"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Si no fuera pecado, ¿lo haría?

Vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios, sino del propio egoísmo

Una “buena tentación” es aquella que repite una y otra vez: “si me sigues, si cedes sólo por esta vez, si dejas el rigorismo, si te permites este pecadillo, ganarás mucho y perderás muy poco”. Ganar mucho dinero con una trampilla, o lograr un rato de diversión pecaminosa después de una semana de tensiones en el trabajo o en la familia, o conseguir un buen contrato a base de calumniar a un amigo, o...

A veces evitamos ese pecado sólo porque la conciencia nos pone ante nuestros ojos esa frase decisiva: “No lo hagas, es pecado”.

Sí, ya sé que es pecado, respondemos. Pero, si no fuera pecado, ¿lo haría?

Formular esta pregunta es señal, seguramente, de que no comprendemos la maldad que hay detrás de esa tentación. La vemos tan apetecible, tan fácil, tan a la mano, tan “buena”, que... Pero es pecado, nos dijeron en la catequesis, leímos en un libro, nos recordó un amigo sacerdote...

Hemos de comprender que algo es pecado no sólo porque un día Dios dijo: “Esto está mal: no lo hagas”. En realidad, si algo está mal (y Dios, porque nos ama, nos lo recuerda) es porque con esa acción ofendemos a Dios, dañamos al prójimo y nos degradamos a nosotros mismos. O, como decía santo Tomás de Aquino (siglo XIII), “ofendemos a Dios sólo cuando actuamos contra nuestro propio bien” (“Summa Contra Gentiles”, III, cap. 122).

El pecado no es, por lo tanto, como algunas normas de tráfico. Cuando busco un lugar para dejar el coche y veo la señal “prohibido aparcar”, es posible que me enfade, que no esté de acuerdo con el alcalde o con la policía. Dejar el coche ahí, en ese lugar concreto, quizá no molesta a nadie. Sé que está prohibido, pero si no estuviese prohibido, allí aparcaría... Incluso con la total certeza de que no causaría daño a nadie.

En otras ocasiones, en cambio, la misma señal de tráfico vale no sólo porque la pusieron allí, sino porque descubro que es justo, es bueno, no aparcar en ese lugar. Incluso habrá momentos en los que llegaré a una calle donde me gustaría aparcar, donde no hay señal alguna (¡está permitido aparcar allí!), pero no aparcaría porque me doy cuenta de lo mucho que perjudicaría a otras personas si lo hiciera.

El pecado es parecido al segundo ejemplo. No depende de la imaginación de Dios o de algún capricho del catequista o del sacerdote. Si la Iglesia nos enseña que el robo es pecado, o el adulterio, o la calumnia, o el masturbarse, o el aborto, es porque en cada uno de esos actos perdemos algo de nuestra vocación al bien, al amor, a la justicia.

No es correcto, por lo tanto, pensar: “si esto no fuera pecado, lo haría”. Porque si algo es malo, lo es siempre. Porque, además, mi condición de hombre y de cristiano me recuerdan que no vivo para seguir mis caprichos y buscar maneras para que las normas no me impidan realizar lo que me gustaría hacer ahora, sino que vivo para amar y hacer el bien, a todos y en todo. Por eso no quiero saltarme aquellos mandamientos que me apartan del mal para invitarme a hacer el bien.

Nos será más fácil superar la tentación del “si esto no fuera pecado...” cuando profundicemos y conozcamos mejor el porqué de los mandamientos, el sentido de cada norma ética, el bien que ganamos cuando queremos ser honestos. Los mandamientos no son imposiciones arbitrarias, sino señales que nos indican dónde está el bien y el mal, qué nos ayuda a vivir en amistad con Dios y con nuestros hermanos, y qué actos hieren esa amistad.

Por ejemplo, si no robo, aunque tenga que esperar más años para comprarme un coche nuevo, viviré con la conciencia más tranquila y en mayor paz con quienes viven a mi lado. Porque habré respetado el derecho de otro a un dinero que es suyo, que merece tener, que no puedo apropiarme sin dañarle y sin herir mi conciencia.

Lo mismo vale para los demás casos: el mal de cada acto pecaminoso es tan grave que destruye riquezas de la propia vida y de la vida de los demás, y por lo mismo es muy bueno no ceder nunca a la voz insidiosa de una tentación que me presenta como fácil y posible algo malo.

Pensemos, además, en positivo: cuando digo no a un pecado, entonces mi corazón está (al menos, debería estar) más dispuesto a hacer más cosas buenas, a vivir más a fondo mi condición de soltero o de casado, de padre o de hijo, de estudiante o de trabajador, de amigo o de ciudadano honrado.

Por eso, vale la pena quitarse de la cabeza esa insinuación que no viene de Dios, sino del propio egoísmo: “Si no fuera pecado...” Habría que sustituirla por esta otra: “Porque sé que es pecado, centraré mi mirada en el mucho bien que puedo llevar a cabo por otros caminos santos y buenos”.

De este modo, creceremos cada día en nuestra condición cristiana, viviremos como hijos que están a gusto en casa, con su Padre de los cielos, con tantos hermanos que también quieren ser justos y difundir amor para con todos. Aunque ahora tengamos que luchar enérgicamente contra una tentación fácil, aunque tal vez pensemos que estamos “perdiendo” una ocasión única.

Es muchísimo lo que gano si conservo mi espíritu abierto para amar, para estar muy cerca de ese Dios que tanto ha sufrido por hacer más bueno mi corazón cristiano...

Postscriptum: Me llegó una nota-comentario que pensé podía ser buena para complementar las ideas anteriores. Aquí la transcribo con pequeños retoques, y doy las gracias a la persona que me la envió.

“No es que las cosas son malas porque están prohibidas, sino que están prohibidas, porque son malas.

En los hospitales hay letreros que dicen: prohibido el paso, zona radiactiva... ¿es malo porque está prohibido, o está prohibido porque es malo, porque es nociva la radiación para nuestro organismo?

Dios nos ama, Él sabe lo que nos hace bien, según nuestra naturaleza, y lo que nos hace daño. El mal, nos hace mal; el bien, nos hace bien. La templanza es buena porque nos hace bien; la intemperancia es mala, porque nos hace mal.

Es verdad que el pecado es, ante todo y sobre todo una ofensa a Dios; pero el pecado le ofende a Dios, no porque le haga mella, porque suponga menoscabo, deterioro, pérdida, merma o perjuicio a Dios, sino porque Él nos ama y le entristece el mal que nos hacemos cuando somos malos; y esto hasta tal punto, que si el mal no nos haría mal, Dios no nos lo prohibiría, como no nos prohíbe la contemplación de un bello amanecer, o la audición de una hermosa música (claro, en su momento; porque si me pongo a contemplar un amanecer cuando debo tomar el avión para ir a concluir un negocio estupendo para mi economía familiar, o me pongo a oír una bella melodía cuando mi mujer duerme...).

Esto es aplicable a la drogadicción, el alcoholismo, la infidelidad conyugal, la lujuria, la falta de honradez, la falta de veracidad (el mentiroso, en el fondo, es un malabarista al que el espectáculo le va bien hasta que se le caen todas las pelotas en la cabeza... hace el ridículo, se degrada a sí mismo...)”.

Autor: P. Fernando Pascual

Dios te ama a ti, te ha creado

Tú has sido creado para expresar el amor de Dios a los demás.
Vino a Roma una amiga de la familia. Este beso es de parte de tus padres. Y me han dicho que si necesitas algo me lo digas para comprártelo. El amor no se detiene a causa de las distancias y cuando tiene una oportunidad trata de manifestarlo de algún modo, incluso con emisarios. Mientras contemplaba y escuchaba a mi paisana, entendí perfectamente que mis papás me decían: te queremos mucho y nos preocupamos de ti.

Algo parecido ocurre con Dios y el amor que Él tiene por los hombres. No sé si lo habías pensado alguna vez. Por eso te lo digo: tú y tu vida, es un esfuerzo de amor por parte de Dios. El Señor quiere amar y por eso te ha creado a ti. Pero, ¡atentos! En ti, el amor de Dios se expresa en un doble sentido. Porque Dios te ama a ti, te ha creado. Pero a la vez, porque Dios quiere amar a otros, te ha creado a ti, tal como eres, para que tú les lleves el amor que Él les tiene.

Esto es lo que Juan Pablo II decía: "Movido por el principio de haber sido creado a imagen de Dios, hombre y mujer, el creyente puede reconocer el misterio del rostro trinitario de Dios, que lo crea poniendo en él el sello de su realidad de amor y comunión" (31 de mayo 2001). Vamos a explicar estas palabras del Papa.

¿Cómo es Dios? Dios es "amor y comunión". Para que se pueda amar es necesario que exista algo que sea amado, algo diverso del que ama.

¿Correcto? Pero, a la vez, el amor crea unión entre el amante y el amado. Es decir, para amar se requiere ser diverso de otro y, al mismo tiempo, el amor busca la unión. En realidad esto es lo que llamamos el misterio de la Santísima Trinidad: siendo tres personas son, por el amor, una sola realidad.

La siguiente pregunta que se debe responder es ¿cómo eres tú? Si tú has sido creado para expresar el amor de Dios, y para amar es necesario ser diverso de lo que se ama, resulta que tú has sido creado diverso, diverso de todos. Pero la principal diversidad es ser "hombre y mujer". Es cierto que tú, si eres varón, eres diverso también de cualquier otro hombre, pero sobre todo eres diferente de cualquier mujer. Lo mismo se aplica a la mujer: cada una de ellas, aunque diversas entre sí, son más diferentes respecto de cualquier hombre.

Todavía está en boga una cierta tendencia a la igualdad entre hombres y mujeres. Es cierto que la igualdad es un valor que se debe defender, pero la verdadera riqueza humana consiste en ser diversos.

Si todos fuéramos iguales, ¿qué podría yo dar al otro y que podría recibir de él? En cambio con la riqueza de las diferencias siempre tengo algo que dar y algo que recibir. Por lo mismo es la diversidad lo que ofrece una dignidad y un valor a cada persona: ¿de qué serviría yo si no tengo nada que dar al otro? y ¿qué valor tendrían los demás si no tienen nada que darme? Por ello, nos decía el Papa "cuando se pierde de vista el principio de la creación del hombre como varón y mujer, se ofusca la singular dignidad de la persona humana y se abre el camino a una amenazadora cultura de la muerte". Si el otro no tiene nada que ofrecerme ¿para qué le voy a mantener en vida?

Decíamos que tú eres un esfuerzo de amor por parte de Dios. Por ello te ha creado diverso de los demás, y es en "la experiencia del amor rectamente entendido (entre hombre y mujer) que cada ser humano está llamado a tomar conciencia de los factores constitutivos de la propia humanidad: razón, cariño, libertad". ¿Qué quiere decir el Papa con estas palabras?

Él vuelve a afirmar que sólo en el matrimonio entre un hombre y una mujer se puede realizar la dignidad plena del ser humano. En efecto, la unión matrimonial no es simplemente una unión pasional. Se contrae matrimonio después de una recto conocimiento de las diferencias del uno y del otro. No es la pasión sino la razón quien descubre lo que uno puede dar y puede recibir del otro. No es la pasión lo que mueve a hacer el amor, sino el amor lo que busca el cariño y el afecto tal como el otro lo necesita y a recibirlo tal como el otro sabe darlo. La duración del amor no depende de la pasión y del egoísmo, sino de la libertad que ha optado por la persona amada por encima de cualquier otra persona y circunstancia.

Recuérdalo muy bien: tú eres un esfuerzo de amor por parte de Dios. Y donde primero lo tienes que vivir es en tu vida personal, matrimonial, familiar. Ama a los demás como Dios los ama.
Autor: P. Juan Carlos Ortega Rodriguez.

martes, 22 de noviembre de 2011

El PP se lleva por delante al PSOE

El PP se lleva por delante al PSOE, unos de los titulares de EL MUNO




Cristo es la respuesta verdadera

Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría mi fe. 
En los hombres de hoy, es posible que la vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. 


·  Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. 

El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.

·  Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. 

De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía.

·  Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. 

Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte.

¡Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios¡

1) Un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo. 
2) Una relación con Dios cercana y cordial. 
3) Una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. 

En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.

Autor: P. Juan P. Ferrer.

Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos:

lunes, 21 de noviembre de 2011

Salir de las trincheras

Hay que dar a conocer a los hombres que el Amor es hermoso, que la Bondad existe, que las lágrimas pueden ser consoladas.

Existe el peligro, en muchos católicos, de vivir a la defensiva, de esconderse en las trincheras para resistir cientos de ataques que llegan por todos lados.

¿Atacan al Papa? Hay que buscar argumentos para defenderlo. ¿Critican las “riquezas” del Vaticano? Hay que explicar que tales “presuntas riquezas” son patrimonio de la Iglesia y, en cierto modo, de la humanidad. ¿Se ríen de la moral sexual católica? Hay que estudiarla y refutar críticas a veces ridículas. ¿Nos acusan de fundamentalistas e intolerantes? Respondemos con ejemplos del pasado y del presente que muestran la profunda actitud de respeto hacia todos los hombres que nace de nuestra fe católica.

El cristianismo surgió en un ambiente hostil. Cristo mismo nos dijo que muchos nos odiarían, nos excluirían, nos atacarían. No es de extrañar, por tanto, que hoy, como en tantos momentos del pasado, haya numerosas personas e instituciones dedicadas, a veces con energías y medios desproporcionados, a atacar, marginar, incluso destruir la fe de los corazones, el respeto hacia la Iglesia, la pujanza de sus instituciones y obras de caridad.

Pero ese cristianismo, perseguido, arrinconado, despreciado, tomó, desde sus orígenes, una actitud claramente conquistadora. Se convirtió en un movimiento espiritual que no se limitó a unas fronteras estrechas, que no cerró las puertas a cal y canto para evitar las heridas de los posibles agresores, de los enemigos de la luz.

Al contrario, los primeros cristianos buscaron mil caminos para irradiar, entre quienes vivían a su lado, una experiencia, una fe, un amor, que da sentido a la existencia humana, que ilumina de esperanza la mirada de los corazones, que alivia las penas profundas y las heridas que la vida deja inexorablemente en nuestras vidas.

El cristiano no vive, por lo tanto, para defenderse. Estudiará, desde luego, su fe, su historia, su riqueza doctrinal. Sabrá reconocer también que ha habido errores y fallos en no pocos católicos durante los 2000 años de nuestra historia. Respetará la dignidad de los “adversarios”, a los que ofrecerá una respuesta justa y, más profundamente, una mano respetuosa y llena de afecto sincero.

Pero, de modo especial, tendrá la alegría y el arrojo de comunicar algo que ni el dinero, ni el poder, ni la belleza, ni la medicina, ni la ciencia, es capaz de dar: la verdad del Evangelio, la certeza de que Dios nos ama en Jesucristo.

El mundo necesita y pide, quizá sin saberlo, testigos de la bondad de Dios, mensajeros de una Buena noticia, heraldos de un Amor que arranca del Padre de los cielos y pone su tienda entre los hombres con la llegada del Hijo.

Hay que salir de las trincheras. No podemos guardar un tesoro que es para todo el mundo. Hay que poner la lámpara sobre el celemín, hay que dar a conocer a los hombres que el Amor es hermoso, que la Bondad existe, que las lágrimas pueden ser consoladas, que la muerte no es la última palabra de la historia humana.

Sabemos que el Sepulcro de Cristo está vacío. Percibimos su presencia continua, como Señor Resucitado, entre nosotros. Dar testimonio de su Cruz salvífica y victoriosa es una urgencia que todos debemos sentir en lo más profundo de nuestra identidad cristiana. Porque muchos hombres viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Porque muchos desean, profundamente, descubrir que son amados, reconocer que la salvación de Cristo también es para ellos.
Autor: P. Fernando Pascual.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Celebrar a Cristo Rey

¡Lo proclamamos nosotros a los cuatro vientos con humildad gozosa! Sobre todo, con la fidelidad diaria a nuestros deberes cristianos.

Último Domingo de Calendario Litúrgico, dedicado a celebrar la festividad de Jesucristo Rey.

Una solemnidad moderna que nos gusta mucho a los creyentes.

Instituida por la Iglesia precisamente en los tiempos de la democracia, para demostrar que la soberanía de Jesucristo no tiene condicionamientos humanos, ni es Jesucristo un Jefe elegido por votación popular, ni va a ser un día echado de su trono o suplantado por otro rival que le venga a privar de sus derechos.

Empezamos por escuchar al mismo Jesús, que reivindica su condición real ante una autoridad civil, la cual le puede hacer pagar caro su atrevimiento de proclamarse Rey.

Condenado ya como blasfemo por la Asamblea del pueblo judío, Jesús es llevado al tribunal de Roma, que no se va a meter en cuestiones religiosas sino en asuntos civiles.

Y empieza Pilato por la pregunta clave:
- ¿Tú eres el rey de los judíos?
Jesús sabe muy bien que esto no lo puede decir Pilato por cuenta suya, sino por otros que se los han ido a contar para prevenirlo en contra del acusado. Así que Jesús le pregunta a su vez:
- ¿Lo dices esto por ti mismo, o porque otros te lo han dicho de mí?
Pilato se molesta un poco, aunque le muestra a Jesús respeto y temor:
- ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contesta, porque la pregunta es sincera, y, además, se la hace la autoridad:
- Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis vasallos hubiesen luchado por mí, para no ser entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí abajo.
Hay mucha dignidad en estas palabras de Jesús, de modo que Pilato, pagano y que nada sabe de la religión judía, sospecha algo misterioso. Por eso vuelve a la primera pregunta, haciéndosela más concreta:
- Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús sigue el diálogo con Pilato en un plano de mucha seriedad y sinceridad:
- Sí; yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Quien es de la verdad, escucha mi palabra.
Pilato no entiende. Pero se da cuenta de que tiene delante de sí a una persona muy especial. De ahí sus esfuerzos por salvarlo de las iras y del griterío que le viene de la calle, azuzada como está la gente por los jefes del pueblo. Su pecado, como le insinuará después el mismo Jesús, es estar haciendo caso a los enemigos personales de este reo en vez de atender los gritos de su conciencia. Jesús le deja como palabra última a Pilato esta confesión:
- Yo soy rey. Aunque mi reino no es de este mundo.
Y Pilato, que quede tranquilo... Jesús no causará ningún problema a los romanos, desde el momento que le asegura que su reino no es político sino espiritual, no de este mundo sino del otro...

Juan escribe su Evangelio para los cristianos, y más que narrar con taquigrafía el dialogo de Jesús con Pilato, quiere hacer ver que aquella calumnia lanzada contra Jesús --de que había sido condenado por revoltoso contra Roma--, carecía de todo fundamento.

La Iglesia de nuestros días ha reflexionado mucho sobre este hecho de la realeza de Jesucristo. Y ha mantenido y mantiene una fiesta que para muchos es inoportuna.

El mundo -que se aleja de Dios con un laicismo y una secularización tan peligrosos, ha de saber que por encima de los acontecimientos humanos y sobre los gustos de la sociedad hay un Rey que reivindica los derechos de Dios.

Ese mundo debe rendirse a Dios, y Jesucristo se proclama Rey para ser el primer testigo de la verdad.

A su Iglesia la constituye signo visible de esta autoridad que Él mantiene sobre el Reino de Dios en el mundo, y le encarga transformar las estructuras sociales de un modo conforme con el querer de Dios.
Jesucristo es Rey, y por eso hace de nosotros los cristianos un pueblo real, libre de toda esclavitud.

En particular nosotros los seglares --instruidos por el Concilio--, sabemos que participamos de la realeza de Jesucristo; somos reconocidos como encargados de promocionar a la persona humana; y se nos encarga meter el Evangelio en la sociedad como el fermento en la masa, llenando del espíritu de Jesucristo todas las realidades sociales, ya que estamos metidos dentro de todas las vicisitudes del pueblo.

Esta nuestra vocación dentro del Pueblo de Dios es un testimonio de la realeza de Cristo.

Porque, si Jesucristo no fuera Rey y no tuviera el dominio y la soberanía sobre todos los hombres y sobre todas las cosas, ¿con qué derecho y autoridad, o con qué título legítimo, nos presentaríamos nosotros ante los demás para hacerles cambiar de opinión, para mudar sus estructuras y modos de ser, para transformar el mundo conforme a nuestro parecer y nuestros gustos?... Aunque este parecer y estos gustos no son nuestros --afortunadamente--, sino del mismo Jesucristo y de su Iglesia.
¡Jesucristo es Rey!

Lo proclamamos nosotros a los cuatro vientos con humildad gozosa.
Lo proclamaron con valentía ante las balas muchos mártires modernos.

Y esta fe que profesan nuestros labios, la queremos proclamar, sobre todo, con la fidelidad diaria a nuestros deberes cristianos..

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

Algunas esperanzas electorales

Autor: Pablo Cabellos

No ha tenido excesivo eco la nota publicada por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española para estas elecciones generales. Con oportunidad, evocaba unas palabras recientes del papa dirigidas al Bundestag alemán: «El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. Se ha referido, en cambio, a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho (...), la razón abierta al leguaje del ser». El apunte nos sirve a todos: a los que pasan por todo —olvidando su fe o la recta razón— y a los que confesionalizarían todo —sin comprender la libertad cristiana. A través de Facebook, me preguntaron cómo era posible que hubiese algunos fieles del Opus Dei militando en un partido político unido a Bildu. La respuesta es bien sencilla: nadie de la jerarquía católica ha dicho nunca que Eusko Alkartasuna sea rechazable desde la fe. Es más, la jerarquía de nuestro país nunca ha reprobado ni confesionalizado a partido político alguno. Da pautas en busca «del mayor bien posible en este momento». Recordaré algunas de ellas, porque las disposiciones legales no siempre son morales, como cuando el derecho se subordina al poder.
Esa realidad lleva a nuestros obispos a rememorar ideas claras expresadas por Benedicto XVI en Madrid, refiriéndose a quienes «creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos; desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias». Partiendo de la viveza de esas premisas, la nota habla de opciones legislativas que no tutelan adecuadamente el derecho fundamental a la vida de cada ser humano, o de promover leyes que desvirtúan el sentido originario del matrimonio y la familia. No se es más moderno acogiendo estas opciones, porque la verdadera modernidad está en dar alcance al progreso sin hacer descarrilar lo natural, la ecología del hombre.
Es razonable escribir sobre la crisis económica, que reclama soluciones diversas en orden a la promoción de la dignidad de las personas, particularmente de las más desasistidas; y a la vez, favorecer la libre iniciativa social en todos los terrenos con una particular referencia a la educación, de modo que no se lesione el principio de subsidiaridad del Estado ni el derecho que tienen los padres a elegir la educación que deseen para sus hijos. No es de recibo aceptar la libertad de educación pero, según qué modelo, «no con mi dinero». Sería gravemente discriminatorio y desfasado. Además, la enseñanza pública es más gravosa para el Estado acaparador. Busquemos el bienestar, pero es deseable una sociedad del bienestar y no un Estado del bienestar que, bajo capa de protección, aprisiona la libertad, asfixia la creatividad, mata la iniciativa.
Señala la legitimidad moral de los nacionalismos que utilicen medios pacíficos para otra configuración social, así como la necesidad de tutelar el bien común de la nación española, evitando manipulaciones. Es diáfana la indicación de que, una sociedad que desee ser libre y justa, no reconozca, ni siquiera implícitamente, a ninguna organización terrorista, algo intrínsecamente perverso e incompatible con una visión recta y razonable de la vida.

Fuente: http://www.levante-emv.com/opinion/2011/11/19/esperanzas-electorales/857818.html

sábado, 19 de noviembre de 2011

María y la fe de una mamá

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro.

Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti... en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija...

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo.... Pero no te entiendo...

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida... te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez...

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz...

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea...

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues... que me alegro por ella...

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús...

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio. , “habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies...” habiendo oído, hija mía, habiendo oído...

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio... porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer...

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel “habiendo oído”... Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción... Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea... ¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro... ¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza...

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá....

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre... estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso.... Jesús hace el milagro por la fe de la madre...

- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro... la fe de la madre... Debes aprender a orar como ella...

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante....

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como “inútil” “para qué insistir”... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí “algo” para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá...

La fe de una mamá...

Te abrazo en silencio, Madre... y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro...


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

Autor: Susana Ratero.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Un día nublado

Nunca estamos solos, especialmente en aquellos momentos de oscuridad y tormenta, la luz de la Iglesia nos alumbra el camino.
 
Era un día nublado, con frío y unas cuantas gotas de lluvia. La neblina no me dejaba ver, en estas condiciones la subida parecía no tener sentido. Sin embargo, estaba siguiendo el camino correcto y a pesar de los momentos difíciles, la esperanza de llegar seguía viva.

Cada uno de nosotros sube la montaña de la fe, es un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo y termina con el paso de la muerte a la vida eterna.

Pero muchas veces este camino puede oscurecerse, puede nublarse, y poco a poco vamos perdiendo el plano sobrenatural de la vida, sin darnos cuenta hacemos las cosas más a lo humano que con espíritu de fe. El grave error es vivir solamente con un criterio humano, y dejar la fe sólo para cuando convenga. Esto es separar la fe de nuestra vida, vivir una doble vida, falsa e incoherente.

Cuántos vamos a Misa, comulgamos, nos confesamos... pero vivimos la fe con pura exterioridad. Nuestras decisiones se vuelven conveniencias humanas y no cristianas. En lugar de subir la montaña, quizá con lentitud, pero con constancia, vamos descendiendo, olvidándonos del destino. San Gregorio Magno lo decía muy bien: "seria insensato el que, contemplando lo ameno del paisaje, se olvidara del término de su camino".

Debemos estar conscientes de que nunca estamos solos, especialmente en aquellos momentos de oscuridad y tormenta, la luz de la Iglesia nos alumbra el camino. Desde el inicio de su pontificado el Papa ha recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe. Esto es algo urgente; en la carta apostólica "Porta Fidei", el Papa convoca al "Año de la Fe" para que brillemos también nosotros y ayudemos a otros en el camino hacia la cumbre de la santidad.

El católico tiene que vivir siempre como católico, no puede olvidar su destino: llegar al encuentro con Dios. Y en esta subida, hemos de recordar que Él nos ha mandado ser luz del mundo, la fe sí se se puede vivir, no te canses de demostrar la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.
Autor: Mariano Hernández

jueves, 17 de noviembre de 2011

Venga tu Reino Señor ¡Viva Cristo Rey!



Un Reino que los hombres no entendemos porque lo que tú viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.

Ante ti, Señor una vez más.
Ante ti, que siempre estás en el Sagrario para escucharme, para infundir calor a mi corazón muchas veces indiferente y frío. Más frío que estas tardes del ya cercano invierno. Pero hoy quiero que hablemos, no del cercano invierno, sino del cercano día en que vamos a festejar Tu día, Señor, el DÍA DE CRISTO REY.

El Padre Eterno, como tú nos enseñaste a llamarle a Dios, es el Rey del Universo porque todo lo hizo de la nada. Es el Creador de todo lo visible y de lo invisible, pero... ¿cómo podía este Dios decírselo a sus criaturas? ¿cómo podría hacer que esto fuese entendido?... pues simplemente mandando un emisario.

No fue un ángel, no fue un profeta, fuiste tú, su propio Hijo, tu, Jesús.

Como nos dice San Pablo: - "Fue la propia imagen de Dios, mediador entre Este y los hombres y la razón y meta de toda la Creación. Él existe antes que todas las cosas y todas tienen su consistencia en Él. Es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia Católica. Es el principio, el primogénito, para que sea el primero en todo". Así se expresa San Pablo de ti, Jesús mío y en esa creencia maravillosa vivimos.

Cuando fuiste interpelado por Pilato diste tu respuesta clara y vertical: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos... PERO MI REINO NO ES DE AQUÍ". Entonces Pilato te dijo: "Luego... ¿tú eres rey?. Y respondiste: - "Tú lo dices que soy rey. Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz. (Juan 18,36-37).

Jesús... tú hablabas de un Reino donde no hay oro ni espadas, donde no hay ambiciones de riquezas y poder. Tu Reino es un reino de amor y de paz.

Un Reino que los hombres no entendieron y seguimos sin entender porque lo que tú viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.

Pertenecer a este Reino nos hace libres de la esclavitud del pecado y de las pasiones.

Pertenecer a este Reino nos hace súbditos de un Rey que no usa la ley del poder y del mando sino del amor y la misericordia.

Diariamente pedimos "venga a nosotros tu Reino".... y sabemos que en los hombres y mujeres de bien, ya está este Reino, pues el "Reino de Dios ya está con nosotros" (Lc.17, 20-21.

El domingo, la Iglesia celebra a "CRISTO REY". A ti, Jesús, que pasaste por la Tierra para decirnos que "REINAR ES PODER SERVIR Y NO SERVIRSE DEL PODER".

Que viniste para ayudar al hombre y bajar hasta él, morir con él y por él, mostrándonos el camino hacia Dios.

¡VENGA TU REINO, SEÑOR!

¡Viva Cristo Rey !


Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Dios, siempre actual

¿Por qué no nos empeñamos en descubrir a Dios en todo, si en todo lo vamos a encontrar?

Una de las cosas que más nos deben importar en nuestra vida es que Dios sea siempre en nosotros Alguien y actual, vamos a hablar así. Que siempre sea de interés. Que nos preocupe siempre. Que nunca lo releguemos al olvido. Que Dios lo llene todo: nuestra oración, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestro gozar, nuestras penas y nuestras preocupaciones. Que en todo, absolutamente en todo, esté presente Dios, porque Dios es para nosotros es interés sumo.

Se cuenta de un gran escritor católico que presentó un artículo sobre Dios a una revista francesa para su publicación. Lo lee el director, y dice visiblemente contrariado:

Hubiéramos preferido un artículo de actualidad.

O sea, que Dios era un ser algo pasado de moda, algo que había que arrinconar, algo que ya no interesaba. Afortunadamente, nosotros somos unas personas que decimos todo lo contrario:

¿Dios?... ¡Bienvenido sea su recuerdo! Que no se oscurezca nunca de la mente, ni se escape del corazón...

Esos que así se desinteresan de Dios no reflexionan sobre el mal que se echan encima. Nada más abrir la magna carta de San Pablo a los fieles de Roma, se encuentran con unas palabras que podrían hacerles temblar, y que podemos expresar de este modo:
¿No se dan cuenta de que ni los mismos paganos van a tener excusa en el tribunal de Dios? ¿Es que no ven a Dios en todas sus obras? ¿Tan ciegos están? ¿No saben leer el nombre de Dios en las estrellas, ni adivinarlo en una flor, ni encontrarlo en la sonrisa de una madre feliz, ni descubrirlo en el propio corazón, ni percibirlo en el grito de la conciencia?...

Al revés de esos que se cierran para no descubrir a Dios, vemos cómo los pensadores más grandes han sido creyentes. Los sabios, ordinariamente, son los primeros convencidos de que hay un Dios, y lo respetan, lo veneran, y esperan en Él.

Y nosotros, con muchas o pocas luces en nuestra inteligencia, pero con una fe inmensa recibida de Dios, cultivada por nosotros con esmero, gozamos cuando oímos y leemos algo de Dios, porque así avanzamos en el conocimiento de un Dios inmenso, incomprensible, pero que se esconde entero en nuestro corazón.

A los niños de la catequesis les enseñábamos un canto muy de niños: No hay reloj sin relojero, ni mundo sin Creador. Era un canto para niños, pero lo interesante es que un gran filósofo tenía bastante con este pensar de los niños, y se extasiaba ante un reloj precisamente, mientras se iba diciendo durante mucho rato:
El relojero es anterior al reloj, esto es evidente. Sin un relojero, no existiría el reloj. Y se decía a sí mismo entonces: Por lo mismo, el que ha hecho el mundo es anterior al mundo. Entonces, Dios es eterno.

Este sabio, de la obra del hombre, como es un reloj, ascendía con gran naturalidad a la obra de Dios y a Dios mismo.

Otro de los sabios más grandes, observador del firmamento, y el que determinó la ley de la gravitación universal, se descubría reverente la cabeza cuando oía el nombre de Dios.

La obra de Dios le hacía llegar al mismo Autor del Universo.

Un investigador moderno de la vida de los animales, y cuyos libros son una delicia, decía después de tanto estudio:

Yo no puedo decir que creo en Dios. Yo no puedo creer, porque yo veo a Dios.


Este observador de la Naturaleza, en los animalitos más pequeños encontraba la existencia de Dios de tal modo que casi se le hacía evidente.

Y es que toda la creación no es más que una moneda de oro en la que Dios el Creador acuñó su imagen, para que lo reconozca cualquiera que sepa leer y tenga ganas de interpretarla.

¿Ha pasado de moda esta manera de presentar la prueba de la fe? No; ni mucho menos. Por desgracia, hay todavía ateos en el mundo, y conviene ayudarles a abrir los ojos.

Pero no es esto precisamente lo que ahora nos interesa a nosotros. Nosotros, creyentes, lamentamos otra cosa, como es el disfrutar de la creación y no ayudarnos a tener a Dios mucho más presente en nuestra vida.

Hoy no vivimos estables en un rincón de nuestra tierra, sin más horizonte que unos kilómetros a nuestro alrededor. Hoy nos movemos mucho. Cada día descubrimos nuevos rincones cargados de belleza. La televisión nos ofrece programas estupendos sobre las maravillas del mundo. ¿Somos capaces de elevarnos a Dios aprovechando todos esos medios?

San Ignacio de Loyola acaba sus Ejercicios Espirituales con una magnífica meditación, llamada Contemplación para alcanzar amor.

Cuando se mira una planta, un gusanillo, el cielo tachonado de estrellas, todas las criaturas y todos los acontecimientos, se debe descubrir a Dios, para subir más hacia Él y crecer intensamente en su amor.

Así lo entendió un gran discípulo de San Ignacio, astrónomo de fama mundial, que escribió para su lápida sepulcral:

De la visión del cielo es corto el camino para llegar a Dios.

Volvemos a lo del principio: ¿Queremos que Dios nos interese a lo largo de todo el día? ¿Queremos que su luz se acreciente más en nuestra mente y que su amor encienda cada vez más nuestro corazón?... ¿Por qué no nos empeñamos en descubrirlo en todo, si en todo lo vamos a encontrar?....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

martes, 15 de noviembre de 2011

El Jesús de Madre Teresa de Calcuta

El Jesús de Madre Teresa de Calcuta
Conoce cómo describía a Jesús, quién era para ella....para que sea lo mismo para ti.
Autor: Teresa de Calcuta
Para mí, Jesús es
El Verbo hecho carne.
El Pan de la vida.
La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados.
El Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos propios.
La Palabra, para ser dicha.
La Verdad, para ser proclamada.
El Camino, para ser recorrido.
La luz, para ser encendida.
La Vida, para ser vivida.
El Amor, para ser amado.
La Alegría, para ser compartida.
El sacrificio, para ser dados a otros.
El Pan de Vida, para que sea mi sustento.
El Hambriento, para ser alimentado.
El Sediento, para ser saciado.
El Desnudo, para ser vestido.
El Desamparado, para ser recogido.
El Enfermo, para ser curado.
El Solitario, para ser amado.
El Indeseado, para ser querido.
El Leproso, para lavar sus heridas.
El Mendigo, para darle una sonrisa.
El Alcoholizado, para escucharlo.
El Deficiente Mental, para protegerlo.
El Pequeñín, para abrazarlo.
El Ciego, para guiarlo.
El Mudo, para hablar por él.
El Tullido, para caminar con él.
El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.
La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.
El Preso, para ser visitado.
El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Esposo.
Jesús es mi Vida.
Jesús es mi único amor.
Jesús es mi Todo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La segunda tentación

Esa que nos hace pensar que no ha pasado nada. O esa que nos dice que es imposible volver a empezar.

Llega una tentación. De avaricia o de lujuria, de envidia o de soberbia, de pereza o de egoísmo, de vanidad o de ira.

Si no estuvimos atentos, si no recurrimos a la ayuda divina, la tentación penetra, poco a poco, en el alma. Luego crece desde las pasiones, entre dudas y ansiedades. Al final, sucumbimos. Hemos pecado.
Entonces puede insinuarse la segunda tentación. Esa que nos hace pensar que no ha pasado nada. O esa que nos dice que es imposible volver a empezar. O esa que nos aparta de Dios: si hemos sido tan malos, ¿con qué cara podemos pedir misericordia?

La segunda tentación es terrible: paraliza el corazón, encadena la voluntad, hiere mortalmente la esperanza, prepara el terreno a nuevos pecados, nos aparta de Dios.

Si el pecado ha vencido en nuestras vidas, si nos ha robado la amistad con Dios y la unión con los hermanos, necesitamos más que nunca pedir la gracia del perdón. No podemos permitir que la segunda tentación nos hunda más y más en el mal cometido. No podemos dejar crecer el monstruo de la desconfianza que destruye tantas vidas. No podemos abrir las puertas al pecado diabólico por excelencia: pensar que ni siquiera Dios es capaz de perdonarnos.

Resistir la primera tentación es posible sólo con Dios. Si el pecado se hizo presente por nuestra culpa, necesitamos más que nunca volver a Dios para resistir al más terrible de los males: la segunda tentación.

Para ello, hemos de aprender a ver nuestro pecado como Dios lo ve: como la herida en un hijo. Porque para Dios el hijo no deja de serlo si está enfermo. Somos también suyos en medio del lodo del pecado.

La mirada paterna del Dios de misericordia nos da fuerzas para reemprender la lucha, para acudir al sacramento de la confesión, para amar más porque hemos sido muy amados, para perdonar a mis hermanos porque también yo, mil y mil veces, he sido perdonado...
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 13 de noviembre de 2011

El sueño del hombre y el sueño de Dios

A veces el sueño nos dice que el futuro será rosa, que todo irá bien. Otras veces nos cubre el horizonte de nubes grises.
Soñar no es algo sólo para niños. Los grandes también necesitamos momentos de fantasía en los que la vida brille de un modo distinto, fresco, alegre. Es cierto que no podemos vivir en los sueños. Los sueños no producen computadoras, ni construyen rascacielos, ni llenan los bolsillos con un poco de dinero. Pero, ¿de qué sirve tener comida, casa y familia si falta esa ilusión y esa alegría que da un toque especial a todo lo que nos rodea?

El mundo vive de sueños dulces y de pesadillas paralizantes. A veces el sueño nos dice que el futuro será rosa, que todo irá bien. Otras veces nos cubre el horizonte de nubes grises y nos impide dar los pasos necesarios para mejorar las relaciones en la familia, para encender con nueva chispa el trabajo y para que este mes sí nos llegue el dinero para comprar ese juguete que tanto sueña el más pequeño de la casa.

También Dios tiene sueños. Soñó que el hombre podría vivir en paz en esta tierra. Soñó que era posible que nos amásemos los unos a los otros, por encima de las lenguas, de las razas o de los zapatos que cada uno lleve (o no lleve) puestos. Soñó que acogeríamos a su Hijo y que empezaría, entonces sí, un mundo distinto.

Han pasado más de 2000 años. Para algunos, el sueño de Dios sigue siendo sólo eso, un sueño irrealizado en millones de corazones que no saben lo que es paz, y en otros miles que no dejan en paz a los que viven a su lado. Pero otros millones han soñado con el mismo sueño de Dios.

Francisco de Asís, Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, son sólo algunos nombres de un ejército de soñadores que han empezado a dar un toque distinto a sus familias, su trabajo y sus amigos. Creyeron en el Evangelio, y el Evangelio pasó a ser un sueño más real que todo el dinero del mundo.

Cuando el sueño del hombre y el sueño de Dios se juntan en un único esfuerzo, la tierra cambia sus latidos. Las nubes pueden ser las mismas. Quizá sigue faltando el pan para la mesa. Quizá no regresa el esposo que se ha ido lejos para seguir sueños que no son sino pesadillas. Un palacio de riqueza será siempre un infierno mientras dejemos a Dios y al prójimo como mendigos a la puerta. Quien vive junto a Dios sabe que hasta un campo de exterminio puede convertirse en un lugar de esperanza y de rezos.

Dios sigue soñando. Quizá la muerte no sea más que continuar, ahora sí para siempre, ese sueño que iniciamos aquí en la tierra. Un sueño en un cielo donde sólo habrá felicidad, donde el Amor lo será todo para los eternos soñadores de Dios...
Autor: P. Fernando Pascual LC.

sábado, 12 de noviembre de 2011

María, formadora en el camino cristiano

Como Madre de una gran familia, distribuye los bienes según las necesidades, las circunstancias y la fidelidad de cada uno.
«Madre de la vida y de la gracia». «El Padre ha puesto en manos de María los tesoros adquiridos por Cristo, para que ella ejerza las funciones de su maternidad». María está en el comienzo, acompañando la llamada, pero también está en el camino: engendra, acompaña y forma. María forma «recibiendo y entregando» : «es el canal que recibe y deja correr hasta nosotros». Recordemos que este doble movimiento es el de la transmisión kerigmática del Evangelio: «porque yo recibí lo que a mi vez os he transmitido» (1 Cor 15,3 ). Hay que caminar sabiendo recibir y comunicar lo recibido.

El primer deber de una madre es alimentar a sus hijos, y la primera necesidad que siente es la de amarlos. María no ha querido renunciar a esta obligación sagrada. Madre de la vida y de la gracia, nos ha dado la vida, y cada día derrama en nuestras almas la gracia que debe alimentarlas, fortificarlas y hacerlas llegar a la plenitud de la edad perfecta. Efectivamente, de su bondad recibimos todos los auxilios que conducen a la salvación. Es verdad que Jesucristo, de quien viene todo nuestro valer, es el único que nos ha podido merecer esas gracias por su muerte. Como Padre, ha provisto abundantemente de todo lo necesario para la vida de nuestras almas, para el aumento de nuestras fuerzas, para la curación de nuestras enfermedades y para el desarrollo de la fe y de todas las virtudes.

Al mismo tiempo, ha puesto en manos de María los tesoros de bendición adquiridos por su sangre, para que ella ejerza las funciones de su maternidad. De ese modo, María, como Madre de una gran familia, distribuye todos los bienes según las necesidades, las circunstancias y la fidelidad de cada uno. Por eso, nada viene del cielo sin pasar por la Santísima Virgen. Ella es el canal que recibe y deja correr hasta nosotros el agua bienhechora de la gracia. Como dice san Bernardo, María ha sido dada al mundo para que por ella se transmitan sin cesar los dones celestiales de Dios a los hombres; y Jesucristo ha querido poner en manos de María el fruto de sus méritos para que recibamos de ella todos los bienes que podamos obtener.
Autor: Marianistas.org.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Las espinas dan rosas

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré.
El hábito de mirar el mejor lado de las cosas es una clave para ser feliz. Claro que hay sombras, pero también hay sol. Claro que hay problemas en la vida, pero también hay soluciones.

Todas las cosas tienen el lado bueno y el lado menos bueno. Algunos se empeñan en ver sólo el lado malo, y se amargan la existencia. Otros, en cambio, buscan en todas las cosas el lado bueno, y son felices. “Los tallos de rosa tienen espinas”, dicen los pesimistas. Pero los optimistas responden: "Las espinas producen rosas”.

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré. Algunas espinas se me clavarán en el alma. Pero eso no me impedirá disfrutar de las maravillosas rosas que produce el rosal.

Una vez que perdemos el ánimo, perdemos un cierto número de días de nuestra vida. El que nos desanima, nos hace un daño total, y, si somos nosotros mismos, nos convertimos en nuestros peores enemigos.

Todo se puede remediar, mientras dura la vida. El ser más animoso de todos es Dios, que logra continuamente cambios de pecadores empedernidos en santos de altar. Él sabe que se puede; que hoy pueden estar las cosas negras, pero mañana pueden amanecer blancas. ¡Qué fácilmente nos damos por vencidos! Cada día más. El colmo del desaliento es la desesperación total, el darse un tiro en la sien, colgarse de una cuerda. Suicidarse, de la forma que sea, significa que no queda ni rastro de esperanza.

No todos llegan al suicidio, pero se pueden acercar peligrosamente. Y los problemas, ¿qué? Los problemas están ahí, pero yo estoy aquí, y no me dejo apabullar, porque sé que cada problema tiene por lo menos una solución. Sé que la actitud frente a un problema, la forma de reaccionar frente al mismo es mil veces más importante que el problema mismo. Hasta se podría decir: ¡Felicidades, tienes un problema!

Si puedo amar a Dios y a mis hermanos; si puedo realizar grandes cosas para mejorar el mundo; si puedo hacer felices a los demás y a mí mismo vale la pena vivir, aunque me clave alguna espina de dolor en el trayecto. Mas aún, las espinas pueden convertirse en rosas: Los sufrimientos de la vida, llevados por amor, se convierten en las rosas más bellas.
Autor: P. Mariano de Blas LC.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Te amo Señor...¡pero no lo grito!

Si he conocido lo que es amarte... ¡cómo es posible que no lo grite y a veces hasta guarde silencio!
Hoy es jueves, Señor, y al saber que me estás esperando me he sentido indigna de ese amor, de ese beneficio...

Yo te amo, Señor, pero a veces siento que soy avara de ese amor... que no pienso, que no reparo, que si he conocido lo que es amarte... ¡sea posible que no lo grite a los "cuatro vientos"! Y no solo que no lo grite sino que guarde silencio a veces por respeto humano, porque no se sonrían burlonamente, por no entrar en discusión....porque no me tachen de "mocha"...¡Qué gran cobardía! ¡Perdón, mi amado Jesús !.

El Papa Benedicto XVI nos lo pide. La Iglesia nos lo pide y Tu mi Jesús Sacramentado, nos lo pediste desde hace muchos siglos... pero no nos animamos a dar la respuesta con decisión, con una postura radical y valiente.

La respuesta tiene que ser ahora y desde este momento.

Tenemos un serio y grave compromiso, como hijos de Dios, de ser verdaderos apóstoles.

Este compromiso me enfrenta primero, con los más cercanos, con los seres que me rodean, con las personas que forman mi familia y mi entorno.

En todo momento, tu nos pides, Señor, que estemos "en pie de lucha", que quiere decir que no deje pasar la ocasión para acercarme a quién pudiera sentir o pensar que me necesita.

Solemos decir: - " No, yo no me meto... yo no digo nada, cada quién su vida"... Es cierto que a veces no es fácil abordar o penetrar en la forma de vivir de las personas, pero si están muy cerca de nosotros, tal vez no sea tan difícil buscar la ocasión para poder brindarle, a esa persona, nuestro apoyo y consuelo, hablándole de Dios, del amor que nos tiene, de que trate de encontrar o recuperar esa fe que no se sabe en qué momento se perdió.... y orar, orar mucho por esa persona, ante Ti, ante este misterio de amor que nos brindas diariamente ¡oh, tu mi Jesús Sacramentado!.

Tu nos oyes siempre y la oración puede no cambiar las cosas... pero si cambia los corazones y la forma de ver las cosas.

Ya no podemos decir: - "Eso hay que dejárselo a los sacerdotes". Los sacerdotes son pocos y la mies es mucha.

No dejes que lo olvidemos....ha llegado nuestro momento.

Si estamos convencidos de que tenemos la VERDAD, en nuestra religión católica, es indispensable que esa VERDAD, la trasmitamos con el mismo ardor, con muchísimo más ardor que invitamos y casi empujamos a los amigos animándolos para que vayan a ver una obra de teatro o película, que nos pareció excelente o que no se pierdan un paseo o lugar sensacional porque los queremos y deseamos que disfruten tanto como nosotros lo disfrutamos...

Seguirte a Ti, mi Jesús, es una aventura tan maravillosa para el ser humano que en ello hemos de poner toda la fuerza de nuestra existencia.

Seguirte a Ti, mi Jesús, es participar de la verdad sublime de sabernos hijos de Dios y herederos del Cielo... pero no para nosotros solos...

No tengo que tener miedo o reparo de hablar de Dios, de Ti, Jesús, de la Santísima Virgen a los demás....Hay tanta ansia en el corazón de los hombres y mujeres de encontrar un camino....y nosotros les podemos hablar te ti, del único Camino, del que dijo:- " yo soy la luz, yo soy el camino, la verdad y la vida, quién cree en mí no morirá". ¡Qué triste no compartir, no participar a los demás de esa grandeza de amor que ciega la vista por ser más luminosa que el mismo sol...!

Hemos de ser valientes con nuestra fe y proclamarla.

Ayúdanos, Jesús para hablar con los que nos rodean, de esta "gran experiencia" que aún en medio de los sufrimientos o infortunios, nos traerá la paz en nuestro diario caminar por la vida.
Autor: Ma Esther de Ariño.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

La vida hay que disfrutarla

Disfruto terminar la jornada cansado y satisfecho, y tantas cosas más... Y Dios disfruta vernos disfrutar la vida.
Autor: P Evaristo Sada LC
Disfruto caminar descalzo en la playa. Disfruto una cabaña con chimenea en la montaña. Disfruto el aroma de un buen café. Disfruto la mirada de un niño al recibir su primera comunión. Disfruto la gozada de Jesús al entrar en el corazón de ese niño.
Disfruto contemplar las estrellas. Disfruto la satisfacción de un padre en la graduación de su hijo más pequeño. Disfruto los aplausos en el funeral de un sacerdote fervoroso. Disfruto un buen filete asado a las brasas. Disfruto las lágrimas de un anciano cuando por fin recibe visita en el asilo. Disfruto ver que las heridas más hondas de la vida llegan a ser fecundas. Disfruto cuando todos los semáforos me tocan en verde. Disfruto beber la Sangre de Cristo cada mañana. Disfruto terminar la jornada cansado y satisfecho, y tantas cosas más.... Y yo creo que Dios disfruta vernos disfrutar la vida.

Me gusta conversar con Alois, el jardinero de nuestra casa en Roma. Un día le pregunté si disfrutaba lo que hacía. Me respondió que al inicio Dios dijo al hombre que trabajara y comiera. Y yo le dije: “Y que rezara”. Alois me aclaró que no, que Dios no le pidió a Adán que rezara. Le pregunté: “¿Entonces qué hacía Adán cuando salía a caminar con Dios por el jardín del Edén en la brisa de la tarde? ¿Trabajar o rezar?” Respondió: “Ninguna de las dos, se la pasaban bien juntos, era como un pasatiempo...”

Estoy de acuerdo con Alois: hay que pasarlo bien junto a Dios. El buen cristiano disfruta los dones de Dios en la creación, le alaba y le pregunta sorprendido: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él?” (Sal 8, 5). Y orgulloso de su Padre reconoce: "Bueno es el Señor para con todos, y sus ternuras sobre todas sus obras" (Sal 145,9) "Y vio Dios que era bueno... muy bueno" (Gn 1,4.10.12.18.21.31)

Disfrutar no es ceder a las tentaciones de pecado abusando de la bondad y la confianza de nuestro Creador. El pecado rompe la armonía y lo echa todo a perder. Pecar es fallar al amor.

En cambio, tocar el instrumento que más te apasiona en la sinfonía de la historia, y tocarlo con todo el corazón, te realiza y te hace feliz. Y tocarlo en la presencia de Dios es una forma de oración.

Creo que disfrutar las cosas buenas y bellas de la vida (aunque sean difíciles), acordarse de Dios en esos momentos y decirle: “¡Gracias!”, es una oración que arranca de Dios una sonrisa
Fuente: http://www.la-oracion/

martes, 8 de noviembre de 2011

¡Una nueva imagen de cristiano para el siglo XXI!

Vivamos en profundidad nuestra fe, no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este mundo en el que nos ha tocado vivir.
Se nos acaba el año litúrgico y los textos de la Escritura nos invitan a una seria reflexión para situarnos en nuestra verdadera posición de hombres limitados en el tiempo y en el espacio.

La vida se nos acaba, se nos termina. Pero estaríamos muy fuera de la verdad al juzgar que la Iglesia nos invita “al bien morir” cuando lo que desea es precisamente que nosotros nos acostumbremos “al bien vivir” pues a eso nos invita Cristo.

Ya los primeros cristianos vivían preocupados, mejor aún muy preocupados por la segunda venida al fin de los tiempos, pero San Pablo sale el encuentro de la dificultad, y los invitaba con fuertes palabras a dejar ya de ser los cristianos sumidos ciertamente en la esperanza pero al mismo tiempo en la inactividad: “A ustedes hermanos, ese día (el día de la aparición gloriosa de Cristo) no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y de las tinieblas.

Por tanto, no vivamos dormidos, como los malos, antes bien, completamente despiertos y vivamos sobriamente”. Esa recomendación nos cabe como anillo al dedo a nosotros hombres del flamante siglo XXI para dejar de ser los cristianos “domingueros” que en su misa dominical parecen angelitos de la gloria, con sus sus bracitos cruzados, sus ojitos hacia arriba, que dan profundos suspiros, que a veces abren su boquita para la comunión, pero que al final se despabilan, casi se sacuden el polvo y la oscuridad de la Iglesia, y se dedican a darle vuelo a la hilacha, despreocupados de su destino final, y ocupados profundamente en los asuntos de este mundo, en sacarle el mayor jugo a la diversión y no demasiado ocupados en el trabajo, que se considera como un mal necesario.

Hoy tendríamos que escuchar la voz del Papa Benedicto XVI en la convocación para el Año de la fe: “Habrá que intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo. Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo”.

Esa es entonces la ilusión, que los cristianos de hoy, vivamos en profundidad nuestra fe, pero no en la penumbra de nuestros templos sino iluminando este mundo en el que nos desarrollamos y en el que nos ha tocado vivir para que la luz de Cristo resplandezca verdaderamente haciéndolo brillar en su Resurrección, después de haber pasado nosotros mismos por el camino de la cruz, de la entrega y de la fidelidad. Esto es precisamente lo que Cristo nos anuncia con la parábola del amo que al irse de viaje a un país lejano, quiso dejar a sus tres servidores una fortuna para que la trabajaran hasta su regreso. Dos de ellos, según su capacidad, doblaron la cantidad, pero un tercero, temeroso, tímido quizá o a lo mejor hasta flojo, fue y escondió el dinero bajo tierra, hasta que volviera el patrón. Y su castigo fue ejemplar, pues no fue capaz ni siquiera de meter el dinero al banco para que hubiera producido sus intereses.

No escatimemos pues nuestro esfuerzo para que nuestra fe ilumine los hogares con un amor que se vea y se sienta entre dos esposos que se aman, en el trabajo con un trato de persona a persona donde cada uno mire con responsabilidad por la empresa de la que todos comen, y en nuestra relación con los demás, como una comunidad de hermanos que caminan no hacia el final de esta vida, sino al encuentro con la paz, la alegría y el verdadero descanso eterno.
Autor: Alberto Ramirez Mozqueda.

lunes, 7 de noviembre de 2011

SÍMBOLOS RELIGIOSOS, FE Y RAZÓN

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Recientemente, se debatió en las Cortes Valencianas una propuesta dirigida a eliminar en esta institución toda simbología religiosa. Es un tema relativamente discutible en el que no voy a entrar, pero sí atrajeron mi interés algunos de los argumentos utilizados para defender posiciones, principalmente el de las relaciones entre fe y razón, asunto especialmente interesante, que me ha hecho volver a leer el diálogo habido en enero de 2004 entre el entonces cardenal Ratzinger y el filósofo Jürgen Habermas, conocido por ser tal vez el principal exponente del pensamiento laico de raíz ilustrada.
            Paso casi de largo sobre la cita de Guillermo de Ockham hecha en esa sesión de Cortes. Baste recordar que su doctrina filosófica jamás fue condenada. Algunos dicen que estuvo en arresto domiciliario en Avignon - residencia papal entonces-, pero no se ha demostrado. Es cierto que puso la base para una excesiva separación entre fe y razón no muy acorde con las enseñanzas habituales de la Iglesia que defienden y delimitan el valor de ambas y que nada tiene que ver con la separación Iglesia-Estado. Como curiosidad, Ockham condenó al Papa Juan XXII -diciendo que era hereje- y huyó de Avignon llevándose el sello oficial franciscano.
            Pero volvamos a Habermas. En la introducción al libro que contiene el referido diálogo, Leonardo Rodríguez Duplá explica cómo el filósofo de la "ética del discurso" hace del diálogo, en condiciones de simetría, la instancia autorizada de la que han de proceder las normas en una sociedad pluralista, diálogo del que nadie debe ser excluido. Hoy día, diferenciándose de su pensamiento anterior, Habermas reconoce, como un hecho más que probable, la pervivencia de las religiones en una sociedad secularizada, para acabar confesando que la simetría o equidistancia del Estado en las sociedades plurales no se ha respetado, por exigir sólo a los ciudadanos creyentes la distinción entre su espacio privado y el público, al pretender  que la fe religiosa quede relegada al ámbito de las conciencias, cosa dogmática para algunos. Consecuentemente, el filósofo pide a los no creyentes el  esfuerzo de entender más las posturas religiosas aunque no las compartan.
            Vayamos a Ratzinger. Él mismo nos recuerda el valor que la Iglesia otorgó siempre a la razón. Lo ha reiterado en multitud de ocasiones, pero aquellas  palabras de Miguel Paleólogo, recogidas en su famosa intervención de Ratisbona, pueden ser un buen resumen: "no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios". El "Logos" de Dios, que se hará hombre en Cristo, es una razón que es creadora y que es capaz de comunicarse, pero precisamente como razón. En la época helenística,  el mundo de la fe bíblica -recuerda el Pontífice- salía de sí mismo hacia lo mejor del pensamiento griego, lo que tuvo una decisiva influencia para la difusión del cristianismo. Cita precisamente a Duns Escoto -en la línea de Ockham, pero más relevante- criticando su idea voluntarista conducente a un Dios-Arbitrio, del que éste había hablado como absoluta libertad y omnipotencia, en el sentido de Alguien en quien podemos creer, pero nunca conocer. Muy parecido al relativismo actual. Dios no se hace más divino -dirá Benedicto XVI- porque lo alejemos de nosotros con un voluntarismo puro e impenetrable.
            El Dios verdaderamente divino es el que se ha manifestado como "logos" y ha actuado y actúa como "logos" lleno de amor por nosotros. Ya San Agustín había escrito,  alineado con esta realidad: "todo el que cree, piensa creyendo y cree pensando (...) Porque la fe, si lo que se cree no se piensa, es nula". Pero, en buena medida, en nuestra sociedad todo eso ha saltado por los aires para muchas gentes herederas de la Reforma protestante y de la teología liberal de los dos pasados siglos, que han contribuido no poco al proceso de secularización que vivimos, proceso al que aludía Habermas con el problema citado por él. Esa cuestión es sencillamente qué es el bien y cómo vivimos un diálogo sin exclusiones, porque, al parecer, todos podemos discurrir y atender las razones ajenas. Y en manos del gobernante está el bien común.
            Un interrogante del Papa en aquella conversación: "¿Cómo nace el derecho y cómo debe elaborarse para que sea vehículo de justicia y no el privilegio de establecer lo que es justo por parte de los que tienen el poder?" El derecho tiene en su mano el uso de las mayorías, pero ¿pueden equivocarse? En la citada sesión de las Cortes Valencianas ésa era precisamente la opinión de la minoría. Y frecuentemente es así. Precisamos volver a la fuerza de la razón. Pero encontramos multitud de hechos actuales (bomba atómica, terrorismo, posibilidad de fabricar hombres basura...) que prueban enormes errores de la razón. Queda la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, pero ¿son los mismos para un chino, un occidental o un islamista? Para los cristianos, todo esto tiene que ver con la creación y con el Creador. Para otros, es la racionalidad laica. ¿No podríamos encontrarnos? La razón debe reconocer sus límites y la religión ha de huir de patologías peligrosas. Y quizás requiramos también una Declaración Universal de los Deberes Humanos.

Podemos cambiar, ¿hacia dónde?

¿Hacia dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.

La libertad abre espacios hacia el futuro. Desde ella, podemos cambiar el orden en el escritorio y el color de las cortinas, el tipo de pasta de dientes y el programa de la computadora, la novela y la música que nos acompañarán durante el día.

Cada ser humano está abierto a un número casi infinito de horizontes. A veces siente angustia al ver ante sí tantas posibilidades. Tiene miedo a escoger mal, a equivocarse de nuevo, a dañar a otros, a ser herido por las elecciones de los cercanos o de los lejanos.

El mundo aparece, así, sumamente indeterminado. Uno escoge vivir al día y luego llora por su falta de previsión. Otro empieza a comprar un piso con un préstamo y en dos años anda ahogado porque no puede pagar las deudas. Unos esposos posponen la llegada del primer hijo y cuando lo desean la edad les impide conseguirlo.

También hay opciones que rompen con males del pasado y que inician caminos de esperanza. Un joven deja la cocaína y empieza a asumir sus responsabilidades como profesionista. Un esposo deja de coquetear con otras mujeres y empieza a reconquistar el corazón de su esposa. Un anciano decide apagar la televisión y se ofrece para ayudar a la parroquia.

La libertad permite horizontes inmensos para el cambio. Surge entonces la pregunta clave: ¿hacia dónde cambiar? La mente y el corazón trabajan juntos a la hora de buscar respuestas.

Un cambio será bueno si nos lleva a romper con el egoísmo y con cualquier forma de pecado. Un cambio será nefasto si nos aparta del buen camino y nos introduce en el mundo del mal.

El cambio bueno nos hace acoger la invitación que llega de la gran noticia de la Pascua: “Arrepentíos, pues, y convertíos, para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus santos profetas” (Hch 3,19-21).

Todos podemos cambiar para mejor. Desde la ayuda de Dios y de tantos corazones buenos, abriremos los ojos del alma para mirar la meta definitiva, la Patria verdadera. Hacia ella orientaremos nuestros actos. Dejaremos de pisar terrenos movedizos y engañosos para avanzar, seguros, por el camino que lleva a la Vida.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Y tu espejo ¿qué refleja?

Quizás valga la pena entregar el espejo que tienes y cambiarlo por uno ...diferente.
Un día llegó un grupo de escaladores procedentes de alguna ciudad. Ciertamente fue un evento de lo más insólito. No estuvieron allí más de tres horas.

Mientras los montañeros reposaban un poco, una de las muchachas sacó de la mochila un espejito de mano. En unos instantes se vio rodeada de un ejército de niñas pequeñas que la miraban en silencio abriendo y cerrando los ojos con la solemnidad que da el asombro. Nunca habían visto un espejo.

- ¿Qué es eso que tienes en la mano? -le preguntó la más pequeña señalando el espejo con su dedo regordete.

- ¿Esto?... ¡Un espejo! -dijo la muchacha- ¿Nunca has visto uno?

El grupo de niñas negó al unísono moviendo la cabeza y sin separar la vista de aquel objeto maravilloso. Verlas era un espectáculo encantador e incluso la escaladora, acostumbrada a grupos de admiradores, quedó prendida de su sencillez.

- ¡Qué cosas! -dijo- Tú nunca has visto uno y yo no podría vivir sin él... toma, te lo regalo.

Y entregó el espejito a la más pequeña. La niña clavó los ojos en su mano, asombrada, después sonrió y mirando intensamente a la chica le dio un sonoro beso en la mejilla.

Pero después de unos momentos la niña volvió y entregó el espejo.

-¿Qué pasó? -dijo la escaladora- ¿No lo quieres?

-No, es que... ¡en éste sólo aparece mi cara! -respondió la niña- Verse a sí misma todo el tiempo es bien aburrido... ¿no tienes otro donde aparezcan mi papá, mi mamá y mis amigos?


¿Y tú? ¿Qué tipo de espejo te haría feliz?

Quizás valga la pena entregar el espejo que tienes y cambiarlo por uno como el de la pequeña...

Autor: Miguel Segura.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Nacida para la libertad

Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de su misión.

María, con su ejemplo y maternal ayuda nos acompaña muy de cerca en nuestra misión de apóstoles. María acogió con absoluta disponibilidad los designios de Dios para su vida, y su palabra no fue primero "sí" y luego "no"; nunca consintió que la duda horadara su incondicional entrega al Señor. Vivió en la fe, en la confianza y en el amor a Dios los incomprensibles planes de la providencia y su martirio incruento al pie de la cruz.

El ser humano ha nacido para la libertad. Es libre y quiere ser soberanamente libre. La libertad es su prerrogativa, su gloria y su riesgo. Porque el buen uso de la libertad no es empresa fácil. Para ejercer bien nuestra libertad, Dios nos ha dado un mapa de ruta: la ley natural, la revelación y sobre todo el Evangelio. En seguir o no este mapa de ruta el hombre se juega su destino, su eternidad. Existe la libertad de todo aquello que nos impide realizarnos como personas e hijos de Dios, y existe la libertad para adherirnos siempre a la verdad y al bien. En la santísima Virgen encontramos un modelo de quien usa la libertad para acoger los designios de Dios, para ejercitarse tenazmente en la virtud.

1. María nos acompaña. María ha seguido libremente y con perfección la ruta marcada por Dios. Por eso, puede acompañarnos en nuestro camino, mostrarnos la ruta; podemos fiarnos de Ella. Ella, en efecto, ya conoce ese camino, lo ha recorrido con extraordinaria fidelidad, sin salirse ni un momento de él. Ella nos puede señalar los momentos de peligro, animarnos en las cuestas arriba, compartir nuestra alegría cuando el camino es ligero y nuestra lucha cuando se presenta la dificultad. Ella nos acompaña para que a su lado aprendamos también nosotros a caminar en la fidelidad y, como apóstoles cristianos, a acompañar a los demás en su marcha por la vida.

2. Acoger los designios de Dios. María aceptó los planes de Dios sin titubeos e indecisiones, como se acepta un axioma o una evidencia. Y sobre todo los puso libre y amorosamente en práctica. Ejerzamos nuestra libertad con María y como ella. Al igual que para María, el plan de Dios para nosotros es muy concreto: el estado actual de vida; la vivencia generosa y fiel de la vocación cristiana, quizá de la vocación consagrada; el compromiso con el apostolado de la Iglesia en la parroquia, en un Movimiento o institución cristiana. Siguiendo el ejemplo de María, acojamos con libertad y digamos sí, día tras día, a ese plan amoroso de Dios. Meditémoslo con sencilla fe para adherirnos más y mejor a él. Admiremos los designios divinos que ordenan todo a nuestro bien, incluso cuando nuestra mirada no es capaz de percibirlo, o nuestra inteligencia está ofuscada por signos contrarios.

3. Vivió en la fe y en el amor. La fe y el amor son los dos guardaespaldas de nuestra verdadera libertad. Creo en Dios y en su misterio, creo en sus designios, y por ello me siento soberanamente libre y sostenido por el mismo Dios para optar por su voluntad en libertad. Amo a Dios, amo su voluntad, y ese amor libera mi alma de toda cadena para volar por los espacios de la libertad. Por tanto, cree, confía, ama, y serás verdaderamente libre; usarás bien de tu libertad; sujetarás tu libertad libremente a las leyes del bien y de la verdad. La verdad -dice Jesús- os hará libres. Tus cadenas no están en tu camino, sino dentro de ti mismo. ¿A quién mirar, como modelo, sino a Jesús, el hombre más libre y liberador de la historia? ¿A quién mirar, sino a María, nacida del corazón de Dios para ejercer con perfección la libertad para el bien y la verdad?

Más eficaz que las súplicas de los profetas, que la ascesis y los ayunos de los justos, es el don de salvación que ha obtenido el mundo y cada uno de los hombres por tu gracia. Por eso, agradó al Rey tu hermosura, es decir, tu inmenso amor por los hombres, tu compasión, el inimitable cuidado de tu misericordia.

Aunque sean innumerables todas las demás virtudes -la santidad, la sabiduría, la fortaleza y cualquier otra virtud-, te distingues por la premura y la misericordia en la que imitaste a tu Hijo y a tu Dios...Verdaderamente tú excedes los límites de la naturaleza, no solamente por el modo de dar a luz, que superó toda la sabiduría humana, sino por tu premura, que también va más allá de la misma naturaleza...

Por ti hemos alcanzado la victoria sobre el pecado. Por ti ha florecido la virginidad entre los hombres. Por ti aprendemos la perseverancia en las buenas obras. Por ti se nos ha concedido la sabiduría, la humildad y el amor. Gracias a ti podemos salir victoriosos en todas las demás virtudes y de una manera más airosa de la forma en que habíamos caído.
Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero

viernes, 4 de noviembre de 2011

Ray Conniff - TEMA DE LARA (Vivo 1970).mpg

Himno a la familia

¡Claro que hablan los muertos!

Todos ellos, nos están invitando: ¡Venga! ¡A no desfallecer! Que no sabéis la dicha que es vivir con Dios aquí en su gloria...
Pasaron ya la Solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los fieles difuntos. Pero durante el mes de noviembre, seguimos rezando por ellos y recordándolos.

Resultaría curiosa una pregunta como ésta: ¿Quién habla más alto, un vivo o un muerto?... Habría motivo para reírse con gusto si la pregunta se hiciera en serio. Porque sabemos de sobra que los únicos que hablan son los vivos, pues los muertos están bien callados en sus tumbas...

Un famoso dictador, refiriéndose a los que deseaba fueran fusilados, decía con mucha seriedad: Los muertos no hablan. Con ello quería expresar que, los que le estorbaban, permanecían callados para siempre si recibían un tiro en la nuca. Pero se equivocaba. Los muertos hablan, y con tanta o más elocuencia que los vivos.

Como se equivocaba también aquel niño, que fue después gran estadista y mártir de su patria. El papá lo encuentra una vez tumbado en tierra y apegado el oído al suelo.
- Pero, ¿qué estás haciendo aquí, hijo mío?...
Y el niño, muy serio y muy convencido:
- Papá, quiero escuchar lo que dicen los muertos, pero no oigo ni una palabra, y esto es muy triste.

Equivocación total, en uno como en otro. Los muertos hablan, y hablan muy alto. Como hablaba elocuentemente la sangre de Abel, según nos dice la Biblia. Y el lenguaje que nos dirigen, si lo sabemos escuchar, nos hace la vida seria, es cierto, pero también estimulante, provechosa y feliz.

Si tomamos el periódico, si escuchamos el noticiero de la radio o de la televisión, nos encontramos, sin que nos falle nunca, con un muerto u otro. Si abrimos un libro de Historia, nos leeremos listas inacabables de personas que ya no están entre nosotros. Sin embargo, todos nos siguen hablando, cada uno a su manera, y del modo más convincente.

Podríamos analizar sus voces.
Nos hablan con voz estimulante los héroes, los conquistadores, los libertadores... Los hombres y las mujeres grandes, que decimos. Su sólo nombre es un monumento al sacrificio, a la abnegación, a la valentía...

Ante esos gigantes de la Patria, que nos hablan con su silencio de muertos, ¿cómo puede el hombre de hoy juzgar a los politiqueros ---que es algo muy diferente de los políticos--, a los aprovechados, a los vividores del pueblo?...
Todos éstos, no se atreverían ciertamente a compararse con los padres de la Patria, que la hicieron grande a base de su propio sacrificio.
Los unos vivían para la Patria; los otros, ciudadanos sin escrúpulos, hacen que la Patria viva solamente para ellos.
A éstos no los escucha nadie; mientras que entendemos perfectamente el lenguaje de los primeros, y nos decimos al escucharlos:

- ¡No, no ha de acabar la raza de los grandes!...
Y, aunque su voz sea realmente un desafino, nos hablan también los grandes criminales, los tiranos más monstruosos, los hombres más perdidos. Porque, al ver su final desastroso, nos ponen sobre aviso, y nos dicen, si es que queremos entender su voz:

- ¡Cuidado! Que nosotros perdimos la vida, y con la vida, a Dios. No os perdáis vosotros también...

Nos hablan, finalmente, y mejor que nadie, los Santos, los hombres y mujeres más grandes de la Iglesia, de esta misma Iglesia a la cual nosotros pertenecemos.

Nos hablan los mártires, que dieron su sangre por Cristo, y nosotros sabemos responder: ¿Ellos lo dieron todo, y yo no podré dar algo?...

Nos hablan los Papas, obispos y sacerdotes, pastores eximios del Pueblo de Dios, y nosotros nos decimos: ¿Ellos han dado su vida entera por mí, por la Iglesia, y yo no puedo hacer nada por mis hermanos?...

Nos hablan misioneros ardorosos, religiosas tan entregadas, obreros heroicos, madres de familia estupendas, jóvenes sanos y niños candorosos..., y nosotros hacemos examen serio: ¿Ellos tan formidables, tan puros, tan trabajadores, tan valientes, y yo debatiéndome siempre en la medianía?...


Todos ellos, muertos ya, nos están invitando con voces clamorosas:

- ¡Venga! ¡A no desfallecer! Que no sabéis la dicha que es vivir con Dios aquí en su gloria...


Cuando en la Iglesia celebramos las fiestas de los Santos y escuchamos sus ejemplos en la predicación, oímos voces celestiales. Todos ellos nos están proclamando que murieron a la tierra pero que están vivos en el Cielo. Nos aseguran que todo pasa también para nosotros, pero que nos están esperando como compañeros de su felicidad. Y esas voces no nos engañan. Las voces de los muertos son las más sinceras.


Nosotros les hablamos ahora a ellos, y les decimos:

- Muertos que hoy venís en los periódicos y en los telediarios..., muertos de los libros de Historia..., muertos todos que descansáis en los cementerios..., ¡qué alto que habláis y qué predicadores tan elocuentes que sois todos!...

Todo este modo de hablar nuestro suena un poco a teatro. Pero no es más que la escenificación de algo que sentimos muy dentro. Es la voz del alma inmortal. Es la exteriorización del anhelo más íntimo que nos empuja a encontrarnos con Dios, con ese Dios en cuyo seno ya están los hermanos que nos han precedido en la fe....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.