"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 15 de marzo de 2016

No te acostumbres al milagro que es Dios



Martes quinta semana de Cuaresma. No pierdas la capacidad de apreciar lo que significa la presencia de Dios en tu vida.

La Cuaresma, como camino de conversión y de transformación, es al mismo tiempo, una exigencia de una firme decisión de frente a Dios nuestro Señor. La Cuaresma nos pone delante lo que nosotros tenemos o podríamos elegir: con Dios o contra Él; junto a Él o separados de Él. Esta decisión no simplemente se convierte en una elección que hacemos, sino es una decisión que tiene una serie de repercusiones en nuestra vida.

El ejemplo de la Serpiente de Bronce que nos pone el Libro de los Números, no es otra cosa sino una llamada de atención al hombre respecto a lo que significa alejarse de Dios. Cuando el pueblo se aleja de Dios aparece el castigo de las serpientes venenosas. Dios, al mismo tiempo, les envía un remedio: la Serpiente de Bronce.

En ese mirar a la Serpiente de Bronce está encerrado el misterio de todo hombre, que tiene que terminar por elegir a Dios o por apartarse de Él. Está en nuestras manos, es nuestra opción el hacer o no lo que Dios pide.

Esta misma situación es la que vivían los hebreos de cara a Dios en medio de las adversidades, en medio de las dificultades: los hebreos se encontraban en el desierto y estaban hartos del milagro cotidiano del maná y de las dificultades que tenían, lo que hace que el pueblo murmure contra Dios. Algo semejante nos podría pasar también a nosotros: ser un pueblo que se acostumbra al milagro cotidiano y acaba murmurando contra Dios, como les pasó a los judíos de la época de nuestro Señor: acostumbrados, se cegaron al milagro que era tener frente a ellos, ni más ni menos, que a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

También nosotros podemos ser personas que acaban por acostumbrarse al milagro: El milagro «tan normal» de la vida de Dios en nosotros a través del Bautismo y a través de la Eucaristía. El milagro «tan normal» del constante perdón de nuestro Señor a través de la confesión, a través de nuestro encuentro con Él. El milagro «tan normal» de la Providencia de nuestro Señor que está constantemente ayudándonos, sosteniéndonos, robusteciendo nuestro corazón.

Y cuando uno se acostumbra al milagro, acaba murmurando, acaba quejándose, porque ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que significa la presencia de Dios en su vida. Ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que puede llegar a indicar la transformación que Dios quiere para su vida.

La Cuaresma son cuarenta días en los cuales Dios nos llama a la conversión, a la transformación. Cada Evangelio, cada oración, cada Misa durante la Cuaresma no es otra cosa sino un constante insistir de Dios en la necesidad que todos tenemos de convertirnos y de volvernos a Él. Sin embargo, pudiera ser que nos hubiésemos acostumbrado incluso a eso; como quien se acostumbra a ser amado, como quien se acostumbra a ser consentido y se transforma en caprichoso en vez de agradecido, porque así es el corazón humano.

La constante llamada a la conversión, la constante invitación a la transformación interior —que es la Cuaresma—, nos puede hacer caprichosos, superficiales e indiferentes con Dios, en lugar de hacernos agradecidos. Y, cuando se presenta el capricho, aparece la queja y la rebelión en contra de Dios, y aparece también la ceguera de la mente y la dureza de la voluntad: “Ellos no comprendieron que les hablaba el Padre”. Los judíos habían llegado a cerrar su mente y endurecer su voluntad de tal manera que ya ni siquiera comprendían lo que Jesucristo les estaba queriendo transmitir. ¡Qué tremendo es esto en el alma del hombre! ¡Qué efectos tan graves tiene!

Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice: “Si no creen que Yo soy, morirán en sus pecados”. En la vida no tenemos más que dos opciones: abrirnos a Dios en el modo en el cual Él vaya llegando a nuestra vida, o morir en nuestros pecados. Es la diferencia que hay entre levantarse o quedarse tirado; entre estar constantemente superándose, siguiendo la llamada que Dios nuestro Señor nos va haciendo de transformación personal, de cambio, de conversión, o vernos encerrados, encadenados cada vez más por nuestros pecados, debilidades y miserias.

Preguntémonos: ¿Dónde encuentro dificultades para superarme? ¿En mi psicología, en mi afectividad, en mi temperamento, en mi amor, en mi vida de fe, en mi oración? Muy posiblemente lo que me falta en esa situación no sea otra cosa sino la capacidad de poner a Dios nuestro Señor como centro de mi existencia. Creer que Cristo verdaderamente es Dios, creer que Cristo verdaderamente va a romper esa cadena. Recordemos que Cristo necesita de nuestra fe para poder romper nuestras cadenas; Cristo necesita de nuestra voluntad abierta y de nuestra inteligencia dispuesta a escuchar, para poder redimir nuestra alma; Cristo necesita nuestra libertad.

Quizá en esta Cuaresma podríamos haber seguido muchas tradiciones, hecho ayuno, vigilias, sacrificios y oraciones, pero a lo mejor, podríamos habernos olvidado de abrir nuestra libertad plenamente a Dios. Podríamos habernos olvidado de abrir de par en par nuestro corazón a Dios para dejar que Él sea el que va guiándonos, el que nos va llevando y el que nos libra —como dice el Evangelio— de morir en nuestros pecados. Es decir, el que nos libra de la muerte del alma, que es la peor de todas las muertes, producida no por otra cosa, sino por el encadenarse sobre nosotros nuestras debilidades, miserias y carencias.

No hay otro camino, no hay otra opción: o rompemos con esas cadenas, creyendo en Cristo, o nuestra vida se ve cada vez más encerrada y enterrada. A veces podríamos pensar que el egoísmo, el centrarnos en nosotros, el intentar conservarnos a nosotros mismos es una especie de liberación y de realización personal y la única salida de nuestros problemas; pero nos damos cuenta que cuanto más se encierra uno en uno mismo, más se entierra y menos capacidad tiene de salir de uno mismo.

El Evangelio de hoy nos dice al final: “Después de decir estas palabras, muchos creyeron en Cristo”. Después de que Cristo habla de la presencia de Dios en su alma y en su vida, la fe en los discípulos hace que ellos se adhieran a nuestro Señor. Vamos a preguntarnos también nosotros: ¿Cómo es mi fe de cara a Jesucristo? ¿Cómo es mi apertura de corazón de cara a Jesucristo? ¿Cuál es auténticamente mi disponibilidad? ¿Soy alguien que busca echarse cadenas todos los días, que busca encerrarse en sí mismo, que no permite que Dios nuestro Señor toque ciertas puertas de su vida?

No olvidemos que donde la puerta de nuestra vida se cierra a Dios, ahí quien reina es la muerte, no la superación; ahí quien reina es la oscuridad, no la luz. A cada uno de nosotros nos corresponde el estar dispuestos a abrir cada una de las puertas que Dios nuestro Señor vaya tocando en nuestra existencia. Estamos terminando la Cuaresma, preguntémonos: ¿Qué puertas tengo cerradas? ¿Qué puertas todavía no he abierto al Señor? ¿En qué aspectos de mi personalidad no he permitido al Señor entrar?

Ojalá que nuestro Señor, que viene a nuestro corazón en cada Eucaristía, sea la llave que abre algunas de esas puertas que podrían todavía estar cerradas. Es cuestión de que nuestra libertad se abra y de que nuestra inteligencia nos ilumine para poder encontrar a Dios nuestro Señor; para poder librarnos de esa cadena que a veces somos nosotros mismos y que impide el paso pleno de Dios por nuestra vida.

Se acerca la Pascua, que es el paso de Señor, el momento en el cual Dios pasa entre su pueblo para liberarlo de sus pecados, nuestras puertas deben estar abiertas. Ojalá que el fruto de esta Cuaresma sea abrirnos verdaderamente a nuestro Señor con generosidad, con libertad, con la inteligencia que nos es necesaria para seguirlo sin ninguna duda y sin ningún miedo, para que Él nos entregue la vida eterna que Él da a los que creen en Él.
Por: P. Cipriano Sánchez LC

lunes, 14 de marzo de 2016

Cuando se llega a un muro



En esos momentos existe el peligro de quedarnos con los brazos cruzados. El desaliento invade los corazones.

La idea parecía buena. La empezamos a poner en marcha. Resolvemos las primeras dificultades. De repente, llegamos a un muro insuperable. No podemos seguir adelante.
Los muros que podemos encontrar son tantos, a veces totalmente inesperados. No queda dinero en el banco. No responde el amigo que tenía en sus manos la respuesta decisiva. Fallece el médico en quien pusimos tantas esperanzas...
Un proyecto, un camino, un esfuerzo, han culminado en un punto que no permite vislumbrar perspectivas para seguir adelante. El corazón susurra que ahora toca resignarse ante lo inevitable.
En esos momentos existe el peligro de quedarnos con los brazos cruzados. El desaliento invade los corazones. Un extraño sentimiento de fracaso domina el panorama.
Sin embargo, ese muro no es la última palabra. Ni en la propia vida, ni en la vida de los otros. A un lado, a otro, o tal vez hacia atrás, quedan abiertos otros caminos. Es el momento para los reajustes.
Entonces descubrimos que un muro es, simplemente, un “no” a algo y un “sí” a otra cosa que hasta ahora quizá parecía insignificante pero que encierra riquezas sorprendentes.
Lo habremos escuchado más de una vez: cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Una ventana terrena, con sus nuevos riesgos y sus promesas. Y una ventana eterna: más allá de esta vida existe un horizonte maravilloso donde nos espera un Padre bueno.
La vida sigue adelante. En ella, ¿qué me piden los familiares, los amigos, los conocidos? Sobre todo, ¿qué me pide Dios, qué me está diciendo ante este muro?
Con el alma abierta y disponible, debo dar una respuesta. Será buena si permito al Señor dirigir mi vida, si confío en su Palabra, si aprendo a leer toda mi historia desde la clave única que da sentido a todo: Dios me ama siempre, su misericordia es eterna...
Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 13 de marzo de 2016

Cada uno de nosotros es un grano de trigo



Quinto domingo de Cuaresma. Los que quieren echarse a perder, se guardan para sí mismos en el egoísmo; y los que se entregan, acaban por dar fruto.

Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza.

Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás siempre nos va a costar.

Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás, por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices. Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.

Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad, entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme a los demás? ¿Qué significa darme los demás?

Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.

Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo, acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo. La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa, para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto.

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban comiendo los animales o echándose a perder.

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.
Por: P. Cipriano Sánchez LC

sábado, 12 de marzo de 2016

Con María, Camino del Calvario



Ayúdame, Señora, a comprender el significado de la Pasión de Cristo, desde el fondo del alma... ¿Por dónde empiezo?.

Es sábado en la mañana. Llueve. Los niños duermen aún, es temprano, tengo un momento para mí.

Mientras pongo la pava al fuego para tomar unos mates, siento que me miras detrás de tu imagen. Te invito a mi mesa, sencilla, humilde mesa argentina, desayuno de mates con pan y manteca... y tú vienes, como siempre...y te sientas junto a mí, toda una reina, toda una mamá.

- María, amiga mía del alma, hoy necesito conversar contigo sobre este tiempo tan especial que ya se acerca, difícil y aleccionador de la vida de tu Hijo como fue, es y será por siempre la Semana Santa… quisiera saber.

- No, amiga, no, "saber" quizás no sea la palabra, debes... debes sentirlo y comprenderlo en tu corazón. Puedes conocer el relato de los hechos de memoria, y, al mismo tiempo, no comprenderlos, y si no los comprendes no te ayudan en la salvación de tu alma, y si no te ayudan en esto, pues, de nada te sirven.

- Ayúdame, Señora, a comprender el significado de la Pasión de Cristo, desde el fondo del alma... ¿Por dónde empiezo?.

- Por tu propia vida

- ¿Mi vida... dices?...

- Mira tu historia- y comenzamos a transitar juntas por los caminos de mi propia existencia (bueno, la verdad es que me hubiese gustado llevar conmigo unos cuantos metros de tela y tijeras, para cortarlos y tapar las escenas de las que me avergüenzo... pero es tarde), ¿Recuerdas cuántas veces entraste triunfante a Jerusalén?

- Sí- y recuerdo las veces en las que la vida me sonreía, en las que tenía muchos amigos, en las que recibí aplausos y todo parecía estar perfecto- sí amiga, muchas veces sentí que la vida cortaba ramas de olivo y los ponía a mis pies.

- Y tú te creías importante por ello-la voz de María se pone muy triste, apenas si puedo yo soportar su mirada, no está enojada, ¡Está triste!-¿Verdad Susana?, ¿Te sentiste importante sólo porque el mundo te sonreía? ¿No pudiste reconocer que era temporal, que con la misma rapidez con que te sonreía, te olvidaría, pues ya habría logrado su objetivo, que era hacer brillar tu orgullo, palidecer tu humildad, entristecer a mi Hijo?

Comienzo a llorar, es demasiado, y recién comenzamos. Nunca pensé tener esta conversación contigo, María, pero tanto te amo que no me importa cuánto me reprendas, te sigo, María, te sigo.

- Bien, Susana querida, vamos ahora a la noche del jueves, a la noche de la cena… ¿Tuviste oportunidad en tu vida de lavar los pies de tus amigos?

- Sí- y mi voz es apenas un susurro

- Pero... ¿No las aprovechaste todas, verdad? ¡Claro! ¿Cómo tú ibas a rebajarte a lavarles los pies? ¿Cómo tú, con todo lo que crees saber, con todo lo que crees ser, ibas a rebajarte? Amiga, cada vez que no lo hiciste, no sólo perdiste una oportunidad de doblegar tu orgullo, de ejercer la humildad, sino que es como si dijeses que Cristo sí podía, pero ¡Tú no! Porque ¡Claro! Mi Hijo es una persona de la Santísima Trinidad y, como todo lo puede, resulta que también todo lo es fácil, pero... ¿Has olvidado que se hizo hombre para ser igual a ti?¿Sabes que igual significa eso: igual?¿Crees que Él no tenía conciencia de quién era?¿No tenía Jesús un millón de veces más derecho que tú a no arrodillarse ante los demás y lavar sus pies?... amiga mía querida, de ahora en adelante, aprovecha cada oportunidad que tengas de lavar los pies, recuerda que Jesús lavó también los de Judas. Recuerda eso cuando tu orgullo y vanidad se alcen a gritos mientras tú tomas jabón y toalla.

- María, querida madre mía, me comprometo aquí y ahora a poner todo de mí para no desaprovechar esas oportunidades, tú... tú sólo pídele a tu Hijo amado que me dé luz suficiente como para reconocerlas.

- La tendrás amiga, todos la tienen, si la piden... todos. Pasemos ahora a la escena de Judas. ¿Cuántas veces has besado hipócritamente a quienes no considerabas tus amigos? ¿Cuántas veces has sonreído, siniestramente, mientas sabías que estabas traicionando? ¿Acaso no retumbaron en tus oídos, al besar con falsía, las palabras de mi Hijo "Judas, con un beso entregas al Hijo del Hombre?"(Lc. 22,48) Amiga mía, no te digo esto porque esté enojada contigo, de ninguna manera, no te digo esto porque te ame poco, no, si te amara poco, pues poco me importaría de ti, y te dejaría a la deriva o, lo que es peor aún, te dejaría a merced de ti misma...

- María querida, es cierto todo lo que dices, pues ves mi alma en toda su dimensión y conoces que, muchas veces, mi conducta ha lastimado el corazón de tu Hijo. ¿Qué decir? ¿Qué argumentar? Nada, pues, con sólo mirar tus ojos entristecidos se desarman todos mis argumentos ¡Pensar que me aferré tanto a ellos y ahora no pueden sostenerme, ahora veo que, en realidad, sus raíces se alimentaban de mi orgullo y vanidad, sus raíces eran débiles!

- ¡Bien, hija bien! Estás comprendiendo... ¿Te das cuenta? Ese es el mensaje, comprenderlo desde tu propia vida.

- María, temo seguir... temo seguir...

- Pues debes hacerlo, es duro, difícil, sobre todo llegar al tiempo de la muerte de Jesús, pero debes aferrarte a su resurrección, es la única manera.

- Sigamos entonces...

- ¿Recuerdas el anuncio de las negaciones de Pedro?, Jesús sabía lo que iba a pasar en el alma de su amigo. Sabía también que debía suceder, para que Pedro aprendiese hasta que punto podía caer y desde donde podía levantarse... ¿Cuántas veces Jesús te anunció que tú también le negarías, quizás no con las palabras, pero sí con tu conducta?

- Demasiadas, Señora, demasiadas...

- Bien, acompañemos ahora al Salvador mientras ora en el Huerto. Está triste y solo. Le pide a sus amigos que lo esperen despierto, es sólo un momento, mas ellos se duermen. ¿Cuántas veces te encontró a ti dormida, amiga? ¿Cuántas veces dejaste para más tarde, para más adelante, el replanteo serio de ciertas actitudes sólo dictadas por tu orgullo y vanidad, y Jesús te encontró en medio de ellas?. Mientras Él estaba orando y necesitaba de ti, tú dormías ¡Más tarde te despertarías, más adelante, ya tendrías tiempo...! Nunca sabes cuando Jesús vendrá por ti ¿Por qué dejas el cuidado de tu alma para más adelante? ¿Por qué te duermes en el mullido colchón que te ofrece el mundo?

- Señora, ¡Cuánto tiempo he perdido!...

- Ya vienen por Jesús, ya vienen por Él. Judas lo besa. Un amigo saca su espada y mi Hijo lo detiene. Deben cumplirse las Escrituras. Él podría solicitar al Padre "...doce legiones de ángeles" (Mt. 26,53) pero calla, Él podría eliminarlos a todos sólo con una mirada, pero no lo hace... Jesús obedece la Voluntad del Padre, sabiendo que le pide el mayor de los sacrificios, su propia vida… pues el alma de Jesús era un solo grito: "Padre mío...no se haga mi voluntad, sino la tuya!"( Mt 26,39) ¿Cuántas veces no aceptaste la Voluntad de Dios en tu propia vida y terminaste lastimada? Hija mía del alma, la voluntad de Dios es siempre el mejor y más seguro de los caminos, aunque tú no lo comprendas prontamente.

- Lo sé, y ahora veo con claridad de que he tenido más caminos a mi alcance de los que yo misma tengo conciencia…quisiera, Señora, borrar todos los pecados de mi vida si pudiera. Si pudiera volver a nacer y hacer todo otra vez ...

- Puedes hija, puedes. Recuerda las Escrituras. Recuerda la canción que te enseñaron esas religiosas que tanto amas "Hay que nacer del agua y del Espíritu de Dios, hay que nacer del Amor..." Puedes nacer de nuevo. Debes nacer de nuevo. Cristo borra tus pecados con su Preciosísima Sangre, si tú los confiesas en el sacramento de la Reconciliación. ¡Puedes hacerlo amiga! ¿Qué estas esperando?. Sigamos con Jesús y su dolor, las espinas marcan su cabeza, que tantas veces acaricié. El látigo lastima su espalda sobre la que cargará la salvación del mundo. El camino del Calvario comienza. Pero se le siguen agregando espinas, pobre hijo... ¿Sabes cuáles? Las que nacen de los pecados de los que, debiendo recordarle a cada instante, lo olvidan, porque... ¡Y bueno! Porque dicen, a veces, que la religión es una cosa y esta situación otra, o que no podemos meter a Jesús en todo... ¡Cuán equivocados están! Jesús “es” todo, y las circunstancias de la vida son sólo disfraces del pecado para tentar a cada uno donde más débil es.

- Hoy quiero nacer de nuevo. Hoy quiero nacer de nuevo, Señora, por Jesús.

- La cruz ya pesa sobre sus espaldas, carga sobre sí los pecados del mundo ¡Qué pesada le resulta! Cae, bajo el peso de la cruz y un dolor que le ciega... se levanta ¿Cuántas veces, amiga, te tiró abajo el peso de tu cruz y allí te quedaste? Gimiendo, llorando y lamentándote que Dios te había olvidado... por ello, perdiste de tomar su mano, que la extendía desde la Eternidad para sostenerte. ¡Ay, mi buena amiga!.. hubiese bastado con que levantaras los ojos, en lugar de mirar solamente el lugar de tu caída. Era tan simple. Es tan simple.

Sigamos. La cruz deja huellas en la arena, una línea que se mezcla con las huellas de sus pies y la sangre Preciosísima. Simón de Cirene le ayuda. ¿Cuántas veces tuviste la oportunidad de ser Simón de Cirene para tu hermano, para un Cristo cansado y agobiado que se escondía tras el desesperado rostro de tu hermano? Recuerda, amiga, que hay oportunidades que pasan ante ti una sola vez, que el hermano a quien no ayudaste pasó, siguió su camino, ya no tendrás oportunidad de ayudarlo, quizás a otro, pero a ése... a ése ya no. Simón de Cirene, amiga, recuérdalo cada vez que tu hermano te mire en silencio, cada vez que el dolor le nuble el alma. No hace falta que se arrodille ante ti, ni que inicie un expediente para solicitar tu ayuda, ni que espere a que tú "tengas tiempo", ni siquiera que juzgues si "merece o no" tu ayuda. Sólo carga su cruz unos metros, sólo unos metros, verás que, cuando él siga su camino, tu propia cruz será más liviana.

- Simón de Cirene- y recuerdo que demasiadas veces mi hermano me miró con desesperación, pero no llenaba los "requisitos" exigidos por mi orgullo y vanidad para prestarle ayuda. Siento, a esta altura, un gran dolor por mis pecados, un gran dolor.

- Hija querida, mi alma también está llena de dolor al recordar estos momentos.

- Calla, entonces, Señora.

- No, amiga, mi misión es conducirte a mi Hijo. Seguiremos, si mi dolor te da luz entonces tiene sentido. Mira, le han clavado en la cruz. Estoy a su lado... habla... habla...

- ¿Qué dice Jesús, Señora? ¿Qué dice?

- Él dice... dice... tu nombre... tu nombre y el de todos... los nombra, uno a uno, como si nombrarlos le diera la fuerza que necesita para llegar al final. Luego, luego dice a Juan y a mí... "Mujer, aquí tienes a tu hijo”""Aquí tienes a tu madre" Jn 19,26-27)… el resto es sólo un susurro. ”Todos, todos, todos”... Él te nombró, amiga, los nombró a todos, eso los hace hermanos... hermanos...

Te miro, tus ojos están llenos de lágrimas. Tienes ojeras, eres ahora la Dolorosa. La Dolorosa… quiero abrazarte, pero...no soy digna. Lo notas. Te me adelantas, me abrazas, lloramos juntas largo rato, yo, por mis pecados, tú... tú por mí, por todos...


NOTA de la autora:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."
Por: María Susana Ratero