"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Con María, el día de los Santos Inocentes



Te hablaré de una noche que me pareció eterna. De una noche anunciada, pero olvidada luego por muchos..

Existen, en nuestra vida, dolores que nos resultan incomprensibles, atroces, injustos y, sobre todo, inmerecidos. Pero, sea cual fuere la reacción que tengamos frente al dolor, él sigue allí, y nos atraviesa el alma como una afilada espada. Hoy mi dolor y mi tristeza no me dejan verte, María, como ansía mi corazón, pero sé que estas allí, aunque no pueda sentirte, estas detrás de mi dolor para sostenerme, para transformar el llanto en camino hacia al Padre.

- En profecía cumplida… -dices a mi corazón, mas, no comprendo.

- Hoy voy a hablarte de esos dolores incomprensibles que desgarran el alma y que luego, por la misericordia de Dios, se transforman en camino.

- Háblame Señora, que mi alma tiene tanta sed de tu compañía. Mi alma ansía caminos que no encuentro en la oscuridad de esta noche demasiado larga.

- Yo conozco bien las noches largas. Te hablaré de una en especial, que me pareció eterna. De una noche anunciada, tan anunciada como la nochebuena, pero olvidada luego por muchos y, lo que me desgarra el alma, una recordación tomada hoy, por tantos, como excusa para bromas.

Esta vez temo seguirte, no sé si tendré valor, pero igualmente me llevas…me llevas… y estamos nuevamente en el recinto de Belén. Vemos como José está despidiendo a tres extraños extranjeros que le habían llevado a tu hijo oro, como símbolo de su dignidad y gran valor, incienso, como símbolo de su comunión con Dios y mirra, para preparar el aceite sagrado de su unción. Tres extraños venidos de lejanas tierras siguiendo una estrella, tres extraños que, buscando al Rey de la Vida, fueron a preguntarle a un rey embriagado de poder, el camino para hallarlo…. y, sin quererlo, despertaron en él fantasmas olvidados… la profecía, la profecía de Belén…

Los extranjeros, que el mundo llamará más tarde los tres Reyes Magos, parten a su tierra por otro camino, evitando pasar cerca del palacio de Herodes, quien los aguarda como un tigre al acecho, para saltar sobre el pequeño Rey desconocido que amenaza su seguridad.

Entramos a la precaria vivienda. José nos sigue y comienza a trabajar, pues el dueño de la finca le había encargado unos arreglos y le pagaría un buen precio por ellos. José tiene los pies sobre la tierra, sabe que debe alimentar a su familia y para ello sólo conoce un modo: su trabajo.

Tu, María, te dispones a preparar la cena. José no aparta la mirada de su labor, pero es evidente que sus pensamientos están en otro sitio, quizás detrás de los muros de un palacio, tratando de leer los pensamientos de un hombre fuera de sí, mas nada te dice. La cena transcurre en paz. La presencia de esos hombres y sus obsequios han dejado más preguntas que respuestas...¿Quiénes eran? ¿Por qué habían venido? ¿Cuál era el real significado de su presencia? ... quizás representan a todos aquellos que no pertenecen al pueblo de Israel y para cuya Salvación también ha venido este niño. Demasiados acontecimientos y pocas explicaciones. La pareja se dispone a descansar pues al día siguiente deberán iniciar el camino hacia Jerusalén, para realizar la purificación de María, tal como lo establece la Ley.

Yo estoy allí, con ellos, no puedo dormir, siento miedo… conozco la historia… la he escuchado mil veces de labios de los sacerdotes. La he leído, pero no es lo mismo estar… estar… y todos, de alguna manera, alguna vez en la vida, también estamos dentro de esta historia… sólo que, enceguecidos por nuestro propio dolor, no nos damos cuenta.

A la mañana siguiente parten hacia Jerusalén, María me hace señas de que los siga. El camino es largo, el niño, pequeño aún. El animal que nos acompaña va cargado de las pocas pertenencias de los padres y, en su mayor parte, de los pañales y ropita del bebé, recibida generosamente de la esposa del dueño del pesebre.

Luego de la ceremonia del Templo volvimos a Belén, José se nota nervioso… no como quien desconfía de la protección de Dios, sino como un padre responsable que sólo desea actuar correctamente y no sabe cómo, pues presiente que Herodes no ha olvidado la presencia de los extranjeros, ni se quedará quieto ante lo que él considera una amenaza.

Durante los siguientes tres días la familia se dedica a organizar el retorno a Nazaret. José termina sus trabajos pendientes, consiguiendo de esta manera dinero para el viaje y retribuyendo, al mismo tiempo, la hospitalidad al dueño del pesebre, quien sólo pide como pago, el arreglo de una vieja mesa labrada herencia de su padre, trabajo realizado impecablemente por José.

Los planes del Señor y nuestros propios planes no van siempre por iguales caminos. La noche del tercer día no aparenta nada en especial, sólo un cielo cargado de nubarrones amenazantes. Hace frío, María amamanta a su niño y lo recuesta bien calentito en la cuna hecha por su esposo, y una blanca piel de cordero cubre las demás mantas con las que la joven madre abriga a su pequeño. El matrimonio cena al tiempo que comenta los últimos acontecimientos. José tiene largos silencios que inquietan el corazón de María quien, como esposa prudente, no pregunta. Tiran las mantas en el suelo y se disponen a dormir, yo hago lo mismo, María me besa la frente y me dice “Valor, amiga, lo necesitarás...” es la noche de la locura, pero igualmente me quedo dormida... lástima, no tuve el valor de esperar despierta, como tantas veces en la vida en las que no tengo el valor de dominar mi voluntad.

Me despiertan los gritos de José. El hombre está sentado en el suelo, empapado en sudor, su rostro está aterrado pero es sólo por un instante... enseguida se pone en pie, da vueltas en el recinto tratando de ordenar sus pensamientos, seguidamente despierta a María, la toma por los hombros al tiempo que le clama en voz baja:

- ¡María, María! Por el amor de Dios despiértate María! – y la sacude casi con violencia.

Ella abre los ojos y se asusta...

- ¿Qué pasa, José? ¡Por Dios! ¿Por qué hablas de esa forma? ¡Jesús, Jesús! ¿Le pasó algo al niño?

- No, pero le pasará si sigues allí acostada... María... he tenido un sueño, que no fue un sueño en realidad... un hombre vestido de blanco me clamaba que te tomara a ti y al niño y huyera a Egipto, pues Herodes busca al niño para matarlo.

- ¡Matarlo!...Dios mío José, que atroz pesadilla.

- María, esposa mía ¡Nos vamos a Egipto! ¡Y nos vamos ya! ¿Comprendes? ¡Ya!.

- ¿Qué dices? José... ¿Te das cuenta la distancia que nos separa de Egipto, que es medianoche, afuera arrecia el viento y el frío cala los huesos?...

- María ¿Confías en mí?

- José, confío en ti más que en nadie en esta tierra

- Entonces, amada mía, junta todo y vámonos, los soldados se aproximan cada minuto, por cada palabra que decimos ellos están un metro más cerca... y vienen a matarlo... y no están jugando, pues un loco asesino les ha ordenado deshacerse de Jesús... la pregunta es ¿Cómo lo encontraran? Mientras a ese loco no se le ocurra... ¡Dios no puedo ni pensarlo!

- Mientras no se le ocurra matarlos a todos... - y María se estremece tanto que José debe sostenerla para que no caiga.

Yo estoy inmóvil, hubiera querido traerles un vehículo, un helicóptero, sacarlos prontamente de allí, pero eso pasa en las películas y esto es la vida real. Los padres (ahora me voy dando cuenta la clase de padre que Dios eligió para Jesús, un Hombre con mayúsculas) preparan todo prontamente, llevan sólo lo indispensable, deben dejar muebles, cuna, todo lo hecho por José. El oro de los magos les permitiría establecerse en Egipto. Dios siempre tan previsor, nos manda las pruebas y los medios para enfrentarlas. Salimos, el viento me termina de despertar, tengo varias mantas puestas encima, pero tiemblo como una hoja, parece que el corazón se me saldrá del pecho en cualquier momento. Montan los animales, María me hizo un lugar en el suyo... partimos... se ve poco, pero se ve, hay luna llena, los nubarrones ya no están, José se encamina hacia Egipto a través de la desértica región, apura el paso, no hay miradas extrañas que noten nuestra presencia. El hombre anda varias horas a marcha forzada, de tanto en tanto mira hacia atrás, con angustia, casi con desesperación. Yo, yo estoy muerta de miedo... veo soldados por todas partes... sé de sobra que no nos alcanzarán... pero una cosa es leerlo y otra estar... estar...

Falta poco para el amanecer. De pronto se escucha un galope cercano, se ve la arena removida por los cascos del animal que se acerca, es un jinete solitario, pero se dirige, peligrosamente, hacia nosotros. José nos recomienda calma, y no decir el nombre del niño. Por fin llega el personaje, un hombre más bien anciano, con la mirada perdida... loco... pobre infeliz... sólo decía:

- ¡Madres, corran, corran con sus hijos! ¡Huyan!...

José baja de su asno y se acerca al pobre hombre:

- ¿Qué le ocurre, amigo? ¿Se siente usted bien?...

- ¡Huyan, huyan mujeres con sus hijos! Sangre... muerte... niños muertos, en todo Belén... niños degollados, atravesadas sus carnecitas por las espadas de los soldados... no escapó ni uno... todo Belén es un grito... solo los pequeños murieron... los menores de dos años... ¿Por qué?¿Por qué Dios?- grita desgarradoramente el infeliz mirando al cielo- Huyan mujeres... huyan... corran... corran...

El pobre desquiciado comienza a cabalgar nuevamente repitiendo el ya inútil consejo. Tanto horror le ha enloquecido. Se pierde en el paisaje, queriendo huir de los macabros recuerdos pero no hay lugar en donde uno pueda esconderse de los recuerdos.

José y María se miran, abundantes lágrimas caen por sus mejillas, se abrazan y abrazan al niño. Es la noche más larga, más atroz, más cruel, que les ha tocado vivir a ambos. Es la noche anunciada por el profeta Jeremías:

“En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen porque ya no existen”( Mt.2,18)

La travesía dura largos días, María se esconde muchas veces a llorar para que José no la vea... no quiere preocuparlo, más su corazón de madre está destrozado. Recuerda la espada anunciada por el anciano Simeón... ya ha comenzado a lastimarla. También veo a José llorar a escondidas, es el llanto de un hombre que se siente impotente ante la injusticia, es el llanto de un hombre justo clamando justicia.

Las primeras casas del poblado egipcio se divisan a la distancia. La noche larga ha terminado, el niño está a salvo, momentáneamente.

- Amiga- dices María, mirándome a los ojos,( mientras tus ropas y las mías vuelven a estos tiempos y el ruido de los automóviles nos sorprende frente la parroquia de Luján, en mi barrio) gracias por compartir conmigo esta noche, una de las más duras de mi tiempo en esta tierra. Realmente, cuesta ver a Dios detrás de tanto dolor, cuesta poder encontrarlo para que nos tome de la mano, cuesta no enloquecer como ese pobre viejo del desierto... cuesta, buena amiga, pero no es imposible, es más, es el único camino. Dios, tras el dolor que nos causan los seres humanos. Dios, sosteniendo. Dios, poniendo rosas sobre tantas espinas. Dios, transformando el dolor en camino de salvación. Dios, permitiendo que nuestra angustia ayude a otros a superar la suya. Cuando tu alma tenga más preguntas que respuestas, más dolor del que crees poder soportar, más soledad que compañía, más desilusión que sueños entonces, más que nunca, búscalo; que siempre habrá un Egipto donde puedas esconderte hasta que pase el temporal.

- Señora- y apenas si puedo contener mis lágrimas- ¡Cuánto, cuánto me amas, cuánto me cuidas, cuánto me enseñas! ¿Te dije ya cuánto te amo?- y me arrojo en tus brazos y lloro por los niños muertos, lloro por mí, lloro por la humanidad.

Mientras te alejas, y yo seco mis lágrimas, un grupo de jóvenes pasa riéndose de uno de ellos, al tiempo que le dicen “¡Qué la inocencia te valga! Ja,ja,ja” típico comentario de las bromas del Día de los Inocentes.

Tengo ganas de gritar, ganas de decirles que el origen de esa recordación es la sangre de niños pequeños derramada por Jesús, pero siento que no vale la pena; prefiero escribir este relato, escribirlo para que tú, después de leerlo, ya no rías con las bromas de los 28 de diciembre. Porque si tú no ríes, si le cuentas esta historia a un amigo y él ya tampoco ríe... entonces... entonces algo habrá cambiado en este mundo... porque recordando a nuestros mártires, los honramos.


NOTA de la autora:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Por: Maía Susana Ratero

martes, 27 de diciembre de 2016

Un regalo para el Recién Nacido



Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre.

Ya, felizmente, ha llegado esta fecha venturosa de Navidad. Todos guardamos en nuestra alma recuerdos entrañables de las fiestas navideñas: bellos recuerdos de nuestra infancia, y también de nuestra edad juvenil y adulta. Y es que, en este día todos nos hacemos un poco como niños. Y está muy bien que sea así, porque nuestro Señor prometió el Reino de los cielos a los que son como niños. Más aún, desde que Dios se hizo niño, ya nadie puede avergonzarse de ser uno de ellos.

¡Tantas cosas podrían decirse en un día como éstos! Pero no voy a escribir un tratado de teología. Me voy a limitar, amigo lector, a contarte una sencilla y bella historia. Espero que te guste.

Se cuenta que el año 1994 dos americanos fueron invitados por el Departamento de Educación de Rusia –curiosamente—, para enseñar moral en algunas escuelas públicas, basada en principios bíblicos. Debían enseñar en prisiones, negocios, en el departamento de bomberos y en un gran orfanato. En el orfanato vivían casi 100 niños y niñas que habían sido abandonados por sus padres y dejados en manos del Estado. Y fue en este lugar en donde sucedió este hecho.

Era 25 de diciembre. Los educadores comenzaron a contarles a los niños la historia de la primera Navidad. Les hablaron acerca de María y de José llegando a Belén, de cómo no encontraron lugar en las posadas y, obligados por las circunstancias, tuvieron que irse a un establo a las afueras de Belén. Y fue allí, en una cueva pobre, maloliente y sucia, en donde nació Dios, el Niño Jesús. Y allí fue recostado en un pesebre.

Mientras los chicos del orfanato escuchaban aquella historia, contenían el aliento, y no salían de su asombro. Era la primera vez que oían algo semejante en su vida. Al concluir la narración, los educadores les dieron a los chicos tres pequeños trozos de cartón para que hicieran un tosco pesebre. A cada niño se le dio un cuadrito de papel amarillo, cortado de unas servilletas, para que asemejaran a unas pajas. Luego, unos trocitos de franela para hacerle la manta al bebé. Y, finalmente, de un fieltro marrón, cortaron la figura de un bebé.

De pronto, uno de ellos fijó la vista en un niño que, al parecer, ya había terminado su trabajo. Se llamaba Mishna. Tenía unos ojos muy vivos y estaría alrededor de los seis años de edad. Cuando el educador miró el pesebre, quedó sorprendido al ver no un niño dentro de él, sino dos. Maravillado, llamó enseguida al traductor para que le preguntara por qué había dos bebés en el pesebre. Mishna cruzó sus brazos y, observando la escena del pesebre, comenzó a repetir la historia muy seriamente. Por ser el relato de un niño que había escuchado la historia de Navidad una sola vez, estaba muy bien, hasta que llegó al punto culminante. Allí Mishna empezó a inventar su propio relato, y dijo: –“Y cuando María puso al bebé en el pesebre, Jesús me miró y me preguntó si yo tenía un lugar para estar. Yo le dije que no tenía mamá ni papá, y que no tenía ningún lugar adonde ir. Entonces Jesús me dijo que yo podía estar allí con Él. Le dije que no podía, porque no tenía ningún regalo para darle. Pero yo quería quedarme con Jesús. Y por eso pensé qué podía regalarle yo al Niño. Se me ocurrió que tal vez como regalo yo podría darle un poco de calor. Por eso le pregunté a Jesús: Si te doy calor, ¿ése sería un buen regalo para ti? Y Jesús me dijo que sí, que ése sería el mejor regalo que jamás haya recibido. Por eso me metí dentro del pesebre. Y Jesús me miró y me dijo que podía quedarme allí para siempre”.

Cuando el pequeño Misha terminó su relato, sus ojitos brillaban llenos de lágrimas y empapaban sus mejillas; se tapó la cara, agachó la cabeza sobre la mesa y sus hombros comenzaron a sacudirse en un llanto profundo. El pequeño huérfano había encontrado a alguien que jamás lo abandonaría ni abusaría de él. ¡Alguien que estaría con él para siempre!

Esta conmovedora historia, ¡tiene tanto que enseñarnos! Este niño había comprendido que lo esencial de la Navidad no son los regalos materiales, ni el pavo, ni la champagne, ni las luces y tantas otras cosas buenas y legítimas. Lo verdaderamente importante es nuestro corazón. Y querer estar para siempre al lado de Jesús a través de nuestro amor, de nuestra fe, del regalo de nuestro ser entero a Él.

Dios nace hoy en un establo, no en un palacio. Nace en la pobreza y en la humildad, no en medio de lujos, de poderes y de riquezas. Sólo así podía estar a nuestro nivel: al nivel de los pobres, de los débiles y de los desheredados.

Sólo si nosotros somos pequeños y pobres de espíritu podremos acercarnos a Él, como lo hicieron los pastores en aquella bendita noche de su nacimiento. Los soberbios, los prepotentes y los ricos de este mundo, los que creen que todo lo pueden y que no necesitan de nada ni de nadie –como el rey Herodes, los sabios doctores de Israel y también los poderosos de nuestro tiempo— tal vez nunca llegarán a postrarse ante el Niño en el pobre portal de Belén.

Ojalá nosotros también nos hagamos hoy como niños, como Mishna, como los pobres pastores del Evangelio, para poder estar siempre con Jesús.

Sólo los humildes pueden ir a Belén y arrodillarse ante la maravilla infinita y el misterio insondable de un Dios hecho Niño y acostado en un pesebre. Sólo la contemplación extasiada y llena de fe y de amor es capaz de penetrar –o, mejor dicho, de vislumbrar un poquito al menos— la grandeza inefable de la Navidad. ¡El Dios eterno, infinito, omnipotente e inmortal, convertido en un Niño recién nacido, pequeñito, impotente, humilde, incapaz de valerse por sí mismo! ¿Por qué? Por amor a ti y a mí.

Para redimirnos del pecado, para salvarnos de la muerte, para liberarnos de todas las esclavitudes que nos oprimen y afligen.

Si Dios ha hecho tanto por ti, ¿qué serás capaz tú de regalarle al Niño Dios?
Por: P. Sergio A. Córdova LC

lunes, 26 de diciembre de 2016

Navidad, un trozo de Misericordia



La Navidad: es un trozo de cielo que se enciende en mi hogar
La melodía parece apresurarnos hacia Belén, a la vez que nos invita a contemplar con dulzura al Niño Dios que duerme en el remanso del regazo de la Virgen María.

Cuatro años han pasado desde mi estancia en aquella vieja Salamanca, España. Y recuerdo que el periodo más hermoso era la Navidad. Qué deleite para mis oídos cuando escuché por primera vez aquel “En Belén” poético que enternece el corazón. La melodía parece apresurarnos hacia Belén, a la vez que nos invita a contemplar con dulzura al Niño Dios que duerme en el remanso del regazo de la Virgen María.
Hoy- pensándolo bien- hay una frase de aquella canción que resume espléndidamente la Navidad: “es un trozo de cielo que se enciende en mi hogar”. Trocito de cielo que abraza la tierra en la carne tierna del Hijo de Dios. Sin embargo, la Navidad es trozo de tantas cosas más que captamos sólo contemplando al Niño Dios. 
1. Un trozo de cielo: Belén es el escenario escogido para el aterrizaje del Cielo en la tierra. Dios llega a la tierra. No viene con pasaporte de turista. No es uno más que pasa por este mundo y se marcha, desentendiéndose. Dios viene con pasaporte de hombre, con identificación de Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Viene para ser uno de nosotros. Dios entre hombres. Nunca el Cielo estuvo tan metido en el regazo de la tierra.
San Gregorio Magno dice que la hermosura de la Navidad está en el maravilloso hecho de que Dios va asumiendo las estrecheces de ese viaje a la tierra. Se trata de un camino que se va estrechando cada vez más a medida en que el Cielo se va adentrando en las entrañas de la tierra. Del trono del cielo a la estrechez de las entrañas de María. De las entrañas de María a la estrechez de un pesebre. De un pobre pesebre hasta la estrechez del patíbulo de la cruz. De la cruz a la estrechez de un sepulcro. De un sepulcro a la estrechez de la fe de sus discípulos. Y así Dios fue asumiendo tantas estrecheces que se dejan entrever a lo largo de su paso por este mundo.
Si el Cielo encuentra hospedaje en la tierra eso implica también que el sacrificio sea la nota dominante de tanto amor por los hombres. En esta Navidad pedimos que el Cielo invada nuestros hogares, nuestras familias, nuestros corazones. Pero recordando que para que el Cielo reine entre nosotros es necesario saber aceptar con amor las estrecheces, los retos y las dificultades que la vida nos brinda. Lo vivió Jesús. Queremos vivirlo también nosotros, convirtiéndonos en trocitos de cielo.  

2. Un trozo de pan: Hacia Belén van los que tienen hambre de Dios. No es casualidad que Belén signifique “casa del pan”. Ese pan que es Jesús. Pan cocido en el vientre virginal de María, horno caliente de gracia y de fe. Pan envuelto en pobres pañales, no para no enfriarse dentro de una cueva húmeda, sino para no perder su calor divino delante de la humana frialdad. Pan fresco escondido detrás de los maderos y los serruchos de una carpintería paterna. Pan repartido entre pecadores, enfermos, ciegos, cojos, pobres. Pan que se vuelve migajas para saciar el hambre de quien ni siquiera puede acercarse para probar un trozo de su amor. Pan de Vida que culminará despedazado, pisoteado, aplastado y rechazado en la crueldad de una cruz. Que Jesús es Pan ya lo intuía san Jerónimo con este hermoso fragmento: “¡Feliz el que tiene Belén en su corazón, en el cual Cristo nace cada día! ¿Qué significa entonces “Belén”? Casa del pan. También nosotros somos una casa del pan, de aquel pan que ha bajado del cielo” (San Jerónimo, Comentario al Salmo 95).
¡Oh Belén, casa del Pan! Hoy llegamos a tus afueras para saciar nuestro corazón con el verdadero Pan bajado del Cielo. Que Jesús nos enseñe a volvernos pan para nuestros hermanos. Seguramente hoy hay alguien muy cerca de nosotros con una tremenda hambre de Dios. Una lágrima para ser enjugada. Una mano para ser apretada. Una mirada para ser comprendida. Unos brazos abiertos mendigando un abrazo. Un cuerpo enclenque y sucio solicitando nuestra ayuda. Una cabeza baja sin fuerzas y sin sueños pidiendo nuestra atención y nuestro aliento. Como Jesús podemos ser pan para saciar el hambre de tanta gente que tiene hambre de Dios. Como Él y en Él podemos convertirnos en esta Navidad en trocitos de pan.     
3. Un trozo de acogida: Las posadas están alborotadas de gente. Nadie quiere compromisos con María y José. Dios, cuando llega, “estorba”. No hay lugar porque ya hay tanta gente, tantas cosas, tantos intereses que no son Dios, que ya no cabe en ninguna fonda el divino alumbramiento. Bien poetizó Ramón Cué, S.J. en uno de sus versos: “Todo hubiera empezado de otro modo; las estrellas columpiándose por tus aleros, los ángeles cantando en tus balcones, los reyes perfumando tu patio con incienso, y en tu fonda el divino alumbramiento. Pero: - “No queda sitio, ni una cama; lo tengo todo lleno”. Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”.
Pasados tantos siglos la indiferencia ante el paso de Dios por nuestras puertas aún está vigente. Cambian los tiempos y las costumbres, pero la esencia de la acogida no cambia. Jesús pide acogida hoy en el pobre y el enfermo, en el prófugo y el emigrante. En el sin techo y en el desilusionado. Tantas formas ingeniosas de poder acoger a Jesús y los hombres todavía prefieren el sillón de Herodes. Prefieren la comodidad de sus seguridades.
Uno de los Reyes Magos lleva oro al Niño Jesús. Oro porque es Rey. También en esta Navidad queremos dar a Jesús el oro de nuestra acogida, reconociendo su reinado en nuestras almas y en nuestra vida. 
Acoger es comprometerse con Dios en el rostro del hermano, pero ¿quién quiere correr el riesgo del compromiso? “No queda sitio, está todo lleno”. Quien sabe acoger es porque a su vez ha sido acogido. La acogida nace cuando se respira el aire de comunidad y fraternidad. Quien vive solo, egoísta, como el rey Herodes, no tiene la capacidad de adorar y tampoco de acoger.
En esta Navidad pedimos al Niño de Belén que conceda a todos los hombres un trozo de acogida para crear un mundo más sensible a la soledad de tanta gente.      
4. Un trozo de adoración: Desde las afueras de Belén podemos escuchar el bullicio de la gente que está ansiosa con el censo promulgado por Augusto. Aquí en esta cueva reina, en cambio, el silencio. Silencio que incita el alma a la adoración.
San Ignacio de Antioquia, como en una visión, escribe las actitudes de María y de José ante el Niño Dios. José, el protagonista del silencio orante, allí está a un lado, callado y piadoso. El que no se esperaba todavía el regalo de un hijo, acabó por ser padre putativo de Dios bajado del cielo. ¿Entenderlo en las categorías humanas? No. Sólo queda adorar el Misterio que alumbra su mirada paterna. María besa los pies del pequeñuelo porque es su Señor. Acaricia y besa su rostrito porque es su hijo. Y reza en su interior, preguntándose cómo será posible que haya llevado en su seno el Sol brillante de justicia, cómo es que no se haya abrasado de tanto amor y tanta dulzura. Casi ciega ante tanta luz, María tiene los ojos bañados en lágrimas.
De repente se asoman a la cueva unos hombres andrajosos: pastores. No traen nada material para dar a Dios. Sólo traen su presencia humilde. Quieren adorar. Ante este escenario, doblamos nuestras rodillas porque si el Cielo ha visitado la tierra y el Pan ha entrado en el vientre sufriente de este mundo, es porque este Niñito es Dios.
Sólo por hoy queremos llorar de conmoción. Sólo por hoy dejaremos a un lado los afanes y las preocupaciones diarias. Sólo por hoy permitiremos que la eternidad envuelva nuestro tiempo efímero y ajetreado. Sólo por hoy permitiremos que la Vida Eterna inunda con su gracia la lenta muerte de nuestra existencia sobre esta tierra. Los hombres no alcanzan la felicidad porque no saben adorar.
En ese clima de adoración se huele el incienso traído por uno de los Reyes Magos. ¿Qué es este incienso sino el indicativo de que Cristo es Dios y se merece nuestra adoración? Mientras tanto, allá está Herodes en el sillón de su palacio. Egoísta y mezquino. No sabe adorar. ¡Pobre hombre! A los “Herodes” de nuestro tiempo pedimos la gracia de la conversión del corazón en esta Navidad. “Herodes” que no creen, “Herodes” que desprecian a Jesús. A tantos “Herodes” que caminan por nuestras calles pedimos ante el pesebre de Jesús la gracia de algún día hacer un poco de adoración.          
5. Humanidad: El que viene es Dios y es Hombre. Si fuera difícil captar esta gran verdad de fe, basta fijar nuestra atención en uno de los regalos que le deja al Niño Dios uno de los Reyes Magos. Reyes porque traen algo de gran valor de sus tierras. Sabios, -porque guiados por una estrella-, sólo podía ser gente que sabía de astrología. Por tanto, son sabios que traen objetos preciosos, especialmente por el candor del significado de cada objeto.
Uno de ellos trae mirra. Ese aroma amargo que nos dice que el Niño acostado en el pesebre es hombre y como todo hombre pasará por el amargo sufrimiento del dolor y de la muerte. Dios quiere comprender nuestra humanidad no como un espectador indiferente. En Cristo Dios ha abrazado todo el dolor y el llanto de todos los hombres de todas las épocas y culturas.
Ese olorcito de mirra es la concreción de aquello que escribió Terencio muy acertadamente: “Soy hombre y nada de lo humano me es indiferente”. Cristo no vino indiferente, vino con un plan: morir y resucitar por nosotros. Es curioso notar que en algunos mosaicos bizantinos, cuando se representa el Nacimiento, el Niño Dios no está acostado en un pesebre lleno de pajas suaves, sino esta acostado en un pequeño ataúd. Nace para morir- ya lo decían algunos escritores paganos de los primeros siglos- cuando todos los hombres cuando nacen, naturalmente nacen para vivir.
Ante esta realidad, nada tan divino como el Nacimiento en la carne del Hijo de Dios. Eso sí que es humano, porque abraza nuestra realidad. La carne tierna de Jesús es el dulce recipiente de todo el dolor, penas y alegrías de la humanidad. Por ello, la Navidad es también un trozo de humanidad. Pedimos al Señor que ante la mirada inocente y pura del Niño Dios los hombres aprendamos a ser más humanos, más sensibles ante el dolor, el sufrimiento y también los gozos de los demás. ¡Qué la Navidad traiga al mundo un trozo de humanidad!      
6. Un trozo de amor: En esta Navidad nace el Amor. Ese Dios humanado viene para enseñarnos el amor verdadero, el ágape.
Todos los hombres desean amar y ser amados porque es así que su existencia se vuelve don y toma un profundo sentido. Es por ello que el cielo viene cuando existe amor entre los hombres, pues bien atinado escribió Fiodor Dostoievski en su obra Los hermanos Karamazov: “el infierno es el sufrimiento de no poder amar”. Cuando no hay amor, no hay cielo y empieza el infierno.  Por ello, en Cristo que es Amor el hombre también se entiende a si mismo. Ya lo decía san Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor hominis: “el hombre no puede vivir sin el amor; el hombre sin amor permanece para sí mismo un ser incomprensible”.
En medio de tanto odio, tanta discordia que existe en nuestras familias, comunidades, en definitiva, dentro de nuestro corazón, hoy Dios que es Amor mendiga un trozo de amor humano. Lo mendiga en el prójimo que vive a nuestro lado diariamente y lo mendiga en la soledad de nuestras iglesias, de los muchos sagrarios vacíos de nuestras ciudades y pueblos.
Desde la cuna de Belén el Amor va perfilando en el horizonte humano la belleza salvadora de la cruz que es amor. Un palo vertical hacia el cielo, hacia Dios: amor hacia Dios. Un palo horizontal hacia los dos polos de la tierra: amor hacia el prójimo.
Pidamos al Señor que todos aquellos que aún no han encontrado el sentido de sus vidas y mendigan amores efímeros de esta tierra, descubran en el Amor de la cuna de Belén el don de amar en el don de la renuncia y la entrega, en definitiva, desde la dimensión salvífica de la cruz de Cristo. Sólo en Cristo, el Amor verdadero, el hombre se comprende a si mismo. En esta Navidad queremos ser en Cristo trocitos de su amor por todo el mundo.
Conclusión: La Navidad es ese trozo de tantas cosas que nosotros anhelamos desde lo más íntimo de nuestro corazón. Que el Niño Dios en su pequeñez ilumine nuestras tinieblas para poder así calentar el alma y seguir caminando por el camino de la vida cristiana.
¡Feliz Navidad a todos y un próspero Año Nuevo repleto de bendiciones!     
Por: Celso Júlio da Silva LC