"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 18 de mayo de 2013

Abrazando la cruz...para ti mujer


Pon tu alma adolorida en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, y encontrarás el consuelo que jamás imaginaste. 
Me han dicho que sufres, y que sufres mucho. Que sabías que había dolor en el mundo pero nunca pensaste en que a ti te alcanzaría... ¡Y en qué forma! 

Quisiera llegar a tu corazón, mujer que sufres.

En cualquier parte del mundo existe el dolor, y a ti, seas del lugar que seas, te ha alcanzado su dardo. No se quién eres...tal vez la luna ha besado ya tus cabellos dejando en ellos sus rayos de plata y tus ojos tienen la profundidad de la experiencia de una larga vida compuesta de muchas realidades y ya muy pocos sueños...
Tu corazón sufre lo que jamás imaginaste, la amargura sin igual que te ha proporcionado ese hijo o hija en el que pusiste todas tu esperanzas, al que meciste en tus brazos, el que apretaste contra tu corazón para que nadie lo hiriese ¡por el que tanto te sacrificaste! y ahora... tu sola mujer, puedes conocer toda la magnitud de tu dolor. 

También puede ser que seas joven, muy joven. Aún esperas, mejor dicho, esperabas mucho de la vida... aún resuenan en tus oídos las notas de aquella marcha nupcial en la mañana radiante en que unías tu vida a la de aquel hombre, que ahora ya, ¡no tienes a tu lado!... o tal vez, y permíteme que te diga que así es más profunda tu tragedia, lo tengas junto a ti y sin embargo la inmensidad de un abismo os separa... tal vez teniéndolo a tu lado te sientes infinitamente sola. 

No lo se, quizá tengas el gran dolor de una madre que ve la cuna vacía... Oh, mujer, yo no lo se pero tu si sabes cual es tu historia y por qué te duele tanto el corazón, por qué hay veces que te pesa tanto la vida...

Yo no me atrevo a entrar en tu alma pero me acerco a ti con respeto y cariño. Quisiera llevar hasta ti, no el remedio a tus penas, pero si un poco de serenidad y paz, aún a pesar de tu dolor. Quiero pedirte que seas valiente y que no pierdas tu fe. Si te acercas a un Cristo clavado en una Cruz se abrirán tus ojos, pues no hay dolor como su dolor y que como bien dicen los teólogos de la Verdad: era suficiente solo una gota de sangre, la más ligera humillación, un solo deseo que hubiera brotado de su corazón, para la redención completa de la Humanidad y sin embargo...¡contémplalo! está en la Cruz para que sepas que su corazón te comprende, que pasó por todos tus dolores y más y ese Cristo es tu Dios que muere en un Cruz para que cuando sufras lo tengas muy presente. 

Míralo bien. Dile que le das tu corazón herido para que de tus espinas florezcan rosas fragantes que deseas poner en sus llagados pies ¡clavados en la Cruz para esperarte! Se valiente. 

Quisiera que grabaras en tu memoria pero sobre todo en tu corazón estas palabras hermosas y llenas de gran sabiduría: "No es el sufrir sino la manera de sufrir, lo que dignifica". Es preciso tratar bien a las espinas ¡más sufre el que las pisa que el que las besa!. Pasa por la vida heroicamente y poniendo tu alma adolorida en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, hallarás el consuelo que jamás imaginaste.

Quiero que seas valiente y que sonrías...Se que eso cuesta mucho pero aún voy a atreverme a pedirte más: que si hay alguien o algo que tienes que perdonar, que perdones. Perdona a quién robó tu calma, tu felicidad, a quién no tuvo reparo en destrozar tu vida, tus sueños, a quién te hundió en la soledad y el abandono. A quién te hizo mucho daño...¡perdónalo!. 

Arranca de tu corazón hasta la más leve sombra de rencor y verás cuánta más luz hay en tu vida. Verás que así te sientes más buena y mucho más valiente para caminar con tu cruz. No lleves tu pesada cruz arrastras, abrázala contra tu corazón, esa cruz pesa mucho ya lo se, pero abrazada a ella ya es diferente y serás la mujer fuerte de la que nos habla el Evangelio, una mujer nueva y total.

¡Que el Señor nos de fuerza a todos, cuando el dolor nos alcanza, para abrazar nuestra cruz!

Autor: Ma Esther De Ariño.

viernes, 17 de mayo de 2013

¿Quién es el Espíritu Santo?


El Espíritu Santo es el agua fría, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al camino de la vida.

Santa Teresa llama a nuestra alma un castillo interior, un palacio. En ese castillo, palacio o templo vive "El dulce huésped del alma": El Espíritu Santo.

¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra alma para quedarse. "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo vive en vosotros?" decía San Pablo a los primeros cristianos. 

Su estancia en el castillo obedece a una tarea que debe realizar, se le ha encargado que haga de ti un santo ó una santa, un apóstol. Desde el primer momento de la entrada en tu alma, en el bautismo, se ha dedicado a trabajar a destajo, ha trabajado muchos años, se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos portado con Él.

Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor tan grandes que sólo porque es Dios los tiene. Él no desespera, más aún tiene abrigadas firmísimas esperanzas de acabar con su obra maestra contigo. Él sabe que puede aunque tú no seas mármol de Carrara, sólo necesita algo de colaboración de tu parte o por lo menos que no le estorbes..

Los medios: la gracia santificante, las gracias actuales, sus inspiraciones, dones y frutos.

¿Cuál es su estrategia? La describe muy bien un himno dedicado al Espíritu Santo. Seleccionaré algunas partes de este himno.


Primero: El mejor consolador

Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas del desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios -lo sabe hacer muy bien- es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que kleenex para nuestros ratos de tristeza. El mejor Consolador, ya sabemos. Cuando lleguen los momentos más penosos en los que llorar el poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y nos patee, acudir a quien quiere y puede consolarnos.

Nosotros podemos decir que me sorprende la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, no tenemos soledad, tristeza, lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad. Alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivir con alegría diaria contagiosa, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. Espíritu Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los otros así también.

Segundo: Dulce huésped del alma

Es uno de los títulos más hermosos. No huésped inoportuno. Cuantos huéspedes con los que nosotros no quisiéramos encontrarnos, a los que les damos la vuelta. En el caso del Espíritu Santo es un dulce huésped, esperado con ansia, acogido con cariño, porque siempre trae buenas noticias, buenos regalos, dones; El mismo es el Don por excelencia.

¿Me alegro de tenerlo siempre conmigo, lo entristezco con mi desamor, le pido muchos regalos espirituales? Y ¿qué le doy yo: mi amor, mi fidelidad? ¿Le escucho dócilmente? ¿El himno "Ven, Espíritu Creador" es mi saludo mañanero, son las mañanitas al dulce huésped de mi alma? ¿Alguna vez se las he cantado? Recordemos la frase de San Pablo; "¿No sabéis que sois templos del Espíritu Santo? Él ora con nosotros y por nosotros. Vivo, por tanto, en la presencia del Espíritu Santo, gozo minuto a minuto de su compañía gratísima, y su gracia está siempre a mi disposición.


Tercero: Dulce refrigerio

Cuando el bochorno arrecia y la lengua se reseca como ladrillo y el sudor empapa la ropa, una simple coca-cola fría, un ventilador oportuno, una alberca, solucionan el problema. Pero hay otros bochornos y calores interiores que requieren de otro refrigerio. Cuando se encrespan las pasiones, cuando el orgullo se revuelve como león herido, cuando la sensualidad con su baba venenosa quiere manchar el corazón y el alma, cuando la fiebre del mundo (placeres, dolce vita...) queman de ambición nuestro espíritu, llamar urgentemente al Espíritu Santo, para que nos brinde su dulce refrigerio y vuelvan las cosas a su lugar: El mundo allá y yo acá. 


Cuarto: Tregua en el duro trabajo

Ofreciendo descanso en el duro bregar de la vida. Una mañana de domingo en la casa con niños, un día en la oficina en que todo salió mal, cansa, erosiona, desgasta, produce no rara vez frustración. Cuando uno de plano está agotado, abrumado por el trabajo los problemas y las preocupaciones, acudir sencillamente a quien es descanso en el trabajo, ¡OH Espíritu Santo, desperdiciado tantas veces que gemimos bajo el peso del trabajo! ¡OH jornaleros que teniendo la fuente a unos metros se mueren de sed! Dios es abismo de amor, torrente de felicidad, éxtasis de la vida, tenerlo tan cerca y morirse de hambre, la fuente a unos pasos y morirse de sed, la hoguera alumbrando en torno y morirse de frío, el amor cerca del corazón. Sólo unos pasos tenía que dar. Vivir cerca de la luz, y morir en el túnel de las tinieblas.


Quinto: Brisa en las horas de fuego

Siendo frescura en medio del calor. Un vaso de agua fría en un día de verano, la sombra de un árbol en el campo abrasado, una brisa fresca, una fuente fría junto al camino polvoriento, cuanto se agradecen. En la vida no podemos estar luchando todo el tiempo, somos humanos y necesitamos de tanto en tanto de un respiro. El Espíritu Santo es el agua fría, es la sombra, la brisa fresca y nuestra fuente de agua viva junto al camino de la vida.


Sexto: Gozo que enjuga las lágrimas

Consolando en la aflicción. Buena falta nos hace: lloramos como niños chicos por cualquier cosa. Llorar equivale a desanimarnos, a perder el entusiasmo por nuestra vocación cristiana y humana, a querer volver atrás. Para esos momentos malos, en que podemos reaccionar como niños caprichosos, acudir a quien es el consuelo en la aflicción.

Se le atribuye al Espíritu Santo casi un oficio de madre. El sufrimiento se encuentra en la vida de todos. Cuando se le espera y cuando no. El padre Maciel decía: "Unos de una manera y otros de otra, todos llevan su calvario y van por este camino en que los ha medito el pecado original. Lágrimas y sufrimientos anidan en el ser humano, en el hombre como hombre muy escondidos y salen cuando ya no pueden más". Por ello necesitamos la presencia del Espíritu Santo".

Posteriormente, el himno al que nos estamos refiriendo añade una serie de peticiones al Espíritu Santo.


Séptimo: Lava lo que está manchado

Lava lo que está manchado: mi alma llena de arrugas, mi corazón manchado de afectos desordenados, mi pequeño mundo lleno de cosas humanas, de tierra, de lodo; mi mente y mis sentidos a veces tan vacíos de Dios y tan llenos de mis pasiones desordenadas. Lava sobre todo la conciencia de todo pecado e imperfección, de las salpicaduras del mundo, de las manchas de pasiones, del barro de los malos pensamientos. Lava y purifica nuestra intención en el obrar, que a veces se tiñe de negras aficiones: el egoísmo, vanidad, respeto humano son manchas grasientas que requieren de un eficaz blanqueador. Necesitamos que des una limpiadita a nuestras virtudes.


Octavo: Riega el desierto del alma

Somos raíz de tierra árida, árbol que crece en la estepa. ¿Han visto ustedes los árboles que crecen en las orillas de los ríos? ¡Qué diferencia! Siempre están verdes. Decía el poeta Antonio Machado estas hermosas palabras: "Al olmo viejo, hendido por el rayo y en su mitad podrido, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes le han salido".

A base de agua los judíos han hecho florecer el desierto del Sinaí. Tú puedes, Espíritu Santo, hacer florecer mi desierto, esa estepa en que a penas los cardos y las jaras crecen. Y entonces crecerán virtudes, crecerán buenas obras en mi alma.


Noveno: Sana el corazón enfermo

Médico de todas las enfermedades, médico de las enfermedades que he tenido y que ahora sufro, médico a domicilio.

Señor, si quieres, puedes curarme la lepra, el cáncer, el SIDA, la gangrena, la parálisis espiritual, las fiebres reumáticas, el escorbuto. ¿Cuál es mi enfermedad? Escuchemos en seguida la frase de mando: ¡Levántate y anda! Médico de las almas, que sabes la enfermedad y conoces la medicina, ¿cuál es mi enfermedad y mi mal? ¡Dímelo!.. Y proporciona el remedio que Tú sabes y yo no quiero aceptar a veces; cúrame antes de que la enfermedad me cause la muerte, cúrame las heridas que mi orgullo, sensualidad y egoísmo me abren a diario, las heridas de mis pecados antiguos y de mis pecados de hoy.


Décimo: Doma el Espíritu indómito

Dobla mi orgullo, ablanda mi cabeza dura y mi duro corazón; si es de piedra, hazlo de carne; hazme bajar la cabeza ante la obediencia y dar el brazo a torcer. Hazme duro para conmigo mismo, que no acepte flojedades, medias tintas, fariseísmos, pero hazme blando con los demás, como un pedazo de pan que dé alimento a todos los que se crucen en mi camino; hazme, Señor, instrumento de paz, como te pedía Francisco de Asís: "Donde haya odio, ponga yo tu amor, donde haya injurias, perdón".


Once: Calienta lo que está frío

A veces somos témpanos flotantes, corazones en frigorífico, que nos se derriten con las grandes motivaciones del amor de Cristo, el celo por la salvación de las almas, la vocación a la misión. Te pido un amor apasionado, pasión por la misión.


Doce : Endereza lo que está torcido

¿Cuántos criterios en mi vida andan torcidos? Enderézalos endereza los malos hábitos, por ejemplo, el hábito de pensar mal, el hábito tan arraigado de murmurar de mis hermanos, el hábito terrible de la ociosidad, del no hacer nada, el hábito que mata la oración, la rutina, el hábito de la pereza, el hábito que empequeñece mis fuerzas con la pusilanimidad, la timidez. Quiero dejarte el timón de mi vida, de mi barca, y quiero remar con todas las fuerzas de mis brazos. 

Para concluir, demos un repaso a los deberes que tenemos con este ilustre huésped: En primer lugar, tomarlo en cuenta, hacerle caso, no dejarlo solo, ignorado abandonado. Porque dejamos abandonado el Amor.

En segundo lugar: Gratitud: le debemos tanto. La ingratitud es cardo que crece en los corazones pero sobre todo en los corazones de los cristianos, por el simple hecho de haber recibido demasiadas cosas de Dios.

En tercer lugar: Amor. Debería ser fácil amar al AMOR, enamorarse del que nos ama infinitamente a cada uno de nosotros. Antes de pedirnos que le amemos con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y todas las fuerzas, antes nos ha dicho Él: "Te amé con un amor eterno". 

En cuarto lugar: Docilidad y colaboración. Para ser santos debemos dejarnos guiar y obedecer al capitán del barco. 

En quinto lugar: Cuando menos no estorbarle, dejarle trabajar en nosotros. "Hoy, si escucháis su voz, no endurezcáis el corazón". 


EL HIMNO AL ESPIRITU SANTO.

Ven Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles,
Llena de gracia celestial
Los pechos que tu creaste.

Te llaman Paráclito,
Don de Dios altísimo,
Fuente viva, fuego, amor 
Y unción espiritual.

Tú, don septenario,
Dedo de la diestra del Padre,
Por ]El prometido a los hombres
Con palabras solemnes.

Enciende luz a los sentidos
Infunde amor en los corazones,
Y las debilidades de nuestro cuerpo
Conviértelas en firme fortaleza.

Manda lejos al enemigo,
Y danos incesantemente la paz,
Para que con tu guía
Evitemos todo mal.

Danos a conocer al Padre,
Danos a conocer al Hijo
Y a Ti, Espíritu de ambos,
Creamos en todo tiempo.

Que la gloria sea para Dios Padre,
Y para el Hijo, de entre los muertos
Resucitado, y para el Paráclito,
Por los siglos de los siglos. Amén.

Autor: P. Mariano de Blas LC.

jueves, 16 de mayo de 2013

El Espíritu Santo, persona divina


Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola. 


Quizás, para un número no pequeño de cristianos, desgraciadamente, el Espíritu Santo no signifique gran cosa en sus vidas. Incluso, como pasó a un grupo de la primitiva comunidad de Corinto, lleguen a ignorar su identidad y con qué bautizo fueron bautizados. En el credo niceno-constantinopolitano, que a menudo rezamos los participantes en la eucaristía dominical, proclamamos y profesamos nuestra fe con estas palabras de la Iglesia: "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo, recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas". 

Es pues, el Espíritu Santo, persona divina; verdad que niegan los testigos de Jehová, para quienes sólo es "la fuerza activa de Dios", negándole los demás atributos divinos, idénticos al Padre y al Hijo. 

Parece poco probable, es cierto, que los evangelistas, hayan oído hablar de la Tercera Persona de la Sma. Trinidad, al realzar la obra del Espíritu Santo, en la obra terrenal de Cristo. Pero la fórmula trinitaria integrada en la última secuencia de MATEO ("Id pues, y haced discípulos de todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo "...) subraya, sin lugar a dudas, la existencia personal y distinta del Espíritu, en una única naturaleza divina, de tal manera como lo hace con las del Padre y del Hijo. Según el libro de los Hechos descendió sobre la Iglesia el día de Pentecostés. Su activa presencia se muestra -según había prometido Jesús- de forma sorprendente a través de los acontecimientos relatados, de forma que pudo denominarse a este libro del N.T. "El evangelio del Espíritu Santo". 

Sabemos que los artistas de todos los tiempos han representado al Espíritu Santo en forma de paloma o de lenguas de fuego, símbolos tomados de las sagradas Escrituras. Él siempre ha permanecido en la Iglesia de Cristo, vivificándola y santificándola con sus siete dones, produciendo abundantes y maravillosos frutos de santidad a lo largo de veinte siglos. Nunca ha faltado su asistencia de modo especial al Vicario de Cristo en la tierra, para que pueda guiar a sus hermanos en la verdad revelada, sin error hasta el final de los siglos. 

Todos los cristianos debemos encomendarnos a Él, invocándole muy a menudo, con jaculatorias y con oraciones, procurando que su santa gracia -su luz y su fuerza -guíen y acompañen siempre a su Iglesia y a cuantos tenemos la suerte de formar parte de ella. 

Como conclusión trascribo aquí una preciosa invocación al Espíritu Santo:

Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve nuestros corazones. Envíanos, Señor, tu luz y tu calor, que alumbre nuestros paso, que encienda nuestro amor. Envíanos tu Espíritu y un rayo de tu luz, encienda nuestras vidas en llamas de virtud. Envíanos, Señor, tu fuerza y tu valor, que libre nuestros miedos, que anime nuestro ardor; envíanos tu Espíritu, impulso creador, que infunda en nuestras vidas la fuerza de su amor. Envíanos, Señor, la luz de tu verdad, que alumbre tantas sombras de nuestro caminar; envíanos tu Espíritu, su don renovado, engendre nuevos hombres con nuevo corazón..

Autor: Miguel Rivilla San Martìn. Pbro.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Dulce huésped del alma


El Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. 
Dios, Nuestro Señor, es tan amoroso con todos nosotros que nos ha dado la conciencia. Esa voz de Dios que nos habla internamente. Ahí donde nada más estás tú y Dios, ahí es donde el Espíritu Santo te hablará. Sus llamadas amorosas no son con gritos, sino con suavidad. Se necesita que haya silencio para que podamos oírlo. Pero, nuestro mundo de hoy hace tanto ruido que no nos permitimos escuchar esa voz de Dios. Dejemos que Dios nos hable. Escuchemos sus gemidos de amor por nosotros. Esforcémonos por escucharle..

Leamos la Secuencia de la Misa de Pentecostés, que nos dice:

Ven, Dios Espíritu Santo, y envíanos desde el Cielo tu luz, para iluminarnos.
Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas, 
dador de todos los dones.
Fuente de todo consuelo, amable huésped del alma, paz en las horas de duelo.
Eres pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto.
Ven luz santificadora, y entra hasta el fondo del alma de todos los que te adoran.
Sin tu inspiración divina los hombres nada podemos y el pecado nos domina.
Lava nuestras inmundicias, fecunda nuestros desiertos y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia, calienta nuestra frialdad, endereza nuestras sendas.
Concede a aquellos que ponen en ti su fe y su confianza tus siete sagrados dones.
Danos virtudes y méritos, danos una buena muerte y contigo el gozo eterno.

Esta hermosa oración ha sido rezada por la Iglesia durante cientos de años. Ahí vemos la dulzura de Dios que, por medio del Espíritu Santo, inunda a las almas. Escuchemos una y otra vez esas hermosas palabras que decimos del Espíritu Santo, ese dulce huésped de nuestra alma. 

Lo nombramos Padre de los pobres, pues Él es quien se identifica con ellos, con los que más necesitan, con los que tienen hambre y sed de Dios. Por eso, Santa Teresa decía: "quien a Dios tiene, nada le falta". Ahí estaba presente el Espíritu Santo.

Luz que penetra las almas: ¡Cuántas veces vivimos en la oscuridad del pecado, de la angustia y de la tristeza! Parece que nunca se va a hacer de día. Sin embargo, si pedimos a Dios que, por medio del Espíritu Santo nos ilumine, pronto las tinieblas de nuestro corazón se llenarán de esa luz amorosa de Dios.

Dador de todos los dones: Todos los dones que pueda recibir una persona, un alma, son originados por el Espíritu Santo quien, con el fuego de su amor, piensa personalmente en cada uno de nosotros.

Fuente de todo consuelo. ¡Cuántas veces parece que estamos inconsolables porque todo lo humano está en nuestra contra! 

Dificultades con los miembros de la familia, los hijos, el cónyuge; en el trabajo, en la sociedad. Nada, parece, que nos puede consolar. Sin embargo, ahí está Dios quien, por medio del Espíritu Santo está en espera para consolarnos.

Amable huésped del alma. Sí, ese es el Espíritu Santo, ese amable, dulce y tierno visitante de nuestra alma, que habita en ella si nosotros se lo permitimos. Pero, nuestro egoísmo lo expulsa cada vez que optamos por el pecado. Dulce huésped, ¡quédate conmigo! No permitas que nada me separe de ti.

Paz en las horas de duelo. ¿Quién será quien nos levante el corazón cuando el dolor es fuerte? Ahí está el dulce huésped del alma, buscando consolar y dar paz en los momentos de duelo. Pero, ¿por qué no queremos escucharle?, ¿por qué nos hacemos sordos a su voz? Cuando el alma está atribulada, cansada, fatigada, ahí se presenta quien es pausa en el trabajo; brisa, en un clima de fuego; consuelo, en medio del llanto. ¡Sí! Ahí está el Espíritu Santo quien ha de confortar en todo momento.

Así podríamos ir hablando del Espíritu Santo, escuchando las palabras de esta oración que la Iglesia durante cientos de años ha recitado.

Sin embargo, esta maravillosa realidad del Espíritu Santo es muy poco conocida. Por algo se suele afirmar que el Espíritu Santo es el Gran Desconocido, pues si realmente lo conociéramos viviríamos con permanente paz en el alma. Dediquemos un tiempo para conversar amorosa e íntimamente con el Espíritu Santo, amable y dulce huésped del alma.

Recordemos algunas palabras que la Iglesia, por medio del Credo, nos dice sobre el Espíritu Santo. Recordemos que es el Señor y dador de vida. Por medio de Él, Dios vivifica al mundo, nos comunica la vida y lo santifica todo.

Los siete dones del Espíritu Santo son: 
1. Sabiduría
2. Inteligencia
3. Consejo
4. Fortaleza
5. Ciencia
6. Piedad
7. Santo Temor de Dios

Los frutos del Espíritu Santo nos ayudan a saborear la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce:
1. Caridad
2. Gozo
3. Paz
4. Paciencia
5. Generosidad
6. Bondad
7. Benignidad
8. Mansedumbre
9. Fidelidad
10. Modestia
11. Continencia
12. Castidad

El pecado mortal es el peor enemigo del Espíritu Santo, pues si lo cometemos expulsamos de nuestra alma a su dulce huésped.

No tengamos miedo de ser testigos de Dios en la sociedad, pues si contamos con el Espíritu Santo, toda dificultad será vencida, todo cansancio refrescado y cada tristeza consolada.

Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu Creador. Y renueva la faz de la Tierra. Oh Dios, que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo.
Amén.Autor: Pa´que te salves.

martes, 14 de mayo de 2013

¿Después de la Ascensión, qué?


¡No podemos quedarnos mirando al Cielo! Ahora nos toca a nosotros ser la voz de Jesús para alentar y consolar. 


Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que anuncie la Buena Nueva. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, hacerlo. Los Sacerdotes predicando(sobre todo)con la palabra, los laicos predicando(sobre todo) con el ejemplo, los padres de familia predicando con la palabra y el ejemplo.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que compadezca a los pobres y lo enfermos. Ahora nos toca a nosotros.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que multiplique los panes y los pescados para alimentar a las multitudes. Esa es ahora nuestra tarea, multiplicando nuestros esfuerzos para dar de comer sino a las multitudes, por lo menos a los pobres que podamos. 

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que cuide a sus ovejas. Ahora nosotros tenemos que velar por ellas, especialmente por aquellas (el cónyuge, los hijos, los hermanos, los trabajadores) que Dios nos ha encomendado a cada uno. 

Después de la Ascensión a nosotros nos toca ser la voz de Jesús para alentar y consolar. Sus manos para tenderlas a todo el que necesite ayuda. Sus pies para llevarlo a donde no lo conocen. 

Después de la Ascensión:

¡No podemos quedarnos mirando al Cielo!

Autor: Karime Alle.

lunes, 13 de mayo de 2013

El cielo es tuyo ¿Subes o te quedas?


Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna.

¿Qué decir a los hombres sobre ella? ¿Qué te dirás a ti mismo? La Ascensión clava nuestra esperanza de forma inviolada en nuestra propia felicidad eterna. Así como Jesús, tu Hijo, el Hijo de José y María, ha subido con su cuerpo eternizado a la patria de los justos, así el mío y el de mis hermanos, el de todos los fieles que se esfuercen, subirá para nunca bajar, para quedarse para siempre allí.

La Ascensión, además, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse al muladar. Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se para, se enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo. Esa es mi meta, esa es mi cima. ¿También la tuya?

Al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; quería que todos los hombres subieran con Él a la patria eterna. Había pagado el precio; había escrito el nombre de todos en el cielo, también el tuyo y el mío. El cielo es mío, el cielo es tuyo. ¿Subimos o nos quedamos? ¿Eterno muladar o eterna gloria? Voy a prepararos un lugar. ¡Con qué emoción se lo dijiste! Dios preparando un lugar, tu lugar, en el cielo.

Dios creó al hombre, a ti y a mí, para que, al final, viviéramos eternamente felices en la gloria. Si te salvas, Dios consigue su plan, y tú logras tu sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...

¡Con cuanta ilusión Jesús hubiera llevado a la gloria consigo a sus dos compañeros de suplicio! Pero sólo pudo llevarse a uno. Porque el otro no quiso...

Si Cristo pudiese ser infeliz, lloraría eternamente por aquellos que, como a Gestas, no pudo salvar. Jesús lloró sobre Jerusalén, Jesús ha llorado por ti, cuando le has cerrado la puerta de tu alma. Ojalá que esas lágrimas, sumadas a su sangre, logren llevarte al cielo.

Si tú le pides con idéntica sinceridad que el buen ladrón: "Acuérdate de mí, Señor, cuando estés en tu Reino", de seguro escucharás también: "Estarás conmigo en el Paraíso". Y así, el que escribió tu nombre en el cielo podrá, por fin, decir: "Misión cumplida".

Dios es amor. El cielo lo grita. 
Lo ha demostrado mil veces y de mil formas. Te lo ha demostrado a ti; se lo ha demostrado a todos los hombres. Se lo ha probado amándoles sin medida, perdonándoles todo y siempre; regalándoles el cielo, dándoles a su Madre. Si no hemos sabido hacerlo, ya es hora de corresponder al amor. No podemos vivir sin amor. La vida sin Él es un penar continuo, una madeja de infelicidad y amarguras. Amar es la respuesta, es el sentido, amar eternamente al que infinitamente nos ha amado.

La ascensión nuestra al cielo será el último peldaño de la escalera; será la etapa final y feliz, sin retorno ni vuelta atrás. Debemos pensar en ella, soñar con ella y poner todos los medios para obtenerla. Todo será muy poco para conquistarla. Después del cielo sólo sigue el cielo. Después del Paraíso ya no hay nada que anhelar o esperar. Todos nuestros anhelos más profundos y entrañables, estarán, por fin, definitivamente cumplidos. Entonces, ¿te interesa el cielo?

¿A quién debo una felicidad tan grande? ¿A qué precio me lo ha conseguido. ¿Qué he hecho hasta ahora por el cielo? ¿Qué hago actualmente para asegurarlo? Y, en adelante, ¿qué pienso hacer?

Al final de la vida lo único que cuenta es lo hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos. "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro. Los años son ésos y no más, y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro".

Autor: P. Mariano de Blas LC.

domingo, 12 de mayo de 2013

Con María, recordando la Ascensión


La Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza... 


Cuarenta largos y extraordinarios días han trascurrido, Madre querida, desde el glorioso Domingo de Pascua.

Durante este tiempo, tu humilde corazón de madre repasó una y otra vez sus tesoros escondidos. En ése volver del alma cada acontecimiento vivido cobra ahora, sentido diferente. Pero tú, dulce Madre, a pesar de ser la elegida, la llena de gracia, la saludada por los ángeles y por los creyentes, tú no quieres brillar por esos días, pues Aquél cuya luz es inextinguible aún debe terminar la labor por la que había bajado del cielo a habitar en tu purísimo vientre. Por eso te mantienes casi oculta, limitándote a ser una presencia orante en la Iglesia naciente. Así te encuentro en los Evangelios, pero... necesito que me cuentes, Señora, lo que ha sido para ti el día de la Ascensión.

Y cierro los ojos tratando de imaginar tu rostro, tu mirada, tu voz serena que me responde al alma.

- El día de la Ascensión fue el final ansiado, presentido, mas nunca totalmente imaginado por mí, de la historia de amor más bella que jamás haya existido. Una historia de amor que comenzó un día, ya lejano, y al mismo tiempo tan cercano, en Nazaret. Una historia que trascurrió durante treinta años, en el silencio y sumisión a mi amor materno, de Aquél por quien el mundo debía salvarse.

- ¡Ah, Señora!, en esa sumisión a ti Jesús glorificó grandemente al Padre, por ello es que tus hijos glorificamos al Padre sometiéndonos a ti (1).

Sonríes...

Tu mirada se pierde ahora en la lejanía.

- Como te decía, la Ascensión es final y, al mismo tiempo, comienzo y promesa, camino y esperanza... por esos días Jesús se aparecía a sus amigos y les daba, con la fuerza extraordinaria de quien es la Verdad, los últimos consejos, las últimas recomendaciones, y les regalaba al alma, las más hermosas promesas.

Recuerdo claramente el día de su partida... era casi mediodía, el sol brillaba con fuerza, y hasta casi con alegría. Mi Hijo caminaba cerca de Betania con sus amigos, les pedía que fuesen hasta los confines de la tierra enseñando su Palabra. Su voz sonaba segura, serena, protectora, especialmente cuando les entregó aquella promesa que sería luego manantial de fe y esperanza para tantos hijos de mi alma..." Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo"

Yo presentía la partida... y Él sabía que necesitaba abrazarlo... como cuando era pequeño, como cuando le hallamos en el Templo, luego de aquella lejana angustia. Él lo sabía y vino hasta mí, me miró con ternura infinita y me abrazó fuerte, muy fuerte, y susurró a mis oídos...:

- Gracias Madre, gracias... gracias por tu entrega generosa, por tu confianza sin límites, por tu humildad ejemplar... gracias.

Cuando se alejaba ya de mí se acercó Juan, el discípulo a quien Jesús amaba mucho. Entonces el Maestro le dijo, mirándome:

- Cuídala Juan, cuídala y hónrala... protégela y escúchala. Ella será para ti, y para todos, camino corto, seguro y cierto hasta mi corazón. Hónrala Juan, pues haciéndolo... me honras.

- Lo haré, Maestro, lo haré...- contestó Juan desde lo más profundo de su corazón.

Jesús y Juan volvieron con los demás. En ese momento mi Hijo, levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía se separó de ellos y subió al cielo ante sus ojos y una nube comenzó a cubrirlo, delicadamente.

Los apóstoles se arrodillaron ante Él.
Mientras yo levantaba mi mano en señal de despedida y mis ojos se llenaban de lágrimas, sentí que me miraba... y su mirada me hablaba...

- ¿Qué te decía, Señora? ¿Qué te decía Jesús mientras partía?

- "Espérame, Madre, enviaré por ti... espérame..."
Ay! Hija mía, mi corazón rebosaba de gozo. En tanto los amigos de Jesús miraban fijamente al cielo, como extasiados. En ese momento se acercaron a ellos dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: " Hombres de Galilea, ¿Por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir"( Hch 1,11)

Los hombres tardaron un rato en reaccionar, luego, uno a uno, se fueron acercando a mí.

- Debemos volver a Jerusalén, tal como Él lo pidió- dijo Pedro, quien sentía que debía velar por esa Iglesia naciente, hasta en el más mínimo detalle.

Los demás asintieron. Volvimos y subimos a la habitación superior de la casa. Nos sentamos todos. Pedro comenzó a recitar, emocionado, la oración que Jesús nos enseñó, al finalizar dijo:

- Hermanos, permanezcamos en oración hasta que llegue el día en que, según la promesa de Cristo, seamos bautizados con el Espíritu Santo.

Yo me retiré a prepararles algo para comer. Juan se acercó y me abrazó largamente. Yo sentía que comenzaba a amarlos como a mis hijos... me sentía madre... intensamente madre... y nacía en mí una necesidad imperiosa de repetir a cada hijo del alma, aquellas palabras que pronunciara en Caná de Galilea: "...Hagan todo lo que él les diga"( Jn 2,5)

Así nos quedamos, hija, nos quedamos todos esperando Pentecostés, la Iglesia primera, en una humilde casa de Jerusalén.

Espero haber contestado lo que tu alma me preguntó...

-Claro, Madre amada, claro que sí, como siempre, eres para tus hijos modelo de virtud, camino seguro hacia Jesús... compañera y amiga . Una vez más y millones de veces te lo diría, gracias, gracias por haber aceptado ser nuestra mamá, gracias por ocuparte de cada detalle relacionado a la salvación de nuestras almas, gracias por enseñarnos como honrarte, porque haciéndolo, honramos a Jesús... gracias por defendernos en el peligro... gracias por ser compañera, compañera, compañera....

Ahora, Santa Madre, debes enseñarnos a esperar, adecuadamente, Pentecostés.

Amigos que leen estas líneas, María ansía entrar a sus corazones para contarles las maravillas de Pentecostés... háganle sitio... es la mejor decisión que pueden tomar... no lo duden jamás...

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(1) San Luis María Grignon de Montfort "Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen" pag 94. Edit. Esin, S.A. -1999


NOTA

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna."

Autor: María Susana Ratero,

sábado, 11 de mayo de 2013

María y la fe de una mamá


Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. 


Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues... que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído...

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro. 
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

Autor: Susana Ratero.