"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 16 de enero de 2013

CREO QUE PUEDES, CREO QUE QUIERES


La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración. Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe.
Comentabamos el miercoles anterior sobre la fe que debemos tener sobre las cosas "que no se pueden"

A cada idea negativa, -y son tantas las que diariamente nos golpean- hay que saber enfrentar una positiva, a modo de martillazo. Una idea positiva, una idea de que va a salir, una idea de que creo en el poder de Dios. Una idea positiva de fe. A veces hacer un verdadero acto de fe, cuesta mucho trabajo porque existe una idea anti-fe; muy arraigada. Todos o casi todos, dicen: "que no se puede". Algunos sienten la obligación moral de aconsejar a los pobres incautos, idealistas; y demás de que no se puede, "que ellos ya lo han intentado, que está todo bien calculado y medido; no se puede".

Yo creo que esa expresión es demasiado fea, y demasiado mala. Si yo, por ejemplo, no he logrado algo, no tengo ningún derecho a decir a los que vienen detrás, "que eso no se puede". Una cosa es que yo no pude y otra cosa es que ellos no van a poder hacerlo. Yo les puedo decir yo no lo logré quizás porque me equivoqué, me faltó fe, pero al mismo tiempo decirles: "!Ánimo, es probable que ustedes sí lo logren!" Eso es más caritativo y más humano.

Hablo de martillazos de fe, esa sería la expresión, porque cada vez que llega una idea negativa de no puedo, martillazo, golpe, sí puedo. Habrá que luchar a veces contra todo y contra todos: contra los propios pensamientos que a veces son los más difíciles de expulsar. Luchar además contra otras personas que sin mala intención concluyen que no se puede; y a veces, los encontramos demasiado cerca de nosotros, en la propia familia, en algunos de nuestros amigos que, además, van con la sana idea de ayudar y te repiten; y te dicen, y hasta se enojan sí tu pretendes decirles que tal vez sí se pueda. Se enojan y te retan: "ya verás", "te lo dije".

Para ser eficaz en lograr un meta apoyada por la fe, hay que buscar que esas metas sean concretas, precisas, aferrables, que se puedan contar, medir; porque si es una meta genérica, medio nebulosa, no se puede.

Hay que decir, además, que la fe funciona de distinta manera a la razón, como en zigzag. La razón usa la evidencia, mide, calcula; y en base a eso, saca sus conclusiones. La fe en cambio, se agarra, se aferra a una certeza de lograr una meta aunque parezca muy difícil. Y no duda un segundo, aunque la evidencia le diga que no lo va a lograr. Sigue luchando y sin saber cómo, atrapa la meta.

Por eso, los que no tienen fe, al final preguntan, ¿cómo le hizo? Yo varias veces he tenido que decir: Fe y saliva. No basta creer por un rato, hay que seguir creyendo sin darse jamás por vencido. Mucha gente es capaz de hacer un acto de fe al inicio un poco a prueba casi para luego convencerse de que "ya ve", "no sale", "se lo dije", "lo teníamos ya calculado, no sale". El hombre de fe no reacciona de esa manera, él sabe que va a lograr la meta. Sigue creyendo, cuando casi evidentemente se ve que no. Y de pronto, sin que otros lo crean, salió el resultado. ¿Cómo le hizo? Así preguntan los que no tienen fe, porque ante la evidencia de que salió, los pobres no pueden decir, "no sale".

Preguntan "¿cómo le hizo?" La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración: "Todo lo que pidiereis sin dudar, creed que ya lo habéis recibido, y se os dará".

Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe. Entre todas esas palabras, y llanto y lágrimas; digamos: Creo que puedes, creo que quieres. Hay en el evangelio oraciones de este tipo que a Cristo le fascinaron, que le arrancaron los milagros a la primera. Un leproso que se le acerca de rodillas y le dice esta oración tan breve y tan profunda: "Señor, sí quieres puedes curarme". Respuesta: "Quiero, queda limpio".

Incluso aquella mujer que ni le dijo una palabra, tenía una grave enfermedad, unas hemorragias, había gastado todo su dinero y no había servido de nada. Ella hizo este acto de fe: "Basta que toque su manto y quedaré curada". Efectivamente, tocó su manto y quedó curada en el acto.

Un centurión romano es decir, una persona que era pagana, tuvo más fe que ninguno. Le pidió a través de unos amigos a Jesús que curara a su siervo que estaba muy enfermo. Y Jesús dijo: "Cómo no, voy a su casa y lo curaré". Cuando él se dio cuenta que venía a su casa, mandó a decirle: "no, no, por favor, no vengas a mi casa, no necesitas venir". Fíjense la fe cómo es: "no necesitas venir, basta con que lo mandes tú".

De la misma manera, así se argumentaba así mismo, "que yo que soy un centurión tengo cien soldados a mis órdenes, le digo a éste: Haz esto; y lo hace, y a mi siervo: tráeme tal cosa, y me la trae".

Y Jesús públicamente no se aguantó las ganas de decir estas palabras: "No he encontrado una fe tan grande en todo Israel". Eso es tan hermoso, que incluso en la misa a la hora de la comunión, se pronuncia la frase que dijo el centurión: "No soy digno de que vengas a mi casa". Esas palabras fueron dichas por un pagano que tenía fe.

En cambio, pongamos otro caso, el de un hombre muy educadito, muy modosito que tenía un hijo enfermo, y había ido con los apóstoles a que le curaran, y no pudieron. Se ve que también les faltó fe a los mismos apóstoles. Y entonces medio desesperado va con Jesús. "Mi pobre hijo enfermo... fui con tus apóstoles y no pudieron". Subrayando: "no pudieron", "sí tú puedes hacer algo", no le dijo: "tú puedes", sino "si tú puedes". La duda. Muy educadito pero sin fe. Y Jesús, como que severamente le dice, "¿Puedes tu creer?" El otro entendió la indirecta y dijo: "Sí, señor, ayuda mi incredulidad". Lo curó como a regañadientes, no muy a gusto. Porque cuando había fe, Cristo muy a gusto curaba.

Y hoy día, cuando hay un hombre o una mujer de fe, muy a gusto le presta su omnipotencia para que realice las cosas. A los hombres de fe, Dios les presta, repito, su omnipotencia. Por eso no se explica humanamente hablando, cómo es que una persona que tiene fe saca las cosas adelante. La gente no se lo explica, no lo entiende. En cambio Él sí sabe por qué suceden las cosas, porque se fía de esas palabras de Jesús.

Alguien dijo, refiriéndose solo a la fe humana, esto de lo que estoy totalmente persuadido: "Todo lo que la mente de un hombre llegue a creer, esa misma mente lo realizará." ¿Será una ley espiritual? Creo que sí.

Quiero recordar una poesía, creo que es del Dr. Bernard, que a mí realmente me inspira mucho; y que no cabe duda que la siguen los hombres de fe, sean atletas, sean realizadores, en el campo profesional, en el campo espiritual, el que sea. La poesía dice así:

Sí piensas que estas vencido, lo estás.
Sí piensas que no te atreves, no lo harás;
sí piensas que te gustaría ganar, pero que no puedes, no lo lograrás.
Sí piensas que perderás, ya estás perdido,
Porque en el mundo encontrarás
que el éxito comienza con la voluntad del hombre,
todo está en el estado mental, es decir, en la fe.
Porque muchas carreras se han perdido
antes de haberse corrido
y muchos cobardes han fracasado
antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán,
piensa en pequeño, y quedarás atrás,
piensa que puedes; y podrás.
Todo está en el estado mental, EN TU FE.
Sí piensas que estas aventajado, los estás.
Tienes que pensar bien para elevarte.


(Y termina de esta manera, que es como el resumen.)

Tienes que estar seguro de ti mismo
antes de intentar ganar un premio.
La batalla de la vida no siempre la gana
el hombre más fuerte o el más ligero,
porque tarde o temprano el hombre que gana
es aquél que CREE QUE PUEDE HACERLO.


Quisiera repetir al final lo más importante y es, el reto que nos lanza Jesús, en Marcos 11, 22-24. Tened fe en Dios, yo os aseguro que quien diga a este monte, quítate y arrójate al mar; y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis.

En la relación a esto, la frase más hermosa que alguien me pudo decir en la vida fue ésta: "Usted me enseñó a creer".

Ojalá que no solo sea una persona, sino muchas las que puedan decir, tú entre ellas: "Usted me enseñó a creer", porque de esa manera te enseñaré también a triunfar en la vida.
Autor: P. Mariano de Blas LC.

martes, 15 de enero de 2013

MENDIGOS DIGITALES


 

CUÁNTA NECESIDAD DE ATENCIÓN EN UN «ME GUSTA» DE FACEBOOK

Por la mañana del 4 de octubre de 2012 Facebook superó los mil millones de usuarios registrados que utilizan activamente esa red social al menos una vez al mes.

En un lapso menor a diez años Facebook se ha convertido en un ambiente de socialización que ha derivado en el nacimiento de una nueva «clase social»: la de los mendigos digitales.

Es sabido que la dinámica del compartir es el punto de partida y éxito no sólo de Facebook sino, en general, de todas las redes sociales. El contenido que las personas cargan en los espacios digitales suele ser una ocasión para mostrar a los otros la propia vida y, en torno a eso, despertar una conversación que posibilite conocer impresiones sobre lo compartido. En ese sentido, compartir implica sopesar la relevancia de lo mostrado que, en definitiva, supone calibrar también una forma de aprecio hacia la persona que comparte.

En las relaciones sociales que internet facilita, un "me gusta" equivale a una muestra de aprecio e interés y, en consecuencia, eso se convierte en un objetivo indirectamente buscado al momento de compartir fotografías, pensamientos, videos, etc. En no pocas ocasiones, el deseo de ser tomado en cuenta termina por convertir a la persona en un limosnero de "me gusta"; los "me gusta" acaban convirtiéndose en un alimento de la propia vanidad y, en realidad, importa poco quién los haga mientras sean muchos. De esta manera, la vanidad degenera en gula: los "me gusta" serán siempre pocos y el hambre de ellos será siempre mayor e insaciable.

Como se puede advertir, ya no es la relación interpersonal la que importa ni la que está al centro, sino la «necesidad» de ser tomado en cuenta y a toda costa. ¿Qué es eso sino la búsqueda de popularidad a cualquier precio? Evidentemente, en no pocos casos, el anhelo de relevancia supondrá no sólo ingentes inversiones de tiempo para conocer al segundo quién o cuántos dieron el último "me gusta" sino también el exponerse más y más en el afán de conseguir más reacciones que alimenten el propio ego.

El ser humano está hecho para la relación. En antropología filosófica se habla de «alteridad», de ese deseo del hombre de salir al encuentro del otro, del ser acogido y acoger. En el fondo, tal vez las personas que han pasado a engrosar esa nueva y creciente «clase social digital» están manifestando una inquietud interior más grande que, en realidad, compartimos todos los seres humanos: el deseo de aprecio y el hambre de trascendencia.

En la visión cristiana del mundo hay un plus que ayuda a encauzar esos grandes y profundos anhelos: quien medita en la propia existencia, en su condición de creatura, puede reconocer que la propia vida supone un "me gusta" por parte de Dios. ¡Somos amados y en consecuencia la vida tiene un horizonte! El amor que no acaba ha hecho una opción por nosotros y la vida es una muestra de ello. Es ese mismo Dios-Amor el que mantendrá indefectiblemente esa opción por nosotros y la traducirá en la vida diaria en un amor continuado, en un interés por sus criaturas.

Los usuarios de Facebook tienen la vocación de desarrollar un estamento social emergente: el de los «multimillonarios de sentido» que saben que su vida tiene un porqué, independientemente de la cantidad de "me gusta"... Su riqueza es precisamente saber que son importantes para Dios y que así su vida se convierte en misión: en la misión de compartir ese amor a más personas. Sí, los «multimillonarios de sentido» están llamados a redistribuir esa riqueza.


Autor: Jorge Enrique Mújica, LC | Fuente: www.religionenlibertad.com

lunes, 14 de enero de 2013

LO ESENCIAL... NO SE VE, NI SE ESCUCHA


Se esconde en cada hombre, en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos permite pensar y amar por encima de lo cotidiano.
A veces vivimos como las plantas o los animales. Aseguramos nuestra comida y procuramos lograr una buena digestión. Evitamos el sol cuando nos quema o lo buscamos cuando hace frío. Nos apartamos de las espinas y acariciamos, con un especial gustillo en la garganta, la piel de un gato. Guardamos cosas y cosas en el armario y tiramos lo que no nos gusta a la basura. Nos levantamos con la pena de dejar la cama y nos acostamos con la inquietud de no haber hecho todo lo que hubiéramos querido. Hacemos planes para el verano, y en el verano pensamos en lo que haremos al reiniciar el trabajo o la carrera.

Entre las prisas y las angustias de todos los días, entre los olores de la cocina y los gritos de los niños, entre los ruidos de la radio y las imágenes de la computadora, nos olvidamos de lo esencial: en cada uno brilla algo divino, algo eterno.

No nacimos para pudrirnos en un despacho, ni para levantar muros con filas interminables de ladrillos. No nacimos para planchar las sábanas ni para vaciar platos de ensalada. Somos, aunque nos duelan las muelas y nos asuste la oscuridad, una chispa del amor de Dios: somos espirituales, somos eternos.

Lo esencial no se ve, ni se escucha, ni se toca. Lo esencial se esconde en cada hombre, en lo más íntimo de nuestro corazón, y nos permite pensar y amar por encima de lo cotidiano, de lo banal, de lo superfluo.

Podemos vivir mucho o poco. Podemos estar en una silla de ruedas o conducir un aeroplano. Podemos vivir con hijos y nietos o estar solos, en un barrio pobre de una ciudad miserable. Pero lo esencial sigue allí, escondido, cierto, indestructible.

A veces lo esencial se asoma cuando un esposo pide perdón, quizá sin palabras, a su esposa o a algún hijo. O cuando un niño reparte su bocadillo a un compañero, o le presta su último juego electrónico. O cuando unos padres deciden no abortar al hijo no esperado, pero que pide, con su silencio y su pequeñez, un lugarcito en casa. O cuando un hijo invierte los mejores años de su vida para cuidar a su madre que sufre por culpa del Alzheimer. O cuando una chica, con todo el futuro por delante, decide consagrarse a Dios para trabajar con los pobres, para enseñar a los niños o para levantar todos los días una oración invisible al Dios que sí ve lo esencial.

Lo esencial sigue en pie, todos los días, fuera de las pantallas de la televisión o de las crónicas de la prensa. No aparece en internet, pero está en los corazones. No se cotiza en la bolsa, pero permite que vivan y mueran los que venden y los que compran. No gana guerras, pero vence en los hospitales en donde son cuidados los heridos, sean amigos o enemigos.

El mundo sigue su camino. La luna crece y decrece con regularidad perfecta. El sol nos calienta todas las mañanas, y las nubes se pasean por el cielo con sus formas caprichosas y sus colores de tristeza o de esperanza. Lo esencial vive, más allá de las estrellas y más escondido que los tuétanos, con su libertad misteriosa, profunda, enamorada.

No se puede comprar el amor, leemos en la Biblia. Lo esencial tampoco está en venta. Cada uno lo tiene en su corazón. Y puede hacerlo crecer para el bien del universo, para tu bien y para el mío.
Autor: P.Fernando Pascual LC.

FELICIDAD

Es la motivación lo que produce en las personas sentimientos positivos más profundos

Definir el concepto de felicidad es tarea ardua. Seguramente sea una de las definiciones más controvertidas y complicadas. El ser humano ha tendido siempre a perseguir la felicidad como una meta o un fin, como un estado de bienestar ideal y permanente al que llegar, sin embargo, parece ser que la felicidad se compone de pequeños momentos, de detalles vividos en el día a día, y quizá su principal característica sea la futilidad, su capacidad de aparecer y desaparecer de forma constante a lo largo de nuestras vidas.

Otra de las controversias en torno a este tema es dónde buscar la felicidad, si en acontecimientos externos y materiales o en nuestro interior, en nuestras propias disposiciones internas. Aún hoy es difícil responder a esta cuestión. Por esta razón, y desde un punto de vista psicológico, el estudio del bienestar subjetivo parece preferible al abordaje de la felicidad.

La felicidad, concepto con profundos significados, incluye alegría, pero también otras muchas emociones, algunas de las cuales no son necesariamente positivas (compromiso, lucha, reto, incluso dolor).

Es la motivación, la actividad dirigida a algo, el deseo de ello, su búsqueda, y no el logro o la satisfacción de los deseos, lo que produce en las personas sentimientos positivos más profundos.

No hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices.
Stevenson, Robert Louis

La falta de las cosas que el hombre desea es un elemento indispensable de la felicidad.
Russell, Bertrand

Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una.
Voltaire, François Marie Arouet

La felicidad no es un ideal de la razón, sino de la imaginación.
Kant, Inmanuel

Los hombres olvidan siempre que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias.
Locke, John
Autor: Alejandro Márquez Rubio.

sábado, 12 de enero de 2013

NACER DE LA VIRGEN MARÍA


María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre como hijos pequeños, formando nuestra vida con la suya.

Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones.

Jesucristo fue concebido en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen.
El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María.

Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.

María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a Él. María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.
Autor: Ágora marianista

viernes, 11 de enero de 2013

APARTA DE TU PECADO TU VISTA


El pasado ha quedado atrás, como pasado, y no debe atarnos ni impedir el inicio de nuevos vuelos.

En el Salmo 51 le pedimos a Dios: "aparta de mi pecado tu vista". Se lo pedimos de corazón, pero no hemos de olvidar que también es posible que Dios nos susurre lleno de cariño: "aparta de tu pecado tu vista".

Duele haber cometido un pecado. Duele de un modo muy intenso cuando además hemos heridos a otros: a un familiar, a un amigo, a una persona que confió en nosotros.

Duele, porque cada pecado implica debilidad, cobardía, soberbia, pereza, esa autosuficiencia maldita que nos hizo olvidar nuestra pequeñez y nuestra bajeza. Duele especialmente porque hemos ofendido a un Dios tan bueno, tan cercano, que es Creador y, sobre todo, que es Padre.

Duele... y deja una herida profunda. Parecía que era fácil resistir, nos sentíamos tan seguros, nunca lo habíamos hecho antes. De repente, por sorpresa o poco a poco, llegó la caída, pecamos. Y creció en nosotros la pena, la rabia, la pesadez. Descubrimos la flaqueza de nuestra carne, la cobardía de nuestro espíritu. No somos ángeles: el pecado pone al descubierto toda la miseria humana.

Es cierto que Dios nos ha dado fuerzas para pedir perdón. Hemos buscado a un sacerdote, con humildad, y le presentamos el pecado. Desde entonces, sabemos que Dios nos perdona, que tras la absolución la vida empieza de nuevo. Pero...

Pero quedaba allá dentro una pena, volvíamos una y otra vez al recuerdo de aquella falta. Un extraño gusanillo interior nos carcomía, nos dejaba intranquilos. Si no hubiésemos pecado, si hubiésemos sido un poco más enérgicos...

Es entonces cuando miramos a Dios y le decimos: "aparta de mi pecado tu vista". Pero también es cuando Dios nos quisiera decir: "si ya te he perdonado, si ya te he dicho lo mucho que te quiero. ¿Por qué sufres, por qué abres la herida, por qué estás tanto tiempo recordando algo que Yo he olvidado? Te quiero mucho, no lo olvides. Recuerda que soy Dios y Padre, que amo a cada uno de mis hijos".

Sí, tenemos que abrir el corazón para escuchar, serenamente, con alegría, que Dios no lleva un registro indeleble en el que fije para siempre nuestras faltas. El pasado ha quedado atrás, como pasado, y no debe atarnos ni impedir el inicio de nuevos vuelos. Vivimos en un presente magnífico, en el tiempo de la misericordia.

"No te condeno", nos repite Cristo como le dijo a la mujer adúltera. "No te condeno. No mires tu pecado. Fíjate, más bien, en mi corazón amante, que te quiere con locura, que te desea paz y alegría, vida verdadera, misericordia eterna. Que te quiere en casa, en fiesta, como hijo amado".
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 10 de enero de 2013

¿QUIÉN SOY YO?


Soy como una aguja de algún pino, ni siquiera el pino mismo de algún bosque de este mundo.
Señor, estoy ante ti, ante este misterio de entrega y amor que se esconde en el Sagrario. Tras esa puerta o cortinillas, Tu nos esperas siempre... para ti no hay tiempo, ni lugar, ni distancias.

Siempre ahí sin reservas para unos y otros, para razas y colores, para buenos y malos, para mi... porque diste hasta la última gota de sangre de tu sangre para todos y por todos, y por TODOS, sigues y seguirás ahí por siempre mientras haya unas manos de sacerdote que transformen el pan en tu cuerpo, el vino en tu sangre.

¡Alabados seas, Señor! por todo ese tu gran amor, porque... ¿quién soy yo?

¿Quién soy yo?
Ese granito de arena que se quedó en mi mano del puñado que se deslizó entre mis dedos una tarde de verano. Dejándolo yo caer a la playa tan dorada se juntará con los otros desapareciendo como si no fuera nada.

¿Quién soy yo?
Una aguja de algún pino, ni siquiera el pino mismo de algún bosque de este mundo con profundidad de abismo.

¿Quién soy yo?
Partícula de polvo en un polvoso camino. Allá en el antiguo Egipto, allá en la gloriosa Roma, generaciones sin cuento deslizándose en la sombra y yo viviendo el presente con vértigo de vorágine, como un instante con forma.

Generaciones futuras... ¿quién repetirá mi nombre? Pregunta incoherente y absurda. Si soy granito de arena, que en la playa de los siglos se perdió, si soy aguja de pino, que la tierra ya enterró, si soy polvo de camino, que otros polvos ya borró. Soy brizna que en remolino, en turbión desaparece; arrastrada por un mundo que lentamente perece.

¿Quién soy yo?
Pregunta grave, con respuesta trascendente: En las arenas del mar, generaciones pasadas, en las agujas del pino y en los polvos del camino, ¡Nadie hay igual, ni será, al igual que soy yo mismo.

Y es confusión en mi mente, es asombro y es hechizo, al pensar que Dios mi nombre...

¡Repetirá en lo infinito!


Gracias Señor porque a veces siento que no valgo nada ni para nadie, que no sirvo, que mi existencia es inútil, que a veces mi presencia pasa desapercibida. Pero Tú que eres el Rey, mi Dios, repites mi nombre cada día y me amas y cuidas de mi como lo más valioso. Valgo porque Tú me haces vales, porque soy tu hijo amado. Y si valgo para Dios, valgo mucho, mi vida tiene todo sentido, para ti y para todo mi rededor.
Autor: Ma Esther De Ariño

miércoles, 9 de enero de 2013

PUEDES, SI CREES QUE PUEDES


La fe es una certeza, una seguridad total y absoluta de que algo se va a realizar apoyándose en el poder de Dios
En la Biblia hay una frase de Jesús que suena como un auténtico reto para el que lo quiera tomar, se encuentra en Marcos 11, 22-24. La voy a leer. Tened fe en Dios, yo os aseguro, que quien diga a éste monte: "quítate y arrójate al mar"; y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido, y lo obtendréis. Lo más importante es esta expresión: y no vacile en su corazón... no dude, sino que crea que va a suceder lo que dice.

Jesús lo expresa en forma negativa, no dudar, y en forma positiva, que crea que va a suceder.

Muy pocos aceptan el reto, algunos de ustedes puede que lo hayan aceptado alguna vez; y podrían decirme realmente que lo que dice Jesús, es exacto.

Personalmente yo les puedo asegurar, que cuando tuve fe como un grano de mostaza, me salieron las cosas. Es una ley espiritual, que funciona a la manera de las leyes físicas y que se podría formular brevemente así: "Puedes, si crees que puedes". Los santos, todos, tienen esa fe. Por ejemplo, San Pablo decía: "no soy nada, pero todo lo puedo en Cristo que me conforta".

¿Qué es esta fe y como funciona?

La fe es una certeza, una seguridad total y absoluta de que algo se va a realizar apoyándose en el poder de Dios y como consecuencia en el poder que Dios nos ha dado a nosotros. Es una ley que Dios ha puesto a disposición del que quiera usarla como ha puesto tantas otras cosas.

Por ejemplo, pensemos en la ley de la gravedad. Si yo tengo en la mano un reloj y lo suelto, no se queda, ya sé que no se va a quedar flotando, se va al suelo y, si hay mucha distancia, lo normal es que se eche a perder. Como sabemos eso, no cometemos el error de lanzarnos por la ventana de un quinto piso, porque sabemos taxativamente que nos vamos a dar un golpe y posiblemente muramos.

Es una ley espiritual que funciona con la misma exactitud. Podríamos decir que la fe consiste en creer algo que no se ve, que no es evidente; pero que lo acepto porque alguien digno de crédito, de confianza, me lo asegura, es decir, Dios. Hay una fe que llamaríamos humana; por ejemplo, creer en quien es mi mamá, yo no lo pude testificar porque en ese momento que yo nacía, no sabía nada; pero me lo han asegurado personas de crédito. Mi misma mamá, mi papá, mis demás parientes. Luego hay una fe teologal o sobrenatural que significa creer, por ejemplo, que en una hostia consagrada, en una misa, ya no hay un pedazo de pan; sino que está realmente Jesucristo. ¿Por qué? Porque Él así lo dijo y yo me fío de Él.

A mí no me interesa saber dónde está la frontera entre una fe humana y una fe sobrenatural. Lo que sí me interesa saber; y lo sé, es que ambas funcionan. El que tiene una fe humana suficiente logra las cosas. Y no se diga del que además tiene la fe sobrenatural. Como la fe es una total seguridad, con una lógica natural y contundente, así contundente, te forzará a poner los medios necesarios. Te inspirará caminos para obtener resultados, te abrirá los ojos para encontrar ayudas y encontrar ideas. La fe, de hecho, estimula todas las facultades del hombre, estimula la imaginación. La fe pone en marcha sobre todo la voluntad, una voluntad tenacísima que no desistirá hasta alcanzar el objetivo. Estas personas de fe, hacia fuera, hacia los demás, dan la impresión de ser soñadoras, idealistas y, además, tercas.

¿Cómo se adquiere este hábito de la fe? Repitiendo muchas veces y con total convencimiento actos de fe, sobre todo en las cosas que a mí me parecen muy difíciles o de plano imposibles.

Les voy a contar un ejemplo de mi propia experiencia. En una ocasión yo tenía que viajar a Madrid, partiendo de México y no pude encontrar boleto. Tenía que pasar por Miami, revisé materialmente todas las compañías del aeropuerto; y solo encontré en Pan American un pequeño vuelo hasta Santo Domingo en Puerto Rico. Me dijeron esto: "Usted verá si puede y cuándo puede salir". Bien, llegué a Santo Domingo y me dirigí a las reservaciones de vuelos para Madrid. Me dijeron con firmeza: "No hay boleto para Madrid. ¿No le han dicho que tiene que irse al hotel? La compañía le paga el hotel, no se preocupe." Yo no me fui al hotel, bajé a la sala de espera donde salía un avión para Madrid. Hablé con el señor que estaba en el mostrador, y me contestó un tanto molesto: "¿No le han dicho que tiene que irse al hotel? No, no, no hay ni un solo lugar". Yo no me fui al hotel, me quedé en la sala.

Motivándome a mí mismo, y haciendo un acto de fe, de que, aunque era imposible, iba a salir a Madrid. Se vació la sala. Yo le leía los pensamientos del señor que estaba frente al mostrador, porque hacían ruido. "Este curita está loco". Yo luchaba contra mis propios pensamientos, contra todo lo que me decía: "Efectivamente estás loco, ¿qué haces aquí? Vete al hotel, te lo han dicho; no hay sitio". Pero yo seguía ahí. Pasaron quince minutos. A medida que pasaban los minutos, yo sentía más golpeteo en mi mente: "Vete, estás loco", y más fe tenía de que iba a salir. A los quince minutos salió por el túnel una persona de uniforme, cruzó unas palabras con el que estaba en el mostrador; y de repente me dijo: "Padre, ¿Usted está buscando salir hacia Madrid?", "Efectivamente", le dije - "Pues hay un lugar aquí, puede usted subir al avión". Curiosamente en ese avión, en ese vuelo, iba un grupo de setenta gallegos. Generalmente cuando va un grupo compacto es difícil que se pierda uno. Pues uno, no llegó. Entré al avión. Me acuerdo perfectamente del asiento, me puse el cinturón de seguridad. De seguro muchas personas pensaron: "¿quién es ése que nos ha hecho esperar quince minutos?" Ciertamente agradecí mucho aquel gallego, recé por él, por sí le había pasado algo, pero gracias a eso llegué a Madrid.

Es un caso curioso si ustedes quieren, un caso donde se ve claramente que la evidencia era "no hay sitio, no vas a ir a Madrid, vete al hotel". Y la fe me dijo: "sí hay sitio, vas a ir a Madrid." Y llegué a Madrid.

Es uno de los tantos ejemplos que podría poner de mi propia vida, me da un poco pena hacerlo, pero por esos ejemplos yo he llegado a creer en la fe y a saber que, cuando Cristo pone ese reto, nos dice la pura verdad.


El próximo miércoles seguiremos con este tema con el título: "Creo que puedes, creo que quieres"
Autor: P. Mariano de Blas LC

martes, 8 de enero de 2013

A ti, joven de las últimas filas...


A ti, joven de las últimas filas...
Que sueles llegar tarde los domingos a Misa porque siempre hay otro plan; o porque te da pereza escuchar “lo mismo de siempre”, o porque hay partido. Que te pones al final porque así sales antes, o sientes que los que se ponen delante están más comprometidos que tú. Que tus padres ya no te obligan a ir con ellos, pero de alguna manera sientes que tienes que ir. Que si puedes, vas con algunos amigos, te pones al final de la iglesia, y habláis de todo un poco.


Sin embargo, rara vez dejas de ir a Misa y la Cena de Jesús forma parte de tu vida. Muchas veces no sabes bien por qué vas, pero el caso es que celebrar la Eucaristía te hace querer ser mejor persona –aunque no siempre lo consigas–, y le da sentido al resto de la semana; porque el trabajo o los estudios a veces se hacen muy pesados y sientes que Dios te da fuerzas. Sabes que la fe es algo importante para ti, y aunque no hagas voluntariado ni pertenezcas a ningún grupo de jóvenes, quieres seguir dedicando parte de tu tiempo a cuidar tu relación con Dios y ayudar a los demás. Igual quieres hacer algo, pero no sabes muy bien cómo…



No te propongo que te pongas en la primera fila, no. Te invito a que descubras el potencial que tienes dentro de ti. A descubrir que Dios sólo te hará sacar lo mejor de ti y llevará tu idea de felicidad a la plenitud de una vida vivida al máximo. Te invito también a que te fíes de la Iglesia, formada por personas mucho más parecidas a ti de lo que imaginas, que te ayudarán a dar lo mejor de ti, y a elegir cuál es tu camino y a acompañarte, porque seguir a Jesús en solitario es muy difícil. La Iglesia necesita hombres y mujeres que, desde cualquier lugar, estén enamorados del Evangelio de Jesús y quieran comprometerse por construir un mundo más parecido al que Él sueña para nosotros. ¿Te atreves?


Autor y fuente: Este artículo ha sido publicado en Facebook en el grupo Sembradores de paz y alegría por Doña. Yoleida Díaz Morales.