"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 28 de abril de 2016

¿Ir a Misa sin sentirlo?



No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres.

Me preocupa haber encontrado no pocas personas a las que les han aconsejado –incluso algún sacerdote– no asistir a Misa el domingo si “no lo sentían”. De ser cierto estos consejos, significaría que el criterio moral para evaluar la conveniencia de la asistencia a Misa sería el siguiente: “Si lo sentís, tenéis el deber de ir a Misa; si no lo sentís no tenéis que ir (o al menos podrías no ir)”. Es un planteo que hace decisivos, desde el punto de vista moral, los sentimientos.
Si, con una pizca de ironía, nos colocamos en un contexto de buscar excusas para no ir a Misa, el asunto sonaría de tal manera que sentirse bien en Misa sería una carga, que me obliga a ir; y sentirse mal con la Misa, una fuerza liberadora del precepto. Ya se vé que hay algo que no funciona.
En efecto, si consideramos racionalmente la postura, nos daremos cuenta de que es sencillamente un disparate. Es lo que trataremos de analizar en estas líneas.
De entrada hay que decir que el criterio señalado es inaplicable. Para poder usarlo tendríamos que descubrir primero de qué sentimientos se trata: sentir ganar de ir a Misa, sentir emoción en Misa, aburrirse en Misa, sentir pereza, sentir simpatía o enojo con el sacerdote, sentir más ganas de otras cosas y un largo etcétera de posibles sentimientos. Una vez aclarado qué tipos de sentimientos aconsejarían no asistir a Misa; habría que preguntarse qué intensidad de sentimiento sería necesario para excusar de pecado o cometerlo.
De más está decir que todo este planteo carece de sentido.
Sabemos qué nos pide Dios en primer lugar: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". No nos pide buenos sentimientos, sino que amemos "con obras y de verdad".
La superficialidad del argumento usado como justificante del abandono de la práctica religiosa, supone además ignorar varias realidades:
• Desconocer el valor salvífico de la Misa más allá de los sentimientos de los asistentes.
• Desconocer el valor de la obediencia a las leyes de la Iglesia.
• Desconocer el sentido del deber.
• Desconocer el valor del sacrificio como expresión de amor.
• Desconocer la psicología humana, ya que si dejo de hacer cosas buenas -está fuera de discusión la bondad del sacrificio Eucarístico- que me cuestan, difícilmente tendré ganas de hacerlas después. Y menos de apreciarlas.
El valor de la Misa
El consejo sería válido si la única función de la Misa fuera suscitar en quienes participan buenos sentimientos. Si fracasara en tal intento –que sería su única razón de ser– efectivamente sería inútil, y no nos serviría para nada la asistencia a la misma.
Pero la Misa es una acción divina, que santifica al mundo. Hay en ella mucho más de lo que veo, de lo que toco, de lo que siento. De manera que la Misa me sirve mucho más de lo que puedo darme cuenta, es más, no sólo me sirve, la necesito para tener vida eterna.
Preceptos y sentimientos
En el caso de la Misa dominical hay en juego algo más que la piedad: un precepto de la Iglesia. Y el cumplimiento de las leyes va más allá de los sentimientos. En este caso, además, se trata de un precepto que obliga gravemente (es decir, que su incumplimiento, en principio, es grave). Un legislador jamás contemplaría entre las causas excusantes del cumplimiento de la ley la carencia de sentimientos: los sentimientos no tienen lugar en el ámbito jurídico porque no pueden ser medibles objetivamente.
Si una persona flaquea y por debilidad falta a Misa el domingo, con humildad pedirá perdón al reconocer su falta, y Dios lo perdonará. El problema aparece cuando se intenta justificar la falta, para que deje de ser falta. Entonces, se confirma en el camino del abandono del cumplimiento de sus deberes religiosos. Y esto, lejos de acercarlo al amor de Dios, lo alejará de su presencia.
La falta de sentimientos puede ser ofensiva
En las relaciones humanas, la falta de sentimiento no exime del cumplimiento de deberes familiares o sociales. Por el contrario, si ése es el motivo del incumplimiento, lo hace más ofensivo. Si no asisto a la celebración del cumpleaños de un amigo, seguramente podrá entender las razones que me lo impiden. Pero si me justifico diciendo que no me dice nada su persona y su celebración, lejos de excusarme, la explicación hará más dolorosa mi ausencia, la convertirá en un auténtico desprecio.
Me parece que a Dios lejos de agradarle que un cristiano no vaya a Misa porque no lo siente, le resulta más ofensivo. Y le “duele” que no haga ningún esfuerzo por superar esa falta de sentimiento para estar con El.
Sería muy egoísta la actitud de quien dejara de ir a Misa cuando deja de “sentir”: como si sólo buscara “sentirse bien” y cuando no lo consigue, la abandonara porque “ya no me sirve”. No vamos a Misa a sentirnos bien, sino a participar del mayor acto de amor de Dios por los hombres; no vamos a pasárnoslo bien, sino a dar Dios el culto que merece ofreciéndole nada menos que la entrega de Cristo y a buscar la gracia que necesitamos para ser buenos hijos de Dios. El valor de esto está mucho más allá de lo que yo pueda sentir.
A Dios no le molesta que no sienta nada. El sabe bien cómo es mi estado interior. Quiere que lo ame, incluso cuando mis sentimientos no me facilitan ese amor.
La solución verdadera
Quizá sea cierto que la mayor parte de la gente que deja de ir a Misa, lo haga por motivos “afectivos”: no siente nada, se aburre, no tiene ganas. Tienen fe, dicen amar a Dios, pero no los llena, no sienten nada. Y es la mayor donación de Dios a los hombres. Es una lástima, pero está muy lejos de justificar la falta de práctica religiosa.
Quienes están en esta situación tienen un problema, y tendrían que buscar cómo resolverlo. Quizá deberían plantearse que la Misa no tiene la “culpa”. Que la solución no es dejar de asistir, sino intentar que les diga algo, entenderla mejor, vivirla con más intensidad. Dejar de ir a Misa es la peor de todas las “soluciones” posibles a su falta de sentimientos, porque no soluciona nada. Nunca “gracias” a dejar de participar en la Misa conseguirán amar más a Dios, y sentir más intensamente ese amor.
Quien ama se lo pasa bien con el amado, pero no es eso lo que busca (el amor egoísta se busca a sí mismo). Quien busca dar gloria a Dios, sabe prescindir de sus sentimientos: busca agradarlo, aunque no saque nada de provecho personal.
Conclusión
Si faltas a Misa los domingos, por favor, no te justifiques diciendo que no te dice nada. No te excusará delante de Dios. Resulta evidente que a quien nos pide como primer mandamiento que lo amemos, no puede resultarle indiferente que le digamos que no sentimos nada por su compañía.
Si escuchas a alguien razonar de esta manera, decirle que lo piense mejor, porque es un razonamiento que carece de lógica por donde lo consideres.
Por otro lado, y para terminar, si ha habido tantas almas enamoradas de la Eucaristía, será que algo tiene, y habrá que ponerse en campaña para descubrirlo. Es todo un desafío.
Por: P. Eduardo Volpacchio | Fuente: www.algunasrespuestas.com

miércoles, 27 de abril de 2016

Somos libres y Dios respeta esa libertad



Estamos en los últimos días de la Pascua, si los días santos se nos fueron sin haber renovado el espíritu, nunca es tarde.

Estamos en los últimos días de la Pascua.
Ya los días de la Pasión y la Muerte de Cristo se fueron. Llegó el glorioso Domingo de Resurrección y también se fue.
¿Qué nos ha quedado de todas estas solemnidades? ¡Mucho nos tiene que quedar!. Aunque año tras año se repita el vivir estos días santos con sus acontecimientos históricos, no por eso los vamos a impregnar de rutina o indiferencia.
Si tenemos fe y creemos ¿cómo no amar a quién dio su vida  para darnos el regalo único e inalcanzable por nosotros mismos de una vida eterna y gloriosa?
El hombre tiene un DON, el don del libre albedrío.

Somos libres para seguir o darle la espalda a ese Cristo que nos vino a traer la enseñanza de un camino seguro de Verdad y de Amor. Pero aunque dio su vida por nosotros no nos vino a forzar y nos deja en plena libertad de escoger. A si nos dice Martín Descalzo, citando a Evely:  Jesús no se impone, aunque se proponga siempre a si mismo. El nos deja libres. ¡Nada resulta tan fácil como  obrar cual si no le hubiésemos encontrado, como si no le hubiésemos conocido!. Dios se humilla. Dios está en medio de nosotros como uno que sirve. Dios se propone... Dios es un compañero fiel y, en cierto aspecto, silencioso. Resulta fácil tapar su voz. Todos nosotros tenemos el terrible poder de obligar a Dios a callarse.
Lo podemos callar con muchas cosas. La música estridente del  mundo del consumismo, del tener, del poder, de la ambición, de los placeres, del vicio, de la corrupción.
Pero no solo con estas cosas que suenan tan fuertes, sino de otras más tenues, más sutiles que nos parecen que si nos van a dejar oír la voz de Dios, pero que la enmudecen totalmente:  la tibieza, la desidia, la flojera, la frialdad, los respetos humanos, el descuido para todas las cosas del espíritu, el no buscar con afán conocerlo más profundamente para saber amar a ese Dios del que provenimos y al que tarde o temprano veremos un día cara a cara.
Somos libres y Dios respeta esa libertad que maneja nuestra voluntad. Sabe cómo somos, nos conoce... También sabe que nos acechan enemigos poderosos en el paso por la vida: el Maligno no descansa. El lo sabe muy bien porque hasta a Él, para ser igual a nosotros, fue tentado y por eso precisamente no nos deja solos…
Nos dio al Espíritu Santo para ayudarnos, tenemos la oración, el Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, ¿qué mayores fuerzas o apoyos queremos para vencer?
Si los días santos, con el bullicio de las vacaciones se nos fueron sin haber sentido la renovación del espíritu, nunca es tarde.
Atemos nuestra LIBERTAD  A UN DESEO.
Empecemos hoy.  Dios nos llama, Dios nos ama y nos espera siempre. 
Por: Ma Esther de Ariño

martes, 26 de abril de 2016

APOLOGÍA DE LA EUCARISTIA




Advertencia: Para quienes gustan de artículos cortos sepan que este se nos escapó de la fábrica de microcuentos, debido a que es imposible plantearse una defensa de la Eucaristía en dos párrafos, más aún, para quienes ven el meollo del asunto, quiero aclararles que no pretende en lo más mínimo abarcar la totalidad del tema, sino tan solo dar un bosquejo general. 

Si hay algo que nos distingue como católicos es la fe en la presencia real y sustancial de Jesucristo en la Eucaristía, no como un “recuerdo” ni como una especie de flashback de un suceso histórico, sino que es una actualización del verdadero y único sacrificio de Cristo en la cruz ese viernes a las tres en el Calvario. Sin embargo, durante el tiempo de Semana Santa que se nos aproxima, es muy común que varias denominaciones protestantes (Testigos de Jehová en su mayoría), tengan esta práctica de visitar casa a casa, para invitarnos a “la Cena del Señor”, una especie de asamblea “especial” donde se rememorarla Ultima Cena y los eventos de la Pasión, sin embargo, sería por demás innecesaria e ilógica nuestra participación en dichos eventos, no sólo porque no son católicos, sino porque no tendría sentido que asistiésemos, puesto que tenemos en la Eucaristía – es decir en la misa – el verdadero y único sacrificio de Cristo de manera real e incruenta.
Ante esta realidad tan sublime de nuestra fe, es muy común encontrarnos con cuestionamientos y dudas por parte de personas que no comprenden la razón y naturaleza de la Eucaristía, por lo que trataré de abordar las más comunes, advirtiéndoles que es imposible abordar un Misterio tan sublime de manera “corta”, así que haré mi esfuerzo…
Concretamente: ¿Qué es la Eucaristía?
“Mas por cuanto dijo Jesucristo nuestro Redentor, que era verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la especie de pan, ha creído por lo mismo perpetuamente la Iglesia de Dios, y lo mismo declara ahora de nuevo este mismo santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino, se convierte toda la substancia del pan en la substancia del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre, cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente Transubstanciación la santa Iglesia católica.”
En otras palabras – aunque más claros no pudieron ser los padres conciliares – el sacrificio que se da en la misa NO es un mero simbolismo ni mucho menos una representación, sino que es  verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, nosotros adoramos la Hostia consagrada porque se trata de Nuestro Dios y Señor. Cristo es Eucaristía.
¿Qué es “transubstanciación” exactamente?
A ver, a nosotros católicos nos encantan las palabras estrambóticas (¿ven?) como epíclesis, doxología, kerigma, Magisterio. Sin embargo, ninguna palabra es tan importante como ésta.
La transubstanciación  es la palabra que explica lo que literalmente sucede en la misa, a través del poder el Espíritu Santo que obra por medio del sacerdocio sacramental de Cristo. En palabras sencillas, es cuando el pan y el vino se convierten sustancialmente en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
Muchos cristianos (y alguno que otro católico lamentablemente) tienen dificultades con esta enseñanza debido a que no “parece” que el pan y el vino hubiesen cambiado. ¿Cómo es que nosotros, católicos, podemos probar nuestra creencia en la Presencial Real, si es que el vino y el pan siguen viéndose como simple vino y pan? Pensándolo por un rato: sería mucho más fácil si de repente el pan destilara sangre y el vino blanco se volviese rojo. En fin, es difícil de explicar en tan poco espacio, así que haremos el intento. Clase de metafísica #001…
Hay dos “niveles” que componen un objeto: los accidentes y la substancia. Los accidentes son la apariencia, olor, color, sabor y textura de un objeto, pero la substancia es lo que realmente es. Si tomamos una silla, tiene accidentes y substancia. Los accidentes de la silla son las cuatro patas, el asiento y el respaldo, uno que otro clavo y madera. La substancia de la silla está comprendida por moléculas de madera que han tomado la forma de una silla.
Digamos que agarramos una sierra eléctrica y cortamos la silla en varios pedazos, para luego reensamblarlos con los clavos y formar una mesa de té. Hemos cambiado los accidentes de la silla en una mesa de té, pero la substancia de la silla no ha cambiado, pues todavía está hecha de moléculas de madera.
Si cambian los accidentes se llama transformación, pero dado que no son los accidentes los que cambian durante la misa, se llama transubstanciación. Así que, en la Eucaristía los accidentes del pan y el vino no cambian – siguen teniendo el mismo color, tamaño, olor y sabor – pero, por el poder del Espíritu Santo, la substancia del pan y el vino son alterados, y se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el altar… realmente no pretendo “explicar” el misterio de la transubstanciación, pues entonces dejaría de ser un misterio, sin embargo, no por ser un misterio debe ser irracional, Dios no obra de formas ilógicas.  

El capítulo 6 de san Juan como una verdadera apología de la Eucaristía
Es realmente imposible leer el capítulo 6 de san Juan y no creer que la Eucaristía es verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Negar esta realidad después de leer ese capítulo corresponde a un necio o a un tonto. Cristo hace explícito que Él es el Pan vivo bajado del cielo y que el pan que Él dará es su carne[2]Es interesante porque a pesar de que los judíos se escandalizaron, Cristo lejos de retractarse o hacer “más políticamente correcto” el mensaje, lo radicalizó diciendo: “(…) si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros… Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”[3].
Ni para qué contarles que después de tremendo discurso eucarístico y de que varios de los presentes se fueran del lugar (escandalizados obviamente), Jesús se dirige a sus Apóstoles – a los íntimos – y les dice: “¿También ustedes se van a ir?”[4] No quiero abombarlos de citas bíblicas, pero creo que es más que clara la intención de Jesús con respecto a la doctrina de la Eucaristía. Tratar de decir que el Señor se refería “a otra cosa” me parece una burla y una insensatez.
¿Cómo sabemos que los primeros cristianos creían en la Presencia de Cristo en la Eucaristía?
Bíblicamente hablando, es clarísimo que los Apóstoles tomaron las palabras de Cristo de manera literal. Enseñaron a la Iglesia primitiva la totalidad Sacramental que Cristo les había enseñado a ellos. Como ejemplo más concreto tenemos a san Pablo[5]. Toda la base de su enseñanza en cuanto a lo que se debe y lo que no se debe hacer en la liturgia, no es otra cosa que un resultado de la Tradición y la teología que recibió, atestiguó y obedeció, a través de la dirección del Espíritu Santo y las instrucciones de los otros apóstoles.
San Pablo creía indudablemente en la Presencia Real de la Eucaristía, y ni siquiera estuvo presente en la Última Cena. Este hecho es importante, porque valida la verdad de la tradición oral y la enseñanza apostólica de la Iglesia primitiva, sobre todo en la formación de nuevos cristianos.
Por otro lado, tenemos cientos de testimonios de santos cristianos de la Iglesia primitiva. Entre ellos, uno de los fervientes defensores de la Eucaristía fue san Justino (165 d.C.) mártir de la fe cristiana, quien murió decapitado y es además considerado como uno de los más grandes apologetas del siglo II. En una de sus Cartas nos dice claramente:
“Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido purificado con el bautismo para perdón de pecados y para regeneración, y que vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no  las tomamos como pan ordinario ni bebida ordinaria, sino que, así como por el Verbo de Dios, habiéndose encarnado Jesucristo nuestro Salvador, tuvo carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra de oración procedente de Él – alimento del que nuestra sangre y nuestra carne se nutren con arreglo a nuestra transformación – es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó. (…)”[6]
Sólo para llegar a una única conclusión: tanto los Apóstoles como los primeros cristianos, los de ahora y los que vendrán seguiremos manteniendo la enseñanza de Jesucristo con respecto a la Presencia Real de su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, bajo la forma del pan y el vino.
¿Comer el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo no es canibalismo?
La afirmación de que los católicos somos caníbales es un absurdo, de hecho no merece una respuesta siquiera, pero ya que estamos aquí, habrá que contestarla…
La afirmación a pesar de ser ridícula, fue tomada muy en serio por parte de los romanos y paganos de los tres primeros siglos, tanto así que fue una de las razones para perseguir a los primeros cristianos. Comprenderán que debido a la violencia de las persecuciones, los primeros cristianos celebraban la misa en catacumbas (debajo de la tierra), por lo que muchos que trataban de espiar las “misteriosas” celebraciones, alcanzaban a escuchar:“Esto es mi Cuerpo, tomen y coman todos de Él…” Razón suficiente – al parecer – para llegar a la absurda conclusión de que los cristianos éramos caníbales, además de depravados, salvajes, brujos y en fin, una amenaza para el Imperio. A lo que íbamos…
La respuesta es naturalmente NO. El canibalismo es algo completamente distinto. Un caníbal es aquél que como carne y sangre humana, y con ello, todo lo que incluye el menú, como músculos, tejidos, venas, órganos (disculparán si estaban comiendo mientras leían). Mientras que, como católicos, comemos el Cuerpo y la Sangre divina de Jesús. La Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Jesús en su estado resucitado y glorificado, tal como nos lo explica san Juan en los versículos antes citados. Esos pasajes nos recuerdan que fue Cristo mismo quien nos alentó – y que luego nos mandó – que comamos y bebamos Su Cuerpo y su Sangre[11]. Cristo nos ofrece Su Ser glorificado para transformarnos por Su gracia.

Steven Neira. Religión y libertad.com 2016