te portas conmigo!, ¿porqué tienes tanto interés en mí?, porque si no, es muy posible que terminemos como tantas veces se nos ha reprochado desde ámbitos no creyentes, con una fe aburrida,
Podríamos recuperar nuestra capacidad de asombro ante Dios, si fuéramos capaces de recuperar nuestra posibilidad de ser orantes, de sacar un rato cada día para charlar con Él, para escucharle, para contarle, para dejarnos llenar, para cargar las pilas espirituales.
Señor, que yo siempre me asombre ante tus cosas, que no te trate como a uno más, sino que sea siempre alguien especial, que yo tenga ojos para ver y para comprender que todo lo que haces siempre, y especialmente aquello que es menos llamativo y menos conocido es algo espectacular. Espectacular. Lo menos importante es a veces lo más bello si está tu mano encima de ello.
miércoles, 1 de junio de 2011
Celebra la Vida...
Hermoso mensaje...
disfrutenlo, y celebren la vida...
disfrutenlo, y celebren la vida...
La familia cristiana, modelo social positivo
Que la Iglesia sepa acompañar a las familias difundiendo un mensaje claro sobre el valor del matrimonio como sacramento. Lo pidió Benedicto XVI
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