"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 31 de agosto de 2012

NUNCA UN CATÓLICO PUEDE JUSTIFICAR EL ABORTO

Profesar la fe y ser católico es un compromiso muy importante. Vivir en gracia es el estado más grande para dar gloria a Dios

1.- La Iglesia, con su enseñanza y con el servicio que tiene de ser portadora del mensaje de Jesucristo, indica y orienta al pueblo cristiano.

De ahí que hay normas y orientaciones claras tanto desde el punto doctrinal como moral. El Código de Derecho Canónico es el instrumento que la Iglesia tiene para indicar el camino de fe y costumbres en los miembros de la Iglesia. Señala el canon 1398 que “quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae”. Es este un delito que se comete siempre que se realiza una acción dirigida directamente a matar el feto, bien en el vientre de la madre, o bien fuera de él; y se consigue su efecto.

Respecto al concepto penal de aborto, el Pontificio Consejo para la Interpretación de los textos legislativos, ha respondido que se ha de entender por tal la muerte provocada del feto, de cualquier modo que ésta se produzca desde el momento mismo de la concepción. Los que cooperan o colaboran de forma directa o apoyando incurren en el mismo delito. Los católicos sabemos que el Papa Beato Juan Pablo II declaró que la eliminación directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral (Enc. Evangelium Vitae, n. 58). El Concilio Vaticano II nos advierte que “la vida, desde su misma concepción, se ha de proteger con sumo cuidado; el aborto y el infanticidio son crímenes nefandos” (Gaudium et Spes, n. 51).

Queda excomulgado y no puede acercarse a recibir la Comunión sacramental quien haya incurrido en este pecado. Comulgar en pecado mortal es un sacrilegio como bien dice San Pablo: “Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (I Cor 11,27). De ahí que se requiera la conversión en el que quiera acercarse al banquete de la Eucaristía. La misericordia del Señor no contradice la necesidad de conversión. Una vez arrepentidos y confesados se nos abren las puertas a la recepción de la Eucaristía.

A veces se suele decir: “Pero no debemos juzgar”. Es cierto que no se puede juzgar la conciencia de otro. Pero sí debemos saber claramente lo que significa ser católico y lo que se requiere para comulgar. El católico cree que Dios ha revelado la Verdad en materia de doctrina y moral y que esta es enseñada por le magisterio de la Iglesia. Por lo tanto la conciencia del católico se forma a la luz del magisterio de la Iglesia. La Iglesia no obliga a creer ya que la fe es un don de Dios. Pero enseña que debemos ser consecuentes como católicos. Quien no cree en las enseñanzas de la Iglesia no tiene autoridad para decir que es un bueno y fiel católico.


2.- ¿Qué decir sobre el derecho de los fieles a recibir la comunión?

El mismo Derecho Canónico en el canon 915 advierte que: “No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave”. Se requiere una dignidad y estado de gracia para recibir la Sagrada Comunión. Hay unos principios generales como expresaba en una nota el Cardenal Ratzinger al Cardenal de Washington.
·  Presentarse para recibir la Sagrada Comunión debería ser una decisión consciente, basada en un juicio razonado respecto de la propia dignidad para hacerlo, según los criterios objetivos de la Iglesia, haciéndose preguntas como: “¿Estoy en plena comunión con la Iglesia Católica? ¿Soy culpable de algún pecado grave? ¿He incurrido en una pena (p. e. la excomunión, el entredicho) que prohíbe que reciba la Sagrada Comunión?” La práctica de presentarse indiscriminadamente a recibir la Sagrada Comunión, simplemente como consecuencia de estar presente en la Misa, es un abuso que debe ser corregido (cf. Instrucción Redemptionis Sacramentum, n. 81, 83).
·  La Iglesia enseña que el aborto o la eutanasia son pecado grave. La Carta Encíclica Evangelium vitae, respecto de decisiones judiciales o leyes civiles que autorizan o promueven el aborto o la eutanasia, declara que existe “una grave y clara obligación de oponerse por la objeción de conciencia. En el caso de una ley intrínsecamente injusta, como una ley que permite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito por tanto obedecerla, o participar en una campaña de propaganda a favor de tal ley o votar por ella´” (n. 73). Los cristianos tienen “una grave obligación de conciencia de no cooperar formalmente en prácticas que, aún permitidas por la legislación civil, son contrarias a la ley de Dios. En efecto, desde el punto de vista moral, nunca es lícito cooperar formalmente con el mal. Tal cooperación nunca puede ser justificada invocando el respeto a la libertad de otros o apelando al hecho de que la ley civil lo permite o lo requiere” (n. 74).
·  Aparte del juicio de un individuo respecto de su propia dignidad para presentarse a recibir la Santa Eucaristía, el ministro de la Sagrada Comunión se puede encontrar en la situación en la que debe rechazar distribuir la Sagrada Comunión a alguien, como en el caso de un excomulgado declarado, un declarado en entredicho, o una persistencia obstinada en pecado grave manifiesto (cf. canon 915).
·  Respecto del grave pecado del aborto o la eutanasia, cuando la cooperación formal de una persona es manifiesta -entendida, en el caso de un político católico, como hacer campaña y votar sistemáticamente por leyes permisivas de aborto y eutanasia-, su párroco debería reunirse con él, instruirlo respecto de las enseñanzas de la Iglesia, informándole que no debe presentarse a la Sagrada Comunión hasta que termine con la situación objetiva de pecado, y advirtiéndole que de otra manera se le negará la Eucaristía.
·  Cuando “estas medidas preventivas no han tenido su efecto o cuando no han sido posibles”, y la persona en cuestión, con obstinada persistencia, aún se presenta a recibir la Sagrada Comunión, “el ministro de la Sagrada Comunión debe negarse a distribuirla” (cf. Declaración del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos “Sagrada Comunión y Divorcio, Católicos vueltos a casar civilmente” [2002], n. 3-4). Esta decisión, propiamente hablando, no es una sanción o una pena. Tampoco es que el ministro de la Sagrada Comunión esté realizando un juicio sobre la culpa subjetiva de la persona, sino que está reaccionando ante la indignidad pública de la persona para recibir la Sagrada Comunión debido a una situación objetiva de pecado.

Profesar la fe y ser católico es un compromiso muy importante. Vivir en gracia es el estado más grande para dar gloria a Dios. En este caso por lo tanto nunca un católico puede justificar el pecado del aborto. El Amor de Dios no excluye la Justicia de Dios, puesto que amor y mentira nunca pueden ir juntos. El amor y la verdad son la armonía de lo auténticamente justo. A los santos siempre, desde los primeros tiempos, se les ha llamado JUSTOS.
Autor: Mons. Francisco Pérez González.

Acerca del autor

Mons. Francisco Pérez nació en Frandovínez (Burgos). Fue ordenado sacerdote en 1973. En 1995 fue nombrado obispo de Osma-Soria y en 2003 Arzobispo Castrense. Desde 2007 es Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela.

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EN UNIÓN CON LAS ALMAS DEL PURGATORIO

Rezar por ellas es un ida y vuelta, nosotros pedimos por ellas mientras que interceden por nosotros.

¡Cuantos misterios esconde la Voluntad de Dios!. Y muchos de ellos sólo se nos revelarán cuando ya sea tarde para corregir nuestro rumbo, y no nos quede otra opción más que someternos a la Justicia de Dios. ¡Si pudiéramos hablar con las almas purgantes, cuantos consejos nos darían!. Ellas nos enseñarían que la diferencia más grande entre el infierno y el Purgatorio radica en que mientras en el fuego eterno las almas blasfeman y rechazan a Dios (llevando al infinito el rechazo y odio que tuvieron en vida), en el Purgatorio las almas buscan y desean a Dios. Y es ese el mayor castigo: no tener a Dios. Pero también es el mayor consuelo el saber que lo tendrán, luego de purificarse y ser almas dignas de estar en el Reino, en Su Presencia por toda la eternidad.

Ellas nos dirían que no desperdiciemos la gracia de poder hacer que el sufrimiento sirva para evitar la purificación por la que ellas pasan, ya que mientras en vida las buenas obras, el amor y el dolor suman y preparan el alma, en el Purgatorio solo queda sufrir y esperar el momento de subir al Cielo. ¡Que desperdicio el nuestro!. Ellas nos ven malgastar nuestro día en banalidades que luego deberemos pagar, sometidos a la Justicia Perfecta de Dios. Y que nos dirían nuestros ángeles custodios, viendo que vamos camino al sufrimiento, como niños que irresponsablemente juegan al borde del precipicio, inconscientes del peligro que los acecha. Las almas purgantes y los ángeles son testigos de nuestros errores, y con enorme amor ruegan a Dios para que cambiemos nuestro rumbo y busquemos a Jesús, que lo deseemos con un corazón que reconoce que sólo Dios cuenta.

Imaginen que inútil aparece para estas almas todo nuestro superficial mundo, nuestras preocupaciones, mientras tenemos tiempo y la oportunidad de mostrarle a Dios que podemos entrar a Su Reino por el camino del Amor Perfecto, esto es, por medio de la fe, la esperanza y la caridad.

En el Purgatorio se ama, se ama sin limites, y se arrepiente el alma de tanta ceguera vivida en la vida terrenal. Ellas esperan el consuelo de María y de San Miguel, de los ángeles que acuden en su apoyo, recordándoles que después del sufrimiento tendrán la gloria de llegar al gozo infinito. Allí se pide oración: cuando ellos reciben el amor de los que aun estamos aquí hecho alabanza a Dios, no sólo se consuelan sino que acortan su sufrimiento. Y lo devuelven cuando llegan al Cielo, intercediendo por quienes los supieron ayudar a disminuir sus sufrimientos.

¿Quieres hacer un buen negocio, el mejor de todos?. Une tu alma a las de las almas purgantes, ora por ellas, siente que estás unido a su dolor y las consuelas, mientras ellas adquieren la luminosidad que les permita subir a la Gloria. Verás entonces que los dolores de aquí adquieren un significado distinto, son un trampolín para el crecimiento del alma, te hacen sentirte unido a Dios, trabajando para El. Pocas obras son tan agradables a Jesús y María como la oración de quienes se unen espiritualmente a las almas purgantes. Es un ida y vuelta, un fluir de alabanzas que sube y baja, y que ayuda tanto a unos como a otros.

Un día se escuchó, durante la segunda guerra mundial, una multitud aplaudiendo y aclamando en la iglesia de Santa María de la Gracia, en San Giovanni Rotondo. Pero a nadie se vio allí, por lo que los pocos que estaban presentes preguntaron a San Pío de Pietrelcina que había ocurrido. El les dijo: “he estado rezando durante muchos días por los soldados que mueren en el campo de batalla, y una multitud de ellos ha venido a agradecerme porque han salido del Purgatorio y han entrado al Cielo”. La oración de Pío, poderoso intercesor ante Dios, les había acortado el sufrimiento.

Oremos por las almas purgantes, porque serán ellas las que intercederán por nosotros cuando tengamos que purificar nuestra alma. Y serán entonces ellas las que nos darán la bienvenida al Cielo, cuando Dios en Su Infinita Misericordia nos conceda esa Gracia.

¡Trabajemos por ello, tenemos nuestra vida para lograrlo, ese es el sentido de nuestra presencia aquí!.
Autor: Oscar Schmidt.

jueves, 30 de agosto de 2012

UNA DIANA EQUIVOCADA

UNA  DIANA  EQUIVOCADA
Autor: Pablo Cabellos Llorente
            No sé si es una serpiente de verano, un error de táctica o, sencillamente, manía hacia el Opus Dei, pero llevamos un verano en el que varios miembros de la oposición política se han dedicado a convertir a esta Prelatura de la Iglesia Católica en  diana para sus flechas. Las serpientes de verano suelen crearlas más bien los gobiernos, por  lo que resulta extraño verlas fabricadas por la oposición. Puede ser una mala táctica porque piensan que atizando al Opus Dei pegarán al gobierno. Craso error. Puede ser una manía y son muy dueños de tener las que quieran, pero ya cansan.
            Comenzó Tomás Gómez pidiendo una ley que inhabilitase  a los miembros de la prelatura para ocupar cargos públicos, luego montaron el circo con la posibilidad de que Andrés Ollero redactara el dictamen sobre la ley del aborto en el Tribunal Constitucional, y ahora los colegios, con la manía de que segregan. Si el Tribunal Supremo falla así, pues muy bien, pero  habrá que ver es si es constitucional el artículo de la ley que ampara esa sentencia. De paso, alguno ha vuelto a lo del elitismo, cuando precisamente uno de los colegios afectados es Altair, situado en una barriada marginal de Sevilla, contra el que ya lucharon colocándole -eso sí que es despilfarro- un centro estatal enfrente. Y unas Escuelas Agrarias. Sabemos que un alumno cuesta el doble en un centro  público que en uno concertado.  Resulta que los que segregan son ellos, tratando de hacer ciudadanos de segunda a quienes tienen todos sus derechos plenos. En primer lugar, los padres de los alumnos. ¿Dónde está la ética?
            Además de la ristra de errores, juegan a maltratar  a una institución de la Iglesia que solamente intenta servir a los ciudadanos. Es triste juego el hacer de felón, con orquesta facilona; o una broma de mal gusto, pero ya va siendo hora de que los señores insultadores se dediquen a arreglar este país, que tiene problemas más importantes que éstos, porque el problema del Opus Dei no existe para la política. ¿Acaso no son libres y personalmente responsables de sus actos los miembros de esta institución? Achacar a la Prelatura cualquier cosa que realicen ellos es no entender la libertad y, lo que es peor, no saber vivirla, ignorar qué es un país democrático y libre. En el fondo es un sainete malo.

TE PROPONGO UNA VISITA AL SANTÍSIMO

Y encontrarás el amor de Jesús, que cura del mal y llena de fuerza la vida.
Le propongo un ejercicio sencillo:

1- Abra la Biblia en el Nuevo Testamento, y lea algo de lo que dice y hace Jesús entre los discípulos y la gente.

2- Después de leer algo de Jesús entre los discípulos y la gente, piense en el sagrario. El sagrario es el lugar más importante de las capillas y los templos católicos, porque ahí se reservaron las hostias consagradas en la santa misa, y por lo tanto, allí en el sagrario está Jesucristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. Es el misterio de nuestra fe...

3- Física o espiritualmente delante del sagrario piense: ´Ese Jesús que aparece en el Evangelio, que nació de María Virgen, que murió por el perdón de los pecados, resucitó al tercer día y subió al cielo a prepararnos un lugar; ese Jesús del evangelio es el mismo Jesús del sagrario que hoy me ofrece su Amor generoso, desmedido. Acepto el amor de Jesús, me cura del mal y me llena de la fuerza de la vida.

El Amor del Hijo de Dios me cambia el corazón, me dice lo que soy, me da la identidad más importante, me marca hondo por el Bautismo, con el signo imborrable de hijo adoptivo de Dios. El amor de Jesús, Hijo de Dios, me da la pertenencia a la familia la Iglesia y me misiona a vivir en el amor a Dios y al prójimo.

4- En la presencia de Jesús sacramentado, decido y me propongo amar. El amor es el camino y la exigencia de todo el que se hace discípulo de Jesús, y peregrina con Jesús y sus hermanos a la casa del Padre Dios.


Señor Jesús, quiero hacerme prójimo, quiero amar y servir al que hoy está a mi lado. Me propongo amar dando la vida por el otro, como hiciste tu y como tu nos pides que hagamos nosotros. Te ruego Jesús que vengas a mi corazón y habites en él como en un sagrario vivo.
Autor: Guillermo Ortiz, S.J.

miércoles, 29 de agosto de 2012

LIBERTAD ESCOLAR DE LAS FAMILIAS

LIBERTAD  ESCOLAR  DE  LAS  FAMILIAS
Autor: Pablo Cabellos Llorente.
            El Tribunal Supremo ha dictaminado recientemente que dos Comunidades Autónomas deben denegar el Concierto educativo a unos centros con educación diferenciada. Jurídicamente no debía ser fácil el tema cuando los dos Tribunales Superiores de Justicia de esas Comunidades habían fallado a favor de los colegios. A mí no me interesa entrar ahora en un galimatías legal, que no entiendo, aunque sí lo suficiente como para saber que la Constitución española establece -sin restricción alguna- el derecho de los padres a elegir el tipo de educación que deseen para sus hijos.
            Caben diversos tipos de enseñanza: estatal, de iniciativa social o de iniciativa social concertada, con idearios variadísimos pero, dentro de todas las posibilidades, no entra la educación diferenciada, que no será mejor ni peor, sino otra opción. No dudo de la justicia del Tribunal Supremo pero, si es acertada, habrá que cambiar una ley -posiblemente anticonstitucional- con la tan traída y llevada discriminación de sexos. Si lo legisladores fueran coherentes, tendrían que hablar de discriminación de género, con lo que el tipo de escuelas se multiplicarían por mucho. Además habría que ver si el progenitor A se ponía de acuerdo con el B...
            No nos engañemos, la falacia de la discriminación, se sencillamente una falacia, porque  nadie discrimina a nadie al separar niños y niñas en la enseñanza. Lo saben miles de familia en nuestro país. ¿Están traumatizados los que se educan de ese modo? ¿Ha sido motivo para acudir al psiquiatra? ¿No son más las mujeres sometidas al aborto quienes acuden a estos médicos? Además, con exclusión del padre de la criatura para intervenir, quedan discriminados ambos: uno por no participar en la decisión y la otra por pechar sola con ella. Pues resulta que esta legalidad hipócrita llama derecho al aborto y discriminación a la educación citada. Cualquier día se cargan las sociedades gastronómicas de hombres,  los baños separados de bares o aeropuertos o la asociación de mujeres periodistas. Unos ejemplos entre decenas.
            Si esa forma de educar fuera anticonstitucional, lo sería también para los colegios no concertados. Como no lo es, simplemente responde al capricho del legislador o una imposición ideológica aplicada con un sesudo argumento: sí, pero no con mi dinero. Eso provoca otra injusticia porque los padres que lleven a sus hijos a un colegio diferenciado, lo pagan dos veces, precisamente con su dinero: en el colegio y en los impuestos destinados a los privilegiados que sí tienen gratuita la educación deseada. Los sindicatos han empleado frecuentemente esta fórmula, también algunos partidos políticos y medios de comunicación situados en su ola. Pues, con más motivo, se les podría decir a ellos: sí, pero no con mi dinero. La escuela concertada ahorra dinero al erario público; ellos, no.
              Nuestra Constitución garantiza la gratuidad de ciertos niveles de enseñanza y la capacidad de los padres para elegir con libertad. Diré de pasada que las famosas zonificaciones ya han reducido notablemente la libertad. Traban a la libertad. Como la entorpece esta ley que da pie a la mentada sentencia que, por cierto, también contiene otra deriva terrible: el Estado por encima de los padres. Parece, más bien, que lo que se da de bofetadas con la Constitución es una ley de quita libertades protegidas por ésta.
            Hay que andar con tiento para que una moda,  una imposición del pensamiento dominante, no nos trajine como le venga en gana, seamos progresivamente encorsetados, y nos demos cuenta  cuando no tenga remedio. Por eso -y sin entrar yo en política, pero amando la libertad que nos sustraen-, me gusta que el titular de la Cartera de Educación haya afirmado enseguida que si esa ley no autoriza este tipo de respetable educación,  habrá que cambiarla. Cuanto antes, porque no hay derecho -esto sí que sería un fraude- a que centenares o miles de familias se queden de pronto sin colegio y sin dinero. Todo por capricho, por ideología, tal vez por maltrato a la religión, por tiranía, que así se llama ese modo de proceder.
            Por lo que va dicho -aunque estemos en pleno verano-, son los padres y madres de familia quienes deben reaccionar con inmediatez. No sé si ahora los jueces se dedican a fallar en verano pues, ni hecho aposta, les sale mejor. Entonces, a pesar del estío, es preciso que las familias se muevan para que se corrija la ley y salga otra cuanto antes más respetuosa con nuestra libertad, con la Constitución, con la Declaración Universal de Derechos del Hombre y con alguna Convención Internacional que tenemos firmada justamente para respetar el tipo de educación agredida.
            Todo gobernante debe saber que sin libertad escolar, no hay libertad y que manipulada la escuela, manipulado el hombre. Necesitamos pensadores y gobernantes valientes que busquen el bien común para todos, en lugar de dedicarse a la pesca del voto cautivo en los caladeros de lo políticamente correcto, ordinariamente falaces. En esos caladeros no arreglamos ni la crisis económica, ni su causa: la crisis del hombre.

JUAN BAUTISTA UN GRAN HOMBRE

Juan bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Hoy te invita a que cambies tu.
La madre, Isabel, había escuchado no hace mucho la encantadora oración que salió espontáneamente de la boca de su prima María y que traía resonancias, como un eco lejano, del antiguo Israel. Zacarías, el padre de la criatura, permanece mudo, aunque por señas quiere hacerse entender.

Las concisas palabras del Evangelio, porque es así de escueta la narración del nacimiento después del milagroso hecho de su concepción en la mayor de las desesperanzas de sus padres, encubren la realidad que está más llena de colorido en la pequeña aldea de Zacarías e Isabel; con lógica humana y social comunes se tienen los acontecimientos de una familia como propios de todas; en la pequeña población las penas y las alegrías son de todos, los miedos y los triunfos se comparten por igual, tanto como los temores. Este nacimiento era esperado con angustiosa curiosidad. ¡Tantos años de espera! Y ahora en la ancianidad... El acontecimiento inusitado cambia la rutina gris de la gente. Por eso aquel día la noticia voló de boca en boca entre los paisanos, pasa de los corros a los tajos y hasta al campo se atrevieron a mandar recados ¡Ya ha nacido el niño y nació bien! ¡Madre e hijo se encuentran estupendamente, el acontecimiento ha sido todo un éxito!

Y a la casa llegan las felicitaciones y los parabienes. Primero, los vecinos que no se apartaron ni un minuto del portal; luego llegan otros y otros más. Por un rato, el tin-tin del herrero ha dejado de sonar. En la fuente, Betsabé rompió un cántaro, cuando resbaló emocionada por lo que contaban las comadres. Parece que hasta los perros ladran con más fuerza y los asnos rebuznan con más gracia. Todo es alegría en la pequeña aldea.

Llegó el día octavo para la circuncisión y se le debe poner el nombre por el que se le nombrará para toda la vida. Un imparcial observador descubre desde fuera que ha habido discusiones entre los parientes que han llegado desde otros pueblos para la ceremonia; tuvieron un forcejeo por la cuestión del nombre -el clan manda mucho- y parece que prevalece la elección del nombre de Zacarías que es el que lleva el padre. Pero el anciano Zacarías está inquieto y se diría que parece protestar. Cuando llega el momento decisivo, lo escribe con el punzón en una tablilla y decide que se llame Juan. No se sabe muy bien lo que ha pasado, pero lo cierto es que todo cambió. Ahora Zacarías habla, ha recuperado la facultad de expresarse del modo más natural y anda por ahí bendiciendo al Dios de Israel, a boca llena, porque se ha dignado visitar y redimir a su pueblo.

Ya no se habla más del niño hasta que llega la próxima manifestación del Reino en la que interviene. Unos dicen que tuvo que ser escondido en el desierto para librarlo de una matanza que Herodes provocó entre los bebés para salvar su reino; otros dijeron que en Qunram se hizo asceta con los esenios. El oscuro espacio intermedio no dice nada seguro hasta que «en el desierto vino la palabra de Dios sobre Juan». Se sabe que, a partir de ahora, comienza a predicar en el Jordán, ejemplarizando y gritando: ¡conversión! Bautiza a quienes le hacen caso y quieren cambiar. Todos dicen que su energía y fuerza es más que la de un profeta; hasta el mismísimo Herodes a quien no le importa demasiado Dios se ha dejado impresionar.

Y eso que él no es la Luz, sino sólo su testigo.

"Quien me reconocerá delante a los hombres, también yo lo reconoceré delante a mi Padre que está en los cielos".

La obra de la redención, el triunfo del Reino Amor sobre el de las tinieblas se realiza en medio de la pobreza y de la persecución. Así llevó a cabo su misión el mismo Cristo, así cumplió su misión también Juan el Bautista. A los ojos del mundo parece un derrotado: prisionero, aborrecido por los poderosos según el mundo, decapitado, sepultado.

Y sin embargo, es precisamente ahora, cuando la semilla que cae en tierra y muere, comienza a dar sus frutos. Esta derrota aparente es tan solo la antesala, el preludio de una victoria definitiva: la de la Resurrección. Entonces le veremos y ésa será nuestra gloria y nuestra corona.

Nuestra vida de cristianos, si es una auténtico seguimiento de Cristo, es una peregrinación "en medio de las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios". Sí, llegan los ataques, las calumnias, las persecuciones... pero ellos son sólo una señal de que vivimos el amor, animados por el Espíritu Santo.

Pero, si somos de Dios, si Dios nos ama y somos su pueblo... ¿Qué otra cosa importa? Él nos ama y nos quiere ver semejantes a su Hijo, como una hostia blanca dorándose bajo el sol. Sólo nos toca abandonarnos confiadamente entre sus manos, para que así pueda transformarnos en Cristo.
Autor: Archidiócesis de Madrid.

martes, 28 de agosto de 2012

UN "TE AMO" DICHO DE RODILLAS

¡Eso es justo lo que debe de ser mi oración: un diálogo con quien sé que me ama! Y, cosa más admirable, con Uno que desea ser amado por mí.

Gran cosa es el amor, con tal de que recurra a su principio y origen, con tal de que vuelva siempre a su fuente y sea una continua emanación de la misma. Entre todas las mociones, sentimientos y afectos del alma, el amor es lo único con que la criatura puede corresponder a su Creador, aunque en un grado muy inferior, lo único con que puede restituirle algo semejante a lo que él le da. En efecto, cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros lo amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí» (San Bernardo, Sermón sobre el Cantar de los Cantares).

***

Hablando con un joven hace poco, me comentaba con ánimo inquieto que veía la religión como una serie de imposiciones: los diez mandamientos que se deben cumplir, las negativas a una vida "feliz y cómoda", el “debes hacer esto para no ir al infierno”, etc. La religión, por ello, volvía a los humanos en seres apagados y fríos. Yo le respondí que estaba totalmente de acuerdo con él.

¿Por qué? Porque si ves la religión como una camisa de fuerza de principios morales, entonces yo no podría vivir algo así; ni yo ni ningún ser humano. Tarde o temprano, como mi joven interlocutor, acabaríamos cansados, hastiados y negando lo que podría haber sido un enriquecimiento para nuestra existencia.

Gracias a Dios, no es eso lo que nosotros vivimos como católicos. Lo decía muy bellamente el Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus Caritas Est: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (número 1). Y es esto lo que, bellamente, nos traza el gran San Bernardo en su sermón sobre el libro del Cantar de los Cantares y que, análogamente, podemos aplicar a nuestra vida de oración.

Pongamos un ejemplo. Voy a visitar a un amigo y, con un refresco en la mano, comenzamos a platicar sobre diversas circunstancias. ¡Cómo se pasa el tiempo! ¿Por qué? Porque estoy con alguien a quien aprecio, con quien he compartido varios momentos de mi vida. Le muestro toda mi atención, no me distraigo con otras cosas, le dedico lo mejor de mí.

¡Eso es justo lo que debe de ser mi oración: un diálogo con quien sé que me ama! Y, cosa más admirable, con Uno que desea ser amado por mí. Alguien que me está esperando pacientemente para hablarle; Alguien que no se distrae; Alguien que no me romperá el corazón; Alguien que me conoce mejor que mí mismo.

Y así es como yo le respondí a mi querido amigo: la religión no es una serie de imposiciones, sino un continuo dar gracias y amar. Los mandamientos son oportunidades que tengo para decirle a Dios un "te amo" y que, paradójicamente, me recompensan con mi felicidad. Como dice San Bernardo: «el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí». Y esa es la religión que yo vivo todos los días cuando, de rodillas, intento demostrarle a Dios cuánto le amo.
Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.
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