"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 9 de enero de 2017

Pedro, la alegría en el seguimiento de Cristo



Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, discípulo de Cristo, quien le cambia el nombre por el de Pedro

Simón, hijo de Jonás y hermano de Andrés, es invitado por este último a conocer a Cristo según nos cuenta el Evangelio, quien a su vez le cambia el nombre por el de Pedro (Jn 1,40-42). La vocación de Pedro se hace definitiva después de la pesca milagrosa (Lc 5,1-11). Pedro se convierte enseguida en un Apóstol preferido por Cristo, a quien va a acompañar en momentos muy especiales de su vida: cuando resucita a la hija de Jairo (Mc 5,37-43); cuando asiste atónito a la Transfiguración del Señor (Mt 17,1-8); cuando acompaña a Cristo en Getsemaní (Mt 26,36-41). Pero además vive momentos muy especiales: cuando Cristo cura a su suegra (Mc 1,29-31); cuando camina sobre las olas (Mt 14,28-31); cuando se resiste a dejarse lavar los pies (Jn 13,5-11). En otras muchas escenas vemos a Pedro dejarse llevar por su carácter apasionado: cuando se opone ante el anuncio de la pasión (Mt 16,21-23); cuando pide una recompensa para los Apóstoles (Mt 19,27-29); cuando ante la huida de mucha gente en el anuncio de la Eucaristía se niega a abandonar a Cristo (Jn 6,67-69); cuando corta la oreja a Malco (Jn 18,10-11); cuando se sorprende ante el anuncio de sus negaciones (Lc 22,31-34). Pero hay momentos muy especiales en la vida de Pedro: cuando proclama la divinidad de Cristo y recibe la promesa del Primado (Mt 16,16-19); cuando se le aparece Jesús Resucitado (Lc 24,34); cuando le ratifica en su primado tras la pesca milagrosa (Jn 21,1-17); cuando Cristo le anuncia su martirio (Jn 21,18-23). Tras la Ascensión de Cristo vemos a Pedro junto a los demás Apóstoles en Jerusalén (He 1,13); propone nombrar un sustituto de Judas (He 1,15-22); toma la palabra tras la venida del Espíritu Santo (He 2,14-41) logrando muchas conversiones; sana a un cojo (He 3,1-26); es encarcelado (He 3,1-26); resucita a Tabita (He 9,36-43); vuelve a ser encarcelado y es liberado por un Ángel (He 12,3-19); participa en el Concilio de Jerusalén (He 15,7-11). Según la tradición, tras diversas predicaciones por varios lugares, Pedro es crucificado en Roma el año 64 en la persecución de Nerón, con la cabeza para abajo como crucificaban los romanos a los esclavos, en las colinas Vaticanas.

De Pedro podríamos contemplar muchas cosas, pues en enormemente rico su testimonio en el seguimiento de Cristo, pero vamos a quedarnos con esa alegría joven, apasionada, intensa en la vivencia de su fe en Cristo, cualidad tan importante en la vivencia de la propia fe, característica de todo aquel que cree en la Resurrección del Señor.


1. Entre los múltiples rasgos del ser cristiano brilla con fuerza propia ése que es la alegría en la vivencia de la propia fe. Y no, porque la fe no cueste o porque amar a Dios sea fácil, sino por otros motivos más profundos. Sin duda, el misterio de la Resurrección del Señor se ha convertido para nosotros los creyentes en el argumento más iluminador y radiante de nuestra esperanza cristiana. A partir de la Resurrección de nuestra Cabeza, que es Cristo, todos los miembros de su cuerpo nos sentimos profundamente identificados con ese plan de Dios que se hace presente en este valle de lágrimas, pero que definitivamente se amplia a una eternidad feliz, dichosa, pacífica junto a Dios. Por ello, nosotros los que creemos en Cristo, vivimos est vida con rostro de eternidad, que es el verdadero rostro de la alegría.

Sin la fe en la Resurrección de Cristo, que es también nuestra propia resurrección, la vivencia cristiana no sólo sería imposible, sino más aún absurda plenamente. San Pablo nos recuerda que si Cristo no ha resucitado nuestra fe es vana; por tanto comamos y bebamos que mañana moriremos. Es, pues, incomprensible una vida cristiana que no esté sostenida por la esperanza de la otra vida junto a Dios. Indudablemente en la vida de muchos hermanos nuestros esta fe es débil, preocupante, floja, y ello se traduce por desgracia en una vida sin esperanza, mediocre, desconfiada. Por el contrario, (qué distinta es la vida del que ha hecho del misterio de la Resurrección el alimento que nutre diariamente su vida espiritual, sobre todo, en esos momentos tan difíciles de la existencia que son sus misterios de dolor!

No se exagera, por ello, cuando se dice que el cristianismo es la religión de la alegría. Ahora bien, es importante recordar que la alegría cristiana no es euforia, es decir, una alegría construida desde el exterior, forjada a base de sucesos agradables. Sino interior, es decir, forjada en el alma desde la fe en Dios, desde la esperanza del cielo, desde la certeza del valor salvífico de los pequeños actos realizados en esta vida, desde la verdad de una vida que no tendrá fin. No se puede imaginar, pues, a un cristiano que no tenga rostro de resucitado. Sería terrible para el futuro de la fe cristiana la vida del creyente en Cristo que inspirara desconfianza, tristeza, cansancio, aburrimiento. Estas actitudes alejarían a muchas personas de la fe.

Ahora bien, todo ello no implica que la vida terrena no sea dura y difícil: ahí está la historia de tantos mártires que han dado su vida por Cristo; ahí está el testimonio de tantas personas que reconocen que el seguimiento de Cristo tras su cruz resulta a veces terrible; ahí está esa experiencia de dolor y cruz precisamente por querer vivir con autenticidad la propia fe. Lo que pasa es que a todo ello se une la realidad de que todo tiene sentido y todo tiene un porqué: Dios, el cielo, la eternidad, el amor de los demás, la propia supervivencia, fruto todo ello del misterio de los misterios que es nuestra propia Resurrección. En la primitiva predicación cristiana la Resurrección constituía el argumento por excelencia, porque era verdaderamente la novedad del cristianismo frente a otras religiones o modos de concebir al hombre. Le queremos dar las gracias a Dios por este invento que nos hace comprender la vida de otra manera y no sentirnos como animales destinados a perecer.



2. La figura de S. Pedro es muy rica en cuanto a lecciones de vida cristiana, tal como nos relatan los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles o las mismas cartas escritas por el Apóstol. Sin embargo, vamos a escoger entre tantas enseñanzas y lecciones el estilo propio del Apóstol en el seguimiento de Cristo, caracterizado por el entusiasmo, la alegría, la generosidad, la entrega. A Pedro todo le cautivaba. Tal vez a ese seguimiento de Cristo le faltó en algún momento realismo o valentía, y por ello se sucedieron escenas trágicas como la de las negaciones. Pero por encima de ellas Pedro nos enseña la alegría en el seguimiento de Cristo, alegría que se hizo sólida, fuerte, decidida tras la experiencia de la Resurrección.

ASeñor, )a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna@ (Jn 6, 68). Pedro responde así a la pregunta de Cristo: A)También vosotros queréis marcharos?@ (Jn 6,67). Esta pregunta de Cristo surge en el contexto de aquella promesa de la Eucaristía, ante la cual muchos se escandalizan y abandonan a Cristo. Llama la atención por una parte el entusiasmo de Pedro por Cristo, pues no concibe Pedro una vida sin Cristo; pero llama más la atención la profundidad del porqué de Pedro, quien en esta primera confesión afirma que sólo Cristo puede llenar el corazón en esta vida y en la eternidad. No se trata de una confesión del misterio de la Resurrección, pero sí de una inspiración del Espíritu Santo que pone en labios de Pedro una hermosa verdad: nadie, excepto tú, puede llenar nuestro corazón ahora y siempre. En esta vida tal vez hay realidades o personas que pueden asegurarnos una cierta dicha, pero nadie lo puede afirmar de cara a la eternidad.

ATú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo@ (Mt 16, 16). Ante la pregunta de Cristo a los apóstoles sobre quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre, es Pedro otra vez quien con estas palabras hace una segunda confesión sobre la divinidad de Cristo, inspirado por el Espíritu Santo. Detrás de estas palabras se esconde una verdad maravillosa: Pedro ve en Cristo la realización de la promesa del Padre de amor al hombre y de salvación del género humano. Cristo lo es todo para Pedro, pero no sólo Cristo como persona humana, sino sobre todo Cristo como Dios. De hecho de que le valdría a él estar en esta vida con Cristo si no pudiera tras la muerte compartir una felicidad plena con Él. Al asomarse al misterio de Cristo Dios, Pedro proclama la fe en el más allá. Dios es tan grande que sólo él puede llenar la eternidad. A partir de ahí la vida humana se convierte en un caminar hacia el cielo, es decir, hacia Dios.



AMaestro, bueno es estarnos aquí. Podríamos hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías@ (Lc 9, 33). La experiencia de Cristo Dios ha llegado a su plenitud para Pedro en la escena de la transfiguración. Ha tocado el cielo y quiere quedarse ahí para siempre. Atrás han quedado para él aquellos años de pescador, aquella familia que él había querido fundar, aquella rutina de la vida diaria. Todo aquello era hermoso, pero al lado de esto era poco. De repente Pedro se ha encontrado con el cielo, -la posesión eterna de Cristo-, y ya no le interesa nada más que eso. Ha sido indudablemente un don de Dios esta experiencia, pero de alguna manera ella es también para nosotros un reclamo a saber levantar los ojos por encima de lo cotidiano con sus luchas y victorias, con sus lágrimas y risas, con sus angustias y momentos de paz, hacia Dios que nos garantiza ser todo para nosotros en esta vida por la gracia santificante y en la otra por la posesión plena de su amor.


3. Los cristianos de hoy y de siempre necesitamos mirar más al cielo, viendo en Cristo, el Hijo de Dios, la realización de la promesa del Padre de una eternidad feliz a su lado. Desgraciadamente los avatares de la vida, las prisas del día a día, el materialismo reinante nos impiden con frecuencia esta meditación serena, alegre, rica sobre el cielo. Incluso a veces parecemos seres más comprometidos con las cosas de aquí abajo que con la eternidad. Ello nos ha hecho perder, y más de alguno nos ha acusado de ello, esa cara de resucitados que corresponde a quienes tienen la mayor certeza posible en esta vida: la posesión eterna de Dios por toda la eternidad. Vamos a extraer de estas realidades algunas líneas de comportamiento para nuestra vida diaria.

El rostro de la alegría. La vida humana es un valle de lágrimas y ello nadie lo puede negar por más que se uno de afane en evitarlo. La consecuencia de esta realidad sería un rostro triste, lánguido, apesadumbrado, es decir, una vida sin esperanza y sin horizonte. Sin embargo, el cristianismo pide a sus fieles un rostro de resucitados, un rostro alegre, un corazón sereno, un alma en paz. Evidentemente todo ello tiene que ser interior por encima de todo y consecuencia de algo que de sentido a este caminar por la vida. La respuesta está en la fe en el cielo, es decir, en una vida junto a Dios para siempre que compensa con hartura las lágrimas y las luchas de esta vida terrena. Por lo mismo, tendríamos que vivir en este mundo con el corazón en el cielo; tendríamos que enfrentar cada día de esfuerzo y trabajo con la certeza de un Dios que nos colma en esta vida y nos colmará plenamente en la otra; tendríamos que ser más cada vez hombres de la eternidad. La fe no soluciona un dolor de muelas, pero da fuerza para soportarlo, ofrecerlo y convertirlo en meritorio. Nos pertenece el rostro de la alegría y tenemos que defenderlo a capa y espada.



Libertad y amor. La sola idea de la Resurrección coloca al cristiano ante un reto ineludible: vivir su amor a Dios con verdadera libertad. Aunque Dios sea quien llame, a Dios se le escoge. Hace falta cristianos libres en nuestro mundo, es decir, personas que han escogido a Dios, convencidos de que Dios es lo mejor, porque tristemente hay que decir que muchos cristianos no viven con libertad verdadera su fe. Mas bien, se sienten como oprimidos, limitados, presionados. Ello no puede menos que inducir a un cristianismo mediocre y sin ilusión. Hoy el mundo necesita el testimonio de cristianos convencidos, libres, generosos. De la libertad auténtica brota el amor, es decir, el entusiasmo por Dios, por Cristo, por María, por la Iglesia. Dios no obliga a nadie a amarlo, porque él quiere ser amado libremente, él quiere contar con hijos, él quiere compartir la eternidad con quienes libremente lo deseen. El cielo es la patria de la verdadera libertad, donde todos los salvados reflejarán en sus rostros la libertad auténtica. (Cuánto bien haría al cristianismo el que los cristianos vivieran su fe con libertad de espíritu!

Apostolado. El verdadero apostolado es llevar a los demás la noticia de Cristo Resucitado, dado que en él se concentran todas las esperanzas humanas. Hay a nuestro lado seres humanos que no sólo sufren las consecuencias del mal sea físico o moral, sino que además, y es lo peor, sufren sin esperanza, es decir, sin encontrar sentido a su vida. Por ello se impone el ser apóstoles de la alegría verdadera, combatiendo el mal y el dolor con la esperanza del cielo y de la posesión eterna de Dios. Ningún padre puede regalarle a su hijo nada mejor que su preocupación por acercarle al cielo; ningún amigo puede darle a otro amigo mejor don que el ayudarle a descubrir el sentido de la vida; ningún ser humano puede llevar a cabo obra tan noble como la de acercar a otro ser humano a la comprensión de Dios y de su amor. La sociedad necesita hoy que los cristianos se conviertan en apóstoles de la alegría verdadera, y esa alegría sólo se puede encontrar en la certeza de que vamos a resucitar junto con Cristo nuestra Cabeza.


Conclusión: Con Pedro cerramos la lista de estos hombres, llamados por Cristo a seguirle. Y el mismo Padre se nos convierte en guía en la peregrinación hacia la casa del Padre. Los cristianos, por gracia de Dios, somos los más afortunados en este camino por la esperanza en la posesión eterna de Dios, esperanza que se ha hecho posible en la Resurrección de Cristo. Agradezcamos a Cristo el haber resucitado y el habernos llenado de confianza y alegría en este caminar a lo largo de esta vida, llena de todo, pero especialmente de cruz y de lucha.
Por: P. Juan J. Ferrán

domingo, 8 de enero de 2017

Eucaristía, amor de Cristo hasta el extremo



Cristo se ha quedado solo para ti en la Eucaristía, como si tú solo lo visitaras, allí esta a todas horas, solo para ti.

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo. Los suyos entonces eran los que le veían: Juan y Pedro y los demás compañeros. Hoy los suyos somos tú y yo, todos nosotros; por lo tanto: “Habiendo amado a los suyos, es decir, a los que hoy están en el mundo, los ama hasta el extremo.

Esto es la Eucaristía: el amor de Cristo hasta el extremo para ti, para mí, durante toda la vida. Porque la Eucaristía es poner a tu disposición toda la omnipotencia, bondad, amor y misericordia de Dios, todos los días y todas las horas de tu vida. En cada sagrario del mundo Cristo está para ti todos los días de tu vida. Según sus mismas palabras: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Al decir con vosotros, es decir contigo, conmigo.

El sol no te alumbra o calienta menos a ti cuando alumbra o calienta a muchos. Si tú solo disfrutas del sol, o hay millones de gentes bajo sus rayos, el sol te calienta lo mismo... te calienta con toda su fuerza.

Así, Cristo se ha quedado solo para ti en la Eucaristía, como si tú solo lo visitaras, tú solo comulgaras, tú solo asistieras a la misa. Allí esta, pues, Cristo, medicina de tus males; pero pide como el leproso: “Señor, si quieres, puedes curarme”. Pide como Bartimeo: ”Hijo de David, ten compasión de mí”. Pide como el ladrón: “ Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu Reino”. Allí esta a todas horas, solo para ti, el único bien verdadero, el único bien perdurable, el único amigo sincero, el único amigo fiel; el único que nos tiende la mano y nos ayuda y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la la vejez, en la tumba y en la eternidad. Cada uno tiene sus problemas, fallos, miedos, soberbia... tráelos aquí; verás cómo se solucionan. Cristo tiene soluciones.

¿Quieres, necesitas consuelo, fortaleza, santidad, alguna gracia en especial? Sólo pídela con fe, y no tengas miedo de pedir milagros, porque todo es posible para el que cree.

Jesús ha querido quedarse en el Sagrario para darnos una ayuda permanente.
Por: P. Mariano de Blas LC

sábado, 7 de enero de 2017

Compañeros de viaje



Todos, lejanos o cercanos, vamos hacia adelante, nos acercamos, inexorablemente, a una meta común: el cielo.

En tren, en autobús, en coche, en avión o en barco, viajamos juntos.
Desde que cruzamos la puerta, comenzamos a ser compañeros de viaje. Quizá solo por unas horas, en ocasiones durante varios días. Luego, cada uno seguirá su camino, hasta alcanzar la meta que esperaba.
Mientras dura el viaje, estamos juntos. Tal vez en silencio, por respeto a los pensamientos del otro. Tal vez en una conversación intrascendente, hablando del tiempo, del fútbol o del mal estado de las carreteras. Tal vez, en un diálogo profundo, porque logramos conectar en un interés común.
El tiempo no perdona. Llega la hora de separarnos. Si el viaje ha permitido un encuentro feliz y fecundo, queda en el corazón algo de tristeza. Quizá nos volveremos a ver más adelante, en una de esas misteriosas casualidades de la vida. O tal vez hemos intercambiado teléfonos y mails, deseosos de seguir nuestro diálogo.
¿Qué significó ese encuentro casual? ¿Fuimos simplemente dos extraños que estaban juntos durante el viaje? ¿Había algo dentro de cada uno que nos permitía compartir intereses, ideales, sueños, temores y esperanzas?

Si alargamos la mirada, seremos capaces de reconocer que somos compañeros de camino de cada ser humano. Algunos están lejos, a miles de kilómetros de distancia. Otros están muy cerca, en el piso de arriba o de abajo, aunque en ocasiones no sabemos sus nombres...
Todos, lejanos o cercanos, vamos hacia adelante, nos acercamos, inexorablemente, a una meta común: la que inicia tras la muerte.
El camino hacia esa meta definitiva parece largo. Para algunos, el final llega de modo inesperado. Para otros, se retrasa más de lo que desearían. Para todos, esa meta nos une misteriosamente: al otro lado de esa frontera descubriremos que en cada uno había un alma llamada a lo eterno, hermanada, profundamente, con los demás seres humanos.
El viaje continúa, en este tren tranquilo o en ese camión que nos marea con sus curvas. Tú y yo estamos de camino. Somos compañeros, y es hermoso cuando logramos sintonizar en temas que deciden el presente y el futuro: Dios, el amor, la verdad, la justicia, la misericordia, la belleza de lo eterno...
Por: P. Fernando Pascual LC

viernes, 6 de enero de 2017

Queridos Reyes Magos ¡Feliz fin de viaje!



Estamos celebrando el día de la Manifestación del Señor, así que ¡ánimo! El día de encontrar lo que están buscando ha llegado.

Queridos Reyes Magos:

Se muy bien que desde que han visto la estrella aparecer en el firmamento y después de consultar sus mapas de astronómicos, y sobre todo sondear su corazón, se han puesto en camino con gran docilidad para ir al encuentro del Rey hecho niño, del Salvador del Mundo.

Y llevan sus regalos, que han elegido de una manera extraordinaria, Oro, Incienso, y Mirra; porque lo reconocen como Rey, como Dios, y como hombre. Y se han puesto en camino dejándose guiar por aquella estrella, que solo se deja ver por las noches… y les va marcando el rumbo y les va orientando sus pasos.

Y ustedes con gran alegría, venciendo el cansancio y la sed de tanto caminar, el calor y el frío del desierto, han continuado su camino y están por llegar. También venciendo innumerables dificultades, como los engaños de Herodes, que sabiamente han podido burlar, siendo obedientes al ángel.

Estamos celebrando el día de la Manifestación del Señor… así que ¡ánimo! El día de encontrar lo que están buscando ha llegado.

Gracias por su fidelidad, por su obediencia, y por esos regalos que llevan en sus manos. Pero más agradezco el signo que nos regalan a toda la humanidad de que la salvación es para todos los pueblos.

Desde que ha empezado el tiempo de Adviento, he pensado en ustedes, y en la carta que habría de escribirles para pedirles, como lo hice cuando era niño, algunos regalos. Pero el tiempo se ha pasado tan rápido, entre posadas, la Fiesta de Navidad, Fin de año, Fiesta de Nuestra Santísima Madre… que es hasta este momento en la solemnidad de su venida que les escribo mi carta. De todas maneras tengo la confianza que les llegará a tiempo porque le pediré a mi Ángel de la Guarda que se las haga llegar en forma prioritaria.

Les pido, con humildad que me compartan:

La sencillez para saber distinguir en los signos de los tiempos la presencia de la Buena Noticia, para saber observar desde la fe todas la realidades tanto de la tierra como del cielo.

Que puedan compartir conmigo la docilidad a las divinas inspiraciones del alma, y seguir el camino que me marque la estrella. A ustedes los ha guiado una estrella en el cielo, para mi esa estrella que me lleva a Jesús es María, por eso pido tener esa docilidad de ustedes para saber descubrirla en todo momento, para no perder el rumbo que conduce al Salvador de todas las naciones, al Rey de todos los Pueblos.

Valentía para hacerme al camino, para saber dejarlo todo y lanzarme a la aventura de un camino, a desinstalarme con frecuencia para vivir de la fe y no de la seguridad de mis reinos, de mis posesiones. Confiar que, dejando todo, es la única forma de encontrar El Todo.

Obediencia a las guías que tengo en el camino, obediencia a lo que se cree, a lo que se espera, a lo que se ama. Obediencia humilde a las inspiraciones y a los ángeles, especialmente a mi Ángel de la Guarda, para que no pierda el camino, y tenga la alegría de que todo se me ha dado como regalo, confiando y dependiendo totalmente en Aquel que me ha llamado a un encuentro.

Alegría de un encuentro, del encuentro que más se desea: encontrarse con Dios, por eso ese encuentro es una Celebración. Porque es el encuentro de la criatura con su Creador, alegría de encuentro porque es la manifestación de Dios hecho hombre como Dios, como Rey, y como hombre. Quiero, tener esa alegría de encuentro que para mi se realiza en cada Eucaristía, en cada sacramento, en cada encuentro con el más necesitado. Alegría de encuentro, que es una gran celebración, porque cuando el encuentro esta tocado por el amor solo puede ser celebrativo, y toda nuestra vida es encuentro y toda nuestra vida es celebración si lo vivimos en la dimensión del amor.

Abusando de su generosidad, pido la paciencia para seguir en el camino, para que el cansancio no me haga desistir, para que las dificultades no resten el ánimo, para que los obstáculos del camino solo sean oportunidades de crecimiento, que sean retos que me permitan crecer como persona, como cristiano, como discípulo del Maestro.

Que no pierda la esperanza del encuentro, que no pierda la esperanza que la promesa se hará realidad.

Que no pierda la esperanza que en el camino no se anda solo, que ángeles, estrellas y hermanos caminamos juntos. Tener siempre y cada día, la esperanza de que es posible vivir la caridad entre los hermanos que caminamos en comunidad como lo hicieron ustedes, que se acompañaron hasta el final.

Todo lo anterior no lo pido solo para mi, lo pido para poder compartirlo con todos mis hermanos, quiero descubrir en cada hermano a Cristo, quiero descubrirlo especialmente en los más pobres, en los más necesitados, los enfermos, los encarcelados, los que están solos o se sienten solos; quiero reconocer al Rey en aquellos que llevan con humildad la cruz de cada día, en los que se esfuerzan por dar testimonio del amor, en las personas que perdonan y aquellos que se niegan a recibir el perdón, recocerlo en los amigos y también en los enemigos.

Quiero compartir todo lo que les he pedido con todos aquellos que se acerquen a mi vida, y quiero ser yo el que se ponga en camino hacía el encuentro. Me gustaría, ser el primero que tienda un puente por donde el otro se pueda acercar a mi, y por donde yo me pueda acercar a él.

Todo lo que les he pedido, también se los pido para todos mis amigos, familiares y benefactores… para que todos seamos instrumentos de paz. Para que todos busquemos el reino de Dios, sabiendo que si Dios reina en nuestros corazones, reinará en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras ciudades, y en nuestras naciones.

Les deseo a ustedes queridos Reyes Magos, feliz fin de viaje. Y me despido agradecido por la ilusión que guardaron en mi cuando era un niño.

Gracias porque un día los espere con la ilusión de niño y hoy los puedo esperar con la ilusión de sacerdote.

Con afecto, en el Señor que buscamos y que encontramos en la
Eucaristía.
Por: P Idar Hidalgo

jueves, 5 de enero de 2017

Los Magos maestros de humildad, no confiaron en su sabiduría



Estos personajes no son los últimos, sino los primeros que saben reconocer el mensaje de la estrella.


Por: SS Benedicto XVI

Los Magos, maestros de humildad
No confiaron sólo en su propia sabiduría



Los Magos fueron los primeros de la larguísima fila de aquellos que han sabido encontrar a Cristo en su propia vida y que han conseguido llegar a Aquel que es la luz del mundo, porque tuvieron humildad y no confiaron sólo en su propia sabiduría.

A Belén, no los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos Magos, personajes desconocidos, quizás vistos con sospecha, en todo caso indignos de particular atención.

Estos personajes procedentes de Oriente no son los últimos, sino los primeros de la gran procesión de aquellos que, a través de todas las épocas de la historia, saben reconocer el mensaje de la estrella, saben caminar por los caminos indicados por la Sagrada Escritura y saben encontrar, así, a Aquél que es aparentemente débil y frágil, pero que en cambio es capaz de dar la alegría más grande y más profunda al corazón del hombre.

En Él, de hecho, se manifiesta la realidad estupenda de que Dios nos conoce y está cerca de nosotros, de que su grandeza y poder no se expresan en la lógica del mundo, sino en la lógica de un niño inerme, cuya fuerza es sólo la del amor que se nos confía.

Los dones de los Magos, acto de justicia

Los Magos llevaron en regalo a Jesús oro, incienso e mirra. "No son ciertamente dones que respondan a necesidades primarias", en aquel momento la Sagrada Familia habría tenido ciertamente mucha más necesidad de algo distinto que el incienso y la mirra, y tampoco el oro podía serle inmediatamente útil.

Estos dones, sin embargo, tienen un significado profundo: son un acto de justicia.

Según la mentalidad oriental, representan el reconocimiento de una persona como Dios y Rey: es decir, son un acto de sumisión.

La consecuencia que deriva de ello es inmediata. Los Magos no pueden ya proseguir por su camino. Han sido llevados para siempre al camino del Niño, la que les hará desentenderse de los grandes y los poderosos de este mundo y les llevará a Aquel que nos espera entre los pobres, el camino del amor que por sí solo puede transformar el mundo.

No sólo, por tanto, los Magos se han puesto en camino, sino que desde aquel acto ha comenzado algo nuevo, se ha trazado una nueva vía, ha bajado al mundo una nueva luz que no se ha apagado.

Esa luz, no puede ya ser ignorada en el mundo: los hombres se moverán hacia aquel Niño y serán iluminados por la alegría que solo Él sabe dar.

La importancia de la humildad

Sin embargo, aunque los pocos de Belén que reconocieron al Mesías se han convertido en muchos a lo largo de la historia, los creyentes en Jesucristo parecen ser siempre pocos.

Muchos han visto la estrella, pero son pocos los que han entendido su mensaje.

¿Cuál es la razón por las que unos ven y encuentren, y otros no? ¿Qué es lo que abre los ojos y el corazón? ¿Qué les falta a aquellos que permanecen indiferentes, a aquellos que indican el camino pero no se mueven?

El obstáculo que lo impide, es la demasiada seguridad en sí mismos, la pretensión de conocer perfectamente la realidad, la presunción de haber ya formulado un juicio definitivo sobre las cosas volviendo cerrados e insensibles sus corazones a la novedad de Dios.

Lo que falta es la humildad auténtica, que sabe someterse a lo que es más grande, pero también el auténtico valor, que lleva a creer a lo que es verdaderamente grande, aunque se manifieste en un Niño inerme.

Falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón, de asombrarse, y de salir de sí para encaminarse en el camino que indica la estrella, el camino de Dios.

El Señor sin embargo tiene el poder de hacernos capaces de ver y de salvarnos,

Pido a Dios que nos de un corazón sabio e inocente, que nos consienta ver la estrella de su misericordia, nos encamine en su camino, para encontrarle y ser inundados por la gran luz y por la verdadera alegría que él ha traído a este mundo.


Benedicto XVI, Solemnidad de la Epifanía del Señor