"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 29 de junio de 2017

SS. Pedro y Pablo



Qué le responderíamos a Jesús si hoy nos preguntara: ¿Quién dicen los hombres que soy yo?

Mateo 16, 13-19
Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».

Reflexión
Es un hecho que en las narraciones evangélicas se pone siempre un acento muy especial en la figura de Pedro. Teóricamente no había razón alguna para distinguirle. No es el primero en conocer a Cristo; no es un genio superior a los demás; no es tampoco el más santo o el más entregado; no será más valiente que sus compañeros a la hora de la pasión, incluso su traición será la más visible. Es uno más. Más audaz, más fogoso, pero un pescador como todos.

Pues bien, este Pedro, que ningún motivo especial tenía para una elección particular, comienza a destacar visiblemente en los evangelios. De él se habla con más frecuencia que de los otros once juntos. Él aparece en todos los catálogos de los apóstoles colocado siempre el primero. Esta preferencia sistemática ¿es casual?

El cambio de nombre.
Esta “vocación especial” había sido ya revelada en su primer encuentro con Jesús. Cuando Andrés le presenta a su hermano, Jesús hace algo tan insólito como cambiar el nombre de Pedro. Había éste recibido de su familia el nombre de Simón, común y familiar entre los judíos. Pero Jesús, al verle, le rebautizará con el nombre que le he quedado para siempre: Kephas, Pedro. ¿Qué quiere decir Jesús al denominarle “roca”? Sólo mucho más tarde lo entenderemos, en la escena que cambiará para siempre el destino del apóstol.

Ocurre en las tierras de Cesarea de Filipo. En esta región, pagana en su mayoría, Jesús se encontraba más tranquilo, más cerca de sus discípulos, casi en una especie de retiro espiritual. Tal vez fuera aquella paz la que incitó a Jesús a hablar a los doce de un tema especialmente delicado: su condición de Mesías. No le gustaba habitualmente mencionarlo. Temía que sus oyentes le dieran una interpretación política y que quisieran proclamarle rey o iniciar un tumulto. Aquí, en la soledad de Cesárea, no existía ese peligro.

Jesús, ¿era un simple enviado de Dios o Dios en persona?
Por lo demás ésta era la gran pregunta que los apóstoles se hacían unos a otros. Al cabo de año y medio de caminar a su lado no acababan de saber si su Maestro era, en verdad, el anunciado por los profetas. Y si lo era, ¿se trataba de un simple enviado de Dios o de Dios en persona? Cuando hablaba de su Padre ¿usaba una metáfora o afirmaba una realidad? ¿Y si era el Mesías, por qué lo ocultaba tan celosamente? Le molestaba hablar de ello, cambiaba de conversación cuando alguien aludía al tema, les mandaba ocultar las obras más extraordinarias que hacia. ¿Por que esta reticencia?

Pero esta vez Jesús juzgó que el tiempo había llegado. Tenía ya confianza en sus apóstoles y la tranquilidad de Cesárea había creado el clima apto para que pudieran comprenderle. Era la hora justa para comunicar abiertamente su mesianidad.

Se detuvo y se volvió a los apóstoles para preguntarles: ¿“Quién dicen los hombres que soy yo”? Y después de haber escuchado sus respuestas, les hizo una pregunta más íntima: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo”?
Fue entonces cuando la voz de Pedro se abrió paso entre ellos y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.

Pedro hablaba en nombre de todos.
Una especie de liderazgo personal había ido surgiendo entre ellos. Y todos se sintieron expresados por la voz de aquel pescador, tosco y violento, pero poseedor de una personalidad que le convertía en jefe nato. Por otro lado, Jesús esta vez no reprimía esa rotunda confesión de mesianismo. La aceptaba abiertamente, complacido. Era la primera vez que la declaraba sin metáforas.

Y la respuesta de Jesús iba a cargarse aún de novedades mucho mayores. No sólo no rechazaba la confesión de mesianismo, sino que la confirmaba en el nombre del Padre de los cielos. Y, tras una breve pausa, Jesús aún siguió: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”.

Todo era, a la vez, misterioso y cargado de sentido en esta extraña frase de Jesús. El sobrenombre de "piedra" ya se lo había dado en otra ocasión a Pedro, pero entonces no había explicado su sentido, Ahora quedaba claro que Pedro sería el fundamento del templo espiritual que Jesús proyectaba construir.
Además Jesús hablaba ahora ya sin rodeos de su proyecto de construir una comunidad organizada, algo que tendría que durar después de Él, algo que sería tan sólido que ni las fuerzas del mal podrían contra ella.

Las expresiones de las llaves, de atar y desatar son típicamente semitas.
Aún hoy se puede ver en los países árabes a hombres que caminan con un par de gruesas llaves atadas, como prueba de que una casa es de su propiedad.
Los términos de “atar” y “desatar” conservan el mismo sentido que tenían en la literatura rabínica contemporánea. Los rabinos “ataban” cuando prohibían algo y “desataban” cuando lo permitían.

¿Entendieron los apóstoles, entendió el mismo Pedro, lo que Jesús quería decir con aquellas sorprendentes palabras? Lo solemne de la hora, la soledad espiritual en que estaban, pudieron ayudar a la comprensión. Por otro lado el progresivo liderazgo natural de Pedro ayudaba a la comprensión y, sin duda, se vio fortalecido por esta palabra. Pero sólo tras la resurrección comprenderían qué comunidad era la que Cristo deseaba y qué papel había de tomar en ella el colegio de los doce y cuál tomaría Pedro dentro de ese colegio.

Un texto muy atacado.
A lo largo de los siglos, pocas páginas del evangelio han sufrido tal cantidad de ataques como ésta prueba evidente de su importancia. Y, sin embargo, el texto sigue ahí, firme como el propio Pedro y sus sucesores. Y es fácil comprender que no se trataba de un elogio personal a las virtudes de Pedro. Pedro encontrará la santidad mucho más tarde. Y descubrirá con gozo que ni su virtud mereció la función para la que había sido elegido, ni sus pecados lograron anularla.
¡Que así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer



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miércoles, 28 de junio de 2017

Esposos que van a la Iglesia ¡Más Felices!


Según lo informo Harvard y Virginia en un estudio.

Según una investigación científica realizada en la Universidad de Virginia (EE UU), los esposos que van a la iglesia juntos dicen ser “muy felices” o “extremadamente felices” nueve puntos porcentuales más que aquellos matrimonios que no van a la iglesia.  Los resultados obtenidos son similares en parejas de raza blanca, negra y latinos.

El estudio confirma el dicho popular de “Familia que reza unida, permanece unida”.Según la investigación académica, llevada a cabo con matrimonios estadounidenses blancos, latinos y negros, fe y vida familiar se apoyan mutuamente.
La investigación concluye que la práctica religiosa favorece la felicidad, una mayor estabilidad y un sentido más profundo del significado de la vida familiar, si los miembros de la familia –especialmente los esposos– comparten la misma fe.
El 80%, muy feliz

El estudio, dirigido por el profesor de Sociología W. Bradford Wilcox, muestra que el 80% de las parejas que están unidas en matrimonio religioso practicante se declara al menos “muy feliz”. Mientras que las parejas no religiosas que se declaran felices rondan el 70% de los matrimonios blancos, negros y latinos (ver gráfico).

En el eje vertical, porcentaje de parejas felices. En el horizontal, resultados por grupos (blancos, negros y latinos). En color marrón, parejas que no van a la iglesia. En azul, las que sí van.

Según la investigación de la Universidad de Virginia, una de las razones de estos resultados es que la fe promueve el compromiso de fidelidad conyugal. Otra de las causas es que casi la mitad de las parejas que asisten a la iglesia suelen establecer amistades con otros feligreses; y las parejas que tienen amigos compartidos en su iglesia suelen ser más felices que otras parejas. Esto es debido a que dichas amistades ofrecen modelos de relaciones felices y saludables, además de apoyo en momentos de dificultad.
La oración en común ayuda

Por otra parte, los matrimonios en los que los dos cónyuges asisten a la iglesia responden que a menudo rezan juntos, lo cual también está relacionado con la felicidad. Otros estudios anteriores han demostrado que la oración ayuda a las parejas a lidiar con el estrés; les permite tener creencias compartidas y esperanzas para el futuro; y les ayuda a afrontar constructivamente los retos y problemas en su relación y en sus vidas.

El profesor Wilcox ha dirigido la investigación.
W. Bradford Wilcox es profesor de Sociología en la Universidad de Virginia, director del National Marriage Project de dicha universidad, profesor visitante del American Enterprise Institute y miembro senior del Institute for Family Studies. Sus investigaciones académicas se han centrado en el matrimonio, la paternidad y la cohabitación. Es autor de numerosos libros, artículos científicos y colaboraciones para periódicos como The New York Times o The Wall Street Journal.
Menos divorcios entre personas practicantes

Disfrutar de un matrimonio feliz no elimina las probabilidades de divorcio, pero sí las reduce de forma significativa. Así se deduce de otra investigación, realizada por el profesor Tyler VanderWeele, de la Universidad de Harvard (EE UU).
Tras realizar un seguimiento de una muestra de miles de mujeres de mediana edad de Estados Unidos, VanderWeele concluyó que las mujeres que iban con regularidad a la iglesia tienen un 47% menos probabilidades de divorciarse que las mujeres que no suelen ir a la iglesia.
Otras investigaciones han llegado a conclusiones similares: la asistencia regular a la iglesia se asocia con una reducción de las tasas de divorcio de más del 30%.
El profesor VanderWeele ofreció cuatro pistas que explican por qué la práctica religiosa está ligada a menos divorcio:
1.    Las enseñanzas religiosas suelen explican que el matrimonio es algo sagrado, y que la boda genera un vínculo importante y perpetuo. Asistir a los servicios religiosos refuerza este mensaje.
2.    La moral religiosa censura el divorcio. Además, las tradiciones religiosas suelen tener enseñanzas claras contra el adulterio y la infidelidad conyugal, las cuales son una de las causas de los divorcios.
3.    Las enseñanzas religiosas a menudo ponen un gran énfasis en el amor y en dar prioridad a las necesidades de los demás, por encima de las propias. Esto también suele mejorar la calidad de la vida matrimonial y disminuir las probabilidades de divorcio.
4.    Con frecuencia, las instituciones religiosas proporcionan apoyo a las familias. Esto incluye actividades y lugares para que las familias se conozcan y construyan relaciones; programas para niños, acompañamiento prematrimonial y matrimonial, retiros y talleres enfocados en construir matrimonios sanos y felices.
Por: Enrique García Romero | Fuente: Religión en Libertad



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martes, 27 de junio de 2017

La conciencia, una guía en tu camino



Actúa siempre de cara a Dios

"¿Por qué la conciencia de los jóvenes no se rebela contra el mal en la sociedad? ¿Por qué tantos se acomodan en comportamientos que ofenden la dignidad humana y desfiguran la imagen de Dios? Lo normal sería que la conciencia señalara el peligro mortal que encierra el hecho de aceptar tan fácilmente el mal y el pecado. Y en cambio, no siempre sucede así. ¿Será porque la misma conciencia está perdiendo la capacidad de distinguir el bien del mal?

Jóvenes, no cedáis a esa falsa moralidad en la que lo bueno es lo que me gusta o me es útil y lo malo es lo que me disgusta.. ¡No asfixiéis vuestras conciencias!"


Juan Pablo II. Homilía a los jóvenes en Denver 14/8/93


La conciencia: luz que guía mi camino

La conciencia es la capacidad que Dios nos ha dado de distinguir el bien del mal y de inclinar nuestra voluntad a hacer el bien y evitar el mal. La conciencia es tu propia inteligencia humana cuando juzga prácticamente sobre la bondad o la maldad de tus actos. Te ordena en el momento oportuno, practicar el bien y evitar el mal. Juzga las opciones concretas aprobando las buenas y denunciando las malas.

La conciencia te dice a cada momento lo que se debe y lo que no se debe hacer. Cuando haces algo bueno, la voz de tu conciencia te aprueba, cuando haces algo malo, esta misma voz te acusa y condena sin dejarte en paz. Pero su función no se limita a emitir un juicio después de que ya hiciste algo, sino que valora tus decisiones antes de que actúes y es testigo de tus actos.

La conciencia no es algo que podamos ver o tocar. Sin embargo, podríamos compararla con los elementos que forman un juicio: en él hay un juez que da la sentencia, un testigo que dice qué fue lo que pasó y una ley en la que el juez se basa para dar el veredicto. La conciencia es testigo de nuestros actos y para dar su sentencia como juez, se basa en las leyes naturales que Dios ha escrito en el corazón del hombre.

La conciencia recta conoce la verdad. Está atenta para iluminarte en cada momento de tu vida. Te aplaude cuando haces algo bueno y te recrimina cuando haces algo malo para abrirte el camino del arrepentimiento y del perdón. Una conciencia bien formada siempre te invitará a actuar de acuerdo con tus principios y convicciones, te impulsará a servir a los hombres, a promover lo positivo y eliminar lo negativo.


¿Por qué se dice que la conciencia es la voz de Dios?

Si tienes un momento, aprovecha para ver dentro de ti y descubrirás que en lo más profundo existe una ley que tú no escribiste. Desde pequeño, sabías que ciertas cosas eran malas o no permitidas, sin que nadie te lo hubiera dicho. Esta ley fue puesta por Dios en tu corazón y la conciencia la saca a relucir.

Por eso decimos que la conciencia es la voz de Dios, porque es el mismo Dios el que, al crear al hombre, le ha dado las leyes en las que se basa la conciencia para emitir sus juicios y dar sus consejos. Así que obedecer a la conciencia es obedecer a Dios, por eso es importante seguir siempre lo que ella nos dicta.


¿Puede la conciencia darme indicaciones falsas?

Desgraciadamente tu conciencia no es infalible, puede equivocarse cuando se ha deformado. Puede llegar a tener por bueno lo malo dándote indicaciones falsas o simplemente dejando de dártelas. Esto puede suceder por ignorancia, por los criterios del ambiente en el que vives, por criterios falsos que hayas interpretado como verdaderos o por debilidades repetidas.

Por eso es muy importante que tu conciencia conozca la verdad. Debes educar tu conciencia, formarla sólidamente para que te guíe hacia lo mejor: a crecer hacia la madurez.


¿Cómo se llega a deformar la conciencia?

Puedes estar seguro de que tu conciencia no se deformará de un día para otro.

La deformación de la conciencia generalmente es fruto de malos hábitos:

* Puedes deformar tu conciencia poco a poco, sin darte cuenta, si aceptas voluntariamente pequeñas faltas o imperfecciones en tus deberes diarios. A fuerza de ir diariamente haciendo las cosas "un poco mal", llega un momento en el que tu conciencia no hace caso de esas faltas y ya no te avisa de que tienes que hacer las cosas bien. Se convierte en una conciencia indelicada, que va resbalando de forma fácil del "un poco mal" al "muy mal".

* También puede suceder que deformes tu conciencia a base de repetirle principios falsos como: "No hay que exagerar", "Tómalo con calma", "Todo el mundo lo hace", "A cualquiera le puede pasar". Se convierte así en una conciencia adormecida, insensible e incapaz de darte señales de alerta. Esto se da principalmente por la pereza o la superficialidad, que te impiden entrar a ti mismo para analizar lo que haces.

* Puedes convertir tu conciencia en una conciencia domesticada si le pones una correa, con justificaciones de todos tus actos, cada vez que quiera llamarte la atención, por más malos que estos sean: "Lo hice con buena intención", "Se lo merecía", "Es que estaba muy cansado", etc. Es una conciencia que se acomoda a tu modo de vivir, se conforma con cumplir con el mínimo indispensable.

* También puede ser que tu conciencia sea una conciencia errónea, es decir, que te dé señales falsas porque no conoce la verdad. Esto puede ser por tu culpa o por culpa del influjo del ambiente en el que vives.


Hay varios tipos de conciencia errónea:

Conciencia ignorante. Es la que realmente no sabe si los actos son buenos o malos y permite que cometas actos malos sin darte cuenta de su maldad. Es el caso de cuando no conoces una ley y la quebrantas. Si no la conoces porque no tenías forma alguna de conocerla, entonces no tienes ninguna culpa; pero si no la conoces porque no querías conocerla, entonces pecas como si la conocieras.

Conciencia escrupulosa. Para este tipo de conciencia todo es malo. Es opresiva y angustiante pues recrimina hasta una imperfección natural exagerándola como si fuera una falta horrible.

Conciencia laxa. Es lo contrario de la escrupulosa. Este tipo de conciencia minimiza las faltas graves haciéndolas aparecer como pequeños errores sin importancia.

Conciencia farisaica. Es la que se preocupa por aparentar bondad ante los demás mientras en su interior hay pecados de orgullo y soberbia. Es hipócrita, quiere que todos piensen que es buena y eso es lo único que le importa. Se preocupa de cumplir las normas y reglas exteriores y se olvida de la caridad y de la justicia. Reza mucho, pero es la que más critica a los demás.


¿Cómo puedo darme cuenta de que mi conciencia está deformada?

Hay tres reglas importantes que debe seguir toda conciencia recta:

1. Nunca puedes hacer el mal para obtener un bien. En otras palabras: el fin no justifica los medios.

2. No hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti, o visto en forma positiva: trata a los demás como te gustaría que ellos te trataran.

3. Respeta siempre los actos de los demás y los juicios de su conciencia. Esto quiere decir que tu conciencia no debe juzgar los actos de los demás, sino únicamente los tuyos. "Cree todo el bien que oye y sólo el mal que ve."

Si te das cuenta de que tu conciencia viola alguna de estas reglas y no te avisa en el momento adecuado, ni te recrimina por ello, es muy factible pensar que está desviada o deformada.

Al percibir esto, lo mejor es poner enseguida manos a la obra para mejorar, teniendo en cuenta los siguientes tres aspectos:

1. Tienes obligación de formar tu conciencia de acuerdo con tus deberes personales, familiares, de estudiante y ciudadano; los 10 mandamientos, los mandamientos de la Iglesia y todas las responsabilidades que hayas contraído libremente. Esta obligación es tuya y nadie la puede cumplir en tu lugar.

2. Es necesario que actúes siempre con conciencia cierta, es decir, que los juicios de tu conciencia sean seguros y fundados en la verdad. Por ello debes, estudiar y preguntar cómo actuar correctamente.

3. Nunca olvides que si tu conciencia está deformada sin que tú seas culpable de ello, como podría ser porque alguien te aconsejó con criterios falsos, entonces la responsabilidad de tus actos es menor, pero si tu conciencia está deformada por tu propia decisión o negligencia, por no haber puesto los medios para formarla, entonces la responsabilidad de tus actos y su culpabilidad es mayor.


¿Qué puedo hacer para formar mi conciencia?

* Estudia el Evangelio y el Catecismo, infórmate de qué tratan los documentos del Papa y de la Iglesia. Recuerda que el pretexto de "es que nadie me lo había dicho", no sirve como excusa ante Dios, pues es propio de una persona madura formarse e informarse de las normas que deben regir su vida.

* Reflexiona antes de actuar. No te guíes por tus instintos o por los slogans que oyes, sino por convicciones serias y profundas. Recuerda que tampoco es buen argumento el "creí que era bueno porque todo el mundo lo hace".

* De vez en cuando revisa tu vida, buscando lo que Dios quiere de ti y viendo en qué puedes estar fallando.

* Pide ayuda y consejo a alguien que conozca bien su fe. Puede ser un sacerdote. Una visión objetiva y externa de tu vida siempre será útil. Muchas veces puedes estar ahogándote en un vaso de agua, pero verdaderamente te estás ahogando. Necesitas alguien que te diga que es sólo un vaso y te saque de él.

* Nada mejor que un buen examen de conciencia seguido por una buena confesión. Si te confiesas frecuentemente, tu conciencia se irá haciendo más delicada y más sensible a la voz de Cristo y a tus pequeñas faltas. Si esperas a tener un pecado "gordo" para confesarte, tu conciencia irá perdiendo sensibilidad a los detalles será cada vez más tosca y burda.

* Sé sincero contigo mismo, con Dios y con la persona que te guíe espiritualmente. Llámale a cada cosa por su nombre, sin tratar de justificar lo que haces o de darle nombres disfrazados que aparentemente le quitan importancia a los fallos y aún a los pecados graves.

* Actúa siempre de cara a Dios, con ganas de darle gusto a Él y no a los demás. Los criterios de los amigos, del "qué van a pensar de mí" o de "es la moda", no son criterios que justifiquen una mala acción.

* No te desanimes ante las caídas, aunque sean muy profundas. Aprende siempre a comenzar de nuevo. Nunca te dejes llevar por el "ya no lo voy a intentar, pues siempre vuelvo a caer en lo mismo".

* Forma hábitos buenos. Programa tu vida y tu tiempo y no te permitas ninguna imperfección voluntariamente aceptada.

Algunos grupos que promueven las "dinámicas de grupo" utilizan el chantaje emocional y tratan de manejar los afectos de los personas, presionándolos a hacer cosas indebidas y los terminan llevando a una pérdida total de su identidad y de sus convicciones personales. Te dirán que eres demasiado radical y "atrasado" si crees en el pecado. Que eres "mocho" si no te prestas con ellos para cosas que sabes que te alejarán de Dios. Si tienes una conciencia clara y el deseo de ser verdaderamente santo, podrás defenderte y hacer frente a la presión y chantaje que los demás desean imponer sobre ti.
Por: Lucrecia Rego de Planas



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lunes, 26 de junio de 2017

No juzgar para no ser juzgados



Jesús, emitió juicios severos sobre quienes condenaban y perseguían a otros, mientras no hacían nada por eliminar sus propios delitos.

Condenar es fácil. Tan fácil como beber un vaso de agua. Porque la sed nos lleva a buscar una bebida que nos alivie, y porque la condena, aparentemente, sirve para desahogar rencores que corroen nuestras almas.

Pero las condenas pueden ser injustas, o desproporcionadas, o amargas. La facilidad con la que juzgamos a otro como despreciable, como enemigo, como indigno, nos lleva a cometer errores graves de apreciación, nos arrastra en ocasiones a condenar a inocentes.

Otras veces la condena es acertada: censuramos a alguien por sus fallos reales, por sus cobardías, por sus omisiones, por sus delitos. Pero, ¿sirven siempre este tipo de condenas? ¿Ayudan al delincuente a mejorar su vida? ¿Alivian a las víctimas y restablecen la justicia herida? ¿Nos convierten en mejores seres humanos?

Antes de condenar, podríamos preguntarnos si estamos seguros respecto del mal supuestamente cometido y de la mejor manera de avanzar hacia la justicia. No sirven las condenas cuando son simples desahogos llenos de amargura. Sirven cuando están unidas a un profundo respeto hacia las víctimas y a un sincero deseo de rescatar a los verdugos.

Junto a la condena, es importante mirar la propia alma para ver si no tenemos una viga en el propio ojo cuando queremos eliminar la paja del ojo ajeno. Es señal de incoherencia condenar a unos por hechos no muy graves mientras tenemos, como un peso del corazón, la certeza de haber dañado a otros en sus bienes o en su buena fama.

En la historia humana hubo quien, desde una justicia perfecta y un corazón bueno, tenía pleno derecho a condenar. Sabía lo que estaba escondido dentro de cada uno. Conocía las hipocresías y las miserias de los seres humanos.

Ese Hombre, que se llamaba Jesús, emitió juicios severos sobre quienes condenaban y perseguían a otros, mientras no hacían nada por eliminar sus propios delitos. Al mismo tiempo, dijo con serenidad que no había sido enviado para juzgar al mundo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17; 12,47), aunque tenía pleno poder para emitir sentencias (cf. Jn 5,27).

Por eso su invitación sigue en pie, quizá más urgente que nunca: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá” (Mt 7,1-2).
Por: P. Fernando Pascual LC



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