"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 8 de agosto de 2017

¿Has caminado alguna vez sobre las aguas?



Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes...

Mateo 14, 22-33

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que se subieran a la barca y se adelantaran a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Y, después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuento subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios.
Reflexión
Se cuenta que en una ocasión un grupo de norteamericanos fue de peregrinación a Tierra Santa. Y estando ya a orillas del mar de Galilea, extasiados por la belleza del lugar, expresaban su alegría incontenible al contemplar ese lago que tantas veces había visto nuestro Señor con sus propios ojos y en cuyas aguas había navegado junto con sus discípulos. Y deciden embarcarse y hacer una breve travesía. Los que alquilaban las barcas –que eran judíos muy “judíos”– pensaron que con esos turistas harían su agosto: –“Queremos ir a Cafarnaún en barca”– les dicen los americanos. Las distancias del lago no son muy grandes y con un bote de motor se hace hoy en día en una media hora. –“Pues el viaje les cuesta 700 dólares”–les contestan. Al ver el espanto de los peregrinos por el precio tan alto, añaden los dueños de la barca: –“Amigos, es que este lago es muy especial. Sobre estas aguas caminó Jesús”–. Y, sin pensarlo dos veces, comentan los visitantes: –“¡Pues claro, con ese precio no nos extraña!”.

Bueno, dejando la broma aparte, es un hecho que Jesucristo nuestro Señor anduvo sobre las aguas de este mar de Galilea en más de una ocasión. Por la fuerza de la rutina, estamos acostumbrados a escucharlo y ya no nos causa demasiada impresión. Pero, imaginémonos a Cristo caminando sobre las aguas... ¡Era algo sumamente extraordinario y prodigioso! Tanto que sus discípulos –nos narra el Evangelio– “se turbaron y se pusieron a gritar pensando que era un fantasma”.

Sí. Cristo tenía unos poderes sobrenaturales y divinos. Era el Señor de la naturaleza y toda ella le obedecía: el viento, los mares, las enfermedades y hasta la misma muerte. Todo le está sometido. El domingo pasado veíamos cómo Jesús multiplicaba cinco panes y dos peces para dar de comer a una inmensa multitud. Y en el Evangelio de hoy camina sobre las aguas, hace caminar también a Pedro sobre el mar y aplaca la tempestad con su sola presencia. ¡Éste es Jesús: nuestro Señor, nuestro Rey, nuestro Dios todopoderoso! Con Él, ¿qué podemos temer?

Jesús, en medio de la tempestad, anima a sus apóstoles atenazados por el miedo: “Tened confianza. Soy yo. No temáis.”. ¡Qué seguridad nos infunde este Cristo Señor y disipa todos nuestros temores, miedos, angustias, desesperaciones! Sólo Él puede llenarnos de confianza cierta. ¡Y cuánto lo necesitamos en nuestra vida de todos los días!

Pero Pedro, que todavía no acababa de creérselo del todo, le dice, con un cierto tono de desafío y de respeto: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Y Cristo, ni corto ni perezoso, le cumple su “caprichito”: “Ven”. Una sola palabra. Un monosílabo. Y eso fue suficiente para que Pedro saliera disparado, como una flecha, fuera de la barca. Comienza a andar, también él, sobre las aguas.

Pero, fíjate lo que viene a continuación: ¡Pedro comienza a hundirse! ¿Qué fue lo que pasó si ya prácticamente se había hecho el milagro? Que Pedro dudó, desconfió del Señor, dejó de mirar a Cristo y comenzó a mirarse a sí mismo y la fuerza del viento, y fue cuando todo se vino abajo: “Viendo el viento fuerte –nos dice el Evangelio– temió y, comenzando a hundirse, gritó: Señor sálvame”. Jesús lo coge entonces de la mano y le reprocha con dulzura su desconfianza: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Y es que para nuestro Señor es mucho más milagro que tengamos fe, que confiemos siempre en Él, ciegamente, a pesar de todos los obstáculos y adversidades de la vida, que hacernos caminar sobre los mares.

Y ésta era la lección que nos quería dejar: la necesidad de la FE y de una confianza absoluta en su gracia y en su poder. ¡Esa es la verdadera causa de los milagros! Cuando Jesús iba a obrar cualquier curación –pensemos en el paralítico, en el leproso, en el ciego de nacimiento, en la hemorroísa, en la resurrección de la hija de Jairo, en el siervo del centurión y en muchos otros más– la primera condición que pone es la de la fe y la confianza en Él. Y precisamente así termina este pasaje del lago: “Ellos se postraron ante Él, diciendo: Verdaderamente, tú eres Hijo de Dios”. Una maravillosa profesión de fe. Si nosotros tenemos fe en Jesús, no sólo caminaremos sobre las aguas gratis, sin necesidad de una barca o de un salvavidas –y sin pagar 700 dólares–, sino que seremos capaces de cosas aún mucho más importantes... ¡Con Jesús todo lo podemos!
Por: P. Sergio A. Cordova LC




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lunes, 7 de agosto de 2017

¡Comparte tu pan!



Jesús hará el milagro, si tú compartieras tus cinco panes y dos pescados. Si no, nada puede hacer.

Tomó, entonces, Jesús los panes, y habiendo dado gracias, los repartió a los que estaban recostados, y también del pescado, cuanto querían. Cuando se hubieron hartado dijo a sus discípulos: "Recoged los trozos que sobraron, para que nada se pierda". Los recogieron y llenaron doce canastos con los pedazos de los cinco panes, que sobraron a los que habían comido. ”. (Juan 6, 1-15)

El problema que nos narra san Juan en la multiplicación de los panes y pescados está clarísimo: problema de alimentación. Hay cinco mil hombres que carecen de comida. Tienen hambre, y ¡mucha!
Ante este problema hay dos lógicas:
  • La lógica humana del cálculo egoísta y el interés: ¡despídelos, Señor!
  • La lógica divina del compartir caritativamente: ¡Dadles vosotros de comer!
¿En cuál estamos cada uno de nosotros?

El mensaje del Evangelio es bien claro: hay que compartir. ¡Lo que no se puede hacer con cinco panes y dos pescados! Jesús dio de comer a 5.000 hombres y le sobraron doce canastas. Y sin contar las mujeres y los niños, que llegarían, yo creo, en total a unos 15.000 personas en ese descampado.

Hay que compartir, y así Dios alimentará a su pueblo.

¿Cómo de los 57 millones de hombres y mujeres hoy a pie por el planeta tierra, 3.700 millones gritan de hambre, cientos de miles enferman del hambre, y 40.000 niños diarios mueren de hambre? ¿Por qué?

¡Por no compartir! No le demos más vueltas.

Ni Eliseo (cf. 2 Re, 4, 42-44), ni Jesús, crearon los panes, sino que les llevaron unos pocos panes, y Eliseo y Jesús los trocearon, los “milagrearon” y los repartieron. Y así hubo para todos, ¿qué tal?

Así debemos hacer nosotros: tenemos pocos panes, pero no siempre los repartimos, ni los compartimos. Y así nos va: 3.700 millones gritan de hambre, de los 5.700 millones que habitan en el planeta... y 40.000 niños mueren de hambre diariamente, además de los 15 millones de leprosos y los 800 millones de analfabetos del mundo. ¡Por no compartir! No le demos más vueltas.

¡Hay que compartir, si queremos solucionar estos problemas que nos aquejan hoy! Pero como no sólo de pan vive el hombre, igualmente hay que compartir la justicia, la fe, el amor, la dignidad, los derechos, la paz, la cultura, las desgracias, las alegrías, las penas... Dios no remplaza al hombre. Lo que el hombre no le da a Dios, Dios no lo puede multiplicar, no lo puede “trocear”.

¿Siempre tienes disponibles en tu corazón tus cinco panes y los dos pescados? ¿Te importan tus hermanos hambrientos?

Oye, ¿qué haces que te los estás comiendo solo en el rincón de tu egoísmo?
- Es que tengo hambre, mucha hambre, ¿sabe usted?

¿No ves la cantidad de hermanos tuyos en Tucumán, aquí mismo en capital que se están muriendo de hambre? ¿No te compadeces de ellos?
- Es que mi familia los necesita, ¿sabe usted?

Pero, ¿no te importa que la gran familia de Dios, que también es tuya, esté mendigando?
- Pues, voy a ver si me sobra algo...¿sabe usted?

Y así nos va. ¡Qué egoístas somos!

Y tú, ¿dónde están tus panes y pescados? ¿ya te los comiste?
- La verdad es que, es que... me los estoy guardando para mañana... no sea que mañana no tenga para mi vejez...tengo que asegurar algunos mendrugos, ¿no cree?

Pero, oye, ¿quién te ha dicho que vivirás mañana? ¿Por qué no los compartes hoy con los hermanos que hoy se morirán, si tú no los compartes? ¿No tienes corazón compasivo?
- Vamos a ver.

Y así nos va.

Jesús hará el milagro, si tú compartieras tus cinco panes y dos pescados. Si no, nada puede hacer.

El proceso para esa caridad, para que surja esa caridad es claro. Nos da ejemplo Jesús en este evangelio.
 
  • Al levantar los ojos, Jesús vio que una gran multitud acudía a Él. Primero: levantar los ojos y ver. Pues, ojos que no ven, corazón que no siente. El egoísmo nos impide levantar los ojos. La indiferencia nos tapa los ojos. Y la ambición nos ciega. ¡Abre tus ojos, amigo! ¡Levanta tus ojos y mira a tu alrededor cuántos están muriéndose de hambre material, pero también de hambre de amor, de paz, de justicia, de cariño!
     
  • Sintió compasión. Segundo: sentir compasión. Nuestro corazón debería ser un sismógrafo que sabe registrar las necesidades del prójimo, de nuestro hermano. ¿Por qué el corazón a veces está parado y no siente esa compasión? Otra vez: el egoísmo. El egoísmo nos hiela el corazón. ¡Deja que tu corazón reaccione a la humano al ver tantas miserias” ¡Compadécete! Dios quiere amar a través de tu corazón. ¡Préstale tu corazón!
     
  • Háganlos sentar. Tercero: dar solución concreta. Sí, mirar al cielo y bendecir y orar; pero también, distribuir esos cinco panes y dos pescados que entre todos podemos juntar. ¿Qué nos impide esto? De nuevo, el egoísmo. El egoísmo no mira ciertamente al cielo, ni bendice los alimentos, ni tampoco los distribuye. El egoísmo se va a una esquina donde nadie le vea, ni le moleste, y ahí, se los come él solo todos los panes y pescados: “¡Son míos! Tengo hambre... me los he ganado con honestidad... me queda mucho camino de vuelta y quiero tener fuerza...”. Somos familia, somos comunidad, y en cuanto pongas tus panes y pescados se agranda la familia y se forma la comunidad, y se sentarán, nos sentaremos, y comerán, y comeremos, y habrá alegría y amor. ¡Venga, comparte! ¡Forma comunidad!
     
  • Recojan los pedazos. Cuarto: ¡Impresionante!, habrá en abundancia para otras ocasiones y para otros hermanos. ¡El milagro de Dios por haberle dado nuestra poquedad: cinco panes y dos pescados! Todos satisfechos. ¡Así es Dios: frente a la mezquindad del cálculo humano emerge con claridad la generosidad del don divino! Aprendamos la lección. ¡Da y habrá para todos y se recogerán para otros hermanos y para otras ocasiones! ¡Qué maravilla! ¿no crees?

El egoísta nunca está satisfecho.
Nunca recoge, porque no da. No se le multiplica su gozo, su alegría, su caridad y su fe, porque nunca los comparte. ¡Maldito egoísmo que nos cierra ojos, corazón y manos, ante las necesidades de nuestros hermanos!

“¡Qué nos importa que haya 3.700 millones que gritan de hambre, de los 5.700 millones del planeta! ¡Qué nos importa que haya 40.000 niños que diariamente mueren de hambre! ¡Qué nos importan los 8.000 millones de analfabetos y los 15 millones de leprosos! ¡Qué nos importa que haya habido inundaciones en Santa Fe, y se mueran de hambre en Tucumán, y que todas las noches recojan papeles en las calles, para hacer algunos pesitos y poder comer! ¡Sólo tenemos cinco panes y dos pescados!”.

¿Es que no sabemos que si los compartimos, el Señor hará el milagro para que haya para todos, se sacien, e incluso que sobre para otras ocasiones y para otros hermanos nuestros?

¿Por qué no hacemos la prueba? Abramos los ojos... Abramos el corazón... Abramos las manos...Experimentaremos la felicidad y repartiremos felicidad.
Por: P. Antonio Rivero LC




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domingo, 6 de agosto de 2017

Verano con Dios que no se va de vacaciones



Es bien cierto que hoy día, al menos en España donde el verano ocupa, sobre todo, los meses de julio y agosto, las vacaciones no son, ya, privilegio de tales meses sino que suele ser común que se distribuyan a lo largo del año. Sin embargo y, en general, podemos decir que ahora mismo, casi ya, el periodo vacacional por excelencia va a dar comienzo.
El 8 de julio de 2007, Benedicto XVI dijo que el tiempo de vacaciones es uno que lo es de “justo descanso” porque “Gracias al descanso recuperamos las fuerzas para el camino de nuestra vida” urgido, él mismo, con tales fuerzas y tales nuevas energías para seguir con su labor al frente de la Iglesia católica.
Las vacaciones son, pues, tiempo de descanso. Pero no pueden ser tiempo para olvidar a Dios ni para dejarlo de lado ni para hacer como si, en tales momentos, no nos mirara o mirara para otro lado. Dios, muy al contrario, nunca deja de cuidar a su descendencia, criaturas creadas por Quien podía hacerlo.
A este respecto, Fray Nelson nos ofrece estos diez útiles consejos que nos ayudan a no prescindir de Dios en las vacaciones. Son los que siguen y que no deberíamos olvidar y, en cuanto sea posible a nuestro corazón, llevar a cabo:
1.- Vive la naturaleza
En la playa, en la montaña, en la serranía, descubre la presencia de Dios. Alábale por haberla hecho tan hermosa.
2.- Vive tu nombre y condición de cristiano
No te avergüences en verano de ser cristiano. Falsearías tu identidad.
3.- Vive el domingo
En vacaciones, el domingo sigue siendo el día del Señor y Dios no se va de vacaciones. Acude a la Eucaristía dominical. Tienes además más tiempo libre.
4.- Vive la familia
Dialoga, juega, goza con ellos sin prisas. Reza en familia. Asiste al templo también con ellos.
5.- Vive la vida
La vida es el gran don de Dios. No hagas peligrar tu propia vida y evita riesgos a la vida de los demás.
6.- Vive la amistad
Desde la escucha, la confianza, la ayuda, el diálogo, el enriquecimiento y el respecto a la dignidad sagrada de las demás personas.
7.- Vive la justicia
No esperes que todo te lo den hecho. Otros trabajan para que tú tengas vacaciones. Ellos también tienen sus derechos. Respétales y respeta sus bienes.
8.- Vive la verdad
Evita la hipocresía, la mentira, la crítica, la presunción engañosa e interesada o la vanagloria.
9.- Vive la limpieza de corazón
Supera la codicia, el egoísmo y el hedonismo. Vacación no equivale a permisividad.
10.- Vive la solidaridad
No lo quieras todo para ti. Piensa en quienes no tienen vacaciones, porque ni siquiera tienen el pan de cada día. La caridad tampoco toma vacaciones.
Y, como no podemos dar comienzo unas vacaciones sin encomendarnos a Quien, en verdad, nos protege, la “Plegaria para unas vacaciones cristianas” abunda en lo, hasta aquí, dicho.

Señor Jesús, tú dijiste a tus discípulos
“venid conmigo a un lugar apartado y descansad un poco”,
te pedimos por nuestras vacaciones.

El afán de cada día multiplica nuestra vida
de quehaceres, urgencias, agobios, prisas e impaciencias.
Necesitamos el reposo y sosiego.
Necesitamos la paz y el diálogo.
Necesitamos el encuentro y la ternura.
Necesitamos la oxigenación del cuerpo y del alma.
Necesitamos descansar. Necesitamos las vacaciones.

Bendice, Señor, nuestras vacaciones.
Haz que sean tiempo fecundo para la vida de familia,
para el encuentro con nosotros mismos y con los demás,
para la brisa suave de la amistad y del diálogo,
para el ejercicio físico que siempre rejuvenece,
para la lectura que siempre enriquece
para las visitas culturales que siempre abren horizontes,
para la fiesta auténtica que llena el corazón del hombre.

Haz que nuestras vacaciones de verano sean tiempo santo
para nuestra búsqueda constante de Ti,
para el reencuentro con nuestras raíces cristianas,
para los espacios de oración y reflexión,
para compartir la fe y el testimonio,
para la práctica de tu Ley y la de tu Iglesia,
para la escucha de tu Palabra,
para participar en la mesa de tu eucaristía.

Tú vienes siempre a nosotros.
Tú siempre te haces el encontradizo.
Tus caminos buscan siempre los nuestros.
Haz que en las vacaciones de verano,
sepamos remar mar adentro y te encontremos a Ti,
el Pescador, el Pastor, el Salvador, el Hermano, el Amigo,
y encontremos a nuestros hermanos.
Juntos realizaremos la gran travesía de nuestras vidas.
En tu nombre, Señor,
también en vacaciones,
quiero estar dispuesto a remar mar adentro.
Ayúdame. Te necesito, también en vacaciones.

AMÉN.

A todas las personas que puedan leer este artículo les deseo unas provechosas y gozosas vacaciones en Cristo Nuestro Señor.
Eleuterio Fernández Guzmán. Licenciado en Derecho
Fuente: Análisis Digital



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sábado, 5 de agosto de 2017

Los abuelos y los nietos preferidos



¿Quién es el nieto consentido?

Según los abuelos, ellos no prefieren a ninguno de sus nietos y a todos los quieren por igual. Pero según los hijos y los nietos, sí lo tienen y todos coinciden al señalar quién es.  Aunque a menudo hay un nieto o nieta a quien se le dan prerrogativas especiales, a los abuelos les es difícil reconocer que hay alguna diferencia, porque quieren mucho a todos y creen que al aceptar una preferencia están afirmando que no aman suficientemente a los demás.

El problema no es de cantidades de amor.  Así como el amor por cada uno de los hijos es distinto porque ellos son distintos, lo mismo ocurre con los nietos.  La personalidad, los rasgos físicos, los intereses, el carácter o el simple hecho de ser el mayor de los nietos o el hijo de su hijo o hija predilecto, puede ser la razón por la cual los abuelos se sienten más apegados o tienen más afinidad con un determinado nieto o nieta. Pero hay abuelos que demuestran sus preferencias en forma muy obvia y hacen mejores regalos o tratan con más afecto a aquel nieto o nieta que los cautiva, mientras que son algo distantes con los demás. 
Lo grave de estas diferenciaciones es que, para los nietos que no se sienten los preferidos, lo evidente no es que sus abuelos aman más a otro de sus hermanos o primos, sino que a ellos los aman menos.

Las preferencias no son injustas en sí.  Lo injusto es no reconocerlas para poderlas manejar sin ir a perjudicar a los demás.  A veces, el nieto o nieta preferida es precisamente aquel que es el mejor dotado, lo que quiere decir que los favoritismos van dirigidos a aquel que es más bonito, o  más inteligente, o más simpático o más afectuoso.  Pero es precisamente aquel niño o niña que no es tan bonito, tan amable, tan sobresaliente o tan afectuoso, el que más necesita del apoyo y de la aprobación de quienes le rodean, y a la vez quien por lo general menos demostraciones positivas recibe.  Los abuelos pueden convertirse en el "oasis" para aquel de sus nietos que parece ser el que goza de poco reconocimiento positivo en su familia y aun entre sus familiares.  Es posible que siendo especiales con ese niño o niña le estén dando la dosis de seguridad y afecto que le hace falta para sentirse mejor consigo mismo y ser mejor acogido en su grupo familiar.

Hay además preferencias que se originan en factores con los que los niños nada tienen que ver y por lo tanto están fuera de su alcance modificar.  Por ejemplo, la niña se parece a alguien que nos desagrada (la consuegra, el yerno), es tímida, es fea, está muy gorda, o simplemente llegó en un mal momento para la familia.  Vale la pena que los abuelos se cuestionen y con toda honestidad examinen cuál es la razón de su preferencia. Esto les puede ayudar a darse cuenta que quien necesita su apoyo no es quien goza de mejores atributos sino precisamente quien no tiene tantas ventajas.



Tener alguna preferencia no es un pecado
Cuando los abuelos se empeñan en negar una preferencia  (que para todos es evidente) es porque se sienten culpables y suponen que tal actitud es una deformación de su amor.  Pero los nietos sí perciben las diferencias que los abuelos niegan con sus palabras, pero que corroboran con sus actitudes.  Lo grave de esto es que, en su afán por disimular su predilección, los abuelos tratan de justificarse, enfatizando las grandes cualidades y virtudes de quien es su preferido, a la vez que señalando los defectos o los errores de quienes no lo son.  Con estas justificaciones, sin quererlo, les dan a entender a estos últimos que no son suficientemente valiosos como personas y que por esto no merecen tanto afecto.

Es normal y humano sentir más atracción hacia un determinado niño, pero lo inapropiado es demostrar esa predilección sin cautela, haciendo una clara diferencia entre éste y los otros nietos. Lo importante no es luchar contra un sentimiento innato y difícil de modificar, ni tratar de justificarlo porque se empeora la situación.  Lo que se necesita es tomar conciencia de esta "debilidad" y admitirla para poder equilibrar las conductas y evitar las injusticias.  No hay por qué sentirse culpable de sentir una afinidad especial por uno de los nietos, pero si hay que estar atento a nuestras demostraciones para evitar herir a aquellos que no gozan de tal predilección.  Aunque el amor por los nietos no tiene que ser necesariamente igual, sí debe procurar serlo el trato que se les dé, cualquiera que sean sus características personales.  Es el amor que reciban el que cultivará en ellos los buenos sentimientos y el afecto hacia los demás, incluidos sus abuelos.
Los abuelos tienen tanta bondad, generosidad, afecto y sabiduría para aportar que vale la pena que todos sus nietos, no sólo aquellos que estén más cerca de sus afectos, se puedan beneficiar de sus maravillosas cualidades
Por: Ángela Marulanda | Fuente: ACI Prensa




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