Con la oportunidad de vivirla de una manera diferente, abriéndonos sin
miedo a buscar ese manantial de amor y gratitud que guarda nuestro corazón
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Tenemos un Domingo
de Ramos donde todo parece alborozo a la entrada de Jesús en Jerusalén,
palmas y loas, alegría y vítores que luego nos harán comprender lo fugaz y
voluble que son los sentimientos humamos...
Un Jueves Santo en cuya noche, antes de ser entregado al sufrimiento
de su Pasión, Cristo va a dejarnos la mejor prenda de amor, una misteriosa y
sorprendente donación que solo a un Dios en una locura de enamorado se le
puede ocurrir... convertirse en Pan para poderse dar en alimento y así darnos
la vida eterna.
Después, un Viernes Santo con una madrugada atado a una columna
mientras el látigo cae una y otra vez sobre su espalda, una corona de
espinas, que desgarra la piel de su cabeza y su frente como corona de Rey, un
manto de color púrpura sobre sus hombros llagados y sobre el rostro golpes y
salivazos. Y unos ojos tristes que miran sin rencor a los que a si lo tratan
y torturan. Ya entrada la mañana, una cruz, pesado madero que hay que llevar
camino del monte Calvario: insultos, voces y gritos, empujones y caídas, pero
nada, ningún dolor se puede comparar como saber que su Madre lo acompaña y
está entre esa gente que lo conduce a la muerte y cuando se encuentran...¡no
cabe más dolor en el mundo que esa mirada de la Madre con la del Hijo!.
Luego los clavos en pies y manos y unos brazos que se abren como queriendo
abrazar a todo el género humano cuando la cruz es levantada: Cuando yo sea
levantado de la tierra ,atraeré a todos hacia mi (Juan 12,34). Y una
petición al Padre antes de morir:¡ Padre, perdónales, porque no saben lo
que hacen (Lucas 23, 34).
Si profundizamos, si nos detenemos, si meditamos un poco en esta forma de
amar, en esta entrega total del Hijo de Dios hacia los hombres es imposible
no caer de rodillas para adorar esa imagen de un Dios clavado en una cruz,
deseando corresponder con una muestra, aunque sea tan limitada, como es la
nuestra, a ese amor.
Y después de su muerte... ¡ese glorioso y radiante amanecer del Domingo de
Resurrección!.
CRISTO RESUCITA, HA VENCIDO A LA MUERTE.
Y esa Resurrección de Cristo nos hace responsables de una vida diferente, de
un hecho que nos empuja a dar testimonio de una fe fundada en la grandeza que
nos corresponde como hijos de Dios, porque esa resurrección se hace
plenamente, cuando después de afirmarla, modificamos nuestra vida personal.
Estamos pues, a punto de entrar a esta Semana Santa. Una más en nuestras
vidas pero con la oportunidad de vivirla de una manera diferente, abriéndonos
sin miedo a buscar ese manantial de amor y gratitud que guarda nuestro
corazón y que a veces no lo dejamos brotar como decía el Papa Juan Pablo II: Como
creyentes hemos de abrirnos a una existencia que se distinga por la
gratuidad, entregándonos a nosotros mismos ,sin reserva a Dios y al prójimo.
FELICES PASCUAS PARA TODOS Y QUE ESTA RESURRECCIÓN DE CRISTO SEA UNA
RESURRECCIÓN PERSONAL EN CADA UNO.
Autor: María Esther de Ariño
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
sábado, 12 de abril de 2014
Semana Santa... una más en nuestras vidas
jueves, 10 de abril de 2014
Cristo en la cruz pone todo por nosotros
Miércoles quinta semana de Cuaresma. La cruz de Cristo se convierte en
punto de partida para nosotros.
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Dn 3, 14-20.91-92.95
Jn 8, 31-42
Durante toda la Cuaresma la Iglesia nos ha ido preparando para encontrarnos
con el misterio de la Pascua, que es el juicio que Dios hace del mundo, el
juicio con el cual Dios señala el bien y el mal del mundo. La Pascua no es
solamente el final de la pasión; la Pascua es la proclamación de Cristo como
juez del universo. Un juez que, por ser juez del universo, pone a sus pies a
todos: sus amigos, que pueden ser los que le han servido; y a sus enemigos,
que pueden ser los que no le han servido.
El juicio que Dios hace del hombre dependerá de cómo el hombre se ha
comportado con Cristo. Ser conscientes de esto es, al mismo tiempo, dejar
entrar en nuestro corazón la pregunta de cuál es la opción fundamental de
nuestras vidas.
Escuchábamos en la narración del Libro de Daniel, que los tres jóvenes son
salvados del horno del fuego ardiente por el ángel del Señor. Yo creo que lo
fundamental de esta narración es la reflexión final: "Bendito sea el
Dios de Sadrak, Mesak y Abed Negó, que ha enviado a su ángel para librar a
sus siervos que, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y
expusieron su vida antes que servir y a adorar a un dios extraño".
Éste es el punto más importante: el ser capaz de juzgar nuestra vida de tal
forma que nuestros actos se vean discriminados según nuestra opción por Dios.
O sea, Dios como criterio primero, y no al revés. Que nuestra forma de
afrontar la vida, nuestra forma de pensar, de juzgar a las personas, de
entender los acontecimientos, no se vean discriminadas por «lo que a mí me
parecería» , es decir, por un criterio subjetivo.
Esta situación debe ser para todos nosotros punto de examen de conciencia,
sobre todo de cara a la Pascua del Señor, para ver si efectivamente nuestra
vida está decidida por Dios. La cruz se convierte así, para cada uno de
nosotros, en el punto de juicio, el punto al cual todos tenemos que llegar
para ver si mi vida está o no decidida por Cristo nuestro Señor.
Cristo en la cruz apuesta todo por nosotros. Cristo en la cruz pone todo por
nosotros. Cristo en la cruz se entrega totalmente a nosotros. La cruz de
Cristo se convierte en punto de juicio para nosotros: Si Él nos ha dado
tanto, ¿nosotros qué damos? Si Él ha sido tanto para nosotros, ¿nosotros qué
somos para Él? Si Él ha vivido de esa manera con nosotros y para nosotros,
¿nosotros cómo vivimos para Él?
Jesús, en el Evangelio, pide a los judíos que le escuchaban que examinen
quién es su Padre. Ellos le dicen: "Nosotros tenemos por padre a
Dios". Pero Jesús les contesta que no es verdad, porque les dice:
"Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y
vengo de Dios; no he venido por mi cuenta, sino que él me ha enviado".
Cuando nuestra vida choca con la cruz, cuando nuestra vida choca con los
criterios cristianos, tenemos que preguntarnos: ¿Quién es mi padre?; no ¿cuál
es mi título?; no ¿cuál es la etiqueta que yo traigo puesta en mi vida? ¿Cuál
es el fruto que da en mi vida la opción por Cristo? ¿Qué es lo que realmente
brota en mi vida de mi opción por Cristo? Porque ése es verdaderamente el
origen de mi existencia.
Jesús dice a los de su época que ellos no son los hijos de Abraham; porque el
fruto de Abraham sería una opción definitiva por Dios, hasta el punto de ser
capaz de arriesgar el propio interior, el propio juicio para seguir a Dios.
Recordemos que Abraham puso, incluso lo ilógico de la orden de Dios de matar
a su propio hijo, para obedecer a Dios.
Cristo y su cruz se convierten en un reclamo para cada uno de nosotros:
¿quién eres Tú? El misterio Pascual es para todos nosotros una llamada. No me
puedo quedar nada más en los ritos exteriores. ¿Cuál es la obra que me está
diciendo a mí si opto por Cristo o no? Mi comportamiento cristiano, mi
compromiso cristiano, mi opción definitiva por Jesucristo es donde puedo ver quién
es verdaderamente mi Padre, allí es donde sé quién es auténticamente el Señor
de mi vida.
Cuando los judíos le responden a Jesús: "Nosotros no somos hijos de
prostitución, no tenemos más padre que Dios", están tocando un tema muy
típico de toda la Escritura: la relación con Dios. El pueblo de Dios como un
pueblo amado, un pueblo fiel, un pueblo esposo de Dios. Por eso dicen:
"no somos hijos de prostitución, no somos hijos de adulterio, somos
hijos genuinos de Dios".
Pero Cristo les responde: "Si Dios fuera su Padre me amarían a
mí[...]". Si realmente fuesen un pueblo esposo de Dios, me amarían a mí.
Si realmente fuesen un pueblo fiel a Dios, un pueblo que nace del amor
esponsal a Dios, amarían a Cristo.
Podría ser que en nuestra alma hubiese algunos campos en los que todavía
Cristo nuestro Señor no es el vencedor victorioso, no es el esposo fiel. ¿No
podría haber campos en nuestra vida, rasgos en nuestra alma, en los que por
egoísmo, por falta de generosidad, por pereza, por frialdad, nuestra alma todavía
no corriese al ritmo de Dios, no estuviese alimentándose de la vida de Dios,
no estuviese nutriéndose de la opción fundamental, definitiva, única,
exclusiva por Dios nuestro Señor?
La Semana Santa es un período de reflexión muy importante. Un período que nos
va a mostrar a un Cristo que se ofrece a nosotros; un Cristo que se hace
obediente por nosotros; un Cristo que es la garantía del amor esponsal de
Dios por su pueblo. Un Cristo que reclama de cada uno de nosotros el amor
fiel, el amor de don total del corazón hecho obras, manifestado en un
comportamiento realmente cristiano. El misterio pascual es la raya que define
si soy alguien que vive de Dios, o soy alguien que vive de sí mismo.
Jesucristo, en la Eucaristía, viene a redimirnos de esto. Jesucristo quiere
darnos la Eucaristía para que de nuevo en esa unión íntima del Creador, del
Señor, del Redentor con el alma cristiana, se produzca la opción fuerte,
definitiva, amorosa por Dios.
Pidámosle que esta opción llegue a iluminar todos los campos de nuestra vida.
Que ilumine nuestro interior, que ilumine nuestra alma, que ilumine también
nuestra vida social, nuestra vida familiar, y, sobre todo, que ilumine
nuestra libertad para que optemos definitivamente, sin ninguna cadena, por
aquello que únicamente nos hace libres: el amor de Dios
Autor: P. Cipriano Sánchez LC
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miércoles, 9 de abril de 2014
No te acostumbres al milagro que es Dios
Martes quinta semana de Cuaresma. No pierdas la capacidad de apreciar lo
que significa la presencia de Dios en tu vida.
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Nm 21, 4-9
Jn 8, 21-30
La Cuaresma, como camino de conversión y de transformación, es al mismo
tiempo, una exigencia de una firme decisión de frente a Dios nuestro Señor.
La Cuaresma nos pone delante lo que nosotros tenemos o podríamos elegir: con
Dios o contra Él; junto a Él o separados de Él. Esta decisión no simplemente
se convierte en una elección que hacemos, sino es una decisión que tiene una
serie de repercusiones en nuestra vida.
El ejemplo de la Serpiente de Bronce que nos pone el Libro de los Números, no
es otra cosa sino una llamada de atención al hombre respecto a lo que
significa alejarse de Dios. Cuando el pueblo se aleja de Dios aparece el
castigo de las serpientes venenosas. Dios, al mismo tiempo, les envía un
remedio: la Serpiente de Bronce.
En ese mirar a la Serpiente de Bronce está encerrado el misterio de todo
hombre, que tiene que terminar por elegir a Dios o por apartarse de Él. Está
en nuestras manos, es nuestra opción el hacer o no lo que Dios pide.
Esta misma situación es la que vivían los hebreos de cara a Dios en medio de
las adversidades, en medio de las dificultades: los hebreos se encontraban en
el desierto y estaban hartos del milagro cotidiano del maná y de las
dificultades que tenían, lo que hace que el pueblo murmure contra Dios. Algo
semejante nos podría pasar también a nosotros: ser un pueblo que se
acostumbra al milagro cotidiano y acaba murmurando contra Dios, como les pasó
a los judíos de la época de nuestro Señor: acostumbrados, se cegaron al
milagro que era tener frente a ellos, ni más ni menos, que a la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad.
También nosotros podemos ser personas que acaban por acostumbrarse al
milagro: El milagro «tan normal» de la vida de Dios en nosotros a través del
Bautismo y a través de la Eucaristía. El milagro «tan normal» del constante
perdón de nuestro Señor a través de la confesión, a través de nuestro
encuentro con Él. El milagro «tan normal» de la Providencia de nuestro Señor
que está constantemente ayudándonos, sosteniéndonos, robusteciendo nuestro
corazón.
Y cuando uno se acostumbra al milagro, acaba murmurando, acaba quejándose,
porque ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que significa la presencia
de Dios en su vida. Ha perdido ya la capacidad de apreciar lo que puede
llegar a indicar la transformación que Dios quiere para su vida.
La Cuaresma son cuarenta días en los cuales Dios nos llama a la conversión, a
la transformación. Cada Evangelio, cada oración, cada Misa durante la
Cuaresma no es otra cosa sino un constante insistir de Dios en la necesidad
que todos tenemos de convertirnos y de volvernos a Él. Sin embargo, pudiera
ser que nos hubiésemos acostumbrado incluso a eso; como quien se acostumbra a
ser amado, como quien se acostumbra a ser consentido y se transforma en
caprichoso en vez de agradecido, porque así es el corazón humano.
La constante llamada a la conversión, la constante invitación a la
transformación interior -que es la Cuaresma-, nos puede hacer caprichosos,
superficiales e indiferentes con Dios, en lugar de hacernos agradecidos. Y,
cuando se presenta el capricho, aparece la queja y la rebelión en contra de
Dios, y aparece también la ceguera de la mente y la dureza de la voluntad:
"Ellos no comprendieron que les hablaba el Padre". Los judíos
habían llegado a cerrar su mente y endurecer su voluntad de tal manera que ya
ni siquiera comprendían lo que Jesucristo les estaba queriendo transmitir.
¡Qué tremendo es esto en el alma del hombre! ¡Qué efectos tan graves tiene!
Jesús, en el Evangelio de hoy, nos dice: "Si no creen que Yo soy,
morirán en sus pecados". En la vida no tenemos más que dos opciones:
abrirnos a Dios en el modo en el cual Él vaya llegando a nuestra vida, o
morir en nuestros pecados. Es la diferencia que hay entre levantarse o
quedarse tirado; entre estar constantemente superándose, siguiendo la llamada
que Dios nuestro Señor nos va haciendo de transformación personal, de cambio,
de conversión, o vernos encerrados, encadenados cada vez más por nuestros
pecados, debilidades y miserias.
Preguntémonos: ¿Dónde encuentro dificultades para superarme? ¿En mi
psicología, en mi afectividad, en mi temperamento, en mi amor, en mi vida de
fe, en mi oración? Muy posiblemente lo que me falta en esa situación no sea
otra cosa sino la capacidad de poner a Dios nuestro Señor como centro de mi
existencia. Creer que Cristo verdaderamente es Dios, creer que Cristo
verdaderamente va a romper esa cadena. Recordemos que Cristo necesita de
nuestra fe para poder romper nuestras cadenas; Cristo necesita de nuestra
voluntad abierta y de nuestra inteligencia dispuesta a escuchar, para poder
redimir nuestra alma; Cristo necesita nuestra libertad.
Quizá en esta Cuaresma podríamos haber seguido muchas tradiciones, hecho
ayuno, vigilias, sacrificios y oraciones, pero a lo mejor, podríamos habernos
olvidado de abrir nuestra libertad plenamente a Dios. Podríamos habernos
olvidado de abrir de par en par nuestro corazón a Dios para dejar que Él sea
el que va guiándonos, el que nos va llevando y el que nos libra -como dice el
Evangelio- de morir en nuestros pecados. Es decir, el que nos libra de la
muerte del alma, que es la peor de todas las muertes, producida no por otra
cosa, sino por el encadenarse sobre nosotros nuestras debilidades, miserias y
carencias.
No hay otro camino, no hay otra opción: o rompemos con esas cadenas, creyendo
en Cristo, o nuestra vida se ve cada vez más encerrada y enterrada. A veces
podríamos pensar que el egoísmo, el centrarnos en nosotros, el intentar
conservarnos a nosotros mismos es una especie de liberación y de realización
personal y la única salida de nuestros problemas; pero nos damos cuenta que
cuanto más se encierra uno en uno mismo, más se entierra y menos capacidad
tiene de salir de uno mismo.
El Evangelio de hoy nos dice al final: "Después de decir estas palabras,
muchos creyeron en Cristo". Después de que Cristo habla de la presencia
de Dios en su alma y en su vida, la fe en los discípulos hace que ellos se
adhieran a nuestro Señor. Vamos a preguntarnos también nosotros: ¿Cómo es mi
fe de cara a Jesucristo? ¿Cómo es mi apertura de corazón de cara a
Jesucristo? ¿Cuál es auténticamente mi disponibilidad? ¿Soy alguien que busca
echarse cadenas todos los días, que busca encerrarse en sí mismo, que no
permite que Dios nuestro Señor toque ciertas puertas de su vida?
No olvidemos que donde la puerta de nuestra vida se cierra a Dios, ahí quien
reina es la muerte, no la superación; ahí quien reina es la oscuridad, no la
luz. A cada uno de nosotros nos corresponde el estar dispuestos a abrir cada
una de las puertas que Dios nuestro Señor vaya tocando en nuestra existencia.
Estamos terminando la Cuaresma, preguntémonos: ¿Qué puertas tengo cerradas?
¿Qué puertas todavía no he abierto al Señor? ¿En qué aspectos de mi
personalidad no he permitido al Señor entrar?
Ojalá que nuestro Señor, que viene a nuestro corazón en cada Eucaristía, sea
la llave que abre algunas de esas puertas que podrían todavía estar cerradas.
Es cuestión de que nuestra libertad se abra y de que nuestra inteligencia nos
ilumine para poder encontrar a Dios nuestro Señor; para poder librarnos de
esa cadena que a veces somos nosotros mismos y que impide el paso pleno de
Dios por nuestra vida.
Se acerca la Pascua, que es el paso de Señor, el momento en el cual Dios pasa
entre su pueblo para liberarlo de sus pecados, nuestras puertas deben estar
abiertas. Ojalá que el fruto de esta Cuaresma sea abrirnos verdaderamente a
nuestro Señor con generosidad, con libertad, con la inteligencia que nos es
necesaria para seguirlo sin ninguna duda y sin ningún miedo, para que Él nos
entregue la vida eterna que Él da a los que creen en Él.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC
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martes, 8 de abril de 2014
¿Quién es Cristo para mi?
Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero
por la experiencia de Cristo.
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La dimensión interior
del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta
reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión
interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de
conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a
Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el
Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión
a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad
a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién
soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión
a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a
la verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia
de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como:
"el concepto cristiano", "la doctrina cristiana",
"el programa cristiano", "la ideología cristiana", como
si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al
servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y
cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer
hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de
Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me
supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo.
Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si
dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona
con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se
puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente
como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que
nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia
de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa
persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me
exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia
que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites.
Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que
constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había
pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana
con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba
mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi
existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que
preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está
simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante
es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que
debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle
y hacerle presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad.
Dice el Papa, "Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento
espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de
una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más
convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido
y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y
valiente del propio credo." ¡Qué interesante descripción del Santo
Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a
sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección
espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de
la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra
la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: "El santo no es
ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el
tímido". Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que
ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el
santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es
convencido, profundo, abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para
ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser
abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo
real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona
veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El
veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los
medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser
santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos
con los sueños, y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida,
y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a
nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es
una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que
muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo
profundo, abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la
reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos
invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia
de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está
sufriendo la humanidad: "Reconciliarse con Dios es un compromiso que se
impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la
serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás
y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo.
Queremos la paz, reconciliémonos con Dios".
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con
el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera
injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de
Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel.
Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre.
No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del
pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre
contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace
tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer
es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo,
cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y
recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis
comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y
apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que
realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que
buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no
hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio
carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos
aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo
cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En
definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con
Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo
esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy
bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma
cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad
para evangelizar, no es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a
Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo
les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas,
indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo
seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.
Autor: P. Cipriano
Sánchez LC
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lunes, 7 de abril de 2014
Cada uno de nosotros es un grano de trigo
Quinto domingo de Cuaresma. Los que quieren echarse a perder, se guardan
para sí mismos en el egoísmo; y los que se entregan, acaban por dar fruto.
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Podremos hacer muchas
cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo
importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo
nuestra más importante y auténtica riqueza.
Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola
de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de
trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es
imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al
contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás
siempre nos va a costar.
Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos
capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan
insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser
testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo
diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás,
por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices.
Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.
Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad,
entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber
cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme
a los demás? ¿Qué significa darme los demás?
Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a
nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas
situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.
Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo,
acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo.
La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su
capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí
misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que
estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y
un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa,
para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto.
Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras
cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón,
el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar;
pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o
ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.
Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el
hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos
cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el
sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el
grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el
grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban
comiendo los animales o echándose a perder.
Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos:
¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de
personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí
mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.
Autor: P. Cipriano
Sánchez LC
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domingo, 6 de abril de 2014
Cristo es redentor porque es Hijo de Dios
Sábado cuarta semana de Cuaresma. Cristo es, por encima de todo, el Hijo
de Dios, enviado al mundo para salvarnos.
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La liturgia de estos días nos va hablando de cómo Jesús se va encontrando
cada vez más ante un juicio. Un juicio que Él hace sobre el mundo y, al mismo
tiempo, un juicio que el mundo hace sobre Él. El juicio que el mundo hace
sobre Él se define en la fe, y por eso dirá: "Si no creen que Yo
soy". Ese juicio, que se define en la fe, es el juicio del hombre que
tiene que acabar por aceptar la presencia de Dios tal y como Él la quiere
poner en su vida, porque mientras el hombre no acepte esto, Jesucristo no podrá
verdaderamente salvarlo.
Cristo es acusado, y por eso dirá: "Cuando hayan levantado al Hijo del
Hombre conocerán lo que Yo soy". Pero, al mismo tiempo es juez, y es Él
mismo el que realiza el veredicto definitivo sobre nuestro pecado.
El juicio que nosotros hacemos sobre Cristo se resume en la cruz. Dios envía
a su Hijo, y el mundo lo crucifica; Dios realiza la obra de la redención a
través del juicio que el mundo hace de su Hijo, es decir de la cruz.
Esto es para nosotros un motivo de seria reflexión. El darnos cuenta de que
nuestro juicio sobre Cristo es un juicio condenatorio, porque lo llevan a la
cruz.
Nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras miserias, reconocidas o no,
son las que juzgan a Cristo. Y lo juzgan haciéndolo que tenga que ser
levantado y muerto por nosotros. Ésa es nuestra palabra sobre Cristo; pero,
al mismo tiempo, tenemos que ver cuál es la palabra de Cristo sobre nosotros.
Jesús dirá: "Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces
conocerán que Yo soy". Ese "Yo soy", no es simplemente un
pronombre y un verbo, "Yo soy" es el nombre de Dios. Cuando Cristo
está diciendo "Yo soy", está diciendo Yo soy Dios.
La cruz es la que nos revela, en ese misterio tan profundo, la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo, porque la cruz es el camino que Dios elige, que
Dios busca, que Dios escoge para hacer que nuestro juicio sobre Él de ser
condena, se transforme en redención. Ésa es la moneda con la que Dios regresa
el comportamiento del hombre con su Hijo.
Hay situaciones en las que, por nuestros pecados y por nuestras debilidades,
vivimos en la obscuridad y en la amargura. Parecería que la expulsión de la
comunión con Dios, que produce todo pecado, sería la auténtica respuesta de
Dios al hombre, y, sin embargo, no es así. La auténtica respuesta de Dios al
hombre es la redención. Mientras que el hombre responde a Dios juzgando,
condenando y crucificando a su Hijo, Dios responde al hombre con un juicio
diferente: la redención, el perdón. Pero para eso nosotros necesitamos
ponernos en manos de Dios nuestro Señor.
Cristo constantemente nos está diciendo que Él es redentor porque es Hijo de
Dios. Es decir, Él es el redentor porque es igual al Padre. "Yo
soy", no me ha dejado solo, yo hago siempre lo que a Él le agrada. Ése
es Cristo. Por eso es nuestro redentor. Cristo no es solamente alguien que se
solidariza con nosotros, con nuestros pecados, con nuestras debilidades;
Cristo es, por encima de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para
salvarnos.
Tenemos urgencia de descubrir esto para hacer de Cristo el primero. Único y
fundamental punto de referencia; criterio, centro y modelo de toda nuestra
vida cristiana, apostólica, espiritual y familiar, para que verdaderamente Él
pueda redimir nuestra vida personal, para que Él pueda redimir la vida
conyugal de los esposos cristianos, para que Él pueda redimir la vida
familiar, para que Él pueda redimir la vida social de los seglares
cristianos, porque si Cristo no se convierte en punto de referencia, no podrá
redimirnos.
Se acerca la Semana Santa, que son momentos en los que podríamos quedarnos
simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la pasión,
muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo en la
Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la historia, en
el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es la muerte.
Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda la
historia y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la humanidad,
y lo hace a través de la cruz, por lo que se transforma de condena en
redención.
Seamos capaces de ir cristianizando cada vez más nuestros criterios, de ir
cristianizando cada vez más nuestros comportamientos y de ir haciendo de
nuestro Señor el punto de referencia de nuestra existencia. Que nuestra fe,
nuestra adhesión, nuestro ponernos totalmente del lado de Cristo se
conviertan en la garantía de que nosotros no muramos en nuestros pecados,
sino que hagamos de la condena que sobre ellos tendría que cernirse,
redención; y del castigo que sobre ellos tendría que caer en justicia,
hagamos misericordia en nuestros corazones.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
sábado, 5 de abril de 2014
Desde mi cruz a tu soledad
Nadie como yo conoce tu alma, tus pensamientos, tu proceder, y sé muy
bien lo que vales.
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Cristo nos enseña en
estos días Santos a mirar el dolor y el sufrimiento con un sentido nuevo, un
valor diferente.
Todo sufrimiento humano, unido al de Cristo, es fuente de salvación, de
redención. Podemos aprovechar nuestro sufrimiento y convertirlo en fuente de
frutos de salvación. El sufrimiento del inocente sólo se entiende desde
Cristo, el cordero inocente llevado al matadero. Él fue inocente: "Pasó
haciendo el bien", fue signo de contradicción, fue llevado como un
malhechor, sufrió uno de los más terribles tormentos, la crucifixión; pero lo
hizo por amor, para enseñarnos el valor del dolor y que también cada uno de
nosotros lo podamos vivir así cuando nos llegue.
Te escribo desde mi cruz a tu soledad, a tí, que tantas veces me miraste sin
verme y me oíste sin escucharme. A tí, que tantas veces prometiste seguirme
de cerca y sin saber por qué te distanciaste de las huellas que dejé en el
mundo para que no te perdieras.
A tí, que no siempre crees que estoy contigo, que me buscas sin hallarme y a
veces pierdes la fe en encontrarme; a tí, que a veces piensas que soy un recuerdo
y no comprendes que estoy vivo.
Yo soy el principio y el fin, soy el camino para no desviarte, la verdad para
que no te equivoques y la vida para no morir. Mi tema preferido es el amor,
que fue mi razón para vivir y para morir.
Yo fui libre hasta el fin, tuve un ideal claro y lo defendí con mi sangre
para salvarte. Fui maestro y servidor, soy sensible a la amistad y hace
tiempo que espero que me regales la tuya.
Nadie como yo conoce tu alma, tus pensamientos, tu proceder, y sé muy bien lo
que vales. Sé que quizás tu vida te parezca pobre a los ojos del mundo, pero
Yo sé que tienes mucho para dar, y estoy seguro que dentro de tu corazón hay
un tesoro escondido; conócete a tí mismo y me harás un lugar a mí.
¡Si supieras cuánto hace que golpeo las puertas de tu corazón y no recibo
respuesta! A veces también me duele que me ignores y me condenes como
Pilatos, otras, que me niegues como Pedro y que otras tantas me traiciones
como Judas.
Hoy te pido que te unas a mi dolor, que lleves tu pequeña cruz junto a la
mía, te pido paciencia y perdón para tus enemigos, amor para tu pareja,
responsabilidad para con tus hijos, tolerancia para los ancianos, comprensión
para todos tus hermanos, compasión para el que sufre, servicio para todos,
así lo he vivido Yo, y así te lo he enseñado.
Quisiera no volver a verte egoísta, orgulloso, rebelde, disconforme,
pesimista. Desearía que tu vida fuera alegre, siempre joven y cristiana. Cada
vez que aflojes, búscame y me encontrarás; cada vez que te sientas cansado,
háblame, cuéntame.
Cada vez que creas que no sirves para nada, no te deprimas, no te creas poca
cosa, no olvides que yo necesité de un asno para entrar en Jerusalén y
necesito de tu pequeñez para entrar en el alma de tu prójimo. Cada vez que te
sientas solo en el camino, no olvides que estoy contigo. No te canses de
pedirme, que yo no me cansaré de darte, no te canses de seguirme, que yo no
me cansaré de acompañarte, nunca te dejaré solo.
Aquí a tu lado me tienes, estoy para ayudarte.
Desde mi cruz, te envío este mensaje, te quiero mucho. Tu amigo: Jesús
Autor: P. Dennis
Doren L.C
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viernes, 4 de abril de 2014
El milagro de la vida
Autor: Pablo Cabellos
Subrayó Aristóteles que el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero
siempre piensa todo lo que dice. Yo, tan lejos de la sabiduría, deseo al menos
decir con mesura y, si pudiera, hasta poéticamente. Se habla de la poesía
barata, pero ésta no existe cuando es verdadero poema. Tampoco soy poeta. Y me
cautivaría saber cantar a la vida, al milagro originado cada vez que un
espermatozoide encuentra un óvulo que fecundar. Es un doble manantial del que
inmediatamente brota la fuente de la vida. La biología explica que con la unión
de esos pequeños corpúsculos surge un ser vivo nuevo, cargado con la genética
de sus dos progenitores.
Un científico diría con razón que no es un milagro porque así es la naturaleza.
Entonces, ¿no es milagroso que la naturaleza goce de tal poder? Recientemente,
he visto el vídeo de un feto de siete semanas que se agitaba constantemente.
Semeja ya un niño hiperactivo. Causa maravilla observarlo. Es la belleza de la
vida que comienza, como existe la del que se va marchando, de golpe o quedamente.
Con el título de la vieja película, dan ganas de exclamar «¡qué bello es
vivir!». Todas las vidas son bellas: también la del niño Down, la del
disminuido por cualquier carencia, aunque no sea un Beethoven o un Stephen
Hawking. Es una persona cuyo valor y dignidad nadie iguala.
También es de Aristóteles la idea de que la finalidad del arte es dar cuerpo a
la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Hay arte en el no
nacido más que de sobra, si logramos que sea lo que es, en lugar de
considerarlo desechable por una malformación, porque su madre fue violada, o
porque se cree con el derecho a truncar la vida de otro, tan repleta de bellas
esperanzas siempre. Sí, también del que se imagina hambriento o sin medios para
realizarse. Nuestra existencia depara muchas sorpresas y no es infrecuente que
el profetizado infeliz o menesteroso concluya su existencia más gozosamente con
riqueza o sin ella.
Pensando en sí mismo, Borges escribió estos versos: «Yo no seré feliz. Tal vez
no importa / Hay tantas otras cosas en el mundo; / un instante cualquiera es
más profundo / y diverso que el mar. La vida es corta / y aunque las horas son
tan largas, una / oscura maravilla nos acecha, / la muerte, ese otro mar, esa
otra flecha / que nos libra del sol y de la luna / Y del amor». Ciertamente, el
subsuelo asoma nihilista, pero es positivo a la vez, posa la mirada en ese
instante cualquiera más profundo y diverso que el mar. Son muchas las vidas que
valen la pena sólo por alguno o muchos de esos momentos con más hondura que el
mar.
La delicada Rosalía de Castro, cantora de «airiños, airiños aires, airiños da
miña terra», también se refirió poéticamente a su madre como nos agradaría
hacerlo con todas: «¡Mas cómo no amarte cuando / tus alas me cobijaban, / si fueron
ellas mi cuna, / la cuna en que me arrullabas. / Si fueron mi dulce aliento / y
el paño, ay, de mis lágrimas!». Tras de los versos, resulta casi obvia, otra
frase del filósofo: «Cometer una injusticia es peor que sufrirla».
jueves, 3 de abril de 2014
¿Quién es Cristo para mí?
Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero
por la experiencia de Cristo.
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La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en
nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener
esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un
esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir
el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el
Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión
a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad
a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién
soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión
a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a
la verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia
de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como:
"el concepto cristiano", "la doctrina cristiana",
"el programa cristiano", "la ideología cristiana", como
si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al
servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y
cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer
hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de
Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me
supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo.
Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si
dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona
con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se
puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente
como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que
nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia
de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa
persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me
exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia
que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites.
Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que
constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había
pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana
con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba
mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi
existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que
preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está
simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante
es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que
debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle
y hacerle presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad.
Dice el Papa, "Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento
espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de
una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más
convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido
y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y
valiente del propio credo." ¡Qué interesante descripción del Santo
Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a
sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección
espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de
la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra
la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: "El santo no es
ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el
tímido". Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que
ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el
santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es
convencido, profundo, abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para
ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser
abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo
real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona
veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El
veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los
medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser
santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos
con los sueños, y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida,
y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a
nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es
una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que
muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo
profundo, abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la
reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos
invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia
de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está
sufriendo la humanidad: "Reconciliarse con Dios es un compromiso que se
impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la
serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás
y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo.
Queremos la paz, reconciliémonos con Dios".
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con
el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera
injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de
Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel.
Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre.
No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del
pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre
contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace
tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer
es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo,
cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y
recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis
comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y
apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que
realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que
buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no
hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio
carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos
aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo
cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En
definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con
Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo
esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy
bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma
cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad
para evangelizar, no es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a
Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo
les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas,
indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo
seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.
Autor: P. Cipriano Sánchez LC
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martes, 1 de abril de 2014
Jesús está conmigo, Dios está conmigo
Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente
puesto en Dios o en nuestros criterios humanos.
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Cuando Jesús habla de
los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por
parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace
simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente
teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos
nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y
hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud,
con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.
La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa
así: "Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios
que recibir y que respetar". Sin embargo, Jesús dice: "No; el único
dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un
privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios". Éste
es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro
Señor, según sus planes, según sus designios.
Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio,
sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino
el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va
llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino
un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está
realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver
si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos
muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios
nuestro Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra
inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los
contemporáneos de Jesús, que "se llenan de ira, y levantándose lo sacan
de la ciudad", o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el
Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un
nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que
el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo
digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de
nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no
convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran
docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como
Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no
va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara
religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos
deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace
decir: "Jesús está conmigo, Dios está conmigo."
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O
quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he
fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de
corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo
quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro
interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también
tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales
Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables.
Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me
hubiera gustado a mí que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir,
lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios,
y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a
mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose,
Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin
embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en
su interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es
necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el
Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va
enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para
poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de
la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo
que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido
trascendente.
Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino.
Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos
que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se
va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de
quién soy yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios
el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi
existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.
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Autor: P. Cipriano Sánchez LC
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