"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 29 de junio de 2016

Dime cómo rezas y te diré cómo vives



Porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida.

Por: SS Papa Francisco

Fragmento de la Homilía del Papa Francisco en  Morelia, 16 febrero 2016. Misa con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas.
Hay un dicho entre nosotros que dice así:
Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas, porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas; porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida. A rezar se aprende, como aprendemos a caminar, a hablar, a escuchar. La escuela de la oración es la escuela de la vida y en la escuela de la vida es donde vamos haciendo la escuela de la oración.
Y Pablo a su discípulo predilecto Timoteo, cuando le enseñaba o le exhortaba a vivir la fe, le decía acuérdate de tu madre y de tu abuela. Y a los seminaristas cuando entran al seminario muchas veces me preguntaban Padre pero yo quisiera tener una oración más profunda, más mental. Mira sigue rezando como te enseñaron en tu casa y después poco a poco tu oración irá creciendo como tu vida fue creciendo. A rezar se aprende como en la vida.
Jesús quiso introducir a los suyos en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida. Les mostró comiendo, durmiendo, curando, predicando, rezando, qué significa ser Hijo de Dios.

Los invitó a compartir su vida, su intimidad y estando con Él, los hizo tocar en su carne la vida del Padre. Los hace experimentar en su mirada, en su andar la fuerza, la novedad de decir: Padre nuestro.
En Jesús, esta expresión no tiene el gustillo de la rutina o de la repetición, al contrario, tiene sabor a vida, a experiencia, a autenticidad. Él supo vivir rezando y rezar viviendo, diciendo: Padre nuestro.
Y nos ha invitado a nosotros a lo mismo. Nuestra primera llamada es a hacer experiencia de ese amor misericordioso del Padre en nuestra vida, en nuestra historia. Su primera llamada es introducirnos en esa nueva dinámica de amor, de filiación. Nuestra primera llamada es aprender a decir «Padre nuestro», como Pablo insiste, Abba.
[...] Somos invitados a participar de su vida, somos invitados a introducirnos en su corazón, un corazón que reza y vive diciendo: Padre nuestro. ¿Y qué es la misión sino decir con nuestra vida, desde el principio hasta el final, que es la misión sino decir con nuestra vida: Padre nuestro?
A este Padre nuestro es a quien rezamos con insistencia todos los días: y que le decimos en una de esas cosas no nos dejes caer en la tentación. El mismo Jesús lo hizo. Él rezó para que sus discípulos -de ayer y de hoy- no cayéramos en la tentación.
  • ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que nos pueden asediar?
  • ¿Cuál puede ser una de las tentaciones que brota no sólo de contemplar la realidad sino de caminarla?
  • ¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la precariedad? [...]
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio, la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así.
  • Una resignación que nos paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino;
  • Una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras [...] aparentes seguridades;
  • Una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza.
  • Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.
Por eso, Padre nuestro, no nos dejes caer en la tentación.
[...]
Papá. Padre, papá, abba. Esa es la oración, esa es la expresión a la que Jesús nos invitó.
Padre, papá, abba, no nos dejes caer en la tentación de la resignación, no nos dejes caer en la tentación de la asedia, no nos dejes caer en la tentación de la pérdida de la memoria, no nos dejes caer en la tentación de olvidarnos de nuestros mayores que nos enseñaron con su vida a decir: Padre Nuestro.

martes, 28 de junio de 2016

La fe es un don gratuito



A veces se tienen tesoros que no somos capaces de valorar, la fe es un gran tesoro, las dificultades ponen a prueba nuestra fe, y de nada sirve una fe muerta sino viva.

La fe es gratuita y la respuesta también es libre. La fe es un gran tesoro. Tenemos tesoros que no somos capaces de valorar. Es como el que tiene una avioneta arrumbada en un oscuro garaje, llena de polvo y telarañas, que nunca ha usado. La avioneta está ahí sin sospechar lo que es. Cree que es un trasto más del garaje, como la estantería llena de botes o ruedas viejas. Y un día viene alguien y la saca, la limpia, le engrasa el motor, le llena el depósito de gasolina, arranca… y ¡a volar!

¿Os imagináis lo que sentiría la avioneta si fuese capaz de sentir? Creo que lo más grande no sería la emoción de notar el viento de frente con fuerza o de ver pasar a gran velocidad los bosques, los montes y las colinas desde lo alto…, sino descubrir de repente lo que en realidad era, aquello para lo que fue creada… ¡Para volar!

Existe además la fe religiosa, la fe en Dios, en Jesús. El creyente vive de la fe. Vivir la fe es más importante que hablar de ella, y quien oye hablar de ella sin fe, no descubre nada, es como un ciego al que le explican cómo es la luz. Jesús no hace muchas preguntas a sus oyentes, no les exige admitir verdades, sino que les dice: ¿Creéis que puedo hacer esto? ¿Os fiáis de mí? . ¿Por qué no me creéis? ; etc.

Muchas personas, cuando les preguntamos si creen, nos hablan de una fe apoyada en el ambiente, en la tradición: Siempre se ha hecho así; Mi familia ha sido siempre católica…. Y reducen su fe a los sacramentos, que tienen más un tinte social que de expresión de fe. Y sin embargo, sabemos que la auténtica fe cristiana brota de una experiencia de Dios, exige creer en Él y una respuesta personal. No basta con creer lo que otros digan, ni siquiera con creer a los curas.

Queremos que la fe sea un seguro de vida ante el dolor o ante los problemas. Ser creyente supone asumir todos los valores personales, familiares y sociales con su realidad actual y sus expectativas de futuro. Jesús no imponía nada, invitaba a seguirlo. Es verdad que a nadie adulaba o pretendía engañar con falsas promesas. Habla de las exigencias del seguimiento, pero en cualquier caso uno es libre de aceptar. Y quien lo siga tendrá la alegría del que ha encontrado un gran tesoro.

Quien tiene fe, ve a Dios en todos los acontecimientos y en todas partes. La fe no es visión, no es conocimiento ni seguridad. La fe es vivir con la firme convicción de que estamos en manos de Dios, que es a la vez Amor y Poder. La fe es desprendernos de nuestras ansiedades y temores, de nuestras dudas y desesperaciones. La fe es un salto, un impulso, un intento, un no aferrarse a las seguridades. La fe es un don, no se gana a puños. Jesús mandará a sus discípulos a dar testimonio de su fe, a anunciar lo que habían visto, oído y vivido (1 Jn 1, 1-4).

La fe, como la esperanza y el amor, puede crecer o perderse. Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. ¿Cómo crecer en la fe? Respirando el amor y el poder de Dios.

A veces somos víctimas del miedo, de la duda, de la inseguridad… Y a nuestra mente se asoman pensamientos negativos: no soy…, no puedo…, no quiero. Y esto nos debilita la fe, nos roba las fuerzas y nos quita la paz. La fe se conoce, se profundiza, se defiende, se alimenta y se transmite. Se alimenta con la Palabra de Dios, con la oración, con la confesión periódica, con la eucaristía. El cristiano debe defenderla sin miedo, propagarla y testimoniarla.

La fe es un don gratuito que nos ha hecho Dios. Dios nos amó primero (1 Jn 4, 19). Nosotros hemos de acogerla, cultivarla, hacer fructificar esos talentos. La fe es un don que exige una respuesta humana.

A veces esta respuesta resulta difícil, ya que en muchos momentos nos encontramos en situaciones complicadas que no sabemos cómo resolver, o en momentos difíciles de asumir, o en circunstancias duras, y la vida no es fácil: una enfermedad o la muerte de un ser querido… Cuando las cosas van mal, tendemos a hundirnos, a ponernos tristes, y es entonces cuando deberíamos confiar más en Dios, en los momentos de duda, por la noche, cuando estés cansado y desanimado, cuando aparentemente nada tiene sentido y te sientes confuso y frustrado.

Aunque no sepas adónde lleva el camino, dondequiera que estés y sientas lo que sientas, ¡Dios lo sabe! Y no temas, porque Jesús es tu luz y tu fuerza. Yo soy la luz, el que me sigue no andará en tinieblas (Jn 12, 46).

La fe es un tesoro que hemos recibido de Dios, de la Iglesia y de nuestra familia. Y que algunos no han sabido o no han querido conservar y engrandecer. Sin ella no nos salvamos (Mc 16,16). Según san Juan, la fe consiste en creer en Jesucristo (Jn 3, 15); en recibirlo (1, 12); en escucharlo (5, 40), en seguirlo (8, 12); en permanecer en Él (15, 4-5), en su palabra (8, 31), en su amor (15, 9). Y así es como por la fe conocemos a Dios. Creer en El evangelio es condición indispensable para entrar en el Reino (Mc 1, 15).

La fe en Jesús realiza milagros (Mt 13, 58), sana y salva (Mc 5, 34). Por eso sin la fe es imposible agradar a Dios (Hb 11,6), y quien persevera en ella, obtendrá la vida eterna (Mt 10,22). Por supuesto que nadie está obligado a creer, es un acto libre y amoroso que sólo el hombre es capaz de hacer.

Lo que la Escritura nos dice es que Dios nos llama, pero sin coaccionar a nadie. Es la fe la que nos lleva a abandonarnos en las manos de Dios, pues sabemos de quién nos fiamos, Y dejamos nuestra suerte en sus manos, seguros y ciertos de que su bondad y misericordia nos acompañan todos los días de nuestra vida.


Las dificultades ponen a prueba nuestra fe y esperanza. La fe nos da nuevos ojos, para ver con los ojos de la fe a Jesús como lo vieron los discípulos. Guiarse por la fe es confiar en Dios, creer en lo que dice y hace. La fe compromete nuestra vida con lo que creemos.

No sirve una fe muerta, sino viva (St 2,14-26), por las obras y no por la fe se justifica la persona (St 2,24). Y la fe tiene que estar encarnada en el aquí, en nuestra historia. Es una pena ver como en pueblos cristianos se da una gran incoherencia. Para que sea viva necesita alimentarse de la palabra, de la oración y sacramentos y fortificarla en la vida.

El crecimiento de la fe es un proceso, como lo es el amor y la esperanza.
 Por: P. Eusebio Gómez Navarro

lunes, 27 de junio de 2016

La voz de Cristo que cambia los corazones



Atraviesa los siglos y llega hasta nuestro tiempo. Esa voz, acogida gracias a la fe, cambia corazones y enciende esperanzas.

Año tras año, siglo tras siglo, hombres y mujeres caminan. Unos nacen, otros mueren. La vida tiene un ritmo que no puede detenerse.
Se suceden momentos de alegría y otros de tristeza. Pero solo tienen sentido aquellos momentos y acciones en los que se acoge el amor y se ama.
Si comprendemos esto, llegamos a captar el misterio de la existencia humana. No parece fácil, porque frecuentemente nos ahogan asuntos inmediatos, voces que aturden, cansancios asfixiantes y tentaciones de dentro o de fuera.
Una mirada al horizonte puede desvelar el misterio de la meta. Más allá de la muerte Dios nos espera. Más acá, estamos en el tiempo de la misericordia.
Ese fue el sentido de la Encarnación del Hijo. Vino para hacer la Voluntad del Padre, que coincidía con la salvación de los hombres.

La voz de Cristo provocó un terremoto espiritual en tierras de Palestina durante pocos años del primer siglo de nuestra era. Esa voz sigue viva también hoy, resuena en millones de corazones.
¿Escuchamos lo que dice el Maestro? ¿Abrimos el corazón al don de misericordia que brota de la Cruz en el Calvario? ¿Comprendemos el milagro de la victoria definitiva sobre la muerte que se produjo la mañana de la Pascua?
Los hechos se suceden. Noticias que alegran o que inquietan. Preocupaciones por la familia, por los amigos, por la salud, por el trabajo. Leyes y gobiernos que van contra los principios básicos de la justicia y del respeto a la vida.
La voz de Jesús el Nazareno atraviesa los siglos y llega hasta nuestro tiempo. Esa voz, acogida gracias a la fe, cambia corazones y enciende esperanzas. Trae misericordia y sostiene a los que trabajan por la paz, la justicia y la verdad.
El cielo está más cerca de lo que imaginamos. En cada misa asistimos nuevamente al culmen de la Redención, nos unimos a quien reina, triunfante, en los cielos.
"Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz..." (Rm 13,11‑12).
Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 26 de junio de 2016

¿Quién es Jesucristo? Y para ti... ¿Quién es...?



Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más importante en tu vida.

La respuesta la da San Pedro cuando contesta: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo»

Viniendo Jesús a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos contestaron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Ellas; otros, que Jeremías u otro de los profetas. Y El les dijo: Y vosotros: ¿Quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. (Mt. 16, 13-16)

No ha habido en la historia de la humanidad persona tan controvertida como Jesucristo.

Ya se ve claro en la respuesta que dan los discípulos a la pregunta del Maestro: Para unos es un personaje importante: Juan el Bautista, Elías, Jeremías u otro de los profetas. Nunca ha negado nadie -salvo algún fanático sectario- que Jesús ha sido un hombre importante en la historia humana. Alguien con una personalidad capaz de arrastrar tras sí a la gente, no sólo en su tiempo, sino siempre.

Lo que no todos son capaces de descubrir es la razón íntima por la que Jesús atrae. La respuesta la da San Pedro cuando contesta: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo» Para ello hace falta -como Jesús le dice a Pedro- que lo revele el Padre eterno. Hace falta la fe, que es un don de Dios.

No se puede entender a Jesucristo si no se cree que ese hombre, que llamamos Jesús de Nazaret, encierra en sí mismo un misterio: La Segunda Persona divina, el Verbo, sin dejar de ser Dios, se hizo hombre al asumir la naturaleza humana.

Ya sabemos que en la mentalidad del judaísmo de la época de Jesús se estaba esperando próximamente al Mesías. La mujer samaritana -que no era ninguna mujer culta- le dice a Jesús: sé que está para venir el Mesías. La profecía de Daniel y otras sobre el tiempo de la venida del Mesías coincidía aproximadamente con estos años.

En estas circunstancias aparece en Galilea Jesús de Nazaret. Juan el Bautista, que tenía un gran prestigio entre todos los judíos de su tiempo -hasta Herodes le escuchaba con gusto-, da testimonio a favor de Jesús. Le llama «el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Este es de quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre que es más que yo, porque existía antes que yo Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y permanecer sobre él, ése es el que ha de bautizar en el Espíritu Santo. Y yo he visto y atestiguo que él es el Hijo de Dios» (Jn. 1, 30-34)

Comienza Jesús a predicar y su predicación está llena de misericordia para con todos. Su doctrina es una doctrina de perdón y compasión. Enseña que Dios ama a todos los hombres y que incluso los pecadores pueden alcanzar el amor de Dios, si se convierten. El pueblo piensa y dice de él, que «nunca nadie ha hablado como este hombre» (Jn. 7, 46) porque hablaba con autoridad, no como los escribas y fariseos. Y es el mismo Jesús quien en la sinagoga de Nazaret, después de leer una profecía de Isaías referente a los tiempos del Mesías, dice: «Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» (Lc. 4, 21) Su doctrina va acompañada de abundantes milagros, movido por la compasión que sentía: sanar enfermedades, resucitar muertos, multiplicar la comida, etcétera.

No es de extrañar, por tanto, que la gente sencilla y los de corazón abierto le tuvieran por el Mesías esperado. Efectivamente, ¿qué mejor rey se podía tener que uno para quien no habrá problema de carestía ni de hambres? ¿Qué mejor rey que quien puede curar a los enfermos y resucitar a los muertos? ¿Quién puede gobernar mejor a un país, que un hombre que da muestras de tal sabiduría? Por todo esto no es de extrañar que en una ocasión, después de haber dado de comer a cinco mil hombres con unos pocos panes y peces, quieran proclamarle rey.

Indudablemente, a Jesús le seguía la masa del pueblo, compuesta en su mayoría por gente sencilla y humilde: ¿Acaso algún magistrado o fariseo ha creído en Él? Pero esta gente que ignora la Ley, son unos malditos(Jn. 7, 48-49) Es verdad que también algunos personajes importantes le siguieron, y aunque al principio con miedo, luego no tuvieron reparo en confesarse amigos suyos a la hora de su muerte. Así fueron Nicodemo, José de Arimatea y otros.

Estas gentes sencillas, que frecuentemente eran despreciadas por los orgullosos fariseos, ven con buenos ojos la doctrina de Jesús. Unos le seguían, efectivamente, movidos por su doctrina aunque no la entendían plenamente, como pasó con sus discípulos. Otros le seguían porque les daba de comer; otros porque hacía milagros.

Posiblemente algunos también le seguían por gratitud, al haber sido curados.

Ciertamente su bondad, su trato exquisito para con los débiles del mundo y severo para con los que obraban injustamente, serían motivos para que las masas le siguiesen.

¿Quién es para ti Jesucristo? Hoy te hace la misma pregunta que a los apóstoles y lo único que quiere es oir tu respuesta de amor. Conoce el amor y la misericordia de Dios sobre ti, y no habrá nada más importante en tu vida.
Por: P. Enrique Cases