"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 5 de febrero de 2014

Nadie es profeta en su tierra

Señor, ¿a quién iremos sino a ti? Tú solo tienes palabras de vida eterna.... 

Jesús nos ha advertido muchas veces que debemos ser personas de fe, y que la fe es la llave que abre todos los tesoros de su Corazón.

En el Evangelio nos va a decir lo mismo, pero de una manera del todo inesperada. Diríamos que lo va a hacer presentándonos un cuadro a contra luz.

Quiere llevar el mensaje de la salvación a un puesto muy querido --¡y tan querido, como es su pueblo de Nazaret!--, pero la incredulidad de sus paisanos va a cerrar todas las puertas a la generosidad de ese su Corazón, tan delicado y sensible.

Jesús llegó a Nazaret acompañado de sus discípulos. El carpintero de antes, el trabajador de los campos, el muchacho bueno y amigo de todos, viene ahora como una persona importante, pues su enseñanza, sus milagros, su fama por toda Palestina hacen de Él un personaje fuera de serie. Jesús, sin embargo, sigue tan humilde y sencillo como antes.

Al llegar el sábado se presenta en la sinagoga como lo había hecho siempre. Aunque ahora lo hace no para escuchar, sino para tomar la palabra y enseñar. Y lo hace tan bien, con tanta gracia y sabiduría, que todos se quedan pasmados.

Vienen entonces los comentarios obligados.
Para unos, este Jesús es algo extraordinario:
- ¿De dónde tanto conocimiento? ¡Pero, cómo domina la Escritura! Y esos milagros que dicen ha hecho en Cafarnaúm y en otras partes... Dios está seguramente con Él.

Otros, sin embargo, se escandalizan y siembran la cizaña entre el auditorio:
- Pero, ¿no es éste el carpintero, el hijo de María? ¿Y no están entre nosotros todos sus parientes? ¿Cómo le vamos a hacer caso?

Jesús se ve aquí como un signo de contradicción. Unos que sí, otros que no... Y con cara triste les asegura a sus paisanos:
- Un profeta no es despreciado sino en su patria, entre sus parientes y en su propia casa.

Así y todo, aún se dignó imponer la mano sobre algunos enfermos y curarlos, porque el corazón le traicionaba siempre. Pero también manifestó sus sentimientos íntimos:
- Me maravilla vuestra incredulidad. Quisiera haberos ayudado más, pero no puedo ante vuestra falta de fe...

Y no tuvo Jesús más remedio que asumir semejante fracaso y marcharse a predicar por los otros pueblos y aldeas.

Al leer este pasaje del Evangelio nos topamos con el problema de la incredulidad y del rechazo de Dios, que es un pecado tan frecuentemente denunciado en la Biblia.

Israel sintió siempre la tentación de volverse a los dioses de los paganos, dejando al Dios que los había sacado de Egipto. Rompían la alianza y se prostituían ante cualquier altar levantado en las colinas a los ídolos de los extranjeros. No escarmentaban con los castigos de Dios, castigos siempre amorosos para apartarlos de esos cultos idolátricos.

Ahora va a ser peor. Ahora rechazan a Dios que se les presenta en Jesucristo. A pesar de los milagros que hace, a pesar de su enseñanza tan bella, a pesar de todo, no creen en Jesús, se escandalizan de Él, y se lo echan bien lejos...

Todo esto, por sus apariencias humildes. Venían de decirse:
Que venga un Cristo fulgurante, y le haremos caso.
Que detenga el sol como Josué, y creeremos en Él.
Que eche bien lejos a los romanos, y lo aceptaremos.
Que someta las naciones de los gentiles a Israel, y entonces sabremos que es el Mesías, el que queremos y esperamos...

Esto pensaban y esto querían los dirigentes del pueblo.

Pero como Jesús no hacía nada de esto, y aseguraba que el Reino de Dios tan esperado era una cosa tan diferente, se vio rechazado como Mesías. Hasta que pudo decir Él mismo sobre la Jerusalén incrédula:
- ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que son enviados a ti! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajos las alas, y tú no has querido!...

Esta podría ser nuestra situación, como pueblos y como personas. Pero Dios no quiera que nos suceda algo semejante. Podremos tener nuestras debilidades, colectivas como personales, pero eso de rechazar a Jesucristo, ¡no!...

La fe en Jesucristo y en su Iglesia no la perderemos. A veces se nos presentarán con apariencias humildes y exigentes, cuando nos hablen de puntos de la Ley de Dios que el mundo rechaza. Nosotros, con la gracia de Dios, queremos permanecer fieles y seremos dóciles al Magisterio de nuestros Pastores, que vienen y nos enseñan como enviados del mismo Dios.

¡Señor Jesucristo! Aunque hoy te ves rechazado por muchos, nosotros te acogemos como el Enviado de Dios y como el Salvador. Nuestra respuesta será siempre la de Pedro: -Señor, ¿a quien iremos sino a ti? Tú solo tienes palabras de vida eterna.

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

martes, 4 de febrero de 2014

El trabajo humilde de Dios


Donde hay mucho ruido la acción de Dios no encuentra caminos para llegar a los corazones.


El mundo ama los aplausos, los reflectores, los ruidos, los niveles de audiencia. El mundo quiere victorias fáciles y deslumbrantes. El mundo ensalza humos vacíos.

El modo de trabajar de Dios es muy diferente. Escoge formas sencillas, humildes, cercanas, íntimas. Busca servidores abnegados y alegres, asequibles y cercanos, amantes del silencio fecundo.

Por eso donde hay mucho ruido la acción de Dios no encuentra caminos para llegar a los corazones. Su gracia llama, discretamente, a la puerta de los corazones, y luego espera.

Sorprende ese modo humilde de la acción divina. Tan humilde que nació en un pueblo de pobres y vivió entre los pobres. Tan humilde que dialogaba con los sabios sin deslumbrarles. Tan humilde que aceptó morir entre los malhechores. Tan humilde que sigue presente, en silencio, en miles de sagrarios.

En un mundo de mensajes y de "amigos", de fotos y de textos, de músicas y de aplausos, el trabajo humilde de Dios pasa, para muchos, desapercibido. Pero no para quien se deja tocar por su ternura y le permite entrar en la propia casa para cenar y hablar juntos (cf. Ap 3,20).

Un servicio ofrecido a unos hombres cansados y hambrientos, unas brasas y unos peces junto a la orilla (cf. Jn 21). Así de sencillo y así de cercano. El mismo servicio que millones de pecadores, en cualquier momento, podemos recibir al invocar el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, y el don del Pan que da la vida en la Eucaristía.


Autor: P. Fernando Pascual LC

lunes, 3 de febrero de 2014

María presenta a su Hijo


La fiesta de hoy debe recordarnos la decisión de cumplir la voluntad de Dios con Espíritu de humildad.

Hoy celebramos una fiesta muy hermosa: la purificación de María y la presentación del Niño en el templo. En esta fiesta se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión de Cristo. Ni María necesitaba ofrecerse al Padre, pues toda su vida no tenía otro sentido, otra finalidad distinta de la de hacer la voluntad de Dios. Ojalá aprendamos en este día estos dos aspectos tan bellos: la humildad y el sentido de la consagración, como ofrecimiento permanente a Dios ... Humildad que es actitud filial en manos de Dios, reconocimiento de nuestra pequeñez y miseria. Humildad que es mansedumbre en nuestras relaciones con el prójimo, que es servicialidad, que es desprendimiento propio.

María, como Cristo, quiso cumplir hasta la última tilde de la ley; por eso se acerca al templo para cumplir con todos las obligaciones que exigía la ley a la mujer que había dado a luz su primogénito.

Este misterio, como los demás de la vida de Cristo, entraña un significado salvífico y espiritual.

Desde los primeros siglos, la Iglesia ha enseñado que en el ofrecimiento de Cristo en el templo también estaba incluido el ofrecimiento de María. En esta fiesta de la purificación de María se confirma de nuevo su sí incondicional dado en la Anunciación: "fiat" y la aceptación del querer de Dios, así como la participación a la obra redentora de su hijo. Se puede, pues, afirmar que María ofreciendo al Hijo, se ofrece también a sí misma.

María hace este ofrecimiento con el mismo Espíritu de humildad con el que había prometido a Dios, desde el primer momento, cumplir su voluntad: "he aquí la esclava el Señor".

Aunque la Iglesia, al recoger este ejemplo de María, lo refiere fundamentalmente a la donación de las almas consagradas, sin embargo, tiene también su aplicación para todo cristiano. El cristiano es, por el bautismo, un consagrado, un ofrecido a Dios. "Sois linaje escogido, sacerdocio regio y nación santa" (1Pe 2, 9). Más aún, la presencia de Dios por la gracia nos convierte en templos de la Trinidad: pertenecemos a Dios.

La festividad debe recordarnos la decisión de cumplir la voluntad de Dios con Espíritu de humildad: somos creaturas de Dios y nuestra santificación depende de la perfección con que cumplamos su santa voluntad. (Cfr 1Ts 4, 3).

Conforme al mandato de la ley y a la narración del evangelio, pasados cuarenta días del nacimiento de Jesús, el Señor es presentado en el templo por sus padres. Están presentes en el templo una virgen y una madre, pero no de cualquier criatura, sino de Dios. Se presenta a un niño, lo establecido por la ley, pero no para purificarlo de una culpa, sino para anunciar abiertamente el misterio.

Todos los fieles saben que la madre del Redentor desde su nacimiento no había contraído mancha alguna por la que debiera de purificarse. No había concebido de modo carnal, sino de forma virginal....

El evangelista, al narrarnos el hecho, presenta a la Virgen como Madre obediente a la ley. Era comprensible y no nos debe de maravillar que la madre observara la ley, porque su hijo había venido no para abolir la ley, sino darle cumplimiento. Ella sabía muy bien cómo lo había engendrado y cómo lo había dado a luz y quien era el que lo había engendrado. Pero, observando la ley común, esperó el día de la purificación y así ocultó la dignidad del hijo.


¿Quién crees, oh Madre, que pueda describir tu particular sujeción? ¿Quién podrá describir tus sentimientos? Por una parte, contemplas a un niño pequeño que tu has engendrado y por otra descubres la inmensidad de Dios. Por una parte, contemplamos una criatura, por otra al Creador. (Ambrosio Autperto, siglo VIII, homilía en la purificación de Santa María).


¡Oh tú, Virgen María, que has subido al cielo y has entrado en lo más profundo del templo divino! Dígnate bendecir, oh Madre de Dios, toda la tierra. Concédenos, por tu intercesión un tiempo que sea saludable y pacífico y tranquilidad a tu Iglesia; concédenos pureza y firmeza en la fe; aparta a nuestros enemigos y protege a todo el pueblo cristiano. Amén. (Teodoro Estudita, siglo VIII)



Meditación del Papa Juan Pablo II Presentación de Jesús en el Templo Audiencia General del miércoles 20 de junio de de 1990

domingo, 2 de febrero de 2014

¿Me permite usted cargar su Niño un momento?

Una plática con la Virgen María ahora que viene la fiesta de la Candelaria, la presentación de Jesús en el Templo. ¿Qué sentiría María ese día?

El bullicio que rodea la Navidad ha cesado, se han desarmado y guardado, prolijamente, coloridos arbolitos y pintorescos pesebres... Esperando, quizás, que en la próxima Navidad "las cosas mejoren", como si el mero paso del tiempo fuese garantía de mejoría...

- La Noche Buena ¿se fue así de rápido de tu corazón, María Santísima?

Jamás se fue, amiga mía, al contrario... quedaron grabados en mi alma todos los perfumes, los sonidos, cada respiración de mi pequeño, los húmedos ojos de José al tomarle en sus brazos, los destellos de luz que las estrellas me regalaban...

- ¿Las estrellas, Señora?

Podría verlas desde donde estaba dando a luz... resplandecían, amiga, resplandecían... esa noche, ese cielo, volvían a mi alma cada vez que el dolor, implacable, me recordaba que los caminos de la salvación tienen mas espinas que rosas...

- ¿Cuándo fue que la recordaste por primera vez? Digo, como aferrándote, como buscando respuestas...

Pues... al poco tiempo de nacer Jesús, precisamente a los cuarenta días, cuando debimos realizar la presentación en el Templo.

- Cuéntame, Señora, cuéntame...

No, mejor acompáñame, el alma tiene ciertos secretos que las palabras aún no han aprendido a expresar...

Y nos fuimos juntas a Belén...

El pequeño Jesús había aumentado más de un Kg. de peso desde su nacimiento, se veía rozagante, hermoso, con tranquilo sueño y acompasada respiración...

Belén dista unos 20 kilómetros de Jerusalén, salimos antes de que amaneciera, para llegar al primer destino pasado el mediodía ... El trayecto fue bastante tranquilo, los padres estaban felices por la ceremonia que iban a protagonizar... recordé el día del bautismo de mis hijos, sí, sé lo que sentía tu corazón, Madre querida...

Jerusalén se dibujó en el horizonte, llegamos a la casa de unos parientes de José, donde la Sagrada Familia descansó un poco de tan arduo trayecto, y se vistieron con la indumentaria apropiada para presentarse en el Templo...

Caminamos entre la gente, ellos eran unos más entre la multitud, nada los diferenciaba, María no hacía ningún gesto que hiciese pensar a las gentes que cargaba en sus brazos al Mesías...

¡Qué obediencia de amor! ¡Qué increíble silencio!... subimos las escalinatas del Templo, todo hacía pensar que se trataría de una ceremonia más, de un recién nacido más... pues varios niños sería presentados ese día... mas, Simeón estaba allí, había salido del recinto, tenía la mirada... iluminada... como si el viejo anuncio del Espíritu de que no moriría sin ver la salvación de Israel, acabara de hacerse... bueno, en realidad, ese es uno de los detalles de ese tipo de anuncios, a quienes el tiempo no afecta ni en su frescura, ni en su nitidez, ni en la impresión que deja en el alma que lo recibe...

José y María habían subido el último de los escalones, cuando fueron vistos por el anciano...

Se acercó lentamente a los padres, como quien emprende su último y mas importante trayecto... sus ojos estaban llenos de lágrimas... la pareja entró al recinto, el hombre los seguía...¡cuantas cosas pasaban en ese instante por su mente y por su corazón!, tantos años de espera... el anciano había imaginado este momento de mil maneras, ver llegar a los padres en fastuosos carruajes, o con custodias quizás, los imaginó vestidos de las mas diversas maneras, había pensado que les reconocería por los signos exteriores que el mundo valora....nada de eso había ocurrido, el Mesías había llegado ante él en brazos de una mamá-niña-virgen que le sostenía con seguridad, una mamita de rostro sencillo y mirada de luz, una mamita de ropas humildes y manos como pimpollos de rosa... ¡y el padre!, no era ni un rey, ni un noble, ni un rico hombre, ni un profeta, ni nada que sobresaliese... era un simple trabajador, sus manos callosas certificaban que el Mesías sería alimentado con el sudor de su frente... nada espectacular, nada ostentoso rodeaba a ese pequeño por cuya visión él se mantenía con vida, sin embargo, había algo que no podía explicar, el sol brillaba de una manera especial ese día, un extraño perfume inundaba el aire, era de esos días en los que uno siente que todo está perfecto y en su sitio, esos instantes que no deberían transcurrir.... Sí, Simeón ya no tenía dudas, se acercó a la pareja, les saludó con reverencia y dijo a María...

- ¿Me permite usted cargar su niño un momento, Señora?

- Pues ... claro- y María no entendía porque ese anciano le había pedido a su pequeño... quizás, le recordase sus hijos o sus nietos....

El anciano tomó al pequeño, le besó varias veces en la frente, le miró como extasiado, mientras las lagrimas no cesaban de brotar de los cansados ojos...., luego, con todas las fuerzas de su voz y con todo el amor que había en su alma, levantando el niño con exquisito cuidado dijo a toda la humanidad:

- Ahora, Señor, puedes dejar que tu siervo muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: Luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo, Israel...

El hombre apretó por última vez al niño contra su pecho y lo devolvió a su madre, quien, junto con su esposo, estaba admirada por lo que el anciano decía...

Simeón bendijo al santo matrimonio, fue la última bendición que hizo en su vida y fue hecha desde lo más profundo del alma. Y a la madre le dijo:

- Este niño será causa de caída y elevación para muchos en Israel, y a ti misma, una espada te atravesará el corazón, así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos...

El anciano miró a María un momento a los ojos con infinita ternura, hizo luego una reverencia y partió para siempre...

José tenía los ojos enrojecidos, María, que guardaba todas estas cosas en su corazón, le tomó la mano fuerte, muy fuerte, pues eran demasiados acontecimientos juntos... Te miré, María, pues no entendía la reacción de José... me dijiste serenamente:

En este instante, tal como me lo explicaría él mismo después, mi esposo comprendió que no serían muchos los años en que estaría con nosotros, sobre todo, que en el momento de la realización de la misión de Jesús en este mundo, yo no le tendría a mi lado, que grandes dolores debería soportar mi corazón y estaría sola... para José, Simeón significó al anuncio de su propia y cercana muerte, pero, con la misma disposición de ánimo que aceptaba todas las cosas de su vida, aceptó este anuncio, su dolor no era por él sino por nosotros, por dejarnos... ahora sé, con absoluta certeza, de que nunca nos dejó, de que estuvo conmigo en cada alegría y en cada dolor, que fue su amor el que me sostuvo de pie al lado de la cruz... ero aún falta para eso, aún debe entrar Ana, la profetisa...

Callé, María tenía razón, debía conocer los acontecimientos de a uno, para darle a todos su justa dimensión...

Ana entró al Templo como cada día desde hacía más de sesenta años, conocía cada centímetro del lugar como la palma de su mano...

José y María aún estaban esperando su turno para la presentación, hablando entre ellos de lo sucedido con Simeón...

- Bendito sea este día y bendito seas, Oh Señor, que te has dignado mostrarme la salvación del mundo...

María giró la cabeza y se encontró con una mujer anciana, encorvada por el paso de los años, pero con una mirada serena y dulce...

- Mujer, que tienes en tus brazos a quien tanto hemos esperado, te agradezco en nombre de la humanidad doliente, tu entrega generosa...

Señora yo...

- Calla, niña, como has callado hasta ahora, que tu silencio será, para la historia, camino de salvación, ejemplo de entrega generosa, luz en la oscuridad

- Pero, ¿Quién es usted?- intervino José, a quien las palabras de de la mujer no hacían mas que confirmar su partida antes de la misión del hijo adoptivo.

- Mi nombre es Ana, hija de Fanel, de la familia de Aser....Joven era yo cuando el Señor me dio un buen esposo, al que acompañé por siete años hasta que la muerte se nos interpuso... desde entonces, y ya tengo ochenta y cuatro años, no he hecho mas que servir a Dios día y noche, con ayunos y oraciones, sin apartarme del Templo...Hoy sentí que debía venir mas temprano que de costumbre. Apenas salí de mi casa vi a mi buen amigo Simeón que caminaba rumbo a las montañas... me extrañó sobremanera. Al acercarme noté en él la mirada mas serena, iluminada y radiante que jamás tuvo... me dijo que era ese su ultimo viaje:"¿Sabes Ana?... El Señor jamás defrauda a los que en él depositan sus mejores sueños.... Y yo siempre soñé ver con mis propios ojos la salvación del mundo... ha llegado Ana... por fin... ve a verlo", y partió feliz... feliz...

- ¿Cómo supo usted?- José era un estricto custodio del secreto.

- ¿Conoces esa voz interior que proviene de lo alto y, al mismo tiempo, de las profundidades del alma?

- Por cierto, la conozco- José sentía que podía confiar en Ana

- Pues la misma voz me acercó a ustedes...Ahora hablaré de este niño a todos los que esperan la redención de Jerusalén....

Los papás participaron de la ceremonia tal como lo ordena la ley. La cotidianeidad del Templo se vería alterada desde ahora por la ausencia de Simeón y los anuncios de Ana...

A la mañana siguiente caminamos lentamente rumbo a Nazaret, María guardaba todos los acontecimientos y los meditaba en su corazón, la identidad de Jesús había salido ya de la intimidad de sus padres, aunque por treinta y tres años su madre guardaría el secreto de su concepción, la palabra Mesías había comenzado a pronunciarse con renovadas fuerzas en Jerusalén y en Belén ¿Qué hacer?¿Como sigue esta historia ahora, Señora mía?

Pues, sencillamente, volvimos a casa y el niño crecía fuerte y sano, José trabajaba en su taller y teníamos lo suficiente para vivir... Muchas veces pensaba en los acontecimientos pasados, en cuales serian los tiempos de callar y los tiempos de hablar... pero una sola certeza guiaba mi corazón... la certeza de que Dios no nos dejaría tomar rumbos equivocados, que Él nos mostraría, de manera evidente, los caminos a seguir. La rutina contrastaba con la magnificencia de los anuncios del ángel y de Simeón, pero estaba allí con el propósito de ayudarme y enseñarme a modelar y dominar mi voluntad, ayudarme a darle el justo valor a las pequeñas cosas, para que comprendiese que la vida de un ser humano se construye desde las pequeñas cosas de la familia, como ladrillos que van formando una pared... Tu me habías preguntado cuando recordé la Noche buena por vez primera, y te he respondido desde el alma.... así como esa bendita noche ha sido para mí un faro en la oscuridad, debe serlo también para ti, amiga, guarda ordenadamente las luces del arbolito, pero deja que la luz de la nochebuena te ilumine el camino cada vez que sientas que la soledad te agobia o que los caminos se desdibujan y no sabes por donde se sigue...

Volvimos a casa, a la realidad de mi vida, tu te fuiste a ayudar a las señoras de la parroquia que confeccionaban los adornos para celebrar la Fiesta de la Candelaria, yo volví a los míos habiendo aprendido algo mas de tu vida, algo mas de ti, Señora mía...



NOTA:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."

Autor: María Susana Ratero

miércoles, 29 de enero de 2014

No quieras matar a Dios

Hay quienes se alejan de Dios por contradicciones de la vida a las que no saben sobreponerse

 ¿Quieren saber ustedes cómo se portan algunos hombres con Dios?... Se lo voy a responder después de narrarles un cuento algo divertido de hace ya muchos siglos..

El cuento nos dice que un guerrero de la antigüedad pagana, adorador del Sol como su dios, se subió a una alta montaña durante la noche callada, sin más testigo que las estrellas. El general había sido vencido en la batalla, pudo escapar de la muerte por las justas, y ahora ascendía a la altura para vengarse de su dios el Sol. Iba vestido de militar y con todas las armas dispuestas para el ataque. A los campesinos de la comarca les había advertido:

Mañana no se levanten ni salgan a trabajar, porque no van a tener luz y va a hacer mucho frío.

Los labradores le preguntaban ansiosos:

¿Por qué? Pues, ¿qué va a ocurrir?

Y el general se lo explicaba claro:

Porque yo le voy a prohibir al Sol que se alce sobre el horizonte. Si lo hace, se va a acordar. Vale más que no lo intente. Mis saetas son poderosas para llegar hasta él y clavarse en su corazón.

Los campesinos, que no habían ido a la escuela, pero que no eran tontos, se apostaron al pie de la montaña para observar. Todos se reían, pero algunos tenían miedo, porque la venganza del general, al sentir un nuevo fracaso --ahora en su lucha con el dios Sol, al que ellos también adoraban-- podría volverse contra el pueblo y, al no haber podido contra su dios, se volvería contra ellos y los mataría a filo de espada. Pasaron todos la noche al raso: el guerrero en la cima; los demás, ocultos a prudente distancia, observando todos los movimientos de aquel loco.

Eran ya las cinco de la mañana y empezaba a verse en la lejanía del Oriente la primera luz. El general, se dispone para la lucha con todos sus arreos militares. Con la mano izquierda sostiene el arco, tiene en la derecha la saeta más larga y más aguda, y la aljaba está llena con buena provisión de flechas. Cuando ya la luz aumentaba demasiado y se adivinaba la presencia del Sol, comienza a gritar con voz imperiosa:

¡Sol, detente! ¡No te presentes más aquí! Como te asomes, te clavo la primera saeta en la frente. Si avanzas, las demás saetas se te van a clavar en el corazón.

Los campesinos, escondidos, seguían riendo y temiendo a la vez.

¡A ver, a ver en qué para todo esto!...

El sol, sin hacer ningún caso al general, empezó a alzar la cabeza. La primera flecha del guerrero subió alta, muy alta, pero el Sol seguía sin hacer ningún caso y continuó ascendiendo cada vez más, mientras el guerrero enloquecido gritaba como un energúmeno:

¡Detente, que, si no, las últimas te las clavo en el corazón!...

Agotadas todas las flechas de la aljaba, y sin que el Sol se hubiera doblegado, el general, despechado, saca el puñal y se lo clava en su propio pecho, ya que no ha podido clavar sus flechas en el de su dios. Pero antes, se despide de todo lanzando el último rugido contra su enemigo el dios Sol.
¡Has vencido! Eres un dios y yo no puedo contra ti. De lo contrario, ahora estarías muerto sin remedio...

Los campesinos, que habían visto y oído todo, se acercaron tranquilos al lugar donde yacía el cadáver. Ya no podía el general vengarse en ellos, los adoradores del Sol. Ni quisieron enterrar al loco aquel, y se decían:

No vale la pena. Como hay en la región muchos cuervos, les regalamos el muerto para que celebren un banquete bien contentos...


Debo decirles a ustedes que, cuando leí este cuento --un poco largo, pero he preferido narrarlo entero-- vi en él retratados a perfección a los que se enfrentan de mil maneras con Dios. Y me pregunté:

¿Qué hacemos los creyentes? ¿Reírnos? ¿Temer su venganza? ¿Despreciarlos?...

Nosotros pensamos que es mejor compadecerlos, y hacer algo por que usen la sensatez para que se salven, antes de que se suiciden y se pierdan sin remedio, ya que el suicidio del alma es mil veces peor que el ejecutado con una pistola...

En el general del cuento, radicaba todo en que no le salieron bien las cosas durante una batalla, y la culpa se la echaba a su dios el Sol. Entre nosotros, hay quienes se alejan de Dios por contradicciones de la vida a las que no saben sobreponerse, y achacan la responsabilidad a Dios. Y si Dios no me ayuda --se dicen--, ¿Dios para qué?...
Es más frecuente el desinterés de Dios, el de aquellos que se dicen:

Si no necesito a Dios, ¿por qué ha de haber encima de mí un Dios que me manda, que me vigila, que me estorba?...

Nosotros, creyentes sinceros por la gracia de Dios, preferimos vivir y morir pendientes de su mano divina, y le decimos:

¡Señor, Tú eres el sol que nos alumbras el camino! Que nunca nos falte tu luz...
¡Señor, Tú nos quieres tanto! Que vivamos siempre pendientes de tu Providencia amorosa...
¡Señor, Tú eres el Padre que nos esperas a tu lado! Que alcancemos la felicidad en que soñamos...
Y a los que no creen en ti y te dejan de lado, a los que te creen enemigo suyo, muéstrales la salvación que les mandaste con tu Hijo Jesús
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.


martes, 28 de enero de 2014

NO SE PUEDE OBLIGAR A NADIE A SER MADRE


Autor: Pablo Cabellos Llorente

        Como todo el mundo sabe, el título de este artículo se debe a la sesera del señor Presidente de Extremadura. Seguramente se rasgaron los cielos al oírla, tal vez tembló la tierra o incluso los filósofos de la Grecia clásica salieron de sus tumbas al grito de ¡"Eureka"! ¡Se descubrió! ¡Por fin! Ha condensado en una frase toda su sabiduría porque la ha repetido el Presidente y su vocera. Pues mire, estoy de acuerdo: no se puede obligar a nadie a ser madre, ni por el método natural de yacer con varón ni por fecundación in vitro,  ese método por el que se fabrica un niño en lugar de engendrarlo. Y de paso -sin pensar en el desecho de los embriones sobrantes-, se hace una tarea de alto nivel..., de euros, claro. En Valencia tenemos una de esas factorías, que ciertos  ingenuos o ignorantes consideran como bandera de esta Comunitat.

        Pero, claro, como usted lo decía en el contexto de la ley del aborto que tramita su partido, se debe referir a la ya embarazada. Pues ahí empieza el disparate primero: ya es madre si está embarazada. Su frase redonda se acabó. O tal vez se refería a que no se obligue a emparejarse  quien no  desee la maternidad. Porque, insisto, la otra ya es madre. Entonces hay que pensar que usted quiere el aborto libre, lo que le transforma en un elemento peor que Bernard Nathanson en sus malos tiempos, porque no sé si usted está informado de que este médico ultra-abortista se convirtió y cantó la Traviata.

        Supongo que usted -a lo que se ve, especialista en la materia- conoce otros métodos más baratos para uso de las que no quieren ser madres. El más elemental es no separar sexo de maternidad. Sí, ya sé que suena a cavernícola, pero la caverna es para la los verdugos; la que no quiera ser madre que se olvide del sexo hasta que pretenda serlo. Luego, aunque yo no lo voy a aconsejar, están los diversos medios anticonceptivos -ya lo de anti suena mal-, que salen más baratos al erario público, son indoloros y menos bestias, que diría Gila.

        Sigue asombrando que, tras la sesuda frase,  ha pedido consenso. ¿De qué? ¿Con quién? ¿No se da cuenta de que lo ha dado ya todo? Tendrá que consensuar con su propio partido, porque al resto ya les ha concedido más de lo que podían soñar en una noche de difuntos. A usted no se le da eso de ser Presidente. Tiene vocación de enterrador. A lo mejor, si se arrepiente, puede ingresar en la orden de los Hermanos Fosores que se dedican a la obra de misericordia de enterrar a los muertos, no a producirlos. Ahora que, gracias a Dios, no existe en España la pena capital, usted quiere otorgarla a las que no quieran ser madres, sin distinción alguna y olvidando -sé que me repito- que ya lo son.

        Un Presidente con esa clase de feminismo casposo (y, mire, que me gusta poco esa palabra) seguramente no ha pensado en las tragedias que se ocultan -no se hacen estadísticas- en las madres que dejaron de serlo violentamente, tal vez engañadas por sujetos sin escrúpulos. Estudie, estudie los inventarios explicativos sobre qué ha sido de las madres que se dejaron voluntariamente a sus hijos en el camino.

   En Extremadura, y bien que me duele, no es muy alto el rendimiento escolar ni están en los primeros puestos de calidad educativa. Usted ¿ha hecho muchas sugerencias a la recién aprobada Ley de Educación de modo que mejore esa calidad y llegue a todos los extremeños? Ese pueblo se lo merece. Lo que no merece es el tipo de gobernantes que está teniendo. Lo digo desde el punto de vista ético, porque preocuparse tan encendidamente del aborto supondría al menos el mismo ardor para plantear y resolver cuestiones  más necesarias.

    Supongo que usted conoce la Ley 6/2013 sobre los mil cuidados que merecen los animales utilizados para la investigación. Allí se lee que desde la ley anterior se ha evolucionado en los métodos y conocimientos científicos sobre los factores que influyen en el bienestar de los animales y su capacidad de sentir y expresar dolor, sufrimiento, angustia y daño duradero. Una directiva de la UE manifiesta la necesidad de preservar el bienestar de los animales sometidos a procedimientos científicos elevando los niveles mínimos de protección de los mismos, de acuerdo con el progreso técnico y científico mas reciente. Están mejor cuidados que el humano concebido.


    Otra "pequeña" cuestión: nadie pregunta al hijo si quiere serlo de la que ya es su madre, se pongan como se pongan ellas y usted, Presidente. ¡Pobre! ¡No tiene voz! Ni se la presta su madre ni el Gobernante de su Comunidad. A propósito de la Comunidad: ¿Este es su problema más grave? Si lo es, ¿por qué apoyó a su partido que llevaba esa reforma en el programa? ¿Cuántos parados hay en Extremadura? Por ética, debería dimitir, Presidente. No se quede ahí para ampliar el espectro de la muerte.

Hablar con Dios es orar

En la búsqueda y la necesidad de encontrar a Dios, la oración es el medio propicio para ello.

El mundo nos empuja. Aturdidos corremos sin parar. Empieza el día y la angustia de las prisas nos consume y cuando termina el día una fatiga especial se incrusta en nuestro ser y ya no damos para más. Pero el hombre tiene algo más que hacer.

Está comprobado que el ser humano tiene tanta necesidad y urgencia de alimento espiritual como corporal.

De ahí la razón imprescindible de buscar algo que no nos haga caminar o correr con los ojos puestos en la tierra, en lo material y encontremos unos momentos( que es muy poco) para dedicárselos a Dios por medio de la oración. Decía Santa Teresita del Niño Jesús en una simple respuesta de lo que es la oración: "La oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría".

¿Y por qué los hombres y mujeres ya no rezan?. Los jóvenes porque piensan que es un algo "pasado de moda", los adultos porque, como acabamos de decir, no tenemos tiempo, corremos demasiado y los más viejos porque se les ha enfriado el corazón y, aquejados de malestares propios de su edad, solo se miran a sí mismos y no tienen mas que ese afán.

"Como un acto de amor y adoración hacia aquel del que proviene la maravilla que es la vida. De hecho, la plegaria representa el esfuerzo del hombre para comunicarse con un ser invisible, creador de cuanto existe, suprema sabiduría, fuerza y belleza, Padre y Salvador de cada uno de nosotros."

"Los simples sienten a Dios con tanta naturalidad como el calor del sol o el perfume de una flor. Empero ese Dios, tan abordable para aquel que sabe amar, se oculta a quién no sabe sino comprender."

"El cristianismo puso a Dios al alcance del hombre. Le dio un rostro. Se convirtió en nuestro Padre, nuestro Hermano, nuestro Salvador. Al trasformarse en hábito la plegaria comienza a actuar sobre el carácter. El contacto con Dios impregna paz."

Muchos otros conceptos valiosos encontramos en el escrito de este autor de "El poder de la plegaria".

La oración o plegaria no tiene que ser complicada. Ha de ser sencilla y natural. Ha de brotar del corazón. En la búsqueda y la necesidad de encontrar a Dios, la oración es el medio propicio para ello.

Dios busca al hombre, lo llama y en la plegaria está la respuesta del hombre a Dios. Sea corta o larga, sencilla o elevada, la plegaria debe ser algo parecido a la conversación de un niño con su padre.

También las fórmulas recitadas muchas veces maquinalmente son, de alguna manera, una plegaria.

Si tenemos tiempo para tantas cosas ¿cuál es la razón para no tener tiempo para Dios? Tal vez sea porque en el subconsciente existe un miedo de entablar una relación con El, porque esa relación nos compromete a un cambio en nuestro cómodo estilo de vida.

"Piensa en Dios más a menudo de lo que respiras", decía el filósofo griego Epicteto. Si no tenemos costumbre de orar, empecemos HOY.

Autor: María Esther de Ariño

lunes, 27 de enero de 2014

Aquí traigo la cura para curar cualquier enfermedad!

El hombre no sólo es un cuerpo sano o enfermo. El hombre también es alma, espíritu. 

- ¡Ya llegó! ¡Aquí traigo la cura para curar cualquier enfermedad! Para todo tengo remedio: para ardor de estómago, dolor de rodillas, malestar de cabeza... ¡Vengan por el remedio que han estado esperando!
Gritaba el brujo del Imperio, subido sobre un amplio tronco, poblado de retoños verdes, desde donde la multitud podía verle con facilidad.

Una horda de aldeanos se apiñaba a su alrededor. El vasallo, que paseaba por allí, permaneció observando la escena, por un breve espacio de tiempo.
- ¡Pidan lo que necesiten! ¿Qué enfermedad les achaca? ¡Pidan, pidan!

Una mujer alzó la voz:
- Tengo dos años con un dolor de huesos espantoso. No hay día que no me duelan. Nada me ha podido curar...
- ¡Señora! -exclamó el brujo- Aquí traigo lo que usted necesita. Tome. Hierva estas hojas y tómese dos tazas cada hora. Verá: en tres días, adiós dolores...

La gente permanecía sorprendida. Otra voz sonó:
- Llevo treinta días sin dormir. Cuando trato de cerrar los ojos, un ardor de estómago me hace pasar la noche en vela. Tengo hijos que mantener y en el trabajo no rindo, porque llego muy cansado...
- Pero, caballero... ¡Por qué no acudió conmigo antes! Lo que usted necesita es un masaje diario con este aceite de flor silvestre. Únteselo antes de acostarse y verá que en cinco escasos días dormirá más profundo que una piedra.

Parecía que el brujo tenía cura para todo y para todos, pues cientos de manos se alzaban y, en cuestión de minutos quedaban saciadas. El vasallo sintió deseos de acercarse también, para pedirle a aquel hombrecillo feo y encorvado algún remedio para su dolor de pies.

Y así, de entre la gente aglutinada alrededor del brujo, cuando éste seguía con sus entregas de mercancía, un joven apuesto alzó la mano. Elevando la voz, dijo:
- Si eres capaz de curarlo todo, dame algo para este mal que traigo...

El brujo fijó sus ojos en el joven y los aldeanos guardaron silencio.
- ¿Qué cosa te duele? - preguntó el brujo y el joven contestó:
- El alma.
- ¿El alma? Pero, jovencito, si yo no puedo curar esas cosas...
- Entonces - agregó el joven -, ¿por qué pregonas que eres capaz de curarlo todo cuando no tienes remedio para sanar lo más importante?

Y tan grande fue el enfado de aquel joven, que a punto estuvo de derribar de un puñetazo el cajón y los frascos que el viejo brujo exhibía. Una mano se lo impidió. Una mano suave que se posó sobre su hombro.
- ¿Te duele el alma?
Una chica de mirada pura y apacible posó su mano sobre el joven, que, al verla, respondió ruborizado:
- Sí. Llevo muchos años así y no he podido encontrar quién me cure.

Los aldeanos se quedaron sin habla y sin respirar. El brujo fruncía el ceño, en signo de disconformidad. Aquel chico le había dejado muy mal delante de la gente.

La chica le miró a los ojos.
- ¿Sufres soledad, no es así?
Y como el joven asintiera con la cabeza, ella afirmó:
- Lo que necesitas es orar.
El brujo se burló.
- Y ¿qué es orar? -preguntó el joven.
- Es saber que Alguien te escucha y te comprende. Es dialogar con Alguien a quien le interesas más que cualquier otra cosa. Es sentirte querido.

Y el joven, con el rostro iluminado y una leve sonrisa trazada sobre los labios, exclamaba:
- ¡Eso es justamente lo que anduve buscando durante años: que alguien me hiciese caso y se preocupara por mi!

El joven se alejó pegando brincos sobre su propia sombra, mientras que el brujo, delante de la atenta mirada de la multitud, recogía su tinglado para desaparecer de allí.



El hombre no sólo es un cuerpo sano o enfermo. El hombre también es alma, espíritu. Hay dolores que ni la medicina ni las terapias, ni los exhaustos tratamientos pueden aniquilar. Dolores del alma, que conocemos con el nombre de soledad o tristeza. Orar, orar mucho. No hay cura más fiable que la oración.


domingo, 26 de enero de 2014

El Papa Francisco y la corrupción

Autora: Carolina Crespo Fernández

El Papa Francisco ha destinado unas de sus más duras palabras a los corruptos. Hoy, en los medios de comunicación social, el tema reiterativo es el de la corrupción; instituciones, políticos, personas corruptas que han perdido su razón de ser, servir a la sociedad, para servirse a ellos mismos. Los corruptos nunca se cuestionan a sí mismos, se creen autosuficientes, se sienten orgullosos de sus habilidades y su lema es "tonto el que no roba". El corrupto ha vendido su dignidad a cambio de actitudes tramposas y deshonestas, que consiguen aumentar su autoestima hasta el punto de que se creen poseedores de una "virtud". Eso sí, le tienen miedo a la verdad, a la luz, porque sus almas han adquirido características propias de reptiles que se arrastran. "Las luces del cuerpo son los ojos. Por eso, si ves con claridad, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Pero si te faltan los ojos o si ellos están nublados, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Si, pues, la luz que hay en ti es tiniebla, ¡cuán grandes serán las tinieblas!".

Son muchas las instituciones que atraviesan una "corrupción moral"; esta corrupción es fruto de la corrupción individual, del corazón humano. "Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón". El corazón de los corruptos está esclavizado por la avaricia aunque se sientan libres y autosuficientes. Perciben su condición como natural, de ahí que ni siquiera tengan remordimiento, ya que tienen anestesiada su conciencia.
El corrupto procura mantener siempre la apariencia ("sepulcros blanqueados"), se muestra exquisito en sus modales para esconder sus malas costumbres. Trata siempre de justificarse al compararse con las personas con "unidad de vida", a las que consideran idiotas y anticuadas. Corrupción y desfachatez van siempre de la mano. Es tal la degeneración metafísica del corrupto que construye una falsa identidad que le hace sentirse triunfalista, que no triunfador, "Pecadores, sí; corruptos, no", S.S. Francisco.

Cree, ama y espera

Nuestra relación con Dios, la forma en la que lo amamos, vivimos la fé y depositamos nuestra esperanza en El. 


Una casa se incendió una noche. Los padres y los hijos corrieron afuera. Sin embargo, un niño de cinco años, escapó a sus padres y quedó atrapado en el segundo piso. El padre vio al niño en la ventana rodeado de humo. Le gritó, ¡Salta, yo te recibiré en mis brazos! Pero el niño gritó, Papi, no puedo verte. El padre respondió, No importa, yo sí te puedo ver a ti. ¡Salta!

Dios nos ve, aunque nosotros no lo veamos, pero tenemos que confiar en Él, pues es nuestro Padre. El cristiano ha recibido el don inmenso de poder decir a Dios: Padre nuestro. ¿Qué podrá negar a los hijos que piden, habiéndoles antes otorgado el que fuesen hijos? (San Agustín).

Las virtudes teologales de fe, esperanza y amor, van muy unidas, tanto que casi son la misma cosa pero expresada de diferente manera según el quién y el para qué. La Escritura nos ha desvelado la relación entre la falta de amor e increencia:
El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1Jn 4,16). Estas palabras expresan con claridad el corazón de la fe cristiana. 

¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? (St 2,14-18). Sólo el amor efectivo en la vida de los creyentes manifestará creíblemente al mundo su fe, dará testimonio efectivo de que conocen a Dios y de que han creído en su amor. La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento sometido a un constante vaivén de dudas. 

Ambas cosas unidas garantizan nuestra Esperanza, una esperanza que no defrauda, porque la esperanza del cielo tanto alcanza cuanto espera como poéticamente canta san Juan de la Cruz. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino" (Benedicto XVI). La fe, por lo tanto, tiene que estar encarnada en el aquí, en nuestra historia. Esta fe nos impulsa a discernir las llamadas de Dios en los signos de los tiempos y a dar testimonio de aquello que creemos y esperamos.

El amor verdadero espera en Dios y en el otro; el que espera encuentra siempre nuevos caminos, nos ayuda a dar el salto en medio de la noche. Dios se revela en la historia como el Dios de la esperanza (Rm 15,13), porque hay muchas señales de esperanza en medio de toda clase de dificultades. Junto con esta experiencia está la del Dios liberador, que se preocupa de los seres humanos y busca liberarlos, suscitando anhelos de salvación liberadora en nuestros pueblos. Cuando en una sociedad muere la esperanza, la vida de las personas no tiene sentido; falta empuje y entusiasmo, todo va perdiendo fuerza y calor. 

No son pocos los que, aun llamándose cristianos, viven extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2,12). Una sociedad desesperanzada carece de metas, es pasiva y vive en busca de la seguridad.

La confianza en Dios y en su fidelidad, la fe en sus promesas son las que garantizan la realidad de este futuro (Hb 11,1) y permiten por lo menos entrever sus maravillas. Las promesas de Dios revelaron poco a poco a su pueblo el esplendor de este porvenir, que no será una realidad de este mundo, sino una patria mejor, es decir, celestial (Hb 11,16): la vida eterna, en la que el hombre será semejante a Dios.

Cristo es nuestra esperanza (1Tm 1,1), el que esperó y vivió la tensión de la esperanza. Desde tal esperanza aprendemos a creer en Dios y descubrir el sentido de las cosas. Toda la fuerza de nuestra esperanza se basa en su vuelta (Hch 1,11). Nuestra esperanza se funda en la resurrección de Jesucristo. Esperar contra toda esperanza nace del resucitado por Dios. 

Él ha sido el primer resucitado de entre los muertos (Col 1,18). La resurrección de Jesús es garantía de la nuestra. Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza (1Co 6,14). El Dios Amor (1Jn 4,8) es para el cristiano el Dios de la espe¬ranza (Rm 15,13). Dios se ha manifestado a favor nuestro, por lo que hay motivos para tener con¬fianza, una esperanza mejor (Hb 7,19). Cuando esperamos contra toda esperanza somos testigos de lo gratuito. 

Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1). La esperanza cristiana no es pasiva, es pasión por lo nuevo y camino eficaz del futuro. Éste se proyecta confiado en Dios, pero con la colaboración de todos los humanos. 

La esperanza de la Iglesia es gozosa (Rm 12,12), incluso en el sufrimiento (1P 4,13), pues la gloria que se espera es tan grande (2Co 4,17) que repercute ya en el presente (1P 1,8s). Esta esperanza engendra sobriedad (1Ts 5,8) y conversión (Tt 2,12). A los discípulos desesperanzados y temerosos Jesús les repetía: No se turbe vuestro corazón (Jn 14,1), porque volveré y os alegraréis (Jn 16,22). 

La tenacidad en la fe, en el amor y esperanza nos ayuda a mantenernos firmes, con un espíritu cristiano, en los momentos de prueba, pues la tribulación produce la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada esperanza (St 1,2-3). La esperanza es gozosa, paciente y confiada. Gozosa por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera. La alegría y la paciencia son hijas de la esperanza y son dos alas que nos permiten volar por encima de todas las dificultades. La esperanza cristiana tiene un fundamento último en Dios que no nos puede fallar, porque es imposible que Dios mienta (Hb 6,18), porque Él permanece fiel (2Tm 2,13).

Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor, y debemos hacerlo con una espera activa y colectiva. Debemos esperar como la madre, el enfermo, el preso... como tanta gente que vive de esperanza. Es necesario que brote la esperanza en nuestras vidas. Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo; con el deseo, ensancha el alma, y, ensanchándola, la hace capaz de sus dones. Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados (san Agustín).

Y junto a esos deseos hay que pedir, también, al Señor, que fortifique los corazones, que haga fuertes las rodillas de los débiles, que cure las heridas de los enfermos, que devuelva la alegría y la esperanza a los tristes y deprimidos. 
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro