"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 23 de noviembre de 2017

¿Cómo alcanzar la paz interior?



Es una de las preguntas que escucho con más frecuencia

A veces nos sentimos insatisfechos con nosotros mismos. Tenemos la sensación de que no encajan las piezas del rompecabezas; que no están bien ensambladas mi identidad, mi vida íntima y mi comportamiento. La conciencia reclama y dice que algo anda mal.

Esto puede tener diversas causas. Entre otras, sucede cuando una persona se comporta de una manera que no corresponde a la propia verdad, sea por incoherencia, sea para dar una apariencia falsa de sí mismo.
Para tener armonía, el ser y el obrar deben encajar
Para ser una persona en armonía, de una sola pieza, es necesario que encajen el ser y el obrar. Una persona madura es aquella que se comporta conforme a lo que es. Y cuando hablo de ser y de identidad me refiero a lo básico, a lo más profundo de nosotros mismos: nuestra condición de creaturas, de hijos de Dios, de cristianos.

Conversando sobre este tema con un hermano sacerdote, el P. John Hopkins, L.C., me hizo un dibujo que me gustó y al que luego hice ciertas adaptaciones:

* La fachada es aquello que queremos que los demás vean y piensen de nosotros.

* La puses aquello que si bien es verdad, preferimos esconderlo, pues reconocemos que estamos mal.

* El corazón es nuestra identidad, nuestra verdad más profunda. Lo que somos a los ojos de Dios.


Leí hace tiempo un cuento:

Un viejo indio Cherokee le habló a su nieto sobre una batalla que se libra en el interior de las personas. Le dijo: "Hijo mío, la batalla es entre dos lobos que llevamos dentro. Un lobo es el pecado: la rabia, la impaciencia, la decepción, el rencor, el resentimiento, el odio, el orgullo, el deseo de venganza, el ego, el orgullo. El otro lobo es el bien: es el perdón, la misericordia, la paz, el respeto, la esperanza, la bondad, la compasión, la confianza, la humildad, el amor..." El niño se quedó pensando y luego le preguntó a su abuelo: "Abuelo, ¿cuál lobo gana la batalla?" El anciano le respondió: "Aquél al que tú alimentas."

Si queremos vivir en armonía, ser personas de profunda paz interior y que irradien paz a su alrededor, debemos alimentar el corazón.
¿Con qué? Con los sacramentos y la oración. Cuidar la vida de gracia para que sea la presencia de Dios en nosotros la fuente de paz interior. Y cuidarla significa buscarla y dejarla actuar. Dejar actuar a Dios dentro del corazón, dar espacio a la labor silenciosa de la gracia divina, que vence nuestras resistencias y cura nuestras llagas.

"El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel". (Mt 13, 44)

Así es la gracia en nuestra vida. Un tesoro escondido por el que valdría la pena venderlo todo, porque todo nos lo da. La semana pasada celebramos la fiesta de la conversión de San Pablo. El recuerdo de Saulo de Tarso nos anima a confiar en el poder de la gracia acogida, consentida y correspondida por nuestra voluntad libre. En las vísperas celebradas por S.S. Benedicto XVI en la basílica de San Pablo Extramuros, el Santo Padre decía:

"Tras el evento extraordinario que sucedió en el camino de Damasco, Saulo, quien se distinguía por el celo con que perseguía a la Iglesia naciente, fue transformado en un apóstol incansable del evangelio de Jesucristo. En la historia de este extraordinario evangelizador, es claro que tal transformación no es el resultado de una larga reflexión interior y menos el resultado de un esfuerzo personal. Es, ante todo, obra de la gracia de Dios que ha actuado conforme a sus inescrutables caminos. Por esto Pablo, escribiendo a la comunidad de Corinto unos años después de su conversión, dice, como hemos escuchado en la primera lectura de estas Vísperas: "Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí." (I Corintios 15:10). Por otra parte, examinando cuidadosamente la historia de san Pablo, se comprende cómo la transformación que ha experimentado en su vida no se limita al plano ético --como una conversión de la inmoralidad a la moralidad--, ni al nivel intelectual --como cambio del propio modo de entender la realidad--, sino más bien se trata de una renovación radical de su ser, similar en muchos aspectos a un renacimiento. Tal transformación tiene su base en la participación en el misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo, y se presenta como un proceso gradual de configuración con Él. A la luz de esta conciencia, san Pablo, cuando luego sea llamado a defender la legitimidad de su vocación apostólica y del evangelio por él anunciado, dirá: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20)."

Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos confirma que:

"Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas segundas: "Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le parece" (Flp 2,13). Esta verdad, lejos de disminuir la dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen, porque "sin el Creador la criatura se diluye"; menos aún puede ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia". (CIC, 308)


Como escribía al inicio del artículo, las causas de nuestro desasosiego interior pueden ser muchas. Sabemos que existen asimismo elementos humanos que contribuyen a la paz interior y que si Dios quiere podremos tratar más adelante. Quedémonos hoy con el gusto de haber reflexionado en lo que Dios puede hacer con nosotros, por medio de su gracia, si sabemos alimentarnos de ella.
Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com




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miércoles, 22 de noviembre de 2017

Los talentos



¿Qué hacemos con nuestros dones?

No creo que la parábola de los talentos, (Mateo 25, 14-30; Lucas 19,11-28), se relacione con el mundo financiero. Ni creo que se preste a una utilización pedagógico-moral, en el sentido de que hay que negociar con los talentos, las capacidades, la inteligencia y la voluntad. Porque pienso que aquí no se trata de dones naturales y mucho menos de dones materiales. Mas bien me parece que Cristo se refiere a aquellas riquezas sobrenaturales que Él mismo nos ha dejado al irse. El oro, las riquezas son sus dones, sus gracias.

Con esto no queremos decir que un artista no deba desarrollar su genio y que cada uno de nosotros no deba hacer funcionar la fantasía y poner a trabajar las capacidades naturales de las que está dotado. Pero no es necesario referirse a la parábola para llegar a estas conclusiones de sentido común.

Aquí se trata del hombre nuevo, del hombre redimido en Cristo. Se trata de su capacidad de aprovechar y hacer trabajar los dones recibidos: su fe, su esperanza, su caridad, su apertura a la palabra de Dios, su vida de oración, su disponibilidad al Espíritu, su amor mismo que caracteriza nuestra relación con Cristo.

Y la pregunta es, entonces: ¿Qué hemos hecho? ¿Y qué estamos haciendo? ¿Dónde hemos sembrado la palabra, a quién hemos contagiado con nuestra fe, a que personas hemos puesto en pie con nuestra esperanza, cuánto amor y amistad hemos dado, de qué actos de coraje nos hemos hecho protagonistas bajo la fuerza del Espíritu?

Cualquier ambiente puede convertirse en lugar donde “se negocie” este oro, estos dones. Hasta los bancos - en la parábola se dice preci-samente que hay que dirigirse a los banqueros. Sí, un cristiano puede y debe entrar también en un banco. Para difundir la palabra, para dar testimonio, naturalmente. No para depositar lingotes de oro. No existen situaciones y lugares cerrados a la presencia cristiana.

El espectáculo más deprimente es el que ofrece un cristiano que esconde su talento, que enmascara su fe, disimula su pertenencia a Cristo, sepulta la palabra sofocándola bajo un montón de palabrería, no la deja convertirse en vida, en amor, en grito de justicia y de verdad.

No se trata de guardar, sino de sembrar. La rendición de cuentas ha de hacerse sobre los frutos. No es cuestión de una simple restitución. El dinero guardado intacto se convierte en motivo de condenación, no en elemento de salvación.

Ningún cristiano puede presentarse ante su Señor y decir, como el siervo negligente y holgazán: “Aquí tienes lo tuyo. No lo he tocado para nada. No lo he malversado”. El discípulo fiel tiene que anunciar: “Ha cambiado todo gracias a tu don. Lo tuyo se ha hecho mío, se ha hecho nuestro, se ha hecho de todos”.

Y el “y escondí en tierra tu talento”” ¿acaso no es el miedo al riesgo, el riesgo de creer, el riesgo de luchar, el riesgo de trabajar por el Reino y, sobre todo, el riesgo de amar? Quien ama tiene derecho a exigir mucho. Dios tiene derecho a pedir riesgo, coraje, responsabilidad.

La relación con Dios no es una relación servil, reducida a una miserable contabilidad de números. Siendo una relación de amor, la contabilidad puede ser solamente desproporcionada y ajena a los cálculos razonables.

Queridos hermanos, el Evangelio de hoy nos pide no esperar la vuelta del Señor cruzados de brazos, sino nos invita a trabajar fielmente con los dones recibidos, para que produzcan frutos abundantes, maravillosos. Cuidémonos, por eso, de no ser descalificados al final de nuestra vida por el Juez Divino como siervos flojos, inútiles, cobardes o indiferentes.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer




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martes, 21 de noviembre de 2017

Jesús en nuestro camino



¿A qué te compromete caminar con Jesús?

Dios continúa llamando a lo largo de toda la historia. Dios continúa haciéndose camino: JESUS ES NUESTRO CAMINO.

"Con la vivacidad que es propia de tus años, con el entusiasmo generoso de tu corazón, caminemos al encuentro de Cristo: sólo El es el camino, la verdad y la vida; sólo El es la solución de todos tus problemas; sólo El es la verdadera salvación del mundo, sólo El es la esperanza de la humanidad"

Con el Nuevo Testamento y, si es posible, de modo personal, en lugar silencioso y como enfrentándose cara a cara la palabra de Jesús, leer con calma y sin prisa algunos pasajes en que Jesús se hace camino.

1. Mt 19, 16-30: La respuesta al joven rico

"Se acercó a Jesús uno y le dijo: Maestro ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? El le dijo: ¿por qué me preguntas sobre lo bueno? Uno solo es bueno: si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos... Dijo el joven: todo esto lo he guardado. ¿Qué me queda aún? Dijo Jesús: si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, tendrás así un tesoro en el cielo, y ven y sígueme. Al oír esto, el joven se fue triste porque tenía muchos bienes...

Los discípulos se quedaron estuperfactos y dijeron: ¿quiénes, pues, podrán salvarse? Mirándolos, Jesús les dijo: para los hombres, imposible, más para Dios todo es posible"


2. Lc 5,1-11: El encuentro con Pedro y sus compañeros

Un día subió Jesús a la barca de Simón y le dijo: "rema mar adentro y echa las redes para pescar" Simón respondió: Maestro, hemos estado toda la noche trabajando sin pescar nada; pero ya que tu me lo mandas, echaré las redes, Así lo hicieron, y pescaron peces, que las redes amenazaban con romperse...

Tanto él como sus ayudantes estaban pasmados de la pesca que acaban de hacer. Lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.

Pero Jesús dijo a Simón: "no temas, desde hoy en adelante, serás pescador de hombres"

Entonces llevaron sus barcas a tierra, lo dejaron todo y le siguieron.


3. Lc 19,1-10: "Baja que quiero hospedarme en tu casa"

"Había allí un hombre llamado Zaqueo. Hacía por ver a Jesús, pero a causa de la muchedumbre no podía, porque era de poca estatura. Corriendo adelante, se subió a un sicómoro para verle, pues había de pasar por allí. Cuando llegó a aquel sitio, Jesús, levantó los ojos y le dijo: Zaqueo, baja pronto, porque hoy me hospedaré en tu casa, el bajó a toda prisa y le recibió con alegría... Dijo a Jesús: hoy ha venido la salud a tu casa"


4. Lc 4,1-45 "Encuentro con la samaritana

Jesús fatigado del camino, se sentó junto a la fuente. "Llega una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dice: "dame de beber"... Le dice la mujer samaritana: "¿cómo tu, siendo judío, me pides de beber a mi, mujer samaritana?" Porque no se tratan judíos y samaritanos. Le respondió Jesús y dijo: si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tu le pedirías a El y El te daría a ti agua viva".

Sin programas, con el pretexto de un poco de agua para beber, Jesús ha llamado y ha tenido una respuesta.

Una VIDA ha entrado en otra vida.

La samaritana ha creído en El y ha dejado que su llamada fuera abriendo nuevos caminos. Jesús ha entrado en su vida y, con su amor, la ha caminado.

Quien se encuentra con Jesús, encuentra en Él un CAMINO, un modo nuevo e insospechado de vida una invitación y una ayuda para seguirlo.

También hoy y cada uno de nosotros puede experimentar este encuentro con Jesús.

¿A qué te compromete caminar con Jesús?

¿Qué situaciones, qué cosas, qué estilo de vida debería dejar para caminar como Abraham, Samuel, Zaqueo, Pedro, la Samaritana?
Por: Pbro. Luis Santiago Flores Lucio | Fuente: www.iglesiapotosina.org




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lunes, 20 de noviembre de 2017

¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea”



Uno de los modos de meditar la palabra de Dios es poniéndonos nosotros mismos en el lugar de alguno de los personajes que el pasaje nos presenta. Hoy quisiera que nos colocáramos en los zapatos del ciego.

Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5: “Recuerda de dónde has caído, y arrepiéntete”
Salmo 1 “El Señor protege al justo”
San Lucas 18, 35-43 “¿Qué quieres que haga por ti? Señor, que vea”
 Uno de los modos de meditar la palabra de Dios es poniéndonos nosotros mismos en el lugar de alguno de los personajes que el pasaje nos presenta. Hoy quisiera que nos colocáramos en los zapatos del ciego. Así, sintamos la inseguridad que provoca la oscuridad, la turbación que provocan los ruidos desconocidos, el miedo que da el avanzar en tinieblas. ¿Qué se siente estar ciego?
Hay quienes llevan su ceguera con mucha dignidad y hasta optimismo. Conozco personas que nos adelantan en superación, servicios y atención, a pesar de su ceguera. Pero con frecuencia la ceguera produce dependencia, imposibilidad y marginación. Desde allí, junto con el ciego, preguntemos qué es el ruido que se oye, por qué los pasos de tanta gente. “Es Jesús”. ¿Qué sentimos en nuestro corazón cuando escuchamos que Jesús pasa a nuestro lado y estamos sumidos en la oscuridad? ¿Por qué no nos unimos al grito de angustia que profiere aquel ciego? “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. Estoy ciego, estoy perdido en mis oscuridades, no encuentro el camino y las personas que deberían apoyarme, me piden que calle, que no hable, que no exija mis derechos, que no estorbe. “Jesús, tú ten compasión de mí”.
Tú no puedes callarme, tú me escuchas y atiendes, tú me permites acercarme. Oigo tus palabras: “¿Qué quieres que haga por ti?” Señor, tengo una larga lista de cosas que quisiera pedirte. Hay muchas cosas que no entiendo: el mal, el pecado, la injusticia, la violencia… pero lo que más me duele es mi propia oscuridad, mi propio pecado y mi propia maldad. Señor, que vea. Señor, que haya luz en mi interior que me permita tener esperanza y fortaleza para la lucha de cada día. Señor ilumina mis tinieblas para descubrir tu camino de fraternidad y de  amor.
Señor rompe las barreras que me impiden descubrir en cada rostro un hermano, y en cada hombre y mujer tu propio rostro. Señor, que vea.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo Coadjutor de la Diocesis de San Cristobal de la Casas | Fuente: Diocesis de San Cristóbal de Las Casas




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domingo, 19 de noviembre de 2017

Esconder los talentos



Meditación. Los talentos que Dios concede

Los talentos, es decir, los dones de la vida, aquello que somos, los podemos considerar como una fortuna. Pero haremos bien en no olvidar nuestra responsabilidad: del uso que hagamos de ellos dependerá nuestra salvación.

Así lo manifiesta el Evangelio. Al siervo negligente lo condena no por lo que hizo, sino por lo que dejó de hacer. No porque perdió el dinero, sino porque no lo usó: y a ese siervo inútil, arrojadle a las tinieblas. En el juicio final, no acusa a los que están a su izquierda de haberle golpeado, insultado o robado. Cristo no les reprocha alguna acción deshonesta que hayan cometido. Sólo les echa en cara el bien que no le hicieron: cuando no lo hicisteis a mis hermanos, tampoco a mí me lo hicisteis.

Malvado llama Cristo al siervo perezoso. ¿Por qué?

Porque el talento que había recibido no le pertenecía. Era de Dios. El mismo lo confiesa: Señor, aquí tienes tu talento. A él le correspondía administrarlo conforme al deseo de su dueño.

Pero es que, además, cuando Dios concede a alguien un talento, está pensando en todos aquellos a quienes beneficiará cuando ese talento produzca. De ahí que el pecado de omisión, el no producir intereses con el talento recibido, se convierta en un auténtico robo, en traición a los hermanos para quienes estaba destinado.

Nos escandaliza y duele la traición de Judas. La Iglesia naciente chorreó sangre y se estremeció en sus cimientos ante ella. Pero salió victoriosa por la fidelidad militante y operosa de los once apóstoles. Si éstos no hubieran trabajado hasta la muerte por el triunfo de la Iglesia, ¿no hubieran sido ellos los auténticos traidores, mil veces más culpables que el mismo Judas?

Nuestra tarea como cristianos es similar a la de los once. Dios en su designio misterioso ha querido ligar la salvación de los hombres a nuestra fidelidad y a nuestro celo apostólico de cada cristiano. Ahí está el gran talento que coloca con cuidado en nuestras manos. ¡Qué misterio de bondad por parte de Dios pero qué inmensa responsabilidad para cada uno de nosotros!

No omitamos, pues, ni la más pequeña ocasión para hacer el bien. Cuesta poco y da mucho fruto saludar con una sonrisa al vecino, felicitar al compañero de trabajo cuando le ha salido bien su tarea, defender al Papa en una conversación, visitar a tal enferma que se encuentra enferma o sola...

Valoremos nuestros talentos. Seamos conscientes de las inmensas oportunidades que Dios nos da durante el día para colaborar con Él en la extensión de su Reino. Así podremos escuchar de sus labios aquellas otras palabras tan consoladoras: "Animo, siervo bueno y fiel..."

Gracias, Señor, por los talentos que me has dado y la confianza que me muestras. Lucharé con celo por hacerlos fructificar. Pero sin angustia: lo esencial para Ti no es la cantidad conseguida, sino el amor y el esfuerzo.
Por: P. José Luis Richard




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