"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 8 de abril de 2014

¿Quién es Cristo para mi?

Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo. 


La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor. 

¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.

¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo. 

Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: "el concepto cristiano", "la doctrina cristiana", "el programa cristiano", "la ideología cristiana", como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.

Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona. 

¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.

Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.

Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, "Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo." ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad? 

El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: "El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido". Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente. 

Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.

Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños..., sueños son. 

¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?

Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: "Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios".

La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.

Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.

Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC


lunes, 7 de abril de 2014

Cada uno de nosotros es un grano de trigo

Quinto domingo de Cuaresma. Los que quieren echarse a perder, se guardan para sí mismos en el egoísmo; y los que se entregan, acaban por dar fruto. 


Podremos hacer muchas cosas o tener grandes posesiones, pero nunca debemos perder de vista que lo importante es el bien que hacemos a los demás. Ésa tiene que acabar siendo nuestra más importante y auténtica riqueza. 

Dios ama al que da con alegría, y en el Evangelio escuchábamos una parábola de nuestro Señor sobre este darse. Darse significa que, como el grano de trigo, uno tiene que caer en la tierra y pudrirse para dar fruto. Es imposible darse con comodidad, es imposible darse sin que nos cueste nada. Al contrario, el entregarse verdaderamente a los demás y el ayudar a los demás siempre nos va a costar.

Vivimos en un mundo de muchas comodidades, y no sé si nosotros seríamos capaces de resistir el sufrimiento, cuando cosas tan pequeñas, tan insignificantes, a veces nos resultan tan dolorosas. La fe nos pide ser testigos de Cristo en la vida diaria, en la caridad diaria, en el esfuerzo diario, en la comprensión diaria, en la lucha diaria por ayudar a los demás, por hacer que los demás se sientan más a gusto, más tranquilos, más felices. Ahí es donde está, para todos nosotros, el modo de ser testigos de Cristo.

Tenemos que entregarnos auténticamente, entregarnos con más fidelidad, entregarnos con un corazón muy disponible a los demás. Cada uno tiene que saber cuál es el modo concreto de entregarse a los demás. ¿Cómo puedo yo entregarme a los demás? ¿Qué significa darme los demás? 

Ciertamente, para todos nosotros, lo que va a significar es renunciar a nuestro egoísmo, renunciar a nuestras flojeras, renunciar a todas esas situaciones en las que podemos estar buscándonos a nosotros mismos.

Jesucristo nos dice en el Evangelio que todo aquél que se busca a sí mismo, acabará perdiéndose, porque acaba quedándose nada más con el propio egoísmo. La riqueza de la Iglesia es su capacidad de entrega, su capacidad de amor, su capacidad de vivir en caridad. Una Iglesia que viviese nada más para sí misma, para sus intereses, para sus conveniencias sería una Iglesia que estaría viviendo en el egoísmo y que no estaría dando un testimonio de fe. Y un cristiano que nada más viva para sí mismo, para lo que a uno le interesa, para lo que uno busca, sería un cristiano que no está dando fruto. 

Dios da la semilla, a nosotros nos toca sembrar. Dios nos ha dado nuestras cualidades, a nosotros nos toca desarrollarlas; Dios nos ha dado el corazón, el interés, la inteligencia, la voluntad, la libertad, la capacidad de amar; pero el amar o el no amar, el entregarnos o no entregarnos, el ser egoístas o ser generosos depende sola y únicamente de nosotros.

Es en la generosidad donde el hombre es feliz, y es en el egoísmo en donde el hombre es auténticamente desgraciado. Aunque a veces la generosidad nos cueste y nos sea difícil; aunque a veces el ser generosos signifique el sacrificarnos, es ahí donde vamos a ser felices, porque sólo da una espiga el grano de trigo que cae en la tierra y se pudre, se sacrifica, mientras que el grano de trigo que se guarda en un arcón acaba estropeándose, se lo acaban comiendo los animales o echándose a perder. 

Cada uno de nosotros es un grano de trigo. Reflexionemos y preguntémonos: ¿Quiero echarme a perder o dar frutos? Y recordemos que sólo hay dos tipos de personas en esta vida: los que quieren echarse a perder y se guardan para sí mismos en el egoísmo; o los que entregándose, acaban por dar fruto.

Autor: P. Cipriano Sánchez LC


domingo, 6 de abril de 2014

Cristo es redentor porque es Hijo de Dios

Sábado cuarta semana de Cuaresma. Cristo es, por encima de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos. 


La liturgia de estos días nos va hablando de cómo Jesús se va encontrando cada vez más ante un juicio. Un juicio que Él hace sobre el mundo y, al mismo tiempo, un juicio que el mundo hace sobre Él. El juicio que el mundo hace sobre Él se define en la fe, y por eso dirá: "Si no creen que Yo soy". Ese juicio, que se define en la fe, es el juicio del hombre que tiene que acabar por aceptar la presencia de Dios tal y como Él la quiere poner en su vida, porque mientras el hombre no acepte esto, Jesucristo no podrá verdaderamente salvarlo.

Cristo es acusado, y por eso dirá: "Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre conocerán lo que Yo soy". Pero, al mismo tiempo es juez, y es Él mismo el que realiza el veredicto definitivo sobre nuestro pecado. 

El juicio que nosotros hacemos sobre Cristo se resume en la cruz. Dios envía a su Hijo, y el mundo lo crucifica; Dios realiza la obra de la redención a través del juicio que el mundo hace de su Hijo, es decir de la cruz. 

Esto es para nosotros un motivo de seria reflexión. El darnos cuenta de que nuestro juicio sobre Cristo es un juicio condenatorio, porque lo llevan a la cruz. 

Nuestros pecados, nuestras debilidades, nuestras miserias, reconocidas o no, son las que juzgan a Cristo. Y lo juzgan haciéndolo que tenga que ser levantado y muerto por nosotros. Ésa es nuestra palabra sobre Cristo; pero, al mismo tiempo, tenemos que ver cuál es la palabra de Cristo sobre nosotros. Jesús dirá: "Cuando hayan levantado al Hijo del Hombre, entonces conocerán que Yo soy". Ese "Yo soy", no es simplemente un pronombre y un verbo, "Yo soy" es el nombre de Dios. Cuando Cristo está diciendo "Yo soy", está diciendo Yo soy Dios.

La cruz es la que nos revela, en ese misterio tan profundo, la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, porque la cruz es el camino que Dios elige, que Dios busca, que Dios escoge para hacer que nuestro juicio sobre Él de ser condena, se transforme en redención. Ésa es la moneda con la que Dios regresa el comportamiento del hombre con su Hijo.

Hay situaciones en las que, por nuestros pecados y por nuestras debilidades, vivimos en la obscuridad y en la amargura. Parecería que la expulsión de la comunión con Dios, que produce todo pecado, sería la auténtica respuesta de Dios al hombre, y, sin embargo, no es así. La auténtica respuesta de Dios al hombre es la redención. Mientras que el hombre responde a Dios juzgando, condenando y crucificando a su Hijo, Dios responde al hombre con un juicio diferente: la redención, el perdón. Pero para eso nosotros necesitamos ponernos en manos de Dios nuestro Señor. 

Cristo constantemente nos está diciendo que Él es redentor porque es Hijo de Dios. Es decir, Él es el redentor porque es igual al Padre. "Yo soy", no me ha dejado solo, yo hago siempre lo que a Él le agrada. Ése es Cristo. Por eso es nuestro redentor. Cristo no es solamente alguien que se solidariza con nosotros, con nuestros pecados, con nuestras debilidades; Cristo es, por encima de todo, el Hijo de Dios, enviado al mundo para salvarnos. 

Tenemos urgencia de descubrir esto para hacer de Cristo el primero. Único y fundamental punto de referencia; criterio, centro y modelo de toda nuestra vida cristiana, apostólica, espiritual y familiar, para que verdaderamente Él pueda redimir nuestra vida personal, para que Él pueda redimir la vida conyugal de los esposos cristianos, para que Él pueda redimir la vida familiar, para que Él pueda redimir la vida social de los seglares cristianos, porque si Cristo no se convierte en punto de referencia, no podrá redimirnos. 

Se acerca la Semana Santa, que son momentos en los que podríamos quedarnos simplemente en una contemplación sentimental de los misterios de la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor, cuando lo que está sucediendo en la Semana Santa es que Cristo se convierte en el juez y Señor de la historia, en el único que puede vencer a lo que destruye a la historia, que es la muerte. Cristo, vencedor de la muerte, se convierte así en el Señor de toda la historia y de toda la humanidad; en juez de toda la historia de la humanidad, y lo hace a través de la cruz, por lo que se transforma de condena en redención.

Seamos capaces de ir cristianizando cada vez más nuestros criterios, de ir cristianizando cada vez más nuestros comportamientos y de ir haciendo de nuestro Señor el punto de referencia de nuestra existencia. Que nuestra fe, nuestra adhesión, nuestro ponernos totalmente del lado de Cristo se conviertan en la garantía de que nosotros no muramos en nuestros pecados, sino que hagamos de la condena que sobre ellos tendría que cernirse, redención; y del castigo que sobre ellos tendría que caer en justicia, hagamos misericordia en nuestros corazones.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC

sábado, 5 de abril de 2014

Desde mi cruz a tu soledad

Nadie como yo conoce tu alma, tus pensamientos, tu proceder, y sé muy bien lo que vales. 
.

Cristo nos enseña en estos días Santos a mirar el dolor y el sufrimiento con un sentido nuevo, un valor diferente. 

Todo sufrimiento humano, unido al de Cristo, es fuente de salvación, de redención. Podemos aprovechar nuestro sufrimiento y convertirlo en fuente de frutos de salvación. El sufrimiento del inocente sólo se entiende desde Cristo, el cordero inocente llevado al matadero. Él fue inocente: "Pasó haciendo el bien", fue signo de contradicción, fue llevado como un malhechor, sufrió uno de los más terribles tormentos, la crucifixión; pero lo hizo por amor, para enseñarnos el valor del dolor y que también cada uno de nosotros lo podamos vivir así cuando nos llegue. 

Te escribo desde mi cruz a tu soledad, a tí, que tantas veces me miraste sin verme y me oíste sin escucharme. A tí, que tantas veces prometiste seguirme de cerca y sin saber por qué te distanciaste de las huellas que dejé en el mundo para que no te perdieras. 

A tí, que no siempre crees que estoy contigo, que me buscas sin hallarme y a veces pierdes la fe en encontrarme; a tí, que a veces piensas que soy un recuerdo y no comprendes que estoy vivo.

Yo soy el principio y el fin, soy el camino para no desviarte, la verdad para que no te equivoques y la vida para no morir. Mi tema preferido es el amor, que fue mi razón para vivir y para morir.

Yo fui libre hasta el fin, tuve un ideal claro y lo defendí con mi sangre para salvarte. Fui maestro y servidor, soy sensible a la amistad y hace tiempo que espero que me regales la tuya.

Nadie como yo conoce tu alma, tus pensamientos, tu proceder, y sé muy bien lo que vales. Sé que quizás tu vida te parezca pobre a los ojos del mundo, pero Yo sé que tienes mucho para dar, y estoy seguro que dentro de tu corazón hay un tesoro escondido; conócete a tí mismo y me harás un lugar a mí.

¡Si supieras cuánto hace que golpeo las puertas de tu corazón y no recibo respuesta! A veces también me duele que me ignores y me condenes como Pilatos, otras, que me niegues como Pedro y que otras tantas me traiciones como Judas.
Hoy te pido que te unas a mi dolor, que lleves tu pequeña cruz junto a la mía, te pido paciencia y perdón para tus enemigos, amor para tu pareja, responsabilidad para con tus hijos, tolerancia para los ancianos, comprensión para todos tus hermanos, compasión para el que sufre, servicio para todos, así lo he vivido Yo, y así te lo he enseñado.

Quisiera no volver a verte egoísta, orgulloso, rebelde, disconforme, pesimista. Desearía que tu vida fuera alegre, siempre joven y cristiana. Cada vez que aflojes, búscame y me encontrarás; cada vez que te sientas cansado, háblame, cuéntame.

Cada vez que creas que no sirves para nada, no te deprimas, no te creas poca cosa, no olvides que yo necesité de un asno para entrar en Jerusalén y necesito de tu pequeñez para entrar en el alma de tu prójimo. Cada vez que te sientas solo en el camino, no olvides que estoy contigo. No te canses de pedirme, que yo no me cansaré de darte, no te canses de seguirme, que yo no me cansaré de acompañarte, nunca te dejaré solo.

Aquí a tu lado me tienes, estoy para ayudarte.
Desde mi cruz, te envío este mensaje, te quiero mucho. Tu amigo: Jesús

Autor: P. Dennis Doren L.C


viernes, 4 de abril de 2014

El milagro de la vida

Autor: Pablo Cabellos

Subrayó Aristóteles que el sabio no dice nunca todo lo que piensa, pero siempre piensa todo lo que dice. Yo, tan lejos de la sabiduría, deseo al menos decir con mesura y, si pudiera, hasta poéticamente. Se habla de la poesía barata, pero ésta no existe cuando es verdadero poema. Tampoco soy poeta. Y me cautivaría saber cantar a la vida, al milagro originado cada vez que un espermatozoide encuentra un óvulo que fecundar. Es un doble manantial del que inmediatamente brota la fuente de la vida. La biología explica que con la unión de esos pequeños corpúsculos surge un ser vivo nuevo, cargado con la genética de sus dos progenitores.

Un científico diría con razón que no es un milagro porque así es la naturaleza. Entonces, ¿no es milagroso que la naturaleza goce de tal poder? Recientemente, he visto el vídeo de un feto de siete semanas que se agitaba constantemente. Semeja ya un niño hiperactivo. Causa maravilla observarlo. Es la belleza de la vida que comienza, como existe la del que se va marchando, de golpe o quedamente. Con el título de la vieja película, dan ganas de exclamar «¡qué bello es vivir!». Todas las vidas son bellas: también la del niño Down, la del disminuido por cualquier carencia, aunque no sea un Beethoven o un Stephen Hawking. Es una persona cuyo valor y dignidad nadie iguala.

También es de Aristóteles la idea de que la finalidad del arte es dar cuerpo a la esencia secreta de las cosas, no el copiar su apariencia. Hay arte en el no nacido más que de sobra, si logramos que sea lo que es, en lugar de considerarlo desechable por una malformación, porque su madre fue violada, o porque se cree con el derecho a truncar la vida de otro, tan repleta de bellas esperanzas siempre. Sí, también del que se imagina hambriento o sin medios para realizarse. Nuestra existencia depara muchas sorpresas y no es infrecuente que el profetizado infeliz o menesteroso concluya su existencia más gozosamente con riqueza o sin ella.

Pensando en sí mismo, Borges escribió estos versos: «Yo no seré feliz. Tal vez no importa / Hay tantas otras cosas en el mundo; / un instante cualquiera es más profundo / y diverso que el mar. La vida es corta / y aunque las horas son tan largas, una / oscura maravilla nos acecha, / la muerte, ese otro mar, esa otra flecha / que nos libra del sol y de la luna / Y del amor». Ciertamente, el subsuelo asoma nihilista, pero es positivo a la vez, posa la mirada en ese instante cualquiera más profundo y diverso que el mar. Son muchas las vidas que valen la pena sólo por alguno o muchos de esos momentos con más hondura que el mar.

La delicada Rosalía de Castro, cantora de «airiños, airiños aires, airiños da miña terra», también se refirió poéticamente a su madre como nos agradaría hacerlo con todas: «¡Mas cómo no amarte cuando / tus alas me cobijaban, / si fueron ellas mi cuna, / la cuna en que me arrullabas. / Si fueron mi dulce aliento / y el paño, ay, de mis lágrimas!». Tras de los versos, resulta casi obvia, otra frase del filósofo: «Cometer una injusticia es peor que sufrirla».



jueves, 3 de abril de 2014

¿Quién es Cristo para mí?

Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo. 


La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor. 

¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.

¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo. 

Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: "el concepto cristiano", "la doctrina cristiana", "el programa cristiano", "la ideología cristiana", como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.

Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona. 

¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.

Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.

Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, "Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo." ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad? 

El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: "El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido". Si no eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente. 

Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.

Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños..., sueños son. 

¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?

Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: "Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios".

La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.

Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.

Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos. 

Autor: P. Cipriano Sánchez LC




martes, 1 de abril de 2014

Jesús está conmigo, Dios está conmigo

Cuarto domingo de Cuaresma. Reflexionar si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o en nuestros criterios humanos. 


Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con Él.

La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se expresa así: "Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios que recibir y que respetar". Sin embargo, Jesús dice: "No; el único dinamismo que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios". Éste es el dinamismo interior de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes, según sus designios.

Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere. 

Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo.
Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro Señor. 

Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los contemporáneos de Jesús, que "se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la ciudad", o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?

Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir: "Jesús está conmigo, Dios está conmigo." 

¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.

Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables. Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me hubiera gustado a mí que llegase.

Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano existir, lo que Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.

Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su interior tiene un dios de corteza! 

Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor, un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por dónde le quiere llevar el Señor.

Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente.

Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina. Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién es Él, y de quién soy yo. 

Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él.


Autor: P. Cipriano Sánchez LC

domingo, 23 de marzo de 2014

Amó a Dios como sólo una madre puede amar.

María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. 


Nacer es tener una madre. Así ha sido y es para todo hombre; así ha sido para el mismo Dios, que se hizo hombre en el seno de una Virgen. Por eso, el título mariano de "Madre de Dios" es una de las verdades más consoladoras y más ennoblecedoras de la humanidad. El cristianismo no teme en afirmar que Dios se ha acunado en los brazos de una mujer. Una mujer, María de Nazaret, que es madre en su cuerpo y sobre todo madre en su corazón, como bellamente nos enseña san Agustín. 

1. Al ritmo de la vida de Cristo. Entre la vida de Jesús y la de María hay una estupenda sincronía y un paralelismo magnífico de misterio y de donación. Junto a la Encarnación del Verbo está la Inmaculada Concepción; con el nacimiento de Jesús se relaciona inseparablemente la maternidad de María; a los pies de la cruz del Redentor se halla de pie, firme en su dolor, María, la corredentora; la ascensión de Jesús a los cielos tiene su paralelo en la asunción de María en cuerpo y alma a la gloria celestial. 
Vivir al ritmo de Cristo es vivir a ritmo de redención. Así vivió y vive en el cielo María. Ella se desvivió por Jesús en su vida terrena y vive con Jesús y por Jesús en el cielo. Ella no se pertenece, sino que es toda de su Hijo. Su misión es su Hijo, en la historia y en el siempre de la eternidad. 

2. Múltiples relaciones. María mantiene diversas relaciones con la Iglesia. Es modelo de virtudes para todos los cristianos. Es Madre de la Iglesia, como la proclamó Pablo VI, pues ésta prolonga a Jesucristo místicamente en la historia. Es, al igual que la Iglesia, esposa del Espíritu y virgen fecunda que engendra continuamente hijos para Dios. Es espejo radiante de gracia y santidad, es pastora solícita del rebaño de Cristo, es abogada y protectora de los pecadores. Estas relaciones de María con la Iglesia y con sus hijos son relaciones vivas, ardientes, profundamente enclavadas en el alma cristiana, como se puede ver acudiendo a los santuarios de devoción mariana. ¿Y nuestras relaciones con María? 

La Iglesia nos recomienda una veneración profunda hacia María. Una veneración que entraña una mezcla de algo sagrado y filial, cercano y misterioso. Sí, porque María es nuestra madre, pero al mismo tiempo está toda ella envuelta en el misterio de Dios. Una veneración, por ello, que nace de la profundidad de la fe, pero que toca también la superficie de nuestra sensibilidad. Es toda nuestra persona la que venera a María. Veneramos a María pero no la adoramos, solo se adora a Dios.

3. Madre del Hijo de Dios. María es la única mujer a quien Dios puede llamar madre y Jesús es el único Dios a quien una mujer puede llamar Hijo. En su seno Dios se instaló, creció, se hizo bebé. En sus brazos se acunó, en sus ojos se miró, sobre su pecho se durmió. Cogido de su mano comenzó a dar los primeros pasos por el mundo. Con sus besos María lo ungió de cariño y ternura, con sus labios le habló y le enseñó el lenguaje de su pueblo. Con su corazón lo amó, como sólo una madre puede amar.

Autor: P. Antonio Izquierdo y Florian Rodero


sábado, 22 de marzo de 2014

Una buena oración de sanación para cuaresma

Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo, tal vez te interese esta idea... 


Ayer me dijo una persona: "No se me ocurre ninguna buena idea para mi sacrificio de cuaresma. ¿Me sugiere algo que usted crea que le agrade a Jesucristo?"

A los sacrificios de cuaresma se les da con frecuencia un enfoque negativo: cosas a las que hay que renunciar. Personalmente prefiero el enfoque positivo: vencer el mal con el bien (Rm 12,21), hacer el bien.

Abstinencia, ayuno, abnegación, renuncia, son palabras que se ponen de moda en cuaresma. Renunciar a cosas agradables es difícil, supone sacrificio. También supone sacrificio ser generoso, salir de sí mismo y pensar en el bien del otro antes que en el propio.

Cuando Jesucristo tenía la cruz delante dijo que él daba su vida voluntariamente: "Nadie me la quita, yo la doy por mí mismo." (Jn 10,18a) Fue un acto de generosidad. El sacrificio de Jesucristo fue poner amor y poner el mayor amor posible.

Si aún no encuentras qué sacrificio de cuaresma puedes ofrecer a Jesucristo, tal vez te interese esta idea: Orar por tus enemigos y por aquellas personas que te han hecho sufrir o te resultan pesadas. "La oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro. No conoce fronteras y se extiende hasta los enemigos", nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el n. 2647.

¿Y por qué lo propongo como sacrificio de cuaresma? Porque cambiar la herida en compasión y purificar la memoria transformando la ofensa en intercesión (cfr. Catecismo 2843) es un camino de conversión.

Es también oración de sanación, porque una oración así sana las heridas del corazón, purifica el rencor, prepara al perdón, ensancha el corazón.

"Interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca "no su propio interés sino el de los demás" (Flp 2,4), hasta rogar por los que le hacen mal". (Catecismo 2635)

Lo más difícil de este sacrificio es hacer la oración con un corazón que ha conocido la conversión. Cuando hagamos oración por las personas que nos resulten pesadas o nos hayan hecho daño, hay que hacerlo poniendo buenos sentimientos. No es un: "Te suplico, Señor, que esta persona se muera cuanto antes, pues no la soporto", sino de verdad poner amor, como Jesús: "El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen" (Hb 5,7-9). 
¿A quién se le ocurre orar por los enemigos, por las personas insoportables, por quienes no nos perdonan, por aquellos que nos han herido, por quienes nos ofenden y hacen daño, por los seres queridos que nos hacen sufrir? A un buen cristiano.

Poner amor como un acto generoso y gratuito es un modo de construir la civilización del amor. La civilización del amor también se construye orando por aquellos a quienes hemos hecho sufrir y por quienes nos han hecho sufrir. Como dice la canción: Si amo la flor, amo también sus espinas. Sólo el amor nos hace grandes, sólo el amor hace ver que es precisamente lo que duele lo que hace al hombre amable entre los seres.

Te propongo que al terminar de leer este artículo pienses en alguien que te cueste tratar, o en alguna persona que te haya hecho daño, o en alguien que se dedique a ofenderte, y que reces por él. Y puedes rezar también por aquellos que sienten lo mismo respecto a ti. Hacerlo todos los días de cuaresma sería lo mejor.


Autor: P. Evaristo Sada LC

viernes, 21 de marzo de 2014

Señor... ¿por qué nos amas tanto?

Jesús, el saber que estás en el Sagrario, me hace pensar que si nos amaste hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!. 


Ante ti, Señor, pongo mis ojos en esa pequeña puerta, que esconde la grandeza de un amor infinito como infinita es tu bondad, infinita tu paciencia e infinita tu humildad. ¿Por qué, Señor?...¿Por qué nos amas tanto?

No es posible saber de tu espera eterna en todos los Sagrarios de este mundo, y no sentir la nada que somos, lo poco que merecemos, el fardo que cargamos tan pesado de nuestros errores y faltas, de lo poco que valemos... pero ya ves, Jesús, el saber que estás ahí, me obliga a pensar que si valemos mucho, porque si nos amaste y nos amas hasta dar tu vida por nosotros pues... ¡si que debemos de valer!.

Y al pensar en esto me dan ganas de llorar por lo mal que te correspondemos, lo mezquinos y tacaños que somos para todo lo concerniente a tu sagrada persona....horas y horas ante la televisión, ante la "ventanita" de Internet, tardes enteras de cine, de café, de espectáculos, a veces con grandes sacrificios de filas y de dinero para verlos.... todo, todo lo damos, todo nos parece poco para asistir o lograr aquello que nos interesa y seduce.... 

Pero para ti, Señor, apenas y nos detenemos un instante ante tu figura de Dios hecho hombre muriendo en una cruz con los brazos abiertos para esperarnos y redimirnos.... ¡Qué poco tiempo para tí, Señor!. 

Los días trascurren... mañana, tarde y noche y vuelta a lo mismo... ni un pequeño rato, a veces ni un minuto para ti y cuando llega el domingo, que es el Día del Señor, tu Día, si es que nos late entramos al Templo donde tu estás, siempre esperando.... ¡y que larga es la media hora de la misa!. 

Estamos empezando los cuarenta días que nos llevarán a desembocar en la Semana de los mayores tormentos que se le pueden infligir a un ser humano, pero aún peor a un Dios que por amor acepta libre y voluntariamente todo eso y más, hasta la muerte. ¿Nos paramos, en nuestro loco correr, para pensar un pequeño instante en esto?
¡Cómo desearías que esto ocurriera, Señor!. 

Quizá nunca nos confesamos de este desamor, de esta gran indiferencia.... 

Como un acto de desagravio, a tanta frialdad y olvido, recordamos el Salmo 50:

"Misericordia, Señor, hemos pecado."
Por tu inmensa compasión y misericordia,
Señor, apiádate de mi y olvida mis ofensas.
Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo a lo que a tus ojos era malo.
Crea en mi, Señor, un corazón puro, un espíritu nuevo para cumplir tus mandamientos. No me arrojes, Señor, lejos de ti, ni retires de mi tu santo espíritu.
Devuélveme tu salvación, que regocija, y mantén en mi un alma generosa. Señor, abre mis labios y cantará mi boca tu alabanza.
Misericordia, Señor, hemos pecado"

Se que nos miras con ojos llenos de amor porque eres Padre y te damos un poco de pena al vernos tan vulnerables... pero ese gran amor nos dará la fuerza que necesitamos para tratar de ser cada día un poco mejores y pensar también un poco más en ti.

Es todo lo que nos pides... es todo lo que deseas.

Autor: Ma Esther De Ariño