"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 9 de agosto de 2017

5 Tips para educar a nuestros hijos



¿Puede una ideología suplantar el derecho de los padres de familia a educar a sus hijos?

Es increíble que en la actualidad siga existiendo el método de la descalificación y posterior suplantación a todos los niveles, incluyendo la educación de los niños y jóvenes.
Los primeros y principales educadores somos los padres de familia y confiamos parte de esta labor a las escuelas, pero últimamente, no todas comparten nuestros valores y tratan de imponer los suyos de forma sutil.
La dictadura del relativismo nos ha hecho reos de ideologías sin sustento que manipulan la verdad y la quieren imponer a cualquier precio.
La ideología de género es de las más absurdas porque trata de imponer como verdad lo que naturalmente es imposible. Es la última rebelión de la creatura contra su ser, es tanto como sentirse como Dios y querer enmendarle la plana.
Por eso aquí te dejo mis 5Tips para educar conforme a nuestros valores.


PRIMERO. Define en que valores quieres educar a tus hijos.
Esto es muy importante porque no podemos caminar si no sabemos a dónde queremos llegar.
Al hacer conciencia de los valores también hacemos conciencia del estilo de vida que queremos para nuestra familia y definimos prioridades.
Así podemos darle a nuestra familia una identidad y un sentido.
Los valores son los principios rectores que mueven a la familia y por eso es muy importante tenerlos claros.
Es muy bueno anotarlos y ponerlos en un lugar visible para toda la familia.

SEGUNDO. Se coherente y vive esos valores en familia.
Aquí es donde se necesita de gran valentía para poner manos a la obra a pesar de los mensajes contradictorios que algunas ideologías nos quieren imponer.
Es bueno hacer una estrategia familiar que nos ayude con los más pequeños de la casa y también que les permita a los adolescentes vivir esos valores.
¡Nunca es tarde para comenzar! Nosotros hicimos un calendario de valores para vivir un valor al mes y poderlo llevar hasta la virtud.
TERCERO. Retoma las riendas de la educación de tus hijos.
Es necesario tener un proyecto de educación para nuestros hijos y revisar si los agentes externos a la familia colaboran en nuestro estilo de vida y nos ayudan a cumplir con ese proyecto.
Se trata de que tú marques el paso y los demás colaboren contigo, por ejemplo, la escuela, el catecismo, el gobierno, las clases de deportes o de música, etc. todos ellos deben ayudarte de forma subsidiaria.
No olvides que nadie sabe mejor lo que necesitan nuestros hijos y e nosotros sus papás, aunque no tengamos mucha formación académica, porque siempre búscatelos su bien por el Amor que les tenemos y eso hace la diferencia.
Además, no se trata de hacerlo todo sino de ver que todo contribuya para vivir de forma coherente.
CUARTO. Tu presencia hace la diferencia.
Si somos papás presentes en la vida de nuestros hijos podremos estar al pendiente de sus necesidades y ayudarlos de forma oportuna, pero si delegamos esto en alguien más, es más probable que nuestros hijos tengan problemas.
En ocasiones, estar de tiempo completo con ellos es muy difícil, sobre todo porque debemos cumplir con nuestros deberes y en muchos casos debemos trabajar para apoyar el sustento familiar, pero con unos minutos al día será suficiente para conocer bien a nuestros hijos y ser los responsables de su educación.
Es necesario tiempo de calidad y de cantidad.
QUINTO. Busca amistades que también vivan esos valores.
Si nos apoyamos en familias que tiene el mismo estilo de vida es más fácil vivir los valores que hemos acordado que son los mejores para nuestra familia.
La convivencia con otras familias puede ayudarnos a que nuestros hijos encuentren amistades que viven los mismos valores y que se identifiquen con ellos.
El testimonio de otros niños y jóvenes les dará seguridad y los hará sentir parte de un grupo afín a ellos.
La vida en comunidad siempre es mejor y que bueno que sea una comunidad de familias.
Y por último, es importante dar testimonio de que vivir coherentemente no es difícil, solo es necesario estar decidido y estar dispuesto a dar testimonio ante la sociedad de que los valores son importantes y le dan la identidad a nuestra familia.
Por: Silvia del Valle | Fuente: www.tipsmama5hijos.com




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martes, 8 de agosto de 2017

¿Has caminado alguna vez sobre las aguas?



Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes...

Mateo 14, 22-33

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuento subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.
Reflexión
Se cuenta que en una ocasión un grupo de norteamericanos fue de peregrinación a Tierra Santa. Y estando ya a orillas del mar de Galilea, extasiados por la belleza del lugar, expresaban su alegría incontenible al contemplar ese lago que tantas veces había visto nuestro Señor con sus propios ojos y en cuyas aguas había navegado junto con sus discípulos. Y deciden embarcarse y hacer una breve travesía. Los que alquilaban las barcas –que eran judíos muy “judíos”– pensaron que con esos turistas harían su agosto: –“Queremos ir a Cafarnaún en barca”– les dicen los americanos. Las distancias del lago no son muy grandes y con un bote de motor se hace hoy en día en una media hora. –“Pues el viaje les cuesta 700 dólares”–les contestan. Al ver el espanto de los peregrinos por el precio tan alto, añaden los dueños de la barca: –“Amigos, es que este lago es muy especial. Sobre estas aguas caminó Jesús”–. Y, sin pensarlo dos veces, comentan los visitantes: –“¡Pues claro, con ese precio no nos extraña!”.

Bueno, dejando la broma aparte, es un hecho que Jesucristo nuestro Señor anduvo sobre las aguas de este mar de Galilea en más de una ocasión. Por la fuerza de la rutina, estamos acostumbrados a escucharlo y ya no nos causa demasiada impresión. Pero, imaginémonos a Cristo caminando sobre las aguas... ¡Era algo sumamente extraordinario y prodigioso! Tanto que sus discípulos –nos narra el Evangelio– “se turbaron y se pusieron a gritar pensando que era un fantasma”.

Sí. Cristo tenía unos poderes sobrenaturales y divinos. Era el Señor de la naturaleza y toda ella le obedecía: el viento, los mares, las enfermedades y hasta la misma muerte. Todo le está sometido. El domingo pasado veíamos cómo Jesús multiplicaba cinco panes y dos peces para dar de comer a una inmensa multitud. Y en el Evangelio de hoy camina sobre las aguas, hace caminar también a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué podemos temer?

Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo: “Tened confianza. Soy yo. No temáis.”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo Señor y disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo Él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida de todos los días!

Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Y Cristo, ni corto ni perezoso, le cumple su “caprichito”: “Ven”. Una sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él, sobre las aguas.

Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte –nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”. Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en Él, ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los mares.

Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis, sin necesidad de una barca o de un salvavidas –y sin pagar 700 dólares–, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo podemos!
Por: P. Sergio A. Cordova LC




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lunes, 7 de agosto de 2017

¡Comparte tu pan!



Jesús hará el milagro, si tú compartieras tus cinco panes y dos pescados. Si no, nada puede hacer.

Tomó, entonces, Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban recostados, y también del pescado, cuanto querían. Cuando se hubieron hartado dijo a sus discípulos: "Recoged los trozos que sobraron, para que nada se pierda". Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes, que sobraron a los que habían comido. ”. (Juan 6, 1-15)

El problema que nos narra san Juan en la multiplicación de los panes y pescados está clarísimo: problema de alimentación. Hay cinco mil hombres que carecen de comida. Tienen hambre, y ¡mucha!
Ante este problema hay dos lógicas:
  • La lógica humana del cálculo egoísta y el interés: ¡despídelos, Señor!
  • La lógica divina del compartir caritativamente: ¡Dadles vosotros de comer!
¿En cuál estamos cada uno de nosotros?

El mensaje del Evangelio es bien claro: hay que compartir. ¡Lo que no se puede hacer con cinco panes y dos pescados! Jesús dio de comer a 5.000 hombres y le sobraron doce canastas. Y sin contar las mujeres y los niños, que llegarían, yo creo, en total a unos 15.000 personas en ese descampado.

Hay que compartir, y así Dios alimentará a su pueblo.

¿Cómo de los 57 millones de hombres y mujeres hoy a pie por el planeta tierra, 3.700 millones gritan de hambre, cientos de miles enferman del hambre, y 40.000 niños diarios mueren de hambre? ¿Por qué?

¡Por no compartir! No le demos más vueltas.

Ni Eliseo (cf. 2 Re, 4, 42-44), ni Jesús, crearon los panes, sino que les llevaron unos pocos panes, y Eliseo y Jesús los trocearon, los “milagrearon” y los repartieron. Y así hubo para todos, ¿qué tal?

Así debemos hacer nosotros: tenemos pocos panes, pero no siempre los repartimos, ni los compartimos. Y así nos va: 3.700 millones gritan de hambre, de los 5.700 millones que habitan en el planeta... y 40.000 niños mueren de hambre diariamente, además de los 15 millones de leprosos y los 800 millones de analfabetos del mundo. ¡Por no compartir! No le demos más vueltas.

¡Hay que compartir, si queremos solucionar estos problemas que nos aquejan hoy! Pero como no sólo de pan vive el hombre, igualmente hay que compartir la justicia, la fe, el amor, la dignidad, los derechos, la paz, la cultura, las desgracias, las alegrías, las penas... Dios no remplaza al hombre. Lo que el hombre no le da a Dios, Dios no lo puede multiplicar, no lo puede “trocear”.

¿Siempre tienes disponibles en tu corazón tus cinco panes y los dos pescados? ¿Te importan tus hermanos hambrientos?

Oye, ¿qué haces que te los estás comiendo solo en el rincón de tu egoísmo?
- Es que tengo hambre, mucha hambre, ¿sabe usted?

¿No ves la cantidad de hermanos tuyos en Tucumán, aquí mismo en capital que se están muriendo de hambre? ¿No te compadeces de ellos?
- Es que mi familia los necesita, ¿sabe usted?

Pero, ¿no te importa que la gran familia de Dios, que también es tuya, esté mendigando?
- Pues, voy a ver si me sobra algo...¿sabe usted?

Y así nos va. ¡Qué egoístas somos!

Y tú, ¿dónde están tus panes y pescados? ¿ya te los comiste?
- La verdad es que, es que... me los estoy guardando para mañana... no sea que mañana no tenga para mi vejez...tengo que asegurar algunos mendrugos, ¿no cree?

Pero, oye, ¿quién te ha dicho que vivirás mañana? ¿Por qué no los compartes hoy con los hermanos que hoy se morirán, si tú no los compartes? ¿No tienes corazón compasivo?
- Vamos a ver.

Y así nos va.

Jesús hará el milagro, si tú compartieras tus cinco panes y dos pescados. Si no, nada puede hacer.

El proceso para esa caridad, para que surja esa caridad es claro. Nos da ejemplo Jesús en este evangelio.
 
  • Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él. Primero: levantar los ojos y ver. Pues, ojos que no ven, corazón que no siente. El egoísmo nos impide levantar los ojos. La indiferencia nos tapa los ojos. Y la ambición nos ciega. ¡Abre tus ojos, amigo! ¡Levanta tus ojos y mira a tu alrededor cuántos están muriéndose de hambre material, pero también de hambre de amor, de paz, de justicia, de cariño!
     
  • Sintió compasión. Segundo: sentir compasión. Nuestro corazón debería ser un sismógrafo que sabe registrar las necesidades del prójimo, de nuestro hermano. ¿Por qué el corazón a veces está parado y no siente esa compasión? Otra vez: el egoísmo. El egoísmo nos hiela el corazón. ¡Deja que tu corazón reaccione a la humano al ver tantas miserias” ¡Compadécete! Dios quiere amar a través de tu corazón. ¡Préstale tu corazón!
     
  • Háganlos sentar. Tercero: dar solución concreta. Sí, mirar al cielo y bendecir y orar; pero también, distribuir esos cinco panes y dos pescados que entre todos podemos juntar. ¿Qué nos impide esto? De nuevo, el egoísmo. El egoísmo no mira ciertamente al cielo, ni bendice los alimentos, ni tampoco los distribuye. El egoísmo se va a una esquina donde nadie le vea, ni le moleste, y ahí, se los come él solo todos los panes y pescados: “¡Son míos! Tengo hambre... me los he ganado con honestidad... me queda mucho camino de vuelta y quiero tener fuerza...”. Somos familia, somos comunidad, y en cuanto pongas tus panes y pescados se agranda la familia y se forma la comunidad, y se sentarán, nos sentaremos, y comerán, y comeremos, y habrá alegría y amor. ¡Venga, comparte! ¡Forma comunidad!
     
  • Recojan los pedazos. Cuarto: ¡Impresionante!, habrá en abundancia para otras ocasiones y para otros hermanos. ¡El milagro de Dios por haberle dado nuestra poquedad: cinco panes y dos pescados! Todos satisfechos. ¡Así es Dios: frente a la mezquindad del cálculo humano emerge con claridad la generosidad del don divino! Aprendamos la lección. ¡Da y habrá para todos y se recogerán para otros hermanos y para otras ocasiones! ¡Qué maravilla! ¿no crees?

El egoísta nunca está satisfecho.
Nunca recoge, porque no da. No se le multiplica su gozo, su alegría, su caridad y su fe, porque nunca los comparte. ¡Maldito egoísmo que nos cierra ojos, corazón y manos, ante las necesidades de nuestros hermanos!

“¡Qué nos importa que haya 3.700 millones que gritan de hambre, de los 5.700 millones del planeta! ¡Qué nos importa que haya 40.000 niños que diariamente mueren de hambre! ¡Qué nos importan los 8.000 millones de analfabetos y los 15 millones de leprosos! ¡Qué nos importa que haya habido inundaciones en Santa Fe, y se mueran de hambre en Tucumán, y que todas las noches recojan papeles en las calles, para hacer algunos pesitos y poder comer! ¡Sólo tenemos cinco panes y dos pescados!”.

¿Es que no sabemos que si los compartimos, el Señor hará el milagro para que haya para todos, se sacien, e incluso que sobre para otras ocasiones y para otros hermanos nuestros?

¿Por qué no hacemos la prueba? Abramos los ojos... Abramos el corazón... Abramos las manos...Experimentaremos la felicidad y repartiremos felicidad.
Por: P. Antonio Rivero LC




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domingo, 6 de agosto de 2017

Verano con Dios que no se va de vacaciones



Es bien cierto que hoy día, al menos en España donde el verano ocupa, sobre todo, los meses de julio y agosto, las vacaciones no son, ya, privilegio de tales meses sino que suele ser común que se distribuyan a lo largo del año. Sin embargo y, en general, podemos decir que ahora mismo, casi ya, el periodo vacacional por excelencia va a dar comienzo.
El 8 de julio de 2007, Benedicto XVI dijo que el tiempo de vacaciones es uno que lo es de “justo descanso” porque “Gracias al descanso recuperamos las fuerzas para el camino de nuestra vida” urgido, él mismo, con tales fuerzas y tales nuevas energías para seguir con su labor al frente de la Iglesia católica.
Las vacaciones son, pues, tiempo de descanso. Pero no pueden ser tiempo para olvidar a Dios ni para dejarlo de lado ni para hacer como si, en tales momentos, no nos mirara o mirara para otro lado. Dios, muy al contrario, nunca deja de cuidar a su descendencia, criaturas creadas por Quien podía hacerlo.
A este respecto, Fray Nelson nos ofrece estos diez útiles consejos que nos ayudan a no prescindir de Dios en las vacaciones. Son los que siguen y que no deberíamos olvidar y, en cuanto sea posible a nuestro corazón, llevar a cabo:
1.- Vive la naturaleza
En la playa, en la montaña, en la serranía, descubre la presencia de Dios. Alábale por haberla hecho tan hermosa.
2.- Vive tu nombre y condición de cristiano
No te avergüences en verano de ser cristiano. Falsearías tu identidad.
3.- Vive el domingo
En vacaciones, el domingo sigue siendo el día del Señor y Dios no se va de vacaciones. Acude a la Eucaristía dominical. Tienes además más tiempo libre.
4.- Vive la familia
Dialoga, juega, goza con ellos sin prisas. Reza en familia. Asiste al templo también con ellos.
5.- Vive la vida
La vida es el gran don de Dios. No hagas peligrar tu propia vida y evita riesgos a la vida de los demás.
6.- Vive la amistad
Desde la escucha, la confianza, la ayuda, el diálogo, el enriquecimiento y el respecto a la dignidad sagrada de las demás personas.
7.- Vive la justicia
No esperes que todo te lo den hecho. Otros trabajan para que tú tengas vacaciones. Ellos también tienen sus derechos. Respétales y respeta sus bienes.
8.- Vive la verdad
Evita la hipocresía, la mentira, la crítica, la presunción engañosa e interesada o la vanagloria.
9.- Vive la limpieza de corazón
Supera la codicia, el egoísmo y el hedonismo. Vacación no equivale a permisividad.
10.- Vive la solidaridad
No lo quieras todo para ti. Piensa en quienes no tienen vacaciones, porque ni siquiera tienen el pan de cada día. La caridad tampoco toma vacaciones.
Y, como no podemos dar comienzo unas vacaciones sin encomendarnos a Quien, en verdad, nos protege, la “Plegaria para unas vacaciones cristianas” abunda en lo, hasta aquí, dicho.

Señor Jesús, tú dijiste a tus discípulos
“venid conmigo a un lugar apartado y descansad un poco”,
te pedimos por nuestras vacaciones.

El afán de cada día multiplica nuestra vida
de quehaceres, urgencias, agobios, prisas e impaciencias.
Necesitamos el reposo y sosiego.
Necesitamos la paz y el diálogo.
Necesitamos el encuentro y la ternura.
Necesitamos la oxigenación del cuerpo y del alma.
Necesitamos descansar. Necesitamos las vacaciones.

Bendice, Señor, nuestras vacaciones.
Haz que sean tiempo fecundo para la vida de familia,
para el encuentro con nosotros mismos y con los demás,
para la brisa suave de la amistad y del diálogo,
para el ejercicio físico que siempre rejuvenece,
para la lectura que siempre enriquece
para las visitas culturales que siempre abren horizontes,
para la fiesta auténtica que llena el corazón del hombre.

Haz que nuestras vacaciones de verano sean tiempo santo
para nuestra búsqueda constante de Ti,
para el reencuentro con nuestras raíces cristianas,
para los espacios de oración y reflexión,
para compartir la fe y el testimonio,
para la práctica de tu Ley y la de tu Iglesia,
para la escucha de tu Palabra,
para participar en la mesa de tu eucaristía.

Tú vienes siempre a nosotros.
Tú siempre te haces el encontradizo.
Tus caminos buscan siempre los nuestros.
Haz que en las vacaciones de verano,
sepamos remar mar adentro y te encontremos a Ti,
el Pescador, el Pastor, el Salvador, el Hermano, el Amigo,
y encontremos a nuestros hermanos.
Juntos realizaremos la gran travesía de nuestras vidas.
En tu nombre, Señor,
también en vacaciones,
quiero estar dispuesto a remar mar adentro.
Ayúdame. Te necesito, también en vacaciones.

AMÉN.

A todas las personas que puedan leer este artículo les deseo unas provechosas y gozosas vacaciones en Cristo Nuestro Señor.
Eleuterio Fernández Guzmán. Licenciado en Derecho
Fuente: Análisis Digital



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